Destellos bajo el agua - Osvaldo González Iglesias - E-Book

Destellos bajo el agua E-Book

Osvaldo González Iglesias

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Beschreibung

La fuga vertiginosa en busca de solidez lleva a un joven a cruzar la frontera mexicana. Manhattan envuelta en las corrientes musicales lo arrastran junto con un grupo de amigos a sumergirse en una atmósfera que parece arrastrarlos al descontrol, al caos. La novela transcurre en tiempos difusos y paralelos en tres zonas determinadas: la ciudad de Buenos Aires, la política, la dictadura, la orfandad; Monterrey (México) la extensa frontera minada de eventos trágicos, y la ciudad de Manhattan (Estados Unidos) en donde la vida fluye imprecisa, cemento y plástico, su vertiginosidad parece representar la liquidez que solo la música confronta para establecer algún tipo de solidez, algún tipo de esperanza. Un mundo paralelo en donde la psiquis se expande en una nueva forma de sentir, de pensar, de trascender, la droga es el refugio y la pesadilla. Las incógnitas que encierran el accionar político y las consignas que llevaron a tantos jóvenes a la muerte, en busca de solidez, ante la necesidad de darle un sentido a sus vidas. No se trata de ideas, solo es un juego con la muerte. El autor escarba en los individuos pretendiendo desmenuzar la esencia del Ser, sus combates con la razón y el empalme con la demencia. El sentimiento del fracaso, la búsqueda de la sustancia, el amor, la amistad, la traición. El tiempo es difuso, los hechos a veces transcurren en simultaneidad, los lugares son indefinidos y los personajes volubles. Una trama hilvanada con el suspenso que nos lleva página tras página a ir develando el destino de sus personajes, de sus historias con distintos e inesperados finales.

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Osvaldo González Iglesias

Destellos bajo el agua

Ensayo sobre la solidez

González Iglesias, Osvaldo Destellos bajo el agua : ensayo sobre la solidez / Osvaldo González Iglesias. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3066-0

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

CAPÍTULO 1

Dos años antes; Buenos Aires.

Tiempo después, Texas.

Tiempo Después. Manhattan.

Siempre vuelves

Meses antes, D.F. Monterrey.

Tiempo después frontera México Estados Unidos

Antes Monterrey.

En la actualidad, Nueva York, Manhattan.

Momentos antes. Manhattan.

Días atrás

Tiempo atrás Provincia de Buenos Aires.

Tiempo después, luego del recital, Manhattan.

Unos días antes. Manhattan.

Antes del recital. Manhattan.

Tiempo después Brooklyn, Nueva York.

Tiempo atrás, Manhattan.

Tiempo atrás. Conurbano bonaerense.

Tiempo antes, Conurbano Bonaerense.

El recuerdo

Tiempo después

CAPÍTULO 2

Tiempo atrás, en el conurbano bonaerense.

Tiempo después, Buenos Aires

Tiempo después. Frontera Norte de México, frontera Sur de Estados Unidos.

Mientras tanto, el Sur de Texas.

Tiempo después. Manhattan.

Tiempo antes New Jersey.

Tiempo antes, Manhattan.

Tiempo después.

Días después.

Mientras tanto

Tiempo después

Días atrás.

Al día siguiente.

Mientras tanto.

A los pocos días.

A los dos días

Mientras tanto.

Tiempo antes, Conurbano bonaerense.

Manhattan tiempo después.

Tiempo antes Provincia de Buenos Aires

CAPÍTULO 3

Tiempo atrás.

Tiempo atrás.

Tiempo después

Esta ciudad. Este tiempo.

Días atrás.

Destellos que regresan. Tiempo después.

Días atrás. Manhattan.

Minutos después.

Minutos antes.

Ahora.

Tiempo después.

La noche del mismo día.

Tiempo después Buenos Aires.

Tiempo antes Ciudad de Monterrey, México.

Tiempo después. Buenos Aires

Tiempo atrás. Monterrey México. Buenos Aires.

Días después.

Unos días después

Supremo sufrimiento, suprema esperanza.

Hoy

EPÍLOGO

En memoria a quienes no se conforman, a esos que buscan otro camino, cambiar el mundo, contra todos aquellos que nos arranca la razón de ser, nuestra plenitud, nuestra capacidad de darlo todo.Por quienes a pesar de la densa y grumosa superficie logran ver los destellos bajo el agua.

CAPÍTULO 1

Dos años antes; Buenos Aires.

El bar Sur de Constitución a esa hora de la mañana yacía misteriosamente desierto. La gente había cruzado la terminal del tren para llegar a su trabajo, algunos que otros transeúntes atraviesan aun la plaza, se ven a los vendedores ambulantes ofrecer su mercancía, mientras existe alrededor del lugar una discreta presencia policial, otros observan desde las esquinas. La caja grande de fósforos “Las tres calaveras” sobre la mesa indica la presencia de Isabel, también estaban Carlos, Miguel y yo de su lado, juntos charlamos sobre la situación política, pensábamos en las tareas posibles y urgentes, la distribución del material, la reunión con los compañeros de Bagley y Canalé, el encuentro ampliado del sábado en Longchamps. Acordamos un encuentro con los compañeros de la regional. Miguel y yo somos ferroviarios, Carlos metalúrgico, Isabel, mi novia, Técnica Dental. Carlos baja línea, es el responsable barrial, moreno de pelo duro azabache, nativo, robusto, su familia también era obrera, hacía un culto de su condición social, tiene una sólida preparación intelectual, propia de un hombre de izquierda, aplicado lector de poesía local, romántico e idealista, creía decididamente en la capacidad de la clase obrera para reagruparse y conducir el proceso hacia la recuperación de la democracia, para luego conducir el curso de los acontecimiento hacia el socialismo, nosotros quizás su vanguardia, quizás sencillos acompañantes de este proceso, no entendíamos muy bien cómo y cuándo iba a suceder todo eso, pero en realidad no nos importaba mucho. Vivíamos nuestras vidas con entusiasmos y con una dilatada y persistente esperanza. Solíamos disfrutar de un ambiente que sentíamos lo envolvía todo. Una atmósfera ideal de amor y de lucha, de esperanza y heroísmo. Creíamos ser parte de un proceso que definimos como inexorable y que protagonizaríamos.

Mientras Carlos hablaba y Miguel interrumpió con sus habituales futilidades, tres helicópteros bajaron repentina y estruendosamente sobre la plaza, simultáneamente, más de diez carros de asalto rodearon el perímetro desplegando más de doscientos efectivos de fuerzas conjuntas entre el ejército y la federal, cargando todo a su paso. Se dio término a la discusión, Miguel quedó con el yo colgando de sus gruesos bigotes y nos fuimos alejando, cada uno por su lado. estábamos prevenidos que podía suceder, Carlos soltó una clave que anunciaba nuestro próximo encuentro. Tome la pequeña mano de Isabel y nos sumergimos en el primer Roca Diésel al sur con la intención de perdernos en las entrañas del conurbano, nuestro refugio más querido, nuestro lugar más oscuro, en donde los muros, esquinas y zaguanes parecían murmurar rebeldía, complicidad. Estábamos en el mes de mayo del año 1976.

En el mismo bar nos encontramos un año y medio después Isabel, Tito y yo, ambos queriéndome convencer que me quedara, que tenía un compromiso con el partido, con el pueblo, con esta causa, con todos mis compañeros. Nada me perseguía, en nada de eso creía firmemente. Isabel me miraba por momentos con ternura, por momentos con malestar, estaba por dejarla e irme lejos. Supongo por su cabeza círculo en un ritmo frenético los recuerdos más queridos, sobre los cuales seguramente coincidimos. Nunca le negué de mi viaje, pero ella siempre se opuso. Una vez instalado la llamaré, pero ella veía imposible viajar tan lejos y alejarse de los suyos, muy apegada a su familia, me decía entonces. No existía fuerza humana que me detuviera, la quería, quería a mis compañeros, juro, quería a mi barrio y a mi gente. Un profundo sentimiento de nostalgia me dominó cuando me marché, a pesar de eso sabía, que ya no había retorno. Tengo que confesar, no existía amor que me retuviera, ni afectos, ni trabajo, ni familia. Sentía una profunda asfixia, y no era por mi situación de asmático, percibía el futuro, y entendí que para mí acá no había más futuro. La dictadura se consolidaba, teníamos por delante varios años de oscuridad. Nunca me creí necesario, por eso jamás me sentí un traidor, nada me importaba, mi avión salía con destino a México de ahí como pueda, verá, a EEUU, no tenía visa, pero debería encontrar la forma de cruzar la frontera, ya no podía volver, no tenía otra opción.

Camilo nunca se sintió cómodo, creía en sus compañeros, no en el aparato, en los que enfrentan la vida poniendo el cuerpo, no en quien escribía los panfletos. Si en aquellos que transita las calles todas las madrugadas rumbo a su trabajo, en Isabel, en ella creía, solo que Isabel no creyó en él, no creyó que volviera a buscarla como sucedió, no le creyó que su relación no se consumía en un espacio acotado de amigos y política, en interminables viajes de tren, en algún libro o película a fin. Quizás tenía miedo de quedarse sola, quizás no podía más y también pretendía escapar, pero no se animaba a dejarlo todo atrás, o quizás nada de eso fue así y solo se sintió un cobarde que la dejó abandonada en medio de un país a oscuras, perdida en un lejano suburbio de Buenos Aires, huérfana de esperanzas y sumida en la incertidumbre de un destino posible.

Camilo se quedó callado, solo se escucha en el bar el reclamo moralizador de Tito que con absoluta buena fe le pedía que se quedara, ahí, en ese momento, Camilo noto que Isabel ya estaba derrotada, se advertía en ella la fuga a su interior, abstraída de la charla, entendiendo que no valía la pena seguir insistiendo, ese fue el momento oportuno, aprovecho y se escapó, huyó, entendió que era su oportunidad, no midió dolor, no imagino en ese momento la tristeza que vela esos ojos , grandes e aluminosos de Isabel, se fue, para entender luego, que también era doloroso dejarlo todo atrás, que más desarraigo que mudar tu pasado reciente al baúl de los recuerdos, quien quedó solo, quien se sintió culpable, solo quería huir y se fue.

Tiempo después, Texas.

Desde el sur del estado, el avión bimotor se dirige a Ladero, cruzando los grandes descampados en donde se advierten estructuras metálicas que expulsan desde sus alturas gruesos chorros de fuego que caen en la arena calcinada en fragmentos luminosos. El desierto texano se manifiesta en toda su luminosa expansión. El avión pequeño, angosto de butacas estrechas, atendido por hermosas camareras que animan el viaje, de largas cabelleras amarillas, ejercen sobre los pasajeros una actitud intimista, insinuante, sus comportamientos resultan extraños para unas azafatas que en este caso parecían sobrepasar los límites usuales a su profesión. El cubículo de la nave se convirtió en un cabaret. Una de ellas se lanza sobre las piernas de un pasajero, mientras el resto se pasea luciendo sus cuerpos ajustados bajo estrechas faldas con movimiento exotico, mientras los vasos de whisky van de mano en mano por las butacas, un exultante pasajero subido de tono mete la mano en las nalgas de una de ellas, la rubia gritó, pero luego con suavidad retirar la mano del gordinflón a la vez que le dedicó una sonrisa de complacencia, de complicidad, más bien como parte de un juego predecible. El espectáculo es entretenido, tengo que decir, pero extraño para un nimio como yo, es evidente que las azafatas tienen expresas instrucciones de lucirse agradable, los pasajeros, sus clientes, en su mayoría, hombres del negocio petrolero, o prósperos comerciantes, salen satisfechos.

Estábamos en EEUU donde las empresas compiten por la clientela y los recursos no escasean para conquistarlos, las azafatas disponían de una técnica que explotaba los límites del pudor. Ajeno a esa fiesta me concentré en mi travesía, en Laredo me esperaría un vuelo a New York con escala en Chicago.

El vuelo hasta el aeropuerto de Laredo no llevaría mucho tiempo, los pocos libros que cargue en Monterrey quedaron en mi valija no tuve la precaución de separar alguno para el viaje, no llevaba bolso de mano, solo algunos folletos publicitarios que fui recogiendo por el camino y que amontone en los bolsillos de la campera, tomó algunos de ellos dado que, por el contrario, como debería ser, las butacas de la nave no tenían folletería o revistas de viaje. Tengo que reconocer que el diseño de estas publicidades era originalmente asombroso, no solo por la cantidad de gráficos, colores, detalles y textos muy prolijos, sino también por su composición que destaca con claridad la información básica, por eso es que todo aquello que me atraía y que creía pudiera ser información útil lo iba guardando. La primera ocasión en la que los recogí fue en el aeropuerto de México, aunque son folletos escasos de colores, de tono más opaco, se concentraban en publicitar las virtudes de la ciudad, sus postas históricas, sus museos, centros culturales, etc. En la Plaza de Monterrey en una de mis caminatas, también recogí información turística que suministraba una parada móvil del municipio. La otra fue en la frontera en un comercio de productos regionales, y así sucesivamente, hasta que mis bolsillos se llenaron de estos folletos. En general eras dípticos o trípticos, hoja oficio o carta, en su interior se iba desdoblando información que como una muñeca rusa de mayor a menor despliegaba un universo de posibilidades al alcance de la mano.

Mientras me entretenía con esta absurda observación, el avión comenzó a descender, de pronto, una azafata rezagada del resto, mientras se dirige a su butaca para asegurarse, ante la abrupta maniobra de la nave, cae sobre mí con su poderoso trasero rozando mi nariz para terminar depositada sobre mi falda, tengo que decir que tenía un perfume encantador. Los folletos volaron por el aire, desparramándose sobre la alfombra que cubre el piso metálico de la nave, con las disculpas del caso, la mujer se levanta suavemente sin intentar recoger los papeles dado que ya no le quedaba tiempo, yo como es de suponer, ni me moví, intento disimular mi erección.

Cuando el viaje concluyó, las camareras de abordo nos despiden de a uno en la puerta de descenso, sus caras expresan el cansancio y como última mueca esfuerzan una sonrisa que parecía anunciar también en ellas el hastío y resignación, ya sin brillo; algunos obesos texanos encantados con la experiencia les extienden sus tarjetas que agarran con compromiso, ellos saben, más que nadie que todo es una puesta en escena. El mercado explota nuevas formas de comercialización y ellos eran solo conejillos de indias puestos a prueba y la prueba a primera vista parecía haber sido exitosa.

En el aeropuerto de Laredo no hay mucho público, traté de ubicarme en algún lugar que me mantenga oculto ante posibles agentes de inmigración, pero en realidad su gran salón carecía de recovecos, ni rincón, ni carteleras, solo en el centro un círculo de sillas provistas de pequeña pantalla de televisión, montada sobre cada una de las butacas dispuestas para los pasajeros. Las pantallas se encienden cuando se coloca una moneda en su ranura; me siento, colocó una de 25 centavos de dólar y el aparato se encendió mágicamente, simuló dominar la situación, aparento entender, mientras espero el anuncio de mi vuelo que, según el horario estampado en el boleto, estamos a punto de embarcar. Es el único vuelo previsto por la pantalla en las próximas horas, mientras me seguía preocupando la posible presencia de algún agente de inmigración que ante mi situación no dudaría en remitir a un calabozo y posteriormente de regreso a Ezeiza. De repente alguien toca mi hombro.

—You Smoke.

Tarde medio minuto en reaccionar antes que logre responder, ya se me había acercado al oído para decirme, ahora en español.

—Tu Fumas.

—No, no fuma, perdón.

Digo titubeante mientras amago levantarme, el latino (un mexicano seguramente) indiferente a mi reacción, ante la negativa a su pedido, se va sin saludar, decepcionado, supongo. Los latinos americanos de por estos lados se fueron instalando en una escala superior al resto de los de su comunidad, ellos se desenvuelven con soltura en estos lugares, pero ese aprendizaje que adquirieron con el tiempo no los posesiona en un lugar mejor, nunca dejan de ser latinos, pero inocentes creen haber establecido una diferencia con los nuevos, que como yo y tantos otros realizaremos nuestras primeras experiencias, es por eso que repiten, pero en este caso con reacciones caricaturescas, esa indiferencia hacia los recién llegados.

Ya no quería más sorpresas, solo espero su vuelo, los minutos se estiran sin remedio, y los nervios se tensan de la misma forma. De pronto ve movimientos a su derecha, un grupo de pasajeros aparecieron de la nada, y se dirigían con sus valijas hacia el otro extremo del salón, desde ese ángulo se ve asomar una azafata al pie de una puerta de vidrio, agudiza sus oídos, intento escuchas.

—flight to New York with a stopover at the Chicago address door once.

La nave comienza a carretear la pista, después de algunas maniobras despegó. La presión que ejerce la nave en su ascenso, nos impulsa hacia el esponjoso respaldo, fundiéndonos en él, las luces definen el nivel de tensión propio de un despegue, el aparato se estabiliza, volamos ya en modo crucero, el suave zumbido de las turbinas se aprecia como el único tono de fondo, un susurro que me adormece, hasta que la azafata me traía la cena, la observó sin que note mi particular curiosidad, pelo rubio recogido, simpática pero distante, gentil pero decidida, toda una profesional, me acomodo tomó la bandeja, y devoró el menú. ¿Qué nos queda? Dormir es un viaje de siete horas.

A lo lejos un amontonamiento de lucecitas revela las ciudades que dejamos atrás, por momentos solo oscuridad, en la profundidad de la noche pequeños filamentos blanco daban la magnitud de esa hondura, del vacío que las olas del golfo dejan expuesta mientras se agitan contra la bahía. Quiero descansar, mi cabeza no se detiene, se mezclan en ella múltiples sensaciones que estimulan mi ansiedad, se va hacer difícil dormir. Cuando uno anda un camino y llega a una de sus vertientes, es inevitable trazar su itinerario, y en ese recordar uno toma real conciencia de su magnitud, la vida fluye y los acontecimientos devienen intempestivamente, están ahí solo hay que sortearlos o asumirlos, para ello basta un poco de audacia y mucho de inconsciencia, lo peor sería no caminar, lo peor es quedarse quieto.

Desde la cabina, el capitán comunica el descenso en el aeropuerto J.F.k. de Nueva York, escuchó ahora sí con suma claridad, me iba acostumbrando a su metálico sonido, a mi lado el acompañante de butaca, se ajustó el cinturón, entendí que se aproximaba el descenso. La nave pega un giro hacia la izquierda intentando colocarse en dirección a un extremo de la pista asignada. Mientras comienza el descenso, las azafatas se ubican en sus asientos aferrándose con los cinturones que la sujetan, observan con una congelada sonrisa a los pasajeros que acompañan el ritual. Se escuchan las aletas del freno abrirse, el avión se sostiene por segundos sobre el vacío, sin definición, para que unos segundos después retome su impulso para volver a elevarse, se nota por como la pista queda atrás, que existe alguna razón que impedía su aterrizaje, las aletas del freno se cierran, los pasajeros parecen ahora tensos, murmuran algo. La nave pega un nuevo, pero más brusco giro ahora hacia la derecha, se alinea y comienza a descender, las aletas se abren y con brusquedad sus aletas ejercen la fuerza que frena la nave y nuestros cuerpos son presionados hacia las formas copuladora de las butacas. Desciende, se ve acrecentar velozmente el tamaño de la superficie de la tierra que viene a nuestro encuentro, hasta que, en un suave estruendo mecánico, su tren de aterrizaje se habré para hacer contacto con la pista, uno, dos, tres toques chis chirriantes hasta que la gran estructura metálica se posa sobre la extensa traza.

Una vez en tierra, comencé a ver como dos vehículos de remolque se aproximaban hacia nosotros, lo acompañaba por detrás lo que pareciera ser un camión cisterna. La nave se acomoda en su hangar, debajo de una vidriera llena de individuos que observan, quizás pasajeros en tránsito, no había a la vista nada que pudiera inquietarnos.

Fui recorriendo los pasillos interminables y atestados de pasajeros, en este aeropuerto los vuelos son casi todos locales, no tenía que cruzar ningún control migratorio, dado que provenía del interior del país, pero los hombres de seguridad observaban cualquier situación que pudiera resultar extraña, aún corría riesgos. Estos agentes de migración miraban todo con suma atención a la pesca de ilegales. Ya próximo al área de arribo me mezclo con un grupo de pasajeros que desembarcaron de otro vuelo, quienes venían charlando con animosidad, distraídos e indiferentes a su entorno, con la intención de confundirme entre ellos, pase, entre, ya en la calle sentí, como es de suponer un gran alivio, era de noche, una noche fría, solo traía una campera liviana, estamos en otoño, las luces del aeropuerto iluminan el cielo, lo que impide ver las estrellas; por momento cuando la luz amaina, a medida que me alejo del centro de la acción: un embotamiento de nubes entre grises y negras lo cubren todo.

La gente transita con urgencias, con bizarría, tienen la vista puesta en sus valijas, en el taxi, en la calle, en todo lo que confronta a su paso, y requería de sus servicios, se concentra solo en todo lo que le resuelva sus premuras: llegar a su destino, por eso andan con los párpados caídos.

Los taxis se amontonan en la terminal, cargan valijas y se internan por la ruta hacia la ciudad, nadie descuida su rutina, no prestan atención, circulaban con curso fijo, menos yo, parado en el borde de la acera, impávido, carecía de fuerzas, agotado y por alguna razón que no entendía aun: decepcionado.

Un bus en cuya marquesina luminosa define su destino: Manhattan, carga a sus últimos pasajeros, logre subir cuando está a punto de partir, el conductor malhumorado está obligado a detenerse al percibir mi señal, me habré la baulera para que yo deposite ahí mi pobre equipaje, sin tiempo a reaccionar. El Bus cruza el puente, se ve la ciudad: grandes moles de cemento constituyen su monstruosa escenografía.

Tiempo Después. Manhattan.

Aunque no eran los suburbios, el departamento escasea en recursos, escalones empinados, estructuras de madera, despintados, dibujos en grasa que decoran pisos y paredes, ventanas pequeñas, dos estrechos ambientes, una cocina con muebles pequeños embutidos, escasas tres sillas y mesa de fórmica marrón, en el centro de un espacio de dos por dos, un cuarto pequeño desde donde se filtraba la luz del atardecer en poniente sobre el margen del río, una cama de una plaza, velador de pantalla amarillenta descolorida, sobre una mueble diminuto y extraño de formas irregulares con una cajonera que se resistía a ser abierta. Este lugar es donde uno debe establecer su vida, dos ventiladores, uno en cada ambiente colgando del techo que producían al encenderse un chirrido regular, persistente, por su eje gastado se balanceaba de izquierda a derecha generando por las noches un efecto fantasmal por reflejo de la luz del velador.

—Te conseguí un departamento flaco, una ganga.

Dijo Fernando, ya no me podía seguir quedando en su casa, había estado con su familia, todo el invierno.

Camilo no era pretencioso, además la situación no se lo permitía, solo busca en ciertas cosas la fuente del placer, en general, en sus libros, recuerdos, en un buen disco, si no tiene nada de eso, en estos días, los ojos de Isabel ayudaban, la representación de su perfume, hacía que resurgiera su imagen. Se acostumbró a poco, “cuando vivía con mis padres, compartía la pieza con mi hermana, nunca tuve un cuarto propio, no puedo decir que no era feliz, uno lleva a cuesta esa felicidad, una construcción que se establece en tiempo y espacios diferentes”, solía decirle a Isabel en la pequeña plaza de Adrogué donde solían ir cuando no tenían ni para un café.

Di el okey y marchamos en su viejo Ford.

Es un cuarto del primer piso, de un segundo cuerpo, ubicado en Jersey City – un barrio con aspecto pueblerino, de emigrantes cubanos que le dan a este geografía un aspecto peculiar, en sus edificios y ornamentaciones predominan los colores intensos y cargado de detalles, farolas, cafés y santerías completan esa cuota típica que imagina una comunidad desarraigada de su ámbito, en donde que construyó un simulacro de vida, colgada al recuerdo, suponiendo un retorno imposible que se sostiene sobre la melancolía de una forma de entender la vida que ya no existía.

La ciudad de Jersey City del Condado de Hudson del estado de New Jersey, próximo al río Hudson, puerta de entrada por el este a la ciudad de Manhattan, atravesando el túnel Lincoln.

El calor es agobiante e intentaba creer que este lugar podía refugiarme, la puerta de entrada contaba con dos cerraduras que al abrirlas produce un chirrido en sus bisagras por la grasa seca y lo rustió de su mecanismo. Ellas y yo no podemos compartir el mismo espacio, cuando llego salen espantadas hacia sus rincones, huecos, o sumideros, con milímetro precisión, huyen de mí, luego de recorrer reinas absolutas todos los espacios posibles del minúsculo cuarto para recoger restos de comida, dando rienda suelta a sus incognitos placeres, algunas despistadas, retrasadas del resto caen bajo la suela de mis zapatos, culminando su existencia en medio de un charco amarillo, pegajoso y nauseabundo, las cucarachas son esas sobreviviente a todos los tratamiento que el hombre intenta implementar para reducir su invasión en el medio del calor y la mugre. Las cucarachas son parte de un organizado y multitudinario ejército de invasores, penetran por las hendijas de los pisos de madera, sobre los tirantes que sostienen la estructura del subsuelo, por las cañerías, desagües, cloacas que convergen hacia la ciudad, las autoridades dan recomendaciones, tapen hendijas, no dejen comida cerca, etc. Nada funciona.

Ellas conocen todos nuestros trucos crean nuevas opciones y ahí están, apenas abrís la puerta del departamento la vez volver a sus trincheras triunfantes por la nueva batalla ganada, una por vez, día a día, son dueñas de tu espacio, comparten tus cosas, tus vasos, tus platos, el cepillo de dientes y cubiertos, recorren sus sábanas, ojean tus libros, aprenden a conocerte y a prever tus próximos movimientos. Están atenta en la oscuridad a todos tus movimientos, En fin, ellas son el enemigo más íntimo, siempre vuelven, coordinan su acción, regresan de a miles por las cañerías que unen a estos barrios, a cada manzana, a cada edificio, a cada departamento, invadiéndolo todo, en su infranqueable e impertinente presencia.

Camilo sabe que en la vida pasan cosas que no tienen explicación lógica, como es que alguien puede estar tranquilo al saber que, bajo su cama, entre las paredes, la alfombra, la cocina, entre los utensilios, la cucaracha deambula de a cientos sin que nosotros padescamos un estado de perpetua repulsión.

Alberto es argentino, un argentino en un barrio lleno de cubanos que se va adaptando a sus costumbres, alejándose de apoco de las propias, por eso se lo veía todas las tardes en uno de los restaurantes de la zona, aprovechando su intervalo del trabajo para almorzar. Arroz frito y frijoles, huevos revueltos y mucho aceite para freír conforman el menú central. Cuando Camilo llegó para solicitarle auxilio por los padecimientos que estaba afrontando con los despiadados insectos se lo encontró junto con otros dos individuos discutiendo acaloradamente, por supuesto el tema era la Cuba de Castro y los vaivenes del gobierno demócrata que no llevaba el embargo a los extremos necesarios para hacer caer al régimen. Alberto era uno de ellos, cargaba sus consignas a cuesta y replicaba sus enojos y respingos.

Camilo se animó a interrumpir las agudas reflexiones y con la premura de la circunstancia interpelo a Alberto, quien sin mirarlo escucha, con la vista fija en su plato de arroz a la cubana.

—¿Jefe tiene algún insecticida efectivo para las cucarachas?

Gira su cabeza hacia Camilo desconcertado por la extraña pregunta, ocasionando esta brusquedad un cierto desplazamiento de su peluca hacia la frente, pareciera que Camilo, redescubrió su rostro, aunque muchas veces le llamó la atención sus desproporcionadas facciones, quizás ese giro, despertó en él una nueva curiosidad, suficiente como para notar exagerados surcos en su frente, párpados hundidos, ojeras marcadas por las noches en vigilia, antiguos rastros de viruela, en un rostro pálido de quien no soporta la luz del sol. Sus ojos como globos inflados, le dan un aspecto de acentuada exaltación. De pronto dejó salir livianamente un eructo con olor a ajo que revolvió el estómago de Camilo, quizás fuera el fuerte tufo del arroz a la cubana o el calor pegajoso mezclado con el ambiente a frito del lugar, o el suponer a las cucarachas deambulando sobre sus cubiertos, dejando pequeños e imperceptibles rastros de materia excremental sobre todo los enseres, desde el centro del estómago suben hacia su garganta un sabor agrio que de no contenerse harían que vomite sobre la mesa.

—Solo tengo para ratas, las cucarachas no son un problema.

Camilo no insistió, se pido un café, necesitaba poner algo agradable en su garganta, la charla entre ellos continuo, sin fin y sin retorno, como girando dentro de un círculo acordado previamente por no se sabe quién, quizás por todas las circunstancias que dan razón a sus existencias, como en un permanente retorno de lo mismo, es decir como alguien que construye discursos, teorías, verdades dispuestas para su eterna repetición por fácil, por simple, por predecible, incapaces de tomar otra dirección, consumiéndolos en la nada.

La tintorería estaba cerrada, a través de la vitrina se ven las prendas colgadas sobre sus perchas suspendidas de los rieles ajustadas al techo, el local a oscuras, a lo lejos se distinguen los bultos de las máquinas costureras. Qué distinta esta imagen a la de todos los días, ¿porque será que ante la ausencia de la figura humana la cosas parecen muertas, suspendidas en el tiempo, carente de sustancia, fantasmas?

Alberto era el jefe de Camilo, dueño de la tintorería, el primero que le dio una oportunidad de trabajo apenas pisó la ciudad, por recomendación de Fernando que ya lo conocía, no tenía muchos empleados todos son ilegales, colombianos, argentinos y ecuatorianos. No me olvido – pensó Camilo la tarde que llegó emigraciones al negocio, desde el fondo sobre mi plancha a vapor vio entrar tres hombres de traje, Alberto se puso nervioso, parece querer entretenerlos. Seguramente alguien realizó la denuncia. La colombiana Carmen desaparece escondiéndose debajo de la mesa de cortés, Juan el dominicano se mete en el baño de mujeres, el más cercano, tirando en su huida un manojo de prendas que llevaba a cuesta. Desde mi rincón pasaba desapercibido, mientras Marta pretendía salir a la calle haciéndose pasar por una clienta. Nadie quería ser deportados, significaba para nosotros perderlo todo, de ser descubiertos seríamos en pocos días enviados a nuestro país de origen previo proceso judicial sumarísimo, eran los riesgos que teníamos que correr, pero bueno ese día no paso nada, Alberto los despacho al cabo de una breve charla, que nunca supimos su contenido, estábamos no solo felices, sino infinitamente agradecidos con el argentino,

—No pasa nada, sigan trabajando.

No salíamos aun de la zozobra, poco a poco cada uno fue emergiendo de su cueva, emigraciones nunca nos abandonaba cada tanto se presentaban situaciones que nos ponían al borde de la cárcel. Pero nunca sucedió.

(opción)

Los hombres de emigraciones entraron al local y se dirigieron hacia el fondo, Alberto no estaba y ninguno de los que los vio llegar hablaba inglés, pero si alguno pudiera llegar a decir alguna palabra en el idioma local el miedo lo inmovilizaba, esos hombres ocasionaron aprehensión, al descubrir que todos estábamos indocumentados nos comenzaron a subir a los patrulleros que habían convocado por radio cuando descubrieron que el operativo era un éxito, a mí me subieron casi al final, estábamos perdidos, los dominicanos lloraban y Marta solo miraba con ironía, con amarga resignación. Argentina no era una opción.

Recuerdo la noche en que desde atrás de un taxi un hombre identificándose como policía comenzó a pedirnos documentos de a uno. Estábamos pegando afiches que denunciaban a la dictadura militar Argentina. Por suerte los dos primeros del grupo, Pablo y Gloria tenían su documentación en regla, eso le bastó para ordenarnos volcar el pegamento y marcharnos luego de algunas advertencias, en ellas nos describió los atributos de la democracia y la limitación de nuestros derechos. Obedecimos y nos marchamos, yo era el tercero de la fila, siempre como en este y muchos otros, por esas cosas extrañas del destino, lograba zafar.

Siempre vuelves

Cruzando la avenida de la Reforma en la incestuosa ciudad de México, descubrí el encuentro con la vida. La veo parada en el parque con sus párpados curvos, los ojos destellantes y su blusa naranja desdoblada sobre la falda ancha y colorida, tonos rojos, verdes y naranja, dan tono a su fulgor, o quizás sea, sólo tonalidades imaginadas por el recuerdo, o la luz del sol que se esfuerza por atravesar el abundante follaje de los árboles del mediodía para llegar a resplandecer sobre su cabellera azabache provocada por la luz incandescente, filamentos punzantes de un imaginario destello. Entonces, sus manos sostenían un libro en el que se simboliza su país, su historia, momentos que se entrelazan con su raza, rasgos en su piel moreno, lozana, deslizándose hacia el centro de su pecho, de su vientre, de su estirpe, todo eso, daba sentido a las cosas, apego a la vida, ganas de identidad, de compromiso, no se solidez.

En ella se anida lo incognoscible de esa tierra, sus representantes, sus más extraños secretos, sus irreconciliables enfrentamientos y sobre todo la síntesis de un destino que persiste en repetir sus fracasos como un devenir inexorable.

Cuando te enfrenté, luego de haber pasado tiempo observándote, temeroso, en ese mismo lugar en donde me deslumbró tu brillo, aquella primera vez, descubrí que ya no eras la misma, me alcanzas el sobre marrón, mientras se dibujaba en cada ínfimo detalle de tu rostro, de tus ojos, él inminente desenlace. Anduvimos juntos por las calles hartas de luces pálidas y árboles florales, explorada a través de tu epidermis, de tu melancolía perpetua, ciudad sumida en la violencia, la que arrasó con tu inocencia. Fue entonces en donde nuestro destino comenzaba a bifurcarse; noto por ello al llegar a nuestro destino, como se me diluía en el pecho lo sólido que había dado sustento a mi titubeante regreso.

Meses antes, D.F. Monterrey.

Llegué al aeropuerto de México una tarde lluviosa, aunque tenía una sola y pequeña valija el personal de aduana se ensaño con ella. La desvencijo completamente desparramando mis prendas por el mostrador, lo que me llevó un buen rato recoger los trastos, el personal carecía de modales, descubrí tiempo después que existía una mala predisposición hacia los argentinos. En esa época muchos emigraron a este país, el Distrito Federal se transformó en receptor de la mayoría de los militantes políticos que huían de la dictadura, a algunos se les concede asilo político, otros solo llegamos huyendo, yo entre ellos, entraban con una visa de turista para ya no volver. Luego de traspasar el control con los inconvenientes mencionados, me tomé un café en el bar de la terminal, antes de subir al micro rumbo a Monterrey, creí merecer un respiro, el intervalo fue muy breve, el micro ya partía, me compré un diario local y me puse a leer los titulares, mientras toma la ruta federal.

México es un país muy politizado, y el distrito federal el centro de los principales conflictos políticos. Teníamos por delante un largo viaje hasta esa ciudad fronteriza. Un viaje difícil, incómodo, por tierra, por tramos muy atiborrado de pasajeros, algunos parados, otros ubicados en pasillos y escaleras, en la primera parada me compre un emparedado de jamón y queso, que, aunque no lo solicites, lo condimentan con abundante picante típico de este país, la boca me ardió por el resto del recorrido. Llegue a la ciudad.

Era una noche calurosa, sentís que el polvo que circula por la atmósfera se pega en la piel. El aroma de los fritos y el tufo a picante impregnan el aire. La soledad se hacía sentir, uno intenta conversar con cualquiera predispuesto a hacerlo. Tomó un taxi y le di la dirección de mi destino. Una familia oriunda de esta ciudad que tiene pases de entrada a EEUU me ayudaría a cruzar, por problemas del pronunciamiento tardé tres días en encontrarlos, mientras tanto deambulaba descubriendo un mundo, para mi exótico.

La gente suele andar de paisano, sus vestimentas coloridas enriquecen una escenografía plagada de vida. Algunos hombres con sus guitarras y sus sombreros charros sobre sus cabezas o colgados de su cuello, improvisan una chamarrita. Las mujeres faldas anchas y trenzas en sus cabellos, con un andar altanero parecieran orgullosas de sus modos. Las calles llenas de puestos ambulantes, ofreciendo artesanías y comida local, los tacos con frijoles es su comida más tradicional, untada con mucho picante.

La curiosidad me arrastra hacia lo que creo son los suburbios de la ciudad, los luctuosos rincones en donde la noche parece resguardar su rostro, aunque menos expuesta, supuesta por todos, de un México que no puede esconder su naturaleza. Lugar en donde el alcohol y las mujeres dejan fluir un entramado que anuda la frustración de un pueblo que alardea de sus glorias. La música suena fuerte y ensordecedora, las chamarritas se sucedes sin fin y las mujeres recorren la mesa ofreciendo sexo. Un espectáculo en vivo que le aporta al lugar su toque bufón necesario para que el cuadro se complete. Este cuadro visto desde mi perspectiva, pareciera representar las históricas pinceladas de Rivera quien dibuja cuerpos entrelazados en una perspectiva ascendente, acá sin embargo, se daba una traza también ascendente, pero hacia el escenario, ya no en una acción de lucha, como intentaba representar el gran pintos azteca, sino en ocaso, los infaustos actores de esta escena se ensalzan al sentir unas nalgas celuliticas ya en derrape de una mujer madura que en sus actos finales gargajear una melodía sibilina, y que constituyen sus últimos esfuerzo para conformar a un público que a esta altura no entendía ya demasiado lo que ocurría. El amanecer descubre rostros de origen nativo desfigurados por el alcohol, estructuras corpóreas destartaladas depositadas indemnes en la vereda del boliche. Cuerpos que intentan recomponer su armonía perdida, para luego encajar en una ciudad, la de Monterrey que rinde culto a sus héroes y tributo a su raza.

Por cuestión del azar logré dar con la dirección, luego de andar varios días sin suerte. El taxista no entendía mi pronunciación, yo no entendía la suya, ambos teníamos problemas con la “y”, mientras yo la pronunciaba a lo porteño “ye” ellos con tonalidad española, muy distante a la mía, aunque los dos hablamos el idioma de la madre patria no podíamos descifrar el significado y terminar de entendernos, hasta que, cruzando una avenida arbolada con canteros, veo a la distancia, borrosa sobre la pared de la esquina la calle que buscaba. “Goyena” ellos “Gollena”, (por el tiempo transcurrido no recuerdo si esta era la palabra de la discordia, pero si estoy segura que se trataba de esa letra) no lo podíamos creer que por un toque insignificante en el sentido de la pronunciación me pasé tres días deambulando por la ciudad sin saber cómo seguir.

—¿La familia Galíndez? Vengo de parte de su tío, don Gerónimo.

Gerónimo es dueño de un restaurante cubano en New Jersey, aunque de nacionalidad mexicano, Gerónimo era nuestro contacto en EEUU y su posibilidades de ayudar se limitaba a su familia de Monterrey quienes contaban con un documento que ellos denominan mica (plástico) con la que podían cruzar la frontera sin inconvenientes, esta ventaja la tienen pocos, algunos privilegiados que lo tramitaron justificando su uso y presentando garantías de su solvencia financiera, dado que son miles los mexicanos que intentan cruzar todos los días con consecuencias en general trágicas. Algunos son capturados por la policía fronteriza, otros quedan perdidos en el desierto durante días o se ahogan en las profundidades del Río Bravo, familias enteras diezmadas, mujeres vendidas como prostitutas, mulas o simple violencia, las organizaciones que se dedican a cruzar conviven con las bandas de narcotraficantes que operan en la frontera, muchas terminan muertas en las calles de algún pueblo puente de la frontera, nadie pregunta, a nadie le parece interesar, en ciudades como la de Juárez, existen cientos de casos de jóvenes de quince a veinticinco años, mujeres pobres que abandonan sus estudios, sus hogares con el propósito casi siempre trunco de lograr un trabajo decente.

—Hola te esperamos hace días, Camilo es tu nombre, ¿no?

—Si disculpen me perdí, gracias por recibirme.

—Yo soy Reinoso, ella es mi hermana Josefina y mi hermano menor Joaquín.

—Hola.

—Hola,

Camilo quedo conmovido por la hospitalidad, la casa, un caserón de época, con un inmenso zaguán, pasadizos que conducían a un patrio rectangular plagado de plantas, que funcionaba como pulmón de la casa, sobre cada uno de los laterales se accede a los cuartos, hacia el fondo el gran comedor, antesala a la cocina, de reja forjado con múltiples formas de donde se desprenden masetas colmadas de flores de varios tonalidades, un ambientes rebosantes de adornos típicos, cuadros familiares, manteles bordados sobre muebles de roble tallados con detalle de la colonia, las paredes de color purpura, mostaza y bordo, techos de tejas con armazones de madera y ladrillo a la vista, una casa de principios del siglo, restaurada con preciso detalle.

La mesa está servida, el padre en una cabecera, la madre en otra, sus hijos, dos de un lado y del otro yo con Josefina completábamos el cuadro, a esta altura me sentía incómodo, no sabía hacia dónde mirar, ni que decir, y con Josefina al lado, una hermosa morocha de trenzas largas sobre los hombros delgados y profundos, de ojos café que revoloteaban inquietos, me sentía observado, todo esto duro pequeños segundos hasta que el jefe de la familia don Maximiliano, hombre corpulento, de pelos negros a pesar de sus aparente cincuenta años, de cejas gruesas y mirada profunda, inquisidora e intimidante, manos grandes y curtidas apoyadas displicente sobre la mesa de roble, dijo:

—¿Cuenta gûey, como fue el viaje? Ponte cómodo y cuéntame ¿Te gustó lo que viste?

Esperaba una respuesta, todos quieran que diga algo, supongo sentían cierta curiosidad por este argentino fugitivo de su tierra, escuchar su tonada, simple entretenimiento, éramos de tan lejos, para ellos un tanto extraños, un lugar difícil de entender, pero a mí no me salía palabra, padezco la mirada de la morocho en mi mejilla, percibía su perfume, su aura, me distraía, me atraía y no podía disimularlo, hasta que siento caer la pesada mano de don Maximiliano sobre la mesa como en advertencia, o solo como un gesto de impaciencia.

—Ándale, cabrón cuéntanos.

—El viaje, bien... Bien, gracias, si esta ciudad es muy pintoresca, la gente es muy amable y conversadora. Me comí varios tacos, muy sabrosos, los frijoles marrones, todo muy picante.

Le conté porque tarde en llegar, el incidente con el nombre de la calle, algo sobre mi familia, sobre el país, que pasaba con los militares, porque decidí irme, que quería hacer en EEUU, hablamos en tono de política, era irremediable dada la situación y mi condición, algo conocían sobre lo que nos pasaba, sobre el peronismo, la gran incógnita para este continente, como un caudillo con pasado militar y golpista, amigo de Franco y de Stroessner era reivindicado por la izquierda, ¿qué era eso del peronismo?, un movimiento que tiene en su raíz expresiones de ambos extremos. Es una familia culta, la madre profesora de historia, el un comerciante próspero, tienen una pequeña biblioteca en donde uno podía encontrar no solo clásicos rusos, también literatura inglesa, y latinoamericana, Borges, Octavio Paz, Carpentier, Amado, etc. la historia de Cárdenas, Díaz, Madero, Zapata, Villa, Carranza, Bolívar, Miranda, San Martín, entre otros.

Estuve respondiendo a sus preguntas un buen rato, la cena se extendió, vino el postre y luego pintó unos tequilas, a don Maximiliano se lo veía cómodo e interesado en la charla, yo ya estaba bastante cansado, pero entusiasmado con el tono y la hospitalidad, el tequila me daba ánimo y ya me sentía con la sangre renovada. Josefina ya no estaba, solo Jerónimo quien en realidad sería el artífice de mi cruce fronterizo, quien ya sobre el final me define un cuadro de situación, indicando cual es el plan de cruce, y las dificultades con la que nos encontraríamos. Parecía haber quedado todo en sus manos, yo no entendí demasiado.

—Solo tienes que hacer lo que te digo, todo va a salir bien.

Jerónimo es entusiasta, optimista, muy hablador, un tanto intolerante ante la formulación de alguna duda, contundente pero concluyente en sus indicaciones. Jerónimo había militado en un movimiento trotskista en la universidad, aunque comenzó agronomía, abandono en el cuarto trimestre con la promesa de retomar pronto, se había vinculado con algunos movimientos campesinos que reclamaban el derecho a la tierra, sus métodos de lucha eran extremos, quemaban sembradíos como forma de reclamo, y dos por tres tomaban algún que otro claustro universitario, no pasaba de ahí era un pequeño grupo que con el tiempo fue desapareciendo, el padre y la justicia perdonó sus desventuras juveniles, de vuelta al hogar era un hijo disciplinado y obediente, por momentos tenía brotes de vehemencia e intolerancia, pero en el fondo era dócil, y se adaptaba rápidamente a las circunstancias cuando la emergencia o sus intereses lo requerían, esta era su misión, su tío y su padre le confiaban esta responsabilidad, no podía fallar. Mientras hablaba su padre lo observaba, no parecía confiar mucho en él, don Maximiliano lo dejaba hacer, yo no tenía opción. Me ofrecieron quedarme para no pagar hotel, acepte, deje mis bártulos en la antesala del cuarto y me pegue un baño, el agua estaba tibia, el chorro es fuerte y estimula mis músculos, equilibra mi flujo sanguíneo, me aflojaba los músculos, pero se tensó mi vientre, el libido brota de mis poros, me estremecía, ¿será el sueño?, ¿el cansancio?, no el tequila, Josefina estaría a esta hora acostada, reposando su pequeña figura sobre las blancas sábanas de su cama, el pelo suelto, su piel lozana, sus formas, dibujarán en su cuarto una estética única, irrepetible, para lograr la solidez hay que mantener la fuerza del fluido, del fluir del devenir, dejarlo hacer, dejarlo ser.

Me dormí entre recuerdos, imaginando el cuerpo de Isabel sobre el mío, el calor penetrando en mi piel y el corazón transformándose en un gran agujero negro vacío, la angustia de la perdida me arrincona en el lugar más alejado del mundo al que pude llegar.

Tiempo después frontera México Estados Unidos

Unos días después Camilo ubicado en el asiento trasero de un viejo Chevrolet al norte de México en un miserable pueblo fronterizo escucha en la radio local a Manzanero, replicar en sus oídos los acordes de una canción que lo ahogaba en la melancolía, y era cierto: “ya mis amigos se han ido casi todos”, rezan las estrofas “será lo que será”; sentía que se enfrentaba a un nuevo desafío. Estaba solo, un sentimiento extraño que hasta entonces nunca había padecido, recuerda a Isabel, a sus padres, a sus amigos y compañeros. Sabía que se enfrentaba a una nueva realidad que como siempre significaba nuevos retos, misteriosos e impredecibles, pero la soledad dolía en los huesos. A Isabel le había dejado una carta que le entregara su amigo de años, Daniel, donde le explicaba las razones del viaje, sus sentimientos por ella, recordandole, además, que la mandaría a buscar o volvería por ella. Nunca tuvo respuesta, poco a poco quedó todo atrás, seguramente Isabel se sentiría decepcionada, seguramente dejó de confiar en él, seguramente murió el amor.

(opción)

No necesito mirar hacia atrás para percibir que aún estaba ahí, no se había movido de su asiento cuando voy bajando por la entrada del subte hacia los subsuelos de la tierra, sentí, o más bien predije la ausencia, ¿cómo será eso de estar sin ella?, quien ganaba en esos momentos mayor preponderancia: la aventura o la soledad. Todos nos preguntamos eso alguna vez, aunque pretendía justificarme fue la aventura la que ganó, luego veremos cómo confronto con el sentimiento de la ausencia.

Mi viaje estaba programado para la madrugada del jueves, aún me quedan dos días para escribirle y pensar profundamente en ella, digo profundamente porque no es algo que hagamos siempre cuando pensamos en alguien, solo rozamos su imagen, momentos compartidos, los ojos, es ahí en donde uno suele detenerse, quizás porque son los ojos los que nos dan profundidad y transparencia, ellos no suelen ocultar esos sentimientos profundos en donde el amor suele sumergirse de vez en cuando. Isabel no me lo perdonaría, de eso si estaba seguro, era un riesgo perderla, pero también era insoportable seguir, sabía que nos marcharemos ambos en medio de esta pesadilla, la oscuridad como una densa atmósfera cae a la tierra en todos los atardeceres, con el tiempo va penetrando en nosotros oscureciendo nuestras almas, almas oscuras y asustadizas eran terreno fértil para instaurar el terror, sabía con suma claridad que nos marcharemos hasta perder el mínimo rezago de sensatez. En cierta forma la amaba, pero no quería ver como todo decae hasta disolverse en el vacío, si por supuesto “soy un cobarde”, se dijo, no quería ver eso y menos aún su abandono, “hoy soy yo el que se va, pero además soy el que está dispuesto a venir por ella, eso me da seguridad, pero también disipar ese temor que me viene persiguiendo por días, ¿cuánto duraremos en esa condición? ¿Cuánto estaríamos dispuestos a soportar? Yo no sé, había elegido el camino más sencillo y el único que podía en cierta forma predecir su curso, el más acertado para que lo nuestro soporte toda esta mierda”.

Lo peor ya había pasado, dije lo que tenía que decir, y soportó la tristeza que anida en sus ojos, si soporto eso como no soportar por un tiempo su ausencia, esa que lo ponía a prueba por primera vez en su vida. Pero aún tenía mucho en que pensar.

¿Hay otra forma de escribir la historia cuando lo irremediable siempre se imponetorciendo cualquier arrepentimiento?, si ese devenir era tan poderoso que no existía amor capaz de resistirlo, no hay forma de cambiar la historia, para quien allá padecidos los horrores de vivir en una dictadura podrá entender lo que digo y sabrá que no hay forma de torcer el curso de esta historia, aunque sea ese mi proposición más anhelada.

Camilo no viaja, comprende su error y regresa el día siguiente con ella, sabiendo las consecuencias de esa decisión, pero no estaba en condiciones de sufrir su ausencia, la dictadura duró varios años más y muchos amigos desaparecieron, el miedo los encerró en un laberinto que fue apagando de a poco el brillo que aun antes de su decisión los iluminaba.

Ambos a pesar de todo intentaron rehacer sus vidas. El dolor de la ausencia no se pudo evitar, nunca supo en realidad Camilo quien tenía la culpa, seguramente también acá mellara la cobardía. Se necesita tanto valor para irse como para quedarse, en ambos casos lo que se reciente es siempre la solidez de los lazos, el amor, y ese intento de creerse conocer el camino más próximo a la felicidad. Acá la historia no puede ser cambiada dado que de hacerlo nada mejor de lo sucedido, sucederá.

Antes Monterrey.

A la mañana siguiente me sorprendieron los ruidos que provienen del comedor, Luego de lavarme la cara y limpiarme los dientes me aproximo al lugar en donde los murmullos de las voces se hacen más fuerte. Los dos varones hablaban bajo entre ellos, mientras por la puerta que da a los cuartos entra Josefina: el pelo húmedo y suelto, una blusa larga hacia los muslos, pollera acampanada y en sandalias, se va trenzando su cabello azabache, mientras se sienta en la mesa de mi lado, (era la única silla disponible), para compartir el desayuno en familia, entonces intentó observarla sin llamar su atención, en un momento su mirada roza con la mía, dejando ambos en evidencia, la curiosidad que nacía en nuestros rostros.

—Buen día.

—Buen día me responden al unísono.

—¿Cómo fue tu noche? – Reinoso me pregunta sin retirar la mirada en su hermana, él también había detectado ese indiscreto cruce.

—Bien, gracias, como los dioses, son muy amables, espero poder alguna vez retribuirles esta cortesía, aunque dudo que sea pronto, me gustaría que conozcan a mi gente en Buenos Aires, alguna vez.

—Si nos encantaría dice Josefina, dándome la oportunidad de mirarla a los ojos sin disimulo, con la suntuosa pretensión de descifrar el sentido de su mirada, sus pupilas se contraen, y se ruborizan sus mejillas. Está claro a esta altura que mis ojos se clavaron en los suyos para quedar luego sujetados como un imán en el metal.

—Son bienvenidos en mi casa, ojalá sea pronto, cuando mi país vuelva a la normalidad – Intento mirarla sin llamar la atención, extendiendo el diálogo un poco más. No podía dejar de observar sus ojos. Josefina continúo desayunando y nosotros también, Reinosos me dice cuál era su idea y yo solo muevo mi cabeza consintiendo, no conocía los pormenores de la frontera, mucho menos sus peligros, aunque algo había escuchado por ahí, confiaba en lo que me decía y me sujete absolutamente a sus indicaciones.

Luego me fui enterando a que me enfrentaría: la frontera era una zona caliente por varias razones, entre ellas, el tráfico ilegal. Reinoso pretendía a través de sus anécdotas impresionarnos para darle volumen a su responsabilidad. Aunque para ellos eran solo situaciones comunes que se repetían sin problemas, a mí me ocasiona cierta inquietud. Los hechos que narraba con total naturalidad, eran casi todos sangrientos, no era extraño encontrar cadáveres flotando sobre el río o cuerpos entumecidos en el desierto.

En Monterrey la gente se conocía por generaciones, algunos estaban unidos por el vínculo con la revolución o con algunos de los sucesivos levantamientos que fundaron la historia de este país, los grupos armados, las venganzas personales, las organizaciones de narcotráfico, fueron desde los orígenes de su historia manchando de sangre todo su proceso de crecimiento como nación, muchas familias se conocían por haber estado en el mismo bando y enfrentados a muerte. Reinoso se había hecho amigo de Isidoro, responsable de una mini banda que contrabandeaba cocaína a Los Ángeles, en donde existía una estructura menor que la fracciona y distribuía, aunque no se frecuentaban mantenían algún tipo de contacto sólo como viejos amigos. El abuelo de Isidoro había participado de los levantamientos cristianos contra el gobierno reformista de Cárdenas, quien promovió las organizaciones obreras y campesinas para fortalecer el protagonismo de la burguesía local contra las imposiciones que provenían del norte, cuando este estado de movilización superó las limitaciones impuestas por su sistema, Cárdenas lo reprimió; los padres de ambos habían sido parte del PRI y participado en sangrientas internas del partido.