E-Pack Bianca 2 septiembre 2020 - Abby Green - E-Book

E-Pack Bianca 2 septiembre 2020 E-Book

Abby Green

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Beschreibung

Casada con un desconocido Abby Green Ella no reconocía a su marido… pero su cuerpo sí. Entre el deseo y el temor Jennie Lucas Nunca la habían tocado… Pero estaba esperando un hijo suyo. Un amor de juventud Heidi Rice De mensajera sin un céntimo a… ¿esposa de un multimillonario?

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Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack Bianca 2, n.º 211 - septiembre 2020

I.S.B.N.: 978-84-1348-780-9

Índice

 

Portada

 

Créditos

 

Casada con un desconocido

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Entre el deseo y el temor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

 

Un amor de juventud

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

APOLLO Vasilis miró por la ventana hacia el lago situado en aquellos frondosos jardines. Atenas se veía en la distancia bajo la bruma y el mar apenas era una línea perceptible en el horizonte, pero él no se fijó en nada de eso. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la tensión se había apoderado de su cuerpo. Una tensión que llevaba experimentando desde hacía tres meses.

Se oía un pitido intermitente detrás de él y, de pronto, cambió de ritmo y se hizo más rápido. El ritmo cardiaco había aumentado. Ella se estaba despertando. Por fin.

Él se volvió. Había una mujer tumbada en la cama. Estaba muy pálida y su cabello dorado rojizo estaba extendido sobre la almohada. Además, llevaba el ojo derecho cubierto con una gasa.

También tenía vendajes en un brazo. Un arañazo en la mejilla izquierda. Un milagro, teniendo en cuenta que el coche que conducía estaba en el fondo de un barranco estrecho, como a cien metros de profundidad y convertido en una masa de metal carbonizado

Él se acercó a la cama. Ella tenía las cejas oscuras y perfectamente definidas. Sus pómulos parecían más prominentes de lo que él recordaba. Aunque observar a esa mujer de forma tan detallada no era algo que hubiera hecho recientemente.

No desde que la miró como si nunca hubiera visto antes a una mujer. Cuatro meses atrás, cuando se conocieron por primera vez. Cuando la imagen de su cuerpo desnudo había provocado que se le alterara el ritmo cardiaco.

Él todavía recordaba su cuerpo, como si la imagen se hubiera quedado grabada en su cerebro. Sus senos pequeños y redondeados. Su vientre plano, la curva de sus caderas. El vello rojizo de su entrepierna. Sus piernas esbeltas. Su aspecto era muy delicado y, sin embargo, cuando sus cuerpos se unieron, él notó su fuerza innata y poderosa y resultó ser la experiencia más erótica de su vida.

Para sorpresa de Apollo, un intenso calor lo invadió por dentro. Algo que no había sentido durante meses. Aquella sensación le produjo rechazo. Esa mujer lo había engañado de la peor manera posible.

Él la despreciaba.

Se abrió la puerta y entró una doctora.

–Debo recordarle que no debemos tener muchas esperanzas. La gravedad de la lesión que ha sufrido en la cabeza no podrá determinarse hasta que no recupere la consciencia.

Apollo asintió y observó mientras colocaban las máquinas alrededor de la cama. La doctora se sentó junto a la mujer y le dio la mano.

–Cariño, ¿puede oírme? ¿Puede abrir los ojos?

Apollo vio que movía los ojos bajo los párpados. Durante un segundo contuvo la respiración, como si por un momento lo hubiera olvidado todo y le importara un poco si su esposa se despertaba o no.

 

 

Ella podía oír una voz en la distancia. Era como un zumbido que intentaba sacarla de la intensa oscuridad en la que se veía envuelta, rodeada de paz y silencio.

Una presión en la mano. La voz. El tono más alto. No conseguía entender las palabras, solo la entonación. ¡Mmm. Mmm!

Intentó aflojar la presión de la mano, pero se hizo más fuerte. Percibía una luz brillante en los ojos y se sentía confusa.

Entonces, de pronto, oyó con claridad la voz que le decía:

–Señora Vasilis, es hora de despertar.

Durante un segundo se lamentó por dejar atrás la tranquila oscuridad, pero sabía que no le quedaba más opción que obedecer a la voz. Comprendía las palabras, pero no tenían mucho sentido para ella… ¿Señora…?

Abrió los ojos y los cerró de nuevo al ver la luz. Se dio cuenta de que estaba tumbada en la cama y de que había mucha actividad a su alrededor. También, del hecho de que había visto la silueta de una persona alta a los pies de la cama.

Una silueta que le resultaba familiar y que provocó que se le acelerara el corazón sin motivo.

–Señora Vasilis, ¿podría intentar abrir los ojos otra vez? Hemos bajado las persianas para que le resulte más fácil.

Ella abrió los ojos una pizca y, en esa ocasión, no le dolió demasiado. Enfocó el rostro de la mujer y vio que no la conocía. Había otras dos mujeres, también desconocidas. Todas tenían cabello oscuro y ojos oscuros. Había un sonido de fondo y se oía el pitido rítmico de las máquinas. Todo era de color blanco y olía a antiséptico.

Una palabra apareció en su cabeza: hospital.

Percibió un movimiento a los pies de la cama y miró hacia allí. La silueta era la de un hombre. Ella lo conocía.

–A-A… ¿Apollo?

–Muy bien.

Apenas notó el tono de alivio con el que había hablado la doctora ya que estaba fijándose en el hombre. Llevaba un jersey de manga larga y cuello redondo. Tenía anchas espaldas y el torso definido, pero no muy musculoso. Era delgado.

Tenía el cabello corto y oscuro. Rasgos masculinos marcados. Los ojos verdes. Ella lo sabía, aunque no pudiera verlo desde allí. El mentón prominente. La barba incipiente. Sus labios firmes. Y ardientes sobre los de ella. Se estremeció. Ese hombre la había besado.

Notó que le apretaban la mano. Oyó la voz de la doctora.

–¿Sabe quién es este hombre?

Le resultaba difícil dejar de mirarlo, como si tuviera miedo de que pudiera desaparecer. Ella asintió.

–Sí… Acabamos de conocernos. La otra noche en la función –él frunció el ceño, pero ella no se percató. Se sonrojó al recordar la primera vez que lo vio y cómo se había parado al ver lo atractivo que estaba vestido de esmoquin.

Él parecía aburrido. La gente estaba arremolinada a su alrededor, pero en la distancia, como si no se atrevieran a acercase más.

Entonces, sus miradas se encontraron y… ¡Bam! Ella sintió que le daba un vuelco el corazón y, desde entonces, no había sido la misma.

Poco a poco comprendió que estaba en un hospital. ¿Qué hacía allí con un hombre al que apenas conocía?

«¡Aunque sí lo conoces! ¡Íntimamente!»

Estaba convencida de ello. Aunque ¿cómo lo sabía si acababa de conocerlo? Intentó encontrar la respuesta, pero no lo consiguió.

Se sentía confusa y, por primera vez, tuvo la sensación de que algo iba muy mal. El miedo… El pánico se apoderó de ella.

–¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy yo aquí? –le preguntó a la doctora.

Según pronunció la palabra «yo», cayó en la cuenta. «Yo»… Un completo vacío. Un gran temor.

–Espera… No sé quién soy. ¿Quién soy?

De pronto, recordó algo. La doctora la había llamado…

–¿Me ha llamado señora Vasilis?

La doctora la miró con una expresión difícil de descifrar.

–Porque es la señora Vasilis. Sasha Vasilis.

«Sasha». No era ella.

–¿Creo que ese no es mi nombre?

–¿Cuál es su nombre?

Mente en blanco. Nada. Frustración.

La doctora habló de nuevo. Tranquilizándola.

–Sasha. Te llamas Sasha y estás casada con este hombre. Con Apollo Vasilis.

Ella miró de nuevo al hombre. Él tenía el ceño fruncido y no parecía especialmente contento de estar casado con ella. Ella negó con la cabeza y sintió un fuerte dolor en un ojo.

–No es posible, acabamos de conocernos.

«Entonces, si acabas de conocerlo, ¿cómo puedes conocerlo de forma íntima? ¿Cómo podéis estar casados?»

Empezaba a dolerle la cabeza. La doctora se percató de que no se encontraba bien y dijo:

–Basta por ahora. Necesita descansar. Podemos continuar más tarde.

Una enfermera dio un paso adelante y reguló un gotero que estaba junto a la cama. Enseguida, Sasha se sintió inmersa en la oscuridad que le proporcionaba tranquilidad, dejando atrás el miedo y las preguntas inquietantes. Y a él, lo más inquietante de todo. Aunque ella no supiera muy bien por qué.

 

 

Dos días más tarde

 

–Creemos que su pérdida de memoria se debe a la experiencia traumática del accidente. Los escáneres no muestran ninguna lesión evidente en su cerebro, sin embargo, solo recuerda haber visto a su marido el primer día que se conocieron y nada más. Nada del antes ni del después. A veces, el cerebro hace eso como manera de protección ante un evento. No tenemos motivo para no creer que recuperarás la memoria en un futuro. Puede que sea poco a poco, como un puzle, o puede que pase de golpe.

«¿Y puede que no pase nunca?», pensó ella.

–Y por eso debe de estar en observación mientras se recupera –la doctora miró a Apollo Vasilis un instante.

Después volvió a mirar a Sasha.

–No se esfuerce mucho en tratar de recuperar la memoria. Ha de concentrarse en recuperarse de las lesiones. Estoy segura de que todo volverá a funcionar correctamente.

En aquellos momentos, eso le parecía una posibilidad lejana. Se sentía confusa. ¿Y dónde estaba su casa? La doctora le había dicho que era inglesa, así que era posible que hubiera nacido allí.

Cuando preguntó por su familia, su marido le dijo que sus padres habían muerto y que no tenía hermanos. Así sin más. Ella sintió un dolor en el pecho, cerca de su corazón, pero puesto que no era capaz de recordar el rostro ni los nombres de sus padres, no podía sentir pena profunda.

La doctora se marchó y Sasha miró a Apollo Vasilis. Su marido. Él estaba muy serio. ¿No se alegraba de que hubiera sobrevivido al accidente? No obstante, Sasha sentía su malestar.

Curiosamente, Sasha recordaba la noche en que se conocieron. Lo recordaba sonriendo. Incluso riéndose. Y recordaba su rostro atractivo y su voz profunda.

Le habían contado que esa noche había tenido lugar cuatro meses atrás. Y que llevaban casados desde entonces. Que ella se había mudado a Grecia desde Inglaterra. Era demasiado para asimilar y Sasha trataba de evitar pensar en ello.

–¿Estás preparada? Afuera hay un coche esperándonos.

¿Estaba preparada para marcharse con un hombre que no era más que un desconocido? ¿En un país al que no recordaba haber llegado? No obstante, ella asintió.

Apollo recogió una bolsa. Le había llevado ropa para cambiarse y, al verla, ella se sintió todavía más desorientada ya que no se imaginaba eligiendo ropa como aquella. Un pantalón de seda color crema y con aperturas en los laterales, a juego con un top y una chaqueta. Zapatos de tacón.

Él abrió la puerta y se echó a un lado. Sasha salió de la habitación.

 

 

Apollo caminó por el pasillo junto a su esposa. Ella caminaba despacio, como si nunca hubiera llevado antes zapatos de tacón. Era extraño, porque la única vez que él recordaba haberla visto con zapatos planos había sido la primera noche en que se conocieron.

Sasha se tambaleó una pizca y él la agarró del codo para estabilizarla. Ella lo miró y se sonrojó.

–Gracias.

–De nada –él apretó los dientes al ver que su cuerpo reaccionaba al tocarla. Ella no llevaba su perfume habitual. Él había visto que lo había sacado de su bolsa, que se había puesto un poco en su muñeca y que, al olerlo, había fruncido la nariz.

–¿Este es mi perfume? –le había preguntado.

Él asintió.

Apollo solo podía percibir su aroma femenino y recordó la primera vez que la vio y, cómo se quedó asombrado por su belleza. El impacto fue tal que se le entrecortó la respiración.

No era capaz de comprenderlo. Había visto muchas mujeres mucho más bellas que Sasha. Y también se había acostado con ellas. No obstante, ella tenía algo que lo había cautivado, por mucho que odiara tener que admitirlo.

Ella lo había seducido con su mirada inocente, y lo había atrapado con un viejo truco. La marca que había dejado en él aquella transgresión y su momento de debilidad por ella, había provocado un constante mal humor. El deseo que había sentido por ella se había disipado tan pronto como él había descubierto su traición, pero, de pronto, había regresado como para mofarse de él, por haber pensado que tenía todo bajo control.

Sasha hizo una mueca al sentir que Apollo le agarraba el brazo con fuerza. Intentó soltarse y él la miró.

–Ya estoy bien, puedes soltarme.

Al instante, él retiró la mano y dijo:

–Mi coche está ahí, justo en la puerta.

Sasha vio un automóvil plateado y a un chófer que sujetaba abierta la puerta trasera. Salió del hospital y respiró una bocanada de aire fresco. Sasha se subió en el coche. Sus zapatos le hacían daño a pesar de que solo había caminado unos pasos. No podía creer que habitualmente llevara ese tipo de zapatos.

¿O era que a Apollo le gustaban y ella los llevaba para complacerlo?

La idea la hizo estremecer. La idea de complacerlo. Excepto que parecía que él no se sentía complacido y ella no sabía por qué.

El chófer arrancó el vehículo y Apollo le hizo un comentario en griego. El hombre levantó el cristal de privacidad. Sasha era tan consciente de la presencia de Apollo que se sentía como si le hubieran quitado una capa de piel.

Él colocó la mano sobre su muslo. Tenía los dedos largos y las uñas bien cortadas. Parecía que el traje que llevaba se lo habían hecho a medida para resaltar su poderoso físico. Él la miró y ella no tuvo tiempo de disimular y de hacer como si no estuviera mirándolo.

–¿Estás bien?

Ella asintió.

–¿A dónde vamos?

–A casa. No está muy lejos de aquí.

–¿He vivido allí mucho tiempo?

–Durante los tres últimos meses, desde que nos casamos.

–¿Dónde nos casamos? –Sasha se dio cuenta de que, si no fuera porque aquel hombre había ido a buscarla después del accidente, cuando la encontraron por la carretera desorientada y un día después de que denunciaran su desaparición, él podría haber sido cualquiera.

Apollo la miró fijamente y ella se sonrojó. Después, él sacó un teléfono del bolsillo y le mostró la pantalla.

–Nos casamos en Atenas, en una ceremonia civil.

Ella miró la pantalla del teléfono y vio un artículo de prensa donde había una foto de la boda. La que salía era ella, aunque le costaba reconocerse. Llevaba un vestido de seda sin mangas, cortado al bies y con un escote casi hasta el ombligo. Los zapatos de tacón alto, mucho maquillaje y el cabello peinado con grandes tirabuzones. Joyas de oro y un gran anillo de diamantes. Al ver la foto, se sintió avergonzada.

–¿Tenía anillos?

–Sí. Los médicos dijeron que debiste perderlos durante el accidente.

–Espero que no fueran muy valiosos.

–No te preocupes, estaban asegurados.

Sasha miró de nuevo la foto en la pantalla. Aparecía sonriendo y agarrada del brazo de Apollo. Sin embargo, su esposo no parecía muy contento. El recuerdo que tenía de él sonriendo debía de ser producto de su imaginación.

Comenzó a leer el artículo por encima.

 

Apollo Vasilis, el magnate griego del sector inmobiliario, se casa con su novia británica, Sasha Miller en una ceremonia privada y por lo civil.

 

La información justa. Sasha le devolvió el teléfono. Se sentía todavía más desorientada. Tenía un millón de preguntas, pero empezaba a dolerle la cabeza y el médico le había dicho que se tomara las cosas con calma.

Al poco tiempo el coche entró por una gran puerta de hierro. Un hombre que estaba en una garita los saludó después de intercambiar unas palabras con el conductor.

Sasha miró por la ventana asombrada. El camino de entrada llevaba hasta una casa de dos plantas donde los esperaba una mujer vestida de uniforme en lo alto de una escalera, junto a la puerta.

Apollo salió del coche, y abrió la puerta de Sasha para ayudarla a salir.

Ella le dio la mano y se estremeció. Al sentir que se sonrojaba, retiró la mano lo más deprisa que pudo.

Su manera de reaccionar ante él era demasiado. Decidió que evitaría tocarlo de nuevo, pero una vocecita le recordó que estaban casados.

Se detuvo al pie de la escalera. De pronto, se le ocurrió que compartirían habitación. Y la cama. Se le aceleró el corazón. Apollo estaba casi en la puerta de la casa. Se volvió y ella vio que la miraba con impaciencia.

–¿Sasha?

Ella subió por las escaleras. ¿Quizá podría sugerirle que durmieran separados hasta que recuperara la memoria? ¿No pretendería que compartiera su cama cuando sentía que apenas lo conocía? Daba igual lo que su cuerpo le indicara.

Sasha no reconoció a la mujer vestida de uniforme. Y ella no parecía muy contenta de verla. Miraba a Sasha de forma extraña, como si esperara que hiciera algo inesperado.

Sasha dio un paso adelante y le tendió la mano.

–Hola.

La mujer se puso tensa y miró a Apollo. Él debió de hacerle un gesto porque después volvió a mirar a Sasha y le estrechó la mano diciendo:

–Bienvenida a casa, kyria Vasilis.

Sasha notó que alguien le tocaba la espalda, distrayéndola de la extraña reacción que había tenido la mujer.

–¿No recuerdas a Rhea?

Ella negó con la cabeza.

–Lo siento de veras, pero no.

La mujer le soltó la mano.

Apollo dijo:

–Le mostraré la casa a mi mujer. Dentro de un par de horas comeremos algo ligero, Rhea. En la terraza pequeña.

La mujer asintió y desapareció en la casa. Sasha miró la imponente entrada. Estaba convencida de que nunca había visto aquellos suelos de mármol ni había estado en ese lugar.

Se equivocaba. Había vivido allí. Era evidente que no podía confiar en su instinto.

Apollo le mostró las habitaciones que había alrededor del recibidor circular. Había un salón de uso formal y uno de uso informal. Un comedor para eventos formales y otro, para eventos informales.

Las habitaciones estaban decoradas con elegancia. Eran modernas, pero parecían clásicas. Grandes lienzos cubrían las paredes y había antigüedades entre objetos modernos.

En todas las habitaciones había una puerta que daba a la terraza que ocupaba todo el lateral de la casa. La vista de los jardines era impresionante, pero todavía lo era más la vista de Atenas en la distancia.

Sasha salió a la terraza desde el comedor e inhaló el aroma de las flores. Intentó recordar si había contemplado aquellas vistas en otra ocasión, pero no lo consiguió. Apollo se acercó a ella y Sasha notó que se le erizaba la piel.

–¿Es una casa antigua? –preguntó.

–No. La he construido yo.

–¿Tú?

–No yo, sino mi empresa de construcción.

–¿Eres el propietario de una constructora?

Él la miró y asintió.

–Vasilis Construction.

–¿Es un negocio familiar? ¿Tienes familia?

–Mi familia murió hace muchos años. Mi padre era constructor, pero trabajaba para otra persona, así que, no es un negocio familiar.

–Siento que hayan muerto todos. ¿Qué pasó? –preguntó ella, percatándose de que ninguno tenía familia.

Durante un momento pareció que él no iba a contestar.

–Una serie de eventos desafortunados –Apollo dio un paso atrás–. Deja que te enseñe el resto de la casa.

Sasha lo siguió mientras la guiaba por unas escaleras de la mansión.

Se preguntaba cómo debió ser llegar allí con su marido el primer día. ¿Habría sido todo más acogedor?

Toda la casa tenía un ambiente moderno y clásico a la vez. Pequeños toques de distintas épocas que daban la sensación de atemporalidad.

En el sótano había un gran gimnasio y una sala de proyecciones. También una piscina de entrenamiento y una sauna. Por no mencionar la sala de masaje y tratamientos de belleza que daban a un jardín donde había un par de tumbonas y una hamaca colgada entre dos árboles.

Apollo señaló hacia los jardines.

–También hay una piscina exterior y un vestuario.

Él le mostró su estudio de la primera planta. Una habitación muy masculina con paredes llenas de libros. Después, abrió otra puerta al otro lado del pasillo y dijo:

–Este es tu despacho.

–¿Yo tengo un despacho? –preguntó ella, sorprendida.

Él hizo un gesto para que entrara y ella obedeció. La habitación tenía una alfombra blanca y un escritorio del mismo color. Sobre él, un ordenador.

Las paredes tenían papel de flores y estaban decoradas con fotos de revistas. Había muchas estanterías vacías. Y un puñado de libros.

Una butaca de terciopelo rosa y un reposapiés a juego. Parecía que nadie lo hubiera usado.

–¿Para que utilizaba este espacio?

Apollo estaba apoyado en el marco de la puerta. Tenía los brazos cruzados y la miraba casi con desdén.

–Dijiste que querías montar un negocio de relaciones públicas.

–¿A eso me dedicaba? ¿A las relaciones públicas?

Él se encogió de hombros.

–Cuando nos conocimos estabas sirviendo copas en un evento. No creo que tu conocimiento sobre el tema de las relaciones públicas fuera más allá del sector servicios.

Sasha decidió ignorar su sarcasmo. Lo siguió hasta la segunda planta, donde se encontraban los dormitorios. Él le mostró varias habitaciones de invitados y, al final del pasillo, abrió una puerta y dijo:

–Éste es tu dormitorio.

Ella se volvió para mirarlo.

–¿Mi dormitorio?

–Tu dormitorio.

Sasha sintió que se le secaba la boca. Le dolían los pies por las sandalias de tacón. Y notaba dolor en la frente.

–¿No compartíamos habitación?

Apollo negó con la cabeza.

–No.

Sasha deseaba saber el motivo, pero no estaba preparada para hacer la pregunta. Seguramente, la respuesta explicaría el motivo por el que Apollo la trataba con tanta frialdad y por qué la ama de llaves la había mirado con suspicacia.

Así que, no dijo nada y entró en la lujosa habitación. La alfombra era tan gruesa que los tacones se clavaron en ella. De forma instintiva, Sasha se quitó los zapatos y se sintió aliviada.

Se fijó en que había una cama enorme en el lado izquierdo de la habitación, pero decidió ignorarla y dirigirse hacia la terraza. Allí había una mesa con sillas y una tumbona. Desde ese lugar se veía que la casa tenía otra ala y también la piscina exterior, rodeada de buganvillas.

Los jardines se extendían en la lejanía y Atenas se veía en la distancia.

Tanto lujo era abrumador. Se volvió de nuevo hacia el dormitorio y vio que Apollo estaba más cerca de lo que esperaba.

Al instante, se le aceleró el corazón. La cama quedaba justo detrás de él. Apollo la miraba de manera extraña. Se había desanudado la corbata y desabrochado el botón del cuello de la camisa.

Él pestañeó y cambió la expresión. Dio un paso atrás y se acercó a una puerta.

–Este es tu vestidor y tu baño.

Sasha lo siguió. Se sentía inquieta y un poco mareada. Pero su manera de mirarla pasó a segundo plano cuando vio que el vestidor contenía más ropa de la que ella había visto en su vida. Y zapatos. Y joyas dentro de una vitrina de cristal.

La ropa estaba colgada y doblada y había prendas de todos los colores del arco iris.

Sin darse cuenta, Sasha estiró el brazo para acariciar un vestido de lamé azul oscuro. Después se volvió y, medio asustada y medio asombrada, preguntó:

–¿Todo esto es mío?

Apollo todavía estaba intentando recuperar el control de su cuerpo. Por un momento, cuando Sasha volvió de la terraza al balcón, el sol la iluminó por detrás y la tela de su blusa se transparentó lo justo para que él pudiera ver el sujetador de encaje que llevaba. Entonces, él deseó dar un paso adelante, tomarla entre sus brazos y averiguar por qué ella actuaba poniendo cara de inocencia. Era algo que ella ya había hecho en otra ocasión.

No obstante, ese deseo desapareció y fue sustituido por otro más peligroso, cuando ella lo miró como si él fuera un lobo a punto de devorarla. Entonces, lo único que deseó fue besarla y castigarla por haber despertado de nuevo su deseo. Un deseo que había permanecido dormido durante los últimos tres meses, a pesar de que ella había hecho lo posible por seducirlo.

Su deseo era voraz y él sabía que todo se trataba de un juego. Después de todo, fingir amnesia no sería difícil para una mujer que había fingido mucho más.

Ya había tenido bastante. La rabia también se había apoderado de él y Apollo trató de convencerse de que era eso, y no deseo, lo que estaba sintiendo.

–Sabes muy bien que esta es tu ropa, porque pasaste muchas horas comprándola con mi tarjeta de crédito. Quizá hayas engañado a los médicos del hospital, pero ahora solo estamos tú y yo, así que, ¿a quién intentas engañar, Sasha? ¿Qué diablos es lo que te propones?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

QUÉ DIABLOS es lo que te propones?

Sasha miró a Apollo y tardó unos segundos en asimilar sus inesperadas palabras. De pronto, se sintió aliviada al descubrir por qué Apollo se había comportado con tanta frialdad.

–¿De qué estás hablando?

–De esta farsa acerca de que has perdido la memoria.

Sasha se sentía confusa.

–No es cierto. ¿No crees que quiero saber quién soy o qué es lo que pasa? –negó con la cabeza–. ¿Por qué iba a hacer tal cosa? –sintió un fuerte dolor de cabeza y se llevó la mano a la frente, mareada.

–¿Qué pasa?

–Me duele la cabeza. La doctora dijo que durante los próximos días podía dolerme a menudo. Si me excedo.

Apollo dio un paso atrás y dijo:

–Deberías descansar un poco. Puedo decirle a Rhea que en un par de horas traiga algo de comer.

–No, bajaré yo. Estoy segura de que me sentiré mejor.

Apollo salió del vestidor y dejó a Sasha con su dolor de cabeza y desconcertada. ¿Pensaba que ella estaba mintiendo?

Sasha oyó un ruido en la habitación y salió para ver a una mujer joven dejando la bolsa del hospital sobre la cama. La chica la miró, pero no sonrió. Dio un paso atrás, y dijo en inglés:

–Su bolsa, kyria Vasilis.

Se marchó y Sasha se quedó mirándola durante un momento. Después de cómo había reaccionado Apollo era evidente que no tenían un matrimonio armónico y que ella no le caía muy bien a la gente.

Sasha se acercó a la cama y sacó de la bolsa los analgésicos que le habían recetado. Vio una bandeja con agua y vasos y se tomó dos pastillas.

Entró en el baño y vio que había una bañera enorme y una ducha. Dos lavabos. Los baldosines eran color crema con incrustaciones doradas.

Sasha se miró en el espejo y respiró hondo. Estaba muy pálida. No era de extrañar que Apollo le hubiera preguntado si se encontraba bien. Tenía profundas ojeras. El arañazo en la mejilla. La frente amoratada por el golpe que se había dado.

Se sentía desconectada de sí misma y suponía que era normal. Y sentía que no pertenecía a aquel lugar, donde la gente la miraba como si les hubiera hecho algo. Donde su esposo la acusaba de mentir.

¿Por qué pensaba que podía hacer tal cosa?

Decidió que no era el momento de pensar en ello.

–Sasha… –mencionó su nombre en voz alta. Todavía no reconocía su nombre–. Hola, me llamo Sasha Vasilis –nada…

No era necesario que tuviera arañazos y moratones para saber que no estaba a la altura de ese hombre. Sin embargo, de pronto, recordó una imagen de él sonriéndole con indulgencia.

«Me sentía tan feliz».

Si acaso, el recuerdo solo le había hecho sentirse más desorientada. Se fijó en la bañera y deseó meterse en ella para borrar tanta confusión.

La llenó de agua, se desnudó y se sumergió en ella minutos después. El agua calmó el dolor de su cuerpo, pero no pudo calmar el nudo que sentía en el estómago ni la confusión que invadía su cabeza.

 

 

Apollo se quedó mirando a la mujer que estaba tumbada sobre la cama. Iba vestida con un albornoz y tenía el cabello extendido sobre la almohada. Uno de los brazos lo tenía sobre el pecho, el otro, por encima de la cabeza.

Apollo se fijó en que una de sus piernas asomaba por la apertura del albornoz y vio las pecas que cubrían su rodilla. Su cuerpo reaccionó.

«Maldita sea».

La había conocido cuatro meses antes y, desde entonces, no había podido dormir una noche seguida. Primero porque había sido incapaz de quitársela de la cabeza y, después, porque ella le había demostrado quién era en realidad. Una mujer manipuladora, conspiradora, mercenaria…

Ella se movió en la cama e hizo un suave sonido.

Abrió los ojos y él se fijó en sus grandes ojos azules. Tenían un color tan intenso que la primera vez que los vio él recordó el color del cielo de su infancia, antes de que todo se volviera mucho más oscuro.

Ella pestañeó y Apollo salió de su ensoñamiento. Dio un paso atrás y dijo:

–He llamado a la puerta, pero no obtuve respuesta.

Sasha se sentó y él percibió un aroma a rosas. Y a piel limpia. Apretó los dientes y dijo:

–La cena está lista. Puedo pedir que te la traigan a la habitación.

Ella negó con la cabeza y su cabello se deslizó sobre un hombro. Él recordó haberlo enrollado en su mano para echarle la cabeza hacia atrás y besarla en el cuello y, después, en sus pezones turgentes.

–No, estoy bien. Bajaré. Ya no me duele tanto la cabeza.

Sasha estaba medio dormida todavía. Cuando se acostó para dormir una siesta después del baño, no pensaba que fuera a dormir tanto rato. Se fijó que en el exterior estaba oscureciendo. Al abrir los ojos y ver que Apollo estaba junto a la cama, pensó que estaba soñando. Fue la dura expresión de su rostro lo que la había despertado del todo.

Recordó sus palabras de enfado.

–¿Qué diablos es lo que te propones?

Él se había puesto un pantalón y una camisa oscura, desabrochada en el cuello. Llevaba las mangas subidas hasta los codos como si hubiese estado trabajando en su escritorio. Mirándolo desde la cama, parecía una situación de intimidad y, de pronto, tuvo un leve recuerdo, como si hubiese estado mirándolo desde esa posición en otras ocasiones, pero en una situación muy diferente.

–Me vestiré y bajaré –dijo ella.

Apollo dio otro paso atrás y Sasha se sintió más relajada.

–Muy bien. Enviaré a Kara para que te acompañe abajo en unos minutos.

Sasha tenía la sensación de que él hubiera preferido que ella hubiese elegido quedarse a comer sola en su habitación y, en cierto modo, para ella también habría sido más sencillo. No obstante, también quería tratar de recuperar la memoria y si para ello necesitaba interactuar con su hostil marido, lo haría.

 

 

–Por aquí, kyria Vasilis.

Sasha sonrió a Kara, la mujer que antes le había subido su bolsa, pero la chica no sonrió.

Después de que Apollo se marchara, Sasha se había aseado y se había acercado al vestidor para buscar algo de ropa. Eligió las prendas más sencillas y modestas que pudo encontrar. Un pantalón amarillo y una camiseta blanca sin mangas. Y, por suerte, encontró unos zapatos planos. Unas alpargatas de plataforma nuevas, que todavía nadie había sacado de la caja.

La guiaron hasta un salón del piso de abajo y salieron a la pequeña terraza que ella había visto desde el balcón, cubierta de una enredadera con flores. Desde allí se veía la piscina exterior.

El aroma de las flores inundaba el ambiente. El aire era cálido y la tranquilidad ayudó a calmar su mente. Apollo levantó la vista y dejó de mirar a la distancia. Tenía una copa de vino en la mano.

Se puso en pie y separó una silla para que ella se sentara. Su aroma masculino eclipsó el aroma a flores.

Ella percibió que había tensión entre ellos. Después de lo que él le había dicho antes, no le extrañaba, pero también sentía otro tipo de tensión más profunda.

Él se sentó frente a ella y agarró una botella de vino blanco griego.

–¿Te apetece un vaso?

Sasha no estaba segura. ¿Le gustaba el vino? ¿Quizá la ayudaría a relajarse?

–Un poco, por favor –contestó.

Cuando él le sirvió el vino, ella bebió un sorbo y le gustó. Rhea, el ama de llaves, apareció con los aperitivos. Apollo empujó uno de los platos hacia Sasha.

–Esto es tzatziki con menta, y lo otro es hummus.

Ella untó un poco de cada salsa en pan y lo saboreó.

–Tienes una casa preciosa –comentó ella. No le parecía su casa, aunque hubiera estado viviendo allí unos meses–. Debes ser un hombre exitoso.

Apollo bebió un sorbo de vino.

–Podría decirse que sí.

Sasha tenía la sensación de que él se estaba mofando de ella. Antes de que pudiera responder, Rhea apareció de nuevo para recoger los platos del aperitivo y Kara sirvió los platos principales. Pechugas de pollo con ensalada y patatas de guarnición. Sasha se sonrojó cuando oyó que le rugía el estómago. Dio un bocado y se contuvo para no gemir al probar el pollo al limón. Le parecía que había pasado un año desde que había probado algo tan sabroso.

Cuando se terminó el plato miró a Apollo y vio que él la estaba mirando.

–¿Qué? –preguntó ella, y se limpió con la servilleta.

–Al parecer has descubierto que tenías hambre –contestó él.

Rhea apareció de nuevo y recogió los platos. Sasha comentó:

–Estaba delicioso, gracias.

Rhea se detuvo y, antes de marcharse, la miró como si fuera un monstruo de dos cabezas. Sasha no quería preguntar, pero sentía que no le quedaba más elección.

–¿A qué te referías con lo de la comida y por qué ella me ha mirado así? Y Kara también… como si tuvieran miedo de mí.

–Porque probablemente lo tengan. Tú no las trataste con mucho respeto. Y, antes, probabas todas las comidas que te servían como si estuvieran envenenadas.

Sasha notaba que comenzaba a dolerle la cabeza.

–¿De veras no te crees que tengo amnesia?

Apollo la miró inexpresivo.

–Digamos que tu comportamiento en el pasado no me hace confiar en tu capacidad para decir la verdad.

«¿Qué ha pasado?».

Sasha no se atrevió a hacer la pregunta porque no estaba segura de estar preparada para oír la respuesta. Y especialmente si lo que él le había contado era verdad. Apollo la miraba con esa expresión de desdén que empezaba a resultar dolorosa y demasiado familiar.

–Prometo que no estoy mintiendo. Ojalá pudiera aclarar mi mente, pero no puedo. Créeme, no hay nada más aterrador que no saber nada de uno mismo, de tu pasado o de tu futuro. Solo me queda confiar en que eres mi marido y en que vivo aquí contigo, cuando lo que siento es que no he estado aquí jamás. No sé lo que hice, pero a juzgar por la actitud que tenéis Rhea, Kara y tú hacia mí, no debió ser nada bueno. ¿Y cómo puedo disculparme por algo que ni siquiera recuerdo haber hecho?

Sorprendida por la presión que sentía en el pecho a causa de la emoción, Sasha se puso en pie y se acercó al borde de la terraza, cruzándose de brazos. Horrorizada notó que las lágrimas afloraban a sus ojos y pestañeó con fuerza para contenerlas.

Apollo estaba muy tenso y tuvo que obligarse a respirar hondo para relajarse. Miró a Sasha y vio que estaba tensa. Tenía la tez muy pálida y su cabello rojizo brillaba bajo la luz de la puesta de sol como si fuera una llama contra el blanco de su blusa.

Parecía muy disgustada. Agitada. Apollo no confiaba en ella, pero por algún motivo ella insistía en aquella locura. Quizá intentaba ganar tiempo para encontrar la manera de convencerlo para que permaneciera casado con ella.

Durante los tres meses anteriores ella había empleado todos los trucos para intentar llevárselo a la cama, pero había sido sencillo no desearla. Sin embargo, él no estaba seguro de si podría resistirse a ella en esos momentos y, si ella se enteraba…

Él se puso en pie y notó que ella se ponía todavía más tensa. Se acercó a su lado y ella no lo miró. Tenía los labios fruncidos y apretaba los dientes. Él se fijó en que tenía húmedas las pestañas. ¿Había estado llorando? Para su sorpresa, en lugar de sentirse disgustado, Apollo sintió cargo de conciencia.

Durante todo el tiempo que lo había estado engañando, no había llorado de verdad ni una sola vez. Cuando tres meses antes ella había aparecido en el despacho que Apollo tenía en Londres, parecía que estaba a punto de llorar, pero no lo hizo.

«A lo mejor está diciendo la verdad».

Sería idiota si confiara en ella después de todo lo que había sucedido, pero ya sabía quién era ella, así que, ya no podría sorprenderlo otra vez.

–Mira –dijo él, volviéndose para mirarla–. Has tenido una experiencia terrible y necesitas recuperarte. Podemos hablar acerca de si te creo o no cuando estés más fuerte.

 

 

Durante la siguiente semana, Sasha recordó las palabras de Apollo como en una nebulosa. Todavía estaba lo bastante magullada como para no discutir cuando Kara o Rhea insistieron en llevarle la comida a su cuarto, o cuando aparecieron para taparle las piernas con una mantita mientras ella estaba sentada en la terraza al anochecer, a pesar de la cálida temperatura que había en Grecia.

Sasha se fijó en que a medida que pasaban los días, las mujeres estaban más amables con ella. Aunque todavía las pillaba mirándola con suspicacia y cuchicheando cuando pensaban que ella no estaba mirando.

A Apollo no lo había visto. Solía irse a trabajar al amanecer y ella solía despertarse cuando oía alejarse el potente motor de su coche. Y antes de que él regresara, ella ya estaba dormida.

De hecho, si no fuera porque oía el motor todas las mañanas, habría pensado que él no regresaba a casa para nada. Un hombre como él debía tener otras propiedades. ¿Un apartamento en Atenas?

¿Una amante?

La idea provocó que se le formara un nudo en la garganta. Era viernes por la noche y estaba sentada en la pequeña terraza. Empezaba el fin de semana. Si no compartían dormitorio, era evidente que el matrimonio no funcionaba. Sin embargo, la idea de que Apollo pudiera estar con otra mujer le provocaba náuseas.

Apenas conocía a aquel hombre y, en cambio, experimentaba un fuerte sentimiento de posesividad hacia él. También tenía la sensación de que le habían hecho algo que no recordaba.

–Buenas noches.

Sasha se sobresaltó y se volvió para ver que el hombre que ocupaba su pensamiento se encontraba a poca distancia. Una extraña sensación se apoderó de ella. Desconcertante, pero familiar.

Él llevaba un pantalón oscuro y tenía desabrochado el botón de arriba de la camisa. Tenía el cabello un poco alborotado, como si se hubiera pasado los dedos. La barba incipiente.

–No te he oído llegar. Nunca lo hago –se sonrojó al oír sus propias palabras–. Quiero decir, suelo oír el coche por las mañanas, pero no por las noches. No estaba segura de si te estabas quedando en otro sitio. ¿Tienes más propiedades en la ciudad? –se percató de que estaba hablando sin parar y se calló.

Él se acercó y se sentó a su lado. Ella se fijó en que se le veía el torso por el hueco de la camisa y miró a otro lado. ¿Qué le pasaba? Llevaba toda la semana como adormecida y, de pronto, se sentía viva.

–No sé por qué no oyes el coche por las noches. He regresado a casa todos los días. Y sí, tengo un apartamento en Atenas. El ático de mi edificio de oficinas.

–Tienes un edificio –no solo era una oficina, sino todo un edificio.

Él asintió.

–Y otro en Londres. Y oficinas en Nueva York, París y Roma. Estoy ultimando los planes para abrir otra oficina en Tokio el próximo año.

Sasha no pudo evitar mostrar su sorpresa.

–Son muchas oficinas. Debes haber trabajado muy duro.

–Por lo que recuerdo sí.

–¿Estudiaste?

–Sí, pero trabajaba al mismo tiempo, así que me licencié mientras iba ascendiendo en mi trabajo. No quería perder el tiempo al estudiar en la universidad a tiempo completo.

Apollo se quedó inmóvil. No había ido allí para charlar con su esposa traicionera que podía estar fingiendo amnesia, aunque durante toda la semana no había bajado la guardia ni una sola vez.

Rhea y Kara le habían dicho que se había portado de manera muy educada en comparación con el pasado. Esa noche tampoco había nada que recordara a su esposa de antes. Solo aquellos grandes ojos azules que lo miraban de manera ingenua.

Él deseaba levantase y marcharse. Así que se puso en pie, pero en lugar de marcharse se acercó al murete de la terraza y se sentó allí.

Ella se giró en la silla para mirarlo. Iba vestida con un blusón blanco y un cinturón dorado. El vestido estaba abrochado casi hasta arriba.

Anteriormente, Sasha habría llevado el vestido con el escote desabrochado de manera que casi podría haberse visto su ropa interior. Sin embargo, esta vez él pensaba en lo sencillo que sería desabrocharle los botones para dejar al descubierto sus senos.

Apollo se fijó en su tez pálida; en sus piernas largas, esbeltas, y en la manera de sentarse, de lado, con las piernas juntas, como una señorita.

Se habría reído si hubiera tenido algo de sentido del humor. Hacía no mucho tiempo ella se había visto implicada en situaciones nada dignas de una dama.

Apollo trató de no pensar más en su vestido, en sus piernas…

De pronto, se encontró diciendo:

–Mi padre trabajaba de capataz para una de las empresas de construcción más grandes de Grecia. Tuvo un accidente laboral y se quedó parapléjico.

Sasha se llevó la mano a la boca, sorprendida.

Apollo sintió que la rabia lo invadía por dentro.

–Nunca llegó a recuperarse. Lo único que sabía hacer era gestionar una obra. Podría haberlo hecho en un despacho, sentado en la silla de ruedas, pero todo el mundo lo rechazó. Su propio jefe se negó a darle una compensación. Su orgullo estaba destrozado. Él no era capaz de mantener a su mujer a sus dos hijos.

Ella frunció el ceño.

–¿Tienes un hermano?

Apollo ignoró la pregunta.

–Mi padre se suicidó cuando yo tenía once años y mi hermano trece. Mi madre enfermó de cáncer no mucho después y murió un par de años más tarde. A nosotros nos enviaron a una casa de acogida. Mi hermano se enganchó a las drogas y entró en una banda de delincuentes. A los dieciséis años lo apuñalaron mortalmente.

Los ojos de Apollo brillaban con intensidad. Como si fueran joyas de color verde oscuro. Sasha se quedó paralizada por su mirada. Por sus palabras. No podía hablar. Todo lo que se le ocurría le parecía trivial.

Apollo continuó.

–Decidí que iría tras el hombre con el que había trabajado mi padre y que lo destrozaría. Y así fue. No me costó mucho desmontar su negocio porque era corrupto hasta la médula. En cuanto eso sucedió, aparecieron cientos de exempleados buscando una indemnización y acabó arruinándose.

Apollo la miraba como si esperara que estuviera asombrada. Y lo estaba.

–Lo siento –dijo ella–. No puedo imaginar lo que debió ser perder a tus seres queridos siendo tan joven. Yo no sé nada acerca de mi familia… o de cuándo murieron mis padres.

Apollo se arrepentía de haberle contado tantas cosas. Apenas algunas personas conocían su pasado y, sin embargo, él le había contado todo a Sasha. A la única persona del mundo en la que menos debía confiar. Esperó a que ella se aprovechara de aquella triste historia, pero no lo hizo.

Se había puesto pálida y lo miraba con los ojos bien abiertos.

–Me dijiste que mis padres han muerto y que no tengo hermanos ¿no es así?

Él asintió.

–Me contaste que tu madre fue madre soltera. Tu padre se marchó cuando eras pequeña. Tú lo buscaste, pero descubriste que había muerto hacía algunos años y, después, tu madre falleció hace un par de años.

–Oh, es tan extraño no ser capaz de recordar a mi madre. Ni haber buscado a mi padre.

Ella parecía sufrir de verdad. Al ver que se mordía el labio inferior, Apollo recordó el momento en que la besó por primera vez… La suavidad de sus labios abriéndose bajo los de él, permitiéndole que explorara su boca por completo.

Apretó los puños y se puso en pie

–Tengo que hacer unas llamadas de trabajo. Buenas noches, Sasha.

–Buenas noches –contestó ella.

Él comenzó a salir, pero al ver que no conseguía quitarse la mirada de sufrimiento de su cabeza, se detuvo en la puerta y la miró. Parecía vulnerable en aquel sofá tan grande.

–Siento lo de tus padres.

Ella se volvió y un mechón de cabello dorado y rojizo cayó sobre sus hombros.

–Gracias.

Apollo sintió que el deseo lo invadía por dentro. Quería regresar a su lado y retirarle el vestido para poder ver la belleza de su cuerpo. Quería obligarla a admitir que estaba fingiendo. Tratando de manipularlo una vez más. No le haría el amor. Conseguiría que ella le suplicara que se lo hiciera y después la dejaría allí, jadeando y admitiendo quién era en realidad.

–Buenas noches, Sasha.

Apollo se marchó antes de que se viera obligado a satisfacer su instinto y hacer una estupidez. La misma que hizo la primera vez que la vio, cuando un intenso deseo se apoderó de él de una manera que nunca antes había experimentado.

Se dirigió a su estudio y se sirvió una copa. Era incapaz de olvidar la imagen de sus grandes ojos azules. Ni el impacto que habían tenido en él la primera vez que la vio.

Esa noche, en aquella habitación de Londres, había sido la primera vez que alguien había traspasado las barreras que Apollo había levantado para protegerse con tanta facilidad. Con solo mirarlo. Algo salvaje e indómito había cobrado vida en su interior y él se percató de que, anteriormente, nunca había sentido verdadero deseo. Había tenido muchas amantes, pero nunca había permitido que llegaran a una relación profunda con él. Simplemente las había utilizado para satisfacer sus necesidades físicas.

Tras ver a su padre humillado y destrozado, a su madre triste y enferma hasta desaparecer de sus vidas, y autodestruirse a su hermano, Apollo había prometido que nunca permitiría que nadie se acercara tanto a él como para sufrir cuando se marchara. Lo habían dejado atrás en demasiadas ocasiones.

Sin embargo, con Sasha, satisfacer sus necesidades físicas lo había llevado a otro nivel de deseo. Él anhelaba tenerla a su lado. Así que cedió ante su instinto.

Él se dejó llevar antes de ser consciente de lo que había hecho. Y de recordar quién era y que estaba vacío por dentro.

La venganza lo había invadido mucho tiempo. Y acababa de asimilar que conseguir sus metas no había sido algo tan revelador cuando conoció a Sasha. Él había achacado el efecto que ella había tenido sobre él a ese vacío que experimentaba. A la decepción. A la preocupación. A la insatisfacción que sentía, cuando debía sentirse satisfecho y en paz.

Llamaron a la puerta y Apollo se puso tenso.

–Adelante.

 

 

Frente a la puerta del estudio de Apollo, Sasha respiró hondo. Sabía que él le había dicho que tenía que hacer unas llamadas, pero como al pasar por delante de su despacho no había oído voces, actuó de forma impulsiva.

Abrió la puerta y lo encontró sentado tras el escritorio. Apollo la miró con el ceño fruncido.

–¿Está todo bien?

Ella asintió, y se arrepintió de su decisión al sentir un enorme nudo en el estómago.

–Bien. Yo… –se calló. No debía haber ido. La manera en que él la hacía sentir con tan solo mirarla era… Inquietante. Deseaba salir corriendo, pero al mismo tiempo deseaba permanecer allí.

Él frunció el ceño.

–Sasha…

–Sé que estás ocupado, pero quiero saber por qué nuestro matrimonio es… Así. Tenso. Con dormitorios separados. No te gusto demasiado.

«O nada», le susurró una vocecita en su cabeza.

Apollo dejó la copa que tenía en la mano. Se puso en pie, rodeó el escritorio y se apoyó en él con los brazos cruzados. Ella se fijó en la musculatura de su torso y sintió que una ola de calor la invadía por dentro.

¿Siempre se había sentido tan atraída por los hombres?

«Quizá solo por él», le susurró la voz.

De algún modo, no podía negar la posibilidad de que solo reaccionara así ante él.

Apollo vio que ella se sonrojaba y pensó que había ido allí porque había percibido el deseo que él sentía por ella. Y quería aprovecharse de ello.

Se sintió tentado de ir al grano con ella, pero decidió no hacerlo.

–Nuestro matrimonio ha tenido algunos problemas, pero no creo que sea el momento de hablarlo ahora.

La observó unos instantes y se percató de que la deseaba todavía más.

«Bruja».

Ella lo miró.

–No sé por qué, pero siento la necesidad de disculparme, como si hubiera hecho algo malo y por eso me odias y Rhea y Kara me miran como si pudiera hacer algo inesperado.

Apollo luchó contra el impulso de creerla. De confiar en la imagen inocente que ella trataba de mostrar. Ya lo había hecho antes. Se separó del escritorio y se acercó a ella.

Sasha lo miró y se sonrojó. Apollo sintió que perdía el control que había mantenido desde que ella despertó en el hospital y lo miró con aquellos ojos azules, provocando que su deseo se encendiera de nuevo.

Le agarró un mechón de pelo y lo retorció entre sus dedos. Era como la seda. Y le recordó la sensación que había experimentado la noche que hicieron el amor, la suavidad de su cabello al rozar su torso desnudo.

–Me gusta más así, suelto e indómito. Tú lo preferías liso.

–¿Sí? –Sasha sintió una presión en el pecho. ¿Por qué no podía respirar? Había tensión en el aire.

–La noche en que nos conocimos lo llevabas así.

–No lo recuerdo… Bueno, me acuerdo de algunos retazos de aquella noche, pero no de los detalles…

Apollo se colocó frente a ella y la miró.

–¿Estás segura, Sasha? ¿De veras? ¿O es una artimaña para ganarte mi confianza? ¿Para volver a meterte en mi cama?

Sus palabras le cayeron como un jarro de agua fría. Ella se retiró hacia atrás para que le soltara el cabello.

–No. No haría tal cosa.

Él se acercó de nuevo y la sujetó por la barbilla. Al instante, sintió que una ola de calor lo invadía por dentro.

–¿No lo harías? No es nada que no hayas hecho, pero he de admitir que, si estás actuando, tienes mucho talento.

Por primera vez desde que despertó en el hospital ella experimentó algo más aparte de desconcierto y confusión. Sasha le agarró la mano y se la retiró.

–Quizá sea porque no estoy actuando.

No obstante, fue incapaz de retirarle la mano a Apollo para no tener contacto con él. Durante un segundo, pensó que él iba a besarla, pero entonces, él dio un paso atrás. Sus ojos parecían de color negro con aquella luz. Sasha se sentía un poco mareada, como si se hubieran besado.

–Debes irte a la cama, Sasha –dijo él con brusquedad–. Es tarde –se dirigió a la puerta y la sujetó abierta.

Sasha no comprendía lo que le estaba pasando. Había deseado profundamente que él la besara, y todavía estaba temblando.

Se apresuró a marcharse del despacho antes de ver una expresión de disgusto en su rostro, o peor aún, antes de que él viera que se sentía humillada.

 

 

Apollo esperó a que Sasha hubiera desaparecido antes de cerrar la puerta. Regresó al escritorio y se terminó la copa de un trago, como para disipar el hecho de que había estado a punto de aceptar lo que ella le ofrecía, alzando sus labios sensuales hacia él, suplicándole con su mirada que la besara.

Durante un instante se preguntó cómo ella había conseguido traspasar sus barreras una vez más y, segundos después, había estado a punto de abrazarla y revivir la noche que habían compartido… Algo que ella llevaba buscando desde que se casaron.

Apretó la copa con tanta fuerza que temió romperla.

Sentía una intensa frustración sexual. Había pasado los últimos tres meses sin sentirse atraído sexualmente por su esposa. Y de pronto, era un infierno.

No comprendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que por muy intenso que fuera el deseo, no mostraría debilidad. Ya había mostrado debilidad hacia ella una vez, y Sasha había cambiado su vida por completo. No volvería a suceder.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

SASHA subió a su habitación. Se sentía un poco mareada. Permaneció de pie y se cubrió los labios con los dedos, como para comprobar que no la habían besado. No, no tenía los labios hinchados ni sensibles.

Conocía muy bien cómo era esa sensación.

Entonces, lo comprendió. Deseaba que él la besara porque sabía lo que era. Por ese motivo su cuerpo reaccionaba de esa manera, porque recordaba sus caricias y las ansiaba de nuevo.

Se sentó en el borde de la cama y sintió un escalofrío. Por suerte, él se había retirado antes de que ella pudiera comunicarle cuál era su deseo.

Quizá anhelaba que Apollo la besara porque su cuerpo reconocía el hecho de estar cerca de él como algo familiar. Y puesto que todo lo que había a su alrededor le resultaba desconocido, se inclinaba por ello. ¿Una respuesta natural del cuerpo?

«Y excitante», susurró una vocecita.

Aquella idea no le ofrecía mucho alivio. Solo era una mala justificación para lo que acababa de suceder.

Y teniendo en cuenta que aquel hombre rechazaba su presencia y le había dicho claramente que no confiaba en ella, ¿qué clase de masoquista era?

 

 

A la mañana siguiente, cuando Sasha bajó a desayunar se sentía agotada. Se había despertado al amanecer, sudando y enrollada en las sábanas. Insatisfecha. Sus sueños habían sido sensuales. Llenos de imágenes que le recordaban a la realidad…

Al entrar en la terraza donde había desayunado sola toda la semana, se sorprendió al ver a Apollo. Pensó que no había oído su coche por la mañana y, entonces, se dio cuenta de que era sábado y de que no habría ido a trabajar.

Él la miró y se puso en pie.

Sasha evitó su mirada y notó que su cuerpo reaccionaba con el mismo deseo que la noche anterior. Por un lado, no le gustaba su presencia, pero era ridículo porque estaba en su casa.

«Nuestra casa».

Aunque no le pareciera suya…

–Buenos días.

–Kalimera.

Sasha se sentó y Rhea apareció para servirle una taza de café.

Sasha sonrió y le dijo:

–Efharisto.

Rhea asintió y sonrió. Cuando se marchó, Apollo dijo:

–¿Has aprendido griego?

Sasha se sirvió un bollo de hojaldre. Cualquier cosa para evitar mirarlo y recordar la noche anterior, cuando le había pedido que la besara.

–Solo algunas palabras. Kara me ayuda.

–Antes no parecías dispuesta a aprender.

Sasha se quedó paralizada. Lo miró y preguntó:

–¿Podemos dejar claro que, quizá, ahora las cosas son diferentes? No paras de decirme lo que hacía, o cómo era, y yo no recuerdo nada. ¿Podemos simplemente continuar a partir de aquí?

Él la miró durante un largo instante. Tan largo que ella se sonrojó. Finalmente, él inclinó la cabeza y dijo:

–Muy bien. Tiene sentido.

Sasha suspiró.

–¿Cómo te sientes físicamente?

Ella bebió un sorbo de café.

–Físicamente estoy bien… Mucho mejor –hizo una mueca–. Mentalmente… Ya no siento esa confusión, pero mi pasado está en blanco.

«Y por cómo me haces sentir parece que esté conectada a una fuerza eléctrica».

Cerró la boca por si se le escapaban las palabras.

–He llamado al médico para que venga a verte esta mañana.

Sasha sintió un nudo en la garganta. ¿Intentaba librarse de ella? ¿Qué pasaría cuando se hubiera recuperado? ¿Por qué se sentía mal al pensar en eso cuando era evidente que él rechazaba su presencia? De forma impulsiva, preguntó:

–¿Alguna vez nos fue bien? Entre nosotros…

Apollo contestó. Su expresión era indescifrable.

–Brevemente.

La idea de que él la hubiera deseado igual que ella lo había deseado la noche anterior era demasiado abrumadora.

–Entonces… ¿por qué…?

–¿Por qué no funcionó? –preguntó él.

Sasha asintió. Justo en ese momento apareció Rhea y Sasha se sintió molesta por la interrupción.

Rhea dijo:

–La doctora ha venido para ver a kyria Vasilis.

Apollo miró a Rhea y sonrió. Era una sonrisa de verdad. La primera que Sasha veía en su rostro. Ella sintió que se le aceleraba el corazón. Aquella sonrisa había provocado que su atractivo pasara a ser devastador.

Entonces, Apollo la miró y dejó de sonreír. Sasha se estremeció. La odiaba de verdad. Por algo que había hecho. Momentos antes había estado dispuesta a escucharlo, pero se alegraba de la interrupción.

 

 

–Físicamente ha tenido una notable mejoría, señora Vasilis. Y, emocionalmente, ¿cómo va?

Sasha se recolocó la blusa dentro del pantalón. La doctora la había reconocido en su dormitorio. Era la misma mujer amable que la había atendido en el hospital después del accidente.

Ella se sentó junto al escritorio y dijo:

–Estoy… Supongo que estoy bien. Acostumbrándome a mi vida.

«Y al marido que no quiere tenerme aquí».

La doctora asintió.

–Supongo que necesitará un tiempo de adaptación. ¿Y ha recuperado algo de memoria?

Sasha negó con la cabeza.

–No. Tengo un vacío. Aunque anoche tuve un sueño –dijo, y se sonrojó.

–Continúe, cariño.

Avergonzada, Sasha dijo:

–Es que… Más que un sueño parecen recuerdos sobre mi marido… Conmigo.

La doctora asintió.

–Es posible. Le recomiendo que deje un cuaderno junto a la cama y escriba sus sueños. A lo mejor eso la ayuda. Aunque no se presione demasiado. El funcionamiento de la mente es un misterio.

La doctora se puso en pie y Sasha también.

–Hay algo más.

–¿Sí? –preguntó la doctora mientras guardaba sus cosas.

–Mi esposo me dice que me comporto de manera diferente a la de antes. ¿Eso es normal?

–Se sabe que algunos traumatismos pueden provocar cambios de personalidad, pero en sus pruebas no se ve ningún dato que pueda asegurarlo. Se dio un golpe muy fuerte en la cabeza. Necesitará tiempo para readaptarse a la vida, señora Vasilis. No se preocupe, y llámeme en cuanto tenga novedades relacionadas con su memoria.

 

 

Era media mañana cuando Sasha se despidió de la doctora. Kara estaba colocando un jarrón con flores frescas sobre la mesa del recibidor. Sasha se acercó a ella y le preguntó:

–¿Ha visto a Ap..? ¿A mi marido?

Kara asintió.

–Se ha marchado a la oficina hace un rato. Me dijo que le dijera que regresaría por la tarde.

–Ah –se sintió decepcionada. Aunque tampoco sabía qué habría hecho si él hubiera estado allí.

–Parece que tiene mucho trabajo.

–Siempre está trabajando –contestó Kara–. Mañana, tarde y noche. Antes pensábamos que era porque…