Deuda Eterna - José Francisco Daffner - E-Book

Deuda Eterna E-Book

José Francisco Daffner

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Beschreibung

Deuda Eterna es un ensayo con un centenar de reflexiones sobre la vida, individual, económica y social, formuladas desde una óptica muy personal, a partir de las vivencias de varias décadas del autor, inserto en un país que termina de cumplir dos siglos desde la declaración de su Independencia. El común denominador de su contenido es la referencia a la continua pérdida de Valores del Ser en los ciudadanos y sus gobernantes, expresando un arsenal de ideas que podrían -desde la Educación Pública y Privada- contribuir a la reparación de la decadencia y aspirar a reconstruir una República seria, creíble y previsible. En el mismo sentido alude a la falta de Formación de los sucesivos gobiernos, de todo nivel, en la Gestión Pública. En síntesis, constituye una autocrítica con reflexiones e ideas disparadoras para la reparación desde un cambio conceptual en la Educación para tender a formar ciudadanos con Valores y Formación que generen el cambio social, imprescindible para las futuras generaciones.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Corrección del texto: Edith Elisabeth Raquel Camejo.

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Daffner, José Francisco

Deuda eterna / José Francisco Daffner. - 1a ed . - Córdona : Tinta Libre, 2018.

200 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-341-5

1. Novela. 2. Novelas de Misterio. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2018. José Francisco Daffner

© 2018. Tinta Libre Ediciones

101 Reflexiones…

…ante tanta frivolidad y levedad para gestionar un país en bancarrota. Cuyos ciudadanos —en su mayoría— no son conscientes de la gravedad. Se encuentran anestesiados ante las cíclicas idas y vueltas de las políticas de los diversos gobiernos. Están sumergidos en sus propias realidades para salvarse y atrapados en una maraña de leyes y contra leyes que atentan contra la producción genuina y el consecuente bienestar de la sociedad. Otros, un tercio de la población, son víctimas de la miseria humana, que les hizo promesas una y otra vez para hundirlos en cada ciclo un poco más.

Nada de la realidad que hoy asfixia a la Nación fue eje de las ideas de los supuestos fundadores de la República.

No obstante, gobernantes y muchos de los ciudadanos celebraron y conmemoran sin una pizca de reflexión aquella gesta de Independencia.

Se cabalgó entre nacionalizaciones y privatizaciones con la liviandad y superficialidad como quien cambia de marca de vehículo.

Las políticas públicas que muy escasas fueron, y cuando existieron se desviaron por diversas razones de poderes internos y/o externos. El común denominador durante los dos siglos de aquella gesta patriótica, nunca fue consecuente con la esencia de Revolución y su posterior Declaración de Nación Libre.

Sin embargo, gobiernos y pueblo lo festejan y recuerdan con vacuas palabras y simbolismos, año tras año; y gastan lo que no tienen —o se endeudan— para celebrar…

He aquí la eterna deuda con la intención emancipadora que la historia oficial otorga a aquellos libertadores.

Deuda que no solo es económica y en sostenido crecimiento desde su origen. Sino es también de Valores e Ideas, salvo honrosas pero muy escasas excepciones, en los gobernantes. En consecuencia, por carencia de referentes, se internalizó en los ciudadanos cargando sus mochilas de vida con decepciones, frustraciones, apatías e indiferencias letales para un futuro promisorio.

Celebramos…

Conmemoramos…

y siempre Festejamos…

Pero…

Poco pensamos,

menos aún, reflexionamos.

Si seguimos así…

Poco o nada cambiaremos…

—1—¿Qué es reflexionar?

Si nos remitimos a su etimología, en filosofía es, “volver atrás”. En física y en otras ciencias, la reflexión, tiene diversos significados, los cuales no son atingentes a este texto.

En el contenido que nos atañe:

Sería revisar y pensar el camino transitado.Es el pensar sobre las concepciones propias, las actitudes, las decisiones tomadas, sus efectos tanto positivos como negativos.Es una introspección, es decir introducirse dentro de uno mismo para analizar comportamientos.Es también, proyectarse hacia el entorno, el medio que nos rodea en nuestro accionar cotidiano. Es decir, la proyección del pensamiento propio relacionado con el ambiente donde, como individuos, estamos insertos.

—2— ¿Por qué o para qué reflexionar?

Diversos beneficios emocionales, generaría la actitud reflexiva permanente en la persona, entre ellos:

Lo esencial y enriquecedor para el Ser será rectificar o ratificar, según la apreciación, determinadas conductas o comportamientos. Tanto para con ella misma como para con el medio que le rodea.Constituye en consecuencia, un Valor del Ser para garantizar su bienestar emocional y su óptima relación con el entorno.Para ello, tras la reflexión es esperable y deseable haya una percepción interna de afirmación o modificación de una conducta preexistente, para el bien propio y social.Permite una capitalización cognitiva, pues tras el acto reflexivo, la persona capta información sensorial para procesar e internalizar su síntesis.Así también el uso de la reflexión conduce a la autocrítica para el mejoramiento de la persona, y a su vez al reflexionar se puede otorgar o alcanzar el perdón ante situaciones conflictivas con los semejantes.

—3—¿Por qué ciento una reflexiones?

Por mera ocurrencia a partir de una coincidencia y juego de tercios. El país donde nací, me eduqué y formé como profesional cumplía su bicentenario de la declaración de la independencia de un Imperio, yo concluía la sexta década de vida. De ella, un tercio aproximadamente, la había vivido fuera del país con retornos breves y frecuentes. Es decir, seis décadas equivalen a casi un tercio de la vida del país, y de ellas un tercio lo viví fuera. Se suma a la coincidencia de que el país independiente acumuló un tercio de pobres durante su existencia, y también deuda externa, tomada ahí nomás de declararse independiente, con un crecimiento en progresión geométrica. Deuda que, si hoy habría que cancelarla, seguramente no alcanzaría con un tercio del patrimonio de la Nación independiente. Es probable que tampoco alcance con dos de los enflaquecidos tercios patrimoniales de la nación independizada. O si nos propusiéramos pagarla, como cancelamos un crédito bancario, capital más intereses, en cuotas anuales insumiría probablemente otros dos siglos.

Entonces, las autoridades —de todo nivel— y el pueblo, festejamos, celebramos o conmemoramos el Bicentenario de aquella gesta que probablemente muy genuina y sana en intenciones haya sido; y muy pioneros muchos de aquellos seres que se embarcaron en semejante proyecto. Pero… El estado del Estado, ¿permite semejante erogación para celebrar?

¿No sería conveniente una sencilla y austera recordación de aquellos patriotas? Más… ¿La correspondiente reflexión sobre lo poco consecuente que fuimos las generaciones siguientes con aquella declaración? Parecería que tal acto de autocrítica no nos asiste, o al menos nuestros gobernantes no expresan reflexiones educativas. La tradición les ocupa más que la realidad, y la usan para entretener al pueblo. Hay que celebrar, no analizar si fuimos leales con tan nobles personajes; basta con ser fieles a lo simbólico y folklórico.

Es así como habiendo traspasado seis décadas de existencia pensante, acertada y equivocadamente, y tras estas observaciones del entorno, del estado del Estado, de la carencia de reflexiones y de cientos de faltantes; es que me propuse este texto efectuando un centenar de reflexiones. Una por cada dos años de existencia de la fundida y erosionada Nación que habito.

Un texto cuyo propósito fundamental aspira a dejar una gota en el mar, un fósforo encendido en la noche oscura, una pizca de arena y otra de cemento para alguna construcción de futuras generaciones.

El disparador para iniciar su escritura fue la respuesta a una pregunta autocrítica, muy sencilla y simple:

—4— ¿Cómo celebraría o sugeriría celebrar un Bicentenario?

“…pensando, haciendo autocrítica, rectificando actitudes, invitando a la reflexión. Aunque sea, invitando a los compatriotas a una pizca —no más— de la centena de reflexiones internas y del entorno…”

—5—¿Y por qué ese título?

Por una idea, pensamiento y ya concepto respecto de la esencia de nuestra decadencia. Considero que es la deuda eterna, pero no aquella deuda económica que inició apenas un lustro después de declarada la independencia, esta es solo un condicionante, un modo operativo del capitalismo que aprovechó —o se asoció— a aquella patriada. La deuda eterna es con nosotros mismos, es el subdesarrollo mental y emocional que nos embarga. Es el desconocer que la vida, además de finita, fugaz y frágil, es la simple conjugación de dos verbos: ser y tener, siguiendo una secuencia. Poco o nada vamos a Tener si antes no fuimos capaces de Ser. Si desarrollamos el Ser, llegará un Tener compatible con la vida tanto personal como social. Y alimentar o desarrollar el Ser implica incorporar e internalizar Valores desde muy pequeños, en el seno del hogar y desplegarlos en el proceso educativo. Tal proceso en una sociedad donde uno de cada tres miembros tiene carencias básicas, elementales para la vida, es imposible pretender que se desarrolle en el espíritu del individuo y menos aún aspirar a que sea un mejor ciudadano. Las consecuencias nefastas, de escasa reflexión y mucha fiesta, las padecemos en la vida cotidiana: inseguridad, carencias en salud y educación, miseria en las calles, más de cuatro mil villas de emergencia en el país, tres niños que mueren al día por hambre, abandono urbanístico, etcétera y más etcétera; distintas expresiones del franco deterioro individual y social. Muy probable es que esta no era la perspectiva de algunos de aquellos nobles ciudadanos que proclamaron la independencia. A ellos, hoy en lugar de recordarles con bailecitos y desfiles cívico-militares, deberíamos guardar silencio y pedirles perdón por ser tan inconsecuentes con sus anhelos. Pero, para semejante acto de contracción interna y autocrítica, es imprescindible reflexionar, y para ello es fundamental tener internalizados los Valores del Ser. Ciudadanos y/o gobernantes con este relleno virtuoso, escasean o ya partieron, o ya se retiraron agotados de “remar en dulce de leche”. Es más fácil y brinda más rédito, con dinero que no es propio, sino público, organizar la parafernalia de actos apoteósicos o construir monumentos fastuosos para recordar a aquellos pioneros.

A lo largo del contenido, en algunas de las diversas reflexiones, se profundizará sobre hechos de tales características. Es decir, los factores condicionantes y persistentes en los políticos y gobernantes, que lamentablemente garantizarán la eternidad de la deuda.

—6—¿Es la espiritualidad la esencia de nuestra existencia?

Sí, indudablemente. Es el motor no visible que nos moviliza internamente y nos permite proyectarnos al entorno como personas de Bien. No existe sociedad madura, desarrollada y seria que no se haya constituido con ciudadanos que cultivaron su espíritu. Personas que articularon el Ser con el Tener. Íntegros.

—7—¿Qué sería ser una persona de Bien?

Parecería simple y concreta la respuesta, y lo es. Sin embargo, existen corrientes filosóficas que debaten la diferencia entre el Bien y el Mal, o las diversas interpretaciones de la espiritualidad. No debería suceder esto, excepto si existiere alguna intencionalidad en no precisar los conceptos, por algún otro propósito. Lo enredamos así, no se alcanza a comprender, suele ser el móvil de algunas corrientes filosóficas y/o religiosas.

Es evidente que para ser espirituoso se requiere ser consciente. Y para tener conciencia de uno mismo y del entorno, es imprescindible ser pensante. Pensar los actos propios y su reflejo al entorno, y la devolución de este hacia uno. La valoración de los efectos, de ida y vuelta, nos permitirán escrutar si los actos son consecuentes a una persona de Bien.

Vivir siendo pensante, no es fácil, pero es constructivo para el Ser. Demanda librarse de dogmas y creencias. En consecuencia, ser una persona espirituosa no implica ser religiosa. Las religiones se alinean a supuestas Verdades y las manejan como Absolutas para persuadir a sus fieles, tal comportamiento neutraliza o mitiga el ejercicio de la conciencia.

—8— ¿Hay que Tener para ser una persona espirituosa?

Sí, hay que Tener. Pero, tener Valores. Si se vive con Valores significará que se alcanzó la conjugación armónica entre los verbos Ser y Tener. Se puede tener con el alcance del poseer material, y a su vez Tener con el significado espiritual.

—9— ¿Qué son los Valores?

Se irán señalando y desarrollando en varias reflexiones del texto. En la actualidad, producto de la vertiginosidad y obsesión por lo material que afecta a la especie humana, se percibe cierta indiferencia —incluso descalificación o subestimación— por la generación de Valores desde la temprana edad. Para una rápida comprensión valga la comparación de los Valores para el Ser con los aminoácidos esenciales para las funciones vitales. Ambos son imprescindibles para la síntesis, los Valores para generar una persona de Bien (un Ser íntegro), los aminoácidos para la síntesis de proteínas constitutivas del organismo, neurotransmisores, hormonas, etc.

Es obvio que a los aminoácidos podemos incorporarlos por ingestión, a los Valores no; tenemos que recibirlos desde la educación en el seno familiar y reforzarlos en la etapa escolar, para expresarlos en la vida en sociedad. Todo un desafío que en otras reflexiones será ampliamente abordado.

—10— ¿Fui una persona espirituosa en mis seis décadas?

Me ocupé en serlo, me resta mucho por alcanzar. Tuve la ventaja de recibir los Valores esenciales desde muy niño en el ambiente familiar y social donde fui creciendo. No siempre ocurrió en forma equilibrada, por diversas razones. Entre ellas, vivir en poblaciones rurales muy al interior de un país agrícola y ganadero tiene la ventaja de recibir la nobleza de su gente, trabajadora de sol a luna, sana de mente; pero con un mismo propósito de vida: producir y acumular riqueza no para disfrutar de ellos, sino para dejárselos a sus descendientes. La posesión como búsqueda permanente los lleva a postergar la expresión de Valores —tan reconfortantes— como la pasión por la vida, la felicidad diaria como propósito fundamental, o la misma autocrítica. Sin embargo, en ellas se ejercitaban a diario otros como la inclinación al trabajo, a la perseverancia, responsabilidad, humildad, austeridad, Fe y disciplina, honestidad y honradez. No así, el amor al prójimo ni a la naturaleza. Eran grupos familiares muy cerrados, bastante encriptados, en los cuales el prójimo —que no fuere familiar— se respetaba, se le ayudaba en alguna ocasión límite, pero no se estimulaba el amor hacia él. Y la naturaleza tampoco recibía mayor cuidado, era explotada en forma extractiva, sin mayor respeto por su flora y fauna.

El transcurrir de las décadas me fue llevando por otros pueblos, ciudades, y en ellas por Escuelas y Universidades; así mismo por otras latitudes y culturas. Fue enriquecedor y estimulante para la permanente maduración y autocrítica. Hoy puedo enfatizar que me acompañan en la vida cotidiana los Valores del Ser. No obstante, me recrimino no haber sido perseverante con alguno de ellos. En el camino de la vida, escogido a veces, obligado en otras, se presentan tentaciones o desafíos que encandilan y nos conducen a desequilibrios que atentan contra la expresión de algunas virtudes. Lo fundamental es acudir al correctivo, a la reflexión, lo suficientemente infalible como para modificar/rectificar el comportamiento, evitando caer en lo opuesto.

Los antivalores constituyen una amenaza permanente en la existencia, son también una expresión de la especie humana. En especial en sociedades sometidas al materialismo, al consumismo y a las banalidades que nos tientan para claudicar y empujan al desamor. Tal modus vivendi es moneda corriente en nuestros días, habiendo fagocitado a gobernantes y conductores sociales con el consecuente incremento de la disgregación de los pueblos. Prolifera la indiferencia al prójimo, la irresponsabilidad, el egoísmo, la soberbia, la desconfianza y la corrupción galopante, más hipocresía reinante a diferentes niveles. El “sálvese quien pueda” o aquel “ahí ves tú” que equivale a “arréglate como puedas”, constituyen el común denominador diario.

Triste realidad que implica una atmósfera cada día más irrespirable para quienes reflexionamos, e hipoteca el futuro para las generaciones venideras.

Resulta prudente intentar aclarar que la Espiritualidad abordada en este punto y en otros del texto no involucra o no hace alusión a la Mística. Diversas filosofías y religiones consideran a la mística como la máxima expresión de la espiritualidad, pues refiere a los fenómenos que no se pueden explicar racionalmente o desde la conciencia; al menos hasta que la física cuántica proporcione luces sobre lo místico. Fenómenos y milagros que semejan leyendas para el común de los mortales, excepto aquellos que buscan el camino de la Divinidad por encima de los dogmas. No es ese el objetivo en este texto. El propósito es más simple, sencillo y aterrizado a la realidad interior y exterior de las personas que habitamos este suelo. No se proyecta a lo Divino, a lo Superior, a lo Invisible; pues no aspira a que las reflexiones se diluyan en la nebulosa de lo irreal o utópico.

Por el contrario, es bien concreto: invita a la autocrítica reflexiva, a pensarnos, a concientizarnos, a rectificarnos y a transitar un camino más humano, con corazón, con esencia de personas de Bien. Ese camino es largo y los beneficios no los veremos seguramente; pero aparecerán y lo gozarán nuestros sucesores.

—11— ¿Es la felicidad una reflexión impostergable?

Es vital reflexionar sobre ella, tan esencial como los nutrientes para el cuerpo. Pues la felicidad es el combustible para el motor que nos mantiene vivos. Debería ser el propósito del día al levantarnos.

La felicidad es interior, no depende del entorno, ya sea de lo que tenemos —materialmente— o de quienes nos rodean. Es la expresión de lo que somos, es decir es la cara visible del Ser; no el cuerpo etéreo del Tener.

Está dentro de uno mismo y debería ser una ocupación permanente el garantizar su expresión, más aún esforzarnos por su emergencia a cada instante. Tiene un componente biológico, mediadores químicos —endorfinas— que permiten un estado de bienestar promotor de calma, buen humor, alegría, sonrisa y sensaciones de placer: FELICIDAD. Además, por aprendizaje personal, agrego que tiene un componente psicológico, la actitud. Esta se resume en la predisposición diaria a estar feliz. La neurobiología, en la actualidad, aporta amplia y sustantiva información científica al respecto.

Esa actitud de predisposición a ser invadidos por la felicidad no es fácil de lograr. Es un desafío diario que deberíamos proponernos al despertar y reeditarlo a cada minuto del día. En general, al iniciar el día nos preocupamos por los quehaceres, por los compromisos de nuestra agenda en lugar de ocuparnos en ser felices mientras cumplimos con la actividad de la jornada.

—12— ¿Por qué nos cuesta adoptar esa Actitud?

Considero que, en nuestra sociedad occidental, la educación es el factor gravitante sobre la visión o concepto que se tiene de la felicidad. Por lo tanto, el proponerse una actitud diaria para alcanzar no es el objetivo de vida que se transmite a los educandos. En la estructura familiar la felicidad no es una ocupación permanente, no se la tiene como propósito de la existencia; se espera que llegue por algún hecho fortuito. El concepto predominante de la felicidad es el de una emoción o sensación de bienestar que se tiene cuando se alcanzó una meta. Ahí existen dos verbos no utilizados adecuadamente, tener y alcanzar, para la felicidad. Esta no se tiene, no se posee, la felicidad se siente, se Es Feliz. Es decir, el verbo más preciso sería Ser. Por otro lado, no es necesario alcanzar una meta o un objetivo para ser feliz, lo único que hay que lograr es la actitud. Tal interpretación, aristotélica o quizá platónica, o de aquella civilización, ubica a la felicidad como un fin último, supremo. Entonces, esa familia no puede transmitir a sus hijos la felicidad como un hecho natural, como esencia de la existencia; sino que transmite como algo para el futuro, condicionado por las circunstancias y solo alcanzable si se transita el camino correcto.

Quién de nosotros, los de más de medio siglo, no hemos oído frases provenientes de nuestros mayores, tales como:

“…serás feliz si te casás con tal o cual, es de familia rica”,

“…si te sacrificás cuando seas grande serás feliz”,

“…esa casa, empleo o viaje, les hará muy felices”,

“…que feliz sería si me gano la lotería”,

“…la felicidad está en pasarla bien”.

¡¡¡¿Cuan enredados o confundidos hemos vivido?!!!

—13— ¿Colabora la Escuela o la Universidad para aclarar tal concepto?