Diálogos sobre la paz - Laura Gemma Flores - E-Book

Diálogos sobre la paz E-Book

Laura Gemma Flores

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El Doctorado en Humanidades con especialidad en Patrimonio y Cultura para la Paz, albergado en la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas "Francisco García Salinas", nace en un contexto de transformación de los modelos educativos, donde, de los esquemas de educación tradicional se transita a campos problématicos del conocimiento. Dado que en el presente es apremiante una toma de conciencia y de intervención frente a la desquiciante ruptura del tejido social; el entorno educativo se ha planteado con urgencia intervenir desde los distintos ámbitos del conocimiento para movilizar las áreas de incidencia tanto en las esferas públicas como en las privadas para trasmutar a una sociedad más justa, equitativa y pacífica. Esta primera muestra de trabajo colectivo entre alumnos y profesores de dicho programa, expuesto desde distintas vertientes trans, inter e intradisciplinares, analiza el fenómeno de la paz tratando de hacer llegar sus reflexiones a múltiples públicos y entidades sociales con el afán de visibilizar el hecho de que frente a la degradación y la descomposición social existen luchas reales y denodadas para transformar el sentido común y el imaginario social. Los profesores que conforman el colectivo de este programa, proveniente de las áreas de: arte, arqueología, derecho, economía, filosofía, historia, lingüística, psicología y pedagogía, nos proponemos conjuntar las herramientas gnoseológicas para abordar el contexto que nos rodea desde el enfoque desde, por y para la paz. El programa, que arrancó en agosto de 2019 ha acogido una veintena de alumnos de distintas formaciones para engarzar con su visión la posibilidad de resolver problemas que se desplazan transversalmente en la cotidianidad de una ciudadanía urgente de soluciones. Sabemos que estos esfuerzos enlazados con otros que encabezan organismos autónomos y privados del estado de Nuevo León y el estado de México, convierten a la Universidad Autónoma de Zacatecas en punta de lanza para esta tarea impostergable. Sin duda este diálogo apenas comienza y se convierte en un bastión de largo aliento al que por ahora habrá de darse un seguimiento a partir de la academia, pero que tarde o temprano llegará hasta los ámbitos laborales y de los servicios públicos de las distintas esferas del gobierno.

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El Doctorado en Humanidades con especialidad en Patrimonio y Cultura para la Paz, albergado en la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas “Francisco García Salinas”, nace en un contexto de transformación de los modelos educativos, donde, de los esquemas de educación tradicional se transita a campos problemáticos del conocimiento. Dado que en el presente es apremiante una toma de conciencia y de intervención frente a la desquiciante ruptura del tejido social; el entorno educativo se ha planteado con urgencia intervenir desde los distintos ámbitos del conocimiento para movilizar las áreas de incidencia tanto en las esferas públicas como en las privadas para trasmutar a una sociedad más justa, equitativa y pacífica. Esta primera muestra de trabajo colectivo entre alumnos y profesores de dicho programa, expuesto desde distintas vertientes trans, inter e intradisciplinares, analiza el fenómeno de la paz. Tratando de hacer llegar sus reflexiones a múltiples públicos y entidades sociales con el afán de visibilizar el hecho de que frente a la degradación y la descomposición social existen luchas reales y denodadas para transformar el sentido común y el imaginario social.

Los profesores que conforman el colectivo de este programa, provenientes de las áreas de: arte, arqueología, derecho, economía, filosofía, historia, lingüística, psicología y pedagogía, nos proponemos conjuntar las herramientas gnoseológicas para abordar el contexto que nos rodea desde el enfoque desde, por y para la paz.

El programa, que arrancó en agosto de 2019 ha acogido una veintena de alumnos de distintas formaciones para engarzar con su visión la posibilidad de resolver problemas que se desplazan transversalmente en la cotidianidad de una ciudadanía urgente de soluciones.

Sabemos que estos esfuerzos enlazados con otros que encabezan organismos autónomos y privados del estado de Nuevo León y el estado de México, convierten a la Universidad Autónoma de Zacatecas en punta de lanza para esta tarea impostergable. Sin duda este diálogo apenas comienza y se convierte en un bastión de largo aliento al que por ahora habrá de darse un seguimiento a partir de la academia, pero que tarde o temprano llegará hasta los ámbitos laborales y de los servicios públicos de las distintas esferas del gobierno.

A través de nuestras publicaciones se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e ­instituciones de educación superior del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual se completa cuando se comparten sus resultados con la colectividad, al contribuir a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad madura, mediante una discusión informada.

Con la colección Pública social se busca dar visibilidad a trabajos elaborados en torno a las problemáticas sociales para ponerlos en la palestra de la discusión.

Otros títulos de la colección

Diálogos sobre la paz. Interdisciplina y estudios de paz en un mundo globalizado

Laura Gemma Flores (coord.)

Asia-Pacífico: poder y prosperidad en la era de la desglobalización

Eduardo Tzili Apango, José Luis León Manríquez y Graciela Pérez-Gavilán Rojas (eds.)

El malestar social en la transmodernidad. Estructura y acción social en la sociedad de la incertidumbre

Mauricio Guzmán Bracho

Reconceptualizar la seguridad y la paz. Una antología de estudios sobre género, seguridad, paz, agua, alimentos, cambio climático y alternativas

Úrsula Oswald Spring

¿Cómo comprender lo social para colaborar en su cambio?

Roberto Diego Quintana

Definición y redefinición de la Ciencia Política Contemporánea

Francisco Javier Jiménez Ruiz y Héctor Zamitiz Gamboa (coords.)

Un balance de gestión gubernamental. Enrique Peña Nieto (2012-2018)

Héctor Zamitiz Gamboa (coord.)

Reinterpretaciones contemporáneas

Guillermo E. Estrada Adán y Pedro Salazar Ugarte (coords.)

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

Esta publicación fue dictaminada por pares académicos.

Este libro fue financiado con recursos PFCE 2019.

Primera edición en papel: junio 2020

Edición ePub: junio 2021.

De la presente edición:

D.R. © 2020 Laura Gemma Flores García

D. R. © 2020 Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.,

Hermenegildo Galeana #111

Barrio del Niño Jesús, Tlalpan, 14080, Ciudad de México

[email protected]

www.bonillaartigaseditores.com

ISBN: 978-607-8636-70-9 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN ePub: 978-607-8918-83-6

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial: María L. Pons

Diseño de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina

Realización ePub: javierelo

Imagen de portada: “Estremecedora conmoción estelar” por Javier Cortez, Serie ATARAXIA

Medidas: 106 x 155 cm. Técnica: Acrílico, polvo de mármol y esmalte aluminio/papel/madera

Expuesta en: Galería Arroyo de la Plata, Zacatecas, Zac. Año: 2020

Hecho en México

Nota de la edición digital: A lo largo del libro hay hipervínculos que nos llevan directamente a páginas web. Aquellos que al cierre de esta edición seguían en funcionamiento están resaltadas y con el hipervínculo funcionando. Cuando el vínculo ya no está en línea, se deja con su dirección completa: <http://www.abc.def>, sin estar resaltada.

Contenido

Primera parteArqueología y arquitectura

¿Es posible una cultura de paz en arqueología?

Leonardo Santoyo AlonsoRodrigo Antonio Esqueda López

La Catedral: fatalidad, destrucción y restauración de la paz

María José Sánchez UsónLeobardo Villegas Mariscal

Fotografía y estética

La guerra, el arte y la paz: intersecciones y paradojas del mundo actual

Laura Gemma Flores García Santiago Delgado Prado Carolina López Lozano

Cultura para la paz (o de la mirada estética) del mundo

Álvaro Luis López LimónJulio Antonio García Palermo

Segunda parteReligión

La religión como elemento de conflicto y de paz en el mundo globalizado

Jorge Martínez PérezImelda Ortiz Medina Arturo Alain Martínez Díaz

Educación y lingüística

La construcción de la cultura para la paz desde la educación

Elena Anatolievna ZhizhkoIsela Guadalupe Garcés Loera

Reflexiones en torno a la mediación lingüística e intercultural

Anna Maria D’Amore Felipe Saucedo Domínguez

Derecho

Proceso constitucional orgánico

Agustín Aguilera MirandaJuan Manuel Rodríguez Valadez Iván Noé Martínez Ponce

Sobre los autores

Sobre la coordinadora

Primera parteArqueología y arquitectura

¿Es posible una cultura de paz en arqueología?

Leonardo Santoyo Alonso1Rodrigo Antonio Esqueda López2

Las verdades no se aprenden, se descubren

Jiménez Deredia

Introducción

En los últimos años hemos visto la aparición de un concepto que se ha popularizado en toda una posición frente a la vida, la sociedad, la academia, el quehacer científico y cultural: el concepto de paz, acompañado de todo un universo conceptual que es la cultura. Las actuales condiciones sociales de México y el mundo han impregnado una necesidad de vivir sin los elementos que generan violencia, discriminación o segregación.

En la más tradicional de las visiones, la paz se refiere a la ausencia de guerra, pero en la actualidad se reconoce que hablar de paz va mucho más allá de la simple ausencia o presencia de guerra o violencia. Construir la paz parece una tarea alejada de lo cotidiano que depende de organismos estatales y no de todos los seres humanos. Esta es una labor responsabilidad de todos, de las personas a nuestro alrededor con sus construcciones culturales y el devenir histórico. En principio es posible comprender que la búsqueda de la paz sea algo intrínseco en los humanos, pero siempre en estrecho vínculo con la violencia, de hecho, una no puede estar sin la otra.

Es un asunto generalizado pensar que la violencia forma parte de la naturaleza humana, pero resulta una apreciación incorrecta y para algunos, como Irene Comins, es hasta cierto punto peligrosa (Comins 2008, 61). El estudio de la violencia se ha convertido en uno de los ejes fundamentales para abordar los estudios de paz, curiosamente ese enfoque parece partir al revés. Los estudios para la paz son caracterizados por contener enfoques inter y transdisciplinares, pero que en la mayor parte de los casos justifican o abordan primero desde la guerra o de los fenómenos de violencia para después tratar de ubicar los mecanismos para la paz.

Desde las perspectivas antropológicas esa visión parece no variar mucho, en realidad, existe todo un corpus teórico-metodológico muy complejo que se inclina por el entendimiento de la violencia como un factor casi intrínseco del comportamiento humano y que es expuesto desde casi todas las perspectivas de la antropología. En este sentido parto de la idea que las ciencias antropológicas, en particular la arqueología, son una vía para comprender cómo podemos construir para una cultura de paz.

Son varios los motivos por los que hago esta aproximación desde una ciencia que tal vez, por las características de su objeto de estudio pudieran no aportar mucho, en apariencia, a una realidad más cercana en el tiempo y el espacio. Por el contrario, la arqueología tiene mucho que decir en los estudios de paz de lo que podemos apreciar de manera evidente.

Como concepto y modo de acción la paz tiene puntos diferenciados para cada ser humano, sociedad, nación o continente. Por esto es difícil comprender por qué cada sociedad actúa de manera determinada ante situaciones que, desde las más constantes situaciones, deberían ser resueltas de forma pacífica o por la vía de concertación. También se puede apreciar, la influencia categórica que tienen los elementos coyunturales, las ideologías y los intereses geoestratégicos para ordenar las acciones de los Estados hacia prácticas antagonistas alejadas de la paz. Nuestra cultura occidentalizada no nos permite, por ejemplo, entender las razones que marcan la problemática en el Medio Oriente impidiendo que se logre la estabilidad y la resolución pacífica de los conflictos. Dada esta heterogeneidad y complejidad fue necesario, en el escenario mundial, crear un concepto que aglutinara la idea ineludible de resolver los conflictos y construir la paz.

La cultura de paz es un concepto que se ha erigido, desde lo escenarios internacionales, por la necesidad de las naciones de establecer un orden que conlleve a la convivencia pacífica de los países, entre sí y/o de los ciudadanos con respecto a los demás. Por lo general se plantea que es a través de la cultura que se pueden modificar los patrones de violencia estructural. Aquí valdría la pena recordar el punto 5 de la resolución A/53/243, de 1999, del programa de Acción sobre una Cultura de Paz, de la UNESCO:

Promover la participación democrática. Entre los cimientos imprescindibles para la consecución y el mantenimiento de la paz y la seguridad figuran principios, prácticas y participación democráticos en todos los sectores de la sociedad, un gobierno y una administración transparentes y responsables, la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado, la corrupción, el tráfico ilícito de drogas y el blanqueo de dinero.

Es posible pensar entonces en la aplicación de una cultura de paz para transformar realidades, potencialmente violentas desde el ámbito estructural y a constituirse en el elemento esencial de la paz en sentido positivo.

una cultura de paz es una clase del conjunto de culturas posibles, con ciertas características diferenciales que permiten distinguirla de formas culturales tendientes al conflicto, a la promoción de éste fuera de sí, o bien que asumen formas abiertamente conflictivas (Galtung, citado en Calderón 2009, 65).

No es difícil comprender el énfasis del desarrollo de una cultura de paz, ya que desde los años ochenta del siglo XX se utiliza formalmente el concepto. Surge a partir de las cruentas guerras ocurridas en Perú durante esa década (Giesecke 1999, 303), aunque en realidad los intentos por desarrollar una cultura de paz provienen después de la Segunda Guerra Mundial, principalmente a partir de 1950.

Con estos presupuestos podemos plantearnos ¿cuál es el papel que juega la antropología, pero particularmente la arqueología en la conformación de una cultura de paz? ¿Es posible que una disciplina tan especializada en comprender a las sociedades del pasado pueda insertarse en una línea tan amplia como los estudios de cultura para la paz? Estas son las preguntas que se intentan responder en el presente trabajo.

La arqueología mexicana. Del Estado-Nación al siglo XXI

Hay un común denominador que define a la Arqueología como la ciencia que se encarga del estudio de las sociedades humanas desaparecidas por medio de sus restos materiales, producto de dichas sociedades. La forma en que esos restos se interpretan o entienden tiene que ver con la visión de lo cotidiano, que se encuentra condicionada al presente social de la investigación. Esto resulta válido en algunos casos para la arqueología mundial, pero de manera particular a la arqueología mexicana.

Para un buen número de investigadores la arqueología es una disciplina científica, no propiamente una ciencia, aunque en el manejo conceptual e incluso en el nivel teórico se le suele encajar como ciencia. Ya desde los años setenta, el arqueólogo Manuel Gándara, afirmaba que la arqueología mexicana se encontraba en un franco retraso paradigmático en relación, por ejemplo, con la antropología y que hablar de teoría era visto “con malos ojos” (Gándara 1992, 21).

En la actualidad pocos siguen siendo los intentos por salvar los obstáculos entre la teoría y la praxis arqueológica, a pesar de la aparición de algunos estudios críticos más recientes que el ya mencionado de Gándara (Vázquez 2003). Se han mezclado una gran variedad de enfoques o posiciones teóricas, como la ecología cultural, el marxismo, la arqueología simbólica, las teorías de la complejidad entre muchas más. Esta condición permea claramente en los estudios arqueológicos del Norte de México, donde por lo general y de manera adecuada parece que todo encaja en las relaciones entre cultura y ambiente.

Por otra parte, es importante señalar que además de las ausencias teóricas, existe la situación no resuelta y poco discutida de la construcción del dato arqueológico. El proceso de excavación arqueológica y de cómo se recupera la información ha sido, también, detectada desde tiempo atrás, ya que como lo ha manifestado el propio Gándara, las normas de calidad del proceso de excavación arqueológica que se imparten en clases y que fuera de los ámbitos de la práctica en campo, difícilmente mantenía su calidad. Para el propio Gándara era un hecho reconocido que los cánones en las excavaciones no cubren los requisitos y son de baja calidad, problema que era discutido, pero no publicado, en medios poco académicos, además de que el excavador acusado pocas veces estaba presente, esto en sentido coloquial, significa las pláticas informales de pasillo (Gándara 1996, 21-23).

Regresando al desarrollo de la disciplina podemos apuntar que en buena medida la arqueología tiene una amplia presencia desde el surgimiento del Estado-nación durante el siglo XIX, ya que como un fenómeno generalizado la construcción de una identidad se ve acelerada por el reacomdo geopolítico del momento. El Estado-nación representa la estructura social y económica edificada por la clase capitalista moderna cuyo andamiaje es un mercado interno, espacio para su acumulación de capital y explotación de la fuerza de trabajo (Mármora 1977, 11).

Los movimientos sociales originados por el desarrollo capitalista encontraron un nicho natural para su crecimiento en las grandes movilizaciones de las masas trabajadoras de diferentes extracciones urbanas o rurales. Lo que seguía era proporcionarle una identidad común a ese movimiento. Las clases reprimidas ahora podían sentirse “identificadas” con el estado burgués que les explotaba, por medio de una idealización del pasado que parecía proceder de un lugar común a todos. El triunfo de la ideología se debió a los modelos de educación masiva y el impacto de los medios de comunicación encargados de transmitir el mensaje de una identidad nacional.

Es precisamente en este contexto que la tarea de la arqueología es aportar los elementos para que las naciones o identidad imaginada se conceptualice en algo que tiene un devenir histórico, es decir, que la idea de nación no es algo nuevo o recién inventado, el sistema capitalista destruye las viejas nociones de identidad o de pertenencia prevalecientes en el feudalismo, creando al individuo o ciudadano, en contraposición de los gremios o comunidad (Horac 2009, 13).

Entonces es posible contemplar que los discursos arqueológico e histórico sirvieron para apuntalar las bases del Estado-nación, aunque debe resaltarse que, al mismo tiempo, el carácter legitimador le permitió ocultar o negar otras formas de identidad, por ejemplo, el reconocimiento de las comunidades indígenas vivas, a las que, sin la menor contemplación, se les ha dado un carácter de marginales y que en el discurso oficial aparecen aisladas de esa identidad nacional.

A partir del siglo XIX, el uso de los conceptos de identidad y nacionalismo por los gobiernos y grupos dominantes integra en general a las ciencias sociales como la arqueología, la historia e incluso a la propia antropología para ejercer su liderazgo y así desempeñar el control. Es el momento en que los viajeros extranjeros y, en menor medida los propios, inician el camino del descubrimiento de los territorios con la finalidad de recuperar esos elementos constitutivos de la nación.

Durante el siglo XIX y buena parte del XX los regímenes políticos usaron el patrimonio para recomponer los aspectos del nacionalismo, exaltando los valores de la cultura popular, buscando en las tradiciones populares la idea de la continuidad del pasado remoto, para los arqueólogos, la tarea consistía en recuperar los restos materiales que dieran fe de aquel pasado magnífico de las culturas nacionales. Ahora sí, todos los sectores de la sociedad podían compartir los valores de un nacionalismo sustentado por el patrimonio.

En México este modelo funcionó exitosamente hasta que el proyecto modernizador fracasó y se integró el concepto de mestizaje, idea muy acorde con la necesidad de integrar a las grandes culturas mesoamericanas por medio de la escultura, pintura y arquitectura. Cristina Bueno (2010, 216-218) atinadamente identifica que es hacia fines del siglo XIX que este factor se asienta y define en buena medida las diferencias de la cultura material de los grupos prehispánicos de México:

Si bien el gobierno porfirista reconoció a los grupos indígenas dominantes que poseyeron vestigios en el sentido de su “alta cultura” (arquitectura, pirámides, templos y centros ceremoniales), ignoró a los otros indios, a la gente no sedentaria que deambuló por el norte mexicano. Con esa presión, los intelectuales hicieron énfasis sólo en los estudios de los grupos toltecas, mixtecos, mayas y principalmente aztecas, ya que estos, en el discurso oficial, glorificaron a la nación.

Como en todo proyecto de nación, era indispensable dar un espacio a los fenómenos que la sustentaban. A partir de 1821, cuando se consuma la Independencia de nuestro país, se inician los proyectos cartográficos necesarios para la apropiación y regulación del espacio, pero no sería sino hasta finales de la década de los años cincuenta del siglo XIX, cuando la representación cartográfica de la nación mexicana se regularía por las pérdidas y despojos de territorio.

La fuerza de las representaciones cartográficas exaltaba el origen de la grandeza basada en un mítico pasado remoto, donde solo lo azteca y de forma marginal otros sitios de carácter monumental se convertían en las imágenes de la continuidad nacional. Al respecto de las representaciones de origen prehispánico en la cartografía nacional, esta aparece en lo que es el marco de la Carta General de la República Mexicana, de 1858, de Antonio García Cubas, en la que los diferentes cartuchos que forman el marco del mapa contienen dibujos de sitios arqueológicos monumentales del área maya (Palenque), de Veracruz (Papantla-Tajín- Pirámide de los Nichos) y la ruta de los grupos nahuas, desde algún punto del norte mexicano, y su llegada al Anáhuac, que claramente refuerzan la mitología fundacional basada en un discurso centralista y en su profundidad histórica (Figura 1).

La arqueología desde aquella época y hasta la primera mitad del siglo XX ha sido monopolizada por el discurso oficial o institucional, si lo queremos precisar así, ya que una buena parte de los arqueólogos que trabajaron o trabajan en México, de alguna manera, se encaminaron o los encaminaron en esa arqueología que despectivamente llamamos tradicional, que para el caso sería el quehacer de la arqueología mexicana, donde no está de más mencionar, se insertan las “vacas sagradas” de la profesión (Vázquez 2003, 59-61).

Actualmente la arqueología mexicana intenta responder a una era de transformaciones mundiales, donde los modelos que soportaban al Estado-nación ya no representan el modelo para comprender las dinámicas del pasado. El impacto de la globalización definió nuevas rutas en el quehacer arqueológico que ya no solo deben de tratarse de la protección de los monumentos como tales, sino de comprender sus dinámicas y representación del paisaje. Es indispensable que los arqueólogos tomen un papel más participativo en la gestión para la preservación del patrimonio, campo en el cual de forma directa o indirecta se ha movido. Tomar decisiones en cuanto a que debe preservarse y que no, debido a que es sabido que es imposible rescatar y conservar todos los vestigios arqueológicos del país. Resulta trascendental discutir que se entiende por arqueología de salvamento y rescate, ya que en la actualidad no empatan con los criterios de la investigación.

Cabría preguntarse aquí, en qué medida el éxito o fracaso del proyecto de Estado-nación basado en los sustentos arqueológicos fueron transmitidos frente al avance de manifestaciones, como el festejo del equinoccio de primavera, que tiene más repercusión que el natalicio de Benito Juárez. En contraste, se reafirman identidades colectivas marcadas por una conciencia de los pueblos originarios que va más allá de las fronteras de México, y donde las “artesanías” son los elementos de una identidad o memoria individual, como lo llamaría García Canclini (1990, 81-82).

Las políticas educativas actuales en el ámbito arqueológico se encaminan al desarrollo de las nuevas tecnologías, el desarrollo de las técnicas geofísicas aplicadas en arqueología que, no está de más mencionarlo, han cambiado la forma en que se realizan tareas fundamentales del quehacer arqueológico, como la prospección y la excavación misma, ya que en buena medida evitan las técnicas destructivas que van implícitas en un procedimiento de excavación.

La creación de grandes proyectos encaminados a comprender las complejas relaciones entre asentamientos, sus jerarquías, patrones y correspondencias sociales se ha puesto de manifiesto en la zona nuclear mesoamericana, y no solo a nivel de la institución predominante en el estudio del México prehispánico, sino desde los institutos de investigación de las universidades públicas, entre los que se cuentan el proyecto de cobertura total de San Lorenzo o Teotihuacán, que pueden ser claros referentes de lo que puede emprenderse desde las universidades.

Sirva este breve repaso de los fundamentos de la arqueología mexicana para entender cuál es la razón para tratar de vincularla con la construcción de una cultura de paz. Hemos visto que el discurso base se localiza en un momento histórico y geográfico bien delimitado: Mesoamérica. En buena medida prevalece la importancia del Templo Mayor de Tenochtitlán, que se convierte en estandarte mediático para cada hallazgo, con la finalidad de reforzar ese transformado nacionalismo. Ahora bien, no solo implica el simple hecho de la construcción de un discurso centralista, sino también de cómo se vislumbra a la sociedad mexica y cuál es el condicionante de esto.

Una arqueología hacia la paz

Tal como sucede con el discurso histórico, se nos ha presentado un mundo prehispánico lleno de conflictos, guerras floridas y, en ciertas ocasiones, de sacrificios humanos ‒existe un sector en la arqueología que llegó a negar esto y sostener que no existían‒, esto es, una carga muy fuerte de conflicto, guerra y violencia. Tal como se ha manifestado, existe una tendencia a tratar de comprender los fenómenos de la paz por la vía contraria, es decir, a través del estudio de la violencia estructural y sistematizada.

En la arqueología mexicana, fuera el contexto de la construcción teórica a la que se inserten las interpretaciones, ha permeado, y lo sigue haciendo, una marcada tendencia a generar explicaciones bajo los enfoques de la guerra o el conflicto. Se encuentra hoy en boga la denominada arqueología del conflicto, que investiga los restos o trazas materiales de los conflictos al identificar o localizar campos y escenarios de guerra, espacios militares, lugares de represión, etcétera.

Actualmente existe una gama muy amplia del estudio del conflicto en arqueología que ha dado resultados en los escenarios sobre todo de carácter histórico y tiene una amplia aceptación para la época prehispánica de la zona maya, donde cada vez se reportan más evidencias de guerras y conflictos. En este último caso resulta sintomático que, incluso una de las grandes hipótesis de la caída o colapso del denominado periodo clásico maya sea la de las luchas internas y el conflicto por sobre otras explicaciones.

En muchas otras regiones de México las manifestaciones de un militarismo y, por ende, de una postura de conflicto se ha reflejado hasta en los nombres de los propios conjuntos de los sitios arqueológicos, solo basta recordar el nombre que dio el arqueólogo Pedro Armillas a un conjunto elevado del sitio arqueológico de La Quemada, al sur de Zacatecas, al identificar como cuartel un lugar donde hasta la fecha no se ha localizado evidencia de ningún elemento que lo caracterice con esa función, por el contrario se parece más a los conjuntos habitacionales del suroeste de Estados Unidos y norte de México.

No se pretende plantear que el conflicto no haya existido en las sociedades prehispánicas de México o de cualquier parte, sino de que hay una fuerte carga ideológica de la presencia del conflicto en los planteamientos para tratar de entender fenómenos bajo esa sola óptica. En España, por ejemplo, se ha propuesto integrar en la estructura curricular como aspecto didáctico a la arqueología del conflicto, con la intención de sensibilizar al alumnado acerca de las consecuencias de la guerra y sus espacios de represión (Hernández y Rojo 2012). El planteamiento es interesante, aunque tal vez para ciertos contextos particulares, ya que entre las propuestas se encuentra la de involucrar de manera activa a los alumnos para que desarrollen una conciencia crítica acerca de un fragmento de la historia española como fue la Guerra Civil.

En el caso de la arqueología mexicana también es posible realizar gestiones para la recuperación de espacios donde existieron escenarios de conflicto, pero ¿en qué medida puede el discurso arqueológico impactar en un desarrollo crítico del espectador o el alumno? La posible respuesta podríamos encontrarla en la introducción de una educación patrimonial en fases tempranas de la educación. Es necesario comprender que la enseñanza de la arqueología mexicana debe buscar modificarse respecto a las nuevas políticas de educación que presenta la revolución 4.0, donde la tecnología ocupa un amplio contenido en la enseñanza. La arqueología mexicana ha vivido momentos de rezago educativo; en ciertos sectores se continúan impartiendo cursos como hace veinte años, dejando de lado la transferencia tecnológica de los últimos diez. El terreno arqueológico se presta para el desarrollo de nuevos enfoques para transmitir los mensajes y el conocimiento generado por medio de lenguajes concretos y mecanismos de las tecnologías del conocimiento. El uso de dispositivos móviles con transferencia de información en tiempo real se convierte en una poderosa herramienta para la educación arqueológica con miras a un enfoque de paz.

Por supuesto, es indispensable, antes que nada, cambiar el paradigma de la violencia o los enfoques del conflicto, que anteponiendo el enfoque de la paz permita modificar la visión del vencido o de los conflictos internos de las sociedades del pasado, por una perspectiva donde se resalten las soluciones que desde el pasado se dieron para mediar y llegar a acuerdos pacíficos entre los grupos humanos, entendiendo sus diferencias y tolerando a las distintas culturas.

Aun cuando el tema de la arqueología en la construcción de la paz no se ha planteado de manera directa en los trabajos de la UNESCO, está implícito en algunos de sus puntos y son objeto de reflexión. Considero que el apartado que tiene que ver con la promoción de una cultura de paz por medio de la educación, mediante la revisión de los planes de estudio, es uno de los puntos clave.

La base para una cultura de paz es la educación, que solo es posible cuando se internaliza en quienes se encargan de difundir el aprendizaje, comúnmente los docentes o maestros de las instituciones educativas. La idea es proponer que las opciones están presentes y que la arqueología puede encontrar una vía adecuada para transformar sus líneas de generación y aplicación del conocimiento. Una tarea muy difícil, pero no imposible.

Bibliografía

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Comins Mingo l, Irene. “Antropología filosófica para la Paz: una revisión crítica de la disciplina”, Revista de Paz y Conflictos, Granada, Universidad de Granada, núm.1, 2008, pp. 61-80.

García Canclini , Néstor. Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, 1990.

Giesecke , M. Cultura de paz y enseñanza de historia. Ecuador-Perú. Horizontes de la negociación y el conflicto, Quito-Lima, FLACSO / DESCO, 1999. En línea <http://www.flacso.org.ec/docs/ecuaperu_giesecke.pdf>.

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Horach ., J. “Sobre el concepto de ciudadanía: historia y modelos”, Revista de Filosofía Factótum, Salamanca, 2009, pp. 1-22.

Mármora , Leopoldo. “El concepto socialista de nación”, Cuadernos Pasado y Presente núm. 96, Bogotá, enero-marzo de 1977, pp. 9-27.

Vázquez León , Luis. El Leviatán arqueológico. Antropología de una tradición científica en México, México, CIESAS, Miguel Ángel Porrúa, 2003.

Velasco . C, A. “Una teoría sobre la Comprensión Interpersonal como base de una Cultura de Paz”, Revista Saber de la ULA, 2007, pp. 148-183.

La Catedral: fatalidad, destrucción y restauración de la paz

María José Sánchez Usón3Leobardo Villegas Mariscal4

Dans cinquante ans Notre-Dame sera une mosquée.

Cioran 5

Haec lux serenum conferat

Prudencio 6

El incendio de la catedral de Notre-Dame de París, acaecido en abril de 2019, ha motivado la redacción de estas páginas. En ellas se reflexiona sobre la lógica imperante en el transcurso del tiempo: la alternancia de una sucesión de premoniciones, conflictos, destrucciones y reparaciones que conllevan otras tantas oportunidades para el restablecimiento de la concordia, la civilidad y la paz en las sociedades. En este sentido, entendemos que la historia no es sino un sucesivo precipitarse en una constante destrucción. El tiempo avanza en la dolorosa dinámica de la devastación de los pueblos, los individuos y sus obras. “Si nos hubiésemos adherido sin reservas al eterno presente [dirá Cioran], la historia no hubiera tenido lugar, o, en todo caso, no hubiese sido sinónimo de carga o de suplicio”.7 Por ello, para no perecer en esta evidencia insalvable, el hombre crea puntos de apoyo, asideros a los que aferrarse en la arrogante debilidad de lograr una inmortalidad que tal vez tuviera en un estado perfecto, anterior a la conciencia y al tiempo marcado por los relojes; sin embargo, en su contradicción orgánica el sujeto histórico pareciera querer acabar con aquello que tanto teme perder: “Tempus edax rerum” escribe Ovidio, pero el hombre es el mayor destructor.8

En los milenios que conforman la historia de la humanidad, la guerra y la destrucción se han afincado permanentemente como mecanismos de exterminio humano y de lo humano; dispositivos inventados en su locura por un “ser pensante” que, lamentándose de sus consecuencias, no puede escapar, por su propia condición, a un destino de ruina y devastación: “Je crois que l’histoire universelle, l’histoire de l’homme, est inimaginable sans la pensée diabolique, sans un dessein démoniaque”,9postulará de nuevo Cioran, en un intento de explicar de dónde viene esta inclinación natural a la fatalidad.

En ese mundo anterior al de la técnica y las máquinas, en las eras antiguas en las que los humanos experimentaban la cercanía con los dioses, la violencia y la muerte tenían un sentido: un significado sacrificial que unía a la colectividad con la divinidad, al renovar ritualmente un pacto de mutua adhesión sellado con la sangre de las víctimas. Luego, la razón vendrá a imponer nuevas normas de coexistencia, y lo sagrado, esa experiencia sorprendente, fascinante, ininteligible e inenarrable, se diluirá en lo religioso. En el ámbito de las religiones racionales, la experiencia singular, individual e intransferible, se posterga ante lo colectivo y comunitario. Esta transformación podría verse como un indicio de decadencia del individuo, que se rinde, inducido por la fe, ante una figura de autoridad: Dios. De este modo, Dios pasa a presidir la construcción de todo un sistema identitario no solo religioso, sino también social, con todas sus implicaciones, desde filosóficas hasta jurídicas y culturales.

Si en este continuum histórico existe una época marcada por el colectivismo religioso esta es, sin duda, la Edad Media. Para Jacques Le Goff, en un contexto grupal como es el mundo teocéntrico de la Christianitas occidental, Dios se instala en la cúspide de la sociedad feudal, siendo “el Señor” por excelencia, un Dominus Deus, que además es Rey y sacraliza la figura de los monarcas al ser ungidos por su divina gracia.10 En este sistema político-social la Iglesia asume un papel esencial, y la catedral va a denotar esa concepción cristiana del universo, haciendo patente la omnipresencia del hecho religioso. No resulta extraño, pues, que una de las representaciones de Cristo sea la del “Gran Arquitecto”, que traza su creación con el compás en la mano.

La idea de un Dios artífice del mundo cristianiza el concepto del δημιουργός [demiurgo], hacedor y ordenador externo del universo, cuya actuación Platón explica en el Timeo con las siguientes palabras:

Como el dios quería que todas las cosas fueran buenas y no hubiera nada malo, tomó todo cuanto es visible, que se movía sin reposo de manera caótica y desordenada, y lo condujo del desorden al orden, porque pensó que este es en todo sentido mejor que aquél.11

En la primera mitad del siglo XII, desde Chartres, uno de los comentaristas de este diálogo platónico, Guillermo de Conches, propone una conciliación, aunque ecléctica y forzada, entre el demiurgo pagano y el Creador,12 puesto que el concepto de un creador que crea de la nada [ex nihilo] e inaugura “la historia de la salvación” es una abstracción difícil de articular con la idea mitológica de un “dios artista”, que presupone la existencia de realidades anteriores.13 Pese a estas diferencias, la teología medieval retomará el argumento platónico y lo convertirá en un principio moralizante, al relacionarlo con la perfecta armonía de la creación divina, cuyo orden se pervierte, con el paso del tiempo, por la acción del hombre.14

La Catedral

En el conjunto de la divina creación, de proporciones exactas y sistemáticas, la catedral es, en términos hegelianos, la materialización de la sublimidad artística.15 Constituye lo más alejado del caos, formalizando un símbolo que sobrepasa a lo estrictamente religioso. Es la representación de una ideología teológica, pero también de un orden social, un poder económico y una identidad cultural. Todo un texto evocador del pasado y rector del presente, que habla de las contingencias y experiencias de vida de aquellos colectivos que la erigieron, sobre los que se alza como idea distintiva.

Su monumentalidad arquitectónica es punto de confluencia de dos soberanías antitéticas: la secular y la espiritual. En su construcción interviene la fuerza de una sociedad civil, en la que sus integrantes (burgueses, artesanos, comerciantes) destacan por sus amplios y saneados recursos que permiten la adquisición de materiales costosos y la contratación de avezados maestros albañiles. Entre la segunda mitad del siglo XI y los primeros cincuenta años del XIV solo en Francia se levantan ochenta catedrales, quinientos grandes templos y varias decenas de miles de iglesias parroquiales.16 Todo indica prosperidad y civilidad, porque la catedral es un edificio por y para la ciudad y sus habitantes, los cuales no solamente acudían a ella movidos por su devoción religiosa, sino para celebrar allí sus asambleas y reuniones, al amparo episcopal. Como sintetizara Georges Duby: