Deseos cruzados - Lynn Painter - E-Book

Deseos cruzados E-Book

Lynn Painter

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Imagina si pidieras cuatro deseos y se cumplieran todos... pero a otra persona Emma Rockford sabe que le hará falta mucha magia para que la escuela secundaria sea todo lo que ella quiere. Por suerte, su amada abuela, antes de morir, le dejó instrucciones acerca de cómo acceder a un antiguo, secreto y mágico pozo de los deseos. Emma sigue cada paso y planifica el momento en que depositará sus deseos... Pero el chico nuevo, Jackson, lanza sus propios deseos y literalmente chocan contra los de Emma. Cuando comienza el séptimo grado, Emma descubre que los deseos se están empezando a cumplir, ¡bien! Pero justamente no a ella... Con el ingenio y la sensibilidad que la caracterizan y que le han ganado legiones de fans, la autora número 1 en ventas del New York Times, Lynn Painter, nos entrega una historia que habla de la amistad, la familia y los deseos pronunciados en voz alta, y todo con un delicioso toque de magia.

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Seitenzahl: 278

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Imagina si pidieras cuatro deseos y se cumplieran todos… pero a otra persona.

Emma Rockford sabe que le hará falta mucha magia para que la escuela secundaria sea todo lo que ella quiere. Por suerte, su amada abuela, antes de morir, le dejó instrucciones acerca de cómo acceder a un antiguo, secreto y mágico pozo de los deseos. Emma sigue cada paso y planifica el momento en que depositará sus deseos... Pero el chico nuevo, Jackson, lanza sus propios deseos y literalmente chocan contra los de Emma. Cuando comienza el séptimo grado, Emma descubre que los deseos se están empezando a cumplir, ¡bien! Pero justamente no a ella…

Con el ingenio y la sensibilidad que la caracterizan y que le han ganado legiones de fans, la autora número 1 en ventas del New York Times, Lynn Painter, nos entrega una historia que habla de la amistad, la familia y los deseos pronunciados en voz alta, y todo con un delicioso toque de magia.

Para Katie Kirkle

1 La leyenda de los cuatro

—¡TIENES QUE SUBIRTE a esa vaca y montarla! ¡Vamos!

Abu Marie me dio un empujón que me lanzó al campo y, mientras trataba de no tropezarme con los pastos más altos, vi a la enorme vaca que corría en círculos del otro lado del pastizal.

—¿A qué te refieres? —grité, mirándola por encima del hombro, porque no podía estar diciéndome que tratara literalmente de montar una vaca, ¿o sí? Aunque, en realidad, se trataba de mi Abu “excéntrica”; no era imposible que me pidiera que me convirtiera en una domadora de vacas.

Observé a la bestia salvaje, que resoplaba y galopaba mientras mugía y gruñía, todo al mismo tiempo, y me di cuenta de que esa cosa no podía ser una vaca porque era gigantesca.

Me refiero a gigantesca tamaño foodtruck.

Ni loca.

—Ya sé que parece demasiado grande, pero tienes que ser valiente y hacerlo —gritó desde donde estaba parada, sobre la cerca que rodeaba el campo, con las manos apoyadas en las caderas flacuchas—. ¡O no habrá magia!

—Pero… —El corazón me latía a toda velocidad y no podía respirar. No. Estaba respirando demasiado, mientras veía que la criatura bovina de monstruosas dimensiones se acercaba cada vez más—. ¿Qué tiene que ver una vaca gigante con la magia?

—Nada, querida —dijo con una sonrisa exagerada—. Es simbólico. Esa vaca pantagruélica no quiere convertirse en hamburguesa, así que decidió hacer justicia por pezuña propia y saltó la cerca, que es exactamente lo que tú debes hacer.

—¿Tengo que saltar la cerca?

Abu puso los ojos en blanco.

—Tienes que saltar la cerca de tus miedos y encontrar el portal mágico. Tienes que ser como la vaca.

—¿Emma?

Alguien gritó mi nombre detrás de mí, pero no podía arriesgarme a sacar la mirada de la futura hamburguesa gigantesca para averiguar quién era.

—¿Mmm? —murmuré. Me galopaba el corazón cuando la vaca se acercó más y buscó hacer contacto visual. Los ojos eran de un color rarísimo, como de un ámbar tornasolado.

—¡Eh! —grité casi sin aire cuando dos manos me apretaron el brazo.

Abrí los ojos de golpe y se me aceleró el pulso cuando vi que no estaba en un campo con Abu Marie ni nada parecido. Estaba en el autobús.

Me había quedado dormida en el autobús.

De algún modo, en medio del caótico ruido generado por los más de cincuenta alumnos de sexto grado, amontonados dentro del pesado vehículo amarillo, me había quedado dormida en el asiento. Hubiera sido rarísimo cualquier otro día, pero, como me había quedado despierta toda la noche, preparándome para lo que pensábamos hacer cuando los profesores no estuvieran mirando, estaba agotada.

—Estabas durmiendo. No lo puedo creer —me dijo Allie, mirándome con una sonrisita desde el asiento de al lado.

“Yo tampoco”, pensé, y una parte de mí lamentaba que mi amiga me hubiera despertado, porque había estado con mi Abu Marie. Y quería volver a dormirme para verla otra vez.

—¿Soñando con el plan? —preguntó Kennedy, provocándome, porque era el único tema del que yo había estado hablando durante la última semana.

Pero ¿yo qué culpa tenía?

El aburridísimo viaje de estudios de Ciencias Naturales nos estaba llevando a menos de un kilómetro del lugar mágico EL EXACTO MISMO DÍA del lanzamiento de deseos mágicos.

Si eso no era un llamado del destino…

—Sí, claro —dije sonriendo, porque sabía sin lugar a dudas que mi sueño había sido más que un sueño.

Había sido Abu Marie asegurándose de que yo lo concretara.

“Tienes que ser como la vaca”.

Milo Mannington eligió ese momento para vomitar por la ventanilla (le había avisado a la profesora Snurk que no se sentía bien, pero ella no le permitió ir a la enfermería antes de salir), así que esa pequeña asquerosidad distrajo un poco mi mente ansiosa y evitó que se descontrolara completamente durante la última parte del viaje.

Cuando llegamos al Parque Estatal Platte River, todos los que estábamos en el autobús formamos una fila antes de salir a hacer cosas de ciencias naturales. Caminamos todos juntos identificando hojas y aves autóctonas de Nebraska, y caca de animales (un asco), pero no pude concentrarme en nada de eso porque tenía la cabeza ocupada en repasar mapas.

No íbamos a tener mucho tiempo, así que tenía que tener las coordenadas bien fijadas.

No hay margen de error.

—¿Dónde nos sentamos? —preguntó Allie. Estábamos las tres paradas, con la bolsa de papel del almuerzo, buscando un lugar—. ¿Allá?

Señaló una mesa de picnic que estaba exactamente en el medio de toda la escena.

—¿No estudiaste el plan? —le pregunté, señalando las mesas que estaban un poco más alejadas—. Tenemos que estar en la periferia, Al, ¿recuerdas?

Eso la hizo sonreír, como si estuviéramos a punto de jugar a un juego divertido.

—¡Cierto!

Quería gritar “¡No es un juego!”, pero sabía que para ellas de alguna manera sí lo era.

Así que estuve en calma —respira hondo, Em— mientras devorábamos el almuerzo, y serena cuando finalmente llegó el momento de la acción. Ya habíamos tirado nuestros residuos y nos habíamos desplazado hasta el lugar que yo había marcado en el mapa como “punto de salto”; había llegado el momento.

—Bueno, a la cuenta de tres, corremos hacia el bosque —dije en voz baja, mirando hacia los árboles que estaban apenas pasando el sector de picnic, y sentí en el pecho cómo se me aceleraba el corazón—. Sin mirar atrás.

A Kennedy se le agrandaron los ojos cuando dijo que sí con la cabeza y soltó una patada con el pie izquierdo, como si estuviera preparándose para una carrera. Y Allie, a pesar de que se estaba comiendo las uñas como si fueran otro almuerzo, también dijo que sí con la cabeza.

Gracias a Dios.

Era el único día, la única hora, el único modo en que podía suceder la magia para nosotras, pero había tenido un poco de miedo de que cambiaran de opinión y se echaran atrás. Hacía falta tener muchas agallas —como decía Abu Marie— para arriesgarse a tener que enfrentar la ira de la profesora Snurk, esa maestra aterradoramente estricta, usuaria compulsiva del megáfono, que una vez le había gritado a un estudiante por respirar demasiado fuerte. Pero teníamos que arriesgarnos.

Las agallas eran nuestra única opción.

—Uno —dije mientras escaneaba la zona, para asegurarme de que no hubiera profesores o padres acompañantes que nos estuvieran mirando.

Afortunadamente (o no, en una situación normal), parecía que éramos invisibles para cualquiera, excepto para nosotras mismas.

—Dos —dije; el corazón me latía tan fuerte que lo sentía en mis oídos, y me sorprendía que nadie más lo estuviera escuchando.

—Espera —susurró Kennedy, con los ojos tan grandes que parecían estar a punto de salirse, y me pegó en el brazo—. ¿Estás segura de que tienes todo?

—Segurísima —dije, porque había planificado este momento durante años. No había dejado nada al azar. Me había levantado a las dos de la mañana, literalmente, solo para dar vueltas por mi habitación mientras repasaba todo una última vez: mi lista mental, mis planes mejor armados, todo, para estar segura de que no había ningún error.

Miré a Allie de reojo mientras hacía algo así como rebotar en puntas de pie, lista para empezar a correr:

—¿Estás bien?

Dijo que sí con la cabeza, sin interrumpir la ingesta de sus propias uñas.

—Dos y medio —susurré, y luego dije:

—¡Tres!

2 Para siempre

CLAVÉ LOS ZAPATOS EN LA TIERRA y salí corriendo a toda carrera hacia el bosque, siempre mirando hacia delante. Lo único que oía eran los ruidos que hacían mis amigas corriendo a mi lado mientras esquivaba árboles y troncos caídos. Sabía que teníamos poco tiempo porque los autobuses partirían en cuanto todos hubieran terminado de almorzar. Y no iba a desperdiciar esta oportunidad corriendo en cámara lenta como si fuera una tortuga.

Sentía que la cara se me iba adormeciendo a medida que la enormidad de lo que estábamos a punto de hacer me apretaba el pecho. Éramos chicas buenas. Las tres hacíamos lo posible por respetar las reglas. Nunca nos habían sancionado y siempre hacíamos la tarea.

¿Cómo era posible que nos estuviéramos escapando en un viaje de estudio?

Era aterrador y estimulante que efectivamente lo estuviéramos haciendo.

Me preguntaba si la escuela enviaría perros de búsqueda para encontrarnos al recibir la noticia de que no estábamos, pero aparté esos pensamientos de inmediato.

No podía pensar en nada que pudiera hacerme perder esta oportunidad única.

—¿Estás segura de que sabes dónde está? —gritó Kennedy desde atrás.

—Tengo un calambre en el costado —dijo Allie jadeando—. ¿Estamos cerca?

—Sí —les aseguré, aunque estaba preocupada. ¿Y si había leído los mapas (y las pistas) equivocadamente? ¿Y si nos perdíamos en el bosque y moríamos de hambre tratando de encontrar el camino de regreso?

Basta, me dije a mí misma, ignorando mi calambre en el costado cuando vi el arroyo.

Sí, ¡el arroyo! Eso quería decir que estábamos cerca.

Empecé a contar álamos y bajé la velocidad a trote.

El cuadragésimo cuarto álamo desde el punto en el que el arroyo cruza el camino.

Oí a Allie y Kennedy detenerse detrás de mí, pero debían haber visto mi cara de concentrada, porque no dijeron ni una palabra mientras yo reducía la velocidad hasta la de una caminata y contaba en voz alta.

—Treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno —decía a medida que iba pasando los árboles—, cuarenta y dos, cuarenta y tres, ¡cuarenta y cuatro!

Miré hacia arriba y vi el enorme álamo. Debía tener cientos de años para ser ese gigante que sobresalía por encima del resto del bosque.

—¡Es aquí! —grité, y caí de rodillas.

Allie y Kennedy hicieron lo mismo, solo que Allie fue hacia el otro lado del enorme tronco. Se suponía que el agujero secreto estaba en la base de este preciso árbol, pero había muchísimas hojas secas y plantas cubriendo el suelo.

Inmediatamente empecé a meter las manos en medio de todo eso, a levantar piedras y a cavar esa tierra donde tenía que haber un agujero secreto muy importante que aceptaría nuestros deseos dorados.

—¡Espera! ¿Y si hay arañas o víboras ahí debajo? —preguntó Allie, con voz de miedo, pero no levanté la vista porque no teníamos tiempo para ninguna actividad que no fuera la búsqueda del agujero.

—No hay nada —le aseguré, tratando de que no se preocupara, a pesar de que no tenía ni idea de cómo vivían los organismos asquerosos y repulsivos.

Me corrió un escalofrío por la espalda cuando pensé en la posibilidad de toparme con una de esas dos cosas.

—¿Y tú cómo lo sabes? —dijo Kennedy, con voz de repugnancia—. Estoy segura de que hay muchísimas arañas ahí abajo.

Finalmente dejé de cavar y levanté la vista; mis amigas no solo no estaban cavando, sino que además se estaban mirando con cara de que yo me había vuelto loca.

—¡Vamos, chicas! —les dije, un poco fuerte, aterrorizada porque no teníamos tiempo que perder— ¿Por qué se escaparon conmigo si no van a buscar el portal?

—Sí que lo vamos a buscar —respondió Kennedy de mal modo—, pero no queremos morir en una búsqueda del tesoro.

—No es una búsqueda del tesoro —dije.

—Chicas —se quejó Allie—, no discutamos.

—Estoy de acuerdo —dije, asintiendo con la cabeza, desesperada por lograr que se pusieran en acción antes de que nos encontraran—. Cavemos y después discutimos.

Volvieron a mirarse pero, gracias a Dios, empezaron a cavar. Y yo ya estaba a punto de mudarme a otro árbol, cuando Kennedy gritó:

—¡Creo que lo encontré!

Tenía los ojos fuera de las órbitas y la boca tan abierta que formaba una O grande. Miré hacia abajo y, sin lugar a dudas, delante de sus rodillas, había un agujero del tamaño de una pizza mediana.

—No puede ser —susurró Allie, también con la boca abierta.

El agujero parecía lo suficientemente grande como meterse en él y lastimarse, pero lo suficientemente angosto para quedar atascado en el primer tramo y no caer hasta… lo que fuera que hubiera en el fondo. Fui en cuatro patas (no tenía tiempo para pararme) y miré hacia abajo. Parecía no tener fondo, como si cualquier cosa que uno arrojara allí fuera a caer por toda la eternidad y nunca jamás aterrizar.

¡Santas puertas secretas!

El portal. Lo encontramos.

Gracias, Abu Marie.

Era intimidante. Estar tan cerca de algo tan poderoso. Si la leyenda era verdad, este era el lugar preciso donde una vez un rayo había partido la tierra y había obligado a que se unieran dos mundos de manera temporal.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Y en ese momento imaginé a Abu parada sobre la cerca con las manos apoyadas en las caderas.

Tranquilízate, niña.

—Tenemos que preparar los deseos —dije, mientras me sacaba la mochila y abría el cierre del bolsillo externo. Escuché a Allie y Kennedy hacer lo mismo, pero no les dirigí la mirada. Necesitaba concentrarme; este momento era crucial.

Desde que tengo memoria, y hasta el día en que murió, Abu Marie nos contó historias a mi hermano y a mí sobre la leyenda de los cuatro (cuando mi mamá no estaba cerca, porque a ella no le gustaba que Abu “nos metiera ideas locas en la cabeza”).

Según la leyenda, el 4 de abril, el día en que el primer colono (Travis Glink) llegó a Glinko (nuestra ciudad), hace cientos de años, fue testigo de un fenómeno épico, una tormenta eléctrica sin precedentes. El pasto crujía y se erguía como pelos erizados por la estática, y las ramas de los árboles se elevaban hacia el cielo. Un rayo cayó en la tierra y abrió un enorme agujero: un portal que conectó el mundo humano con la tierra de las hadas.

Travis, temeroso de lo desconocido, rellenó el agujero enseguida.

Pero no lo suficientemente bien.

Esa noche, mientras dormía, cuatro poderosos caballeros del país de las hadas cruzaron el portal y, al llegar, se enamoraron locamente, a primera vista y de pies a cabeza, de las cuatro hijas de Travis.

Y las hijas de Travis también se enamoraron perdidamente al ver a los señores del país de las hadas en sus rojos atuendos.

Pero cuando los cuatro señores pidieron la mano de las señoritas, el Señor Glink, deseoso de asegurar la prosperidad de las futuras generaciones de los glinkonianos, solicitó una donación mágica.

Una especie de trueque.

Y así fue que cada año, el cuarto día del cuarto mes, a lo largo de cuatrocientos cuarenta y cuatro años de hadas, los caballeros del país de las hadas cumplieron los deseos de cuatro glinkonianos.

Mi abuela se había obsesionado con la leyenda y conocía todos los detalles.

Según lo que ella nos contó, había historias de personas que en el pasado habían ganado fortunas, habían nadado en joyas valiosísimas, y se habían casado con miembros de la realeza –beneficiarios que habían sacado el premio mayor con sus deseos. Pero con el tiempo, los deseos cumplidos pasaron a ser menos grandiosos, como si los “selectores” de deseos mágicos recompensaran a quienes deseaban desde el alma.

Para el alma.

Abu conocía a personas que habían visto sus sueños hacerse realidad y a personas que habían conquistado el corazón de la persona a quienes amaban, en todos los casos por ser “beneficiarios” del otorgamiento de deseos.

Mi hermano y yo solíamos caminar por la ciudad tratando de adivinar quiénes eran esas personas, pero cuando Abu se enteraba, arrojaba sal por sobre su hombro y nos decía que selláramos nuestros labios, porque la leyenda estaba envuelta en una capa de secretos y misterio. No solo porque se suponía que era algo de lo que no se hablaba; también porque, si tenías la suerte de ser uno de los beneficiarios, podías llegar a perder todo si contabas tus deseos.

No podías decirle a nadie lo que habías pedido.

Después de la muerte de Abu, encontramos cuadernos llenos de notas en letra cursiva casi completamente ilegible (no para mí, porque Abu y yo habíamos intercambiado correspondencia de notas durante años). Mi mamá y mi hermano se reían de esas tonterías de Abu, pero yo rescaté palabras sueltas y coordenadas que me brindaron información muy útil.

Y más preguntas.

Algunos de sus garabatos me hicieron pensar que tal vez ella misma había sido una beneficiaria:

 

(A.T. pidió el deseo de casarse con un arquitecto, pero se enamoró de X en el período intermedio de cuatro meses. Me transfirió el deseo a mí el tercer día del cuarto mes, justo a tiempo).

Otros parecían insinuar todo lo contrario:

 

(Dijeron que los deseos de los beneficiarios eran intransferibles, así que era imposible).

En cualquier caso, sus cuadernos me demostraron que ella tenía conocimiento directo sobre la magia.

Y estábamos en el año número 444.

El último año.

Yo no sabía si alguna otra persona de Glinko conocía la leyenda, o creía en ella, principalmente porque Abu había sido inflexible con respecto a no hablar del tema con nadie que no fuera de la familia, y yo no tenía la más mínima intención de iluminarlos al respecto.

Era obvio que sí les iba a contar a Kennedy y Allie. Sabía que Abu Marie estaría de acuerdo, porque siempre se refería a ellas como mis “socias para el delito”.

Kennedy y Allie pensaban soltar sus deseos dentro del agujero luego de recitar el canto, sin ningún tipo de ceremonia. Todo el asunto les resultaba muy divertido, y estaban entusiasmadas por la posibilidad de que se les cumplieran los deseos, pero no se lo tomaban como yo.

No me quedaba claro si realmente creían en la leyenda.

Pero, para mí, era un asunto serio. Estaba haciendo lo que Abu siempre había querido que hiciera.

Y esa era la razón por la cual ellas estaban ahí conmigo, arriesgándose a recibir una sanción.

Las mejores amigas del mundo.

Además, sabían que yo necesitaba desesperadamente que se cumplieran mis deseos (a pesar de que no podía decirles en qué consistían), así que estaban conmigo en cuerpo y alma, sin cuestionamientos.

—Yo lanzo primero —dijo Allie. Su voz me sobresaltó. Me di vuelta y vi que estaba sonriendo, con su envoltorio de deseos.

Las notas de Abu describían con sumo detalle el modo en el que había que hacer el pedido de deseos. Solo se considerarían los deseos presentados el cuarto día del cuarto mes, y el “deseador” tenía que escribir sus cuatro deseos en un papel de cuatro por cuatro pulgadas, cerrarlo con cuatro piedras de pirita local dentro, ajustarlo con cuatro bandas elásticas y recitar el canto.

—Muy bien. Hazlo de una vez —dijo Kennedy, tan emocionada que no paraba de dar saltitos.

Allie se llevó el envoltorio a la boca, se echó el pelo para atrás y susurró:

 

Cuatro piedritas doradas, cuatro deseos plantados.

Humildemente pido que me sean otorgados.

Que el poder de los cuatro los siembre,

Y mi suerte los coseche desde hoy y para siempre.

 

Las tres nos quedamos mirando y vimos cómo el envoltorio descendía por el centro del agujero y caía hacia un desconocido y místico destino.

—Aaah —dijo Kennedy con una sonrisa nerviosa—. ¡Tus deseos ya están en camino!

—¡Sí! —dijo Allie y me sonrió—. ¿Se imaginan si realmente se hacen realidad?

“Claro que me lo imagino”, pensé. “Me pasé toda la vida imaginándolo”.

Kennedy pegó un chillido.

—Shhh, silencio, que te toca a ti —dije, y le señalé el pozo, temiendo que desapareciera antes de que me tocara a mí—. Sabes que Snurk va a empezar el recuento en cualquier momento.

—Okey —dijo Kennedy, con otra sonrisa exagerada. Elevó su envoltorio de deseos y le susurró:

 

Cuatro piedritas doradas, cuatro deseos plantados.

Humildemente pido que me sean otorgados.

Que el poder de los cuatro los siembre,

Y mi suerte los coseche desde hoy y para siempre.

 

Las tres seguimos con atención la caída de los deseos de Kennedy dentro del agujero y hacia el portal.

Allie soltó un chillido de emoción, bastante irritante, por cierto, pero que le sirvió para aflojar un poco la tensión. Además, la situación era realmente emocionante. Si había un momento apropiado para los chillidos, probablemente fuera ese.

—Te toca a ti, Em —dijo Kennedy, mirando por encima del hombro hacia el lugar desde donde habíamos venido—. ¡Hazlo!

Me puse de pie, caminé hasta completar cuatro pasos de distancia desde el agujero, y luego tomé el envoltorio muy cuidadosamente con solo cuatro dedos, en cada uno de los cuales tenía un anillo.

 

Según Abu, cuantos más cuatro, mejor.

Respiré hondo y susurré a mi envoltorio de deseos:

 

Cuatro piedritas doradas, cuatro deseos plantados.

Humildemente pido que me sean otorgados.

Que el poder de los cuatro los siembre,

Y mi suerte los coseche desde hoy y para siempre.

 

Cuatro piedritas doradas, cuatro deseos plantados.

Humildemente pido que me sean otorgados.

Que el poder de los cuatro los siembre,

Y mi suerte los coseche desde hoy y para siempre.

 

Cuatro piedritas doradas, cuatro deseos plantados.

Humildemente pido que me sean otorgados.

Que el poder de los cuatro los siembre,

Y mi suerte los coseche desde hoy y para siempre.

Cuatro piedritas doradas, cuatro deseos plantados…

Escuché gemir a Allie mientras Kennedy decía entre dientes “Vamos, vamos”. Pero no me importaba. Si recitar el canto cuatro veces aumentaba las chances de que se cumplieran mis deseos, lo iba a recitar cuatro veces.

 

… humildemente pido que me sean otorgados.

Que el poder de los cuatro los siembre,

Y mi suerte los coseche desde hoy y para siempre.

 

Abrí los ojos y, con mucho cuidado, lancé el envoltorio hacia el centro del agujero, mientras el cuerpo me vibraba por la energía de la magia que estaba sucediendo literalmente delante de nosotras.

Me quedé mirando cómo mis dorados deseos se encaminaban hacia la amplia abertura, y tuve la sensación de que todo se movía en cámara lenta. Mis esperanzas se deslizaban delicadamente, desplazándose en un arco invisible hacia su destino, pero de repente una piedra muy grande que salió de la nada golpeó mi pequeño envoltorio y lo hizo caer en la tierra, fuera del agujero.

3 Alerta: Snurk

KENNEDY AULLÓ Y me miró con los ojos muuuy abiertos.

Yo me zambullí en la tierra, recuperé el envoltorio y lo arrojé dentro del agujero como si fuera una granada a punto de explotar. El corazón me latía a toda velocidad mientras lo veía desaparecer dentro del portal.

—¿Qué es lo que acaba de pasar? —gritó Allie, pestañeando, pero con la mirada puesta en el agujero.

Miré por sobre mi hombro y vi al estudiante nuevo, Jackson Matthews, parado justo detrás de nosotras, junto con mi hermano Noah.

—Qué. Diablos. ¿Quéeeeee?

—¿Noah? —No podía creer lo que veía—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Mi hermano estaba en séptimo grado, así que no tenía permitido ni siquiera estar en la excursión. Y no había estado en la excursión hasta ese momento. Estaba segura de eso.

¿Cómo había hecho para llegar hasta ahí?

¿Y qué hacía con el chico nuevo?

¿Y qué diablos hacía el chico nuevo en el portal?

Jackson estaba en la escuela desde hacía un par de semanas, pero aún era un misterio. Tenía el cabello oscuro y esos ojos de un azul tan claro que te daba la sensación de que podía ver todo lo que estabas pensando. Vivía a un par de casas de distancia de lo de Kennedy (vivíamos todos en la misma calle) y lo había visto jugar al baloncesto con Noah desde mi ventana, pero ni siquiera lo había oído hablar todavía, más allá de las respuestas monosilábicas que le daba a Snurk cuando le hacía preguntas en la clase de ciencias, y sin lugar a dudas jamás lo había visto sonreír.

Y precisamente por eso sentí como si me estuvieran vaciando los pulmones cuando me sonrió.

—¿El Gran Noah Rockford en nuestro viaje de campo? —dijo Kennedy, sonriéndole a mi hermano, porque estaba enamorada de él desde hacía cientos de años— ¿Cómo de los cómos?

—¿Faltaste a clase, Noah? —le pregunté, con la intención de que dijera algo que no fuera “sí” mientras me levantaba del suelo. No éramos el tipo de chicos que se escapan de la escuela, por eso nada de todo esto tenía sentido.

—¿Y qué están haciendo aquí? —preguntó Allie, señalando el agujero— ¿Específicamente?

Pero yo lo sabía.

Santas puertas secretas, yo sabía exactamente qué era lo que Noah estaba haciendo ahí. Clavé los ojos en la cara de mi hermano, y él me devolvió la mirada.

Los dos estábamos ahí por la misma razón.

Noah se había comportado como si los cuadernos de Abu fueran una tontería, pero obviamente él también había logrado descifrar el código, y estaba allí para que se cumplieran sus deseos.

Igual que yo.

Pensé que Abu se estaría riendo a carcajadas en este momento mientras Noah y yo nos mirábamos, los dos parados junto al agujero de los deseos, pero también le estaría arrojando sal a Jackson porque ¿por quéeeee estaba ahí, en el portal secreto?

Miré fijo a Noah, esperando que me diera una respuesta, pero lo que hizo fue extraer muy rápidamente algo de su bolsillo y arrojarlo en el agujero tan velozmente, tan subrepticiamente, que ni siquiera pude ver si era un envoltorio de deseos o no.

Pero sabía que sí.

—¿Podrías ser más cuidadoso? —le dije de mal modo, insegura sobre absolutamente todo porque de repente nada estaba saliendo bien. En mi imaginación, cuando soñaba este momento, no pasaba ninguna de estas cosas.

—¿Podrías relajarte un poco? —dijo, poniendo los ojos en blanco.

—¿Y por qué lo trajiste a él, se puede saber? —dije en voz muy baja, temiendo que todo se arruinara—. ¿Y por qué se te ocurrió arrojar una piedra al portal?

—Yo no arrojé nada —dijo Noah, mirándome como suele hacer con los ojos entrecerrados como diciendo “Eres tan molesta”—. Fue Jackson, y no era una piedra…

—¡EMMA! ¡ALLIE! ¡KENNEDY! ¡JACKSON!

Allie soltó un grito ahogado, porque indudablemente esa era Snurk gritando nuestros nombres por el megáfono.

Y el sonido estaba cada vez más cerca.

—¡Vamos! —dijo Kennedy—. ¡Vayamos ya!

—¿Crees que bajaron bien? —me preguntó Noah en voz baja, con la atención en el portal y no en la profesora.

—Pienso que sí, no precisamente gracias a ti. ¿Mamá sabe que estás aquí? —le pregunté— ¿Y cómo hiciste para llegar…?

—No puedo hablar —dijo, sacudiendo la cabeza—. Y no me viste aquí para nada.

Y con eso mi hermano salió corriendo y se metió en la parte más espesa del bosque.

¿Qué es lo que está sucediendo?

—¿POR QUÉ NO ESTÁN EN LOS AUTOBUSES?

Miré en la dirección opuesta y vi a Snurk viniendo hacia donde estábamos. Con el cuerpo inclinado hacia delante, como si tuviera la intención de taclearnos cuando nos tuviera lo suficientemente cerca. Era una mujer que tenía la contextura física de un defensor de fútbol americano. Y estaba vestida de pies a cabeza de amarillo fluorescente. Era absolutamente imposible apartar la mirada de ese espectáculo.

—¡LOS AUTOBUSES ESTÁN A PUNTO DE PARTIR! —gritó, mientras seguía corriendo a toda velocidad, y yo me pregunté si sabía que no es necesario gritar cuando uno está usando un megáfono.

—Nos perdimos —dijo Jackson con calma, tranquilo, como si no hubiera una loca vestida en ropa de neón volando hacia nosotros con un megáfono en la mano.

—¡ES IMPOSIBLE PERDERSE SI UNO SE QUEDA CON EL GRUPO!

—Técnicamente eso no es cierto —escuché a Jackson mascullar en voz baja, y empecé a reírme a pesar de todo lo que estaba sucediendo.

Pero luego vi los cachetes colorados de la mujer que venía a toda máquina hacia nosotros, en audaz contraste cromático con el amarillo de la tela, y mis pensamientos graciosos desaparecieron de inmediato.

Estábamos en graves problemas.

Snurk soltó un sermón que roció de saliva toda el área, con su dicción de dientes apretados que largaba pequeñas escupidas en nuestra dirección mientras enunciaba su iracundo discurso sobre nuestra irresponsabilidad.

Yo sabía que no estaba mal que se enojara (no deberíamos habernos alejado) pero mis pensamientos iban demasiado rápido y no podía concentrarme en su ira.

Porque necesitaba saber: ¿mis deseos habían llegado?

¿Había hecho las cosas bien?

¿Cómo diablos había terminado Noah en mi viaje de estudio, y hacia donde había corrido cuando se fue?

Snurk nos hizo marchar de regreso al sector de picnic, tan enrojecida y furiosa que no nos animamos a pronunciar ni media palabra durante la ardua caminata de regreso entre los árboles, con tal de que no volviera a atacarnos con su megáfono. Aparentemente, todos los alumnos de sexto grado ya estaban ubicados en los autobuses cuando llegamos —¡perfecto!—, así que estaban sentados mirando como si nuestra llegada e ingreso al último autobús fuera una obra de teatro que habíamos preparado para ellos.

Pero cuando ya estaba en mi asiento y el autobús comenzó a moverse de regreso al colegio, respiré hondo y me concentré en lo importante.

Había encontrado el portal y presentado mis deseos.

En cierto modo, sabía que, donde fuera que estuviera Abu Marie, seguramente estaba feliz. Conociéndola, probablemente estuviera parada sobre alguna mesa en algún lugar por encima de las nubes gritando “¡Síiiii, síiiii, síiiii!”.

¡Porque yo había logrado hacerlo!

Tal vez no todo había salido exactamente de acuerdo con el plan, pero había seguido el camino de migas de pan que Abu había dejado tan cuidadosamente, y mis deseos estaban en el portal.

Iba a funcionar, lo sabía.

Allie y yo habíamos encontrado un asiento en la mitad del autobús, y Kennedy se había sentado delante de nosotras, dejando que Jackson Matthews se sentara… donde fuera.

—Lo siento mucho, chicas —les dije en voz baja cuando el autobús comenzó a moverse.

Realmente lamentaba que ellas se hubieran metido en problemas por mi culpa.

—¿Hablas en serio? —dijo Kennedy, mientras se le dibujaba una sonrisa gigante en la cara—. ¡Fue épico!

Allie asintió con la cabeza y empezó a reírse sin parar:

—Sí, ¿no? ¡Guau!

Me quedé mirándolas, en shock. No podía creer que no estuvieran enojadas.

—Por un momento pensé que Abu era un poco una loca en piyama, ustedes me entienden —dijo Kennedy—. Pero algo había en ese agujero. Como que sentí la magia.

—¡Yo también! —chilló Allie. Les dije que bajaran la voz, pero las tres terminamos riéndonos sin parar otra vez.

No me dormí en el autobús esta vez, más que nada porque mi cerebro estaba como loco. No podía parar de pensar en mis deseos y en cómo sería mi vida si todos se hicieran realidad.

Quiero decir, no sería tan diferente, porque mis deseos no eran precisamente “épicos”.

Eran cosas relativamente pequeñas.

Tenía la sensación de que no estaba bien, en cierto modo, desear cosas como fama y fortuna, así que me había limitado a cosas simples que pudieran mejorar mi vida. Mis primeros tres deseos eran pedidos sencillos, pero el cuarto era EL deseo, el que significaba todo para mí.

Mirando por la ventanilla, repasé mentalmente mis deseos.

Deseo la no-invisibilidad. Quiero pechos (nada enorme, algo normal, algo), cabello rubio (mi mamá se niega a dejar que me lo tiña) y crecer un poco para dejar de tener la estatura de camarón que tengo desde hace dos años (un poco más de seis pulgadas estaría bien).

Sabía que el pedido era un poco egoísta, y me daría vergüenza si alguien alguna vez se enterara de que gasté un deseo en eso, pero estaba cansada de ser petisa, chata y aburrida. ¿Era mucho pedir que, aunque fuera una vez, al verme entrar a un lugar, alguien dijera “Guau”?

Cerré los ojos y casi pude sentir lo que sería aparecer el primer día de clases en agosto y lograr que Evan Winters levantara la vista de su escritorio, viera mi transformación y dijera, con esa voz ronca que tiene, “Guau”.

De acuerdo con la información de Abu, los deseos comenzarían a hacerse realidad cuatro meses a partir de aquel día, es decir, el 4 de agosto. También había mencionado que se cumpliría un deseo por semana a lo largo de cuatro semanas, pero nunca dijo cómo empezarían a suceder las cosas. Si me convertía en beneficiaria, ¿me despertaría el 4 de agosto instantáneamente hermosa? ¿O iba a empezar a crecer y cambiar gradualmente durante los cuatro meses siguientes, tanto vertical como pectoralmente, y alcanzaría así mi objetivo de no-invisibilidad en agosto?

Los detalles del otorgamiento eran escasos, pero no tenía problema en esperar hasta ver qué sucedía.

Deseo que me elijan para ser uno de los siete representantes de séptimo grado.