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Mario Sampaolesi dice Después de Reikjavik como si escribiera: después de Auschwitz. El tiempo que advendría sobre un lugar si la calamidad no hubiera sido. Y ese tiempo llega solo nombrando los escenarios de un amor que, a pesar de su luz, no salva. El poema es la escritura imaginando una redención posible, la conjugación de un después. (Ana Arzoumanian)
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Seitenzahl: 43
Veröffentlichungsjahr: 2024
Mario Sampaolesi
Después de Reikjavik
ColecciónEl Auradirigida por Eduardo Álvarez Tuñón y Mario Sampaolesi
Sampaolesi, Mario
Después de Reikjavik / Mario Sampaolesi. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2024.
Libro digital, EPUB - (El aura / Eduardo Álvarez Tuñón ; Mario Sampaolesi)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-599-953-4
1. Poesía Argentina. I. Título.
CDD A861
Arte de tapa: Silvia Calvo, acuarela sin título, 2022. Detalle.
© 2024. Libros del ZorzalBuenos Aires, Argentina<www.delzorzal.com>
ISBN 978-987-599-953-4
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Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11723
I remember when I was a boyborn not more than a mile from where I am nowa whole millennium going by in the form of a wave.
Alice Oswald
A Lil
Índice
Aegishjalmur | 7
Después de Reikjavik | 8
Niza | 11
Autorretrato con Wilde | 13
La foto | 17
Perros | 19
La golondrina del lago Nahuel Huapi | 22
El sendero del lago Nahuel Huapi | 30
La clase gobernante | 32
Autorretrato con Soseki | 35
El Hierro | 37
Dieciséis de junio | 43
Dicen | 45
Recolectores | 51
Luciérnagas | 61
Dolce vita | 63
Autorretrato con Ryòkan | 66
La clase gobernante aún | 68
Jardines de Luxemburgo | 76
Referencias | 79
Aegishjalmur
Fue Jorge Luis Borges quien exploró con profundidad los laberintos imaginarios que la literatura, una y otra vez, le propone a la vida. Al adentrarse con sus cuentos y con sus poemas a través de esos intrincados pasadizos él tejió, sin saberlo, la trama de un nuevo y enigmático hilo de Ariadna del que yo —su empecinado lector— por razones ajenas a mi voluntad debí servirme.
Frente a los muros espejados de aquellos laberintos, Borges desconoció a Borges. Aunque distinguió —superpuestos con el de ese Otro— los rostros de Narciso y Alicia. Más tarde, frente a los mismos muros ya opacos, lo seduciría la música de los versos de Verlaine; ahondarían su imaginación las historias de Stevenson y el pensamiento de Schopenhauer. Él se atrevería a soñar la eternidad oscurecida por inviernos interminables. Tal vez, habrá sido entonces cuando sus ansias de misterio, impregnadas con las predicciones de las runas y purificadas por las fosforescencias de la aurora boreal, se mimetizaron con aquellos paisajes.
Después del encierro forzoso debido a la pandemia y dada la creciente enfermedad de mi compañera de treinta años de vida, la poeta Liliana Estévez, sentí que durante ese lapso conflictivo circunstancias insospechadas e irracionales nos habían arrojado —a ella y a mí, y muy a nuestro pesar— hacia aquellos laberintos germánicos. En consecuencia —participantes involuntarios de un pase de magia—, de pronto nos hallamos a merced de las tormentas, roídos desde la aridez de aquellas planicies, sumergidos bajo las aguas hirvientes de Islandia.
En completa soledad, recurrí al inesperado hilo de Ariadna tendido por Borges para atravesar la desolación.
Los poemas reunidos en Después de Reikjavik han sido o pretenden ser la resultante de exorcizar primero y cristalizar más tarde aquellos dolorosos episodios.
Después de Reikjavik
Nunca supe cómo llegué a Reikjavik.
Debió de haber sido por alguno de esos viajes inconscientes
que emprendemos cuando soñamos
o cuando sufrimos.
Recuerdo las fumarolas,
las humaredas de calor hacia el cielo.
El automóvil quedó a un costado de la ruta descompuesto,
escarchado bajo las nubes explosivas,
revueltas por los vientos del norte.
Las montañas lucían áridas
como los corazones de los osos polares.
Me amparaba del frío
la blancura límpida, inmaculada del eco de tu voz
flotando contra la llanura.
Yo esperaba descubrir más allá del horizonte
las luces verdes,
ondulantes y laminadas de la aurora boreal.
Aunque me habían advertido
que las más impactantes sólo aparecían
sobre los glaciares
durante las noches interminables.
Mientras caminaba hacia Thingvellir
para no extraviarme,
yo elegí el sendero marcado
por las huellas de los zorros.
Temía caer en alguno de los géiseres vertiginosos,
hirvientes,
diseminados por todas partes
como agujeros surgidos desde otra oscuridad
esa que nunca me atreví a enfrentar.
Los arbustos, la gramilla y las flores
cargaban el peso del viento helado
sin pájaros
sin otra vida más que la del océano
a lo lejos
deshaciéndose poco a poco contra las rocas sucias.
A través de esa llovizna creí ver
las garras absurdas del odio de tus hijos
lacerarte y avanzar curvadas
desde vos hacia mí
con tu sangre goteando todavía inocente.
Jamás sabré cómo llegué a Reikjavik.
Debió de haber sido
en algún momento de desorientación.
O quizá, fue porque no quise oír
las ululantes señales rojas de la discordia.
O tal vez, pudo haber sido
porque emprendí uno de esos viajes
que se proyectan cuando amamos
o cuando no sabemos ya cómo olvidar.
Acaso dentro de milenios, las vertientes arrojarán
sus fuegos líquidos sobre la llanura
cuando el tiempo y los seres humanos
decidan reconciliarse en Reikjavik
y así liberen -junto con la llegada del verano-
el verdor de los bosques.
Niza
Era uno de esos días donde los restos de las sombras
se evaporaban bajo el sol.
Los bañistas y algunos veleros blancos
flotaban sobre el mar azul.
Una gaviota se hundió en busca de presas