Deseos de Navidad: Una colección de relatos eróticos navideños - Camille Bech - E-Book

Deseos de Navidad: Una colección de relatos eróticos navideños E-Book

Camille Bech

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

"Si ya estaba desconcertada, no fue nada en comparación con lo perpleja que se quedó tras abrir el paquete. Dentro de la gran caja marrón había un montón de regalitos de distintos colores. Todos estaban envueltos con papel de regalo de Navidad y un lazo rojo. Con cada lazo había un papelito con un número escrito. Jessica rebuscó en el interior de la caja durante un rato y encontró un sobre blanco que decía: «léeme». Se le aceleró el corazón cuando abrió el sobre y lo leyó". ¡La Navidad y el deseo están en el aire! La tensión sexual crece con la atmósfera navideña de fondo. Hay gente que se acaba de conocer y cae rendida a la lujuria; otras vuelven a casa después de vivir varios años en el extranjero y se reencuentran con amistades del pasado, y a todas les esperan nuevas aventuras que no anticipaban, y una fiesta que jamás van a olvidar. Esta compilación contiene los siguientes relatos: El calendario de adviento El calendario de adviento (Calendar sex) 12 de diciembre: La celebración de Santa Lucía 15 de diciembre: Todo lo que quiero para Navidad - un calendario erótico navideño 21 de diciembre: Vuelvo a casa por Navidad - un calendario erótico navideño La chica de la sección de lencería

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Seitenzahl: 197

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Malin Edholm, Lisa Vild, Camille Bech, Elise Storm, Erika Svensson

Deseos de Navidad: Una colección de relatos eróticos navideños

 

Lust

Deseos de Navidad: Una colección de relatos eróticos navideños

 

Translated by LUST translators

 

Original title: Gifted: A Very Hot X-mas Erotica Collection

 

Original language: Swedish

 

Copyright © 2023 Malin Edholm, Lisa Vild, Camille Bech, Elise Storm, Erika Svensson and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788727131030

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

El calendario de adviento

Jessica estaba sentada en una reunión de personal cuando notó que le vibraba el teléfono en el bolsillo del pantalón. En medio de una conferencia acerca del nuevo reglamento RGPD y las repercusiones que tendría para el periódico en el que trabajaba, miró el teléfono discretamente y leyó el mensaje que le decía que tenía que recoger un paquete en la oficina de correos que le quedaba más cercana.

—¿Quién era? —Jessica se sobresaltó al oír ese sonido repentino y su compañero Roberto le echó un vistazo curioso desde el otro lado de la mesa. Como era de esperar, Carolina se pensaba que era un mensaje de un tío bueno, ya que siempre estaba pensando en hombres.

—Nadie —le susurró Jessica y vio cómo Carolina hundía los hombros decepcionada.

Jessica intentó centrarse en lo que decía su jefe, pero se despistaba continuamente. Por más que quisiera, no lograba recordar qué había comprado.

Los compañeros de trabajo de Jessica bostezaban por turnos y ella dio por sentado que también estarían pensando en otros temas, como, por ejemplo, en un artículo que tenían que escribir, una entrevista fascinante o, tal vez, en dulces que tenían que comprar para Navidad.

El mes de noviembre llegaba a su fin y todos estaban aletargados en el trabajo en esta época del año y tenían otras cosas en mente. Todos excepto Jessica. No iba a dejar que nada se interpusiera entre su sueño y ella. Se había propuesto convertirse en la próxima gran periodista de la gaceta en un año y en su planificación no había cabida para fiestas de Navidad ni citas ni nada por el estilo. Se había decidido a alcanzar la cima y estaba dispuesta a sacrificarlo todo para conseguirlo.

Pero, durante el resto de la reunión, siguió distraída a raíz de un pensamiento que le rondaba la cabeza. Por más que quisiera, no lograba acordarse de qué había comprado. ¿Serían carpetas que le había enviado alguna de las muchas hemerotecas que había visitado últimamente? O tal vez fuese un error, ya que Jessica estaba bastante segura de que no había pedido que le enviasen nada.

De vuelta a su mesa, estaba a punto de leer sobre la guerra en Yemen para prepararse para las negociaciones de paz cuando vio aparecer un brazo lleno de tatuajes a su derecha que le puso una taza de café en el escritorio. Sin levantar la vista de la pantalla, asintió con la cabeza mientras musitaba un «gracias» y agarró la taza. Por el rabillo del ojo vio que el asistente se dirigía a la mesa siguiente con la bandeja llena de tazas de café. Era un misterio cómo lograba acordarse de cómo les gustaba el café a todos los de la oficina.

Cuando ya casi era hora de irse a casa, Carolina, que estaba de buen humor como siempre, fue a ver a Jessica y se apoyó en su mesa, lo que hizo que casi tirase al suelo un montón de papeles.

—¿Quieres ir a tomar una copa con nosotros? —ladeó la cabeza y miró a Jessica de un modo que le indicaba que solo había una respuesta aceptable para su pregunta.

A Jessica no se le ocurría nada que tuviese menos ganas de hacer que pasar la tarde en un bar repleto de gente con Carolina y otros compañeros de trabajo. No era que no le gustase la gente con la que trabajaba ni que fuese antisocial, sino que prefería quedar con alguien a solas en algún lugar en el que pudiese tener una conversación sin tener que gritar.

—No… —empezó a decir Jessica y, al ver la cara de decepción de Carolina, añadió rápidamente—: Tengo una cita.

Carolina pareció sorprendida y era evidente que pensaba: «¿De verdad? ¿Una cita?». A Jessica le pareció lógico que Carolina estuviera sorprendida, ya que no había tenido ninguna cita en seis meses.

—¿Te acuerdas del mensaje de esta mañana? —continuó Jessica—. No quería decírtelo con los otros por allí, pero, sí… Era de un hombre.

Los ojos de Carolina resplandecieron y soltó un chillido mientras daba palmaditas antes de sentarse al lado de Jessica.

—¡Lo sabía! ¡Cuéntamelo todo! —se inclinó hacia ella, preparada para que Jessica le explicase más detalles.

—Ahora mismo no tengo tiempo, Carolina —dijo Jessica mientras tomaba sus cosas y apagaba el ordenador—. Debo llegar a casa y… —¿Qué hacían los solteros para prepararse para una cita?— depilarme las piernas —continuó, y puso los ojos en blanco ante su propia estupidez. Carolina abrió los ojos como naranjas y soltó un resuello fingiendo haberse quedado estupefacta.

—¡Vaya pendón estás hecha! —le respondió riéndose y le dio una palmadita en el trasero a Jessica. En ese momento, Jessica se acordó de por qué Carolina, esta mujer irritante y ruidosa, era su compañera de trabajo favorita. Le importaba un carajo lo que pensaran los demás de ella. Hacía lo que quería y Jessica la respetaba mucho por ello.

Accidentalmente, Jessica intercambió una mirada con Roberto, que estaba sentado al otro lado de la habitación. Era obvio que había estado escuchando su conversación y, a juzgar por la expresión en su rostro, no le gustaba mucho la idea de que Jessica tuviera una cita. Cuando Jessica había empezado a trabajar en el periódico, había asistido a una fiesta de Navidad: la primera y la última fiesta de Navidad a la que iría. Tras beber unas cuantas copas de más, se había despertado al lado de Roberto. Desde entonces, parecía que Roberto pensaba que terminarían siendo pareja algún día, aunque ella le había dicho en varias ocasiones que eso nunca iba a ocurrir.

Para evitar reírse y ponerse todavía más en evidencia, Jessica se levantó y se dirigió hacia la puerta a toda prisa mientras Carolina gritaba detrás de ella:

—¡Ve a por él, tigresa! ¡Quiero que me cuentes todos los detalles jugosos el lunes!

 

Jessica no se había marchado de la oficina tan temprano desde hacía siglos. La ciudad estaba oscura y deambuló sin rumbo fijo por las calles con decoraciones navideñas de camino a casa. Era el último día de noviembre y las calles estaban llenas de madres estresadas con niños y bolsas de regalos. Pensó en que podía haber sido una de ellas y se preguntó cómo habría sido su vida si no hubiese decidido anteponer su carrera a lo demás.

Al notar un zumbido en el muslo volvió a la realidad y se detuvo en medio de la calle. Se quitó un guante y se sacó el teléfono del bolsillo de los pantalones tejanos. Carolina le había enviado un mensaje que constaba de tres emoticonos: una lengua, una berenjena violeta y tres gotas de agua. Jessica se atragantó de la risa y sacudió la cabeza al tiempo que se ponía cada vez más nerviosa pensando en el lunes, cuando tendría que hablar de una cita que nunca tuvo lugar.

De repente, Jessica vio el mensaje sobre la oficina de correos que había recibido antes. Casi se le había olvidado mientras se apresuraba en salir de la oficina. Al instante volvió a entrarle la curiosidad y volvió a preguntarse qué habría en ese paquete.

Cuando el hombre de la oficina de correos se dirigió hacia ella cargando una caja enorme, Jessica no pudo evitar pensar: «¿A qué imbécil se le ocurriría pedir que le mandaran un paquete tan grande?». Cuando el hombre se detuvo frente a ella y se dio cuenta de que esa caja enorme era para ella, se preguntó qué imbécil se la habría enviado y cómo había planeado dicho zoquete que ella se lo llevara a casa.

—¡Madre mía! —resolló cuando el empleado lo colocó en la ventanilla. Al joven no le hizo ninguna gracia cuando Jessica continuó—: En realidad, yo no he pedido que me mandaran nada. Tiene que haber sido un error. ¿Podría devolverlo?

—No se ha indicado la dirección del remitente. Si no sabe dónde mandarlo, me temo que no puedo ayudarla —dijo y gritó el número siguiente.

Quejándose entre palabrotas, Jessica se llevó el paquete pesado a casa embarazosamente. Sin duda se iba a vengar de quien se lo hubiera mandado.

Dejó caer el paquete en el suelo de la entrada de golpe y se apresuró en dirigirse a la cocina para sacar las tijeras.

Si ya estaba desconcertada, no fue nada en comparación con lo perpleja que se quedó tras abrir el paquete. Dentro de la gran caja marrón había un montón de regalitos de distintos colores. Todos estaban envueltos con papel de envolver de Navidad y un lazo rojo. Con cada lazo había un papelito con un número escrito. Jessica rebuscó en el interior de la caja durante un rato y encontró un sobre blanco que decía: «léeme». Se le aceleró el corazón cuando abrió el sobre y lo leyó:

Esta caja contiene un calendario de Adviento con regalos navideños que he escogido personalmente solo para ti. Cada regalo tiene un número y abrirás un regalo cada día, empezando el uno de diciembre y terminando el día de Navidad. Espero que los regalos te sean útiles y que disfrutes con ellos.

 

Feliz Navidad, Jessica.

De un admirador secreto.

Jessica se despertó cansada a la mañana siguiente. Había estado dándole vueltas en la cama toda la noche, intentando averiguar quién le había mandado todos esos regalos. Quería abrir al menos un regalo con todas sus fuerzas, pero algo le decía que esto se había planificado minuciosamente y que arruinaría la sorpresa si hacía trampa. Jessica creía firmemente en los principios y detestaba que se rompieran las normas. No tenía ni idea de lo que podía contener esta sorpresa, pero decidió seguirle el juego. Abriría un paquete cada día.

Tras tomarse el desayuno y el café de la mañana, se sentó en el sofá con el regalo número uno. No quería admitirlo, pero estar sentada allí en pijama abriendo un regalo de Navidad la llenó de nostalgia. Casi podía saborear los turrones, oler el árbol de Navidad y oír cómo su hermana zarandeaba los regalos debajo de él secretamente.

Jessica se sintió triste por haber evitado a su familia durante años y no haber asistido a ningún cumpleaños o festividad desde hacía tiempo. La verdad es que ya no aguantaba que le preguntasen una y otra vez cuándo iba a encontrar al hombre adecuado, si no era hora de que echase raíces pronto y si no quería tener una familia. No soportaba que su madre la sermoneara con que ella había sacrificado su vida profesional por su familia y que nunca lo había lamentado. Así que Jessica había decidido distanciarse de su familia y consagrar su vida por completo a su lugar seguro: el trabajo. Siempre había algo que hacer y nadie le preguntaba jamás por qué se pasaba todo el tiempo trabajando o cuándo iba a irse a casa. Respiró hondamente y sacudió la cabeza como si esperase que con eso todas esas emociones negativas se marcharan. No tenía tiempo de pensar en todo eso ahora. Tenía que abrir un regalo.

Dentro encontró un sobrecito y algo pequeño con forma de cilindro, envuelto con papel de seda violeta. Jessica lo abrió enseguida. Al principio pensó que era una barra de labios, pero luego se dio cuenta de lo que era el pequeño objeto y se rio en voz alta. Jessica abrió el sobrecito y leyó:

Todas las mujeres necesitan un buen vibrador. Espero que esto te ayude a relajarte estas Navidades. De un admirador secreto.

Con una sonrisa en los labios, agarró el vibrador y lo encendió. El vibrador le hizo cosquillas en la punta de los dedos y le puso la piel de gallina. Era mucho mejor que el viejo consolador gastado que tenía desde hacía años. Este era resistente al agua y tenía diez marchas distintas.

De repente, le surgió una sensación extraña en el estómago. Jessica notó cómo sus abdominales y los músculos de su vagina se tensaban y se relajaban. Era una sensación cálida y palpitante. Se deslizó la barra de labios vibrante entre las piernas y la colocó encima del pijama de franela suave que le cubría el clítoris.

Las vibraciones hicieron que soltase un grito ahogado. Hacía tiempo que no se masturbaba y se había olvidado de lo agradable que era.

Se reclinó en el sofá y las vibraciones le recorrieron todo el cuerpo. Bamboleó las caderas y se vio invadida por un gran deseo. Sabía que estaba cerca. Con un sencillo clic, aumentó la intensidad de las vibraciones hasta que fue casi doloroso. Notaba su sexo pegajoso contra los pantalones del pijama y la franela le rozaba el clítoris hinchado de un modo agradable. Las vibraciones hicieron que le temblara todo el cuerpo: dobló las piernas, enroscó los dedos de los pies y se dejó llevar por el orgasmo.

Cuando terminó, se quedó tumbada un rato, jadeando en el sofá. No tenía ni idea de quién era su admirador secreto, pero, ahora mismo, le importaba un comino. Por primera vez en muchísimo tiempo, se sintió totalmente relajada.

 

El lunes por la mañana, que era el 3 de diciembre, abrió el tercer regalo. El día anterior, el regalo de navidad había sido un lubricante. Jessica se había sentido algo decepcionada, no solo porque el segundo regalo dejaba claro que todos tenían que ver con el sexo, sino también porque no necesitaba lubricante. En su mundo, el lubricante era para las personas a las que les costaba ponerse húmedas y para ella eso nunca había sido un problema. Así pues, no estaba tan emocionada cuando abrió el tercer regalo.

Incluso leyó la nota del sobrecito antes de quitarle el papel de envolver al pequeño objeto pesado.

El lubricante es el mejor amigo del trasero. Empapa esto con una gruesa capa de lubricante antes de metértelo en ese culo precioso. Espero que lo lleves en la oficina hoy. De tu admirador.

Jessica abrió el regalo y vio un pequeño dilatador anal. Era de metal, con un corazón rojo de diamante en la base, y pesaba bastante. El metal estaba frío en la cálida palma de su mano y cuando pensó en lo frío que lo notaría en el culo, se sonrojó. La idea de ir a trabajar con esa cosa dentro de ella la excitó. Lo sentirá todo el día, pero nadie sabría que andaba por la oficina con un dilatador anal.

«Ni pensarlo, no puedo hacerlo», se dijo. Todavía no tenía ni idea de quién le había mandado todos los regalos. Podía ser cualquiera. Jessica tenía una pequeña lista de todos los hombres con los que se había acostado de vez en cuando. ¿Tal vez uno de ellos se sentía más generoso de lo habitual estas navidades? Pero no tenía ni idea de cuál de esos hombres podía ser. Ni siquiera estaba del todo segura de que fuese uno de ellos, pero pensar que el admirador era alguien a quien al menos conocía la tranquilizaba.

El dilatador anal le pareció brillante y bonito mientras lo sostenía en la mano. Estaba intrigada, debía admitirlo. ¿Tal vez debía hacerlo? Todavía era temprano; al menos podía probarlo antes de irse a trabajar.

Cuando se levantó la falda por encima de las nalgas y se quitó las bragas, se dio cuenta de lo mojada que estaba. Solo pensar en ese nuevo juguete y la orden dominante que vino con él había hecho que se humedeciese.

Con los dedos cubiertos de lubricante, empezó a realizar círculos por su ano. Cuando se deslizó la punta del dedo en su culo tenso, gimió. Jessica se introdujo el dedo con más y más profundidad antes de volver a sacarlo despacio. Nunca había experimentado nada parecido. Se sintió pícara, casi sucia, mientras la invadía una ola de placer. Empezó a sentirse cada vez más cachonda.

Jessica se separó las nalgas con una mano y se acercó el dilatador al ano con la otra. El acero frío contra su cálido agujero le dio escalofríos. Se deslizó la parte superior hacia dentro. Cuando la parte más ancha del dilatador anal desapareció dentro de ella, sintió cómo sus músculos lo apretaban antes de sucumbir y acomodarlo en su tenso trasero.

La sensación de que la penetraran desde atrás era tan agradable que quería agarrar el vibrador y correrse. Pero era tarde y tenía que irse a trabajar. El orgasmo tendría que esperar.

Con los zapatos de tacón puestos, Jessica anduvo por la ciudad. Los movimientos del dilatador anal dentro de ella mientras caminaba hacían que se sintiese algo mareada y que se le acelerase el corazón. Cuando llegó al trabajo y se miró al espejo, se horrorizó al verse ruborizada en su reflejo. Era obvio que había algo distinto en ella. De repente, Carolina apareció detrás de ella.

—¡Vaya, qué ruborizada estás! ¿Acaso estás pensando en esa cita tan apasionada que tuviste? —le dio un codazo a Jessica y le susurró—: En serio, Jessica. ¡Quiero que me lo cuentes todo, sin escatimar los detalles picantes!

El jefe de Jessica la salvó de la conversación al anunciar que iban a tener una reunión durante el desayuno. Sonrió y se dio prisa en tomar asiento en la sala de conferencias, que estaba decorada con varios adornos navideños baratos. La mayoría de sus compañeros de trabajo ya estaban allí y aguardaban en silencio que empezase la reunión. Jessica se preguntó si todos podían oír cómo le latía el corazón o si podían adivinar por el modo en que caminaba que había algo fuera de lugar. Roberto la miraba y parecía que sospechase algo. Casi como si lo supiese o como si pudiese notar lo cachonda que estaba.

Tomó asiento torpemente y sintió una ola de placer cuando el dilatador se le introdujo más hondo a raíz del peso de su cuerpo al sentarse en la silla. Emitió un ligero gemidito sin querer, pero su jefe había empezado a hablar así que estaba segura de que nadie la había oído.

El joven asistente, el chico de los cafés, pasó por la mesa entregando a todo el mundo su café. A continuación, salió de la habitación y pudieron empezar la reunión de verdad, así como el resto del día.

Varias horas más tarde, cuando Jessica abrió la puerta de su apartamento, casi no podía tenerse en pie de lo mucho que le temblaban las piernas. En varias ocasiones ese día había estado segura de que había goteado literalmente o de que había empapado la parte trasera de su falda. Ahora tenía las bragas mojadísimas y la vagina tan hinchada que el más mínimo movimiento hacía que jadease.

Cuando cerró la puerta tras ella, se dirigió al dormitorio rápidamente. Ni siquiera se molestó en cerrar las cortinas o quitarse la ropa. Se bajó las bragas y se sentó en el borde de la cama. Respiró hondamente, fervorosa. Se le tensó el ano alrededor del dilatador anal mientras agarraba el vibrador que tenía en la mesita de noche y supo que iba a llegar al orgasmo muy pronto.

Se sentó frente a un espejo de cuerpo entero y pudo ver cómo se abría de piernas bajo su falda. Tenía el coño hinchado, rojo y empapado tras haberse sometido a un día entero de preliminares y nunca había estado tan lista para llegar a su clímax.

Vio cómo se le tensaba el cuerpo entero a medida que se colocaba el vibrador contra el clítoris. Lo retiró rápidamente y respiró hondo para evitar correrse enseguida. Lo intentó de nuevo y gozó de la primera ola de placer que la recorrió.

Empezó a mover las caderas. Quería correrse con las vibraciones. Con los ojos cerrados y la boca en forma de O perfecta, inclinó la cabeza hacia atrás y se restregó contra el vibrador. Notó como si se le moviese el dilatador anal y cuando flexionó los muslos y los abdominales, casi pensó que se le saldría el objeto plateado y brillante del culo. Colocó dos dedos en el dilatador y lo metió más hondo mientras se preparaba para el gran final.

Jessica subió la intensidad del vibrador al nivel más alto y el sonido que emitió la sorprendió. Se centró en la presión que le hacía el dilatador al tiempo que su cuerpo intentaba librarse de él. Pensó en las vibraciones intensas contra su clítoris y en su admirador secreto, que sabía exactamente lo que Jessica hacía.

Entre gritos, embestidas y calambres, se dejó llevar por un orgasmo, seguido de otro. Rápido e intenso, justo como le gustaban.

 

Jessica se dio cuenta de que ahora sus días estaban estructurados de un modo distinto. En vez de despertarse, tomarse una taza de café y luego irse corriendo al trabajo, ahora se levantaba más temprano que nunca. Cada mañana, empezaba el día dándose un orgasmo con la ayuda de sus juguetes. Luego salía de la cama y disfrutaba de un largo desayuno frente al televisor antes de abrir el regalo del día. Ahora seguía su rutina matutina como si fuese sagrada. Cada noche se entusiasmaba pensando en qué abriría al día siguiente.

La emoción y la magia que sentía al recibir regalos de un admirador secreto le habían iluminado el oscuro diciembre y la habían transformado: le habían devuelto una vieja y casi olvidada alegría navideña que ahora reinaba en su vida. La última vez que fue a comprar, incluso metió una caja de bombones de Navidad en el carrito. Una parte de ella se exasperaba ante todo esto y le recordaba que las Navidades eran una época capitalista inventada por el sector minorista para lograr que la gente se gastara más dinero. Pero otra parte de ella se acordaba de las Navidades de su niñez y las echaba de menos; las Navidades que había pasado con su familia antes de que fuese demasiado palpable lo decepcionados que estaban con las decisiones que había tomado en la vida. Antes de que decidiese que nunca volvería a celebrar la Navidad.

A medida que se acercaba Navidad, el montón de regalos se encogió al tiempo que la pila de juguetes sexuales que Jessica guardaba en la mesita de noche crecía. Ahora tenía pinzas para los pezones, un vibrador punto G, un espray que se suponía que estimulaba los orgasmos, lencería sexy, bolas chinas, barra de labios de color rojo y pilas para todos los nuevos juguetes con vibración.

Jessica se había dejado llevar por el jueguecito creado por su admirador secreto y seguía todas las instrucciones que recibía en las notas. Saber que había alguien por ahí que sabía exactamente lo que se hacía a ella misma y a su cuerpo cada día la excitaba. Le encantaba la intimidad que tenía con esta persona desconocida.

No había dudado ni una vez en dejarse llevar por completo por la aventura que traía consigo cada nuevo regalo hasta que abrió el número doce. Era una invitación a la fiesta anual de Navidad del trabajo. Jessica no sabía cómo reaccionar y leyó la tarjeta detenidamente. Sí, era una invitación de verdad. Carolina había hecho las tarjetas y Jessica sabía perfectamente qué aspecto tenían, ya que Carolina no había dejado de hablar de la fiesta desde hacía semanas. Había intentado convencer a Jessica de que viniera con todas sus fuerzas, pero Jessica le había repetido que no una y otra vez. Comprar una caja de bombones navideños era una cosa, pero ir a una fiesta de Navidad era algo totalmente distinto.

Lo que la confundía de verdad es que nadie tenía acceso a esas invitaciones, aparte de quienes trabajaban en el periódico. Hasta ahora, había estado bastante segura de que había sido uno de sus follamigos quien le había mandado los regalos y de que le iba a enviar un mensaje en cualquier momento. Al abrir este regalo, se dio cuenta de que tenía que ser alguien de la oficina.