Doble escándalo - Fiona Brand - E-Book

Doble escándalo E-Book

Fiona Brand

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Beschreibung

Deseo 2179 Demasiado enredado en la tentación para poder salir… A pesar del revuelo mediático generado por su tempestuosa ruptura, la relación de Ben Sabin y Sophie Messena no había terminado. Por segunda vez, el carismático magnate había abandonado la cama de Sophie tras un entusiasta encuentro. Y, aun sabiendo que no podía estar con ella, no podía dejar de desearla. Creía que tal vez una cita con su hermana gemela anularía ese deseo. Pero Sophie y su hermana se intercambiaron provocando una reacción en cadena de escándalo…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2019 Fiona Gillibrand

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Doble escándalo, n.º 2179 - enero 2024

Título original: Twin Scandals

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411806459

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Ben Sabin le lanzó las llaves de su jeep Cherokee al aparcacoches del nuevo y elegante hotel Messena en Miami Beach. Después de recoger la tarjeta de acceso que le habían dejado en recepción, cruzó el vestíbulo hacia una gran sala donde grupos de elegantes invitados bebían champán y comían canapés.

–Ben Sabin –dijo Sally Parker acercándose a él. La cronista de sociedad no pudo ocultar su alegría al apuntarlo con el móvil para grabarlo–. ¿Sabes que las gemelas Messena están aquí? Bueno, cómo no ibas a saberlo si residen en Miami desde hace tres meses.

Ben apretó la mandíbula. Aunque conocía esa información, reaccionó de forma visceral y brusca.

Ya debería haber superado su atracción por la malcriada heredera Sophie Messena. Y, además, no podía decirse que no supiera cómo acabaría una relación con una mujer como ella. A los nueve años había presenciado en primera fila la ruptura del matrimonio de sus padres, que literalmente se había consumido al mismo tiempo que los pozos de petróleo de su padre. Aún podía oírle decir con amargura que no lograr encontrar más petróleo le había costado su matrimonio. Ben, por su parte, al ver la polvareda que había levantado el coche de Darcy Sabin al marcharse, solo había podido pensar en que había perdido a su madre.

Después, hacía ahora seis años, se había visto en la misma situación que su padre cuando su preciosa y rica prometida lo había abandonado veinticuatro horas después de una crisis financiera que casi lo había dejado en la bancarrota.

Tras años de mucho trabajo y una herencia que lo había convertido en multimillonario de la noche a la mañana, de pronto había vuelto. Al menos, en lo que respectaba a Sophie Messena.

Sophie Messena.

Alta, esbelta y atlética, y con una forma de caminar lenta y fluida que habría llamado la atención incluso aunque ella no hubiese sido preciosa.

De nuevo en el punto de mira de una mujer que parecía más interesada en su cartera de acciones que en él, para Ben la decisión de marcharse tras la única noche que habían pasado juntos había sido una cuestión de supervivencia.

Sin embargo, la prensa lo había visto de otro modo como resultado de un genial truco publicitario cortesía de Sophie, que había hecho parecer que ella lo había dejado a él.

Desde entonces, Sally Parker lo seguía. Y el «sin comentarios» que pronunció Ben mientras se dirigía a los ascensores pareció caer en oídos sordos.

–Aunque no son las gemelas, en plural, lo que te interesa, ¿verdad? He oído que Sophie Messena y tú tuvisteis algo a pesar de que ayer se te oyó decir que… Espera, no quiero equivocarme –añadió sonriendo y frunciendo el ceño como si le estuviera costando recordar el titular que había lanzado en multitud de redes sociales hacía solo unas horas–. Em… que las gemelas son unas cabezas huecas malcriadas y que «un hombre tendría que estar loco para salir con alguna de ellas».

Ben se detuvo en seco.

Intentando no perder la paciencia, una paciencia forjada en su época en las Fuerzas Especiales y luego perfeccionada durante años en el duro mundo de la construcción, pulsó con fuerza el botón del ascensor que lo llevaría directamente al despacho de Nick Messena, situado en el ático.

Él no había pronunciado esas palabras.

Si lo había hecho, eso significaba que un año atrás había estado loco y que seguía estándolo porque, a pesar de haberse alejado de Sophie, nada había cambiado: aún la deseaba.

Él no lo había dicho, pero tenía una ligera idea de quién lo había hecho. La breve conversación que había tenido de camino al aeropuerto con Hannah Cole, su nueva y brillante pero terca directora comercial, era la única fuente posible. Estaba claro que no había sido una conversación privada.

La cronista de sociedad, ajena al hecho de que la estaba ignorando, se apoyó en la pared con una sonrisita.

–Pues entonces qué raro que… usando un eufemismo… «salieras» con Sophie Messena. Ahora, un año después de que te dejara, tienes un acuerdo de negocios con su hermano Nick y la preciosa Sophie también está en la ciudad. Venga, ¿qué está pasando, Ben? Me da la sensación de que no puedes estar lejos de ella.

Por fin se abrieron las puertas. Ben entró en el ascensor, pasó la tarjeta por el lector y pulsó el botón del despacho de Nick. Unos segundos después, llegó al ático. Al salir al vestíbulo, Hannah, que había sido la asistente personal de su difunto tío Wallace y a quien había heredado junto con el multimillonario negocio inmobiliario y de construcción, se le acercó y miró el reloj.

–Casi llegas tarde.

Ben enarcó una ceja.

Hannah era una mujer de mediana edad, rica y con un sentido del humor seco. A veces Ben se preguntaba si había cometido un error al contratar a alguien que no necesitaba el trabajo y que sabía demasiado sobre él y la accidentada historia de su familia. Pero tras años lidiando con gerentes más jóvenes y ambiciosos, la contundencia de Hannah le valía.

–He tenido cierta interferencia.

–A ver si lo adivino… –respondió Hannah dirigiéndose al despacho de Nick–. ¿La chica Messena?

Ben miró el reloj.

–¿La misma con la que solo saldría un loco?

Hannah le dirigió lo que pareció una mirada de disculpa, aunque fue tan fugaz que Ben apenas se percató de ella.

–Lo siento. Debería haber esperado a bajar del taxi antes de decirlo.

Porque estaba claro que el taxista había ido directo a la prensa con esas palabras a cambio de un buen dinero.

–No deberías haberlo dicho y punto. Hace un año que no veo a Sophie.

Aunque aún tenía grabada en la memoria la última vez que la había visto.

Sus larguísimas pestañas curvadas contra unos pómulos delicadamente moldeados. Una melena oscura cayendo por la elegante curva de su espalda desnuda. Ese esbelto brazo tendido sobre la almohada de él mientras dormía. Una mirada franca e inteligencia, y un carácter controlador que lo habría puesto furioso de no ser porque le había resultado fascinantes…

Hannah se detuvo y lo atravesó con la mirada.

–¿Quieres mi opinión? Deberías haber elegido otro momento para firmar el contrato. Por ejemplo, cuando Sophie no estuviera por aquí. Se supone que te vas a meter en la cama con el Grupo Messena, no con Sophie Messena.

–Hay que firmar un acuerdo nuevo y este hotel es el último proyecto que dirigí para Nick antes de irme de Messena Construction. Tengo que estar aquí.

–Esa es otra. Si vuelves a enrollarte con Sophie Messena, Nick va a reaccionar. Y a lo bestia. Ya puedes despedirte de más acuerdos en el futuro.

Hannah pasó por delante del mostrador de recepción y se dirigió hacia una puerta abierta al fondo de un amplio pasillo. Mientras avanzaba hacia el despacho de Nick, Ben se fijó en los óleos que decoraban las paredes. Los cuadros, todos de la isla mediterránea de Medinos y de un valor incalculable, le eran familiares porque los había visto a diario cuando adornaban el despacho de Nick en el Dolphin Bay Resort de Nueva Zelanda.

Aunque la familia Messena había dejado Medinos y, en su mayoría, se había instalado en Nueva Zelanda, su vínculo con la isla seguía siendo fuerte. Resultaba difícil ignorar el constante recordatorio de sus ancestros guerreros, que dejaba claro un mensaje: «No os metáis con Nick Messena ni con sus hermanas pequeñas».

Hannah tenía razón. Nick había pasado por alto que se hubiera acostado con Sophie un año atrás porque, como todos los demás, había creído que Sophie lo había dejado plantado y que todo había acabado. Ben incluso pensaba que Nick se había sentido mal por él. Pero si volvía a tener algo con Sophie, tendría que romper lazos con el Grupo Messena o casarse con ella.

Y teniendo en cuenta que no quería cometer el error que había cometido su padre y que lo había llevado al suicido, estaría loco si se arriesgaba a casarse con una mujer tan calculadora.

Entró en el ostentoso despacho de Nick y levantó la mano para saludarlo a él y a John Atraeus, su nuevo socio.

Al unirse a ellos en la terraza, lo envolvieron el calor tropical y la suave brisa que enmarcaban las impresionantes vistas de la luminosa noche de Miami.

Pensándolo bien, era cierto que podía haber elegido otro momento para verlos. Como a la mañana siguiente, por ejemplo.

Pero un año después de haber salido de la suite del hotel Dolphin Bay dejando a Sophie dormida en la cama, seguía sin poder olvidarla.

Aún la deseaba y la frustración y el desasosiego que habían seguido a aquella noche habían logrado anular por completo su vida amorosa.

Solo admitirlo lo enfurecía. Significaba que seguía afectado por ese deseo obsesivo y adictivo por el que había jurado que jamás se dejaría gobernar.

El problema era que había probado la abstinencia y no había funcionado, así que había probado a salir con mujeres que no se parecieran a Sophie. Tampoco había funcionado, porque ninguna de las preciosas rubias con las que había estado le habían despertado interés.

Y eso le dejaba una última estrategia para lograr sacarse a Sophie de la cabeza.

Una opción descabellada y arriesgada: volver a meter en su cama a la preciosa y fascinante Sophie Messena… aunque fuera solo una vez más.

 

 

Pero el infierno se congelaría antes de que Sophie le permitiera a Ben Sabin volver a acercarse a ella.

Sophie Messena entró en el ascensor del nuevo hotel de su hermano. La única razón por la que estaba ahí esa noche era para enfrentarse a Ben por su horrible comportamiento al acostarse con ella un año atrás y dejarla sin decirle ni una palabra.

Se tensó ante la idea de volver a verlo.

Ben era un metro noventa de elegante y musculosa masculinidad, con el pelo oscuro corto y una mirada azul que hacía que a las mujeres les flaquearan las rodillas.

Pero a ella no.

Ya no.

Esa noche estaba decidida a eliminar los últimos posos de su atracción por Ben, que había dominado su vida durante dos años y medio.

Por fin podría seguir adelante.

Obligándose a relajarse, salió del ascensor y entró en el vestíbulo con una fluidez que le había costado semanas de fisioterapia y de ejercicios. Aún tenía cierta rigidez en las lumbares, cortesía de la lesión que había sufrido once meses atrás cuando su SUV se había salido de uno de los estrechos caminos rurales de Dolphin Bay.

Sucedió tres semanas después de que Ben la hubiera dejado sola en la cama tras una agitada noche juntos. Sophie había tirado la nota que él le había escrito dándole las gracias por un «buen rato».

Un buen rato.

Como si antes de aquella noche ella no hubiera vivido dieciocho meses de sofocante atracción durante los que no había podido pensar en otra cosa que no fuera Ben Sabin. Por no hablar de los frustrantes encuentros que al final no habían acabado en nada antes de que, por fin, a la desesperada, hubiera tomado la decisión de seducirlo durante la última noche de Ben en Dolphin Bay.

Se detuvo frente al mostrador de recepción cerca de un rincón decorado con palmeras, donde había quedado con su cita de esa noche. Miró el reloj. Llegaba tarde, justo esa noche que no podían verla sola.

Durante un inquietante momento le costó recordar el nombre de su acompañante y solo lo recordó cuando lo vio caminando hacia ella. Pero, bueno, tampoco era de extrañar. Solo había visto a Tobias, un corredor de bolsa que trabajaba para su hermano Gabriel, un par de veces y solo de pasada, cuando él había estado saliendo con su hermana gemela, Francesca.

Al saludarlo y a la vez pensar que estaba a escasos minutos de ver a Ben, se le tensó la mandíbula.

Un año atrás Ben la había dejado tirada. Tres semanas después de aquello, había tenido el accidente. Su cuerpo se había recuperado físicamente. Ahora, esa noche, pondría a prueba la curación mental y emocional que esperaba haber alcanzado tras incontables y caras horas de terapia. Si había que darle crédito a lo que le había asegurado su terapeuta, ahora mismo sería completamente inmune a él.

Frunciendo el ceño, escaneó la sala, repleta de invitados entre los que había empresarios locales y, cómo no, prensa. Se le encogió un poco el estómago al ver la parte trasera de una cabeza con pelo oscuro. Para cuando el hombre se giró, ella ya lo había descartado; era igual de alto que Ben, pero no llevaba el pelo tan corto y tenía los hombros demasiado estrechos. No tenía los hombros anchos, musculosos y elegantes fruto del tiempo que Ben había pasado en el ejército y de los años de trabajo en la construcción y en su gimnasio privado.

Respiró hondo e intentó relajarse, pero tenía el corazón acelerado y la adrenalina le recorría las venas.

–¿Quieres… bailar?

Tobias, el exnovio de Francesca, era alto, moreno, musculoso y guapo, pero por desgracia Sophie no podía albergar más que un educado interés por él. Con suerte, cuando Ben apareciera, la vería con Tobias y sacaría la conclusión de que las horas que habían pasado juntos en la cama ya eran agua pasada y que ahora ella estaba muy ocupada con su último chico.

–A lo mejor luego –respondió sonriendo a Tobias.

Cuando Ben llegara, sin duda estaría genial que la viera bailando con Tobias, y a ser posible algo lento y romántico.

Agarrando a Tobias del brazo para asegurarse de que parecían una pareja, lo giró en dirección al bar, pidió un vaso de agua con gas y dio un trago. Lo que fuera con tal de no pensar en el ataque de nervios que le había entrado así, de pronto. Unos nervios que no debería sentir porque ya tenía olvidado a Ben.

–¿Ahogando tus penas?

Casi se atragantó mientras Francesa saludaba con la mano a Tobias, que se había apartado para hablar con un matrimonio mayor.

Por un instante le costó reconocer a su gemela.

–Te has teñido de rubia.

Francesca pidió una copa de champán.

–Es el Rubio Explosivo Britney. ¿Te gusta?

Por muy precioso que fuese el tono, ella jamás se teñiría de rubia, probablemente porque cada vez que veía a Ben en redes sociales, él iba con una rubia del brazo.

–Es… distinto.

Francesca se encogió de hombros.

Aunque idénticas en aspecto, eran del todo opuestas en personalidad.

–Ya me conoces, me gusta cambiar.

Dio un trago de champán mientras ojeaba la pista de baile como buscando a alguien.

–Ahora mismo siento que tengo que ser un poco más… firme en cuanto a personalidad. Más como tú. Me encanta tu vestido, por cierto. Cuando vas de blanco, siempre pareces calmada y segura, como si lo tuvieras todo bajo control.

Francesca se miró el vestido, de seda rojo ajustado y con estampado de colores en la cintura, y frunció el ceño.

–A lo mejor debería probar a ir de blanco.

Sophie soltó su vaso.

–Tú no puedes ir de blanco.

El blanco era el color de Sophie.

Era cosa de gemelas. Con seis años más o menos, cuando sus cerebros se habían desarrollado lo bastante como para darse cuenta de que los adultos las vestían como robots clones porque así estaban monísimas, se habían rebelado. No había habido discusión; simplemente había sido un momento de rabia compartida que había dado fruto a un entendimiento tácito según el cual necesitaban vestir cada una de una forma. Sophie había elegido tonos blancos y neutros y, como mucho, llevaría colores pastel o azul oscuro. Francesca se había lanzado directa a por los tonos vivos y chillones.

Habían mantenido el acuerdo durante años y nadie las había confundido nunca, aunque Francesca, con su aspecto más atrevido, había tenido que acostumbrarse a ser el blanco de chistes sobre la gemela malvada.

–Iría de blanco si me casara.

–¿Casarte? Pero si no estás saliendo con nadie.

Lo cual era raro.

Francesca, un espíritu libre en contraste con la personalidad ultrametódica, perfeccionista y controladora de Sophie, solía tener siempre a un hombre al lado. Ninguno le duraba mucho a menos que ella decidiera mantenerlo como amigo, como había hecho con Tobias. Y ya que Francesca era bondadosa y compasiva, y odiaba hacerle daño a nadie, tenía una lista muy larga de amigos.

Esa diferencia de personalidad era también la razón por la que Sophie era la directora ejecutiva de su propia empresa de moda, mientras que Francesca prefería ejercer como diseñadora jefa de la marca.

–¿Qué pasa? ¿Has conocido a alguien?

–No lo sé. A lo mejor. Tengo una de esas sensaciones mías… Ya sabes.

Ahora Sophie sí que se preocupó.

Francesca, además de sociable y demasiado compasiva para su propio bien, era tremendamente intuitiva. Sophie y el resto de la familia habían aprendido a prestar atención a sus «sensaciones» aunque no supieran de dónde venían.

Por ejemplo, cuando su padre había muerto en un accidente de coche años atrás, había sido Francesca la que había despertado a su madre y dado la voz de alarma insistiendo en que pasaba algo. Una hora después, habían encontrado el coche siniestrado. Había resultado demasiado tarde para salvar a su padre, pero desde aquel día todos prestaban atención a sus premoniciones.

Su hermana dio otro sorbo de champán y miró a la colorida multitud.

–Siento que esta noche podría conocer a alguien especial.

Sonrió y dejó la copa en la barra.

–Voy a cruzar los dedos. Hasta ahora Miami ha sido un absoluto fracaso en cuestión de hombres –sonrió a Tobias, que ahora estaba apoyado en la barra con los brazos cruzados–. ¡Exceptuando a Tobias! ¿Te importa si lo tomo prestado para este baile?

–Adelante –murmuró Sophie, que dejó de preocuparse por su hermana en cuanto vio una figura alta y de hombros anchos entre el gentío.

Un cosquilleo le recorrió la espalda.

Era Ben.

Durante un ardiente instante, sus miradas se engancharon y ella se quedó sin aliento. De pronto, como de la nada, surgió un pensamiento irresistible: ¿Y si Ben estaba allí por ella y no por el negocio que tenía con su hermano? A lo mejor, tras un año, por fin se había dado cuenta de que lo que habían compartido había sido especial.

A decir verdad, no era la reacción que debería estar teniendo tras meses de terapia. Debería estar centrada en elegir lo mejor para ella, no en buscar otra decepción.

De pronto, se tensó al darse cuenta de que no estaba solo.

Por alguna razón se había esperado que él también la hubiera echado de menos o que lamentara haberla dejado plantada sin decirle ni una palabra… Pero, claro, para eso Ben tendría que tener corazón.

Miró a la mujer que tiraba de él hacia la pista de baile. Parecía joven, como si acabara de cumplir los veinte. Llevaba su melena rubia recogida en un moño despeinado, un vestido corto turquesa que se le ceñía a las curvas, un tatuaje en un hombro y unos tacones altísimos.

Sophie solo tenía veintisiete años, pero, al ver a la arrebatadora joven en brazos de Ben, de pronto se sintió tan vieja como Matusalén además de aburrida con el sencillo vestido blanco.

Pero si ella era «vieja», entonces Ben, que tenía treinta, era un anciano y un asaltacunas.

Le dolió que hubiera encontrado a otra, y verlo con esa preciosa rubia mancilló la única noche que habían compartido. Una noche que, para ella, había sido de lo más intensa y apasionada; una noche que había parecido marcar el comienzo de la clase de relación profunda e importante que no había creído poder experimentar nunca hasta que Ben había entrado en su vida.

Se giró hacia la barra. Oyó al camarero preguntarle «¿Champán?» y, sin apenas poder respirar, esbozó una brillante sonrisa y respondió:

–Sí.

El primer trago le relajó la garganta; el segundo le permitió sentirse casi normal, probablemente porque había dejado de pensar en que Ben no era el hombre honrado, amante de ensueño y potencial esposo que había imaginado. Más bien era una rata superficial. Había traicionado su confianza, y lo peor de todo era que ella había sido una ingenua al entregarse a él.

De todos modos, tampoco podía decirse que Ben se hubiera dado cuenta de que ella era virgen aquella noche que habían hecho el amor. Parecía no haberse percatado de ese diminuto detalle.