Doña Perfecta - Benito Pérez Galdos - E-Book

Doña Perfecta E-Book

Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

Doña Perfecta es la obra de teatro en la que se basa la conocida novela de Benito Pérez Galdós. En la España profunda, una viuda acuerda con su hermano casar a su hija menor con su sobrino, para así mantener el patrimonio familiar. La irrupción de las ideas liberales del sobrino chocará de lleno con el talante tradicional de la viuda.-

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Benito Pérez Galdós

Doña Perfecta

Drama en cuatro actos, arreglo teatral de la novela del mismo título

Saga

Doña PerfectaCopyright © 1870, 2020 Benito Pérez Galdós and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726495317

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

-[4]-

PERSONAJES

ACTORES

DOÑA PERFECTA, viuda noble.

SRTA. SUÁREZ (NIEVES).

ROSARITO, su hija.

SRA. TUBAU.

MARÍA REMEDIOS, viuda plebeya, familia de DON INOCENCIO.

SRA. ÁLVAREZ (JOSEFINA).

LIBRADA, criada.

SRTA. CANCIO.

PEPE REY, ingeniero de caminos, sobrino de DOÑA PERFECTA.

SR. THUILLIER.

DON INOCENCIO, canónigo y humanista.

SR. MARIO.

CRISTÓBAL RAMOS (CABALLUCO), cabecilla.

SR. AMATO.

JACINTITO, hijo de MARÍA REMEDIOS.

SR. VICO (ANTONIO).

DON CAYETANO, hermano de DOÑA PERFECTA.

SR. MANSO.

DON JUAN TAFETÁN, viejo verde.

SR. BALAGUER.

VARGAS, teniente coronel de infantería.

SR. VALLÉS.

PINZÓN, capitán de caballería.

SR. MORANO.

EL TÍO LICURGO, lugareño.

SR. VALENTÍN.

PASOLARGO, cabecilla.

SR. VILLANOVA.

ESTEBAN ROMERO, cabecilla.

SR. URQUIJO.

CABO CARTERO.

SR. BONAFÉ.

La escena en Orbajosa, ciudad antigua, cabeza de partido.

 

Época 187...

-[5]-

Acto I

Jardín interior, o patio ajardinado, en la casa de DOÑA PERFECTA. A la derecha una fachada del edificio, que es antiguo y muy irregular: puerta grande que conduce a las habitaciones y es paso para la calle.

 

En el fondo, rompimiento con dos filas de altos cipreses. Por allí se va a la huerta.

 

A la izquierda una tapia y cipreses y otros árboles corpulentos que dan sombra a la escena.

 

Una mesa a la izquierda, un sillón y sillas rústicas. A la derecha mesa más pequeña. Hora: las dos de la tarde.

 

Derecha e izquierda se entiende del espectador.

Escena I

EL TÍO LICURGO que viene de la huerta; MARÍA REMEDIOS, que entra en escena por la derecha, con mantilla, como viniendo de la calle.

 

EL TÍO LICURGO.- ¿Qué se le ha perdido por acá, señora doña María Remedios?

MARÍA REMEDIOS.- (Mirando a la ventana del comedor.) ¿Están comiendo?

EL TÍO LICURGO.- Sí señora. Hora y media de comistraje llevan ya. Tres principios, tres, me ha dicho Librada que hay.

MARÍA REMEDIOS.- Y todo por ese fantasmón de ingeniero, que nos han traído de los Madriles, hombre sin fe, repodrido en las matemáticas, y harto de impiedades y maleficios... No sé en qué piensa la señora.

EL TÍO LICURGO.- No es idea de la señora mismamente, sino de su hermano, el abogado de allá, ¿sabe? el cual que -6- le mandó carta diciéndole: «quiero que mi hijo se case con tu hija».

MARÍA REMEDIOS.- Sí, sí... ¡Ah, mundo amargo, mundo tentador, esclavo de la materia!... ¡Y sacrifican a la pobre Rosarito...!

EL TÍO LICURGO.- Eh... hable bajo.

MARÍA REMEDIOS.- Quiero verle. (Se aproxima a la ventana, de costado.) Es aquel que habla más que come. (Vuelve al proscenio.) El demonio le ha dado figura simpática, y un hablar galano para que engañe mejor. ¡Ah, mundo perverso! Ya sé; es de estos que predican en los centros de pecado que hay en Madrid, y que se llaman... no me acuerdo.

EL TÍO LICURGO.- Se llaman... espérese... se llaman... Pues yo tampoco lo sé.

MARÍA REMEDIOS.- ¡Mundo ingrato!... ¿Y qué me dice usted del desaire que han hecho a mi niño?

EL TÍO LICURGO.- Ya sé; la señora ha convidado a don Inocencio; pero no a Jacintito.

MARÍA REMEDIOS.- Estoy volada... La señora me lo perdone... pero este desprecio... ¡Ah!... Cuando todos dicen, y con razón, que mi niño está cortado para su hija... tan modosito, tan instruidito... abogado a los veinte años... Y luego... ¡con la crianza que le ha dado mi tío don Inocencio! Las ideas sanas, los principios religiosos, metidos así... a marcha martillo.

EL TÍO LICURGO.- Pero como las niñas de ogaño bailan al son de lo nuevo, por no decir de lo peor...

MARÍA REMEDIOS.- (Indignada.) Quítese usted allá... ¡Que será capaz Rosarito...!

EL TÍO LICURGO.- Entre el sí y el no de una mujer, no pongas la punta de un alfiler.

MARÍA REMEDIOS.- Imposible que la niña... (Muy nerviosa.) ¡Ja, ja!... ¡querer a ese... preferirle a mi ángel!... Dígame, tío Licurgo, ¿y él es rico?

EL TÍO LICURGO.- Tanto como la señora, o más.

MARÍA REMEDIOS.- Y sabe, sabe mucho...

-7-

EL TÍO LICURGO.- ¡Oh!...

MARÍA REMEDIOS.- Por supuesto, cosas malas, que más valdría que no las supiera.

EL TÍO LICURGO.- Más sabe el cuervo que la paloma.

MARÍA REMEDIOS.- ¡Ay, no! La señora sabe más que él, y que todos los gavilanes juntos. Y nosotros, los que bien queremos a la señora, la ayudaremos a espantar este pájaro de rapiña. Dígame otra cosa, Licurgo: ¿es cierto que usted y los Farrucos le ponen pleito?

EL TÍO LICURGO.- Sí señora; nacen en las laderas altas de Alamillos, que al parecer son de este sujeto, don Pepito Rey, unas aguas maléficas, escrupulosas1 y mutativas, que se estancan en nuestra heredad, y nos matan toda la fisonomía vegetal de la tierra... (Sale ROSARITO del comedor.)

MARÍA REMEDIOS.- ¡Ah! la señorita sale.

Escena II

Dichos; ROSARITO, LIBRADA con el servicio del café.

 

ROSARITO.- Ponlo aquí. (En la mesa de la izquierda.) ¿Se enfriará si tardan?... ¡Ah! Remedios. (Vase LIBRADA, que vuelve luego con licores, copas y una caja de cigarros.)

MARÍA REMEDIOS.- ¡Prenda querida! (La besa haciéndole mimos.) ¡Pobretina mía! Estás triste, ¿verdad? ¿Verdad que está triste y asustadica la paloma de la casa?

ROSARITO.- (Sorprendida y risueña.) ¿Yo? Si estoy contenta...

MARÍA REMEDIOS.- (Recelosa.) ¡Contenta! (Viendo que salen los señores.) Ah, ya salen: yo me escabullo.

ROSARITO.- Oye.

MARÍA REMEDIOS.- Me voy, me voy. (Vase hacia la huerta.)

-8-

Escena III

DOÑA PERFECTA, PEPE REY, DON INOCENCIO y DON CAYETANO que salen del comedor; ROSARITO arreglando el servicio del café; LICURGO que se descubre y se retira al fondo.

 

DOÑA PERFECTA.- Pues sí, queridísimo Pepe, mi hija me lo decía esta mañana.

ROSARITO.- (Como asustada.) ¿Yo... qué?

DOÑA PERFECTA.- Me decías que tu primo, hecho a las pompas y etiquetas de la Corte, y a las modas extranjeras, no podrá soportar esta sencillez rancia en que vivimos...

DON CAYETANO.- Ni esta falta de buen tono.

PEPE REY.- ¡Qué error! Nadie aborrece más que yo los artificios de lo que llaman alta sociedad.

DON CAYETANO.- (Cogiéndolo por un brazo, lo lleva a la mesilla de la derecha.) Tú aquí... conmigo2.

PEPE REY.- (Tomando asiento.) Ya lo he dicho: mi deleite es el sosiego del campo, mi sociedad la familia, mi descanso el estudio, mis amores... hasta hoy, la Naturaleza y la ciencia. (ROSARIO le sirve café.)

DON INOCENCIO.- (Cogiendo su taza.) Lo que digo: es usted, mi señor don José, un gran filósofo... práctico.

PEPE REY.- ¡Oh, no! guárdense las expresiones laudatorias para el virtuoso sacerdote, para el sabio humanista de Orbajosa.

DON INOCENCIO.- (Rechazando los elogios con modestia.) ¡Oh, por Dios!...

DOÑA PERFECTA.- Don Inocencio vale mucho; tú también. Felices nosotros si conseguimos que esta humildad, que esta vida obscura no se te hagan aborrecibles.

PEPE REY.- ¡Quia! Dos días no más llevo aquí, y ya siento que el alma se me ensancha, se me renueva en este ambiente de paz. Todo, todo lo cambio por -9- este rincón apartado y tranquilo, donde pienso encontrar mi dicha.

DON INOCENCIO.- (A DOÑA PERFECTA, que toma café a su lado.) Bien, bien.

ROSARITO.- (A PEPE REY, por el café.) Lo encontrarás poco fuerte.

PEPE REY.- Está delicioso.

DON INOCENCIO.- Riquísimo.

DON CAYETANO.- Y ahora, en cuanto tomemos café, te enseñaré lo mejor de mi biblioteca, de la cual no pudiste ver esta mañana más que la broza, lo moderno.

ROSARITO.- (¡Pobrecito, ya le cayó que hacer!)

DON INOCENCIO.- Es muy notable la colección de su tío de usted.

DOÑA PERFECTA.- Ejemplares rarísimos: ya verás.

PEPE REY.- Siento ser absolutamente lego en todo eso de las curiosidades bibliográficas.

DON INOCENCIO.- Verá usted todo cuanto se ha escrito acerca de nuestra querida Orbajosa.

DON CAYETANO.- Incluyendo aquellas obras que sólo citan a nuestra gloriosa ciudad episcopal, o a alguno de sus hijos. Con estos elementos preparo mi Floresta Urbsaugustana, en la cual creo que no se me escapará ninguna particularidad histórica ni biográfica de este nobilísimo pueblo.

PEPE REY.- ¡Ah! (Con gracejo.) Yo creí que en Orbajosa no había más cosas buenas que... lo que está presente.

DOÑA PERFECTA.- ¡Jesús, Pepe!

DON INOCENCIO.- En todas las épocas de nuestra historia, los orbajosenses se han señalado por su hidalguía, por su lealtad, por su valor, por su claro entendimiento...

DOÑA PERFECTA.- ¿Tú qué te creías?

PEPE REY.- No; si no lo dudo.

EL TÍO LICURGO.- (Adelantándose con falsa timidez y socarronería.) ¿Da su permiso el señor don José...?

PEPE REY.- ¡Ah! el buen Licurgo...

ROSARITO.- (Aparte, con pena.) Cómo le marean, pobrecito; el tío con sus librotes, y este con sus pleitos.

EL TÍO LICURGO.- ¿Ha descansado el señor don José?

-10-

PEPE REY.- Del viaje, sí... de usted, no. Ya es la tercera vez que viene a decirme que pleitea...

DON CAYETANO.- ¿Contra ti?

PEPE REY.- Contra mí.

DOÑA PERFECTA.- Pero este Licurgo... Hombre, déjale que tome su café con tranquilidad.

EL TÍO LICURGO.- (Con fingida aflicción.) Señora mía, señor don José, yo no quisiera molestarles; pero el Ayuntamiento nos pide daños y perjuicios, porque las aguas maléficas y corruptas...

DOÑA PERFECTA.- ¿Y yo qué tengo que ver?... Déjeme usted a mí de aguas corruptas y de cuestiones maléficas, tío Licurgo... ¡Triste de mí, que jamás he visto un grano de trigo de esa dilatada estepa de Alamillos! Si soy yo quien debe pleitear, y perseguirles, y procesarles, porque esas tierras que disfrutan son mías, las han ido cercenando de mi propiedad: hoy una fajita, mañana otra... A mi padre le denunciaron este despojo; pero no hizo caso...

EL TÍO LICURGO.- (Exaltándose, con falsa dignidad.) Señor don José, ahí están mis linderos, en las santísimas escrituras.

DOÑA PERFECTA.- Eh, no te exaltes... Yo garantizo a este, Pepe. Es incapaz... Por Dios, sé razonable. Las aguas malas nacen en tu heredad; es justo que tú...

PEPE REY.- Bueno, queridísima tía; no me riña usted. Si usted cree que debo pagar daños y perjuicios...

DOÑA PERFECTA.- No, yo no digo nada. Tú eres generoso y no gustas de oprimir al pobre.

PEPE REY.- ¡Pero si es el pobre el que quiere oprimirme a mí!...

DON CAYETANO.- Te advierto que este es un picapleitos formidable, y sabe más leyes que todo el Colegio de Abogados de Madrid.

PEPE REY.- Lo creo.

EL TÍO LICURGO.- ¡Leyes a mí! ¡Justicia! Del lobo un pelo, y ese de la frente. Pero mi derecho es mi derecho...

DOÑA PERFECTA.- Vaya, Licurgo, déjanos en paz ahora.

-11-

PEPE REY.- Sí, sí; que nos perdone la vida...

EL TÍO LICURGO.- Si molesto, no es caso... Pero volveré. Mi derecho es mi derecho... Cada lobo a su senda.

ROSARITO.- Sí, sí; pero basta ya. (Cogiendo un cigarro de la caja que hay sobre la mesa.) Toma un cigarrito, y vete con Dios...

EL TÍO LICURGO.- Gracias, mi niña... Señora, señor don José, hasta más ver... Pobre, pero honrado. Sagrado es lo ajeno; pero lo propio, sagrado también.

ROSARITO.- (Empujándole hacia fuera.) Sí, sí... Adiós, hombre.

EL TÍO LICURGO.- (Retirándose.) Mi derecho es mi derecho.

Escena IV

Los mismos, menos LICURGO.

 

PEPE REY.- (Pasando al otro lado.) ¡Demonio de hombre! Estos villanos legistas me atacan los nervios.

DOÑA PERFECTA.- No lo tomes así, hijo mío. Los pobres defienden el miserable terruño sobre que viven.

DON CAYETANO.- No se hable más de eso.

ROSARIO.- (Que se ha sentado junto a DON CAYETANO.) Y este Licurgo maldito y los Farrucos no me entran más en casa.

DON CAYETANO.- Sí, porque con estas incumbencias podríamos hacerle antipática nuestra noble tierra. ¿Verdad, sobrino, que te gusta Orbajosa? Di que sí.

DON INOCENCIO.- ¿Gustarle? Lo dudo.

PEPE REY.- ¡Oh, no!

DOÑA PERFECTA.- ¿Qué piensas de nuestra humilde, pero gloriosa y santa ciudad?

PEPE REY.- ¿La ciudad...?

ROSARIO.- ¿Verdad que te gusta? ¡Si es tan bonita!

PEPE REY.- Si Rosario la encuentra bonita, yo también, porque en todo quiero ser de su parecer.

DON INOCENCIO.- ¿Y el país, la región...?

ROSARIO.- Di lo que tú piensas, no lo que pienso yo, que soy una ignorante.

PEPE REY.- Pues...

DOÑA PERFECTA.- Sinceridad, hombre, buena fe.

-12-

PEPE REY.- Allá voy, señora. Pues en la región no veo más que pobreza, un atraso que descorazona, ejércitos de mendigos, la agricultura como en tiempos de Adán, la industria rutinaria, grosera, infantil. (Óyenle todos con disgusto.)

DOÑA PERFECTA.- Riqueza, bambolla, no tenemos... pero hay caridad.

PEPE REY.- ¡Ah! no digo que no. Pero no se trata...

DOÑA PERFECTA.- Somos pobres, rústicos, zafios, si quieres; pero conservamos las virtudes de la raza, los sentimientos nobles, el santo temor de Dios... ¿Sabes lo que es esto?