Dones carismáticos en la iglesia primitiva - Ronald Kydd - E-Book

Dones carismáticos en la iglesia primitiva E-Book

Ronald Kydd

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Beschreibung

¿Los dones carismáticos cesaron en la iglesia primitiva? Los padres de la iglesia responden. La aparición y aceptación generalizada de la validez de la experiencia carismática ha generado muchas preguntas. Una de las principales es: "¿Qué pasó con los dones del Espíritu después del período del Nuevo Testamento?" El Dr. Ronald Kydd busca responder esa pregunta al retroceder en los primeros tres siglos de la iglesia cristiana y explorar el viaje cronológico de los dones espirituales. A través de un estudio exhaustivo y cuidadoso de los escritos de los padres de la iglesia primitiva, el Dr. Kydd proporciona un análisis objetivo e informativo y llega a conclusiones que provocan reflexión. La calidad académica comunicada en un estilo personal llamativo hace que este libro sea una lectura agradable y desafiante para el laico, el ministro, el estudiante y el erudito.

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Dones carismáticos en la iglesia primitiva: los dones del Espíritu en los primeros 300 años

© 2023 por Hendrickson Publishers Marketing

Publicado por Editorial Patmos, Miramar, FL 33025

Todos los derechos reservados.

Publicado originalmente en inglés por InterVarsity Press, P.O. Box 1400, Downers Grove, IL 60515-1426, con el título Charismatic Gifts in the Early Church: The Gifts of the Spirit in the First 300 Years © 1984, 2014 by Hendrickson Publishers Marketing, LLC

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de la versión Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de Sociedades Bíblicas Unidas, y se puede usar solamente bajo licencia.

Traducido por Belmonte Traductores Diseño de portada e interior por Adrián Romano

ISBN: 978-1-64691-277-3

Categoría: Vida cristiana / Teología histórica

Este documento digital ha sido elaborado por Nord Compo.

A Roseanne

CONTENIDO

Portada
Copyright
Dedicatoria
Reconocimientos
Prefacio
Introducción
Capítulo 1 - De la iglesia emergente
Capítulo 2 - De las sombras
Capítulo 3 - Del espíritu y la mente
Capítulo 4 - De la periferia de la iglesia
Capítulo 5 - De los obispos
Capítulo 6 - De la herejía y la superstición
Capítulo 7 - De Roma
Capítulo 8 - De Cartago
Capítulo 9 - Del oriente de Grecia
Conclusión
Notas
Índice

Reconocimientos

Quisiera reconocer con gratitud el permiso otorgado para republicar un material que originalmente apareció en diferentes formas. Lo concedió la Scottish Academic Press Limited para la sección sobre Novatian que fue publicada como «Novatian’s De Trinitate, 29: Evidence of the Charismatic?» en The Scottish Journal of Theology (1977), pp. 313-18 y por Église et Théologie para la sección sobre Origen que aparecía en ese periódico como «Origen and the Gifts of the Spirit» (Origen y dones del Espíritu), Église et Théologie, p. 13 (1982), 111-116.

Prefacio

La motivación inicial para realizar este estudio surgió de mi propia experiencia con el Espíritu Santo. Tras haber tenido curiosidad por aspectos más expresivos de la espiritualidad de las primeras comunidades cristianas, descubrí con rapidez que era un tema que no había atraído mucha atención de los historiadores. Eso fue a finales de la década de los sesenta, justo cuando estaba dando sus primeros pasos lo que llamamos el «avivamiento carismático». Me agradaba ser capaz de desarrollar el asunto en mi disertación doctoral en la universidad de St. Andrews (Escocia). El trabajo resultó ser novedoso, pero me beneficié de la supervisión de un excelente grupo de eruditos de esa generación. El profesor J. H. Baxter fue mi supervisor al principio, y después el profesor R. McL. Wilson le sucedió cuando se retiró. El profesor Matthew Black y el profesor Ernest Best también trabajaron en mi comité de doctorado. Estoy en deuda con todos ellos, pero especialmente con el profesor Wilson. Este libro es una nueva redacción y una condensación de las tesis que entregué en 1972.

Han aparecido gran cantidad de trabajos excelentes desde que terminé este estudio. La estimulación del avivamiento carismático y la aparición de un grupo creciente de eruditos estupendos dentro del pentecostalismo clásico tiene mucho que ver con ello. Nombres como James D. G. Dunn, Gordon Fee, Norbert Baumert, Kilian McDonnell, William Tabbernee, Andrew Daunton-Fear y Simon Chand destacan entre muchos otros como personas que han realizado una gran contribución a nuestro entendimiento de las dimensiones espirituales de las vidas de los primeros cristianos. Dada la naturaleza de este proyecto, no podré interactuar con ellos, pero sus obras deberían ser leídas.

Estoy agradecido de que Hendrickson propusiera una reimpresión del libro. Continuas demandas del mismo indican que este libro aún tiene un papel que desempeñar.

Originalmente dediqué el libro a Roseanne, mi esposa, quien después obtuvo una licenciatura propia. En medio de sus responsabilidades locales, regionales y nacionales, continúa consolándome e inspirándome y mostrando un gran interés en mi trabajo. Me siento enormemente bendecido.

Hefenfelth

Eastertide, 2014

Introducción

Los cristianos del primer siglo eran un grupo de personas dinámico. Estaban radicalmente entregados a Cristo, y predicaban las Buenas Nuevas de su vida, muerte y resurrección con un celo tremendo. Su vitalidad era destacable. Cuando leemos el Nuevo Testamento, vemos milagros, actos de pura valentía, y un evangelismo explosivo.

¿Cómo explicamos todo eso? ¿De dónde recibían su empuje y motivación? Una indagación más detallada nos da una gran parte de las respuestas a estas preguntas: eran personas del Espíritu. Indudablemente, estaban absortos con Cristo, pero también muy despiertos a la presencia del Espíritu Santo.

A menudo veían que esa Presencia se mostraba de formas drásticas e inusuales. Juan dice que fue llevado «en el Espíritu» (Apocalipsis 21:10). Pablo pronuncia juicio sobre un oponente del evangelio a través del Espíritu (Hechos 13:10 y 11), y los creyentes hablaron en lenguas al ser llenos del Espíritu (Hechos 2:4). El Espíritu Santo estaba entre ellos, guiándolos a hacer algunas cosas muy sorprendentes. También estaba activo calladamente y ayudando discretamente a los cristianos hacia la madurez espiritual,1 pero se mostraba con actos poderosos una y otra vez. El cristianismo del Nuevo Testamento era carismático. Ocasiones en las que el Espíritu Santo irrumpía sobre ellos con gran fuerza era algo común para estos cristianos.

Hay muchas observaciones que apoyan esta idea. Para empezar, los registros muestran que los cristianos prácticamente en cada gran centro del Nuevo Testamento sabían algo sobre el poderoso mover del Espíritu. Esto incluye Jerusalén, Cesarea, probablemente Samaria, Antioquía, Éfeso, Colosas, Tesalónica, Corinto, Roma, y las comunidades a las que fue escrito el libro de Hebreos. Nosotros sabemos que en algunos de estos lugares la adoración estaba muy viva en el Espíritu, si 1 Corintios 14:26-33 y Colosenses 3:16 son algún indicador de lo que sucedía.

No tenemos tanta información como nos gustaría sobre ciudades como Atenas, Listra y Derbe, por elegir varias al azar, pero tal vez el tipo de personas que les llevaron el evangelio deberían decirnos algo. Pablo, Bernabé y Silas eran bien conocidos como profetas entre sus hermanos,2 un nombre que sin duda obtuvieron hablando en obediencia al impulso del Espíritu. No es probable que este aspecto de sus ministerios cambiara de modo importante cuando llegaron al mundo griego. Intentaban llevar a estos nuevos conversos a la plenitud del cristianismo, y el Espíritu Santo era una parte muy importante de ello.

La pregunta que quiero plantear es la siguiente: ¿qué ocurrió después de este primer periodo de la vida de la iglesia? En particular, quiero centrarme en el intervalo entre finales del primer siglo y alrededor del año 320 d. C. Tracé la línea aquí porque el Concilio de Nicea se celebró en el año 325, y sirve como una especie de punto de inflexión en la historia de la Iglesia. Allí se dieron pasos a conciencia para fijar las cosas en la iglesia, en términos tanto doctrinales como prácticos. ¿Siguieron los cristianos palpitando con la vida del Espíritu durante este periodo?

Creo que la respuesta la podemos encontrar enfocándonos en los «dones del Espíritu», el charismata, como se dice en griego. Este fenómeno era reconocible entre los contemporáneos de Pedro y Pablo. Tal vez ellos estarán también en el periodo del tiempo posterior. Pero, en primer lugar, ¿qué es un «don espiritual»? Será mejor que sepamos lo que estamos buscando antes de intentar encontrarlo.

Para encontrar la definición buscada, hagamos una pausa en el pasaje del Nuevo Testamento más importante en relación con estos asuntos: 1 Corintios 12—14. Intentaremos desarrollar una definición en base a lo que se nos dice en ese pasaje y en otros lugares en las Escrituras.

Fundamental para poder entender lo que es un «don espiritual» es la idea de que es una habilidad que Dios le da a alguien. Él es la fuente y el origen. No está a disposición del hombre, sino más bien entra en juego cuando Dios lo decide.3

En segundo lugar, observamos que los dones espirituales parecen estar confeccionados para situaciones particulares. El principal hilo de la enseñanza de Pablo sobre este punto es su insistencia en que los dones son para edificar a los cristianos entre los que aparecen. Realmente solo encuentran su sentido cuando llevan a cabo esta función dentro de la iglesia. Primeramente, tienen que ver con situaciones existentes en el momento en que aparecen, expresando la voluntad de Dios o mostrando su poder en esas situaciones. Tal vez sería útil una ilustración. Veamos el don de profecía.

Cuando consideramos lo que se dice sobre este don en 1 Corintios 12—14, podemos hacer algunas observaciones específicas. Primero, es un discurso en la lengua vernácula. Se puede entender de manera local sin traducción o interpretación. Esto mismo ocurre con otro don: la interpretación de lenguas. Segundo, obtiene su inspiración de Dios. Tercero, se dirige a personas que están presentes, siendo relevante para lo que están experimentando. Estas dos últimas características de la profecía parecen ser la norma para cualquier don espiritual, como la palabra de conocimiento, dar donativos, sanidad, o cualquier otro. Todos vienen de Dios, y se relacionan con la situación existente en cada momento.

Sin embargo, no debemos ser aquí demasiado rígidos. Cuando leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles, vemos algunas cosas que se alejan un tanto de lo que he sugerido como la norma. Por ejemplo, la profecía como se menciona en 1 Corintios 12—14 no parece ser predictiva, y sin embargo, en Hechos 11:28 el profeta Agabo hizo comentarios acerca del futuro, lo cual aparentemente se cumplió. Además, la información que uno recibe mediante los dones de palabra de sabiduría y palabra de conocimiento mencionados en 1 Corintios parece estar implantada en la mente de alguien directamente mediante el Espíritu, pero en Hechos 10:9-29 vemos a Pedro aprendiendo algo mediante una visión. Creo que lo que he sugerido como norma sigue siendo válido, pero es obvio que debemos mantenernos flexibles en estas cosas.

Por lo tanto, ¿qué estamos buscando cuando estudiamos los dones espirituales? Buscamos las cosas que vemos hacer al Espíritu en el Nuevo Testamento. Deberíamos notar de paso que las listas de los dones espirituales que se nos dan en 1 Corintios 12:8-10 y Romanos 12:6-8 probablemente no deberían considerarse como definitivas. Cuando las comparamos entre sí y con el material que hallamos en Hechos y en Hebreos, descubrimos demasiada imprecisión y fluidez de pensamiento que permite eso. Incluso si fueran exhaustivas, tendríamos que reconocer que algunos de los dones destacarán de modo más claro que otros; las lenguas, por ejemplo, más claramente que ayudar. Intentaremos verlos todos, pero es probable que encontremos los espectaculares más frecuentemente que los menos espectaculares.

En este estudio nos dirigiremos a todo el cuerpo de literatura cristiana producido entre los años 90 y 320 d. C. Por un lado, veremos reportes de la presencia de dones espirituales. En estas ocasiones tendremos que sopesar el valor histórico de lo que se dice antes de poder admitirlos como evidencia. Por otro lado, encontraremos personas hablando sobre sus experiencias espirituales en términos que nos recordarán los dones del Espíritu, aunque ese fenómeno no se mencione de manera explícita. Estos pasajes tendremos que interpretarlos con cuidado para determinar cuán cerca está lo que se dice del cuadro que nos da el Nuevo Testamento de los dones espirituales. Cuanto más cercana sea la similitud, mejor podremos asumir la presencia de dones espirituales. Esto ilustra nuestro interés fundamental, que es descubrir cómo experiencias particulares del Nuevo Testamento continuaron en el siguiente periodo.

También deberíamos mencionar que tendremos que tener cuidado al manejar lo que parece ser evidencia de la presencia de dones espirituales. La calidad de este material es muy desigual. Algunas partes son muy buenas, pero por otro lado, algunas son bastante débiles. Tendremos esto en mente según avancemos.

Sugiero que lo que emerge de un estudio de las fuentes es el cuadro de una iglesia que es fuertemente carismática hasta el año 200 d. C. A mitad del siglo siguiente a esta fecha, la importancia de los dones espirituales en la vida de las comunidades cristianas parece ir en declive de modo importante, y las actitudes con respecto a ellos cambian. A partir del año 260 d. C. no hay más evidencia de la experiencia carismática, al menos hasta el 320 d. C., que el punto final de este estudio.4 Repasaremos la evidencia cronológicamente, para mantener con ello el argumento básico del estudio.

CAPÍTULO 1De la iglesia emergente

¿Alguna vez ha plantado usted hierba o algún arbusto? Yo tuve mi primera experiencia con la «agricultura» después de mudarnos a una casa nueva hace algunos años atrás. Nuestro jardín era como el de todas las demás casas: un barrizal, y necesitaba césped. Decidí arreglar la situación sembrando yo mismo semillas de césped, mientras que algunos de nuestros vecinos optaron por una solución más rápida: trasplantar el césped ya crecido. Sembrar las semillas fue el comienzo de unos cuantos días de ansiedad para mí. El césped recién puesto en los terrenos de las casas de enfrente enseguida se puso verde y frondoso. El nuestro seguía de color marrón oscuro. Mi mente empezó a llenarse de preguntas: «¿Estará demasiado mojado? ¿Estará demasiado seco? ¿Germinará alguna vez?» La preocupación, la ansiedad y el suspense aumentaron hasta que finalmente empezó a aparecer el pasto.

Tuve básicamente los mismos sentimientos cuando meditaba en las fuentes de la historia de la Iglesia en el periodo previo al año 150 d. C.

En la actualidad, la Iglesia se parece a un poderoso coloso en la sociedad occidental. Manifiesta su presencia mediante sus catedrales y capillas, sus editoriales, sus seminarios teológicos e institutos bíblicos, sus esfuerzos misioneros por todo el planeta, y sus grandes espectáculos televisivos. Tal vez, una gran parte de la sociedad puede que rechace el mensaje y los principios del cristianismo, pero no puede rechazar «la Presencia». Sencillamente está ahí. Sin embargo, las cosas no siempre fueron así.

Desde donde vemos la historia, sabemos que el cristianismo «arraigó», y desde la perspectiva de Dios, que siempre fue algo seguro; pero, en el primer siglo, ese resultado no era de ningún modo obvio o cierto para el observador informal promedio. Intentemos mirar la historia del primer siglo de la vida de la iglesia con el mismo encuadre mental que utilizamos al leer una novela de misterio después de habernos saltado hasta el último capítulo y descubrir «quién lo hizo».

Con lo que parece una lentitud agónica, la iglesia se esforzó por alcanzar estabilidad y permanencia, aunque las personas que estaban ocupando los roles no se dieron cuenta de que eso era lo que estaban haciendo. Sus mañanas eran tan inciertos y confusos como los nuestros. Con el paso de las décadas, el Nuevo Testamento fue reconocido por lo que era. Las Escrituras y la organización evolucionaron; los cristianos comenzaron a pensar con diligencia acerca de lo que creían; y, mientras tanto, el evangelismo seguía añadiendo personas a la iglesia. Las comunidades cristianas debieron haber vivido en una especie de tensión continua al enfrentar cada día la necesidad de reaccionar y después integrar a un flujo constante de nuevas personas, nuevas ideas, nuevos libros sagrados, y nuevas formas de adoración. El suspense me atrapa cuando esbozo lo que sé que ocurrió y veo el desarrollo de la iglesia. Este suspense se resalta por la escasez de información que tenemos sobre este periodo. A menudo solo podemos andar a tientas en la oscuridad con la esperanza de tocar algo sólido.

Nos dirigimos así a la primera parte de este periodo dramático en busca de luz con respecto a los dones espirituales, y lo vemos brillar desde un documento y un hombre.

La Didajé

En 1873 la biblioteca del monasterio de Jerusalén en Constantinopla cedió un tesoro que nadie sabía que contenía: las enseñanzas de los doce apóstoles, o la Didajé. Desde su publicación diez años después a mano de Philotheus Bryennius, su descubridor, ha sido objeto de incontables investigaciones de intelectuales. Las personas se han enfocado en preguntas como el estrato del material que contiene y las revisiones que ha sufrido, el lugar donde se escribió y la fecha en la que apareció. Aunque ha habido poca unidad de ideas entre los eruditos, creo que se han alcanzado algunas conclusiones bastante concretas. Probablemente, deberíamos asumir que la Didajé se escribió en Siria, lo cual nos lleva al calor y el polvo del Medio Oriente.1 En términos de datación, probablemente no nos desviaremos mucho si lo situamos en la segunda mitad del primer siglo.2 Por supuesto, esto hace que sea un documento bastante significativo, porque asume así el estatus de un testigo independiente de lo que era la iglesia, al menos en algunos lugares, durante el tiempo en el que aún se estaba escribiendo el Nuevo Testamento.

Es interesante especular sobre cuánto se extendieron las condiciones que refleja la Didajé. ¿Quién recibió el consejo que da? ¿Hasta dónde llegó su influencia? Sabemos que era importante en el Oriente Próximo, especialmente en Egipto en el siglo IV, pero ¿podemos suponer que las circunstancias que trata existían en aquel lugar lejano cuando apareció por primera vez? Probablemente no haya modo de poder responder a esta pregunta, pero hay un indicio que podría sugerir que era relevante para un segmento más o menos grande de la iglesia palestina.

En gran medida, la Didajé se enfoca en asuntos relacionados con una clase de ministros itinerantes. En el transcurso de la discusión, aprendemos que se esperaba que esas personas siguieran moviéndose. Si estaba ocurriendo todo esto en un área relativamente pequeña, las personas que viajaban de un lugar a otro habrían sido bastante conocidas enseguida, y las sugerencias que ofrece la Didajé para gobernarlos y probarlos habrían sido superfluas. Por lo tanto, probablemente deberíamos llegar a la conclusión de que la Didajé hablaba a personas en un área geográfica bastante grande.

La importancia que tiene la Didajé para este estudio reside en lo que tiene que decir con respecto a las personas que ministraban a las comunidades a las que se escribió. La iglesia del Nuevo Testamento en Antioquía estaba marcada por los dones del Espíritu. Tanto en Hechos 13:1-2 como en Hechos 15:32 descubrimos que los profetas estaban activos en la capital de Siria, y la impresión que obtenemos de la Didajé sugiere que las cosas no habían cambiado mucho con respecto a eso. Hay dos rasgos de las comunidades cristianas de las que surgió la Didajé que son especialmente interesantes para nosotros.

En primer lugar, nos enfocamos en la actitud que muestra la Didajé hacia el profeta, y notamos que hay un tipo implícito de ambivalencia: le gusta y no le gusta. Encontramos una visión positiva de la profecía en instrucciones que siguen a las oraciones que se indican para el uso durante la celebración de la Cena del Señor. Didajé 10:7 dice: «A los profetas, dejadlos dar gracias cuanto quieran».3 El autor, obviamente, pensaba que cualquier mensaje profético que se diera sería beneficioso para los cristianos que lo oyeran. En base a esto, los profetas no tenían que tener restricciones en el momento en que daban gracias.

Esta actitud se revela de nuevo un poco más adelante en la Didajé. Leemos: «Ni tampoco probéis ni juzguéis a ningún profeta que esté hablando en el Espíritu. Porque cualquier pecado será perdonado, pero este no».4 Cuando un profeta hablaba como profeta, no se podía criticar su mensaje. Esta exhortación refleja la estima en la que se tenía el mensaje profético.

Al mismo tiempo, el autor de la Didajé y las comunidades a las que escribió no eran ingenuos. Habían aprendido que no todo el que decía que era profeta realmente lo era; y parece que, cuando se escribió la Didajé, había un gran número de hombres, tanto dentro como fuera de la iglesia, que afirmaban tener este estatus.5 Apareció la sospecha de los profetas (y de ministros itinerantes en general), y sale a la superficie en Didajé 11:8: «No todo el que habla en espíritu es profeta».6 Esta preocupación llevó a quien escribió la Didajé a establecer pruebas mediante las cuales poder separar a los falsos profetas de los verdaderos.

La primera prueba mencionada tiene que ver con lo que enseña el profeta. Didajé 11:1 y 2 dice que el contenido del mensaje de un hombre debe ajustarse a la instrucción dada en la parte previa de la Didajé. Si lo hacía, la comunidad podía darle la bienvenida. Esta prueba parece aplicarse tanto a los profetas como a otros ministros itinerantes.

La segunda prueba está dirigida específicamente a los profetas, y su naturaleza es moral. En Didajé 11:8-127 el autor dice que al verdadero profeta se le puede distinguir del falso observando el estilo de vida del hombre. Si muestra «el modo de vida del Señor», se le puede recibir como un verdadero profeta. Desarrollando el tema dice que, al hablar en el Espíritu, un profeta no debe pedir que le preparen una comida y después comérsela. Debe hacer lo que enseña, y no debe pedir dinero o cosas similares a menos que sea para otra persona. Una vez que el profeta haya pasado estas pruebas y sea aprobado, no se debe juzgar su ministerio.

También hay regulaciones que dictan la longitud de la estadía de los ministros itinerantes que llegaban para visitar las comunidades. Didajé 11:4 y 5 dice que, como máximo, debe quedarse dos días. Esto parece estar dirigido específicamente a los «apóstoles», es decir, ministros itinerantes, porque Didajé 13:1 dice que, si un profeta desea asentarse en una comunidad, es digno de su sustento.

De todo esto, es obvio que la iglesia siria estaba desarrollando maneras de protegerse de los falsos profetas.

Los pasajes que hemos visto de la Didajé ilustran el dilema que tenían el autor y sus contemporáneos. Querían mensajes proféticos en sus iglesias, porque pensaban que eran beneficiosos para ellos; sin embargo, también eran conscientes del peligro de que se infiltraran falsos profetas.

El segundo elemento de la Didajé que nos interesa aquí tiene que ver con la relación entre los ministros itinerantes y los locales. Al hablar de la cuestión de los que tenían el oficio y «los antiguos hombres libres del Espíritu» en la iglesia del segundo siglo en general, Hans von Campenhausen dice que allí había ambos, y después sigue diciendo:

La coexistencia de estos distintos tipos de autoridad no se percibía como un problema. Empezar en cada caso desde una supuesta oposición entre dos grupos separados, el oficial y el carismático, es un malentendido moderno muy típico. No solo los oficiales tienen el Espíritu, sino que los espirituales, por su parte, hasta el punto en que pertenecen legítimamente a la iglesia, derivan el poder de su enseñanza de la verdad apostólica tradicional.8

Von Campenhausen hace hincapié en que los carismáticos y los oficiales podían y debían trabajar codo con codo y, de hecho así lo hacían.9 La Didajé, aunque viene de un periodo anterior, ilustra precisamente el punto que está exponiendo von Campenhausen.

Elegíos obispos y diáconos dignos del Señor, hombres mansos, no amantes del dinero, sinceros y probados; porque también ellos os sirven a vosotros en el ministerio de los profetas y maestros. No los despreciéis, ya que tienen entre vosotros el mismo honor que los profetas y maestros.10

Lo primero que capta nuestra atención en este pasaje de la Didajé es el hecho de que obispos y diáconos, los oficiales elegidos, aparentemente hacían las mismas cosas que los carismáticos itinerantes. Estaban «realizando el servicio de profetas y maestros». Es un poco difícil decidir exactamente en qué consistía ese servicio.

Al principio parece que Didajé 10:7 podría aportarnos una pista, porque parece asociar a los profetas con la Cena del Señor. Quizá dirigían esta ceremonia. Sin embargo, realmente no podemos afirmarlo, porque la Didajé