Donde vive el corazón - Brenda Novak - E-Book
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Donde vive el corazón E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

HQN 225 Cuando el marido de Harper Devlin, una estrella del rock, la dejó para seguir su ascenso a la cumbre, ella se llevó a sus dos hijas a Silver Springs con la esperanza de que su familia pudiera ayudarla a recuperarse del duro golpe. Pero el consuelo llegó de un sitio inesperado al cruzarse con Tobias Richardson. En cuanto vio a Harper, Tobias reconoció su tristeza, porque era la misma que sentía él. Después de cumplir una condena de trece años de cárcel estaba dispuesto a reparar el daño que había hecho y, tal vez, ayudar a Harper fuera la manera de conseguirlo. Sin embargo, ofrecerle un hombro sobre el que llorar hizo saltar la chispa de una fuerte atracción y de un deseo que él no se esperaba. Como temía la reacción de Harper, Tobias no le habló de su pasado. Se estaba enamorando perdidamente de ella y, si Harper se enteraba, la perdería para siempre, sobre todo ahora que su exmarido estaba intentando recuperarla. Los secretos siempre terminaban por salir a la luz, aunque, quizás, Tobias recibiera el perdón y el amor que merecía. "Siempre es una alegría leer a Brenda Novak". DEBBIE MACOMBER, autora superventas de New York Times.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Brenda Novak, Inc.

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Donde vive el corazón, n.º 225 - noviembre 2020

Título original: Christmas in Silver Springs

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-673-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

Para Sharon Sergeant, una mujer que pasó uno de los últimos y preciosos días que le quedaban en este mundo, después de una larga batalla contra el cáncer, haciendo un viaje en coche que duró toda la jornada de su cumpleaños, solo para venir a conocerme durante una firma de libros. Se me hace un nudo en la garganta cuando me acuerdo de que tuve que ayudarla a levantarse de la silla para que pudiéramos abrazarnos, y nunca olvidaré su preciosa sonrisa. Fue encantadora, alegre y maravillosa hasta el final, y dejó atrás a un buen hombre, a una preciosa hija que estaba empezando la universidad y a dos niños más pequeños. Que descanses en paz, Sharon. Te imagino, cuando no estés cuidando de tu familia, leyendo en el cielo, feliz.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Viernes, 6 de diciembre

 

Tobias Richardson se fijó, sin poder evitarlo, en la mujer rubia y menuda que estaba sentada en la anticuada barra de la cafetería, y no solo porque fuera guapa. Estaba seguro de que no la había visto nunca. Con una población de siete mil habitantes, Silver Springs no era tan pequeño como para reconocer a todo el mundo, y menos aún si uno solo llevaba cinco meses viviendo allí. Sin embargo, parecía que el pueblo se había vuelto mucho más pequeño desde que había llegado el invierno. En aquella parte de California no nevaba, pero era la época de las lluvias y en la región las temperaturas eran más bajas de lo normal. A los turistas no les interesaba ir a visitar la zona cuando hacía frío y llovía, y lo mismo ocurría con los residentes de Los Ángeles, a noventa minutos al sureste, que tenían casas de vacaciones allí. Supuso que, durante los próximos dos o tres meses, en Silver Springs solo se vería a los lugareños.

Se sopló las manos, tratando de calentárselas mientras esperaba el café que había pedido al sentarse. Se las arreglaba para hacer una caminata después del trabajo. No le importaba que estuviera oscuro y lluvioso cuando volviera. Tenía un faro para poder ver y guiarse hacia el comienzo del sendero y estaba dispuesto a soportar la lluvia. Pero estaba helado hasta los huesos. Y después de una caminata tan ardua, también se estaba muriendo de hambre y quería darse una ducha caliente.

De nuevo, miró hacia el mostrador. No quería que la mujer lo sorprendiera mirándola, pero algo en ella, además de su aspecto, le llamó la atención.

No parecía que estuviera muy contenta…

–Aquí tienes –le dijo Willow Sanhurst, la chica de dieciocho años que trabajaba por las tardes en Eatery, la cafetería, mientras se colocaba entre la mujer que le atraía y él y, con una sonrisa resplandeciente y una reverencia, le ponía la taza delante, sobre la mesa.

–¿Ya estás entrando en calor?

–Estoy empezando.

–No me puedo creer que hayas ido a hacer senderismo. ¡Estamos en diciembre!

–Un poco de lluvia no le hace daño a nadie.

Antes de entrar al local se había quitado las botas de senderismo, que estaban llenas de barro, y se había puesto unos zapatos limpios. Aparte de eso, solo estaba un poco mojado, así que no entendía por qué ella le daba tanta importancia.

–Debe de gustarte mucho estar al aire libre.

–Sí, mucho.

–A mí también.

Tobias tuvo la impresión de que se suponía que tenía que invitarla a ir a hacer senderismo con él en alguna ocasión, pero no lo hizo.

Aunque ya habían hablado de la caminata cuando él se había sentado, al principio, y ella le había servido un vaso de agua, y la cafetería estaba llena de gente esperando para poder pedir la comida, ella no se movió, como hacían la mayoría de las camareras.

Antes de llevarse la taza de café a los labios, miró hacia arriba para ver si la muchacha necesitaba algo.

En cuanto sus miradas se encontraron, ella se ruborizó, se alisó el delantal con las manos y, con un murmullo, le dijo que tuviera cuidado, que no se quemara con el café, que estaba muy caliente… y salió corriendo.

Demonios… Estaba encaprichada con él. Claramente quería decirle algo, pero no había conseguido reunir valor, y eso hacía que él se sintiera muy incómodo. Había salido de la cárcel en julio con la firme determinación de tomar mejores decisiones, de construir una vida productiva. No podía permitir que lo persiguiera una niña de instituto que lo miraba con tanto anhelo, porque, seguramente, terminaría en una mala situación debido a lo solo que se sentía.

Con un suspiro, le dio un sorbo al café. Aquel era su sitio favorito para comer. La comida estaba rica y tenía un ambiente a lo Norman Rockwell que le recordaba a la existencia plena que siempre había admirado. Pero iba a tener que dejar de ir. No quería sentir ninguna tentación. Su hermano, Maddox, le había dicho muchas veces que el primer año después de salir de la cárcel era el más difícil y, aunque él se comportaba como si todo fuera muy bien, como si tuviera el control de su vida, aquel viaje no estaba resultando tan fácil como dejaba traslucir. Algunas veces, sobre todo por las noches, se sentía como si lo hubieran dejado a la deriva en el mar y nunca fuera a encontrar un puerto en el que recalar. Y esa sensación de sentirse pequeño e insignificante hacía que deseara con todas sus fuerzas disponer de las sustancias que habían sido su perdición en primer lugar.

Willow seguía mirándolo, seguramente, con la esperanza de captar su atención. Mientras él se echaba un poco de leche en el café, pensó en cancelar el pedido de la comida. Podría ir a comer a cualquier otro sitio, o comprar algo para llevar e irse a casa para darse una ducha. Sin embargo, justo cuando estaba levantándose, Maddox le envió un mensaje de texto en el que le preguntaba si le gustaría ir a cenar a su casa.

Ya he cenado. Que disfrutéis de la velada. Nos vemos mañana, en el trabajo, respondió.

Sabía que su hermano se preocupaba por él y estaba intentando ayudarlo a que se adaptara a la vida fuera de la cárcel. Maddox no quería que volviera a caer en lo mismo y se convirtiera en alguien como su madre, pero acababa de casarse con la chica de la que había estado enamorado desde el instituto, y se merecía poder pasar tiempo a solas con Jada que, además, estaba embarazada, y con Maya, su hija. Lo que menos quería él era causar dificultades en su relación… otra vez. Él había tenido la culpa de que no formaran una pareja la primera vez, y eso le había costado a Maddox perderse los primeros doce años de la vida de Maya.

Mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo del abrigo, se dio cuenta de que era demasiado tarde para cancelar la cena. Willow se acercaba de nuevo con una bandeja.

–¿Estás escribiéndole mensajes a tu novia? –le preguntó, coqueteando mientras le servía su plato de carne asada con patatas.

Él miró de nuevo a la chica rubia que estaba sentada a la barra. A ella también le habían servido la cena, pero estaba mirando el plato sin probar bocado.

–¿Me has oído? –le preguntó Willow.

Él se puso la servilleta en el regazo y tomó su tenedor.

–Lo siento. ¿Qué decías?

Ella miró hacia atrás y dijo, en voz baja:

–Ya veo que te has fijado en Harper.

–¿Harper? –repitió él.

–Sí, Harper Devlin, la mujer de Axel Devlin. Ya había venido antes.

–¿Quién es Axel Devlin?

–¿Me estás tomando el pelo? Es el cantante de Pulse. Son… ¡el grupo más grande del planeta!

Sí, había oído hablar de Pulse, conocía su música y le gustaba. También había oído muchas veces el nombre del cantante del grupo. Sin embargo, nunca se le hubiera pasado por la cabeza que Willow se estuviera refiriendo a ese Axel Devlin. Aunque, en realidad, tampoco sería algo tan extraño. Había mucha gente famosa que frecuentaba Silver Springs, un pueblo de ambiente artístico y espiritual. Muchos de ellos se retiraban allí, sobre todo, actores de cine. Y él había hablado a menudo con Hudson King, un jugador profesional de fútbol americano, en New Horizons Boys Ranch, donde trabajaba en el mantenimiento del jardín y el edificio. Hudson hacía mucho para ayudar a los adolescentes con problemas que estaban internos en la escuela. Había un edificio para chicos y, recientemente, había construido un ala para chicas. Él había donado el dinero para construir una pista de patinaje sobre hielo para todos.

–¿Viven por esta zona?

–No. Ella ha venido a pasar las fiestas con sus dos hijas a casa de su hermana. He oído que se lo contaba al dueño.

–Parece un poco…

–¿Deprimida?

–Iba a decir «perdida».

–Seguramente lo está. Hace unos meses vi una entrevista que le hicieron a Axel. Dijo que se estaban separando. A lo mejor es por eso.

No era asunto suyo, pero Tobias preguntó:

–¿Y dijo el motivo?

–Le echó la culpa a los viajes. Tiene que estar fuera mucho tiempo. Bla, bla, bla. ¿Qué iba a decir? ¿Que la engaña con una chica diferente cada noche?

Tobias se sintió mal por Harper. No debía ser fácil estar casado con una estrella del rock. Ella no era demasiado mayor y, seguramente, no estaba preparada para ese tipo de vida. Si lo recordaba correctamente, Axel era de un pueblo pequeño de Idaho, y su banda y él se habían hecho famosos de la noche a la mañana. Ahora, él estaba en la cima del mundo.

¿Y ella? ¿Cuál era su lugar?

–¿Has dicho que tienen niños?

–Sí, bueno, dos niñas. No me acuerdo de sus edades. Creo que tienen seis y ocho años, algo así.

Entonces, Harper se había casado con Axel antes de que él tuviera éxito, y habían formado una familia. Eso significaba que se había casado con él por amor.

–¿Y dónde están las niñas?

–Supongo que están con su hermana –le dijo Willow, y bajó la voz–. Tiene que ser horrible estar en su lugar, ¿no? Lo digo porque tiene que ver su nombre y su cara por todas partes, no puede dejar de acordarse constantemente.

Ahora que ya no estaba prestándole demasiada atención a las sonrisas de esperanza y al nerviosismo de Willow, Tobias se dio cuenta de que la gente le daba codazos a sus acompañantes y señalaban a Harper. Parecía que había muchos que sabían quién era, y que las noticias se extendían rápidamente.

Pobre mujer. Él sabía lo que era convertirse en el objeto de los chismorreos de todo el pueblo. Tenía diecisiete años cuando lo habían juzgado como si fuera mayor de edad y lo habían condenado a trece años de cárcel. Volver a Silver Springs el verano anterior había sido como si lo pusieran bajo un microscopio. Sufrir en privado era una cosa, pero sufrir en público era muy diferente. Eso elevaba lo que le estaba pasando a Harper a otro nivel.

–No creo que le cueste mucho encontrar a otro mejor –dijo, como si no estuviera especialmente interesado. Sin embargo, Harper le había llamado la atención, ¿no?

–¿Me estás tomando el pelo? –preguntó Willow de nuevo–. ¿Cómo va a encontrar a un tipo que pueda compararse a su marido?

Bueno, tenía algo de razón. Para un tipo normal, sería difícil estar a la altura de Axel, tanto financieramente como en otros aspectos.

–Es verdad.

–Tú no estarás interesado en ella, ¿no? –le preguntó Willow, con una expresión ligeramente apagada.

Vaya, no debía de haber disimulado sus sentimientos tan bien como pensaba. Pero había estado en la cárcel y ganaba un sueldo muy modesto trabajando en un correccional. No había conocido a su padre y su madre era una adicta al cristal que entraba y salía constantemente de rehabilitación. Sabía cuándo una persona estaba fuera de su alcance.

–No.

–Ah, bueno –dijo Willow, y sonrió con alivio–. Porque llevo un tiempo fijándome en ti y…, bueno…, espero que haya alguien más en este restaurante que pueda interesarte –dijo, apresuradamente, sin mirarlo. Después, se alejó y volvió para llevarle la cuenta junto a un trozo de papel con su número de teléfono.

 

 

Harper movió las patatas asadas de un lado a otro del plato mientras escuchaba el murmullo de las voces de la cafetería. Aunque estaba rodeada de gente, nunca se había sentido tan sola.

–Tengo un número cinco –les gritó el cocinero a las camareras.

Ella se fijó en la carta, que había dejado abierta junto a su codo para tener algo que mirar. En aquel momento era difícil mostrarse en público. Después del documental que había hecho con Axel el año anterior para ayudar a acabar con el estigma de la depresión y animar a la gente a visitar a un terapeuta cuando fuera necesario, la reconocía a menudo, así que tenía poca privacidad.

El número cinco era una pechuga de pollo con salsa de limón, verduras al vapor y un panecillo de maíz sin gluten. Ella había pedido un número siete, un filete a la pimienta, patatas asadas con ajo y judías verdes. Al principio le había parecido muy bien, pero, después, solo había podido comerse un trozo de panecillo. No le parecía que fuera sin gluten. Axel había convertido en un asunto muy importante el hecho de mantener una dieta libre de gluten, pero él era el celíaco, no ella. Y, aunque pensara que seguramente era mejor no tomarlo, en aquel momento no le importaba su dieta. Desde que su matrimonio había terminado, no había muchas cosas que le importaran. Había hecho un gran esfuerzo por las niñas y, ahora, ya solo faltaban tres semanas para la Navidad, que iba a ser la primera que pasarían sin Axel. Él estaba de tour por Europa y no iba a volver hasta primeros de año, ya que la fecha de su último concierto era en Nochevieja.

De todos modos, ahora que todo había cambiado entre ellos, ya no iban a pasar las fiestas como siempre.

Aunque él podría haber pedido llevarse a las niñas, al menos.

Se imaginaba lo sola que se habría sentido, pero… casi deseaba que se las hubiera llevado. No se sentía capaz de estar a la altura, de poner buena cara y decirles a sus hijas que todo iba a ir bien cuando, en realidad, tenía la sensación de que el mundo se hundía a su alrededor. No tenía ganas de poner el árbol de Navidad, ni de comprar regalos, y ese era el motivo por el que su hermana se había empeñado en que fuera a pasar un par de meses con ella, a pesar de que, para hacerlo, tuviera que trasladar a las niñas de colegio durante ese tiempo. Aquella noche, Piper y Everly estaban en una fiesta navideña de la iglesia con sus primas, las gemelas, que tenían cuatro años más que Everly. Sin embargo, ella tenía que estar preparada y darles la bienvenida con una sonrisa cuando llegaran a casa.

Recibió una llamada de teléfono, pero no se molestó en responder. Era su hermana. Habían discutido, y ella había salido de la casa airadamente. Karoline se había enfadado cuando le había contado lo pequeña que era la cantidad que Axel le pasaba para la manutención de las niñas. Según su hermana, estaba poniéndole las cosas demasiado fáciles a Axel.

Axel ganaba una fortuna, pero ella no quería luchar. Todavía estaba enamorada de él. Cuando él le había dicho claramente que ya no quería seguir casado con ella, que ya no quería seguir intentando resolver sus problemas, ella se había conformado con la primera cifra que le había dado el abogado de Axel. Temía que, de lo contrario, los medios de comunicación empezaran a publicar que su divorcio estaba siendo muy amargo. Tal y como le había dicho a su hermana, iba a conseguir arreglárselas por sí misma de alguna manera, aunque no había vuelto a trabajar oficialmente desde los primeros tres años de su matrimonio, cuando Axel estaba intentando salir adelante en el negocio de la música y necesitaba que ella cubriera los gastos básicos.

Tal vez fuera tonta por conformarse con tan poco, pero pensaba que Axel no se plantearía volver a reunir la familia si ella se volvía una bruja. Además, ya ni siquiera sabía cómo era él. Había cambiado mucho. Tampoco sabía si tenía derecho a exigir algo. ¿Le había fallado a Axel? ¿O le había fallado él a ella? Él siempre había padecido ansiedad y depresión y, quizá, ella no había hecho lo suficiente por ayudarlo…

–¿Va todo bien?

Harper miró hacia arriba y vio a la camarera, que se había detenido frente a ella detrás de la barra y, obviamente, no sabía si la comida tenía algo de malo.

–Sí, gracias –murmuró ella.

En realidad, no había ido allí a comer. Necesitaba estar un rato a solas, todavía no quería volver a casa de su hermana. Por muy buena que fuera Karoline al darle refugio durante aquel mes tan difícil, estar con su única hermana no era mucho más fácil que estar sola, porque tenía que justificar todo lo que hacía. Y, dado que sus emociones eran como una montaña rusa, no podía ser coherente.

Mientras la camarera se alejaba a atender a otro cliente, empezó a sonar Blue Christmas, de Elvis. Ella le dio un sorbo a su café y miró rápidamente a su alrededor.

Aunque le gustaba aquel restaurante, no se sentía a gusto en Silver Springs. ¿Por qué no estaba en Denver, que era donde había vivido con Axel después de terminar la universidad en Boise State?

Porque, por mucho que Axel y ella pensaran que nada podría interponerse entre ellos, se habían equivocado. Axel había perdido la perspectiva lentamente y había empezado a preocuparse más de su trabajo que de su familia. La fama había destruido su relación.

Harper tomó la cuenta que le había dejado la camarera y fue a pagar a la caja. Le debía respeto a su hermana y no quería preocuparla. Tenía que volver y hablar con ella.

Llevaba semanas sin maquillarse ni arreglarse el pelo, así que no le importó que estuviera lloviendo. Sin embargo, tenía frío, así que se envolvió bien en el enorme abrigo que llevaba, uno que Axel había descartado y que tenía desde los buenos años de su matrimonio, al principio, y salió de la cafetería.

Agachó la cabeza para protegerse de las ráfagas de viento frío y saltó sobre dos o tres charcos para llegar al Range Rover que le había cedido Axel cuando se habían separado. Si las cosas se ponían muy difíciles, podría venderlo. Era un coche caro.

Estaba abriendo la puerta cuando vio a un hombre alto y delgado, con el pelo un poco largo, que se acercaba a ella por el aparcamiento.

–No te asustes –le dijo, y levantó una mano haciendo un gesto para indicarle que no era agresivo–. Es que… te he visto ahí dentro y…

Ella apretó la mandíbula, con intención de rechazarlo al instante. No estaba de humor para que trataran de ligar con ella. Sin embargo, tuvo la sensación de que no se trataba de eso; él sacó una rosa blanca de tallo largo de su abrigo y se la dio.

–Aguanta. Las cosas irán a mejor –le dijo.

Y, antes de que ella pudiera preguntarle cómo se llamaba, se alejó.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

–Me ha parecido oír la puerta del garaje –dijo Karoline al entrar en la cocina.

Harper miró a su hermana mayor, que llevaba unos pantalones vaqueros, unas zapatillas forradas, un jersey de color granate y unos pendientes de perla. Karoline siempre iba bien arreglada. Su casa estaba impecable. Sus hijos estaban muy bien educados. Y su marido era podólogo; no solo era un hombre inteligente, sino, también, bueno. Karoline había construido una vida mejor que la de nadie que ella conociera, y eso le resultaba intimidatorio, sobre todo ahora que su propia existencia se había desmoronado.

–Siento lo que ha pasado antes.

Su hermana se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina.

–No pasa nada. Yo también lo siento. Después de que te fueras, Terrance me ha dicho que tenía que haberlo dejado antes.

–¿Nos ha oído?

Su cuñado estaba viendo la televisión en otra habitación y no había intervenido en la discusión. A él no le gustaban las grandes muestras de emoción, así que ella entendía por qué se había mantenido al margen.

–Sí. Cree que tengo razón. Yo sé que tengo razón. Pero también piensa que todavía no estás preparada para oírlo.

–Entonces, en eso también tiene razón.

Karoline apoyó la barbilla en una mano y le dijo:

–Mira, sé que lo estás pasando muy mal, y yo no quiero empeorarlo. Lo único que no quiero es que Axel se aproveche de ti. Ahora te tiene contra las cuerdas y tú todavía estás intentando ser buena. Como yo no lo quiero como tú, lo veo desde una perspectiva diferente, y estaba intentando utilizar esa perspectiva para colocarte en una mejor situación.

–Ya lo sé. Has hecho mucho por mí, y te lo agradezco –dijo Harper.

Se acercó a los armarios, sacó un pequeño jarrón, lo llenó de agua y puso en él la rosa blanca.

–¿De dónde has sacado eso?

–Me la dio un hombre.

–¿Un hombre?

–Sí.

–¿Qué hombre?

–No lo sé. No me dijo cómo se llamaba.

Karoline frunció el ceño.

–¿Y dónde lo has conocido?

–En realidad, no lo he conocido. Se acercó a mí en el aparcamiento de Eatery, cuando yo ya me iba, y me dio la rosa.

–¿Las vendía? ¿O te pidió algún tipo de donación?

–No.

–Pero…. Las rosas no florecen en esta época del año. ¿Dónde la consiguió?

–Se puede comprar una rosa en cualquier momento.

–Así que la compró.

–Sí. En la tienda que hay enfrente de la cafetería.

–¿Y cómo lo sabes?

–Porque he visto la etiqueta del precio. Estaba en el tallo de la flor.

–¿Se gastó el dinero en comprarte una rosa cuando ni siquiera te conoce?

–Solo valió siete dólares, Karol. Relájate. Ese hombre solo quería ser agradable.

Su hermana no respondió de inmediato, y ella aprovechó la oportunidad para cambiar de tema.

–¿A qué hora hay que ir a recoger a las niñas?

–Ya ha ido Terrance, justo antes de que tú llegaras.

–Oh. Podía haber ido yo. Tenías que haberme llamado.

–Te llamé.

Harper se estremeció al oír su tono de voz.

–Es cierto. Es que en la cafetería no podía hablar.

Podía haberle enviado un mensaje, pero, por suerte, Karoline no se lo echó en cara.

–No te preocupes.

Harper puso la rosa en la isla. Su hermana tenía bastante decoración en la casa, pero nada podía compararse a la belleza natural de una flor. Le recordaba que tenía que volver a lo más básico, a la vida sencilla. Y, para eso, tenía que dar un paso tras otro, por muy doloroso que le resultara.

«Las cosas irán a mejor».

–¿Y por qué te has puesto eso? –le preguntó Karoline, con un gesto de horror, al fijarse en el abrigo que ella se estaba quitando.

–Es muy calentito.

Su hermana puso los ojos en blanco.

–No me importa. Deshazte de él. Deshazte de todo lo suyo.

–No digas eso.

–No va a volver, Harper. El divorcio va a ser firme esta semana. Si se arrepiente de lo que ha hecho, debería habértelo dicho ya, debería haber intentado rehacer su familia.

–Ha estado bastante ocupado.

–Sí. Acostándose con otras mujeres.

Harper se irritó.

–No sabemos con certeza si lo ha hecho.

–Es una estrella del rock de treinta y dos años que lleva siglos sin tener tiempo para dedicárselo a su mujer. Creo que está bastante claro.

–Pues si lo ha hecho es porque hay cientos de mujeres bellas que se tiran a sus brazos. ¿Cómo asumirías tú toda esa atención y esa adoración? Tal vez ninguna de las dos lo hiciéramos mejor que él.

Su hermana cabeceó.

–Eres demasiado comprensiva, Harper.

–No sé. Si eso es cierto…, ¿qué le ha pasado a mi matrimonio?

–Es culpa de Axel. Es un idiota por dejarte. Al final, se va a quedar con las manos vacías.

–No se va a quedar con las manos vacías. Aunque su carrera languideciese, ya ha conseguido mucho. Además, siempre ha sido muy carismático. Encontraría a alguien aunque no fuera famoso.

Y ese era uno de sus grandes problemas en aquel divorcio: que se sentía fácilmente sustituible, como si no tuviera nada de especial. Era una ironía, teniendo en cuenta que, al principio, él había hecho que se sintiera como si fuese la única persona que iba a poder satisfacerlo.

«Ten cuidado con lo que deseas». Harper se acordó de lo que le había dicho su madre cuando estaba trabajando tanto para ayudar a Axel a despegar en el negocio de la música.

Tenía que haberle hecho caso. Su madre era jueza del Tribunal Superior de Justicia de Idaho, donde vivía su familia, y siempre tenía razón. Su padre, agente inmobiliario, estaba de acuerdo en que nunca era inteligente desoír sus consejos.

–¿Quieres decir que ni siquiera vamos a tener el placer de saborear esa venganza? –preguntó Karoline.

–Seguramente, no.

–Vaya asco.

Se abrió la puerta y las niñas entraron en tromba en casa, riéndose, hablando sobre la fiesta y sobre Papá Noel, que, aunque llevaba el traje rojo y la barba blanca de rigor, no había podido disimular que era uno de los profesores del colegio.

Tal y como llevaba haciendo todos aquellos meses, Harper fingió que estaba muy interesada en la vida cotidiana e intentó participar en la conversación, pero se sintió muy aliviada cuando las niñas se acostaron y pudo dejar de actuar.

Sin embargo, la noche no había terminado. Cuando se había quedado a solas, por fin, Karoline llamó a su habitación y se asomó.

–¿Estás bien?

Harper sonrió forzadamente.

–Sí, claro.

–Una cosa… Ese hombre que te dio la rosa…

–¿Qué pasa con él?

–¿Cuántos años tenía?

–Creo que debía de tener mi edad.

–¿Y cómo era?

Harper puso los ojos en blanco.

–Era un tipo cualquiera, Karoline.

–¿No sabes cómo era?

–Claro que sí, pero… –dijo Harper. Contuvo su fastidio y exhaló un suspiro–. Medía cerca de un metro noventa, y tenía el pelo oscuro, y los ojos muy muy claros.

–¿De qué color?

–¡No lo sé!

–¿En serio?

–No se veía nada en el aparcamiento. Casi no hay luz. Pero creo que tenía los ojos verdes.

–Vaya. Entonces, era guapo.

Ella recordó su mandíbula fuerte y los pómulos marcados, la forma de su boca, que era bastante sensual, desde un punto de vista objetivo.

–Sí, era guapo. ¿Por qué?

–Me pregunto si lo conozco…

–Estás haciendo una montaña de un grano de arena. Solo fue un detalle amable, algo que me alegró un poco cuando lo necesitaba. No tiene más trascendencia.

–Ojalá la tuviera –gruñó Karoline–. Es exactamente lo que tú necesitas, y lo que Axel se merece.

–Estar enfadada con él no va a cambiar nada.

–Pero me ayuda, de verdad. Deberías intentarlo.

La puerta se cerró y ella volvió a tumbarse en la cama. Sin embargo, después de que la casa se hubiera quedado en silencio y todo el mundo estuviera dormido, no pudo resistir la tentación de sacar el portátil y ver un vídeo del último concierto del que pronto sería su exmarido.

Era increíble.

Su actuación era increíble.

No parecía que Axel estuviera sufriendo en absoluto.

 

 

Cuando Tobias llegó a la finca en la que vivía, una plantación de seis hectáreas dedicada al cultivo de las mandarinas, se encontró un coche desconocido en el camino de entrada. Intentó rodearlo para aparcar en su sitio de siempre, cerca de la casita que tenía alquilada y que estaba detrás de la casa principal, una granja de los años mil novecientos veinte. Sin embargo, el Chevy Impala estaba colocado de tal modo que no dejaba sitio en ninguno de los laterales.

Suspiró y apagó el motor. Iba a tener que entrar y pedirle al conductor que moviera su coche; no podía dejar la furgoneta en medio de la carretera. Si alguien tomaba la curva, tal vez no lo viera, sobre todo, si empezaba a llover.

Sin embargo, para su casero había sido un gran paso el hecho de volver a salir con mujeres. Uriah había estado casado cincuenta años y había perdido a su mujer, y el hombre aún no se sentía cómodo con la idea de seguir adelante. Así que él no quería interrumpir, si podía evitarlo.

Miró la hora. Normalmente, las amigas de Uriah no iban a verlo a la granja, salvo para llevarle un poco de empanada o algo por el estilo. Si alguna iba de visita, no se quedaba mucho. Uriah estaba hecho a la antigua usanza. Elegía a una señora, le pedía una cita oficial y, después, la llevaba a su casa.

Además, había sido granjero toda su vida. Se acostaba siempre antes de las diez y se levantaba al amanecer. Y ya eran casi las diez.

Si esperaba unos minutos, tal vez la visitante, fuera quien fuera, se marchase.

O tal vez no. Y él se moría de ganas de meterse a la ducha.

–Lo mejor es acabar de una vez –murmuró. Salió de la furgoneta y bajó la cabeza para protegerse del viento y la lluvia.

Sin embargo, antes de llegar a la puerta de la casa principal, oyó gritos que provenían del interior. Uriah era un poco duro de oído a causa de la edad, y hablaba muy alto. Tobias pasaba mucho tiempo con él, jugando al ajedrez, cenando, restaurando un viejo Buick que el granjero tenía en el garaje o ayudándolo a hacer tareas por la parcela, así que estaba acostumbrado al volumen de su voz. Pero le sorprendió que ambas voces fueran masculinas.

Así pues, el dueño del Impala no era una de las mujeres con las que salía Uriah.

Tobias observó la matrícula del coche. Era de Maryland.

¿A quién conocía Uriah de Maryland?

Entonces se dio cuenta. No sería Carl, ¿verdad?

Él no conocía al hijo único de Uriah, pero había oído hablar lo suficiente de él como para sentir recelo. Padre e hijo llevaban años separados. Uriah casi no lo mencionaba, pero Aiyana Turner, la dueña de la escuela en la que trabajaba Tobias, le había contado que Carl ni siquiera había ido al funeral de su madre, que se había celebrado hacía quince meses.

Entonces… ¿qué estaba haciendo allí ahora?

Tobias subió las escaleras y llamó a la puerta con energía. Esperó a que Uriah respondiera, pero la puerta se abrió inmediatamente, y ante él apareció un hombre de unos cuarenta años.

El parecido del padre y el hijo era asombroso, de modo que sus dudas respecto a la identidad del invitado se disiparon. Mientras que Uriah era alto y delgado, y tenía el pelo canoso cortado al estilo militar, su hijo lo llevaba largo y parecía que hacía tiempo que no se lo lavaba. No se parecía a su padre en la estatura ni en el porte, sino en el puente estrecho de la nariz, en la cara alargada y en la boca delgada. Aquellos rasgos eran iguales a los de su padre, pero, de algún modo, resultaban más atractivos en el anciano.

–¿Y tú quién eres? –le preguntó Carl.

Antes de que Tobias pudiera responder, Uriah se levantó de la butaca y se acercó a la puerta.

–¡Carl! ¿Es esa forma de saludar a una persona?

–¿Qué pasa? –preguntó Carl–. ¿Es que he dicho algo malo? ¿Le debo algo a este tío?

Uriah frunció el ceño.

–Ya está bien.

Tobias había conocido a muchos hombres en la cárcel, y los que se comportaban como Carl casi nunca eran trigo limpio. Sin embargo, Carl era el hijo de Uriah, y Tobias respetaba a su casero, que se había convertido en su amigo, así que mantuvo una expresión agradable.

–Siento molestar –dijo–. Quería saber si podías mover tu coche.

Carl frunció el ceño.

–¿Para qué?

–Para que pueda aparcar –le explicó Uriah–. Vive en la casa de atrás. Estaba a punto de contarte que la he alquilado.

–¿Este tío vive aquí? ¿En mi casa?

Tobias se puso tenso. Hacía mucho tiempo que no le caía tan mal alguien desde un primer momento. Sin embargo, parecía que Uriah quería calmar el ambiente, aunque se notara que estaba avergonzado por el comportamiento de su hijo.

–Carl, te presento a Tobias Richardson –dijo, con una calma exagerada–. Lleva cuatro o cinco meses viviendo aquí. Me ayuda en las tierras, además de trabajar en New Horizons. He llegado a confiar mucho en él.

–Ya. ¿Y por qué lleva mallas? –preguntó Carl, mirándolo de arriba abajo.

Tobias apretó los dientes.

–No son mallas. Son unos pantalones para correr o hacer senderismo.

Carl lo ignoró.

–Entonces, ¿este es el hijo que nunca tuviste? –le preguntó a su padre.

–Yo no he dicho eso –respondió Uriah en tono de protesta.

«Por lo que tengo entendido, no sería difícil ser mejor hijo que tú». Tobias estuvo a punto de decirlo, pero se contuvo.

–Solo soy el inquilino –dijo, como si Uriah y él no se hubieran hecho tan amigos–. Y, si no vas a salir, dejo la furgoneta donde está –añadió, y se giró para marcharse.

No quería tener nada que ver con Carl. Si Uriah estaba contento por tener a su hijo en casa, si creía que podían arreglar las cosas, él no iba a entrometerse. Entendía que aquella relación debía de significar mucho para Uriah; el hecho de que no hablara nunca de Carl era una señal. El hecho de no poder llevarse bien con su hijo le había causado una herida que trataba de ocultar. Pero como Uriah era el mejor hombre que había conocido, aparte de Maddox, Tobias pensó que Carl no se merecía un padre como él.

–Espera –dijo Carl–. No quiero que me cierres el paso.

Tobias estiró los dedos para no apretar el puño automáticamente, y esperó a que Carl fuera a buscar sus llaves.

Uriah se quedó a su lado, pero no dijo nada. Tobias se imaginó lo que estaría sintiendo. ¿Esperanza? ¿El deseo de arreglar la relación, por fin, mezclado con la certeza de que no podía? Aiyana le había dicho que Carl era un tipo irritable, que muchas veces había perdido los estribos y se había puesto a golpear los muebles o a arrojar cosas. Uriah había intentado ayudarlo muchas veces, pero un día había vuelto a casa y había encontrado a su hijo tan enfurecido que estaba ahogando a su madre. Entonces lo había echado de casa y le había dicho que no volviera más.

Ahora que Shirley ya no estaba y su seguridad no era una preocupación para Uriah, Tobias no creía que el padre fuera a echar al hijo nuevamente, aunque se pasara de la raya, y eso le preocupaba.

Aunque, tal vez, estaba sacando conclusiones apresuradas. Tal vez Carl solo hubiera ido a casa para las fiestas.

Se subió el cuello del abrigo para protegerse del viento mientras Carl pasaba por delante de él y, después de intercambiar una mirada con Uriah, siguió a su hijo al exterior.

–¡Qué frío! –murmuró, quejándose, como si Tobias lo hubiera hecho salir a propósito.

Cuando Carl apartó su Impala, le hizo un gesto a Tobias para que pasara. Era obvio que estaba impaciente por volver al calor de la casa.

Tobias se quedó mirándolo unos segundos y, en aquel preciso instante, supo que nunca iban a ser amigos.

Carl se quedó mirándolo con antipatía. Él aparcó en su sitio de costumbre.

Carl no le dijo nada más; salió del coche y entró en la casa. Tobias tampoco se despidió.

–Imbécil –murmuró, y entró en su propia casa.

Puso la televisión y trató de olvidarse de la mujer de Axel Devlin, que estaba tan triste en la cafetería, y del hecho de que Uriah, un anciano vulnerable de setenta y seis años, estuviera en aquel momento con alguien que podía resultar peligroso.

Una hora después, Tobias todavía no había conseguido relajarse. Recibió un mensaje de su exnovia, Tonya Sparks, la hermana de su último compañero de celda. Ella le había dado esperanzas suficientes como para soportar el último año de cárcel, pero, en cuanto había quedado en libertad, las cosas se habían estropeado entre ellos.

 

Voy a dar una fiesta de Navidad el día 21 a las 19:00, aquí, en mi casa. Me gustaría que vinieras.

 

Se veían de vez en cuando, pero él sabía que no eran buenos el uno para el otro. Tonya salía demasiado de fiesta, y no tenía rumbo en la vida. Le recordaba demasiado a su madre. Él estaba mejor alejado de ella.

Lo había intentado, pero no era fácil desde que Maddox se había casado. A él todavía no le había dado tiempo a hacer buenas amistades desde que había salido de la cárcel. Algunas veces salía con dos de los hijos de Aiyana, Elijah y Gavin, que también trabajaban en el colegio, pero ellos estaban casados y tenían niños, y no podían hacer muchas cosas después de la jornada laboral. Si no salía a montar en bicicleta o a hacer senderismo, normalmente pasaba las tardes y noches con Uriah. Sin embargo, tenía el presentimiento de que eso iba a terminar hasta que Carl no volviera a Maryland, si pensaba hacerlo.

Qué demonios… Tenía que alejarse de su madre. Ella lo estaba utilizando otra vez, y no podía correr el riesgo de permitírselo. Tenía que alejarse de la chica de dieciocho años de la cafetería, la que le había dado su número de teléfono. Tenía que evitar ser una molestia para Maddox, para que Maddox pudiera disfrutar de su matrimonio y de su hija. Y, ahora, tenía que darle espacio a Uriah para que el anciano pudiera recuperar la relación con su problemático hijo.

Pero… necesitaba tener amigos, ¿no?

Sí, cuenta conmigo, respondió.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Sábado, 7 de diciembre

 

Al día siguiente, por la mañana, llamó Axel. Harper se había levantado y se había lavado los dientes. Al ver su cara en la pantalla, se emocionó, y detestaba aquel sentimiento, pero no podía evitarlo. Él siempre había sido el amor de su vida. Nunca se hubiera imaginado que iba a tener que vivir sin Axel, así que nunca se había preparado para esa posibilidad y, seguramente, ese era el motivo por el que el divorcio la había dejado tan hundida.

En el documental que habían hecho juntos, Axel le había dicho a todo el mundo que ella era la mejor persona que conocía. ¡Y eso había sido solo doce meses antes! ¿Cómo era posible que todo se hubiera desmoronado desde entonces? ¿Qué había pasado con eso de tener siempre en mente lo que era importante en la vida, tal y como se habían prometido el uno al otro desde el principio?

Al final, Axel había perdido esa perspectiva.

¿O acaso era culpa suya? Él decía que ella no lo estaba apoyando lo suficiente. Que no entendía todo lo bueno que podía hacer en su carrera, y tenía algo de razón. Todos los veranos, Axel daba un concierto benéfico para el hospital St. Jude y recaudaba un millón de dólares. Para conseguir tanto público, él tenía que escribir, actuar y promocionar su música. Ella se sentía egoísta por anhelar su atención. Sin embargo, durante los largos días y las largas noches que había pasado cuidando a solas de sus hijas, se habían distanciado el uno del otro.

Se prometió a sí misma que no iban a discutir, dijera lo que dijera Axel. Cerró silenciosamente la puerta del dormitorio para que Karoline no pudiera oír la conversación. Todos estaban en la cocina desayunando las tortitas que Terrance preparaba los sábados por la mañana, y ella quería tener intimidad.

–¿Sí? –preguntó, tratando de que su voz sonara alegre, algo que le costó un esfuerzo considerable.

–¿Harper? ¿Cómo estás?

«No demasiado bien», pensó ella. Sin embargo, él no quería escuchar sus quejas. A medida que se había hecho cada vez más famoso, ella había dejado de ser importante para él. Y, cuanto menos importante se volvía, más había intentado recuperarlo y llevarlo al mismo punto en el que estaban antes, y más lo había agobiado. Era un círculo vicioso terrible.

–Muy bien –le dijo–. ¿Y tú?

–Agotado –respondió Axel, con un suspiro–. Este tour me está pasando factura.

–Te dejas la piel en cada concierto –le dijo ella, y era cierto. Admiraba su ética de trabajo, la enorme cantidad de energía que les dedicaba a sus fans. Era un intérprete excelente.

–¿Qué tal están las niñas?

Estuvo a punto de responder que echaban de menos a su padre y que querían que volviera tanto como lo deseaba ella misma, pero, de nuevo, se contuvo. Él iba a tomárselo como una crítica, y no iba a volver a llamarla si ella hacía que se sintiera culpable.

–Se lo están pasando muy bien con sus primas –le dijo.

–Me alegro. ¿Les gusta el nuevo colegio?

–Sí, en general, sí. ¿Cuándo vuelves a Estados Unidos?

–Me parece que no va a ser hasta mediados de enero.

–Ah, ¿es que tienes más conciertos, o…?

–No, es que tengo que ocuparme de la promoción ahora que estoy al otro lado del charco.

–Ah, claro. La promoción es importante.

Hubo una breve pausa, y se arrepintió de haberlo dicho en un tono tan mecánico y poco sincero.

–¿Lo dices con sarcasmo? –le pregunto Axel.

Ella carraspeó.

–No, en absoluto. Es solo que…, como Navidad es dentro de dos semanas…, estaba pensando en que Everly y Piper se pondrían muy contentas si llegaras antes de lo que habías planeado, y no más tarde.

–Ojalá pudiera, pero no tiene sentido estar volando de un lado a otro. Los viajes me están matando. Ya sabes lo nervioso que me pone volar. Para venir aquí tuve que tomarme un Xanax.

Era difícil sentir empatía. Estaba entumecida y, cuando el entumecimiento cesaba, sentía tanto dolor que lo echaba de menos.

–Se lo diré. Les diré que volverás lo antes que puedas.

–Te lo agradezco. Mira, te voy a hacer una transferencia a tu cuenta para que les compres los regalos de Navidad de mi parte.

Ella se miró al espejo que había sobre la cómoda. Vio sus propias ojeras, su cara demacrada.

–¿Qué quieres que les compre?

–Lo que pidan.

Él no sabía lo que querían sus hijas, y no parecía que le importara demasiado.

–De acuerdo.

–Ah, y a mi madre le gustaría ver a las niñas. Me ha preguntado cuándo vas a volver a Colorado.

Entonces, ¿él había llamado primero a su madre? Harper sabía que ella tampoco estaba muy contenta con el divorcio, pero, tal vez, fuera mejor actriz.

–Todavía no lo sé.

–Bueno, pues, entonces, ¿podrías llamarla? Que hable con las niñas un rato. Creo que no se esperaba que estuvieras fuera tanto tiempo.

–Claro –dijo ella a duras penas.

Karoline llamó a la puerta.

–¿Harper? ¿Por qué tardas tanto? Casi hemos terminado de desayunar.

–¡Ahora mismo voy! –gritó Harper. Después, le dijo a Axel–: Tengo que colgar. O…, si tienes un segundo, iré a avisar a las niñas.

–No, ahora, no. Tendré que llamar después. Llego tarde a una reunión con el coordinador de redes sociales.

Ella tuvo que morderse la lengua para no decirle que sus hijas eran más importantes que el coordinador de redes sociales.

–De acuerdo –respondió.

Aquel no era el mismo hombre con el que se había casado. El Axel del pasado siempre hubiera puesto a su familia por delante. Aquel hombre solo era un extraño preocupado que no las conocía bien, ni a ella ni a sus hijas, y a quien no le importaban.

Karoline volvió a llamar a la puerta y abrió.

–¿Harper?

Harper se despidió rápidamente y colgó. Se giró hacia su hermana, y le dijo:

–Lo siento, me he entretenido. Ya voy.

Karoline frunció el ceño.

–Era él, ¿verdad?

Harper vaciló, pero, al final, asintió.

–¿Y qué te ha dicho?

–Que va a transferirme dinero a la cuenta para que les compre unos regalos a las niñas.

–¿De su parte?

–Sí.

–Qué detalle.

Harper pasó por alto el sarcasmo. Ya tenía suficiente con la conversación que acababa de mantener con Axel.

–Vamos a desayunar.

Karoline la tomó del brazo cuando ella intentó salir de la habitación.

–Estaba pensando en llevar a las niñas a Los Ángeles.

–¿A tus niñas?

–Y a las tuyas.

–¿Para qué?

–A Disneyland.

–¿Cuándo?

–Hoy.

–Pero… ¡si el viaje a Orange County dura dos horas! Cuando lleguemos, ya se habrá pasado la mitad del día.

–No iríamos a Disneyland hasta mañana. De hecho, puede que esperemos hasta el lunes. Habrá menos gente.

–Entonces, ¿por qué quieres salir hoy?

–¿Y por qué no? La última vez que fuimos de viaje todos juntos fue en junio.

–Ah, así que la idea es quedarse. ¿Cuántos días?

–Cinco o seis días. Una semana. Podríamos ir también al zoo de San Diego, a La Brea Tar Pits, de compras a Rodeo Drive… Hay muchas cosas que hacer.

–Pues voy a hacer la maleta.

Su hermana la miró significativamente.

–Solo tienes que hacer la maleta si quieres venir con nosotros.

Harper la miró con asombro.

–¿Qué quieres decir?

–Terrance tiene vacaciones, así que es un buen momento para nosotros –respondió su hermana–. Queremos llevarnos a Everly y a Piper sin ti, y que tengas la oportunidad de recuperarte. Me da la sensación de que te va a venir muy bien.

La idea de quedarse sola, de poder pasar unos días sin tener que estar fingiendo delante de las niñas todo el tiempo que las cosas iban perfectamente, era toda una tentación.

–¿Seguro que no pasaría nada? –le preguntó a su hermana.

Parecía que su hermana sí estaba muy segura.

–Claro que no. Nos encantaría que tuvieran buenos recuerdos con sus tíos Karoline y Terrance, y con sus primas.

Axel podía estar fuera semanas enteras, perderse cumpleaños y fiestas, pero no se sentía culpable. Y ella no era capaz de faltar a unas vacaciones de unos cuantos días en Disneyland sin tener la sensación de que les estaba fallando a sus hijas.

–¿Y no debería ser yo también parte de esos recuerdos?

–Tú deberías recuperarte mientras ellas están felices de vacaciones con nosotros.

A Harper se le formó un nudo en la garganta.

–Lo estoy intentando. Lo sabes, ¿no?

–Sí, lo sé –dijo Karoline, suavemente–. Y lo vas a conseguir, te lo prometo.

Harper asintió, aunque no estaba convencida del todo. Estaba demasiado herida.

–A propósito, ¿cuándo vuelve Axel? –le preguntó Karoline.

–Dentro de varias semanas.

–Piper cree que su padre va a darles una sorpresa para Navidad. Es lo que le ha pedido a Papá Noel. Me lo ha dicho varias veces.

Harper se imaginó la desilusión que se iban a llevar sus hijas. Ojalá hubiera una forma de evitarlo. O, al menos, de conseguir que lo entendieran.

–Hablaré con Everly y con ella y…, bueno, voy a intentar que no se decepcionen demasiado.

–Me parece bien, pero espera a que volvamos. No estropeemos el viaje.

Harper asintió.

–Gracias, Karol. Gracias por todo.

–Para eso están las hermanas –dijo Karoline.

Sin embargo, se preguntó si una semana serviría de algo. Hacía ya ocho meses que Axel le había dicho que quería divorciarse, y su ánimo no había mejorado nada.

 

 

Tobias pensó que se le iba a hacer muy largo el fin de semana. No hacía buen tiempo, así que no podía ir a montar en bicicleta ni a hacer senderismo. Pasó la mañana limpiando la casa y haciendo la colada. Después, no sabía qué hacer. Le hubiera gustado pasar la tarde arreglando el Buick con Uriah. Ya casi estaba listo para ponerlo a la venta. Iban a dividirse los beneficios, y la idea le emocionaba. Sin embargo, no quería quedarse allí si Carl todavía no se había marchado, y su Impala marrón aún estaba aparcado fuera. Decidió salir para que Uriah pudiera concentrarse en su hijo y para no tener que encontrarse con Carl.

Cuando se sentó al volante, pensó en ir a casa de Maddox. Le encantaba estar con Maya, su sobrina. Ella siempre estaba intentando dar con la receta de un nuevo tipo de galleta que poder vender en Sugar Mama, la tienda de galletas que tenía la madre de Jada en el pueblo, y lo utilizaba a él de catador. Sin embargo, le preocupaba pasar demasiado tiempo en casa de su hermano y no quería que Jada pensara que era un pesado. No quería hacer nada que pudiera estropear la relación que habían reconstruido Maddox y él.

Además, nunca sabía si Atticus, el hermano de Jada, iba a estar en casa. Atticus lo trataba bien. Como él también trabajaba en New Horizons, se veían de vez en cuando en el campus; también, cuando Jada y Maddox daban alguna fiesta, como cuando celebraron una para anunciar que su segunda hija iba a ser una niña, en mayo.

Sin embargo, esas ocasiones eran momentos difíciles para él. Le costaba mucho ver a Atticus sabiendo que él era uno de los que le habían dejado en silla de ruedas. Aquella noche horrible parecía muy lejana, pero aún no podía escapar de ella.

Así pues, en vez de ir a casa de su hermano, fue a The Daily Grind, una cafetería muy agradable, de ladrillo rojo con letreros en blanco y negro sobre los ventanales y con unos asientos de cuero muy cómodos. Como en Silver Springs no estaban permitidas las cadenas de establecimientos dentro del pueblo, no había Starbucks, ni McDonalds, ni ningún local de comida rápida. Solo había establecimientos familiares y, entre las cafeterías, The Daily Grind era la más concurrido. Siempre estaba llena de hípsters tecleando en su portátil, y aquella tarde no era una excepción.

Se tomaría una taza de café y se iría a la escuela. Pasaba mucho tiempo en New Horizons, ayudando en los entrenamientos de fútbol y enseñando a jugar al baloncesto a los estudiantes que estuvieran por las pistas, porque en la cárcel se había vuelto muy bueno en ese deporte. También patinaba con los niños en la pista de hielo nueva y enseñaba a los que estaban estudiando mecánica. A él lo habían encerrado antes de poder terminar el instituto, así que no tenía una educación tradicional universitaria, pero había aprovechado todas las clases que daban en la cárcel y había llegado a ser un buen mecánico. Podía arreglar casi cualquier clase de vehículo y esperaba, algún día, poder montar su propio taller.

Después de pedir, se sentó a una mesa en la que se habían dejado un periódico. Cuando estaba abriéndolo para leer la sección de deportes, el camarero de la barra llamó a alguien.

–¡Harper!

Él alzó la vista y se encontró con Harper Devlin, la mujer a la que había visto en Eatery la noche anterior.

Vaya coincidencia, volver a encontrarse con ella tan pronto.

Ella no oyó al camarero. Estaba alejada de la barra, mirando al infinito, completamente distraída.

Entonces, Tobias se dio cuenta de que estaba sonando una canción de Pulse. Axel Devlin estaba cantando I Will Always Love You. ¿Habría escrito aquella letra para ella?

–¿Harper? –volvió a decir el camarero de la barra.

Ella no reaccionó. Estaba completamente absorta.

Tobias dejó el periódico, fue a la barra y agarró su bebida. Sin embargo, ella no lo vio ni lo oyó cuando se acercaba.

–Eh, ¿estás bien? –le preguntó Tobias, dándole un suave codazo mientras le mostraba su café.

Ella se sobresaltó y, por fin, lo miró. Él se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas, pero ella pestañeó inmediatamente.

–Tú –dijo al reconocerlo.

Tomó su café, y él se metió las manos en los bolsillos.

–Sí, yo. Pero no te preocupes, no te estoy siguiendo. He oído que el camarero te llamaba, he mirado y te he visto.

Ella ni siquiera sonrió.

–Gracias.

–¿Estás bien? Porque me parece que te convendría sentarte un minuto y relajarte, y yo tengo una mesa –dijo, y la señaló.

Ella siguió mirándolo a él y tomó un poco de café.

–Un hombre tan guapo como tú nunca es tan inofensivo.

Él oyó que el camarero lo llamaba por encima de su conversación y de la de todo el mundo. Su café estaba preparado.

–¿Cuánto tiempo vas a quedarte en el pueblo? –le preguntó él.

–No mucho. Solo unas semanas.

–¿Y qué daño podría hacerte conocerme durante tan poco tiempo?

–Ya estoy hecha polvo. Dudo que conocerte pudiera hacerme más daño –reconoció ella.

–Entonces, ¿qué tienes que perder? –le preguntó él. Le tendió la mano y le dijo–. ¿Me enseñas tu teléfono?

Ella lo sacó de su bolso y, con escepticismo, se lo tendió a Tobias. Después, se quedó mirando cómo añadía su nombre y su número a la lista de contactos.

–Hoy te dejo tranquila. Quédate con mi mesa. Pero, si necesitas un amigo mientras estés aquí, tienes a alguien a quien llamar –dijo él.

Después, recogió su café y salió del local.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Por lo menos, ya sabía cómo se llamaba. Harper se guardó el teléfono en el bolso y se acercó a la ventana de la cafetería para poder ver cómo se marchaba Tobias Richardson. Tal vez se diera la vuelta para mirarla, pero… no. No lo hizo. Tomó un sorbo de café mientras caminaba hacia el aparcamiento y desapareció.

Ella se giró para ir a la mesa que él había dejado libre, pero vio que se le habían adelantado. Una chica joven estaba apartando el periódico para colocar su ordenador portátil sobre la mesa.

–¿Eres la mujer de Axel Devlin? –le preguntó alguien a su espalda.