La revolución interior - Jiddu Krishnamurti - E-Book

La revolución interior E-Book

Jiddu Krishnamurti

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Beschreibung

En La revolución interior Krishnamurti examina cómo el rememorar y retener los acontecimientos pasados, tanto los placenteros como los dolorosos, nos da una falsa sensación de continuidad que provoca sufrimiento. Su enseñanza habla de estar atentos y percibir con claridad, para poder afrontar de modo directo los nuevos retos que la vida nos plantea a cada instante. De esta manera, La revolución interior aporta un enfoque totalmente innovador y mucho más profundo sobre la cuestión del tiempo, el pasado o la permanencia. Únicamente, si nos fundamentamos en esta lucidez –enseña Krishnamurti– podremos transformar el mundo que nos rodea.

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J. Krishnamurti

LA REVOLUCIÓN INTERIOR

Transformar el mundo

Título original: INWARD REVOLUTION

© 1971 & 2005 KRISHNAMURTI FOUNDATION TRUST LTD

Brockwood Park, Bramdean,

Hampshire SO24 0LQ, England

Recopilación: Ray McCoy

© de la presente edición en lengua española:

2008 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Traducción: Elsa Gómez Belastegui

Revisión: FKL

La presente edición en lengua española ha sido contratada –bajo la licencia de Krishnamurti Foundation of America (KFA) (www.kfa.org - [email protected]) y la Krishnamurti Foundation Trust (KFT) (www.kfoundation.org.uk - [email protected])– con la Fundación Krishnamurti Latinoamericana (FKL), (www.fkla.org - [email protected]).

Primera edición en papel: Mayo 2008

Primera edición en digital: Abril 2023

ISBN papel: 978-84-7245-672-3

ISBN epub: 978-84-1121-170-3

ISBN kindle: 978-84-1121-171-0

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

SUMARIO

Nota para la edición en español1. ¿Es posible vivir sin esfuerzo en este mundo de locos?2. ¿Puede el pensamiento encontrar una forma de vida armoniosa?3. ¿Qué le impide a la mente disponer de espacio ilimitado?4. ¿Es estática la verdad o es algo vivo?5. ¿Qué cualidad posee la mente que vive en estado de meditación?6. ¿Es posible vivir en este mundo maravilloso con amor, con belleza, con la verdad?7. ¿Cómo mira su propia vida?8. ¿Es posible una revolución interior y, por tanto, exterior?9. ¿Qué es el amor? ¿Qué es la muerte?10. ¿Qué significa una mente silenciosa?11. ¿Cómo se mira a sí mismo y cómo mira el mundo?12. ¿Puede la mente ser absolutamente libre?13. ¿Es posible cambiar radicalmente nuestra naturaleza psicológica?14. ¿Pueden sostener la tierra en la mano, retener el mar en el puño?ApéndiceFuentesFundaciones

NOTA PARA LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

Krishnamurti pronunció estas catorce conferencias durante los meses de diciembre de 1970 y enero y febrero de 1971 en cuatro diferentes ciudades de la India. Las cinco primeras en Nueva Delhi, las dos siguientes en Bangalore, la octava, novena y décima en Madrás, y las cuatro últimas en Bombay. El público al que iban dirigidas era diferente en cada una de las ciudades, y por eso mismo se observan repeticiones en los temas tratados e incluso, en ocasiones, similitud en las propias frases. No obstante, el enfoque siempre nuevo que Krishnamurti da a cada una de sus conferencias, las convierte en exploraciones únicas del continuo cambio a cada instante del proceso de la vida.

1. ¿ES POSIBLE VIVIR SIN ESFUERZO EN ESTE MUNDO DE LOCOS?

Si hay algo sobre lo que de verdad resulta difícil aprender es sobre la comunicación. Decir que hay comunicación entre nosotros significa que compartimos un factor común, que reflexionamos juntos acerca de un problema; no se trata simplemente de recibir, sino de compartir, de crear juntos. La palabra comunicación lleva todo esto implícito: tomar un factor común a todos nosotros y examinarlo detenidamente, es decir, compartirlo. Nos encontramos aquí para conversar sobre una serie de cuestiones, lo cual significa que ustedes participan del problema, que no se limitan a escuchar, discutir, asentir o discrepar, sino que examinamos juntos el problema, y por consiguiente, resolver ese problema es responsabilidad de ustedes tanto como de quien les habla. Tienen que participar en ello, puesto que es un problema que afecta a todos los seres humanos, ya vivan en los Estados Unidos, en Rusia o donde fuere. Y el problema no es otro que la necesidad de un cambio radical.

Cuando uno viaja por el mundo, ve algo que es común a todos los lugares, y es la necesidad que tienen todos ellos de una completa revolución. No me refiero a una revolución en el sentido físico; no hablo de lanzar bombas, ni de una revuelta con derramamiento de sangre, ya que, con el tiempo, toda revolución física desemboca inevitablemente en una dictadura burocrática o en el despotismo de una minoría. Éste es un hecho histórico que ni siquiera hace falta discutir. Sobre lo que sí tenemos que conversar, juntos, es sobre la revolución interior. Porque es obvio que no podemos seguir viviendo con nuestra actual actitud psicológica, deben producirse inmensos y drásticos cambios, no sólo en la estructura externa de la sociedad sino en nosotros mismos, dado que la sociedad en la que vivimos, la cultura en la que se nos ha educado, forma parte de nosotros. Esa estructura social y esa cultura son lo que nosotros hemos creado; nosotros somos la cultura y la cultura es lo que nosotros somos: somos el mundo y el mundo es nosotros. Es obvio que uno representa a la cultura en la que ha nacido, forma parte de ella; y para cambiar esencialmente esa estructura, uno tiene que cambiarse a sí mismo.

Una mente confusa, una mente sustentada en ideologías o en arraigadas convicciones, no puede alterar nada ni provocar ningún cambio en la estructura social, puesto que precisamente aquel que debería actuar está confundido y, por tanto, el resultado de cualquier acción que emprenda se basará en la confusión. Creo que esto está claro. Es decir, uno es el mundo, no en un sentido abstracto, no como idea, sino como realidad; uno es la cultura en la que vive. Usted es el mundo y el mundo es usted. Y si intenta cambiar la estructura social –y no hay duda de que es necesario cambiarla– actuando a partir de su confusión, de su fanatismo, a partir de sus mezquinos, fanáticos y limitados ideales y convicciones, lo único que conseguirá será crear más caos y una desdicha aún mayor.

La pregunta a la que hemos de responder, entonces, es si la mente humana tiene posibilidad de experimentar un cambio radical; un cambio que no dependa del proceso analítico ni sea fruto de la progresión en el tiempo: un cambio instantáneo. ¿Puede la mente humana, o sea, podemos cada uno de nosotros provocar una revolución psicológica en nuestro interior? Eso es lo que vamos a examinar; eso es lo que, juntos, vamos a explorar y compartir.

Compartir significa que no hay maestro ni discípulo. El gurú jamás podrá compartir nada; puede únicamente instruir. Quien les habla ahora no es su gurú, no es su autoridad, no tiene intención de decirles lo que deben hacer; lo único que a esta persona le interesa es examinar y comprender ese problema tan descomunal y complejo que es cómo provocar un cambio social. Porque vivimos en una sociedad corrupta, en la que reinan la injusticia, la guerra y toda clase de brutalidad y violencia; y, puesto que los seres humanos que viven en cada sociedad concreta, en cada cultura, forman parte de ella, tiene que haber una revolución en la psique, una revolución dentro de cada ser humano, para que se produzca realmente un cambio radical.

Eso es lo que vamos a compartir, examinar y comprender juntos. Y juntos significa que no hay división. Aunque quien les habla esté sentado sobre una plataforma, la realidad es que no hay división alguna entre nosotros a la hora de investigar. Me gustaría que quedara muy claro que quien les habla no trata de instruirles, que no tiene la menor autoridad. La autoridad encadena, destruye, corrompe; nosotros estamos aquí para compartir nuestros problemas y estudiarlos entre todos. Para ello, la comunicación verbal tiene una enorme importancia, dado que las palabras nos van a permitir comunicarnos; ahora bien, si queremos que nuestra comunicación vaya más allá de lo verbal, debemos establecer entre ustedes y quien les habla una cualidad de la mente en la que las palabras no sean necesarias.

Para poder llegar a eso, debemos primero hacer uso de la razón, de la lógica, debemos pensar con claridad, con objetividad, con cordura, y luego examinar; pues si se aferran a su condicionamiento cultural particular, obviamente no serán capaces de examinar nada. El examen requiere libertad; y si uno se adhiere a una determinada convicción, a una tradición, a un ideal concreto, no podrá examinar, no podrá razonar con claridad. Y es fundamental que uno razone, que sea capaz de examinar objetivamente, porque sólo entonces se puede ir más allá de la razón.

De modo que vamos a reflexionar sobre esta cuestión, teniendo presente que es necesaria una profunda y radical revolución psicológica, que tendrá un impacto inmediato en la sociedad en la que vivimos; la revolución debe comenzar por la mente humana, y no por la estructura que la mente ha creado, ya se trate de la sociedad comunista, de la llamada sociedad democrática, de la sociedad capitalista o de la maoísta. Así pues, nuestra primera pregunta es si la mente humana –que es producto del tiempo, de lo que se conoce como evolución, que ha vivido miles de experiencias–, si esa mente que cada uno de nosotros tenemos y en la que están comprendidos el cerebro, el corazón, el ser entero, si la estructura completa de los seres humanos puede de raíz transformarse a sí misma, en lugar de depender de que sea el medio circundante el que la transforme. Vean, por favor, la importancia de esto. Son ustedes quienes han creado el medio en el que viven, de manera que si dependen de él, si confían en que será la estructura social la que provocará una transformación, se están engañando a sí mismos, viven en una ilusión, porque esta sociedad la han creado ustedes.

Ahora bien, ¿cómo puede cambiar una mente que está tan condicionada? Si observan su mente, verán hasta qué punto está programada de acuerdo con el modelo hindú, budista, cristiano, comunista, maoísta… La mente está condicionada por el tiempo, por la cultura, por toda una serie de influencias; está condicionada por el pasado –de hecho, el condicionamiento es el pasado–. Así que ¿cómo puede una mente de estas características provocar en su interior un cambio total? Eso es lo que vamos a intentar averiguar juntos a lo largo de estas charlas.

Bien, al participar en una charla como ésta, deben escuchar, no con el fin de adquirir conocimientos, sino a fin de poder observar con claridad. Hay dos modos de aprender muy distintos. Uno es un movimiento de acumulación, como el que se produce cuando estudiamos un idioma y adquirimos conocimientos. Esos conocimientos que uno almacena son el pasado y uno actúa basándose en ellos; o sea, actúa de acuerdo con lo que ha aprendido, y lo que ha aprendido es el pasado. Y existe otra forma de aprender, que no consiste en acumular sino en avanzar continuamente, en seguir adelante mientras uno aprende, y de ésa es de la que hablaremos con más detenimiento a medida que vayamos avanzando.

¿Puede el individuo cambiar a través de un proceso analítico, es decir, mediante la introspección, mediante el enfoque crítico en sus diversas modalidades? ¿Puede la mente condicionada transformarse a sí misma a través del análisis y descubrir la manera de provocar una revolución en la psique? Lo que preguntamos es si la mente puede cambiar por medio del análisis. El análisis implica que hay un observador que analiza y un objeto analizado. Por favor, observen esto en sí mismos, no se limiten a escuchar con indiferencia, de un modo superficial; obsérvenlo en sí mismos, pues eso es lo que significa compartir. Estamos diciendo que, cuando analizamos, existen un observador –el analizador– y aquello que analiza, de manera que existe una división; y cuando hay división, forzosamente hay conflicto, no sólo en el aspecto físico, sino también en el psicológico. Cuando hay división entre el hindú y el musulmán, el conflicto es ineludible, y cuando hay división entre el analizador y lo analizado, tiene que haber conflicto igualmente, ya que el analizador, al analizar aquello que ha observado en sí mismo, inmediatamente intenta corregirlo, controlarlo, reprimirlo.

¿Entienden de qué hablamos? No es difícil de entender. Si observan en sí mismos lo que se está diciendo, es muy sencillo; se vuelve extremadamente difícil sólo si lo tratan como una cuestión intelectual.

Miren, estamos acostumbrados al análisis. Tanto sus religiones como su formación sociológica y su condicionamiento les han enseñado a analizar paso a paso, a progresar lentamente; así se les ha educado. Y yo les aseguro que eso jamás producirá un cambio, porque lo que hace el análisis es posponer la acción. ¿Tiene alguna posibilidad de provocar un cambio fundamental, un verdadero cambio, el análisis dualista que realiza el analizador? ¿Quién es ese analizador? ¿Es diferente el analizador del objeto analizado?

Nuestra vida entera es un movimiento nacido de la fragmentación. Somos seres humanos fragmentados, externa e internamente. Miren lo que está sucediendo en el mundo y lo verán: el Norte enfrentado al Sur, el Este al Oeste. La fragmentación es una constante: hay antagonismo entre católicos y protestantes, entre hindúes y musulmanes; antagonismo entre la vida privada y la vida pública –en privado uno es de determinada manera y en público es de otra–. Nuestra vida es acción fragmentada. Por favor, obsérvenlo; no es algo que uno pretenda enseñarles. Vean que esto es lo que ocurre en todas las partes del mundo: los judíos, los árabes, los sikhs; ya conocen toda esa insensatez. Eso es lo que sucede en el exterior, y en el interior es también lo único que hay: fragmentación, división entre el observador y lo observado, entre el analizador y aquello que analiza.

Y ¿es el analizador diferente de aquello que analiza? El analizador examina su ira, su envidia, su ambición, su codicia o su brutalidad a fin de superarlas, de reprimirlas o de oponerles resistencia; las examina a fin de obtener un resultado, en sentido negativo o positivo. ¿Y quién es el examinador y qué es aquello que examina? ¿Quién es? ¿Quién es el analizador? ¿No es acaso uno de los muchos fragmentos? Puede que se considere a sí mismo el “superfragmento”, que se denomine a sí mismo “la mente”, “la inteligencia”, pero sigue siendo un fragmento nada más; puede que se llame a sí mismo el atman o lo que quiera llamarse, pero no puede ser más que un “superfragmento”. ¿Me están siguiendo?

No se trata de que asientan o discrepen, sino de que observen lo que ocurre en sus vidas, porque es nuestra vida, nuestro vivir, lo que tenemos que cambiar, no nuestros ideales, nuestras conclusiones y convicciones… ¿Qué importancia puede tener todo eso? ¿Qué puede importar que alguien diga: «Estoy completamente convencido de que todos somos uno»? ¡Menuda estupidez! No lo somos; es tan sólo una idea, es decir, una fragmentación más.

¿Es realmente el observador, el analizador, distinto de lo analizado? ¿Acaso no son los dos una misma cosa? Por favor, es importante comprender esto con mucha claridad, hasta el fondo, porque si son lo mismo –y si observan verán que lo son–, entonces el conflicto toca a su fin. Miren, vivimos en conflicto desde que nacemos hasta que morimos, en lucha constante; y no hemos sido capaces de resolver este problema. Lo que estamos diciendo es que mientras hagamos una separación entre el analizador y aquello que éste analiza, inevitablemente habrá conflicto. Porque el analizador es el pasado, que ha adquirido conocimientos a través de diversas experiencias e influencias; es el censor que juzga: «Esto está bien, y esto está mal; debería ser de esta manera, y no de aquélla», etcétera. El censor es siempre el pasado, que, basándose en su condicionamiento, cada vez que observa una actuación dicta cómo debería o no debería ser, cuándo debería reprimirse o cuándo trascenderse.

Probablemente no estén acostumbrados a esta clase de examen. Por desgracia, tienen demasiados gurús en este país, que les han dicho cómo deben comportarse, lo que deben pensar y practicar; son unos dictadores y ustedes han dejado de pensar con cordura. Los gurús no crean, destruyen. Si de verdad lo entendieran, abandonarían por completo a cualquier autoridad espiritual; no seguirían a nadie, incluido a quien les habla. Observarían con el corazón, con la mente; indagarían, examinarían para descubrir, porque cada uno es el que debe cambiar, no su gurú. En el momento que alguien se erige a sí mismo en gurú, esa persona se ha alejado de la verdad.

Así pues, quien analiza es el pasado, que es el censor, que es el analizador; y el pasado crea la división. El análisis, además, requiere tiempo: uno puede necesitar días, meses, años para analizar y, por consiguiente, no existe una acción completa. La acción de una mente introspectiva, de una mente que se limita a seguir un patrón establecido, de una mente que opera de acuerdo con el pasado, de acuerdo con el analizador, es siempre una acción incompleta y, por tanto, confusa, debido a lo cual sólo es capaz de crear desdicha. Lo importante es que uno vea por sí mismo que en verdad el análisis, o sea, la introspección que intenta averiguar la causa, no es la manera de ser libre. Uno le dedica todo el tiempo que requiere –innumerables días y meses–, y antes de haber llegado a averiguar nada se ha muerto.

De modo que si realmente ven que el análisis no es el camino para que la mente se libere por completo de su condicionamiento, abandonarán de una vez por todas el proceso analítico. Si ven el peligro que entraña el análisis de la misma forma que ven el peligro que representa una serpiente, si ven de hecho su peligro, no se acercarán a él nunca más. Entonces la mente se libera de la idea del análisis y, simplemente por eso, su cualidad ya es diferente; la mente es capaz entonces de mirar en otra dirección. La antigua dirección, la antigua tradición, los antiguos métodos y sistemas, lo que ofrecen los gurús, lo que ofrecen los libros es todo un proceso gradual, una forma de análisis; al percibir la verdad acerca del análisis, todo eso queda definitivamente atrás, y, puesto que ya no están atrapados en el análisis, su mente se vuelve mucho más aguda, mucho más clara.

¿Están observando todo esto en sí mismos a medida que avanzamos? No se trata de que estén de acuerdo, sino de que realmente lo hagan, que observen, que estén completamente atentos a fin de descubrir la verdad sobre esta cuestión. La verdad no es algo que exista en la distancia; está aquí mismo; pero hay que saber mirar. Una mente que está presa en los prejuicios, una mente cargada de conclusiones y creencias, es incapaz de ver, y uno de nuestros prejuicios es el valor que concedemos al proceso analítico. Al ver esto, uno lo abandona; y si uno realmente lo ha abandonado, ya no está preso en él, y su pensar deja de medirlo todo en función del avance, de la represión, de la resistencia, todo lo cual está implícito en el análisis.

¿Estamos juntos compartiendo esto? ¿Existe en este momento verdadera comunicación entre nosotros? Pues compartir significa, no que están escuchando lo que se dice, sino que estamos observándolo juntos; y en eso hay una gran belleza, hay auténtico amor. Pero si están ahí sentados y lo único que hacen es escuchar una serie de ideas a las que a continuación se suman o se oponen, no nos estamos comunicando, no estamos en comunión unos con otros; en ese caso no estamos compartiendo nada.

Así pues, si el análisis no es el medio que puede hacer realidad una revolución psicológica radical, ¿existe otro medio? Es decir, ¿existe otro método, otro sistema mediante el cual sea posible dejar atrás todo condicionamiento, a fin de que la mente sea libre? Ésa es precisamente la siguiente cuestión. La mente nunca será libre mientras exista cualquier clase de esfuerzo, y lo cierto es que el esfuerzo está constantemente presente en cada aspecto de nuestra vida: uno siente que debe ser esto o aquello, que debe alcanzar una meta, que debe convertirse en lo que sea. Todo ese proceso implica un esfuerzo tremendo; y ¿acaso no está implícita en el esfuerzo la necesidad de reprimir, de amoldarse o de oponer resistencia?

Lo cierto es que somos esclavos del verbo ser. No sé si han advertido en sí mismos cómo el pensamiento quiere llegar a ser algo, a tener éxito, a ser libre. El verbo ser condiciona a la mente, pues en él existen, de forma tácita, el pasado, el presente y el futuro: he sido, seré, o soy. Obsérvenlo, por favor, ya que éste es uno de sus mayores condicionamientos. Y bien, ¿puede la mente liberarse de todo ese proceso? ¿Existe acaso un mañana en el ámbito psicológico? El mañana existe en el sentido del tiempo que marca el reloj, pero psicológica, interiormente, ¿existe tal cosa como el mañana? Y no me refiero a la ilusión del mañana que el pensamiento crea; pregunto si ese mañana existe como hecho real. Verán que el mañana psicológico, el seré, existe sólo cuando el condicionamiento hace a la mente prisionera de la trampa del llegar a ser.

Me da la sensación de que no siguen lo que estoy diciendo y no sé cómo transmitírselo. Miren, una de nuestras mayores dificultades es que hemos dejado de pensar, de razonar. Nos hemos alimentado de las palabras de otros, nos hemos convertido en seres de segunda mano; por eso es tan difícil conversar con claridad y franqueza. Y para tratar este problema que nos incumbe, es imprescindible que haya por ambas partes una claridad en el pensar, porque nos encontramos ante un problema tremendo que debemos resolver.

Mientras esté en marcha el proceso del devenir –de llegar a ser bueno, noble, de dejar de ser violento, de conseguir un objetivo, de lo que quiera que sea que los gurús prometen y los libros explican que uno, finalmente, alcanzará un día–, mientras exista este condicionamiento del llegar a ser, habrá conflicto… ¿No es sencillamente un hecho? De modo que la idea del devenir es causa de conflicto, ¿no?, y el conflicto, inevitablemente, distorsiona y desequilibra la mente. Por tanto, la cuestión es si hay posibilidad de que la mente funcione de una forma sana, con cordura, con expansión, con verdadera inteligencia y sin ningún esfuerzo.

Así pues, señores, si me permiten decirlo –y no es una crítica, ni lo digo en tono despectivo–, sus mentes, como verán si las observan con mucho cuidado, están siempre enfocadas hacia el futuro, en lo que un día será, o hacia el pasado. Si trabajan en una oficina, piensan en llegar a ser el gerente, en escalar sin tregua hasta alcanzar lo que sea que uno alcance –generalmente, alguna idiotez–; y, siguiendo la misma pauta, piensan que un día llegarán a ser perfectos, que dejarán de ser violentos, y que vivirán, por fin, en un estado de paz absoluta. Así es como tradicionalmente se les ha enseñado a pensar, ésa es su tradición, lo cual ha terminado convirtiéndose en un hábito. Ahora se les desafía a que piensen y miren de una forma muy distinta, y el reto que se plantea les parece tan difícil que exclaman: «Pero ¿cómo es posible vivir en este mundo enloquecido sin hacer ningún esfuerzo? ¿Cómo voy a vivir conmigo mismo sin esforzarme?». ¿No es eso lo que se preguntan? ¿Acaso no son eso sus vidas: una constante batalla exterior por conseguir seguridad en todos los aspectos, y también una batalla interior por llegar a ser, por cambiar, por alcanzar? El problema es que en el momento en que existe cualquier clase de esfuerzo, es inevitable que se produzca una distorsión, ¿comprenden?; al igual que sucede con una máquina, que en cuanto se la fuerza deja de funcionar como corresponde.

Por tanto, vamos a averiguar si es posible que la mente viva sin ningún esfuerzo, sin que eso signifique entrar en un estado vegetativo. No soy yo quien les pregunta; esta pregunta les pertenece a ustedes, son ustedes quienes se la formulan. Lo único que han conocido hasta ahora es el esfuerzo, la resistencia, la represión, y el seguir a otra persona; eso es cuanto conocen. Y ahora preguntamos si la mente que ha aceptado este sistema, esta tradición y esta forma de vivir, puede dejar de realizar cualquier esfuerzo. Vamos a examinarlo juntos; no es algo que vayan a aprender de mí. Por favor, es importante que entiendan que no están aprendiendo de quien les habla; aprenden a través de la observación y, por consiguiente, lo que aprenden es suyo, no mío. ¿Comprenden?

El esfuerzo existe cuando hay dualidad. Dualidad significa contradicción: «Soy esto pero me gustaría ser aquello», tener deseos y propósitos contradictorios, ideas contradictorias. La mayoría de los seres humanos son violentos, son animales terribles; pero albergamos el ideal de llegar a ser personas pacíficas, por tanto, existe una contradicción entre el hecho y la idea. El hecho es que los seres humanos son violentos, y lo que no es un hecho es el ideal de la no violencia. Si no existiera en absoluto ese ideal, uno tendría que afrontar el hecho, ¿no? Ahora bien, ¿pueden abandonar por completo el ideal y afrontar lo que es?; ¿pueden abandonar sus convicciones, sus códigos, sus ideales y esperanzas, puesto que todos ellos les impiden observar lo que es? Lo que es es la violencia; pero, como no sabemos qué hacer con ella, forjamos ideales. Y bien, tal como decíamos, ¿han eliminado sus ideales y convicciones? No, no lo han hecho, lo cual significa que siguen viviendo de ideales y palabras. Cuando alguien asegura que está convencido de algo, lo cierto es que no está observando los hechos, no está observando lo que es; está atrapado en una conclusión que le impide observar lo que es.

Si una persona quiere cambiar radicalmente, debe observar lo que es, y no lo que debería ser. Como pueden ver, tener ideales es una de las razones de que no tengan energía, de que no tengan pasión, porque esos ideales les hacen vivir en una especie de ensimismamiento. Así es que ¿puede la mente liberarse del futuro, entendiendo por “futuro” lo que uno será? El futuro es la palabra, es el verbo ser; por eso, si uno se desprende de él, lo único que importa es lo que es, y su mente tiene entonces la claridad necesaria para mirar, una claridad que no existe cuando uno vive con la mirada puesta en un momento u otro del futuro. Los idealistas son, así pues, la gente más hipócrita del mundo, ya que eluden la realidad. Si quiero cambiar, debo afrontar lo que es, no imaginar lo que debería ser; no puedo estar limitado por conclusiones, convicciones, códigos y sistemas; debo estar en contacto con lo que es para saber cómo abordarlo y qué hacer al respecto. ¿No les parece algo simplemente lógico y razonable?

Y ahora surge la pregunta: ¿cómo observa uno lo que es? Porque lo que debería ser adopta el papel de la autoridad, ¿entienden?; mientras que la mente que se ha liberado de lo que debería ser no tiene autoridad alguna, y debido a ello está libre de cualquier clase de suposición que engendre autoridad, lo que significa que es libre para observar realmente lo que es. Y bien, ¿cómo observa esa mente?; ¿qué relación hay entre el observador y lo observado? La mente está ahora libre de ideales, de conclusiones, de toda autoridad, porque la autoridad sólo existe cuando uno trata de llegar a ser algo, cuando el gurú o el libro, en su papel autoritario, insisten en que uno alcanzará su objetivo si sigue un determinado sistema: «Haz esto y lograrás aquello», situando “aquello” siempre en el futuro, y eludiendo de ese modo el presente. Cuando la mente está libre de autoridad, libre de cualquier clase de concepto, la pregunta que se plantea es: ¿cómo puede la mente observar de verdad lo quees?

Así pues, lo que es es que los seres humanos son violentos. No es difícil averiguar, explicar y constatar las causas de esa violencia: uno ve que la violencia está presente en el animal y, como descendemos de los animales, es comprensible que seamos agresivos, que seamos violentos; y también debido a la sociedad en la que vivimos, de la que somos responsables. El hecho es que somos violentos. Ahora bien, ¿cómo observa la mente este hecho, que es la violencia? ¿Cómo observan la violencia? Cuando están enfadados, cuando sienten envidia, celos, o se apodera de ustedes la ira, ¿cómo observan lo que está sucediendo? ¿Lo observan como un observador separado del hecho que observa? Porque, en ese caso, crean una división. ¿Es así como observan? ¿Hay un observador que observa la violencia? ¿O es su observación un proceso unitario, completo, en el que no hay separación entre el observador y lo observado? ¿Cuál de las dos es su forma de observar? ¿Observan el hecho de que son violentos, codiciosos o envidiosos separándose a sí mismos del hecho y creando así en el observador la idea de que es distinto de aquello que observa, o ven que la ira, la envidia, la violencia forman parte del observador y que, por tanto, el observador es lo observado? ¿Es esto lo que ven? Porque si ven que no hay división entre el observador y lo observado (aquello que el observador observa), que la ira y los celos son inseparables del observador, que el observador está celoso, entonces el conflicto toca a su fin.

Hay conflicto mientras hay división: cuando uno es hindú y el otro es musulmán; cuando uno es católico y el otro, protestante; cuando uno es nacionalista y el otro tiene una nacionalidad diferente. Mientras exista cualquier clase de división entre uno y la otra persona, habrá conflicto; y esa división que existe en nuestras relaciones externas ocurre igualmente en nuestro interior: hay división entre “yo” y mis actividades, entre el “yo” que observa y el “yo” que sueña con llegar a ser lo que fuere. En esa división hay conflicto, y una mente que está en conflicto no puede ser libre; una mente sumida en el conflicto está siempre distorsionada. ¿Comprenden esto? No me refiero a una comprensión intelectual, que de nada les va a servir; les pregunto si están completamente en contacto con ello.

Todo esto forma parte de la meditación. De hecho, todo esto es meditación –no todas las tonterías que habitualmente les cuentan–, meditación para descubrir un modo de vida en el que no exista ningún conflicto; no para escapar, no para evadirse a un mundo de fantasía a través de experiencias místicas, sino para descubrir de verdad en la vida cotidiana una forma de vivir en que la mente no contenga ni rastro de conflicto, es decir, la forma de vivir de una mente a la que el conflicto no ha afectado jamás. Y eso sólo puede suceder cuando uno comprende, cuando de verdad ve –con el corazón, con la mente, con la razón, con su ser entero– la división interior, la división de la psique. Mientras esa división exista –y es un hecho que existe, forzosamente ha de existir cuando uno está empeñado en convertirse en algo: en ser honesto, en ser mejor persona–, el conflicto es ineludible, y ese conflicto le impide a uno ver lo que es. Quisiera que entendieran que la bondad nunca puede ser algo alejado de uno y hacia lo que uno avanza. Uno no puede “mejorar” en bondad. La bondad existe en el ahora; florece ahora, no en el futuro.

Por tanto, ¿puede esa mente tan condicionada por el pasado, por la cultura, etcétera, cambiar de un modo radical en el momento que tiene una visión completa de la falsedad de las ideologías, de la falsedad de seguir y obedecer a alguien? Cuando uno obedece, lo hace siempre con el fin de conseguir algo; y al verlo, uno desecha definitivamente toda autoridad. Ahora bien, para percibir el significado profundo de la autoridad, deben entender no sólo la autoridad de la ley, sino sobre todo la autoridad que nace en el interior de uno como fruto de la obediencia. La palabra obediencia proviene del latín, significa “oír”. Cuando uno oye incansablemente que necesita a un gurú porque, si no, nunca podrá comprender la vida ni alcanzar la iluminación, cuando oye insistentemente que es necesario seguir a alguien, al final obedece, ¿no es así? Luego obediencia significa acatamiento, y éste implica a su vez someterse a la autoridad; y una mente abrumada por la autoridad –como lo está la suya– nunca es libre, ni es capaz, por consiguiente, de vivir sin esfuerzo.

¿Les gustaría, quizá, plantear alguna pregunta? Y ¿a quién se la van a hacer? Entiendan, por favor, no pretendo disuadirles de que pregunten, pero ¿a quién van a preguntar? ¿A quien les habla? ¿O preguntarán para compartir la pregunta y averiguar juntos la respuesta? En ese caso, no se trata de una pregunta dirigida a quien les habla, sino de una cuestión que tiene importancia para ustedes y que, precisamente por eso, quieren compartir con quien les habla. Si se limitan a formular una pregunta y a esperar que la conteste quien les habla, estarán de vuelta en su viejo juego, que consiste en dejarse arrastrar de acá para allá, con la esperanza de que alguien les diga lo que deben hacer. En cambio, si plantean la pregunta –y deben hacerlo– con el fin de compartirla, su problema es el problema de todos; su agonía es la agonía de la mente humana; su sufrimiento es el sufrimiento de sus semejantes. Si se limitan a formular una pregunta para que otro la conteste, seguirán sumidos en su desdicha. Así pues, hagan sus preguntas, pero háganlas para compartirlas entre todos, para que las comprendamos juntos.

INTERLOCUTOR: ¿Cuando emplea las palabras usted y su mente, las entiende como sinónimos?

KRISHNAMURTI: ¿Es eso una pregunta? ¿No son usted y su mente una misma cosa? ¿Está separado de su mente? ¿Acaso es un superalma, el atman, que hace uso de la mente? Si es eso lo que cree, que usted es el atman, se trata de uno de sus condicionamientos, pues en el mundo comunista nadie cree en ninguna de esas bobadas; allí a la gente se le enseña a no creer en nada de eso, mientras que a usted se le ha enseñado a creerlo. Eso es todo. Se le ha educado para que crea en Dios, y hay millones de personas a las que se ha condicionado para que no crean en él. Pero el condicionamiento es el mismo: el suyo que cree y el de la persona que no cree; ambos están condicionados, y mientras uno esté condicionado jamás podrá averiguar la verdad. Para descubrir la verdad, uno debe abandonar sus creencias. Pregunta si es usted su mente. ¿Acaso no lo es? Uno es lo que piensa; si piensa que es sikh, budista, cristiano, católico o comunista, uno es exactamente eso; si piensa que un día alcanzará el cielo, ésa es su idea, es decir, eso es lo que uno es. Luego ¿por qué se separa a sí mismo de lo que es? Por favor, ponga toda su atención en tratar de comprender esto. ¿Por qué? ¿Por qué cree que es algo separado?

I: Usted dice que cuando la mente deja de actuar no queda nada.

K: «Cuando la mente deja de actuar no queda nada»… ¿es eso cierto? ¿Es eso lo que supuestamente ha dicho quien les habla? Disculpe, pero yo no he dicho eso.

I: ¿Cree que existe algo más allá del ser humano?

K: Como saben, quien les habla ha insistido en que uno debe dejar de lado sus propias creencias y examinar, averiguar, descubrir por sí mismo; y después de hora y cuarto pregunta a quien les habla: «¿Cree que…?». Señor, a esto es a lo que me refiero; lo que buscan y quieren son creencias, piensan que el tener ciertas creencias soluciona el problema. Usted cree que hay algo más allá; no tiene ni idea de si es así, pero cree en ello; acepta como si se tratara de una realidad, de un hecho real, algo sobre lo que no sabe absolutamente nada. ¿Cómo puede una mente confundida, una mente que sufre, una mente sumida en la ira y la amargura averiguar si hay algo que esté más allá? Pero está dispuesto a creerlo porque uno de sus escapes es precisamente creer en algo acerca de lo cual poder discutir sin fin.

I: ¿Podría compartir con nosotros qué entiende por eso a lo que llama “realidad creativa” y explicar si está relacionada con el darse cuenta sin elección?

K: Sí, señor, a eso voy; y por supuesto que está relacionada con el darse cuenta sin elección. Pregunta a qué llamo yo realidad. Señor, la realidad no es una opinión; no es a través de opiniones ni de creencias como llega uno a la realidad. Para descubrir lo que es la realidad, la mente debe estar vacía. Por otro lado, no es posible compartir cuando la mente del otro no tiene la misma intensidad, pasión y libertad para mirar; y, además, ¿cómo puede compartir algo sobre lo que no sabe nada? Ahora bien, sobre lo que sí sabemos, juntos, es sobre la confusión, el sufrimiento y la mezquindad de nuestras vidas; el problema es que, en vez de intentar comprenderlo y liberar nuestras mentes de todo eso, queremos saber qué es la verdad. La verdad está donde está uno; cuando el conflicto termina y la mente es libre, la verdad está ahí para que uno la vea.

I: Veo el hecho de que mi mente está fragmentada, dividida en el observador y lo observado; lo que no veo es cómo lo uno y lo otro pueden unirse.

K: El interlocutor dice que ve con claridad que su mente está fragmentada, dividida, que por una parte está el observador y por otra lo observado, y que entre ambos hay conflicto; pero que no sabe qué hacer para que el uno y el otro se unan. Vamos a compartir esta pregunta y a investigarla juntos.

¿Cómo observamos un árbol? El árbol en sí, ¿cómo lo observa? ¿Lo ve a través de una imagen, entendiendo por imagen su conocimiento de ese árbol en particular, su conocimiento de que es un mango, o lo que fuere?

¿Miran el árbol a través de la imagen que tienen de él, es decir, de lo que saben acerca de él? ¿Miran a su vecino, a su esposa o a su marido con el conocimiento o con la imagen que tienen? Es así como los miran, ¿no es cierto? Cuando miran a un comunista, tienen una imagen de lo que significa ser comunista; si miran al protestante, lo hacen con mirada católica, o miran al musulmán con mirada hindú; es decir, miran a través de una imagen, ¿comprenden?, y esa imagen es causa de división. Si estoy casado o vivo con un compañero o una compañera desde hace veinte años, naturalmente que he creado una imagen de esa persona, en la que están incluidos los enfados, la amistad, la camaradería, el sexo, el placer…, y ésa es la imagen a través de la cual ahora la miro. Esto es fácil de entender, ¿no? Vemos, por tanto, que la imagen divide.

Consideremos ahora al observador y lo observado. El observador es la imagen, es el conocimiento del pasado, y, cualquier cosa que observe, la mira a través de esa imagen, lo cual significa que existe una división. Ahora bien, ¿puede la mente estar libre de imágenes, libre de toda imagen? ¿Puede la mente, habituada a crear imágenes, estar libre del proceso de crear imágenes. Es decir, ¿puede el mecanismo que construye las imágenes dejar de existir de una vez para siempre? Pero veamos primero qué mecanismo es ése. Por favor, estamos compartiendo esta cuestión, examinándola juntos; no les estoy instruyendo acerca de ella. En este momento nos preguntamos uno a otro qué es esa imagen, cómo se produce y qué la sustenta.

La maquinaria que construye la imagen es la inatención, ¿se dan cuenta? Si me insulta o me halaga, reacciono, y esa reacción crea la imagen. La reacción surge cuando no hay atención, cuando no estoy completamente atento a su insulto, cuando no presto atención completa; si me llama idiota, y en ese momento no estoy completamente atento a lo que me dice, reacciono y se forma la imagen; mientras que si estoy atento por completo a sus palabras, no hay nada que pueda crear imagen alguna. Lo mismo sucede si me halaga; si le escucho totalmente, con atención total –que es lo que significa atender sin elección, darse cuenta sin elección–, entonces no se forma ninguna imagen en absoluto. En última instancia, crear imágenes es una forma de que a uno no le hagan daño; pero ahora no vamos a entrar en eso, porque nos desviaría de lo que estamos examinando. De manera que cuando alguien le insulte o le halague, en ese momento preste toda su atención, y verá que no se crea ninguna imagen. Y al no tener imagen alguna, no hay ninguna división que separe al observador de lo observado.

I: Justamente ha dicho lo que quería decir. En el momento que la llamo ira, ya me he separado a mí mismo.

K: Exactamente, señor.

I: Y cuando estoy furioso no puedo observar, no se trata de…

K: No, señor, escuche. El interlocutor dice que, cuando hay ira, no existen ni el observador ni lo observado, sólo hay esa reacción de ira, y en cuanto utiliza la palabra ira, esa misma definición verbal del sentimiento hace que aparezca el observador, que es diferente de lo observado. ¿Me siguen? ¿Están siguiendo todo esto? Cuando uno está furioso, en ese instante no existen ni el observador ni lo observado, pero un momento, un segundo después, surge el observador y dice: «No debo enfurecerme», o «tengo razones para estar furioso»; es entonces cuando se separan el observador y lo observado, no en el momento de la ira. Ahora bien, en el momento de cualquier crisis, la que sea, no hay tal cosa como el observador y lo observado, pues el momento es demasiado serio y nos reclama por entero; pero dado que no somos capaces de vivir en ese estado de elevada intensidad todo el tiempo, recurrimos a establecer la dualidad. Esto que decimos plantea una pregunta –no puedo profundizar en ella ahora, pero es algo que quizá puedan explorar por sí mismos–, que es: ¿puede la mente vivir sin ninguna clase de reto? La mayoría necesitamos retos, si no, nos quedamos dormidos. El reto es eso que nos reclama, nos empuja, nos exige, nos hace actuar. Así que deben averiguar si la mente puede vivir sin ningún reto en absoluto, lo cual significa tener una mente despierta por completo.

I: ¿Cuando uno está atento se forman imágenes y sólo cuando está inatento no hay imágenes?

K: Mire, señor, si me insulta y yo reacciono al insulto, ¿qué sucede? El insulto ha dejado una huella, un recuerdo en mi mente, ¿no es así? A causa de esa huella, el próximo día que lo vea, sentiré que no es mi amigo. En el caso de que me halagara, eso también dejaría una huella, y la próxima vez que nos viésemos sentiría que es mi amigo. Es decir, cualquier marca que se imprima en la mente es el origen de la imagen; y la importancia de esto es que, como decíamos, una mente atestada de imágenes, cargada de imágenes, no es una mente libre y, por tanto, sólo puede vivir en conflicto.

2. ¿PUEDE EL PENSAMIENTO ENCONTRAR UNA FORMA DE VIDA ARMONIOSA?

La mayoría de nosotros no planteamos preguntas fundamentales, y, en caso de hacerlo, esperamos que sean otros quienes las contesten. Si les parece, esta tarde vamos a reflexionar sobre una serie de problemas, de cuestiones que, creo, son de carácter fundamental. La primera de ellas es que al observar los innumerables fragmentos de la vida, las diversas clases de actividades que se oponen unas a otras, que se contradicen unas a otras y generan enorme confusión, uno se pregunta si existe una acción capaz de abarcar la totalidad de las actividades divergentes, contradictorias y fragmentarias. No es difícil observar en nuestras propias vidas cómo estamos divididos a causa de los deseos contrapuestos, de actividades políticas, religiosas, artísticas, científicas y mercantiles enfrentadas. ¿Existe, así pues, una acción capaz de responder por completo a todas y cada una de las exigencias de la vida sin ser contradictoria en sí misma? No sé si han formulado alguna vez esta pregunta.

La mayoría vivimos sumidos en nuestra limitada actividad particular, y dentro de ella hacemos lo que podemos: si uno se dedica a la política –y espero que no sea así–, su mundo depende entonces en gran medida de los votos y de todo ese disparate al que la política generalmente se traduce; si es prioritariamente una persona religiosa, tiene entonces una serie de creencias, y una forma de meditar, que están en contradicción con todos los demás aspectos de su realidad cotidiana; si uno es artista, su vida transcurre completamente al margen de todo esto, absorto en sus propios puntos de vista, en su propia percepción de la belleza, etcétera; y si uno es científico, pasa gran parte del tiempo en su laboratorio, y, cuando está fuera de él, es un ser humano normal y corriente, más bien mezquino y competitivo. De modo que, a la vista de todos estos hechos, con los que creo que la mayoría de nosotros estamos bastante familiarizados, ¿cuál es la acción que puede responder totalmente a cada exigencia y, a la vez, seguir estando libre de cualquier contradicción, seguir siendo una acción completa?