Dostoievski en las mazmorras del espíritu - Nicolás Caparrós - E-Book

Dostoievski en las mazmorras del espíritu E-Book

Nicolás Caparrós

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El genio de Dostoievski se revela en la creación de una serie de personajes, por momentos irreales y desmesurados, pero casi siempre contradictorios en su miserable grandeza, que reflejan los conflictos sociales del momento junto con la afanosa búsqueda de un mundo interior. El lector se ve invadido de tal manera por su proximidad que le resulta imposible tomar distancia, en un encuentro dialéctico que no deja reposo para la reflexión. Esta obra se propone revisitar una por una las obras de Dostoievski con esa necesaria reflexión y con la imprescindible distancia crítica, para comprender los personajes, su psicología y su relación con la historia rusa.

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DOSTOIEVSKI

EN LAS MAZMORRAS DEL ESPÍRITU

NICOLÁS CAPARRÓS

DOSTOIEVSKI

EN LAS MAZMORRAS DEL ESPÍRITU

 

BIBLIOTECA NUEVA

 

Cubierta: Malpaso Holdings, S. L.

 

© Nicolás Caparrós Sánchez

© Biblioteca Nueva, S.L., Madrid

© Malpaso Holdings, S.L., 2021

    c/ Diputació, 327, principal 1.ª

    08009 Barcelona

    www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-18546-19-8

Queda prohIbída, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

ÍNDICE

PRÓLOGO

CAPÍTULO I

LA AGONÍA DE LOS ABSOLUTOS

Logos frente a Hybris

Nihilismo

El nihilismo filosófico

El miedo como origen de las religiones

El nihilismo en acción: la versión eslava

Los socialismos

Bakunin y el anarquismo ruso

Conclusiones provisionales del siglo que termina

La política en la vida de Dostoievski

El decembrismo. La revolución occidentalista fracasada

Crimea. El anuncio del fin del zarismo

La abolición de la servidumbre

CAPÍTULO II

LA EMOCIÓN, EL PENSAMIENTO Y, POR FIN, LA PALABRA

Las letras: odas, elegías y poemas épicos

El relato corto, la novela extensa y, siempre, el poema

Pushkin, el poeta eterno, el autor supremo

CAPÍTULO III

EL SIGLO LITERARIO DE FIÓDOR MIJÁILOVICH DOSTOIEVSKI

Nikolái Vasílievich Gógol (1809-1852)

El cosaco transterrado

Mihaíl Yuriévich Lérmontov (1814-1841)

El poeta que soñaba su propia muerte

Iván Alekxándrovich Gonchárov (1812-1891)

El amable escritor que atisbó el nihilismo

Iván Serguéievich Turguéniev (1818-1883)

El alma rusa revolotea, sin posarse, por Europa

Nikolái Alexéievich Nekrásov (1821-1878).

El sufrimiento interminable

Fiódor Mijáilovich Dostoiévki (1821-1881)

De las profundidades infernales al éxtasis que desafía el tiempo

Lev Nikoláievich Tolstói (1828-1910)

Extenso como la estepa que acogió su cuerpo

Nikolái Semiónovich Léskov (1831-1895)

El «varón justo» de existencia solitaria

CAPÍTULO IV

UN PRECURSOR DE LA PSICOLOGÍA PROFUNDA

Los críticos, la crítica

Su obra y los innumerables relatos

CAPÍTULO V

LA RELIGIÓN EN DOSTOIEVSKI: CREER, CAVILAR, AMAR

La importancia de lo religioso en su vida y en su obra

La iglesia ortodoxa

Creo… creeré

Las creencias

La libertad

La culpa

Dios, el Bien, el Mal y otras cuestiones

El catolicismo y sus desviaciones

El diablo, el ente que dispersa

Amar, amar-se, el amor

CAPÍTULO VI

MEMORIAS DEL SUBSUELO (1864)

Presentación del hombre del subsuelo. Un nuevo homo absconditus

Chernishevski: ¿Qué hacer? O el idílico anuncio del hombre nuevo

El argumento

El romanticismo

Una lejana huella del romanticismo: el drama en Dostoievski

Las siniestras catacumbas de la mente

Memorias del subsuelo, segunda parte. La destrucción del amor

CAPÍTULO VII

CRIMEN Y CASTIGO (1866)

El estallido literario

Una época tormentosa, el sueño de una imposible libertad

La escritura apresurada

La obra y sus personajes

CAPÍTULO VIII

DEMONIOS (1873)

Un siniestro anuncio

El preludio imposible de una nueva Rusia

La novela y el confuso panorama que allí se encuentra

Los antecedentes

El incesante goteo de personajes

Apéndice con Tijon. La confesión de Stavroguin

CAPÍTULO IX

LOS HERMANOS KARAMÁZOV: PARRICIDIO Y NIHILISMO

La luminaria se extingue. El tránsito hacia la inmortalidad

El drama como leitmotiv. La sinfonía comienza

El Gran Inquisidor, un decisivo interludio

Los personajes

Fiódor Pávlovich. El patético y lujurioso bufón

Dimitri, el sensual que se apiada de Dios

Iván, el intelectual atormentado por el mundo de Dios

Aliosha, donde la tempestad se aquieta

Zósima, un hombre para la eternidad

Smerdiákov, el remedo del nihilista

Grúshenka, la inocente que aprendió a sobrevivir

Katia Ivánova, donde la soberbia aumenta y la autoestima disminuye

Los hermanos Karamázov: Parricidio y nihilismo

CAPÍTULO X

A MANERA DE CONCLUSIÓN: DOSTOIEVSKI, NIETZSCHE, FREUD

Más allá del tiempo

Física, Metafísica, religión y el hombre mismo

El Dios de Dostoievski

Nietzsche, el filósofo que ignoraba a las masas

Freud y los subrogados de Dios

Es preciso concluir

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Conozco solamente a un psicólogo que haya vivido en el mundo en el que el cristianismo es posible, en el que en todo momento puede surgir un Cristo... Y ese es Dostoievski.

NIETZSCHE

I

Dostoievski fue un escritor extraordinario, pero con esa afirmación su humanidad se escapa. El genio es inefable, habita más allá del análisis; se contempla, se admira, se le venera, está. Transciende la razón. No pertenece a la horda humana que busca el consenso. La supervivencia está ahí, pero ¿quién se acuerda de la supervivencia en el espacio multidimensional de la emoción?

Se llamaba Fiódor Mijáilovich Dostoievski. Hijo segundo de un padre insuficiente y de una madre devota y entregada. Dubitativo como su patria, inmenso como la estepa y tortuoso y oscuro como la kátorga.

Dostoievski exhibe sin pudor su inconsciente a la vista de todos, siempre por mediación de la escritura. Aparece brutal y primario a través de Smerdiákov, encarna el abismo de la identidad que desaparece, que se disuelve, con el funcionario Goliadkin; es un ser-para-el suicidio con Kiríllov, el mundo y sus miserias se desvanece con Aléksei en su interminable diálogo con la ruleta. Es Mishkin, angélico e inhumano, ser que transcurre en un mundo cotidiano sin apenas rozarlo, protegido por el mal sagrado que llamamos epilepsia. Es también Raskólnikov el nihilista que dialoga con el evangelio. Se revela en la pulsión oculta y sublimada de Aliosha. «Todo está permitido», tanto más cuanto su libre pensamiento se angosta en la prosa de sus emociones; es el universo tortuoso de Iván Karamázov.

La virtud oculta bajo la quebradiza lámina de la prostitución en Sonia Marmeládova, que se mantiene pura en medio del fangal de la miseria. ¿Qué decir de Liza?, que se propone amar al hombre del subsuelo. ¿Acaso Grúshenka es la hembra primordial? ¿Qué expresar de Katia, la mujer contenida y orgullosa que se ve rebasada por situaciones que no comprende, pero que ha de respetar? La excéntrica Natasha de El idiota, la amazona Liza, que pereció entre las llamas menos ardientes que la ardentía de Demonios. Una mención también para La mansa.

A modo de contrapunto: ese volcán viviente llamado Fiódor Pávlovich Karamázov, que oculta cualquier atisbo de bondad en la turbamulta de sus pasiones; irreal encarnación del maligno, doble minucioso del transcendente stárets Zósima, el hombre bueno al que el pueblo designa por su propio impulso. El nihilista Stavroguin, el hombre que nació para ser ahorcado y que se ahorca a sí mismo…

Fiódor inviste al ser imposible conocido como el hombre del subsuelo: «soy un hombre enfermo, soy un hombre rabioso». ¿Cómo olvidar a ese perpetuo denunciador de sí mismo que se desangra por su herida narcisista?

De los abismos de lo inconsciente a los instantes románticos de Cinco noches blancas, cuando el narrador —el omnipresente narrador— y Nástenka alimentan un fugaz encuentro donde la ilusión perece y el ensueño cumplido de la joven aniquila el romanticismo.

En las antípodas fermenta la cuestión del nihilismo. En realidad, el nihilismo es un tránsito efímero y vertiginoso donde un vacío imposible, la nada pensable que es por naturaleza inhóspita, ha de dar paso a la destrucción. Dostoievski se abisma con el hombre del subsuelo en la pesadilla que supone esta doctrina, una y otra vez poblada de incontables y aterradores fantasmas; más tarde contempla el mismo paisaje desde la atalaya social que nos trasmiten Raskólnikov, Stavroguin y Kiríllov, alienta la relación entre el nihilismo y el crimen, como consecuencia lógica si nos detenemos a pensar que en la concepción nihilista el otro no existe y el mundo circundante se desvanece.

El designio momentáneo que lleva al crimen presta sentido a la desolación nihilista. Nadie mejor representa el estático narcisismo que el Bazárov de Turguéniev, que concentra su interés en el mundo en las ranas. Ranas-ciencia, rescoldos inhumanos donde todo esta permitido, conocer, saber, atesorar, matar cientos de ranas como hará el Lopújov de Chenishevski. Ancestro cierto de ese «prohIbído prohibir» de Mayo del 68. ¿Qué son los crímenes sino la suprema expresión de la indiferencia oculta tras un tenue velo llamado odio? Stavroguin, y su «deber ideológico», Roghozhin, asesino de Natasha; Raskólnikov, que da muerte a la usurera y también Smerdiákov, el compulsivo instrumento de la pulsión homicida de los Karamázov. Muerte, ¿de qué, de quién?

¿Acaso este rimero de pensamientos y emociones caben en el insuficiente calificativo de genio o de artista del gran escritor?

II

Mi alma es inaccesible al impetuoso entusiasmo de antaño, está en calma, como lo está el corazón de un hombre que esconde un secreto profundo; para estudiar lo que «significa la vida y el hombre». Me siento triunfante, los personajes que puedo estudiar en los escritores con quienes lo mejor de mi vida fluyen libre y gozosamente. Me siento seguro. El hombre es un misterio, que debe esclarecerse y si lo intentamos con insistencia durante toda la vida, no podrá decirse que perdemos el tiempo. Estudio este misterio porque deseo ser un hombre.

DOSTOIEVSKI

La carta que escribe a su hermano Mihaíl el 16 de agosto de 1839, es impropia de un estudiante de la Academia de Ingenieros que por entonces cumplía 18 años. Su inclinación se abría paso con cautela ante la imposición paterna, que le impulsaba a cursar esos estudios conforme a las exigencias de la época. Las armas parecían ser el refugio de la cultura y la única ventana hacia el progreso social.

Dostoievski triunfa de las dificultades y será un escritor que hará crecer su proyecto en el fértil campo de la novela donde, con sus laberínticos vericuetos y acontecimientos inesperados, terminará por abrirse paso. El literato alberga al psicólogo y con el discurrir apresurado que imprime a sus personajes se permite remansos de reflexión que sustentan al filósofo y cimas metafísicas que alcanzan al eterno sentimiento religioso. Y en medio de todo, la constante insistencia del alma rusa, que oscila entre la resignada aceptación de la miseria con sus pequeñas dichas y acontecimientos que escapan a la atención de los señores, como lo atestigua el mínimo Vasia de Un corazón débil.

La penosa penumbra del alma rusa se concentra en la palabra nítchevo, introducción a una nada de la que resulta inconcebible escapar; también en la conciencia delirante y voluptuosa del hombre del subsuelo, que fía su salvación en zambullirse en los abismos del no ser abrumado por el peso de la culpa.

El alma rusa y su deleitosa y doliente contemplación, es una constante en su obra. Con el nihilismo, producto espurio del romanticismo, el espíritu asume un talante demoniaco y enajenado. Dostoievski penetra con decisión en este espacio, tras abandonar la utopía de un mundo mejor que nos acogerá en el trance místico de la idea abstracta que adopta la apariencia de una alucinación. Adiós al círculo Petrashevski y a sus ensueños furieristas.

Al mismo tiempo, se mueve entre la omnipotente y desdeñosa aristocracia rusa, la clase con recursos que recorre, entre asombrada y reticente, Europa, partiendo de los humedales petersburgueses o desde la adormecida ciudadela del Kremlin moscovita hacia la Alemania de Goethe y Schiller o la Francia donde aun brilla el rescoldo abrasador de Napoleón. Es el caso de Pólina, la rica y vaporosa damisela de El jugador, que revolotea aquí y allá rozando la existencia en abierto contraste con el vacuo, pero seductor, De-Grillet o con el negociante en azúcar Astley, conspicuo representante del mercader inglés. El jugador, rodeado de vertiginosas ruletas, ve con entumecida sensibilidad, como su pasión se angosta siguiendo con mirada ávida los saltitos tornadizos de la bola que se desliza, aleve, sobre los incesantes números.

El alma rusa surge una y otra vez y siempre con más insistencia cuanto más nos acercamos a la entraña hosca y sensible del campesino tal y como aparece en El mujik Marey.

La tarea que Dostoievski presintió a sus dieciocho años se concreta en la creación de una serie de personajes, por momentos irreales y desmesurados, pero casi siempre contradictorios en su miserable grandeza que reflejan los conflictos sociales del momento junto con la afanosa búsqueda del mundo interior. El lector se ve invadido por su proximidad irritante que le depara sensaciones inconexas de las que le resulta imposible tomar distancia. Todo ello en un encuentro dialéctico, como lo describe Nicolái Berdiáiev, que no deja reposo a la reflexión, para el que resulta necesario tomar distancia.

Según este autor, «Dostoievski es el campeón de los Humillados y ofendidos, para otros un genio inmisericorde y aún el profeta de un nuevo cristianismo; el descubridor del hombre del subsuelo, pero también el típico representante de la ortodoxia del oriental, el heraldo de la idea mesiánica rusa».1 En la disparidad de juicios que sobre él se emiten reside su riqueza; cierto es que escapa a la comprensión concreta, al veredicto cierto. Apenas creemos tenerlo huye sin que sepamos hacia dónde.

Freud, en su breve ensayo de 1927, Dostoievski y el parricidio, escribe:

En la rica personalidad de Dostoievski se deberían diferenciar cuatro facetas: el escritor, el neurótico, el hombre poseedor de una ética (Ethiker) y el pecador. ¿Cómo desenvolverse en esta complejidad desconcertante?

Para el lector no existen dudas, su lugar no está lejos de Shakespeare: ambos comparten el sitial privilegiado de la dramática.

Los hermanos Karamázov es la novela más grandiosa jamás escrita; el episodio de El Gran Inquisidor constituye una de las mayores realizaciones de la literatura mundial; nunca se estimará lo bastante esta leyenda que se desliza por sorpresa en el encuentro de los dos hermanos.

Freud se rinde ante el artista y se conforma con analizar al neurótico de una manera que hoy nos resulta discutible por lo inconclusa. Más adelante nos ocuparemos de ello.

La indomeñable fuerza de la vocación literaria de Dostoievski se apoya siempre en un trasfondo agónico. Una enfermedad crónica agotadora, una sucesión de olvidos, de lagunas, de necesidades materiales que se hacen críticas por su pasión por el juego, pero causadas en primer lugar por su propia generosidad,

(Dostoievski, Crime et Châtiment. Pascal, 1958, p. XVI)

Esas son las terribles condiciones en que acomete Crimen y castigo, según la descripción de Pierre Pascal.

Desde el punto de vista de una literatura que se pliega a los criterios clásicos, la novelística dostoievskiana nace desprovista de unidad, mal trabada, extrañamente escrita… Opuesta de manera radical a las exigencias filosóficas de claridad y distinción.

(Michel Eltchaninoff)2

Dostoievski es pobre y a la vez generoso, rasgos compatibles en el jugador para quien el dinero adquiere un valor peculiar: es ante todo lo que permite acceder al juego mismo.

El clasicismo, venerado y denostado a un tiempo, efímero y duradero, lugar de la admiración y del hastío representa un pasado. Lomonósov es el clásico, la piedra miliar en el camino de la literatura rusa que se pierde en las sombras de los orígenes. Dostoievski es un presente extenso que oculta un pasado arcano y que balbucea un futuro que no sabe presentir.

III

Memorias del hombre Dostoievski. Su sola enumeración es casi imposible. La atención que ha suscitado y aún suscita ofrece obras de valor dispar y de interés disperso. Todas, incluso las más insignificantes, encierran algo que resaltar. ¿Cómo no recordar la mínima distancia que separa la felicidad de la tragedia en el funcionario de Un corazón débil? ¿Cómo borrar la memoria del sueño imposible de Bobok, la avaricia del señor Projarchin, la insidiosa paranoia de Goliadkin, o la huella leve de la pequeña Nelly? Su número y diversidad confirman lo que venimos diciendo en este prólogo: Dostoievski es inabarcable como totalidad y al tiempo incontable en el detalle.

Si atendemos a las obras que de él se ocupan y que merecen la calificación de mayores y sin la pretensión de ser exhaustivos, hay que citar el monumental trabajo de Joseph Frank, Dostoievski, en cinco tomos, que pretende ser descriptivo y huir de excesivas valoraciones. Posee el indudable valor de lo enciclopédico y adolece, quizás, de ciertas carencias en la vertiente emocional tan presente en Tres maestros, de Stefan Zweig, la obra más interpretativa que se haya escrito sobre este autor.

El texto Vida y obra de Dostoievski de Konstantin Mochulski posee trazos más vigorosos que la obra de Frank, de carácter más académico. El arte de Dostoievski es expresivo, dirá, opuesto al estilo de Tolstói, Gonchárov o el del mismo Turguéniev. Tema que también aborda George Steiner en Tolstói o Dostoievski, donde enfrenta a dos colosos de la literatura.

«Dostoievski y el parricidio», el apunte de Freud, posee el fundamental valor de ser una confrontación directa entre las teorías psicoanalíticas y el universo interior de Dostoievski. De no haber tenido en aquella época otras inquietudes, Freud habría podido producir una obra más rica que la que al final vio la luz. No obstante, sirve indirectamente como vara de medir el nivel de comprensión de los distintos autores que lo mencionan a la hora de valorar la dinámica profunda del mundo de Dostoievski. En este sentido, Frank se muestra remiso mientras que Mochulski y Steiner son más proclives a penetrar en las hipótesis freudianas. La epilepsia, la hístero-epilepsia, tema sobre el que incidirá Sutterman en Dostoievsky y Flaubert, está presente en la obra dostoievskiana sobre todo en los personajes de Mishkin y Smerdiákov; las descripciones de éste resultan más deslumbrantes aún bajo los ojos de un médico.

Pierre Pascal el autor de Dostoievski l´homme et l´ouvre; católico y bolchevique al tiempo, asistió en 1917 a una «explosión de libertad»: la marcha hacia el socialismo, que se le antoja la entraña misma del cristianismo evangélico. El 30 de agosto de 1918 participó en la creación del grupo comunista francés. El texto de Pascal representa un encuentro entre ideologías y creencias dispares con la contradictoria personalidad de Dostoievski y su tiempo como un personaje clave para entenderlas.

En el campo de lo religioso, tan importante en su vida y obra, los trabajos muy numerosos y discordantes, siempre están sesgados por la militancia ideológica de sus autores. Desde la obra de N. Berdiáiev: Dostoievski. An Interpretation, que exclama: «Son tan grandes los merecimientos de Dostoievski, que el haberlo creado es una suficiente justificación para la existencia de los rusos en el mundo». Más ponderado resulta L. Pareyson en su libro Dostoievski: filosofía, novela y experiencia religiosa. A su juicio, el pensamiento de Dostoievski merece ser calificado de filosofía de la libertad.

De especial interés resulta el libro de Jaques Catteau, Dostoievski and the process of literary creation; su objetivo fundamental es analizar en detalle la gestación de sus novelaspara escudriñar el meollo de su creación. Pero, al mismo tiempo expone una visión de conjunto sobre las tendencias generales de los estudios sobre el autor y su obra que clasifica en tres grupos. En el primero, el novelista es sobrepasado por el filósofo, el profeta y el vidente: el Bien y el Mal, Dios y Cristo, el socialismo y la revolución, la libertad y la predestinación, etc. A este grupo pertenecen Merezhovski, Berdiáiev y Camus, entre otros. La segunda tendencia abandona el terreno de lo literario para concentrarse en sus paradojas existenciales y en su carácter: epiléptico, en el inválido, en el hombre traumatizado que enfrentó su propia ejecución, el jugador, el periodista, el renegado político, el apóstol del amor que oscila entre lo sacro y lo profano, y el padre devoto.

La tercera corriente busca analizar en profundidad sus obras literarias a las que hay que añadir la correspondencia, notas y borradores de sus novelas: en especial las de Crimen y castigo, El idiota, Demonios y Los hermanos Karamázov.

Catteau supone que la abundancia de los estudios sobre Dostoievski se debe a la originalidad y riqueza del autor, que se presta a las más diversas lecturas y reflexiones. Además, aborda temas que poseen rasgos intemporales vigentes para la mayoría de los lectores de sucesivas generaciones.

Nosotros hemos dedicado, junto a estas inevitables consideraciones, una atención preferente a la situación sociopolítica rusa del siglo XIX, ya que en Occidente tenemos una visión superficial y prejuiciosa de la historia de este periodo, sin cuyo conocimiento Dostoievski resulta un ser exótico, cuando no incomprensible. ¿Qué peso posee el nihilismo ruso en las revoluciones del siglo XIX? ¿Qué decisivos matices ofrece su religión? ¿Cuál es el peso que debemos otorgar el siervo en todo este proceso? En suma, intentamos situar al escritor en el contexto de su tiempo.

Si comparamos, como a menudo sucede, a Shakespeare con Dostoievski, en el caso del primero analizamos sus obras, la estructura que poseen, el mensaje que deslizan. Nada en referencia a su autor. Se dirá, y con razón, que su existencia resulta un misterio. Con Dostoievski las cosas acontecen muy de otro modo: El jugador se mezcla de manera inextricable con su vida; tras Smerdiákov se oculta el deseo de matar al padre, Mishkin encarna sus anhelos religiosos, Stavroguin el vértigo ante una amenazante nada, etc. ¿Será acaso Shakespeare un Hamlet, un Otelo, un Macbeth, un Falstaff o una inextricable mezcla de todos ellos? No lo sabemos. No sucede lo mismo con nuestro hombre.

Su amor por Pólina Suslova se traduce en varios personajes femeninos de sus novelas: la Aglaya de El idiota, Liza de Demonios y Katia de Los hermanos Karamázov.

Leon Chéstov (1937) caracteriza a Dostoievski, junto a Nietzsche y Kierkegaard, como un «talento cruel».

Este autor divide en dos períodos su actividad literaria: el primero comienza con Pobres gentes y termina con Memorias de la casa muerta; el segundo arranca con Memorias del subsuelo y finaliza con el Discurso sobre Pushkin.

Suya es esta luminosa reflexión:

Lo que Kant nos da no es la crítica, sino la apología de la razón pura. Si se ha escrito alguna vez la crítica de la razón pura hay que buscarla en Dostoievski.

G. Lukács (1949) dirá que fue el primero en describir las deformaciones mentales que deparan las necesidades sociales de la vida en una ciudad moderna. Su genio consiste, precisamente, en su capacidad de reconocer y representar la dinámica de una futura evolución social, moral y psicológica desde los gérmenes de algo que estaba apenas comenzando.

Memorias del subsuelo es el testimonio de una de las crisis más atroces que el alma humana es capaz de soportar y de sufrir.

Mihaíl Bajtín (1979), en su obra Problemas de la poética de Dostoievski, se ocupa de la estructura dialógica de sus novelas, donde expone y enfrenta distintas cosmovisiones representadas por medio de sus personajes. Traigamos como ejemplo el diálogo Shátov-Stavroguin de Demonios o el encuentro final entre Iván y Aliosha en Los hermanos Karamázov.

Besançon (1968) entiende así el fundamento de sus cuatro obras principales: Crimen y castigo es psicológica, El idiota es mística, Demonios política y Los hermanos Karamázov ideológica.

Innumerables son los trabajos destinados a estudiar un aspecto concreto de la vida o de la obra de nuestro autor. Destacaremos el de Leónid Grossman sobre «Dostoievski y el judaísmo», donde se analiza su pretendido antisemitismo con toda profundidad. El judío Grossman huye de la fácil caracterización de Dostoievski y se abisma en la compleja estructura de sus creencias religiosas.

Berdiáiev afirmó que era el más grande y en cierto modo el único filósofo ruso.

Su mundo se disuelve en sus ideas políticas, un caos que le rodea y en el que penetra sin miedo en su protesta contra la falsedad y los efectos deletéreos de la naciente sociedad burguesa.

La resistencia que Dostoievski opone a la categorización subraya su papel fundamental en la articulación del giro histórico desde el universo euclídeo a otro que se acomoda no solo a la teoría general de la relatividad, sino también a los dilemas de la mecánica cuántica. Haciendo de él un difícil aliado de cualquier ortodoxia ya fuese ideológica o religiosa.

(Robert Bird, Fyodor Dostoevsky, 2012)

Quizás fuese esto lo que hizo exclamar a Einstein que no había aprendido tanto de nadie como de él.

Dostoievski es un escritor de importancia capital. Supo, durante la crisis de su país y de la totalidad de la raza humana, plantear cuestiones de manera punzante e imaginativa. Creó seres cuyo destino y vida interior, cuyos conflictos y relaciones con otros personajes, cuya atracción hacia los seres humanos y a sus ideas, dieron luz a los problemas de mayor calado de su época, antes y de manera más profunda que otros lo hicieran. Esta anticipación al desarrollo moral y espiritual del mundo civilizado aseguran el poderoso y perdurable efecto de sus trabajos, que se han convertido, con el paso del tiempo en algo cada vez más actual y duradero.

(G. Lukács, Dostoievski, 1949)

Dostoievski se acerca.

 

1.Dostoiévski, an interpretation, N. Berdiáyev, 1934. Semantron press, 2009, p. 14

2.Dostoïevski: roman et philosophie (pp. 21-22). Presses Universitaires de France 2013 (Edición de Kindle).

CAPÍTULO I

LA AGONÍA DE LOS ABSOLUTOS

Quien quiera comprender al poetatendrá que adentrarse primero en sus dominios.

GOETHE

Le dur désir de durer.1

PAUL ÉLUARD

1. LOGOSFRENTE AHYBRIS

El siglo XIX presagió el ocaso de las leyes universales.

Goethe sostuvo que la realidad no se traduce a esquemas lógicos y la filosofía, en pugna con la religión, concluye que el pensamiento disfruta de un poder cuasi infinito cuando se libera de las limitaciones que imponen los absolutos de cualquier especie.

Las leyes de lo singular concreto y las que se interesan por las grandes poblaciones -ya se trate de moléculas o de seres humanos- son de naturaleza diferente. Las primeras abordan procesos reversibles, las segundas son de naturaleza estadística y de carácter irreversible.

Es la revolucionaria época de Darwin.

Estos años marcan el auge de la ciencia experimental, aunque sería mejor decir de la ciencia positivista, una corriente iniciada por el socialista Henri de Saint Simon (L’Industrie, 1816-1818), desarrollada después por el filósofo Auguste Comte (Curso de filosofía positiva, 1830-1842) y por el utilitarista liberal John Stuart-Mill (Un sistema de lógica inductiva y deductiva, 1843).

Comienzos prometedores: Saint Simon atisbó el porvenir de luces y sombras que aguardaba con la industrialización; Comte describió la ciencia de la medida y el experimento y Stuart-Mill se afanó en profundizar en el espíritu pragmático de la naciente burguesía.

Las doctrinas del siglo anterior procuraron las bases de las futuras revoluciones burguesas; la Revolución Francesa de 1789 será la simiente de otras muchas que están por venir. Mientras tanto, las monarquías se resquebrajan o ven limitados sus poderes por las constituciones ante las que ceden resignadas.

Las sublevaciones liberales de 1848 representaron el auge de los nacionalismos y los inicios del movimiento obrero, de carácter local los primeros y de alcance internacional el segundo, en tenso antagonismo. En Francia provocan la abdicación de Luis Felipe I y acaban con la efímera Restauración.

Rusia se despereza del sempiterno sueño en que la sumieron los boyardos.

2. NIHILISMO

El nihilismo: «Ese huésped inquietante».

NIETZSCHE

Los estudiantes y los jóvenes poseen el derecho de unirsepara guiar sus esfuerzos hacia el fin común y lo van a utilizar.

LOUIS BLANQUI

¡Arriba, parias de la patria!

LA INTERNACIONAL

Todo ruso ilustrado de la época ha de vérselas con el nihilismo. Dostoievski no será una excepción. Su ideario encierra una crítica extrema, política y cultural, de los valores imperantes de la sociedad. Turguéniev lo describe así: nihilista es la persona que no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe. Es la suya la visión del escritor occidentalista que hizo popular este nebuloso concepto.

Si bien, el termino está asociado a Turguéniev, en la práctica es Dostoievski quien se sumerge en él. Baste recordar a su novela Demonios.

2.1 El nihilismo filosófico

El ateísmo despedaza el universo enteroen una miríada de yoes aislados.

JEAN PAUL RICHTER

Caute (¡Ten cuidado!)

SPINOZA

El nihilismo es protesta, rebelión contra lo establecido, adopta la forma de corte generacional, de lucha contra la religión, de iconoclastia. Es la agonía de la razón frente al imperio de las creencias, la concreción temporal de muchos interrogantes que han preocupado al hombre desde sus orígenes. Sentir, actuar y el bucle que la evolución quiebra con el tiempo, se modula con los efectos del pensamiento.

El término nihilismo es polisémico y este hecho no siempre se tiene en cuenta.2

El vocablo no pertenece a Turguéniev, se remonta muchos siglos atrás. Agustín de Hipona llama nihilistas a los no creyentes; una versión teológica y militante del concepto.

La constante pregunta acerca de la esencia y la existencia misma de Dios recibe un nuevo impulso con esta corriente.

Desde los albores de la Edad Moderna, en los aledaños de la res extensa, flotaba la cuestión acerca del lugar que ocupa Dios en el universo, en ese espacio vacío donde la materia es una intrusa.

La eterna confrontación entre el Ser y el Devenir se renueva en el curso del tiempo y despierta ahora con interrogantes nuevos. La quietud del Ser de Parménides se agita y resquebraja con el cambiante Proceso de Heráclito. «Lo mismo es pensar y ser», que decía Parménides. Este claro anticipo del «pienso luego existo» cartesiano, convive con esta otra enigmática sentencia: «En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]».

El Ser de Heráclito es fugaz, una chispa de luz que apenas divisada se destruye. Por entre las grietas que ofrecen ambas sentencias se desliza el nihilismo. Pero el tiempo trascurre, Ser y Proceso evolucionan.

El concepto adquiere un sentido positivo o negativo. En el primero, implica la destrucción de todo supuesto; en el segundo, la desintegración de las certezas y evidencias dictadas por el sentido común por parte de la especulación idealista.

La tradicional percepción (Vernehmen) de Dios como absoluto se diluye y deviene en objeto de argumentación.

Alemania se ocupó del nihilismo desde la óptica filosófica a la luz de la confrontación realismo-idealismo, aunque como noción se remonte mucho más atrás. C. F. Köppen dirá al respecto que el sistema de Schelling «no es realismo ni idealismo y por esta razón, es nihilismo»; una definición negativa que rechaza los absolutos, el sentido del hombre y la existencia de Dios. El vacío que resulta será precariamente cubierto por la evanescente idea de libertad, con el inquietante y filoso poder que depara al ser humano. El hombre tendrá control, acaso, sobre la muerte, pero no sobre la vida. Todo ello lo veremos desarrollado por Dostoievski y Nietzsche.

Spinoza, con un punto de partida religioso, sostiene que desde la abstracción no se pueden deducir los objetos singulares; por consiguiente, lo abstracto y universal, lo absoluto, interrumpe el progreso del entendimiento y previene acerca de la naturaleza de la fantasía tachándola de conocimiento confuso, desordenado y parcial. No obstante, es el primer modo de conocer, aunque si nos quedáramos en el orden de lo imaginario, no sabríamos a fondo de ninguna cosa. Tales son los principios esenciales del realismo spinoziano.

El polifacético Johann Paul Richter (1763-1828), más conocido como Jean Paul, llamó nihilistas poéticos a los románticos, animado quizás por sus prototípicos héroes.

En agosto de 1789, pocos días después de la toma de la Bastilla, mientras gran parte de Occidente veía nacer a la burguesía, Jean Paul bosqueja su conocido Discurso de Cristo muerto. El sueño, que forma el meollo de su proclama, anuncia por medio de un espectro el advenimiento del ateísmo. Más tarde, Jean Paul comunica que el espíritu es en realidad Cristo, quien anuncia «desde lo alto del edificio de mundo» que Dios no existe.

Entonces descendió desde lo alto hasta el altar una figura brillante, noble, elevada, y que arrastraba la impronta de un dolor imperecedero; los muertos exclamaron:

—¡Oh, Cristo!, ¿ya no hay más Dios?

Él respondió:

—No, no hay.

Todas las sombras empezaron a temblar con violencia, y Cristo continuó así:

—He recorrido los mundos, me he elevado en mitad de los soles, y allí tampoco estaba Dios; descendío hasta los límites últimos del universo, miré dentro del abismo y grité: «¡Padre!, ¿dónde estás?», pero no escuché más que la lluvia que caía gota a gota en el abismo.

(Richter, Discurso del Cristo muerto, 1796)

A la sombra del Cristo agonizante se cobija Nietzsche, cuya obra gira alrededor de su inexistencia. ¿Quién se resiste a evocar con estas reflexiones al Gran Inquisidor?

2.2 El miedo como origen de las religiones

En 1880, un año antes del fallecimiento de Dostoievski, Nietzsche emplea el término nihilismo por primera vez a propósito de la muerte de Dios. El filósofo cuenta con antecedentes inmediatos que marcarán su trayectoria; se ve influido por las lecturas de Padres e hijos de Turguéniev y por Memorias del subsuelo de Dostoievski. En su juventud se nutrió de Schopenhauer (1788-1860), primero admirado y más tarde denostado. La voluntad de vivir (Wille von Leben) ante la voluntad de poder (Wille von Macht) los enfrentará después. Nietzsche-Schopenhauer: goce de la libertad frente al sombrío pesimismo.

En Nietzsche se agita también la Metafísica de la entropía de Philipp Mainländer (1841-1876) cuyo mensaje anuncia que el devenir (Werden) del mundo se encamina hacia la nada (Nichts), hacia el no ser, en virtud de una pura voluntad de morir (reiner Wille zun Tode) que mora en el corazón de todo lo existente.3 «Dios ha muerto y su muerte fue la vida del mundo».

La filosofía de la redención (1876), su obra principal, abre la puerta a la ontología de lo negativo, así como indirectamente, a la psicología del mismo nombre: «El no ser es preferible al ser». Afirmación de la que arranca su pensamiento:

Las ideas de Mainländer discurren desde la física a la metafísica, aunque en él la psicología de lo negativo es una metáfora y no el producto emergente que exige el paradigma de la complejidad.

2.3 El nihilismo en acción: la versión eslava

La creación del mundo y la evolución del universo es una suerte de «autocadaverización de Dios».

PHILIPP MAINLÄNDER

Aunque la filosofía y el mundo de las ideas transciende o, si se quiere, se llega a traducir en actos, sabemos también que pensamiento y acción son dos lenguajes diferentes. El paso del primero al segundo, su traducción, implica modificaciones inevitables. La fantasía reflexiva sobre la acción produce el pensamiento y es un refinamiento humano que sucede a la primitiva relación emociónacto.

En Rusia se desarrolla de manera clara el nihilismo en acción, el nihilismo de la desmesura, del impulso.

El editor liberal Katkov, director de la revista El Mensajero Ruso, (Ру́сский ве́стник), que publicaría novelas de Turguéniev y Dostoievski, definirá sucintamente el nihilismo como algo propio de la persona que en nada cree. El nihilismo ruso, a diferencia del alemán, es más emocional, procede de la naciente conciencia política de la juventud desengañada de la época pseudoliberal de Alejandro II.

Contaban con una concepción de un mundo al que aspiraban y buscaban un sentido a su existencia, a veces más con actos que con ideas.

Nietzsche apunta que es «la resultante lógica de nuestros grandes valores»,4 que surge en Rusia tras la desilusión habida en la guerra de Crimea de la que ya hablaremos mas tarde.

En suma, el nihilismo es ante todo «rebelión en contra de los valores aceptados y estandarizados, se sitúa contra el pensamiento abstracto, [que todo lo abarca y nada dice] el control familiar, la poesía; se enfrenta a la religión y a la retórica».5 Como filosofía de lo negativo acecha al Vacío, a la Nada, desvela las catacumbas que la moral se obstina en mantener ocultas y denuncia la verdadera dimensión del hombre.

3. LOS SOCIALISMOS

El socialismo no reside únicamente en la cuestión obrera,o del llamado cuarto estado, sino que consiste,ante todo, en la cuestión del ateísmo.

DOSTOIEVSKI

Hasta mediados del siglo XIX el socialismo en todas sus formas fue una doctrina casi exclusiva del Occidente (G. Cole, 1953, T. II, p. 39). Rusia era incapaz de remover los rescoldos de la Revolución Francesa y nutrirse de ellos, excepto para los intelectuales que habían cruzado sus fronteras. El socialismo llegó a este país no como movimiento popular, sino como el culto refinado de ciertos grupos de intelectuales. La pugna entre lo nacional y lo extranjero estaba servida.

El nihilismo había cobrado notoriedad en Europa gracias a los atentados que tuvieron lugar en Rusia, que llevaron a equiparar terrorismo y nihilismo. Nietzsche dirá a este respecto que no es la causa, sino la lógica de la decadencia.

La subida al trono de Alejandro II, junto con la atenuación del estado represivo postdecembrista, significó la entrada de numerosos libros y revistas extranjeros, como la publicación Kolokol (La Campana), editada por Alexandr Herzen y Nicolás Ogárev (1813-1877).

Se agita, inquieta, la figura de Visarión Griegoriévich Belinski, que pasó en poco tiempo de la emoción romántica a la crítica literaria de carácter realista, para terminar en un radicalismo materialista. Solo en los dos últimos años de su vida mostró preocupación por la cuestión social, abrazó entonces su causa con su acostumbrado ardor y, sin llegar al utilitarismo, proclamó que la literatura no podía ser tenida en cuenta sin un contenido social. Los giros ideológicos de Belinski son un buen ejemplo de la efervescencia intelectual del momento, en perpetua búsqueda de un asidero consistente. Todos ellos, con sus inquietudes, representan a la generación de los cuarenta.

Alexandr Ivánovich Herzen, más próximo al socialismo de Fourier que, como fue el caso de Belinski, al hegelianismo, es un claro referente de este período. En 1847, dueño de una apreciable fortuna legada por su padre, se trasladó a París donde asistió a la revolución de 1848 que destituyó a Luis Felipe I de Francia y dio paso a la Segunda República. Esta experiencia marcó su talante antizarista y su adhesión a las ideas occidentales. Al final llegó el desencanto con Occidente, tumba de sus expectativas ideales de ruso ilustrado; a resultas de ello, se enfrentó tanto al reformismo del oeste como a la represión zarista, una empresa a todas luces excesiva, que fue aislándole de manera paulatina.

Las contradicciones de Herzen se hicieron críticas: desilusionado de las prácticas liberales occidentales que conducían al capitalismo, pero a la vez receloso del odio ciego hacia el zarismo que se extendía por momentos en su patria. La esperanza de un levantamiento espontáneo de los campesinos le impulsó a dispensar una favorable acogida al nuevo zar, que llegaba envuelto en promesas reformistas. La amarga realidad se reveló pronto con la insuficiente emancipación de los siervos de 1861, más aparente en sus formas que sólida en sus efectos, lo que significó un nuevo desengaño. Su posición final y por la que ha pasado a la historia, fue asignar a los campesinos rusos la función que los socialistas occidentales reservaban al proletariado. En suma, una vuelta a su inicial fourierismo.

Fue el principal teórico del populismo ruso y desde esta línea se opuso al terrorismo de Necháiev que veremos operar en Demonios. La novela de Dostoievski representa un alegato contra el nihilismo, concebido como producto extremo del ateísmo. Para algunos, Stavroguin es Bakunin, el personaje del que nos ocuparemos a continuación. Kiríllov, otro de los seres que dejan su impronta en la novela, deduce de «la no existencia de Dios» el posible control de la muerte y la suprema potestad sobre el suicidio, en pleno apogeo de la negatividad a la que ya hemos aludido.

4. BAKUNIN Y EL ANARQUISMO RUSO

Ejercer el poder corrompe, someterse a él degrada.

BAKUNIN

En la relación de los personajes principales del momento ocupa un lugar principal el anarquista Mijaíl Alexándrovich Bakunin (1815-1876) de familia ilustrada que, como tantas otras, estuvo muy influida por el liberalismo francés. Según la tradición de la época siguió la carrera militar. Su trayectoria intelectual le llevó a beber de fuentes de distintas nacionalidades: los enciclopedistas franceses, el idealista alemán Fitche (1762-1814) —que le ayudó a descubrir el valor de la toma de conciencia como acto de suprema potestad del sujeto y que la realidad es un producto del sujeto pensante—, y del por entonces omnipresente Hegel, que le abrió las puertas de la dialéctica.

A través de su amistad con Herzen y Ogárev se introduce también en las teorías de H. de Saint-Simón, defensor del industrialismo y por ende de la clase obrera que de él surgiría.

En 1840, durante su viaje a Berlín, residió con el novelista Iván Turguéniev, forzoso es que su filiación primera fuera occidentalista. Hacia 1844, época de su estancia en París cuando ya es conocido por su izquierdismo, traba contacto con Proudhon (1809-1863) quien será considerado padre del anarquismo, junto al ruso Piotr Kropotkin (1842-1921) y el italiano Errico Malatesta (1853-1932). También se relacionó con Marx (1818-1881) y Engels (1820-1895). Esta efervescente mezcla de teorías y tendencias era difícil de asimilar sin provocar graves confusiones.

Son bien conocidas las diferencias que ambos hombres mantuvieron durante la Primera Internacional (1864) estas fricciones, y las reiteradas acusaciones de paneslavismo que recibió, le hicieron contactar en 1869 con Necháiev, quien le instó a concentrarse en Rusia; la relación con este obseso activista solo duró un año.

Bakunin, sintonizaba mejor con el alma eslava, aunque tal vez su país necesitase más de Marx para transformarse.

5. CONCLUSIONES PROVISIONALES DEL SIGLO QUE TERMINA

Quizá sorprenda que de un caldo de cultivo común surjan movimientos de talante tan opuesto. Solo las consideraciones históricas aportan alguna luz sobre este debate. Si bien la Revolución Francesa, en última instancia, es el primun movens de todas las doctrinas que consideramos aquí, el peso de los nacionalismos emergentes y la identificación de un enemigo principal distinto en cada caso explican esta diversidad. El marxismo hará hincapié en la hegemonía del proletariado, en la lucha de clases y, como consecuencia inmediata, en un orden superior y una nueva identidad del hombre. Será el hombre nuevo de ¿Qué hacer?

Las aspiraciones del marxismo son internacionales, si bien subraya que las condiciones previas de la revolución son propias de cada país. Aventura también que un proletariado fuerte será decisivo para tal evento.

Herzen, había vuelto los ojos a Rusia y en una mezcla eslavófila y occidentalista gesta la idea del socialismo campesino.

Belinski no pasará de ser un apasionado precursor de ideas cambiantes donde el sentimiento desempeña un papel principal.

El caso de Bakunin requiere un análisis más complejo porque aparecen con frecuencia grandes contradicciones fruto del hervidero ideológico en el que escogió vivir. Como él mismo se calificó en ciertos momentos, era un socialista instintivo, un pensador y al tiempo, un ser impelido a la acción; internacionalista y eslavófilo. A este respecto, las ideas de H. Arendt (1958)6 sobre la acción, que tan cara le resultaba, son esclarecedoras:

Mientras que todos los aspectos de la condición humana están relacionados con la política, la acción es específicamente la condición —no solo la conditio sine qua non, sino la conditio per quam— de toda la vida política.

(Ibíd., p. 22)

El marxismo supedita el individuo a las condiciones de producción y a la lucha de clases; Bakunin proclama al hombre como objetivo supremo y, en una suerte de naturalismo de nuevo cuño, decreta la abolición del Estado, de las clases sociales y de la desigualdad de los sexos.

Aunque pueda parecer una simplificación excesiva, los extremos se concretan en la subordinación del hombre al orden social, con la esperanza de que unas nuevas condiciones le modifiquen sustancialmente frente a la proclamación de su suprema dignidad, que supone la abolición de toda coerción social y de las tradicionales diferencias y desigualdades.

No cabe duda de que el marxismo es una doctrina más vertebrada que el anarquismo.

Para terminar este bosquejo, brota como subproducto el nacionalismo, que en Rusia adopta la forma de eslavofilia, basado en la comunidad de ancestros, etnias, creencias o religión. Tradición frente a progreso y no el progreso como consecuencia de la tradición.

6. LA POLÍTICA EN LA VIDA DE DOSTOIEVSKI

La política es poder y lleva a la facultad de decidir y a la acción,

Muchos acontecimientos, tanto familiares como sociales, marcarán la existencia del escritor. Cuenta con cuatro años cuando se produce el levantamiento decembrista de 1825 de inspiración liberal, el primer aldabonazo de occidente sobre la vida política rusa hasta entonces encerrada en el sueño milenario de sus estepas. Sus orígenes fueron notorios: el cuerpo de oficiales del Ejército Imperial, victorioso en la batalla de Borodinó contra Napoleón en 1812, contempló con avidez el panorama político liberal de las sociedades occidentales a las que acababan de acceder y sorbió el nuevo espíritu jacobino. Los bárbaros vencedores se entregaban al frenesí que ofrecía el fascinante mundo de los vencidos. Los oficiales aristócratas, aún siendo minoría, se rendían al legado de la Revolución francesa, cuyos ecos alentaban más allá del imperio napoleónico que habían contribuido a derrotar. Nació así la conciencia igualitaria de los derechos humanos, anunciadora de la emancipación de los siervos —que habría de esperar aún hasta 1861— y la ambición romántica de disponer de un gobierno representativo, donde el pueblo concurre en la promulgación de las leyes.

En esta bullente atmósfera se fundó en 1816 la Unión de Salvación (Soyuz spasenia), germen del decembrismo. Uno de sus miembros fue Nikita Muriaviov (1793-1843) inspirado en Robespierre (1758-1794) y muy influido por el masón español Juan van Halen y Sartí (1788-1864).7 Constituyó la Sociedad del Norte, cuyo objetivo era restringir la capacidad de gobernar del zar. Otro de sus dirigentes fue el poeta Kondrati Fiódorovich Ryléyev (1755-1826), de talante más radical, que declaraba estar dispuesto a acabar con el zar si este no abjuraba del absolutismo.

Vino a sumarse también la Sociedad del Sur, bajo el control de Pável Ivánovich Pestel (1893-1826), que participó en la Guerra Patria de 1812. Pestel pretendía la instauración de una república en la que la religión oficial fuese la rusa ortodoxa; los judíos, considerados como aliados de los nobles y los zares,8 serían deportados al Asia menor. Este grupo era afín ideológicamente al del general español Rafael Riego (1784-1823), liberal antiabsolutista, y al de los carbonarios italianos, organizadores en 1820 en Nápoles de los movimientos de tendencia liberal, también inspirados en él.9

Esta breve incursión por Europa permite situar al futuro decembrismo en un contexto occidentalista amplio y dar cuenta de las variadas tendencias que en él se albergaban, así como identificar las peculiaridades propias de su carácter ruso.

6.1. El decembrismo. La revolución occidentalista fracasada

El decembrismo constituyó la prehistoria ideológica y el origen próximo de los conflictos sociales de la época de Dostoievski.

Nuestro hombre vio cruzar por su existencia tres zares: en su primera infancia a Alejandro I, después a Nicolás I, que le llevó al patíbulo y más tarde a la kátorga y, para terminar Alejandro II, en el curso de cuyo zarato escribió lo más importante de su obra.

La muerte del contradictorio Alejandro I (1777-1825) tímido librepensador y autócrata a un tiempo y la sucesión de este por su hermano, el rígido absolutista Nicolás I (1796-1855), fue la coyuntura que los decembristas aprovecharon para su torpe levantamiento. El 26 de diciembre de 1825 tuvo lugar la timorata y engañosa asonada contra el nuevo zar bajo el pretexto de defender los derechos del «legítimo» heredero, su hermano menor Constantino Pávlovich Románov (1779-1831). Tras varias escaramuzas, las tropas leales a Nicolás I dispersaron a los indecisos decembristas, más firmes en sus ideas que con las armas, concluyendo así esta efímera revuelta que, no obstante, tendría sensibles consecuencias en el siglo XIX ruso. Los sublevados demandaban una constitución al estilo del código napoleónico de 1804; eran casi todos miembros de la Guardia Imperial. Su estrepitoso fracaso supuso una durísima represión; unos fueron ejecutados y otros deportados a Siberia. Representó, dado su corte liberal, un inesperado y paradójico impulso para el nihilismo y el incipiente socialismo bolchevique, que habría de llegar de manera plena casi un siglo después.

El poeta Alexandr Pushkin fue incriminado en el levantamiento y colocado bajo vigilancia por el propio zar, aunque no tomó medidas drásticas contra él.

Un año después se pronunciaron cinco penas de muerte contra Pável Pestel, Kondrati Ryléyev, Serguéi Muraviov-Apóstol (1796-1826), Mihaíl Bestúzhev-Ryumin (1801-1926) y Piotr Kajovsky, el oficial que mató de un disparo de pistola al conde zarista Milorádovich.

Más tarde, en tiempos de Alejandro II, fueron amnistiados los supervivientes de aquellos hechos. Lenin comentó a este respecto: «Estrecho es el círculo de estos revolucionarios. Están terriblemente alejados del pueblo».

El decembrismo, de objetivos prematuramente ambiciosos, fue algo más que una algarada, obró de caldo de cultivo político en el que se desenvolvió Dostoievski y con él gran parte de la juventud ilustrada rusa que nació por aquellas fechas. En esta atmósfera de tendencias encontradas, con flujos y reflujos, tuvo lugar la occidentalización política y social de Rusia.

El reinado de Nicolás I abarca la época romántica de la literatura (1830-1850) y coincide con la explosión de brillantes literatos: Pushkin, Lérmontov y Gógol sobre todos ellos. Los últimos años contemplan los inicios de Dostoievski (que en ese periodo escribirá Pobres gentes, El doble, La patrona, Niétochka Nezvánova, Noches blancas), de Turguéniev, el autor de Diario de un hombre superfluo, Dama de provincia, Memorias de un cazador y del primer Tolstói, con Infancia, Adolescencia y Relatos de Sebastopol.

Pushkin será un azote para la conciencia de su tiempo, proclamó que «nuestra libertad política no puede separarse de la liberación de los campesinos»; contra Alejandro I había escrito un demoledor epigrama:

Criado al son de los tambores

Nuestro zar fue un bravo capitán:

Huyó en Austerlitz

Y tembló en 1812.

Pero era en cambio

un maestro en los desfiles.

(Citado por M. de Saint Pierre, 1969, T. II, p. 32)

Nicolás I le hizo volver de su destierro en 1826 y al referirse a los decembristas no tuvo empacho en reconocerle, como buen soldado, que «si hubiera estado allí, ¡me habría puesto de su lado!».

Lérmontov escribe mientras tanto en su célebre y sombría Predicción (1830):

Llegará esa edad, edad negra de Rusia,

y caerá la corona de la cabeza de los zares.

Gógol, menos impulsivo, arremete también contra el régimen en su conocida comedia El inspector (1836). Como sucederá más tarde con Dostoievski, su vida se debate entre el occidentalismo y lo eslavófilo; vencerá este último. Así se verá reflejado en su obra Almas muertas (1842), un buen exponente de esa situación.

Pero para completar de manera cabal esta proteiforme situación política es necesario ampliar la perspectiva, incluyendo el enfrentamiento histórico entre las generaciones de los años cuarenta y sesenta, un abrupto corte generacional. El socialismo de la época engloba a los llamados socialistas utópicos, como Charles Fourier (1772-1837), Louis Blanqui (1805-1881), el revolucionario admirado por Marx, Louis Blanc (1811-1882), también el líder estudiantil Necháiev.

El panorama político ruso se polariza entre los intelectuales: «hombres de las ideas», pagados de la cultura europea, a quienes los nihilistas consideran «hombres superfluos», y, en el otro extremo, los «auténticos rusos», inclinados a la acción, donde figuraron multitud de sociedades secretas. Sirvieron de guía el ya mencionado Catecismo (1868) y la novela ¿Qué hacer?

Herzen, quien para Dostoievski era básicamente un poeta, no aceptará estos argumentos; Lo superfluo y lo bilioso (1860) recoge lo esencial de sus propuestas. Los hombres superfluos se rebelan frente a la bilis de la siguiente generación. Herzen piensa en «aquellos monjes que, por amor al prójimo, han llegado a odiar a todo lo que es humano y que maldicen a todo el mundo, por el deseo de bendecir algo».

En 1846 se conocieron ambos, tres meses antes de que Herzen se marchase de Rusia. La impresión que a este le causó Dostoievski no fue demasiado favorable. En 1862, volvieron a encontrarse en Londres. La figura de Fiódor Mijáilovich se había agigantado, era ya el autor de Memorias de la casa muerta, que había recIbído un veredicto más favorable, dirá entonces: «ingenuo, un poco confuso, pero muy agradable; es un entusiasta creyente en el pueblo ruso»:10

Sin entrar por ahora en la polémica acerca de la naturaleza de las ideas dostoievskianas, comprenderlas resulta clave para entender su posterior trayectoria tanto literaria como filosófica, política y religiosa.

El enfrentamiento entre ambas generaciones alcanzó su punto álgido en 1867 tras el atentado del estudiante Dimitri Karakózov (1840-1866), contra la vida del zar Alejandro II, que mereció la repulsa de Herzen.

6.2. Crimea. El anuncio del fin del zarismo

El Mar Negro, ese inmenso lago ruso.

Durante gran parte del siglo XIX no hubo apenas burguesía en el Imperio, con la excepción de Polonia, que por entonces pertenecía a Rusia. La sociedad disponía de una muy amplia base campesina, una minoría nobiliaria que la controlaba y por encima: el zar. Pero, a mediados del siglo se produjo una verdadera conmoción nacional que supuso un importante cambio: la derrota en la guerra de Crimea, un conflicto que, entre 1853 y 1856, enfrentó al Imperio Ruso contra una liga formada por el Imperio Otomano, Francia, el Reino Unido y el Reino de Cerdeña. En la contienda al menos murieron 750.000 hombres. Fue quizá la última guerra en la que se respetaron las relativas reglas de honor que regían en estas confrontaciones. No solo lucharon el islam y la cristiandad, también hubo pugnas religiosas internas entre los ortodoxos, protegidos por Rusia y los católicos, sostenidos por el segundo imperio francés de Napoleón III. También se dieron cita anglicanos y protestantes, en alianzas contra natura que solo podían tener una justificación política, pero la política es tornadiza. La religión y lo secular se acercaron peligrosamente. Para los turcos la guerra representaba luchar por un imperio que se debilitaba en su sempiterna contienda con los rusos. Este fue, tal vez, el eje fundamental del enfrentamiento. No en vano, estos acostumbran a llamarla Guerra Oriental, haciendo mención exclusa de la intervención de Occidente. A su vez, los ingleses temían la hegemonía eslava en el continente asiático y luchaban por lo que ellos denominaron el libre comercio. Francia, melancólica, pretendía resucitar viejas glorias napoleónicas.11

Los celos entre las diferentes confesiones cristianas fueron en aumento: el papa Pío IX volvió a establecer un patriarca latino residente; el patriarca griego regresó de Constantinopla para controlar mejor a los ortodoxos; los rusos enviaron también una misión eclesiástica. En algunos aspectos estos consideraban a la Tierra Santa como una extensión de su madre patria espiritual, en una peculiar recreación de las cruzadas. Los católicos y los protestantes veían con reticencia todas estas demostraciones de fanatismo, reflejo actual del que ellos exhibieron siglos atrás. En este vórtice de ambiciones, los franceses sentían peligrar su posición de defensores de la Cruz, y lo que de merma de prestigio pudiera significar. Para preservar sus privilegios establecieron en 1843 un consulado en Jerusalén; pero en Occidente el comercio primaba sobre la religión. Los asuntos de la tierra se imponían a las cuitas del cielo.