Dios, nueva temporada - Samuel Lagunas - E-Book

Dios, nueva temporada E-Book

Samuel Lagunas

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Beschreibung

Nunca se sacia el ojo de ver. (Eclesiastés 1:8) Raúl Méndez Yáñez y Samuel Lagunas nos introducen en un viaje teológico, donde la contemplación es el rompeolas de un mar de largas horas de adicción a las series de televisión y al cine. Esta obra deriva de horas y horas de contemplación mística frente a la pantalla cinematográfica y televisiva. Abre con una Ley 4.0 de las narrativas de entretenimiento, continúa con siete Ensayos Mayores que exploran los apóstatas aquelarres de la brujería posmoderna, esperan la resurrección de los zombis, buscan las dimensiones cristológicas de los superhéroes y la soteriología de los viajes en el tiempo hasta llegar a los actos litúrgicos y sacramentales de las sagas juveniles y el animé. Al cierre, tenemos una parrilla miscelánea de Ensayos Menores: un recorrido a través de aquellas películas, series y personajes que confirman, una y otra vez, las palabras del Eclesiastés: "nunca se sacia el ojo de ver".

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Copyright © 2020 by Samuel Lagunas Cerda y Raúl Méndez Yáñez.

Dios, nueva temporada.

Miradas teológicas al cine y la televisión en el Siglo XXI.

de Samuel Lagunas & Raúl Méndez Yáñez. 2020, JUANUNO1 Ediciones.

All Rights Reserved. | Todos los Derechos Reservados.

Published in the United States by JUANUNO1 Ediciones,

an imprint of the JuanUno1 Publishing House, LLC.

Publicado en los Estados Unidos por JUANUNO1 Ediciones,

un sello editorial de JuanUno1 Publishing House, LLC.

www.juanuno1.com

JUANUNO1 EDICIONES, logos and its open books colophon, are registered trademarks of JuanUno1 Publishing House, LLC. | JUANUNO1 EDICIONES, los logotipos y las terminaciones de los libros, son marcas registradas de JuanUno1 Publishing House, LLC.

Library of Congress Cataloging-in-Publication Data

Name: Lagunas, Samuel, author

Méndez Yáñez, Raúl, author

Dios, nueva temporada : Miradas teológicas al cine y la televisión en el Siglo XXI / Samuel Lagunas, Raúl Méndez Yáñez.

Published: Miami : JUANUNO1 Ediciones, 2020

Identifiers: LCCN 2020947234

LC record available at https://lccn.loc.gov/2020947234

REL013000 RELIGION / Christianity / Literature & the Arts

REL102000 RELIGION / Theology

REL067000 RELIGION / Christian Theology / General

Paperback ISBN 978-1-951539-42-9

Ebook ISBN 978-1-951539-53-5

Arte de Portada: Reminiscencias de Raquel Estrada Jayme

Diagramación Interior: María Gabriela Centurión

Diagramación y Realización Ebook: JuanUno1 Publishing House

Director de Publicaciones: Hernán Dalbes

First Edition | Primera Edición

Miami, FL. USA.

-Octubre 2020-

Indice

Cover

Portadas

Legales

Guía de abreviaturas bíblicas

Alerta permanente de Spoilers

Prólogo

Cargando…

LA LEY 4.0

Primera tabla

Segunda tabla

ENSAYOS MAYORES

Sabrina, la bruja apóstata postevangélica. Raúl Méndez

Los zombis y sus antídotos. Imágenes del fundamentalismo. Samuel Lagunas

Lucifer y la cristología sin Cristo. Raúl Méndez

Animación. Las nuevas moradas del siglo XXI. Samuel Lagunas

La liturgia cuir de Ranma ½. Raúl Méndez

Vidas más allá: viajes en el tiempo, ciencia ficción y la búsqueda del cielo. Samuel Lagunas

Harry Potter y el misterio de la piedad. Raúl Méndez

ENSAYOS MENORES

La voluntad del guionista en The Truman Show y Más extraño que la ficción. Milena Forero

Fin del invierno: Por mano de mujer. Génesis Amayrani Garza

Los Dioses de Zack Snyder. Becka Salas

Los santos según Bruno Dumont. Gabriel Brisola da Cunha

Lazzaro feliz. Alegoría del hombre bueno. Karina Solórzano

La culpa y la venganza como motor de la justicia en The Sinner. Arturo Olvera Trejo

Rick, el dios de Morty. Sergio Ramírez Lozano

La escatología Workahólica de Aggretsuko.Raúl Méndez

Hereditary. El horror de la esperanza. Samuel Lagunas

El toque final. Acerca de Paul Schrader y el contacto redentor. Juan Ramón Ríos

Referencias bibliográficas

Películas y series consultadas

Guía de abreviaturas bíblicas

Libros

Abreviaturas

Libros

Abreviaturas

Génesis

Éxodo

Levítico

Números

Deuteronomio

Josué

Jueces

Ruth

1º y 2º de Samuel

1º y 2º de Reyes

1º y 2º de Crónicas

Esdras

Nehemías

Esther

Job

Salmos

Proverbios

Eclesiastés

Cantar

Isaías

Jeremías

Lamentaciones

Ezequiel

Daniel

Oseas

Joel

Amós

Abdías

Jonás

Miqueas

Nahum

Habacuc

Sofonías

Ageo

Zacarías

Malaquías

Gn

Ex

Lv

Nm

Dt

Jos

Jue

Rut

1-2 Sam

1-2 Re

1-2 Cr

Esd

Ne

Est

Job

Sl

Pr

Ec

Ct

Is

Jr

Lm

Ez

Dn

Os

Jl

Am

Ab

Jon

Mi

Na

Ha

So

Ag

Za

Ml

Mateo

Marcos

Lucas

Juan

Hechos

Romanos

1ª y 2ª Corintios

Gálatas

Efesios

Filipenses

Colosenses

1ª y 2ª Tesalonicenses

1ª y 2ª Timoteo

Tito

Filemón

Hebreos

Santiago

1ª y 2ª Pedro

1ª, 2ª, 3ª Juan

Judas

Apocalipsis

Mt

Mc

Lc

Jn

He

Ro

1-2 Cor

Ga

Ef

Flp

Col

1-2 Te

1-2 Tim

Tit

Flm

Heb

Sant

1-2 Pe

1-2-3 Jn

Jds

Ap

Nunca se sacia el ojo de ver.
Eclesiastés 1:8

Alerta permanente de Spoilers

Este libro posee una estructura paródica. Cada una de las secciones, “La ley 4.0”, “Ensayos mayores” y “Ensayos menores” remiten a la clasificación tradicional que en el mundo evangélico y protestante se hace de la Biblia hebrea. En “Ensayos mayores” la organización de los textos es ascendente, de la oscuridad a la luz, pasando por demonios y zombis hasta llegar a la esperanza de los últimos tiempos.

En Dios,nueva temporada hemos invitado a 12 autores y autoras (¡12 nuevos apóstoles y apóstolas!) para sumar sus miradas a las nuestras. La mayoría de ellas la encontrarán en la sección de “Ensayos menores”, que intenta construir una parrilla diversa de contenidos donde quien lee podrá elegir qué ver y por qué.

El libro es atravesado por un Salterio, conformado por recursos litúrgicos, específicamente íconos y canciones, cada uno acompañado de una breve exégesis. Sirvan estos recursos como descanso y como pivote de la mente y el corazón.

Agradecemos y reconocemos el empeño y el cariño de cada una de las manos y las voces que se comprometieron con este libro: Milena, Becka, Caro, Sergio, Gabriel, Bladimir, Arturo, Génesis, Juan Ramón, Anay, Karla, Karina; así como a Raquel y a Lucas, que colaboraron con la portada y el prólogo respectivamente; y a todo el equipo editorial de JuanUno1.

Finalmente, no está de más decirlo, advertimos que en este libro se cuentan, explican y descifran las tramas de numerosas películas y series. Pero, ¿revelar los misterios de la historia no es acaso una de las funciones de la teología?

Prólogo

Lucas Magnin*

Para no perder continuidad narrativa, empecemos con un Previously on…

En las primeras páginas de La era protestante, Paul Tillich se hizo la pregunta sobre qué es la teología. A ese enigma respondió, concisa pero significativamente, que es la mediación “entre el eterno criterio de verdad tal como se manifiesta en la figura de Jesús como el Cristo y las cambiantes experiencias de individuos y grupos, sus problemas variables y sus categorías de percepción de la realidad”. Como siempre y (paradójicamente) como nunca antes, la teología del siglo XXI se ve en la titánica tarea de establecer la mediación entre esos eternos criterios y nuestras cambiantes experiencias; el kraken ha sido liberado y su furia aterra a los espectadores de este drama cósmico.

Cada vez que el cine vuelve a visitar algún clásico, las sospechas y especulaciones se multiplican. Epítome de todas esas tensiones son los estrenos, de tanto en tanto, de un nuevo episodio de Star Wars, con sus aclamados aciertos —Padme, Kylo Ren, El despertar de la Fuerza— y sus incluso más célebres fiascos —el nuevo Han Solo, el deslucido Hayden Christensen, y, no podía faltar, Jar Binks—. ¿Será la misma historia de siempre, pero con más efectos especiales? ¿Respetará la trama canónica, sus personajes tan queridos, sus dilemas y simbología? ¿Irá por el camino de un reboot que solo recupere lo icónico de aquel referente, sin mayores compromisos argumentales? En el deseo de adaptar la historia a los nuevos espectadores, ¿terminará por desdibujar toda aquella impalpable esencia que la convirtió en un clásico?

Todas esas son las preguntas que, de diferentes maneras, los autores y autoras de este libro intentan abordar. En sus manos tiene usted una travesía insólita dentro de la producción teológica latinoamericana. Es un paseo por una variedad de miradas teológicas al cine y la televisión en el siglo XXI, como reza el subtítulo, y quizás, de manera más intrínseca, una epopeya “en busca de Dios en este siglo”, como condensan también los autores. La invitación de estas páginas es justamente: “encontrar y crear nuevos y más frescos guiones para hablar de Dios”.

Por ser un libro polifónico y firmado por muchas manos, conviven aquí todo tipo de miradas y guiones en torno a esa búsqueda. Algunas son suspicaces, ácidas, buscan la ruptura y la provocación de aquello que se identifica como dado, canónico e intocable de la tradición teológica del cristianismo. Otras sugieren una proyección más introspectiva y pastoral, específicamente creyente, en su diálogo con las contradicciones de la vida cristiana y a la luz de los estímulos de la pantalla. Incluso otras hablan desde la periferia de lo teológico, más cerca de los avatares de las humanidades que de la teología propiamente dicha (aunque lo religioso, ciertamente, aparezca de múltiples y significativas maneras).

De cualquier forma, y sacándole provecho a los difusos límites que hoy se manejan en las disciplinas académicas, este concierto de miradas comparte un modus operandi. No aspira a ser una teología del cine, o algo por el estilo, sino, más bien, como un tapiz, teje un ejercicio de crítica cultural con hilos tomados del universo religioso (especialmente, del cristianismo). Para llegar a ese puerto, autores y autoras recurren, a lo largo de la obra, a intuiciones propias de la antropología de la religión, la filosofía, la sociología, la industria cultural y el showbiz, y por supuesto, la teología cristiana (sobre todo, la del siglo XX).

Al margen de las pertinentes diferencias entre cada uno de los ensayos que componen este volumen, hay aspectos formales que recorren toda la obra: una implícita convivencia de modos culturales disímiles, un estilo literario fragmentario, casi telegráfico, una argumentación que, a modo de collage, hace coexistir lo que el purismo quizás colocaría en las antípodas. La discusión entre alta y baja cultura no tiene poder aquí. No hay culpa ni vergüenza en estos textos a la hora de poner, en la misma oración, al burro de Shrek y a la apropiación bultmanniana de las ideas existencialistas de Heidegger. Si la frase “¿qué haces besando a la lisiada?” se ha colado con dignidad en un texto con intenciones teológicas, ¿será que estamos ya en los últimos tiempos?

También comparten estos ensayos un similar gesto satírico que asume plenamente la tradición para jugar y hacer piruetas con ella. Esa mordacidad no quita que este texto ofrezca también pasajes de una sensibilidad desgarradora, como el fragmento “Dios es el guionista más cruel…”. La parodia brota de estas páginas como una ofrenda con olor fragante a posmodernidad. Y aunque semejantes modales suenen ingratos y ofensivos a algunos oídos, lo cierto es que pocas declaraciones de gratitud son tan explícitas y autoconscientes como las parodias. Bajo la sombra docente de Rubem Alves, la teología es aquí juego, ejercicio de ficción teológica (teoficción, proponen los autores). “La filosofía y la teología —decía Borges lacónicamente— son dos especies de literatura fantástica”.

Si estos ensayos se leen como un manual (como, lamentablemente, tantos libros de la tradición evangélica nos han enseñado a leer), pueden espantar a los desprevenidos. Esto aplica especialmente al adentrarnos en senderos que los firmantes de esta obra (Samuel Lagunas y Raúl Méndez Yáñez) recorren de diferentes maneras: lo liminal, lo monstruoso, lo escatológico, en el primer caso; lo demoníaco, lo oscuro, lo heterodoxo en el segundo. Las consecuencias de mezclar anime, teología y metal están a la vista de todos.

Sin imaginación, sin un espíritu lúdico, este libro (y, por qué no decirlo, la vida misma también) se vuelve una superficie árida, espinosa, problemática. Pero son bienaventurados los que siguen teniendo un poco de humor, incluso cuando hablan del Dios omnipotente, aquel que se esconde y se revela, el Padre de las luces. No nos vendría nada mal entender, aunque sea una vez cada tanto, que la “gracia de Dios” también puede ser un reconocimiento de su maravilloso sentido del humor.

Este es un libro escrito en caliente, diríamos en Argentina. Los temas, las formas, las referencias, las preocupaciones, los guiños, todo lo que configura esta obra surge de la plena actualidad de los fenómenos y las producciones culturales. Es que esta nueva temporada de Dios se vino con profundos cambios en su trama y nadie —ni sus partidarios, ni sus detractores— puede quedarse al margen de esta avalancha de presente continuo.

Noé Jitrik definió lo canónico como “lo regular, lo establecido, lo admitido como garantía de un sistema, mientras que la marginalidad es lo que se aparta voluntariamente o lo que resulta apartado porque precisamente no admite o no entiende la exigencia canónica”. Estas páginas encuentran su ritmo en el terreno de lo heterodoxo, en el desplazamiento de lo establecido. Nadie es heterodoxo o marginal per se, no son un a priori, sino un modo de posicionarse y responder a un campo específico.

Todos los ensayos se apropian creativamente de los tópicos, sentidos y palabras de la historia de la salvación que ofrece la tradición cristiana. Esa apropiación es también un bucear por los recovecos de esa herencia, sus declaraciones dogmáticas, sus textos fundacionales, sus implicaciones sociales y eclesiásticas. El libro se apropia desfachatadamente del legado del cristianismo mediante asociaciones de sentido libres. No apunta a la exégesis metódica del cine, del canon, de la ortodoxia ni de la Biblia, sino que intenta dinamitar las posibilidades hermenéuticas de lo religioso que se encuentran dormidas en la cultura. Los y las ensayistas se mueven a gusto y piacere por el texto bíblico y la teología, como en su propia casa, con el tipo de soltura que tienen aquellos que han habitado esas paredes por mucho tiempo.

Y en ese sentido, conviene destacar la omnipresente sombra del octavo pasajero de este libro: lo evangélico, ese nombre con el que, en América Latina, identificamos a la rama del protestantismo que forjó su identidad a la luz del puritanismo, el pietismo, los movimientos de santidad y los grandes avivamientos, y que desde hace tiempo tiene su centro cultural neurálgico en los Estados Unidos. La herencia de evangelicalismo aparece frecuentemente como un debate tenso entre lo recibido y lo rechazado. “Estoy tratando de ser lo más cristológicamente ortodoxo, y esto casi suena a una herejía. A nuestros oídos modernos, sin duda la ortodoxia estricta sonará a blasfemia”, dice uno de los ensayos. Quedan en evidencia las paradójicas realidades de la iglesia evangélica latinoamericana, sus limitaciones, sus luces y sombras. Los autores que firman esta obra entretejen su deconstrucción teológica con biografías innegablemente marcadas a fuego por esta tradición; ¿quién más podría conocer qué significan los tratados de Chick, frases como “Dios es un caballero” o nombres como Guardian o Petra?

Los ensayos ponen también el dedo en algo que resulta llamativo: el evidente crecimiento (tanto de calidad como de cantidad) en la representación del ámbito de lo religioso, y muy especialmente del mundillo evangélico, en la pantalla. Durante años, Hollywood retrató la experiencia de fe de las iglesias de forma pueril, artificial, casi una caricatura de la vivencia real, las motivaciones y el universo de sentido de los y las creyentes. Pero en los últimos diez años, por motivos aún por dilucidar, la mirada se ha refinado.

La lectura atenta quizás habrá ya notado que, detrás de este insólito libro sobre cine y teología, en realidad subyace un terreno común: el poder incuestionable de la cultura estadounidense y de su American way of life, que permea por igual el entretenimiento y la religión (para no hablar de política o economía). La meca del cine y de la iglesia evangélica es también el molde que ha configurado el esqueleto de la cultura global contemporánea; como han reconocido autores tan disímiles como Mark Hertsgaard y Jean-François Revel, hablar de “globalización” es en realidad y en buena medida, hacer referencia concretamente a la norteamericanización de la cultura global. Estamos en presencia de dos fenómenos que, a pesar de las mutuas excomuniones, tienen más en común de lo que quisiéramos reconocer. A fin de cuentas, entre el Cinturón de la Biblia y Hollywood no hay más de dos mil kilómetros.

Esta afirmación vale también para reconocer la continuidad entre los acentos propios de la cultura global y el discurso del cristianismo contemporáneo. En estas páginas se encuentran desperdigados muchos ejercicios de esa especie de arqueología de la traducción: descubrir que lo que el mundo del espectáculo dice en películas y canciones, las iglesias parafrasean a menudo después en sermones y worship. Hegel afirmó que la filosofía es frecuentemente la forma más refinada de las ideas que una sociedad posee ya en un nivel popular; algo similar puede decirse en este universo: ¿Cuánto se ha exportado sin mucha meditación del mundo del espectáculo a la experiencia espiritual? Porque, aunque Hollywood se vista de iglesia, Hollywood se queda.

De diferentes formas, Dios, nueva temporada ofrece una meditación sobre la sutil (pero permanente e inexorable) construcción de una ética y una espiritualidad forjadas por la cultura popular. Las ideas que se cuelan en la pantalla no solo reflejan el mundo (el arte como espejo de la vida), sino que, de una forma cada vez más evidente, moldean la realidad. El cine es, sugieren por ahí estas páginas, una remozada liturgia secular, la proliferación sin fin de las pequeñas historias para una sociedad que se niega a abrazar ya a las grandes. Es el tipo de contemplación estática que nos rapta, durante dos horas de emociones intensas, pero que no requiere mayor fidelidad; en el mejor de los casos, la liturgia de la pantalla perdurará en nuestra cotidianidad en forma de objetos fetichistas, referencias sutiles, efímeros memes y consumo irónico. Quizás Arquímedes nunca encontró aquel punto de apoyo con el que quería mover el mundo, pero la industria del entretenimiento ha logrado rotar su eje una y otra vez sobre la base de libros, canciones, series y películas. La cultura popular es caldo de cultivo ideológico en el que vivimos, nos movemos y somos. Sus raíces teológicas crecen en el inconsciente colectivo con la fuerza imparable que le gustaría tener a los mejores apologetas.

Cierro con una analogía. Los memes siguen teniendo fuerza de tracción en tanto y en cuanto las personas sigan aplicándolos a diferentes escenarios. En las primeras semanas de la pandemia del Covid-19, el “meme de los africanos que bailan con el ataúd” (con toda propiedad: Coffin Dance/Dancing Pallbearers) parecía destinado a monopolizar la red; pero su aplicación, novedad y gracia se desgastaron rápidamente. La muerte del meme del ataúd –valga la redundancia– y de todos los demás llega cuando deja de ser reutilizado, cuando los usuarios ya no se lo apropian para llevarlo a nuevos terrenos. Poco después, el cetro pasó al “meme de los dos perritos” (Swole Doge vs. Cheems, para la gente elegante), que de alguna manera logró estirar su utilidad donde sus rítmicos rivales africanos habían fracasado.

La teología, al igual que los memes, está viva cada vez que nos apropiamos de ella, la miramos con ojos de sorpresa, la llevamos a terrenos insólitos o desolados. Un libro como este, fruto de las búsquedas y hallazgos de una generación joven y ecléctica, hace justamente eso: es la prueba de que la reflexión teológica está vivita y coleando, y puede sentirse a gusto entre textos milenarios y pantallas táctiles por igual. Y más aún: un libro como este es, en el mejor de los sentidos, innecesario; no existe por fatal necesidad, sino por pura voluntad. Creo que eso nos dice algo sobre el desarrollo de la teología (en especial, la protestante) en este lado del mundo. Después de mucho habitar en su rudimentario y seguro capullo, parece que se ha largado valientemente, como Forrest, a recorrer el mundo. Está saliendo de los márgenes de lo estrictamente pragmático, lo que tiene un fin devocional o una utilidad inmediata, para entregarse a la aventura de buscar a Dios mientras puede ser hallado.

—No tengas miedo —le dijo el ángel a María y lo sigue diciendo hoy.

—Mira —podrían agregar Mufasa o quizás el Logos hecho carne—: todo lo que toca la luz de la pantalla también es nuestro reino.

* Argentino, compositor, cantante y autor de los libros Arte y feyCristianismo y posmodernidad: La rebelión de los santos.

Cargando…

En el último capítulo del siglo XIX, cuyo arco narrativo fue el de la teoría de la evolución, en una escena inesperada que le dio un giro total a la historia, Dios muere.

—¡Y nosotros lo asesinamos! —grita en la plaza un frenético Federico Nietzsche mirando a la cámara en un abigarrado close-up donde se revela un gesto eufórico que prefigura al del doctor Rotwang, en la cinta Metrópolis (1927), al insuflar vida a un trozo de metal. Mientras tanto escuchamos al fondo Tristán e Isolda de Wagner y, fuera de cuadro, se levantan los gritos de protesta de la naciente revolución comunista a la que había incitado Carlos Marx años atrás.

Pantalla oscura…

A lo lejos, en Viena, el Hombre-Rata despierta azorado y narra sus bajos instintos a un meditativo Sigmund Freud quien descubre que la religión es, como la de su paciente, solo una neurosis grave de la que tal vez pronto se recupere. O quizá no. En 1895, el 28 de diciembre, en el salón Indien del Grand Café un grupo de personas inaugura, con un poco con incredulidad, pero luego con devoción frenética, una nueva liturgia. Gracias a las primeras 20 películas de los hermanos Lumière, la industria del cine ha comenzado.

Pantalla oscura…

¿Llegan los créditos finales…? No, esperen, ¡hay una escena más!… Se trata de otra estación de tren, ya no es la de los hermanos Lumière. Ahora estamos en Safenwil, Suiza. Han pasado los años, es 1911. Plano secuencia. Gracias al dolly vemos la cámara moverse por un camino hasta alcanzar una bicicleta con ruedas de tamaño dispar, que hoy es francamente vintage. La bici va rodando. Vemos el pasar del pasto y de los árboles como si nosotros fuéramos quienes pedaleamos. Llegamos a una iglesia protestante, y descendemos. La cámara, sin cortes aparentes, da un giro y se aleja, enfocando el rostro risueño de un joven pastor con una Biblia en una mano y sosteniendo Los hermanos Karamazov de Dostoievski en la otra…

Tras la muerte de Dios en el siglo XIX, sus fans no quedaron satisfechos, hubo muchos reclamos y críticas negativas porque el argumento nunca terminó de convencer. ¡Sin duda Dios merecía otro final! O, quizá, ningún final en absoluto, porque Dios es la franquicia de contenidos más grande de toda la historia. ¡Siempre querremos otra temporada! Nietzsche, Marx y Freud, los “maestros de la sospecha”, como les llamaba Paul Ricœur, se volvieron los villanos más odiados.

El siglo XX puede denominarse el reino del Fandom de Dios en contra del escepticismo. El Fandom está hecho de las admiraciones de los fans, pero también de las narrativas que, sobre un personaje, serie, película o, incluso libro, realizan los fans, en un intento de mejorar la historia canónica u oficial, o bien, de dar un giro más personalizado a sus ficciones predilectas. Sus productos se llaman Fanfics. El Fandom de Dios en el siglo de las dos Guerras Mundiales, los viajes espaciales, el desarrollo ingente de la ciencia, el auge del cine y la televisión, y en medio de los procesos más agresivos de secularización de la historia, es, sin duda, la metanarrativa definitiva: el anhelo de mantener vivo a Dios a pesar de encontrarnos en el contexto más adverso hacia él.

¡Hubo buenos Fanfic de Dios en el siglo XX! Aunque inició como un personaje secundario de psicoanálisis, Carl Jung logró un exitoso spin-off para hablar de Dios desde la psicología profunda y los significados arquetípicos de lo sagrado; a Jung le seguirá Erick Fromm (1994) con un genial ensayo sobre el cuerpo místico de Cristo. Aparecen nuevas producciones como el Tratado de la historia de las religiones de Mircea Eliade, publicado originalmente en 1949 y editado en dos volúmenes en español (1964, 1974). Este tratado tendrá un reboot, por parte del mismo Eliade, en las cuatro entregas de la saga Historia de las creencias e ideas religiosas, publicada entre 1976 y 1986, reeditada recientemente en español en 2019 y 2020. En la obra de Eliade Dios pasó del monopolio del cristianismo a la universalidad de la experiencia sagrada. Inspirado por la escuela de historia de las religiones, Paul Tillich lanzará su propia franquicia de Teología Sistemática I, II y III (1981, 1981b, 1984), que publicará de los años 1951 a 1963. Tillich no tuvo tiempo en vida para culminar con su obra máxima: una versión teológica integrada desde la perspectiva interreligiosa. Hacia finales del siglo XX e inicios del XXI puede decirse que el sueño de Tillich de una teología plurirreligiosa lleva muy buen camino zanjado. Prueba de ello es el crossover entre cristianismo y budismo realizado por Raimundo Pannikar (1999) a cuyas reflexiones sobre diálogo religioso se suman Hans Küng (2004) y Juan José Tamayo (2011).

Mientras estas narrativas se arraigaban en más mentes que corazones, la pantalla se encargaba de consolidar desde California su propio imperio de luces y divinidades. Nuevos altares comenzaban a erigirse desde el extraño santuario de la sala de cine (un cúmulo congregado en penumbras en espera del mensaje de otra zarza). Nuevos sermones se escuchaban. Hay una cita de Robert Musil que va de libro en libro en la que se señala que, en opinión del escritor austriaco, para 1930 ninguna iglesia tenía una red tan extensa y coherente como la que el cine había conseguido en tan solo 30 años. Entre David Griffith y John Ford renovadas mitologías y geografías se abrían paso en la mirada. Era como si la humanidad estuviera redescubriendo sus ojos y sus historias. Allí estaba el mito del buen blanco, del vaquero indómito, de la femme fatale, de la rubia inmaculada, del detective invencible y tozudo, del millonario excéntrico y peligroso, del pobre noble y risueño. Allí estaban, con pies de plomo, un cúmulo de dioses y diosas empezando su larga marcha por el mundo.

Lejos de la meca hollywoodense, otros cultos y otras miradas se despertaban. Las epifanías se expresaban ya no a través de las estrellas del iconostasio (de Audrey Hepburn a James Dean), sino desde lugares más sutiles: lo cotidiano en Yasujirō Ozu, el silencio en Carl Dreyer, lo misterioso en Victor Sjöström, la rebeldía en Pier Paolo Pasolini, la filosofía moral en Eric Rohmer, la angustia en Ingmar Bergman. Como en el cuento “La luz es como el agua” de Gabriel García Márquez, el cine empezaba a inundar la totalidad de lo real con el aura de lo trascendente. La cámara era el nuevo instrumento de unción.

En un ambiente tan competitivo en el reino de lo sagrado, los teólogos-guionistas clásicos quisieron recuperar su protagonismo en las narrativas divinas. Si bien eran cristianos, hicieron cosplay o encarnaciones de historias utilizando el atuendo del vitalismo, el existencialismo, el neokantismo, incluso de las teorías sociales. Rodolfo Bultmann (1981)1 hizo cosplay de existencialista, Karl Rahner y su método antropológico-trascendental utiliza un atavío kantiano-heideggeriano (1976), Wolfhart Pannenberg (1981), vistiendo una teología con peluca hegeliana incursiona en los debates de la teoría social. George Lindbeck (2018), por su parte, crea un atuendo tomando un poco de Evans-Pritchard, otro tanto de Clifford Geertz para, con algunos toques de maquillaje wittgensteniano, crear su famoso modelo lingüístico-cultural.

Pero fue el teólogo jesuita y paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin (1974) quien tuvo la osadía para hacer el crossover definitivo: Teología y Evolución. Desafortunadamente su obra maestra que es El fenómeno humano, aunque tuvo mucho impacto, prácticamente no ha tenido herederos ni continuadores. Hoy, de ese gran crossover de Teilhard de Chardin se ha pasado a series de muy baja calidad, telenovelas que atraen a mucha gente, principalmente targets de fe tan débil que necesitan que la ciencia valide sus creencias. Así tenemos el creacionismo y el Diseño Inteligente, principales hitos de la teología kitsch (en tanto pretenciosos y de baja calidad). Estas corrientes piensan que estando en contra de la evolución se está a favor de la “causa” de Dios, y así su argumento se vuelve débil, predecible y atractivo solamente para quienes no quieren cambiar su punto de vista, entreteniéndose con sus creencias de siempre. La evolución aún está en espera de tener un buen papel protagónico en alguna serie teológica en el siglo XXI.

Conforme la figura de Jesús era cada vez más cuestionada desde la historia, por los estudios críticos de la Biblia y, desde la fe, por las teologías desmitificadoras, el cine se empeñaba en devolver al mesías su aura redentora. Gracias a un largo y monótono peregrinaje audiovisual, que tiene sus momentos cumbre en la angelical mirada de Robert Powell en Jesús de Nazareth (1977) y en la faz sufriente de Jim Caviezel en La pasión (2004), el rostro de Jesús ha conseguido conservarse en el imaginario cultural, aunque a costa de que su vocación sacrificial sea ahora un espectáculo lacrimógeno y lastimero.

El cine sobre Jesús, por fortuna, ha tenido sus honrosos disidentes: La última tentación de Cristo (1988) es todavía la más descollante, pero no desmerece para nada el Jesús serie B de Jesucristo, cazador de vampiros (2001), el Jesús jipi-cantante de Jesucristo superestrella (1973), o el Jesús kawai2 del manga y el anime Las vacaciones de Jesús y Buda (2008) de Hikaru Nakamura. Son apóstatas del dogma que han llevado al salvador por aventuras que lo han acercado mucho más a la humanidad occidental del siglo XX y XXI, que los ostentosos refritos que cada dos o tres años llegan en Semana Santa.

Los vástagos directos de ese cine literalista y ortodoxo son los directores de “películas cristianas”, género virulento que se propagó a fines del siglo XX desde Estados Unidos y que ha infectado poco a poco el resto de las industrias (el caso más emblemático en la estela de cine cristiano intolerante y homofóbico es el mexicano Paco del Toro con su productora Armagedón). Los frutos del cine cristiano estadounidense han nacido muertos: películas para televisión que, con toda la impronta del dispensacionalismo de Billy Graham, aterrorizaban con guerras sin fin, anticristos perversos y personajes miserabilísimos, a fin de ganar feligreses; producciones mucho más sofisticadas como las de la trilogía Dios no está muerto (2014, 2016, 2017) de Pure Flix, o inspiradoras como la serie profamilia de Sherwood Pictures: Lección de honestidad (2003), Enfrentando a los gigantes (2006), A prueba de fuego (2008), Reto de valientes (2011). Cine recibido con precaución en el resto de la industria por ser la cara más explícita de la derecha cristiana (antievolucionista, antiislam, antiaborto), pero que todavía conquista grandes montos de dinero en las taquillas.

Las teologías de la liberación en Latinoamérica, África y Asia, que incluyen las trasgresiones epistemológicas de las posturas feministas en contra del dogma, aparecieron como un nuevo género sobre las narrativas de Dios que desde la pasada década de los 60, y hacia a finales del siglo XX e inicios del siglo XXI se han convertido en las principales vetas de interlocución entre la teología y el mundo real. Desde Rubem Alves (Cervantes-Ortiz, 2003; Alves,1982) y Gustavo Gutiérrez (1975), primeros forjadores de la teología de la liberación, hasta Marcela Althaus-Reid (2005) quien nos mostró, antes de morir, el universo de la teología cuir; pasando por Elsa Tamez (2020) e Ivonne Guevara (2000) con sus teologías feministas y ecofeministas, y, desde luego, los cracksEnrique Dussel y Leonardo Boff. ¡No se piense que este rubro forma un todo homogéneo y armónico! Las teologías de la liberación y las teologías feministas, womanistas(teólogas afroamericanas), mujeristas (chicanas e indígenas latinoamericanas), se encuentran, como dice Gloria Anzaldúa (2016), en un “cruce de caminos” que representa un constante conflicto, crítica y revisión.

Mención aparte merece Hans Urs von Balthassar (1993) quien acuñó el precioso término de “teodrama” para hablar de la experiencia cristológica en la historia como un escenario teatral que se despliega en medio del devenir humano. Aunque la Escuela de Yale ha intentado una teología narrativa de la mano de Hans Frei o Stanley Hauerwas, la influencia de la perspectiva canónica de Bervard Child, como señala Walter Brueggemann (2003), ha sesgado un tanto los intentos por darle pleno vuelo a la ficción bíblica. Como el mismo Brueggemann nos ha enseñado, la teología es narrativa dialéctica entre el canon y la imaginación.

Más allá de las opresivas fronteras del “cine cristiano”, la espiritualidad (cristiana o no) ha encontrado caminos mucho más fértiles en la pantalla grande. Los momentos “Tarkovsky” y “Scorsese” han sido los más consistentes y fructíferos de la segunda mitad del siglo XX, mientras que, en el cambio de siglo, las tramas pos-new age de Malick y Aronofsky han sido, acaso, las que han calado más hondo en la audiencia por la espectacularidad de su misticismo (pienso sobre todo en El árbol de la vidadel primero y en La fuente de la vida del segundo). Por un lado, las películas de Tarkovsky exudan misticismo en cada plano: ya sea una caminata en un cohete en Solaris (1972) o la desolación de un territorio devastado en Stalker (1979), la pregunta por lo que excede y al mismo tiempo profundiza lo humano no deja de palpitar. En el otro polo, Scorsese se ha regodeado en la retórica de la violencia que implica el acto de redención con todos los matices de perdón y sufrimiento que juegan a favor y en contra de los involucrados en dichas tramas soteriológicas. No es un cine de meditación y contemplación como el de Tarkovsky, sino de acción y de respuesta: de historias. Por eso, su huella encajará más hondo y brotará una y otra vez en las series teológicas del siglo XXI, de Lost(2004-2010) a The sinner (2017-).

La nueva (ya ni tanto) generación de teólogos del siglo XXI —híbridos de fe y pantalla— tenemos sobre nuestros hombros el desafío de encontrar y crear nuevos y más frescos guiones para hablar de Dios. Podemos sucumbir a la nostalgia y satisfacernos en el hacer y el ver producciones teológicas “de época” regresando a los clásicos, que sin duda son una fuente de obligada recurrencia, pero también hemos de mirar hacia el presente y el futuro para imaginar a Dios desde los márgenes y el conflicto, desde la “desortodoxia”, entrando en diálogo con la blasfemia y la apostasía.

El siglo XXI es el tiempo del streaming y de la herejía, lo que, como veremos en este libro, no implica necesariamente odio o separación de Dios, sino, simplemente, un movimiento de rencuentro con el reflejo de lo humano. Aunque éste provenga de la luz ¿artificial? de una pantalla.

… el viejo profesor de teología de la Universidad de Basilea, Karl Barth, está escribiendo su testamento teológico, una herencia para los teólogos del futuro. Con la Biblia a su lado derecho y el periódico del día al lado izquierdo, con su pipa de tabaco en los labios, se dedica a la labor con su característica sonrisa y mirada trascendentemente humana. Está afanado en su obra a publicarse en 1962, año en que también aparecerá en la portada de la revista Times, y en medio del estreno de la trilogía de Ingmar Bergman (Como en un espejo, Los comulgantes, El silencio) sobre el silencio de Dios.

Los ojos del teólogo se humedecen con el fantasma de su pasado, al tiempo que crea el capítulo 10 de su Introducción a la teología evangélica (2006), uno de los pasajes más melancólicos de la teología del siglo XX. Evoca los años de su juventud, ya hace medio siglo, cuando era pastor en Safenwil y pedaleaba su bicicleta; cuando Dostoievski, Nietzsche y Schleiermacher representaban su principal relación amor-odio intelectual que dio por resultado un comentario a la Carta a los Romanos en 1919 (Barth, 2002). Veinte años después fue autor intelectual de laDeclaración de Barmen en contra del nazismo.

El siglo XIX no acabó del todo con Dios y tanto Karl Barth como Ingmar Bergman fueron dos de los principales testigos de su presencia en el siglo XX, no para sucumbir ante alguna filosofía en particular; aunque conocían demasiadas. Barth y Bergman tuvieron un encuentro con el Dios excluido del cielo, el Dios de la soledad que se volvió humano en Cristo.

Junto con Cristo, junto con Barth, junto con Bergman y junto con todas y todos los que quedamos marcados por el confinamiento en casa durante la pandemia por la Covid-19, iniciamos otra buena carrera de la fe: un maratón de producciones cinematográficas y series televisivas en busca de Dios en este siglo XXI. Porque tanto los autores de este libro, como seguramente las y los lectores del mismo, hemos atravesado o atravesamos un gran momento: el del aislamiento y la soledad, territorio esencialmente teológico como lo expuso Karl Barth en ese melancólico capítulo 10: “El que se adentra en el tema de la teología, descubre inmediatamente —y de eso vamos a hablar a continuación— que se halla desterrado de manera permanente e inevitable a una soledad extraña y notoriamente opresora” (2006: 136). Soledad que Bergman supo condensar en uno de los diálogos de Block en El séptimo sello (1957): “La fe es un tormento, ¿sabías eso? Es como amar a alguien que está en la oscuridad y que nunca aparece sin importar qué tan fuerte digas su nombre”.

Así que vayan por palomitas, botanas y refresco, quizá cerveza o algún buen vino, y acompáñenos en estas secuencias de nuestras soledades frente al espejo negro. Si se encuentran también en ellas, seremos más los que andemos en la romería; si no, ya habrán conocido otra forma de mirar el camino.

1 Las fechas entre paréntesis corresponden a las ediciones consultadas, no a los años originales de publicación.

2Kawai: Palabra japonesa para tierno, parecido, aunque no sinónimo absoluto del cute inglés.

Sia escondida. Elaborada por Karla Velázquez. 2019. Imagen digital

Sia es una reconocida cantante pop y productora de cine. Como cantante ha ejercido gran parte de su carrera con el rostro oculto. Este estilo es una forma de autocuidado y la asunción de una postura crítica ante la lógica invasora de la industria que se regocija en la expropiación de las intimidades. En 2018 participó en el soundtrack de la película Vox lux donde Natalie Portman interpreta a una cantante pop que debe enfrentar las dificultades y las exigencias de su carrera musical.

En Sia escondida la autora Karla Velázquez utiliza elementos provenientes de la iconografía del buen pastor (la vestimenta, las ovejas) para caracterizar a Sia, al mismo tiempo que mantiene, como Dios, el rostro oculto de los espectadores.

Primera tabla

Samuel Lagunas

I. No verás pantallas ajenas: la paradoja del multiscreening

El monoteísmo presupone una relación única y exclusiva entre el Creador y su criatura. Se trata, además, de una relación concebida más allá de las imágenes y de toda duración: es una relación destinada a la eternidad. Hay aquí una obviedad: ninguna imagen produce efectos tan largos. Por eso la fe se ancla en lo invisible: aquello que la mirada no puede sostener —ni soportar— al frente suyo es lo que necesita evocar el creyente mediante la imaginación y la abstracción. El precepto sacerdotal contra la idolatría es una declaración de principios: nada puede interponerse entre la persona y la divinidad. Dios es, no se percibe, y para seguir siendo necesita permanecer aislado, solo, invisible.

El siglo del internet nos ha llevado muy lejos del presupuesto monoteísta de pertenencia exclusiva y recíproca (“Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”). Habitamos, en cambio, el tiempo de la repetición puntual. Nuestros ojos despertaron del sopor antiidolátrico y se convirtieron en cazadores, recolectores y carroñeros de imágenes. Lo llamamos zapping y scroll. Ir de canal en canal, de ventana en ventana, de dios en dios. La digitalización masiva de contenidos confluye en el ímpetu extático de mirarlo todo, cada vez más cerca y cada vez más veces. El trayecto de innovación tecnológica que va de la pantalla de escritorio a la pantalla de realidad virtual ofrece un recorrido inverso al del primer mandamiento: tendrás todo delante de ti. ¿Se trata de la voz actualizada de la serpiente en el jardín de la iconosfera? ¿Estamos sucumbiendo a la tentación imagotecnológica de nuestro siglo? Desde luego que no. El ambiente multi- y transmedia plantea, en cambio, la posibilidad de habitar un nuevo y aumentado jardín, ya no situado exclusivamente en el Edén, sino que ahora es portátil. El anhelo sacerdotal de repetir la ley sin cansancio, de guardarla en el cuerpo y en la mente, se materializa gracias a las multipantallas. Una imagen habita distintos espacios simultáneamente, se propaga con rapidez: se viraliza. En un intento de explicar su movimiento, nos referimos a ella como un virus: un ser que no está vivo ni muerto, pero que persevera obstinadamente en su existencia no exclusiva. Un virus es porque se repite.

La mirada aspira a poner orden en el flujo ininterrumpido de visiones. Mirar implica controlar, elegir, jerarquizar. Eres porque te veo. Estás porque puedo verte.

Mirar, en la época de las pantallas, implica irremediablemente ser mirado: someterse a las mismas operaciones que llevamos a cabo. Es la condición sine qua non del paraíso: nosotros también somos parte del flujo. La primera imagen que se impone delante de nosotros somos nosotros mismos. Para estar en el mundo, requerimos vernos y ser vistos. Sin embargo, nada sobrevive en la corriente interminable de las imágenes. No lo necesita. El éxtasis del presente sublima toda fatiga y ansiedad. Todo pasa, todo excita. No hay régimen más justo ni más tirano.

II. No te harás imágenes: la traición del espectador