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Soledad Acosta De Samper

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Beschreibung

Dolores: Cuadros de la vida de una mujer  de Soledad Acosta de Samper, es una conmovedora exploración de la exclusión social, el sufrimiento y la resiliencia. La novela sigue la historia de Dolores, una mujer que contrae lepra y es rechazada por la sociedad, obligada a enfrentar tanto el aislamiento físico como el emocional. A través de su protagonista, Acosta de Samper critica las rígidas estructuras morales y sociales de su época, exponiendo la estigmatización de la enfermedad y la vulnerabilidad de los marginados. Desde su publicación, Dolores: Cuadros de la vida de una mujer ha sido reconocida por su profundo comentario social y su carga emocional. La novela aborda temas como la injusticia, la dignidad humana y la fortaleza necesaria para sobrellevar el sufrimiento. El estilo narrativo de Acosta de Samper y su retrato compasivo de Dolores han consolidado la obra como un aporte significativo a la literatura latinoamericana. Su relevancia perdura en su capacidad de cuestionar las percepciones sociales sobre la enfermedad, la moral y la compasión. Dolores: Historia de una leprosa sigue siendo una poderosa reflexión sobre la exclusión y la resistencia del espíritu humano, invitando a los lectores a reconsiderar los prejuicios que moldean sus comunidades.

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Seitenzahl: 102

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Soledad Acosta de Samper

DOLORES

(Cuadros de la Vida De Una Mujer)

Sumario

PRESENTACIÓN

DOLORES: CUADROS DE LA VIDA DE UNA MUJER

PARTE PRIMERA

PARTE SEGUNDA

PARTE TERCERA

PRESENTACIÓN

Soledad Acosta de Samper

1833 – 1913

Soledad Acosta de Samper (1833-1913) fue una escritora, periodista e historiadora colombiana, ampliamente reconocida como una de las intelectuales más importantes de América Latina en el siglo XIX. Nacida en Bogotá, fue una autora prolífica cuyas obras abordaron temas como la identidad nacional, los roles de género y la narrativa histórica. Fue una pionera en la defensa de la educación y los derechos de las mujeres a través de sus contribuciones literarias y periodísticas.

Primeros años y educación

Soledad Acosta de Samper nació en el seno de una familia educada e influyente en la política. Su padre, Joaquín Acosta, fue historiador y geógrafo, lo que influyó significativamente en su desarrollo intelectual. Recibió una educación privilegiada, que incluyó una estancia en Francia, donde se familiarizó con la literatura y el pensamiento histórico europeos. Esta formación moldeó su carrera literaria y periodística, impulsándola a combinar el análisis histórico con cuestiones sociales contemporáneas.

Carrera y contribuciones

Acosta de Samper escribió extensamente, produciendo novelas, ensayos, biografías y obras históricas. Sus novelas a menudo exploraban el papel de la mujer en la sociedad colombiana, abogando por su desarrollo intelectual y social. Entre sus obras más destacadas se encuentra La mujer en la sociedad moderna (1895), en la que examinó el papel cambiante de la mujer y defendió mayores oportunidades educativas.

Además de la ficción, fue una periodista prolífica, colaborando con numerosos periódicos y revistas. Como editora de La Mujer, una publicación dedicada a temas femeninos, desempeñó un papel clave en la difusión de ideas feministas en Colombia.

También escribió ensayos históricos y biografías que buscaban construir una identidad nacional a través de la literatura. Sus estudios resaltaron figuras clave de la historia de Colombia y América Latina, incorporando una perspectiva que enfatizaba las contribuciones de las mujeres, a menudo ignoradas en los relatos históricos tradicionales.

Impacto y legado

Soledad Acosta de Samper fue una pionera en la literatura y el periodismo latinoamericano, destacándose en un ámbito dominado por hombres. Su defensa de los derechos de las mujeres y la educación, junto con sus logros literarios, la consolidaron como una figura clave en la historia intelectual de Colombia.

Su trabajo influyó en generaciones futuras de escritoras e investigadoras, y sus aportes a la historiografía siguen siendo valiosos para comprender el pasado colombiano. Aunque en vida no recibió el reconocimiento que merecía, hoy es considerada una figura fundamental en el desarrollo de la literatura colombiana y del pensamiento feminista.

Acosta de Samper falleció en 1913, dejando un vasto legado literario que sigue siendo estudiado y apreciado. A pesar de los obstáculos que enfrentó como intelectual en su época, sus escritos abrieron el camino para futuras discusiones sobre igualdad de género e identidad nacional en América Latina.

Sus contribuciones literarias e históricas siguen siendo relevantes, y su papel como periodista y escritora pionera garantiza su influencia duradera en el panorama cultural e intelectual de Colombia.

Sobre la obra

Dolores: Cuadros de la vida de una mujer de Soledad Acosta de Samper, es una conmovedora exploración de la exclusión social, el sufrimiento y la resiliencia. La novela sigue la historia de Dolores, una mujer que contrae lepra y es rechazada por la sociedad, obligada a enfrentar tanto el aislamiento físico como el emocional. A través de su protagonista, Acosta de Samper critica las rígidas estructuras morales y sociales de su época, exponiendo la estigmatización de la enfermedad y la vulnerabilidad de los marginados.

Desde su publicación, Dolores: Cuadros de la vida de una mujer ha sido reconocida por su profundo comentario social y su carga emocional. La novela aborda temas como la injusticia, la dignidad humana y la fortaleza necesaria para sobrellevar el sufrimiento. El estilo narrativo de Acosta de Samper y su retrato compasivo de Dolores han consolidado la obra como un aporte significativo a la literatura latinoamericana.

Su relevancia perdura en su capacidad de cuestionar las percepciones sociales sobre la enfermedad, la moral y la compasión. Dolores: Historia de una leprosa sigue siendo una poderosa reflexión sobre la exclusión y la resistencia del espíritu humano, invitando a los lectores a reconsiderar los prejuicios que moldean sus comunidades.

DOLORES: CUADROS DE LA VIDA DE UNA MUJER

PARTE PRIMERA

La nature est un drame avec des personnages.

VÍCTOR HUGO

— ¡Qué linda muchacha! — exclamó Antonio al ver pasar por la mitad de la plaza de la aldea de N*** algunas personas a caballo, que llegaban de una hacienda con el objeto de asistir a las fiestas del lugar, señaladas para el día siguiente.

Antonio González era mi condiscípulo y el amigo predilecto de mi juventud. Al despedirnos en la Universidad, graduados ambos de doctores, me ofreció visitarme en mi pueblo en la época de las fiestas parroquiales, y con tal fin había llegado el día, anterior a N***. Deseosos ambos de divertirnos, dirigíamos, con el entusiasmo de la primera juventud, que en todo halla interés, la construcción de las barreras en la plaza para las corridas de toros del siguiente día. A ese tiempo pasó, como antes dije, un grupo de gente a caballo, en medio del cual lucía, como un precioso lirio en medio de un campo, la flor más bella de aquellas comarcas, mi prima Dolores.

— Lo que más me admira — añadió Antonio, es la cutis tan blanca y el color tan suave, o como no se ven en estos climas ardientes.

Efectivamente, los negros ojos de Dolores y su cabellera de azabache hacían contraste con lo sonrosado de su tez y el carmín de sus labios.

— Es cierto lo que dice usted — exclamó mi padre que se hallaba a mi lado — , la cutis de Dolores no es natural en este clima... ¡Dios mío! — dijo con acento conmovido un momento después — , yo no había pensado en eso antes.

Antonio y yo no comprendimos la exclamación del anciano. Años después recordábamos la impresión que nos causó aquel temor vago, que nos pareció tan extraño.

Mi padre era el médico de N*** y en cualquier centro más civilizado se hubiera hecho notar por su ciencia práctica y su caridad. Al contrario de lo que generalmente sucede, él siempre había querido que yo siguiese su misma profesión, con la esperanza, decía, de que fuese un médico más ilustrado que él.

Hijo único, satisfecho con mi suerte, mimado por mi padre y muy querido por una numerosa parentela, siempre me había considerado muy feliz. Me hallaba entonces en N*** tan sólo de paso, arreglando algunos negocios para poder verificar pronto mi unión con una señorita a quien había conocido y amado en Bogotá.

Entre todos mis parientes la tía Juana, señora muy respetable y acaudalada, siempre me había preferido, cuidando y protegiendo mi niñez desde que perdí a mi madre, Dolores, hija de una hermana suya, vivía a su lado hacía algunos años, pues era huérfana de padre y madre. La tía Juana dividía su cariño entres sus dos sobrinos predilectos.

Apenas llegamos a una edad en que se piensa en esas cosas, Dolores y yo comprendimos que el deseo de la buena señora era determinar un enlace entre los dos; pero la naturaleza humana prefiere las dificultades al camino trillado, y ambos procurábamos manifestar tácitamente que nuestro mutuo cariño era solamente fraternal. Creo que el deseo de imposibilitar enteramente ese proyecto contribuyó a que sin vacilar me comprometiese a casarme en Bogotá, y cuando todavía era un estudiante sin porvenir. Considerando a Dolores como una hermana, desde que fui al colegio le escribía frecuentemente y le refería las penas y percances de mi vida de colegial, y después mis esperanzas de joven y de novio.

Esta corta reseña era indispensable para la inteligencia de mi sencilla relación.

Después de permanecer en la plaza algunos momentos más, volvimos a casa. La vivienda de mi padre estaba a alguna distancia del pueblo; pero como se anunciaban fuegos artificiales para la noche, Antonio y yo resolvimos volver al poblado poco antes de que se empezara esta diversión popular.

La luna iluminaba el paisaje. Un céfiro tibio y delicioso hacía balancear los árboles y arrancaba a las flores su perfume. Los pajarillos se despertaban con la luz de la luna y dejaban oír un tierno murmullo, mientras que el filósofo búho, siempre taciturno y disgustado se quejaba con su grito de mal agüero.

Antonio y yo teníamos que atravesar un potrero y cruzar el camino real antes de llegar a la plaza de N***. ¡Conversábamos alegremente de nuestras esperanzas y nuestra futura suerte, porque lo futuro para la juventud es siempre sinónimo de dichas y — esperanzas colmadas! Antonio había elegido la carrera más ardua, pero también la más brillante, de abogado, y su claro talento y fácil elocuencia le prometían un bello porvenir. Yo pensaba, después de hacer algunos estudios prácticos con uno de los facultativos de más fama, casarme y volver a mi pueblo a gozar de la vida tranquila del campo. Forzoso es confesar que N*** no era sino una aldea grande, no obstante el enojo que a sus vecinos causaba el oírla llamar así, pues tenía sus aires de ciudad y poseía en ese tiempo jefe político jueces, cabildo y demás tren de gobierno local. Desgraciadamente ese tren y ese tono le producían infinitas molestias, como le sucedería a una pobre campesina que, enseñada a andar descalza y a usar enaguas cortas, se pusiese de repente botines de tacón, corsé y crinolina.

A medida que nos acercábamos al poblado el silencio del campo se fue cambiando en alegre bullicio: se oían cantos al compás de tiples y bandolas, gritos y risas sonoras; de vez en cuando algunos cohetes disparados en la plaza anunciaban que pronto empezarían los fuegos. — La plaza presentaba un aspecto muy alegre. En medio del cercado para los toros del siguiente día habían puesto castillos de chusque, y formado figuras con candiles que era preciso encender sin cesar a medida que se apagaban. El polvorero del lugar era en ese momento la persona más interesante; los muchachos lo seguían, admirando su gran ciencia y escuchando con ansia y con respeto las órdenes y consejos que daba a sus subalternos sobre el modo de encender los castillos y tirar los cohetes con maestría.

Antonio y yo nos acercamos a la casa de la tía Juana que, situada en la plaza, era la mejor del pueblo. En la puerta y sentadas sobre silletas recostadas contra la pared, reían y conversaban muchas de las señoritas del lugar, mientras que las madres y señoras respetables estaban adentro discutiendo cuestiones más graves, es decir, enfermedades, víveres y criadas. Los cachacos del lugar y los de otras partes que habían ido a las fiestas, pasaban y repasaban por frente a la puerta sin atreverse a acercarse a las muchachas, que gozaban de su imperio y atractivo sin mostrar el interés con que los miraban.

Me acerqué a la falange femenina con todo el ánimo que me inspiraba el haber llegado de Bogotá, grande recomendación en las provincias, y la persuasión de ser bien recibido como pariente. Presenté mi amigo a las personas reunidas dentro y fuera de la casa, y tomando asientos salimos a conversar con las muchachas.

Poco después empezaron los fuegos: la vaca — loca, los busca — niguas y demás retozos populares pusieron en movimiento a todo el populacho, que corría con bulliciosa alegría. El humo de la pólvora oscureció la luz de la luna que un momento antes brillaba tan poéticamente. Los castillos fueron encendidos uno en pos de otro en medio de los gritos de la muchedumbre. Al cabo de algunos minutos se oyó un recio estampido acompañado de algunas luces rojas y mayor cantidad de humo sofocante: ésta era la señal de que los fuegos habían concluido, y la gente se fue dispersando en diferentes direcciones, convencidos todos de que aquellos habían estado brillantes y que se habían divertido mucho, aunque se les hubiera podido probar lo contrario al hacerles pensar en el cansancio, los pies magullados, los vestidos rotos y tal cual quemadura que algunos llevaban. Pero ¿siempre no es más bella la imaginación que la realidad?

Propuse entonces que fuéramos todos los que estábamos reunidos en casa de la tía Juana a dar una vuelta por la plaza.

La tropa femenina se formó en columna y los del sexo feo, desplegándonos en guerrilla, dábamos vuelta a su alrededor. La simpatía es inexplicable siempre: en breve Antonio y Dolores se acercaron el uno al otro y trabaron al momento una alegre conversación.