38,44 €
Esta edición en español del bestseller El discernimiento de los espíritus, forma parte de un programa ampliamente utilizado y reconocido de guías (que incluye libros y cursos de audio y vídeo) para comprender y practicar la espiritualidad ignaciana. Discernimiento de los espíritus es el primer libro de este programa. San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, es uno de los líderes espirituales más influyentes de todos los tiempos, y sin embargo a muchos lectores les cuesta entender sus Reglas para el discernimiento. ¿Qué puede enseñarnos Ignacio sobre el discernimiento de espíritus, que está en el corazón mismo de la vida cristiana? En El discernimiento de espíritus, el P. Timothy Gallagher, profesor de gran talento, director de retiros y erudito, nos ayuda a comprender las Reglas y cómo sus ideas son esenciales para nuestro crecimiento espiritual hoy. Integrando las Reglas y la experiencia de la gente contemporánea, Gallagher muestra la precisión, claridad y perspicacia de las Reglas de Ignacio, así como la relevancia de su pensamiento para la vida espiritual de hoy. Cuando aprendemos a leer correctamente a Ignacio, descubrimos en sus notables palabras nuestras propias luchas, alegrías y triunfos. Este libro es para todos los que desean una mayor conciencia de la acción de Dios en su vida espiritual diaria, y es una lectura esencial para directores de retiros, directores espirituales, sacerdotes y consejeros.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 505
Veröffentlichungsjahr: 2017
DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS
Título original: The Discernment of Spirits. An Ignatian Guide for Everyday Life
Traducción: Renata Furst
Diseño de portada: Purpleprint creative
© 2015, The Crossroad Publishing Company, Nueva York
www.crossroadpublishing.com
ISBN: 978-0-8245-9843-3
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
All rights reserved. No part of this book may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without the written permission of The Crossroad Publishing Company.
Printed in the United States of America.
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
PREFACIO
INTRODUCCIÓN
En el corazón de la vida espiritual
Ignacio de Loyola
Un testimonio personal
El propósito de este libro
REGLAS PARA EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS
PRÓLOGO: ¿QUÉ ES EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS?
«Hasta en tanto que una vez se le abrieron un poco los ojos»
El título de la reglas
Un paradigma de tres pasos
«Sentir» o ser consciente
La valentía de ser espiritualmente consciente
Una conciencia específicamente espiritual
«Conocer» o comprender
«Actuar (recibir / lanzar)»
Los movimientos del corazón
1. CUANDO UNA PERSONA SE ALEJA DE DIOS (1.ª REGLA)
Una experiencia de liberación espiritual
Dos direcciones fundamentales de la vida
La persona que se aleja de Dios
El «enemigo» de nuestro progreso espiritual
La acción del enemigo: el fortalecimiento del movimiento que aleja de Dios
El buen espíritu
La acción del buen espíritu: el debilitamiento del movimiento que aleja de Dios
2. CUANDO UNA PERSONA AVANZA HACIA DIOS (2.ª REGLA)
«De bien en mejor subiendo»
La acción del enemigo: el debilitamiento del movimiento hacia Dios
El «morder» que inquieta
Tristeza
Impedimentos
«Falsas razones» que inquietan
La acción del buen espíritu: el fortalecimiento del movimiento hacia Dios
Ánimo y fuerzas
Consolaciones y lágrimas
Inspiraciones
La fortalecedora «quietud» del corazón
«Quitando todos los impedimentos»
3. LA CONSOLACIÓN ESPIRITUAL (3.ª REGLA)
Una experiencia palpable del amor de Dios
Una consolación específicamente espiritual
Formas de consolación espiritual
«Viene el ánima a inflamarse en amor de su Creador y Señor»
«Y por lo tanto cuando ninguna cosa creada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas»
«Cuando lanza lágrimas motivadas por el amor de su Señor»
«Finalmente, llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad»
«Y todo deleite interno que llama y atrae a las cosas celestiales»
4. LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL (4.ª REGLA)
El momento de la prueba
Una desolación específicamente espiritual
Formas de desolación espiritual
«Oscuridad del ánima»
«Turbación en ella»
«Moción a las cosas bajas y terrenas»
«Inquietud de varias agitaciones y tentaciones»
«Moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor»
«Hallándose toda perezosa, tibia, triste»
«Como separada de su Creador y Señor»
Los «pensamientos que salen de» la consolación y la desolación
5. LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL: UN MOMENTO PARA LA FIDELIDAD (5.ª REGLA)
Guías para actuar
En tiempo de desolación nunca hacer mudanza
«Nunca»: una norma categórica
Ignacio en la desolación
La razón de la norma
6. LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL: UN MOMENTO PARA TOMAR LA INICIATIVA (6.ª REGLA)
Los cambios que debemos emprender
Medios espirituales para una batalla espiritual
Oración
Meditación
Mucho examinar
«Alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia»
El fruto de la iniciativa espiritual
7. LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL: UN MOMENTO PARA RESISTIR (7.ª REGLA)
El pensamiento que fortalece nuestra decisión
Una prueba
La naturaleza de la prueba
El propósito de la prueba
Cuando «no puedes» se convierte en «sí puedo»
«Recordando» y «olvidando»
8. LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL: UN MOMENTO PARA LA PACIENCIA (8.ª REGLA)
La resistencia en el momento de la prueba
La paciencia: la virtud clave en la desolación espiritual
El pensamiento que edifica la paciencia
La consolación y la desolación espiritual: una alternancia normal
9. ¿POR QUÉ PERMITE DIOS LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL? (9.ª REGLA)
«Os conviene que yo me vaya» (Jn 16,7)
«Tres causas principales son»
Nuestras faltas y el don de la conversión
Una prueba y el don del aprendizaje
La pobreza y el don de un corazón humilde
Una norma implícita
10. LA CONSOLACIÓN ESPIRITUAL: UN MOMENTO PARA PREPARARSE (10.ª REGLA)
Antes de que comience la prueba
«Las dos horas de ese deleite»
El pensamiento que nos prepara
Si no estamos preparados
Si estamos preparados
«Tomando nuevas fuerzas para entonces»
La oración de petición de fuerzas para una futura desolación espiritual
La meditación sobre las verdades que nos sostendrán en la desolación espiritual
La consideración del valor de la desolación para el crecimiento espiritual
La reflexión sobre el pasado crecimiento personal gracias a la desolación espiritual
La resolución de no hacer cambios en tiempos de desolación espiritual
La revisión de las reglas de san Ignacio
La planificación para las situaciones específicas de desolación espiritual
Una descripción de la décima regla
11. LA CONSOLACIÓN ESPIRITUAL Y LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL: ENCONTRANDO NUESTRO EQUILIBRIO (11.ª REGLA)
Los dos movimientos espirituales en una sola regla
En la consolación espiritual: un corazón humilde
En la desolación espiritual: un corazón que confía
Ni ingenuamente en lo «alto», ni desesperadamente en lo «bajo»
Manteniendo el equilibrio espiritual: una experiencia
12. MANTENERSE FIRME DESDE EL PRINCIPIO (12.ª REGLA)
Una nueva etapa en las reglas
La metáfora de la duodécima regla
La aplicación de la metáfora
La debilidad esencial del enemigo
«Venció la tentación y quedó quieto»
13. ROMPIENDO EL SILENCIO ESPIRITUAL (13.ª REGLA)
La comunicación y la libertad espiritual
Una directriz de una importancia crucial
«En cuanto acabé de hablar, desaparecieron todas las dudas»
«Era el fin de toda mi ansiedad, de toda mi vacilación»
«Con una nueva esperanza en su corazón»
14. FORTALECIENDO EL PUNTO DÉBIL (14.ª REGLA)
Un ataque dirigido con astucia
Una respuesta: prepararse de antemano
Un punto de necesidad individual
Conócete a ti mismo
La decimocuarta regla y las reglas precedentes
CONCLUSIÓN. LIBERANDO A LOS CAUTIVOS
BIBLIOGRAFÍA SELECTA
ÍNDICE DE NOMBRES
AGRADECIMIENTOS
Estoy profundamente agradecido con las numerosas personas que, con su apoyo y ayuda, han hecho posible este libro. Deseo expresar mi gratitud al padre William Brown, O. M. V., por su aliento, que me llevó a emprender este proyecto, y por propiciar las circunstancias que me permitieron redactar la presente obra. Estoy también profundamente agradecido a David Beauregard, O. M. V., por su ayuda constante a lo largo de todo el proceso de escritura, con Harvey Egan, S. J., por su lectura del manuscrito y por escribir el prólogo de este libro, y con Claire-Marie Hart por su lectura, su generosa asistencia en la redacción y su ayuda en la preparación final del manuscrito.
Deseo, asimismo, expresar mi sincero agradecimiento a quienes me acompañaron en el proceso de escritura con sus lecturas, sus comentarios sobre el manuscrito y su apoyo personal: Rose Blake, Claire Callahan, S. N. D., Susan Dumas, James Gallagher, Gill Goulding, I. B. V. M., Elizabeth Koessler, Ed O’Flaherty, S. J., Gertrude Mahoney, S. N. D., Germana Santos, F. S. P., Ernest Sherstone, O. M. V., y Mary Rose Sullivan.
También expreso mi sincera gratitud a Bernadette Rei, F. S. P., por su ayuda sumamente competente en las cuestiones técnicas relacionadas con la publicación, y a Carol McGinness por su inestimable asistencia informática y la preparación del manuscrito para su publicación.
Finalmente, estoy profundamente agradecido con las numerosas personas que, con su enseñanza, su escritura y su experiencia, me han instruido sobre el discernimiento de espíritus ignaciano durante los últimos treinta años. Estoy particularmente en deuda con Miguel Ángel Fiorito, S. J., Daniel Gil, S. J., y Jules Toner, S. J., pues este libro no habría sido posible sin sus estudios sistemáticos y profundos sobre las reglas ignacianas de discernimiento.
PREFACIO
Aun en nuestra época, el nombre de Ignacio de Loyola raras veces provoca indiferencia. Desde su aparición en el mundo cristiano, muchos lo han considerado, o bien un enemigo, o bien un héroe. Incluso en el seno de la Iglesia que lo canonizó, hay algunas personas a las que se les hace difícil pronunciar su nombre y que miran a Ignacio con recelo. Sin embargo, este cuenta con la admiración y el respeto —aunque a veces de mala gana— de quienes conocen sus extraordinarias hazañas.
El nombre «Ignacio de Loyola» evoca una variedad de imágenes: la del fundador de la controvertida Compañía de Jesús, cuyos miembros reciben a veces la denominación de «el ejército del Papa»; la del padre de la vanguardia de la Contrarreforma, quien supuestamente enseñaba que el fin justifica los medios; la del primer «Papa negro», que afirmaba que en este mundo no le debía obediencia a ningún hombre, con la sola excepción del Papa, y que enseñaba a sus seguidores a obedecer ciegamente al Sumo Pontífice. El mismo nombre «jesuita» es, para muchos, sinónimo de casuística, astucia e intriga. ¿Acaso el retrato del infame Gran Inquisidor de Los hermanos Karamázov, de Dostoyevski, y el repugnante jesuita de La peste, de Camus, no estaban basados en la imagen de Ignacio de Loyola?
Los comentadores contemporáneos —más cerca de la realidad— pintan a Ignacio como un cortesano, un caballero y un soldado. Después de una profunda conversión religiosa, se hizo peregrino para gloria de Cristo y alcanzó una santidad heroica. Con fines apostólicos, para «ayudar a las almas», decidió estudiar con el objeto de convertirse en sacerdote. Reunió a un grupo de compañeros en Cristo, fundó una renombrada familia religiosa, estableció colegios, universidades e instituciones caritativas, y jamás dejó de lado las actividades pastorales. Supervisó una gran red de trabajos misioneros y se vio implicado en delicadas negociaciones diplomáticas. Además, escribió los Ejercicios espirituales, de una inmensa influencia, y las Constituciones jesuitas, así como miles de cartas que demuestran su amplia implicación política y social. El objetivo de este santo tan complejo puede resumirse del siguiente modo: estar con el Cristo trinitario para servir a la Iglesia.
Los Ejercicios espirituales de san Ignacio han transformado la historia de la espiritualidad desde el siglo XVI hasta la actualidad. Son muchísimas las personas que siguen considerando que este clásico es un libro de recetas que enseña un ascetismo de la voluntad, un voluntarismo alcanzado a través de la técnica y una espiritualidad pragmática centrada casi exclusivamente en las resoluciones prácticas. De hecho, algunos sostienen que los Ejercicios enseñan únicamente métodos de oración algo mecánicos, sumamente discursivos, limitados por el uso de imágenes y solo apropiados para los principiantes, métodos que constituyen un auténtico obstáculo para alcanzar niveles de oración más profundos y místicos.
El hecho de que los primeros ataques serios a los Ejercicios apuntaran a su supuesto exceso de énfasis en la dimensión mística de la oración refuta en buena medida la distorsionada caricatura. Algunos estudios recientes han demostrado que los Ejercicios contienen nada menos que veinte métodos diferentes de oración y que la dinámica diaria subyacente consiste en la profundización y simplificación gradual de la oración. En los primeros años de la Compañía de Jesús, muchos de los que practicaron estos ejercicios se unieron posteriormente a órdenes contemplativas. La primera crisis en la naciente orden jesuita surgió porque muchos de sus miembros solicitaron más horas de oración (una petición a la que Ignacio se opuso con todas sus fuerzas). Si recurrimos a la espiritualidad y al misticismo del propio Ignacio como la clave hermenéutica de los Ejercicios, la dimensión mística de estos últimos resulta evidente.
En resumen, los Ejercicios ignacianos pueden conducir a personas de prácticamente cualquier nivel de desarrollo espiritual hacia áreas cada vez más profundas de la vida espiritual (e incluso hacia la vida mística). La espiritualidad encarnada e icónica de Ignacio, así como su misticismo, encuentran a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios. Jamás separan el amor a Dios, al prójimo y al mundo. Se trata de una espiritualidad y de un misticismo de regocijo en el mundo, una espiritualidad pascual que ama al mundo porque el Dios trinitario lo crea, lo redime, lo ama y lo transforma. El misticismo y la espiritualidad de Ignacio, trinitarios y cristocéntricos, fundaron una comunidad de amor para un servicio apostólico eficaz (que incluye tanto la dimensión social como la política).
Si leemos la Autobiografía de Ignacio, descubrimos que su comprensión del discernimiento de espíritus comenzó casi al mismo tiempo que su conversión religiosa. La experiencia fundamental de iluminación que tuvo a orillas del río Cardener, en Manresa (España), lo transformó en un hombre nuevo, con una comprensión nueva de los asuntos de la fe y del conocimiento. Durante una visión en una capilla de La Storta, cerca de Roma, sintió que el Padre eterno lo situaba junto al Hijo, que cargaba la cruz. En su interior, el Padre le habló a su corazón: «Os seré favorable en Roma» y «Quiero que tú, Hijo mío, tomes a este hombre por servidor». Entonces Cristo le dijo a Ignacio: «Quiero que tú nos sirvas». Las gracias de La Storta confirmaron la dimensión trinitaria y cristocéntrica de su servicio y de su misticismo eclesial. La autobiografía también da testimonio de otras experiencias místicas impresionantes, incluida su creciente habilidad para discernir espíritus.
Su Diario espiritual, otro texto importante, tal vez sea el documento más extraordinario que se haya escrito jamás sobre el misticismo trinitario y cristocéntrico. Ofrece un sorprendente testimonio de la intimidad mística de Ignacio con cada una de las personas de la Trinidad, con la Esencia Divina, con el Dios-Hombre y también con María. Lágrimas místicas, visiones trinitarias e iluminaciones, diversos tipos de locuciones, profundas consolaciones místicas, toques místicos, experiencias del amor reverencial, el descanso en el Espíritu y melódicas voces interiores impregnan este breve documento. Estas experiencias le permitieron a Ignacio discernir la variedad de espíritus que lo incitaban a descubrir la voluntad particular que Dios le tenía reservada.
El éxito apostólico de Ignacio y de los jesuitas, desde su época hasta la actualidad, parece haber eclipsado la importancia de su misticismo (un misticismo que Ignacio nunca buscó de por sí, sino, principalmente, por su capacidad para enseñar y confirmar la voluntad de Dios). El hecho de que Ignacio cerrara sus más de siete mil cartas con las palabras «Que Cristo nuestro Señor nos ayude con su gracia generosa, para que conozcamos su santa voluntad y la cumplamos perfectamente» da testimonio de este misticismo. Esos mismos éxitos apostólicos han eclipsado también el papel central que tiene el discernimiento de espíritus en la espiritualidad y en el misticismo de Ignacio. La adecuada comprensión de sus reglas para el discernimiento de espíritus presupone la comprensión de su vida como la búsqueda y la realización de la voluntad de Dios.
En una ocasión llamé a Ignacio el «místico de los estados de ánimo y de los pensamientos». Esto simplifica en exceso a un santo que tomó en consideración prácticamente todo lo que influye en la vida y en las decisiones cristianas: el Espíritu Santo, los ángeles buenos, los demonios, lo que fluye de la estructura racional y volitiva del espíritu humano, lo que procede de nuestra propia imaginación, nuestra memoria, nuestras emociones, nuestra naturaleza desordenada y pecaminosa, lo que comemos y bebemos, la luz y la oscuridad, y hasta las estaciones del año.
El discernimiento de espíritus no es una anomalía en la tradición judeocristiana. El texto bíblico demuestra claramente que Dios guía a la persona recta. Adán y Eva aprendieron a base de cometer errores que a uno lo pueden engañar con grandes promesas. Jeremías era muy consciente de los enredos del corazón humano. Dios instruyó a los judíos para que pudiesen discernir entre un profeta auténtico y uno falso.
También la primera comunidad cristiana sabía que tenía que discernir y evaluar las diversas influencias que la afectaban. San Pablo comprendió que la comunidad solo podía distinguir las palabras proféticas y los fenómenos carismáticos auténticos de los falsos por medio del Espíritu. Hasta los líderes tenían que pasar el examen del Espíritu, porque a veces podía tratarse de «trabajadores falsos y engañosos». Las «obras de la carne» procedían claramente del espíritu maligno; los frutos del Espíritu hablaban por sí mismos. «No existe ninguna ley» en contra del amor, la alegría, la paz, la paciencia, la gentileza, el control de sí mismo y la bondad.
A los primeros cristianos se los exhortaba a que siguieran al Espíritu, a que vivieran en el Espíritu y a que se dejaran guiar por él. El Espíritu oraría por ellos y los ayudaría a decir «Abbá, Padre» y «Jesús es el Señor». El Espíritu les daba el poder para discernir la misteriosa y escondida sabiduría de Dios: Cristo mismo, la norma de todo discernimiento, el «consuelo de Israel».
En los primeros siglos de la tradición cristiana, Orígenes enseñó que los pensamientos pueden proceder de Dios, de los ángeles, de los demonios y de nosotros mismos. Después de él, muchos de los Padres de la Iglesia aconsejaron que se prestara estricta atención a los pensamientos que surgen del corazón y a los que entran en él, y que se examinara cuidadosamente su huella. Con el tiempo, el discernimiento de espíritus supuso el estudio meticuloso de todos los factores que tienen influencia en la vida cristiana, especialmente en lo que concierne a la decisión y a la elección. Los estados afectivos del consuelo y del desconsuelo, los procesos de razonamiento, los pensamientos, las imaginaciones, los fantasmas, los sueños, las visiones, las locuciones y demás cosas parecidas debían someterse a la siguiente pregunta: «¿Vienen de Dios, de los ángeles, de los demonios o solamente de nosotros mismos?». Uno de los más citados dichos apócrifos atribuidos a Jesús («sean cambistas sagaces») se centra en la habilidad para distinguir el oro puro de los metales no preciosos, o sea, la habilidad para discernir espíritus.
El énfasis de san Ignacio en el amor discreto tal vez sea el sello distintivo de su espiritualidad y misticismo. San Ignacio es el paradigma del «cambista sagaz», muy admirado en la tradición cristiana. Independientemente de la intensidad de sus experiencias religiosas, Ignacio las sometía siempre al criterio, a la reflexión crítica y al contenido de la fe cristiana.
El célebre teólogo alemán Karl Rahner, admirador de san Ignacio, afirmaba que las breves reglas ignacianas de discernimiento de espíritus brindaban un método práctico, formal y sistemático para descubrir la voluntad de Dios con respecto a un individuo. También sostenía que estas reglas fueron el primer y único intento de desarrollar un método sistemático en la historia de la espiritualidad cristiana. Algunos de los jesuitas de la primera generación, expertos en el legado espiritual cristiano, decían que las reglas ignacianas para el discernimiento de espíritus tenían mucho «contenido nuevo, nunca antes visto».
Estas reglas representan la codificación formal de intuiciones y reacciones que surgieron y encontraron justificación en la vida espiritual y en la experiencia pastoral de Ignacio. Aunque sin duda inmerso en la tradición del discernimiento de espíritus, extrañamente, Ignacio desconocía dicha tradición. Hacía fundamentalmente lo que había aprendido gracias a su propia experiencia espiritual, como lo atestiguan su Autobiografía y su Diario espiritual. Su esquematización, la codificación concisa y la estructura interna de sus reglas contribuyen a la herencia de la espiritualidad cristiana como ningún otro autor lo ha hecho, ni antes ni después de él. Las reglas son sui generis.
Según Karl Rahner, no solo existe una historia del dogma cristiano, sino también una historia de la santidad cristiana. Los santos encarnan modos de ser auténticamente cristianos en su propia época histórica. Así veía Rahner a Ignacio, en quien encontró, además, a alguien capaz de explicar y codificar la lógica sobrenatural de los santos. Rahner consideraba que Ignacio era tan importante para la Iglesia como lo era Aristóteles para la filosofía. Gracias a Aristóteles, la lógica se convirtió en la primera ciencia de la filosofía; gracias a Ignacio, la lógica de una decisión existencial, el discernimiento de espíritus, se convirtió en la ciencia de los santos.
Sin embargo, Rahner describió a Ignacio más como un maestro de la brevedad que de la claridad. La sencillez lacónica y la formulación a veces imprecisa de sus reglas para el discernimiento de espíritus puede dar una falsa impresión. Solamente a través de la apropiación del espíritu ignaciano que desea conocer a Cristo más profundamente, amarlo más ardientemente y seguirlo con mayor fidelidad —así como gracias a una lectura meticulosa de estos textos— se comienza a entender la profundidad espiritual de las reglas escritas por este místico extraordinario.
En torno a la época del Concilio Vaticano II surgió un renovado interés por la espiritualidad y el misticismo de Ignacio (especialmente su énfasis en el discernimiento de espíritus). Existen estudios minuciosos y pesados sobre las reglas, de gran ayuda para los investigadores, pero no para el común de la gente. También podemos encontrar estudios superficiales que no hacen justicia ni a Ignacio, ni a sus reglas, ni a quienes leen tales libros.
La clara y lúcida prosa del padre Timothy Gallagher, su lectura meticulosa de las reglas, su acertada exposición del material, las útiles citas ilustrativas y el uso apropiado de ejemplos han contribuido enormemente a remediar esta situación. Su libro expone las reglas de discernimiento de espíritus de la «primera semana» de forma completa, pero bastante sencilla en lo que concierne al estilo y al contenido, a fin de que los cristianos con poco conocimiento de este campo puedan asimilar el material.
Desde luego, no hay un libro definitivo sobre estas reglas. Sin embargo, el padre Gallagher cumple firmemente el deseo de Ignacio; a saber: que los cristianos de buena voluntad —independientemente de su origen— puedan desarrollar la capacidad de comprender «en alguna manera [...] las varias mociones que en el ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar». Al exponer una sólida comprensión de los principios ignacianos y al aplicarlos de una manera acertada a la vida diaria, el padre Gallagher suple la necesidad urgente de los directores de retiros, de las personas que participan en los retiros, de los estudiantes de teología espiritual y de todos aquellos que desean profundizar su vida espiritual. No conozco ningún otro libro semejante que sea de tanto provecho.
Harvey D. Egan, S. J.
Profesor emérito de Teología
Boston College
INTRODUCCIÓN
En Anna Karénina, la novela de Lev Tolstói, Levin, el personaje principal, encuentra a Dios en una profunda experiencia de alegría.1 El hecho de ser testigo de un hombre honrado que vive para Dios le ha abierto a Levin la vía hacia la claridad espiritual. Sus lágrimas expresan la profunda alegría en el Señor que siente su corazón. Su fe ha sido fortalecida y una nueva vida espiritual abre sus horizontes ante él. Levin espera que la riqueza espiritual que ha recibido también fortalezca y profundice su relación con su familia. Sin embargo, se siente descorazonado al descubrir que continúa teniendo problemas para relacionarse con diversos familiares. Finalmente, cuando se queda solo durante un momento, Levin reflexiona sobre su experiencia:
Se alegraba de poder pasar un rato solo, para poder recobrarse del choque con la realidad, que en apenas un momento había conseguido rebajar su euforia. Se acordó de que ya había tenido tiempo de enfadarse con Iván, de mostrarse seco con su hermano y de hablar con ligereza a Katavásov. «¿Es posible que no haya sido más que un estado de ánimo fugaz, que pasa sin dejar huella?», se preguntó. Pero en ese mismo instante recuperó su disposición de antes y sintió con alegría que en su interior se había producido algo nuevo e importante. La realidad solo había velado temporalmente la paz espiritual que había alcanzado, pero esta seguía intacta en su corazón.2
La alegría en el Señor; luego, la supresión de esa alegría. Un ánimo alegre, seguido por relaciones que desalientan y suscitan dudas sobre el auténtico progreso espiritual. La preocupación por el hecho de que lo que parecía ser una fe fuerte pudiese haber sido solamente un estado de ánimo pasajero. Luego, el deleite otra vez. La paz espiritual, y después un oscurecimiento de esa paz. Finalmente, una incólume paz en Dios... En esta descripción de los pensamientos y de las emociones de Levin, Tolstói representa acertadamente algo fundamental en la vida de la fe: la alternancia de la alegría y el temor, la paz y la inquietud, la esperanza y el desaliento que experimenta el corazón humano en su viaje hacia Dios.
Estas alternancias son significativas. La alegría de sentir la cercanía de Dios infunde una nueva energía en el esfuerzo de amar y de servir. La oscuridad del desaliento y del temor frena esta búsqueda y hasta puede aplastarla por completo. Toda persona fiel, cualquiera que sea su condición, experimenta de alguna manera estas fluctuaciones espirituales interiores: momentos de energía y deseo de las cosas de Dios, y momentos en los que esa energía y esa atracción disminuyen. ¿Nos encontramos indefensos ante semejantes movimientos opuestos del corazón? ¿Existe alguna manera de comprender esta compleja realidad espiritual? ¿Podemos aprender a responder sabiamente a estos cambios en nuestro corazón? Si existe una enseñanza que responda a estas preguntas, sin duda nos beneficiaremos enormemente con su aprendizaje. Esta sabiduría se encuentra literalmente en el corazón de la vida espiritual.
Todas las personas que nos han precedido en el viaje de la fe han experimentado tales movimientos del corazón y, al igual que nosotros, han tenido que decidir cómo responder a esos movimientos, aceptándolos o rechazándolos. Desde las primeras páginas de las Escrituras (Génesis 3), y a través del Antiguo y del Nuevo Testamento, encontramos a personas que deben distinguir entre las atracciones opuestas de su corazón: las que vienen de Dios y las que no. A lo largo de los siglos, los santos han brindado asistencia a las personas devotas para que comprendan y respondan a los movimientos del corazón: Orígenes, san Antonio de Egipto, san Agustín, Juan Casiano, san Bernardo y santa Catalina de Siena, por mencionar solamente unos cuantos.3
Con todo, entre ellos se cuenta alguien que destaca de una manera muy especial: Ignacio de Loyola (1491-1556), el guía espiritual cuya enseñanza sobre el discernimiento abordaremos en este libro. Como veremos, Ignacio encontró, de un modo muy personal, un lenguaje práctico para explicar los movimientos opuestos del corazón y enseñó maneras eficaces de responder a ellos.
La vida interior de Ignacio se caracterizó por una rica afectividad y una extraordinaria autoconciencia espiritual. Las referencias a esta gran conciencia espiritual abundan en los escritos de quienes lo conocieron personalmente, textos que se han convertido en los clásicos de la tradición ignaciana. Jerónimo Nadal, una de las personas más allegadas a Ignacio, afirma que su gracia especial consistía en «sentir y contemplar en todas las cosas, acciones, conversaciones, la presencia de Dios y el amor de las cosas espirituales, ser contemplativo en la misma acción».4 Muchos otros testigos expresan pensamientos similares.5
Tanto en su vida como en sus escritos, y a través de las palabras de los testigos, Ignacio se presenta como una persona en profunda sintonía con los movimientos espirituales de su corazón, sensible a dichos movimientos y cuidadosa en la distinción de cuáles de ellos proceden de Dios y cuáles no. Según Ignacio, esta conciencia espiritual era de una importancia fundamental y, para conservarla, se mantenía alerta a lo largo del día; estaba en el corazón de sus escritos y de toda su vida espiritual. Esa conciencia de los opuestos movimientos espirituales del corazón, unida al esfuerzo de comprenderlos y de responder a ellos con sabiduría, es lo que se conoce como el discernimiento de espíritus, el tema de este libro.
En el sentido planteado aquí, «discernimiento» significa el proceso de distinguir una cosa o idea de la otra. «Discernir» (del latín discernere: separar cosas según sus características, distinguir una cosa de la otra) es identificar una realidad espiritual como diferente de la otra.6 La expresión «de espíritus» describe qué es lo que hay que discernir, es decir, qué realidades espirituales deben distinguirse entre sí. La palabra «espíritus», de acuerdo con el uso que le da Ignacio en este contexto, indica los movimientos afectivos en el corazón (alegría, tristeza, esperanza, miedo, paz, inquietud y demás sentimientos semejantes), así como los pensamientos relacionados con ellos, cuya influencia se hace sentir en nuestra vida de fe y en nuestro progreso hacia Dios.
A estas alturas, pues, podemos afirmar que, para Ignacio, el discernimiento de espíritus describe el proceso por medio del cual tratamos de distinguir entre los diferentes tipos de movimientos espirituales en nuestro corazón, identificando los que proceden de Dios y los que no, para aceptarlos, en el caso de los primeros, y para rechazarlos, en el caso de los segundos.7 El presente libro se dedica a explicar, ilustrar y aplicar el «discernimiento de espíritus» a la experiencia espiritual cotidiana y común de las personas devotas.
De la obra de Ignacio, tomaremos como texto básico las reglas para el discernimiento de espíritus incluidas en sus Ejercicios espirituales.8 Estas reglas constituyen la enseñanza más clara y concreta sobre el discernimiento de espíritus en nuestra tradición espiritual. Como señala Green con respecto a la práctica del discernimiento de espíritus:
Las reglas para el discernimiento de espíritus, contenidas en los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, constituyen la fuente clásica. Escritas hace 450 años, estas reglas siguen siendo, incluso hoy en día, el locus canónico de la Iglesia con respecto al discernimiento. Lo que hizo san Agustín para el problema del mal, o santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz para la fenomenología de la oración, lo hizo san Ignacio, por la gracia de Dios, para el arte del discernimiento.9
Hace veinte años, mi trabajo en los retiros y en la dirección espiritual orientó mi atención hacia el discernimiento de espíritus de una manera particular. Empecé a hablar de estas reglas en los retiros y, más tarde, en los seminarios sobre el discernimiento. Solía encontrarme con una respuesta entusiasta a esta enseñanza, lo que me convenció de que, con estas reglas, Ignacio había tocado algo fundamental en la experiencia de todos aquellos que buscan al Señor con sinceridad. Me di cuenta de que con estas reglas Ignacio nos ofrece un recurso excepcional para superar el mayor obstáculo con el que, por lo general, se encuentran los fieles en sus esfuerzos por desarrollarse espiritualmente: el desaliento, el miedo, la pérdida de la esperanza, y demás movimientos perturbadores del corazón.
Me impresionaba ver cómo, con frecuencia, al final de un retiro o de un seminario, los participantes afirmaban que Ignacio les había proporcionado una serie de inestimables herramientas espirituales para vencer el desánimo y el miedo. Sentían que Ignacio no solo los había ayudado con las batallas del momento, sino que, además, les había proporcionado los medios espirituales para superar en el futuro otras pruebas similares. Con este aprendizaje se les renovaba la esperanza.
En este libro, sigo el método de presentación de las reglas que he ido desarrollando a lo largo de los años. Dicho método se basa en dos convicciones. En primer lugar, la convicción de que la manera más eficaz de transmitir por completo la enseñanza de estas reglas consiste en examinar con atención lo que Ignacio realmente dice en ellas: hay que explorar las reglas frase por frase, a veces palabra por palabra, tal como él las escribió.10 Este procedimiento resulta muy necesario, tanto más cuanto que, como señala de Guibert, el estilo de Ignacio es «duro, complicado, difícil».11 De hecho, he comprobado que, en ocasiones, la gente se siente decepcionada al recibir el texto de las reglas por primera vez. En una lectura inicial, puede dar la impresión de que las reglas dicen muy poco, o al menos poca cosa que uno no sepa ya de antemano. Solo cuando se las examina frase por frase, explorando con atención su formulación densa y difícil, su riqueza vital emerge por completo.
En segundo lugar, mi método se basa en la convicción de que, como estas reglas nacieron de la experiencia, el mejor modo de explicarlas consiste en hacer una referencia constante a ella. Ignacio escribió estas reglas como un resumen de la experiencia espiritual, tanto la suya propia como la de muchas otras personas a las que había ayudado. Por esta razón he decidido presentar estas reglas no tanto como consideraciones abstractas, sino más bien a la luz de determinados ejemplos tomados de la experiencia espiritual. Analizaremos cada regla por medio de ejemplos tomados de la vida de diversas personas, algunas de ellas muy conocidas en nuestra tradición espiritual, otras no tanto. Nuestro comentario con respecto a estos ejemplos revelará el significado de la regla misma.
Al proceder de esta manera, las reglas cobran vida. A menudo he observado cómo las reglas de Ignacio se transforman, en cierto modo, cuando se las relaciona con la experiencia espiritual. Este enfoque sitúa las reglas en su correspondiente contexto original, lo que da pie a que se produzca algo electrizante. El lenguaje pierde su condición árida y lacónica, y las personas devotas se dan cuenta con asombro de hasta qué punto Ignacio comprende y describe su propia experiencia espiritual, y cuán hábil es para ayudarlas a responder a ella con sabiduría. Espero que el examen de las reglas realizado en el presente libro fomente una comprensión semejante en quienes emprendan su lectura.
Mi objetivo es, pues, ofrecer una presentación empírica de las reglas de discernimiento de espíritus de Ignacio para facilitar su aplicación continua en la vida espiritual. En concordancia con la naturaleza de las reglas mismas, he tenido siempre en mente este propósito práctico. Este libro trata sobre cómo llevar una vida espiritual.12
En sus Ejercicios espirituales, Ignacio proporciona dos series de reglas para el discernimiento.13 En el presente libro abordaré la primera serie, compuesta de catorce reglas. Mi intención es comentar en un libro aparte la segunda serie de reglas. En efecto, Ignacio mismo indica que la segunda serie no debe abordarse al mismo tiempo que la primera, pues con ello no se ayuda a las personas que están tratando de aplicarla (Ejercicios 9). Como veremos, el crecimiento que se alcanza con la asimilación de la primera serie de reglas es ya, de por sí, muy grande. En el presente libro, al centrar nuestra reflexión en la primera serie de reglas, el material resulta controlable y accesible, más fácil de comprender y de aplicar en nuestra vida.14
Ignacio compuso estas reglas para las personas que guían a otras en los ejercicios espirituales, los cuales son un tiempo de oración y de búsqueda de la voluntad de Dios. Ignacio da por sentado que un guía espiritual conoce bien las reglas y puede explicarlas a quienes realizan el retiro en función de sus necesidades espirituales (Ejercicios 8). En este proceso pedagógico, Ignacio desea que, con la ayuda de sus guías, las personas que realizan el retiro desarrollen cada vez más una capacidad personal para aplicar estas reglas a su propia experiencia, una capacidad que conservarán cuando los días del retiro hayan llegado a su fin.15
Así pues, estas reglas para el discernimiento no solo tienen aplicación en el período formal de duración de un retiro, sino también en la experiencia espiritual continua de todos los que buscan al Señor. Una vez asimiladas estas reglas, las personas devotas, con la asistencia continua de un guía espiritual, llegarán a considerarlas irremplazables para comprender y responder a los movimientos espirituales que se suscitan a diario en su corazón.
Este libro se dirige a todos aquellos que desean alcanzar una comprensión más profunda de las reglas de discernimiento de Ignacio, con el fin de aplicarlas en su vida espiritual. Ha sido escrito tanto para quienes ofrecen como para quienes reciben guía espiritual, con el objeto de que pueda servirles como un recurso para transmitir y recibir la enseñanza de Ignacio sobre el discernimiento. Este libro se dirige a todos aquellos que se esfuerzan por vivir estas reglas en el contexto de los Ejercicios espirituales y en la vida diaria. Puede servir como una introducción sistemática a las catorce reglas, o puede usarse, según la necesidad, como un recordatorio de cada una de ellas. Como demostrará la elección de los ejemplos dados a lo largo del presente libro, la enseñanza contenida aquí puede aplicarse a personas de todo tipo de condición y vocación. Dichos ejemplos indican también que este libro no aborda fenómenos espirituales remo tos, sino la experiencia espiritual ordinaria de todas las personas fieles.
Contamos con una literatura excelente sobre las reglas de discernimiento. Sin embargo, en dicha literatura existe un vacío que, en parte, explica la razón por la cual las reglas continúan siendo muy poco conocidas y utilizadas. Algunas obras son exhaustivas, rigurosas y dan muestras de una gran riqueza conceptual, pero, por eso mismo, resultan accesibles solo para los especialistas; otras obras simplifican las reglas de una manera provechosa y las tornan más accesibles para el lector en general, aunque no pueden describirlas completamente en pocas páginas. Este libro trata de presentar las reglas de una manera completa, pero accesible. Así pues, cada regla es objeto de un capítulo aparte, donde se la examina en profundidad. Al analizar lo que Ignacio escribió realmente en cada regla, sin procurar examinar cuestiones y complejidades adicionales, respetamos las decisiones pedagógicas de Ignacio y permitimos un examen inteligible y esencial de cada una de las reglas, sin extender ni complicar excesivamente la exposición.16 La explicación de las reglas por medio del uso de ejemplos aligera la lectura y sitúa la enseñanza en su contexto empírico original, aclarando de esta manera las reglas mismas.
Como veremos a lo largo de las catorce reglas, Ignacio primero nos instruye sobre la naturaleza del discernimiento y luego, cuando hemos comprendido esto, nos ofrece pautas prácticas para vivir de acuerdo con el discernimiento que hemos logrado entender. La mayoría de los lectores descubrirán que, a partir del tercer capítulo, este libro se aplicará directamente a su experiencia personal y les ofrecerá pautas prácticas para la acción espiritual. Los dos primeros capítulos, en consonancia con la acertada idea pedagógica de Ignacio, proporcionan la base necesaria para la comprensión provechosa de los capítulos siguientes.
El mensaje básico de las catorce reglas de Ignacio es la liberación del cautiverio del desaliento y del engaño en la vida espiritual. Entre las experiencias más felices de mi trabajo se cuenta la de ser siempre testigo del modo en que estas reglas despiertan nuevas esperanzas en aquellos con los que se comparten. Las personas devotas, a veces sujetas a un largo dominio del desaliento espiritual mencionado más arriba, encuentran en las reglas de Ignacio una enseñanza que comienza a liberarlos. Las palabras que Jesús proclamó en la sinagoga de Nazaret como resumen de toda su misión salvífica expresan también el tema central del presente libro: «El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque me ha ungido / para anunciar la buena nueva a los pobres, / me ha enviado a proclamar a los cautivos libertad [...], / para poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18; la cursiva me pertenece). Este libro trata sobre la liberación de los cautivos. Como veremos en los capítulos siguientes, cada regla nos acercará un paso más hacia esa libertad.
1. L. Tolstói, Anna Karénina, Barcelona, Alba, 2010.
2. L. Tolstói, Anna Karénina, op. cit., parte 8, cap. 14.
3. Cf. Discernment of Spirits, trad. de la hermana I. Richards, Collegeville (MN), Liturgical Press, 1970, trad. al inglés del art. de J. Guillet et al., «Discernement des esprits», en Dictionnaire de spiritualité ascétique et mystique, vol. III, cols. 1222-1291.
4. Citado en J. de Guibert, La espiritualidad de la Compañía de Jesús. Bosquejo histórico, Santander, Sal Terrae, 1955, p. 20.
5. Pedro de Ribadeneira escribe: «Es increíble con qué facilidad y expedición se recoge nuestro Padre en medio de las olas de los negocios y cómo se une a Dios con la oración que parecía tener a punto y en la mano el espíritu de devoción y la copia de lágrimas» (ibid., p. 20). Diego Laínez añade que Ignacio «tiene tanto cuidado de su conciencia que cada día va confiriendo semana con semana y mes con mes y día con día, y procurando cada día de hacer provechos» (ibid., pp. 16-17). Luis Gonçalves da Cámara describe la sensación de Ignacio en sus últimos años: «antes siempre fue creciendo en devoción, es decir, en facilidad de encontrar a Dios, y ahora más que nunca en toda su vida. Y cada vez y hora que quería encontrar a Dios, le encontraba» (ibid., p. 18). Una descripción completa de la vida y la personalidad de Ignacio excede el alcance del presente libro, que se centra específicamente en un aspecto de su enseñanza espiritual. Esos detalles pueden encontrarse en sus numerosas biografías; entre ellas, la de Cándido de Dalmases, El padre maestro Ignacio, Madrid, BAC, 2006, y la de José Ignacio Tellechea Idígoras, Ignacio de Loyola, solo y a pie, Salamanca, Sígueme, 2013.
6. Sobre el significado de la palabra «discernimiento», véase también T. Green, S. J., Weeds Among the Wheat. Discernment: Where Prayer & Action Meet, Notre Dame (IN), Ave Maria Press, 1984, p. 22.
7. El discernimiento de espíritus no es el único tipo de discernimiento en cuestiones espirituales. Manuel Ruiz Jurado enumera una serie de tipos adicionales de discernimiento espiritual: el discernimiento de los «signos de los tiempos», el discernimiento de grupos y movimientos eclesiales, el discernimiento de fenómenos carismáticos, el discernimiento del verdadero sentido eclesial, el discernimiento comunitario y el discernimiento de la vocación. Cf. El discernimiento espiritual. Teología, historia, práctica, Madrid, BAC, 1994, pp. IX-XI. En su obra A Commentary on Saint Ignatius’ Rules for the Discernment of Spirits: A Guide to the Principles and Practice, St. Louis (MO), Institute of Jesuit Sources, 1982, pp. 12-15, Jules Toner distingue entre el discernimiento de espíritus y el discernimiento de la voluntad de Dios. En el presente libro me centro solamente en el discernimiento de espíritus, es decir, tanto en la distinción de los movimientos de nuestro corazón según procedan o no de Dios, como en el modo de responder a ellos. Giovanni Battista Scaramelli, S. J., autor clásico que abordó el tema del discernimiento de espíritus en el siglo xviii, escribe: «Aquí entendemos por espíritu un impulso, un movimiento o una inclinación interior de nuestra alma hacia alguna cosa particular» (Dottrina di S. Giovanni della Croce e Discerniment degli spiriti, Roma, Pia Società S. Paolo, 1946, p. 230; la traducción me pertenece).
8. N.os 313-327, las reglas de discernimiento para la primera semana. De ahora en adelante nos referiremos a este libro de forma abreviada: Ejercicios.
9. T. Green, Weeds Among the Wheat, op. cit., p. 14. Jules Toner (Commentary, op. cit., p. XVI) escribe: «ha quedado demostrado a lo largo de los siglos que las reglas de san Ignacio de Loyola constituyen la serie de directrices para el discernimiento de espíritus más completa, práctica y útil que se haya formulado jamás».
10. Descubrí la riqueza de este enfoque gracias a Daniel Gil, S. J., quien lo adopta en su obra Discernimiento según san Ignacio, Roma, Centrum Ignatianum Spiritualitatis, 1983.
11. J. de Guibert, La espiritualidad de la Compañía de Jesús, op. cit., p. 39.
12. Diversos autores, con enfoques diferentes, han ofrecido comentarios sobre estas reglas. Estoy particularmente en deuda con tres de ellos: Jules Toner, S. J., Daniel Gil, S. J., y Miguel Ángel Fiorito, S. J. Sus obras más importantes sobre estas reglas son las siguientes: J. Toner, A Commentary on Saint Ignatius’ Rules for the Discernment of Spirits: A Guide to the Principles and Practice, St. Louis (MO), Institute of Jesuit Sources, 1982; también citaré su obra más reciente: Spirit of Light or Darkness? A Casebook for Studying Discernment of Spirits, St. Louis, Institute of Jesuit Sources, 1995; D. Gil, Discernimiento según san Ignacio, Roma, Centrum Ignatianum Spiritualitatis, 1983; y M. Á. Fiorito, Discernimiento y lucha espiritual, Bilbao, Mensajero, 2010 (Buenos Aires, Ediciones Diego de Torres, 1985).
13. Las que son más apropiadas para la primera semana (Ejercicios 313-327) y las que son más apropiadas para la segunda semana (Ejercicios 328-336) de los Ejercicios espirituales. La «primera semana» y la «segunda semana» indican aquí no tanto una serie específica de días en los Ejercicios espirituales, sino dos tácticas de tentación diferentes, una por medio de la desolación espiritual (las reglas de la primera semana) y otra por medio de la consolación espiritual (las reglas de la segunda semana). Cf. D. Gil, Discernimiento según san Ignacio, op. cit., pp. 26-27; M. Á. Fiorito, Discernimiento y lucha espiritual, op. cit., pp. 35-36.
14. M. Á. Fiorito (Discernimiento y lucha espiritual, op. cit., pp. 9-13) sugiere más razones para tratar separadamente la primera serie de reglas: estas reglas sirven como una introducción general a las otras reglas del discernimiento; se ocupan específicamente de la desolación, y centran la atención en la lucha espiritual que forma parte de toda vida de fe.
15. Al hablar de las catorce reglas del discernimiento que examinamos aquí, Fiorito señala: «Pero es obvio que [san Ignacio] pretende que, después de los Ejercicios, se siga viviendo, en la vida ordinaria, lo aprendido en ellos» (Discernimiento y lucha espiritual, op. cit., p. 12). M. Ruiz Jurado, S. J., en El discernimiento espiritual. Teología, historia, práctica, Madrid, BAC, 1994, p. 125, afirma: «La experiencia espiritual abreviada en el momento de hacer los Ejercicios sirve como un entrenamiento intensivo para lo que se practica en la vida misma».
16. La obra A Commentary, de Jules Toner, es un recurso excelente para investigar las complejidades adicionales del discernimiento de espíritus.
REGLAS PARA EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS
PRIMERA SEMANA TEXTO ORIGINAL
Reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en el ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar; y son más propias para la primera semana.
1.ª regla. La primera regla: en las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciéndoles imaginar delectaciones y placeres sensuales, para conservarlos más y aumentar sus vicios y pecados; en las cuales personas el buen espíritu usa el modo contrario, punzándoles y remordiéndoles las conciencias por la sindéresis de la razón.
2.ª regla. La segunda: en las personas que van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo, el modo es el contrario que en la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder, entristecer y poner impedimentos inquietando con falsas razones, para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos los impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante.
3.ª regla. La tercera de consolación espiritual: llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene el ánima a inflamarse en amor de su Creador y Señor, y por lo tanto cuando ninguna cosa creada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo cuando lanza lágrimas motivadas por el amor de su Señor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o por la pasión de Cristo nuestro Señor, o por otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza; finalmente, llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad y todo deleite interno que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Creador y Señor.
4.ª regla. La cuarta de desolación espiritual: llamo desolación todo lo contrario de la tercera regla; así como oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor. Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.
5.ª regla. La quinta: en tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar.
6.ª regla. La sexta: dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.
7.ª regla. La séptima: el que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta; porque el Señor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole también gracia suficiente para la salud eterna.
8.ª regla. La octava: el que está en desolación trabaje para estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo las diligencias contra la tal desolación, como está dicho en la sexta regla.
9.ª regla. La nona: tres causas principales son por las que nos hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias; la tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor, y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación.
10.ª regla. La décima: el que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces.
11.ª regla. La undécima: el que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Creador y Señor.
12.ª regla. La duodécima: el enemigo se hace como mujer en ser flaco por fuerza y fuerte de grado; porque así como es propio de la mujer, cuando riñe con algún varón, perder ánimo, dando huida cuando el hombre le muestra mucho rostro, y, por el contrario, si el varón comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy crecida y tan sin mesura, de la misma manera es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huida sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo haciendo lo diametralmente opuesto, y, por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y a perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura humana, en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia.
13.ª regla. La decimotercera: asimismo se hace como el vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto: porque así como el hombre vano, que, hablando con mala intención, requiere a una hija de un buen padre, o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y persuasiones sean secretas; y lo contrario le displace mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e intención depravada, porque fácilmente colige que no podrá salir con la empresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y persuasiones al ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, al ser descubiertos sus engaños manifiestos.
14.ª regla. La decimocuarta: asimismo se hace como un caudillo, para vencer y robar lo que desea; porque así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo, le combate por la parte más flaca, de la misma manera el enemigo de natura humana, rodeando mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.
PRÓLOGO
¿QUÉ ES EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS?
Si viésemos a través del velo, si estuviéramos más vigilantes y atentos, Dios se nos revelaría sin cesar y nosotros gozaríamos de su acción en todo lo que nos sucede. Entonces, en cada instante y circunstancia diríamos: «¡Es el Señor!».
JEAN PIERRE DE CAUSSADE
Daremos comienzo a nuestra reflexión con la exploración del relato de la conversión de Ignacio en su lecho de convaleciente en Loyola, tal como, años más tarde, él mismo describió esta experiencia —un momento clave en su vida— a uno de sus compañeros, Luis Gonçalves da Cámara.1 Anteriormente, el propósito de su vida había sido lograr renombre por medio de las armas y de la caballería. Después de esta experiencia, Ignacio se dedicó al servicio del Rey eterno y emprendió la búsqueda de la santidad, que reportaría muchas bendiciones a las generaciones venideras.
Leeremos esta historia con atención, centrándonos especialmente en los patrones de pensamiento y de afectividad que contiene y en todo lo que esto revela sobre la experiencia espiritual de Ignacio en este momento clave de su peregrinaje espiritual. Éste es el momento a partir del cual fluye toda su enseñanza sobre el discernimiento de espíritus.
Herido durante su valiente pero inútil esfuerzo para combatir las tropas francesas en Pamplona, Ignacio regresó a su tierra natal en Loyola. Se sometió a dos operaciones para que le enderezaran la pierna. Aunque su salud era buena en todo sentido, no podía ponerse de pie y tenía que permanecer en la cama mientras el lento proceso de curación seguía su curso. Para pasar el tiempo, pidió material de lectura. Como en la casa no había libros de caballería del tipo que Ignacio acostumbraba a leer, le dieron obras devotas: una vida de Cristo y un libro sobre la vida de los santos. Sin otra alternativa, Ignacio comenzó a leer estos libros con un poco de mala gana, para pasar el tiempo.
Su interés fue despertando poco a poco. El propio Ignacio describe lo que le sucedió al leer. El énfasis en los pensamientos y en el proceso de pensar es evidente en su relato:
Por los cuales leyendo muchas veces, algún tanto se aficionaba a lo que allí hallaba escrito. Mas, dejándolos de leer, algunas veces se paraba a pensar en las cosas que había leído; otras veces en las cosas del mundo que antes solía pensar. Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, una tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer en servicio de una señora, los medios que tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba, los motes, las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en su servicio. Y estaba con esto tan envanecido, que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar; porque la señora no era de vulgar nobleza: no condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno de estas.2
El contexto de la experiencia de Ignacio es su intensa y extensa reflexión sobre las cosas del mundo, y en particular sobre una de ellas. Durante estos largos períodos de reflexión, otras facultades de Ignacio se encuentran también activas. La afectividad entra en juego: el proyecto mundano tiene «poseído su corazón». También su imaginación tiene una gran participación durante su reflexión sobre el proyecto mundano. Más adelante podremos apreciar en toda esta reflexión el elemento de irrealidad inadvertida. Ignacio dice sencillamente que está tan absorto en la reflexión de este proyecto que no percibe su radical imposibilidad. Ya entonces había algo con visos de falsedad en el desarrollo de esta experiencia interior.
El segundo proyecto, nacido de la lectura sagrada, que también ocupa el pensamiento de Ignacio, alterna con el proyecto mundano. Ahora Ignacio empieza a considerar si debe imitar, con gran energía, la vida de los santos. Una vez más, al pensar se centra en el presente:
Todavía nuestro Señor le socorría, haciendo que sucediesen a estos pensamientos otros, que nacían de las cosas que leía. Porque, leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar, razonando consigo: ¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo san Francisco, y esto que hizo santo Domingo? Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas, proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales cuando proponía, le parecía hallar en sí facilidad de ponerlas en obra. Mas todo su discurso era decir consigo: santo Domingo hizo esto; pues yo lo tengo de hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo de hacer. Duraban también estos pensamientos buen vado, y después de interpuestas otras cosas, sucedían los del mundo arriba dichos, y en ellos también se paraba grande espacio. (91-92)3
El proyecto sagrado, la decisión de vivir como los santos, también es sometido a una reflexión profunda. El énfasis en el pensamiento resulta sumamente evidente en sus continuas referencias a términos como «pensamientos», «discurrir», «razonar», y demás palabras similares.
Al describir su experiencia interior, Ignacio enfatiza su continua y concentrada aplicación del razonamiento a estos dos proyectos opuestos, uno sagrado y otro mundano:
Esta sucesión de pensamientos tan diversos le duró harto tiempo, deteniéndose siempre en el pensamiento que tornaba; o fuese de aquellas hazañas mundanas que deseaba hacer, o de estas otras de Dios que se le ofrecían a la fantasía, hasta tanto que de cansado lo dejaba, y atendía a otras cosas. (92)
Ahora, sin embargo, ocurre un cambio. Aunque hasta este momento Ignacio ha mencionado los elementos afectivos e imaginativos de su experiencia, ha hecho fundamentalmente hincapié en el pensamiento, dividido entre los dos proyectos opuestos. Si bien el pensamiento continuará siendo importante, la afectividad pasará a un primer plano, creando así el marco para el poderoso momento de gracia que cambiará la vida de Ignacio:
Había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase