Dónde encontrar la paz - Jiddu Krishnamurti - E-Book

Dónde encontrar la paz E-Book

Jiddu Krishnamurti

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Beschreibung

Jiddu Krishnamurti nos enseña que, para conseguir la paz en el mundo, primero cada uno ha de hacer las paces consigo mismo, ya que ningún camino espiritual, filosofía o líder político nos guiará en esta tarea. En este ameno libro, Krishnamurti nos muestra qué hay detrás de la guerra y la destrucción del medio: el egoísmo y el individualismo, que conducen a la agresión, la competición, la codicia y el conflicto. Cuando reconocemos que nuestra consciencia no es individual sino común a todos los seres humanos, entonces podremos trabajar juntos en un espíritu de cooperación y compasión.

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Krishnamurti

Dónde encontrar la paz

Título original:WHERE CAN PEACE BE FOUND?

© 2011 Krishnamurti Foundation Trust, Ltd.

Brockwood Park Bramdean, Hampshire SO24 0LQ

England

Recopilado por Ray McCoy

© 2013 de la traducción: FKL

© de la presente edición:

2013 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

© Photograph from Krishnamurti Foundation Archives (KFT & KFA )

All rights reserved

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien van Steen

Primera edición en papel: Noviembre 2013

Primera edición digital: Diciembre 2013

ISBN papel: 978-84-9988-301-4

ISBN epub: 978-84-9988-280-2

ISBN Kindle: 978-84-9988-281-9

ISBN Google: 978-84-9988-282-6

Depósito legal: B 27.642-2013

La presente edición en lengua española ha sido contratada –con la licencia de la Krishnamurti Foundation Trust (KFT) www.kfoundation.org, e-mail: [email protected] y la Krishnamurti Foundation of America (KFA ) www.kfa.org, e-mail: [email protected]– con la Fundación Krishnamurti Latinoamericana (FKL) www.fkla.org, e-mail: [email protected]

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

Introducción

1. Poner orden en nuestra casa

2. Dónde encontrar la paz

3. El pensamiento y el conocimiento son limitados

4. La guerra es un síntoma

5. El estrecho círculo del “yo”

6. ¿Puede el cerebro ser totalmente libre?

7. La conciencia es compartida por todos los seres humanos

8. El sufrimiento y la muerte

9. Percibir la verdad de “lo que es” trae paz

10. Una dimensión que no es un invento del pensamiento

Fundaciones

Introducción

¿Qué falla en nosotros? ¿Somos los seres humanos fundamentalmente imperfectos, profundamente irracionales? Desde mucho antes de que empezáramos a computarlas, ya había guerra tras guerra entre vecinos, entre tribus o ciudades, y, más tarde, entre naciones y alianzas de naciones. ¿Ha existido alguna vez un período sin ningún conflicto en el mundo? ¿Por qué, después de tantos años de convivencia en este mundo de tal belleza natural, seguimos sin estar en armonía con él? ¿Por qué, a pesar del enorme potencial del espíritu humano en sus momentos más sublimes y creativos, no podemos vivir en armonía unos con otros?

¿Dónde radica el problema? En el seno de la familia, educamos a nuestros hijos en los valores de la justicia, del respeto a los demás y del afecto por la naturaleza, y esperamos que los educadores y el sistema educativo les impartan estos mismos valores. Hablamos de igualdad de derechos para que todos los seres humanos puedan vivir su vida con libertad y felicidad, con condiciones dignas, con una buena educación y facilidades para conseguir un empleo. Al mismo tiempo, premiamos el espíritu competitivo y la reafirmación de la individualidad hasta el extremo de la agresividad. Explotamos y agotamos los recursos del planeta para nuestra comodidad y lujo, y, al mismo tiempo, hablamos de la necesidad de proteger y preservar estos recursos.

Esta ambivalencia destructiva prevalece en las instituciones que nosotros mismos hemos creado para asegurar el orden social, para protegernos del mal, para inspirar y guiar nuestro crecimiento interno, el cual afirmamos debe ser nuestra más alta y más noble aspiración.

Los representantes políticos son elegidos de entre candidatos que se esfuerzan en conseguir el apoyo popular a través de una competitividad feroz, gastando millones en propaganda electoral y no en el beneficio de la sociedad que prometen mejorar. Los ganadores toman sus asientos en las asambleas y siguen argumentando entre ellos desde la retórica; no alcanzan acuerdos políticos desde la razón, sino en base al peso de la mayoría obtenido en parte manipulando favores políticos, y por otra parte como resultado de la presión de grupos influyentes.

En los tribunales, no se llega a la sentencia a través de un examen imparcial de los hechos relacionados directamente con el caso presentado; las decisiones se basan en algún precedente anteriormente establecido por la ley, y con habilidad los expertos legales argumentan los pros y los contras. Estos expertos no trabajan juntos para encontrar la solución más equitativa y humana, tanto para el acusado como para el acusador; suele prevalecer el castigo para el primero y alguna clase de recompensa para el segundo. Por tanto, las prisiones no se diseñan para mejorar y educar, sino para castigar y excluir de la sociedad, alimentando mucho más esa delincuencia que se pretende corregir. Estos sistemas de gobierno y justicia, que no tenían otro objetivo que garantizar la justicia y el orden, se ven tan afectados por la pesada burocracia administrativa que su propia ineficiencia los debilita.

Incluso en la religión, donde supuestamente se pretende la unidad con un principio divino personificado por la paz, el perdón, la compasión por todas las cosas vivientes, encontramos contradicciones que restan credibilidad a la creencia. Los fundamentalistas de todas las tendencias inician guerras verbales y físicas contra aquellos que no suscriben sus interpretaciones personales de lo que su “Dios” exige en términos de conducta y valores humanos. Cada una de las principales religiones tiene un historial de violencia manchado de sangre: inquisiciones, cruzadas, luchas entre sectas, persecuciones, terrorismo, lo cual sigue vigente hoy en día. A la vez que proclamamos que el objetivo es la paz en el mundo, bendecimos banderas militares, las colgamos en las iglesias y luchamos en guerras por “Dios y el país”. También están aquellos, que de hecho no son pocos, que anhelan una guerra que ponga fin a todas las guerras, el Apocalipsis, porque significaría el fin de la vida en la Tierra y serían entonces catapultados al éxtasis, a un paraíso fruto de su imaginación en el que solo ellos estarían a salvo, nadie más.

Sin duda, el ser humano tiene necesidades físicas como el alimento, la ropa y el alojamiento. Los recursos de la Tierra son suficientes para todos nosotros, siempre que los compartamos razonablemente y no los malgastemos en armamentos y en mejorar la tecnología militar. Al mismo tiempo, la búsqueda individual estimulada por la costosa publicidad suscrita por el mundo de los negocios a costa de nosotros utiliza esos recursos para ganar en confort y lujo para uno mismo y no para los demás. Las naciones desean controlar cada vez más los recursos del mundo para su propia población; estos recursos son utilizados como medios de poder y no para el beneficio de todas las personas de la Tierra. Incluso cuando creamos programas para ayudar a los pobres y desfavorecidos, sea en el propio país o en el extranjero, la burocracia y los sobornos se llevan una parte enorme del presupuesto, en vez de proveer los bienes o servicios necesarios. También es obvio que existe la necesidad psicológica básica de estar libre del miedo. Sin embargo, los regímenes dictatoriales y totalitarios siguen en aumento. A pesar del número de cumbres que se celebran y de los acuerdos internacionales que se firman, se sigue ignorando el hecho fundamental, es decir, que la división genera conflicto, ya sea en una comunidad o entre naciones.

¿Qué falla en nosotros? ¿Podemos hacer algo al respecto? ¿Puede haber paz en el mundo?

En los textos que confeccionan este libro, Jiddu Krishnamurti comparte sus percepciones sobre las causas de esa enfermedad: la raíz de todos nuestros problemas está en la propia imagen creada por el pensamiento. La correcta actividad del pensamiento ha aportado grandes beneficios físicos por medio de la tecnología, la medicina, la cirugía. Pero el pensamiento, alimentado por el condicionamiento humano de innumerables siglos, también ha creado el miedo, la autoridad, las creencias divisivas y la inseguridad. Más allá, el pensamiento ha creado esa sensación de “yo”, de individualidad, que conduce a mantener y reforzar ese sentimiento que genera competitividad, codicia, aislamiento, agresividad, egocentrismo, y que destruye cualquier relación verdadera entre seres humanos.

Nuestro condicionamiento no nos permite usar nuestros cerebros con verdadera creatividad. Sin embargo, Krishnamurti afirma que es posible liberarse del condicionamiento y que, cuando se eliminan el conflicto y las necesidades, el potencial humano no tiene límites. Si reconocemos que nuestra conciencia no es individual, sino común a toda la humanidad, tal vez podamos por primera vez comprender el verdadero significado de la cooperación, la relación y la compasión para con todo.

A lo largo de sus sesenta años viajando por el mundo dando charlas públicas, Krishnamurti se encontró con muchas de las divisiones que acosan la sociedad. Fue testigo de dos guerras mundiales, del conflicto entre coreanos y vietnamitas, de las tensiones de la guerra fría entre Rusia y Estados Unidos. Presenció constantes luchas por los recursos, las fronteras y los territorios. Estaba bien informado a través de numerosas conversaciones con estadistas, educadores, gente de la realeza y, más particularmente, con científicos, religiosos y políticos acerca de sus preocupaciones y dilemas. Se entrevistó con cientos de personas de distintas índoles que le hablaban de sus conflictos en la relación y con ellos mismos.

En 1983, uno de los temas centrales de la mayoría de las charlas de Krishnamurti fue la paz. Ese fue el tema de las cuatro charlas en Brockwood Park, que corresponden a los capítulos 6, 7, 8 y 10 de este libro. Se agregan los capítulos del 1 al 9, que son charlas en la India, el 3 y el 4, en California, y el 2 y el 5, en Suiza. Estos capítulos no conforman una serie consecutiva y cronológica de charlas, por lo que puede parecer que no tienen continuidad entre ellas. Krishnamurti describía sus charlas como conversaciones entre los oyentes y él mismo. A menudo empezaba recordando lo que se había hablado anteriormente. Eso ayudaba a los oyentes, algunos de los cuales no habían escuchado la charla anterior, pero hemos evitado para el lector estas repeticiones innecesarias de referencias anteriores, de modo que hemos omitido estos resúmenes. Las charlas se han ordenado siguiendo la secuencia que Krishnamurti solía utilizar. Primero, identificaba un tema o un problema e investigaba sus causas. En las siguientes charlas, exploraba ese tema con más profundidad, viendo los diferentes factores psicológicos y ahondando en la naturaleza de ese mismo proceso de exploración.

Krishnamurti solía concluir una serie de charlas de la misma manera que el último capítulo de este libro. Se trata más de una meditación que de una charla, ya que Krishnamurti trata nuestras preocupaciones humanas en el contexto de la inmensidad de la vida y de una dimensión desconocida que el pensamiento no puede alcanzar. Sin lugar a dudas, si podemos captar el sentido de todo esto, puede que podamos empezar a ver cuán absurda es nuestra historia y poner fin a nuestros conflictos, tanto internos como externos, de forma inteligente; esos conflictos que hemos creado y padecido durante tanto tiempo. Solo entonces puede haber paz en el mundo.

RAY MCCOY

Recopilador

1.Poner orden en nuestra casa

Esto no es una instrucción, una autoridad que les dice lo que deben hacer o pensar. Tenemos que mirar a la humanidad como un todo; tenemos que cuestionar cualquier autoridad física y psicológica: la autoridad de la guerra, la autoridad de los gobiernos, ya sean totalitarios o los llamados democráticos. Cuando investigamos, cuestionamos, exploramos, debemos tener un cerebro escéptico, que cuestione y no que haga preguntas desde un punto de vista particular o desde la pertenencia a una tribu, comunidad religiosa u otra. Juntos vamos a observar el mundo, lo que es, cómo es y no lo que nos gustaría que fuera. Vamos a asumir la responsabilidad de observar los asuntos reales del mundo, el mundo tal cual es.

No hay paz en el mundo. Por mucho que los gobiernos hablen de paz, nunca ha habido paz en el mundo. Históricamente, en los últimos cinco mil años ha habido guerras casi cada año. Los seres humanos se han matado unos a otros en nombre de la religión, de los ideales, de determinados dogmas, de Dios. Se han matado unos a otros y sigue sucediendo. Eso es un hecho. Nosotros, que habitamos este mundo desafortunado aunque precioso, parecemos incapaces de hacer algo al respecto. Tenemos mentes tribales –hindúes, sikhs, católicas, protestantes o nacionalistas–. Tanto si es nacionalismo occidental u oriental, se trata del mismo tribalismo. Esta es una de las mayores causas de la guerra, aunque existen otras causas, como las económicas, la sociales y las lingüísticas.

Para que reine la paz en el mundo, se requiere mucha inteligencia, no sentimentalismo ni alguna demostración emocional contra el uso de un determinado instrumento de guerra, para comprender la compleja sociedad en la que vivimos. No solo se necesita humildad y la capacidad de observar objetivamente; también se necesita que usted, como observador, elimine todos sus instintos tribales, de modo que deje de ser sikh, hindú, musulmán, cristiano o budista, y sea un ciudadano del mundo. Si mantiene su tribalismo particular, su nacionalismo particular, su religión particular, entonces no podremos investigar si es posible vivir en este mundo de forma pacífica, inteligente, saludable y racional.

Los seres humanos, que hemos evolucionado durante millones de años, hemos llegado a un punto en el que, o bien nos destruimos a nosotros mismos, o somos capaces de crear una sociedad moralmente, éticamente diferente. Al investigarlo, lo cual debemos hacer si somos en verdad inteligentes y nos damos cuenta de lo que sucede en el mundo, tenemos que descartar completamente toda autoridad en asuntos espirituales y así investigar con libertad. De modo que, por favor, descarten sus ideales, sus conclusiones, sus teorías intelectuales, aunque eso resulte muy difícil de hacer.