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Por fin un hogar Abby Green Vuelve a buscarla… Y se queda para proteger a su heredera. El director ejecutivo Ajax Nikolau dirigía su imperio con un legendario control hasta que dos tórridas noches con la abogada Erin Murphy lo amenazaron todo. Porque, tiempo después, recibió una impactante noticia que podría destruir cada uno de los muros que se había construido. ¡Era padre! Y protegería lo que era suyo… Abandonada de niña, Erin había jurado no depender nunca de nadie. Pero cuando los paparazis descubrieron a la nueva heredera Nikolau, se vio obligada a esconderse con Ajax. Aislados en una isla griega, olvidar su apasionada conexión resultaba imposible. Sobre todo cuando descubrió por qué Ajax estaba tan decidido a reclamar lo que era suyo… Un acuerdo en París Julia James «Tengo una propuesta para ti: que vuelvas conmigo». El millonario griego Leandros Kastellanos estaba en una fiesta de la alta sociedad ateniense, contemplando con desinterés a los invitados, cuando vio a una mujer asombrosamente bella. El tiempo se detuvo para él en ese instante, porque era nada menos que Eliana Georgiades, una famosa cazafortunas, la exprometida que había destrozado su cuidadosamente ordenado mundo. Y, a pesar de ello, no la había dejado de desear. El desesperado intento de Eliana por ayudar a su padre había terminado de forma catastrófica. Ahora estaba hundida en la pobreza y con el corazón roto; pero su sentido común saltó por los aires cuando Leandros le ofreció un acuerdo altamente peligroso que ella aceptó, quizá, porque se arrepentía de lo que había hecho o, quizá, porque lo deseaba. Los herederos ocultos Tara Pammi Dos hijos secretos... para redimir al multimillonario El magnate griego Sebastian había pasado tres años buscando a Laila Jaafri sin éxito. Pero ella apareció con una noticia sorprendente: ¡los gemelos eran suyos! ¿Podría ser una llamada de atención para que el playboy Sebastian diera un paso al frente y se convirtiera en el padre que nunca tuvo? Solo había un problema: ¡se odiaban! Él estaba furioso porque ella había escondido a sus herederos. A ella no le convencía su repentino deseo de jugar a las familias felices. Cuando Laila rechazó su proposición de matrimonio, Sebastian intensificó su cortejo, seguro de que su explosiva química la convencería… solo para darse cuenta de que su deseo iba mucho más allá de lo físico... Del odio al deseo Jackie Ashenden Casarse con la mujer que le odia… ¡o decir adiós a su herencia! Andrómeda Lane jamás perdonaría a Poseidón Teras por haber destruido su familia. Por eso, su sorpresa fue mayúscula cuando él le propuso matrimonio. Andrómena sabía que todo lo que ese atractivo magnate quería era asegurar su herencia, por lo que rechazó su propuesta… hasta que él se comprometió a apoyar a la ONG fundada en memoria de su hermana. Poseidón estaba convencido de que iba a conseguir cuanto quería sin arriesgar nada, hasta que, para sellar el acuerdo, se dieron un beso completamente abrasador. El resultado fue que el más legendario playboy se dio cuenta de que deseaba a la mujer que más le detestaba.
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Seitenzahl: 767
Veröffentlichungsjahr: 2025
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© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
E-pack Bianca, n.º 411 - febrero 2025
I.S.B.N.: 979-13-7000-553-5
Índice
Créditos
Por fin un hogar
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Un acuerdo en París
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Los herederos ocultos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Del odio al deseo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
La tensión sexual entre Erin Murphy y el hombre del ascensor podía cortarse con cuchillo. Un millón de sensaciones le bullían por la sangre y el cuerpo. Triunfo. La satisfacción de un trabajo bien hecho. Y, por encima de todo, deseo.
No, la palabra «deseo» resultaba demasiado educada.
Era pura lujuria. Y peligro.
Porque ese hombre no era un hombre cualquiera. Era su jefe. Ni siquiera su jefe. Era el jefe del jefe de su jefe, probablemente con un par de jefes más de por medio.
La cosa había surgido hacía unas semanas, mientras habían estado encerrados en el despacho en medio de unas negociaciones de lo más intensas.
Cómo no, se había fijado en lo guapísimo que era. Y sexi. Todo el mundo lo decía y ella se había quedado impresionada al comprobarlo el día que la habían contratado para formar parte de su equipo legal. Pero lo había disimulado porque sabía que era inapropiado y quería dar buena impresión. Era su primer trabajo desde que había terminado un máster en Derecho Corporativo, que era precisamente por lo que la habían contratado.
Ajax Nikolau era un dios griego. O todo lo que un mortal podía parecerse a un dios. Una belleza con unos hipnóticos ojos azules verdosos, un rostro cincelado y una boca que te hacía pensar en pecado y sexo. Pelo negro tupido y ondulado. Alto y con una constitución poderosa. Atlético. Vestía trajes, pero el modo en que se amoldaban a su esculpida forma resultaba muy provocativo.
Todo ello y una mente aguda formaban una potente combinación.
Además, era uno de los hombres más ricos del mundo… desde hacía más o menos una hora, cuando habían firmado el último contrato. Ahora tenía el control total del negocio familiar. Ya era rico de antes, exageradamente rico, pero ahora estaba a la par de los legendarios magnates del acero indios y de los titanes de los medios de comunicación.
Pero a Erin no le importaba nada de eso. Solo lo veía a él. Al hombre.
Habían tomado champán para celebrar la firma con el resto del equipo y aún le corría por las venas como una burbujeante corriente eléctrica. No podía creer lo que estaba pasando. Aunque ninguno había dicho nada, estaba ahí, en el aire. Y era potente.
Solo unos momentos antes, en el vestíbulo de las oficinas de Ajax en el centro de Manhattan, cuando el resto del equipo legal y ella estaban a punto de marcharse, él la había llamado.
Erin se había girado y, plantándose una educada sonrisa, había dicho:
–¿Sí?
–Tengo unos documentos en el despacho de casa. Creo que será mejor que los guardes tú. ¿Te parece bien?
Se quedó extrañada. Ese hombre estaba más protegido que un jefe de estado. No debería preocuparle la seguridad de esos documentos.
Pero entonces lo miró y lo vio.
«Me desea».
Lo había sospechado, aunque siempre que lo había pillado mirándola, ella, muerta de vergüenza, había mirado a otro lado a la vez que se decía que era ridícula.
¿Por qué un hombre como Ajax Nikolau iba a interesarse por una mujer como ella? Era esbelta y con rasgos bastante simétricos, pero no tenía nada llamativo, no despertaba deseos irrefrenables. Y así le gustaba ser.
Pero ahora estaba en un ascensor con Ajax y tenía que afrontar el increíble hecho de haber atraído a uno de los hombres más fascinantes del mundo.
Mientras subían al ático, de pronto la invadió el pánico. ¿Y si había interpretado mal las señales? ¿Y si se le habían subido a la cabeza el triunfo del contrato y el champán y ese hombre solo pretendía darle unos documentos y mandarla a su casa?
Pero entonces él pulsó un botón y el ascensor se detuvo entre dos plantas.
–Te deseo, Erin –dijo Nikolau con la voz un poco áspera–. Pero no tienes ninguna obligación de hacer nada más que agarrar los documentos e irte.
Erin tragó saliva. ¿Ajax le había leído la mente? ¿Había ella verbalizado sus pensamientos?
«Me desea. No estoy alucinando».
Tembló con una mezcla de alivio y excitación.
–¿Lo de los documentos es verdad?
Él asintió.
–Pero no voy a mentirte. Los he utilizado como pretexto para estar a solas contigo. Llevas semanas volviéndome loco. Sé que esto supone sobrepasar un millón de límites y, créeme, si pudiera resistirme… lo haría.
Ajax apretaba la mandíbula como si estuviera furioso consigo mismo, con su falta de autocontrol.
Ya solo la idea de llevar a ese hombre al límite resultaba de lo más emocionante.
–¿Cómo tengo que llamarte? –le preguntó. Siempre lo había llamado «señor Nikolau» a pesar de que él les había dicho a todos que lo llamaran «Ajax».
–Ajax.
–Ajax… –repitió ella. Se le hacía raro. Ilícito.
Él le acarició la mandíbula.
–Me gusta cómo suena cuando lo pronuncias tú –le dijo con una mirada cargada de deseo.
Por ella.
Por la corriente, aburrida y seria Erin Murphy.
Desde que podía recordar, su vida había estado centrada en el mundo académico. Como hija única de un profesor de universidad, era todo lo que había conocido. Apenas había habido momentos para la espontaneidad y la diversión. De todos modos, tampoco podía decirse que ese momento fuera de «diversión». No cuando Ajax la estaba mirando con una intensidad que le hizo recordar que nunca lo había visto sonreír.
Y había motivos para ello: había perdido a su esposa y a su hijo en un accidente unos años atrás. De pronto, como impulsada por ese recordatorio y por la sobriedad de su propia vida, en lugar de hacer lo sensato, se acercó a él.
Temblando, le rozó la boca con la suya. Por un segundo Ajax no se movió y ella sintió que estaba contra un muro de acero. ¿Se habría sobrepasado? Aunque le hubiera dicho que la deseaba, tal vez fuera la clase de hombre al que no le gustaba que las mujeres dieran el primer paso.
Pero, antes de poder darle más vueltas al asunto, él la agarró de los codos y la besó.
Erin no sentía las piernas. Nunca había experimentado un beso así. El beso de Ajax era intenso y delicado a la vez, exigente pero respetuoso. Tuvo que apartarse un momento para tomar aire.
Como si percibiera que estaba abrumada, Ajax se detuvo y le rodeó la mandíbula con una mano.
Erin notó que el pelo se le soltaba de su pulcro moño y le caía sobre los hombros. Él siguió el movimiento con la mirada y, al instante, hundió los dedos en su melena.
–Es como oro quemado.
Erin no podía respirar. Ajax estaba haciendo que su pelo pareciera… extraordinario. Pero, en realidad, no tenía nada de especial. No era rubio, ni rojizo, sino algo a medio camino entre los dos.
Era el pelo de su madre. Pero su madre era la última persona en la que quería pensar, porque pensar en ella despertaba unos dolorosos recuerdos de abandono. Por eso le agarró la corbata, se la aflojó y le abrió el botón superior de la camisa.
Aunque los dos estaban vestidos por completo, ver la base de su cuello expuesta resultó increíblemente íntimo.
Ajax le quitó la chaqueta y, con unos diestros y largos dedos, le desabrochó el lazo de seda del cuello y luego pasó a los botones. Le abrió la blusa y se quedó mirándola. Mirando sus pechos enfundados en seda. Ella se ruborizó. Siempre había tenido predilección por llevar materiales caros sobre la piel. Era un lujo que no aplicaba a nada más en su vida.
Él le apartó la camisa, que se le quedó colgando de un hombro. Coló los dedos bajo el tirante del sujetador y se se lo deslizó por el brazo. Inmediatamente, la copa cayó bajo la curva de su pecho.
Erin se estremeció.
Jamás se habría imaginado experimentar algo así… esa exquisita y lenta tortura.
Él le cubrió el pecho con la mano y a ella se le endureció el pezón. Luego Ajax agachó la cabeza y cerró la boca a su alrededor.
Sentir el roce de su lengua y la succión de su boca, con esa ardiente humedad, fue como recibir una descarga eléctrica. Tenía los dedos enredados en el pelo de él y ni siquiera recordaba haberle puesto las manos en la cabeza.
Quería desnudarlo, pero estaba besándola otra vez y cubriéndole el pecho con la mano y pellizcándole el pezón con los dedos.
Dejó escapar un grito contra su boca.
La lengua de Ajax era ardiente, exigente, y ella no tuvo más opción que entregarse con un entusiasmo que la habría avergonzado si hubiera podido pensar de forma racional.
Sintió su erección ejerciendo presión contra ella y se movió hacia él de forma instintiva, buscando más contacto. Ajax le subió la falda y le levantó el muslo para engancharle la pierna alrededor de su cintura, estableciendo así un contacto más intenso con su cuerpo.
Ella cortó el beso. La dureza de Ajax estaba justo ahí. En el vértice de sus piernas. Ahí donde palpitaban todas sus terminaciones nerviosas. Quería desnudarlo y apartarse la ropa interior para que, en lugar de obstáculos, hubiera una conexión más íntima. El deseo era tan intenso que apenas podía respirar.
Nunca había deseado algo tanto. Con tanta desesperación.
El tiempo pareció detenerse y, por un instante, vio que él estaba tan anhelante como ella. Pero entonces algo le cruzó el rostro; una expresión que no pudo descifrar.
Ajax se apartó y Erin por poco no gimoteó.
Él le bajó la pierna y dijo con aspereza:
–Aquí no. Así no. Lo siento. No sé qué me ha pasado.
Pulsó el botón del ascensor, que comenzó a moverse de nuevo. Hacia arriba. Erin respiró aliviada al comprobar que no estaba bajando.
Cuando volvió a detenerse, las puertas se abrieron directamente al piso de Ajax. Nunca había estado ahí. Sus oficinas estaban unos pisos más abajo.
El piso era elegante y minimalista. Ventanas enormes de suelo a techo. Arte moderno en las paredes. Sofás y sillones con pinta de ser cómodos, pero en los que no parecía que se hubiera sentado mucha gente. Sabía que Ajax solía recibir a sus invitados en locales de reunión. No en casa.
Aunque llevaba semanas trabajando para él, aún no estaba acostumbrada al nivel de opulencia de su mundo. De todos modos, tampoco tuvo oportunidad de pararse a ojearlo todo. Ajax le agarró la mano y, en silencio, la llevó por un pasillo poco iluminado hacia una habitación al otro extremo del piso.
Su dormitorio. De nuevo, ventanales enormes. Ofrecían unas vistas impresionantes de Manhattan, pero quedaron eclipsadas al instante. Porque Ajax la giró hacia él.
–¿Seguro que quieres hacerlo, Erin? Puedes parar o marcharte cuando quieras.
–Quiero hacerlo.
Erin nunca se había considerado una persona muy sexual. Había tenido un novio en la universidad, ahí en Manhattan, y los dos habían decidido dejarlo de forma amistosa cuando se graduaron y él se mudó a Los Ángeles. Ella no había tenido intención de dejar Nueva York, donde había nacido y crecido.
No había sido una ruptura muy dolorosa.
Y en cuanto al sexo… Su novio era la única persona con la que había tenido relaciones, y en ningún momento había sentido por él lo que estaba sintiendo ahora.
Desesperación. Puro deseo.
Resultaba excitante y aterrador a la vez. Como si no tuviera el control de sus propias reacciones. Era una persona cerebral y nunca había sido tan consciente de su cuerpo.
Ajax empezó a quitarse la ropa. Chaqueta fuera y al suelo. Corbata quitada. Camisa abierta revelando un pecho ancho y musculoso y con una capita de vello sobre los pectorales.
Erin, conteniendo la respiración, lo vio quitarse los pantalones. Los siguientes fueron los zapatos y los calcetines.
Ahora lo tenía delante, completamente desnudo, y ella estaba… impactada. No sabía dónde mirar y quería mirar a todas partes. Ojeó varios centímetros de piel dorada oscura, testimonio de su linaje griego. Y más abajo. Abdomen plano, caderas esbeltas y… su erección. Tragó saliva. Qué grande. La muestra de su virilidad resultó abrumadora.
–Me siento un poco desnudo, Erin –dijo él arrugando la boca. Esa preciosa y sexi boca.
Erin tenía la blusa y el sujetador medio puestos. No tenía la chaqueta. ¿Seguiría en el ascensor? La falda seguía enrollada sobre un muslo. El pelo le caía sobre los hombros. Demasiado largo. No había tenido tiempo de ir a cortárselo.
Ajax se acercó y le quitó la blusa. Cayó al suelo. Le desabrochó el sujetador, que también cayó.
Por alguna inexplicable razón, ella no sintió vergüenza; tal vez porque Ajax ya se había desnudado. Le desabrochó la falda y se la bajó por las caderas.
Se quedó solo con el conjunto de ropa interior. De seda y encaje.
–Me gusta tu ropa interior.
–Gracias.
Fueron unas palabras que jamás se habría imaginado intercambiar con él, dado que hasta esa noche cualquier conversación que hubieran podido tener había girado en torno a los aspectos legales de sus delicadas negociaciones.
–¿Puedo?
Erin no sabía qué le estaba preguntando hasta que él se arrodilló a sus pies. Otra revelación más. Ajax Nikolau a sus pies.
Asintió aturdida.
Él le bajó las braguitas por las caderas y los muslos, pero luego no se levantó.
–Siéntate en el borde de la cama.
Más que sentarse, Erin se dejó caer.
Ajax le puso las manos en las rodillas y se las apartó, con la mirada clavada en su cuerpo y sumergiéndola en una atmósfera de sensualidad que ella no había experimentado nunca.
Le acarició el vientre.
–Qué piel tan clara tienes…
Erin no podía respirar.
–Mis padres son… irlandeses.
Ajax la miró con un brillo en los ojos.
–Con un apellido como «Murphy», jamás me lo habría imaginado.
¡Ajax estaba bromeando con ella! Pero ahora volvía a mirarle el cuerpo mientras se colocaba entre sus piernas. Le rodeó los pechos con las manos.
–Fantaseaba mucho con esto durante todas esas aburridas negociaciones. Eras una distracción.
–¿Fantaseabas… con… esto?
Él asintió. Movía los pulgares de adelante atrás sobre sus pezones y a Erin le costaba centrarse en lo que le estaba diciendo. ¡Qué rabia!, porque lo que estaba diciendo era… increíble.
–Fantaseaba con lo que habría debajo de tus remilgados trajes. Las blusas de seda, las faldas ceñidas… ¿Te haces una idea de lo delicioso que resulta tu trasero con esas faldas?
Erin negó con la cabeza, pero entonces la asaltó un recuerdo. Hacía poco, había estado sirviéndose café durante un descanso y se había agachado a recoger una cuchara que se había caído. Al girarse, por poco no había tirado la taza. Ajax estaba mirándola de un modo tan amenazador que ella había creído que había hecho algo mal.
Ahora Ajax se inclinó hacia delante y le puso la boca sobre un pezón. Lo succionó y luego lo mordisqueó con delicadeza. La rodeó por la espalda con las manos mientras le administraba la misma tortura al otro pecho, hasta que los dos estuvieron palpitando con una mezcla exquisita de dolor y placer.
Entonces se apartó.
–Túmbate.
Erin se tumbó, casi aliviada por el respiro. Pero no hubo respiro.
Él le separó los muslos y ella notó su mirada. Luego su aliento le rozó la cara interna del muslo y sus labios fueron deslizándose sobre la piel y acercándose cada vez más a ese punto donde hormigueaban todas sus terminaciones nerviosas… El aliento de Ajax era caliente, pero no tanto como lo fue su boca cuando presionó los labios y la lengua contra el centro de su cuerpo.
Erin tuvo que morderse la mano para no gritar.
Ese hombre era implacable mientras la exploraba con una minuciosidad que hizo que se le encogiera todo el cuerpo.
Y entonces lo inevitable pasó y la invadió como una ola imparable. No tenía dónde esconderse. Nunca se había sentido tan expuesta y, a la vez, tan liberada. Con su novio, el sexo había sido algo tedioso y ella se había sentido cohibida. Sus orgasmos no habían tenido el poder de desarmarla.
Apenas fue consciente de que Ajax se estaba moviendo y tendiéndola más arriba en la cama, sin el más mínimo esfuerzo.
Se situó entre sus piernas y se puso protección.
–¿Estás bien? –le preguntó.
¿Lo estaba? No existía ninguna palabra para describir cómo estaba. Lo único que pudo hacer fue asentir como una tonta.
Él le puso las manos en los muslos y la levantó hacia él haciendo que su erección se acomodara en los resbaladizos pliegues de su cuerpo.
Pero entonces se detuvo y la miró.
–No serás… virgen, ¿verdad?
Erin negó con la cabeza, apresuradamente y un poco avergonzada por la desesperación de sentirlo dentro.
–No, pero… ha pasado mucho tiempo.
–Pues entonces iremos despacio.
En silencio, Erin suplicó piedad porque sabía que iba a ser… ¡Ooooooh!
Ajax la embistió con un movimiento fluido y vigoroso a la vez que observaba su reacción. Erin arqueó la espalda. Qué grande era… Casi se sentía incómoda. Pero entonces él se hundió más y ella dejó escapar un tembloroso suspiro.
Nunca se había sentido tan… llena.
Despacio, él se retiró y, mientras, ella sintió sus propios músculos masajeando su largura. Ajax tenía la mandíbula apretada y la frente cubierta de un brillo de sudor. Erin también tenía la piel resbaladiza por el sudor.
Él volvió a adentrarse y ella emitió un grito ahogado cuando ondas de placer emanaron del centro de su cuerpo. Ajax se movía rítmicamente, adentro y afuera, y con cada movimiento la tensión de Erin aumentaba.
La invadía la desesperación, la urgencia. La necesidad de más. Ni siquiera fue consciente de que había hablado en voz alta hasta que Ajax empezó a moverse más rápido, más profundo.
Más fuerte.
Erin echó la cabeza atrás. Ajax entrelazó los dedos con los de ella y le sujetó las manos sobre la cabeza. Ella, ansiosa, le dio un mordisco en el hombro. Él se rio.
«Lo he hecho reír».
Pero antes de poder asimilarlo, Ajax le había soltado la mano y estaba rodeándole con ella un pecho para llevárselo a la boca. De pronto todo se paralizó y al instante ella estaba cayendo en un remolino de placer tan intenso que en esa ocasión no pudo evitar gritar.
Apenas fue consciente del gemido gutural de Ajax cuando la siguió y su grande y poderoso cuerpo se desplomó sobre el suyo. Lo rodeó con los brazos sin ni siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo.
Un mes después
Ajax estaba de pie junto a la ventana. Completamente vestido, como si su ropa fuera una especie de armadura.
«¿Contra qué?», preguntó una sarcástica voz.
«Contra la mujer desnuda que tenía detrás, en la cama».
Seguía dormida. Él veía el reflejo en la ventana. La piel clara, las elegantes curvas. Las suaves ondas de sus pechos y sus nalgas y el ensanchamiento de sus caderas.
La melena larga y dorada rojiza desplegada sobre la almohada. La misma melena que lo había rozado de pecho para abajo mientras ella le había explorado el cuerpo con la boca antes de rodearlo con una mano y…
Skata! Suficiente.
Solo era una mujer. Como cualquier otra.
Pero entonces, ¿por qué había jurado no volver a tocarla después de aquella primera noche?
Porque ya había sabido que lo que habían compartido había sido algo inaudito y que no debería volver a permitírselo. Él no buscaba encuentros que fueran más allá de lo casual.
La mañana siguiente se había levantado… tarde. Algo insólito en él, que llevaba años sin despertarse más tarde del amanecer. Se había sentido con resaca, pero no una resaca de beber; una resaca de sexo.
Había tenido bastantes experiencias sexuales, pero nunca como esa. Había estado semanas deseando a Erin. Distraído del trabajo. Algo insólito también.
Tras aquella noche había achacado su química a las circunstancias que habían rodeado las negociaciones que, al final, le habían dado el control total de Industrias Nikolau.
Su equipo y él habían estado prácticamente encerrados durante semanas, así que no era de extrañar que se hubiera fijado en Erin Murphy, la nueva y brillante incorporación a su equipo legal.
Al principio ella no había dicho mucho; se había limitado a observar y escuchar. Pero su porte y esa discreta seguridad en sí misma habían captado su interés. Mientras que otros competían por atención o reconocimiento, ella no.
Y entonces un día, durante una disputa por la redacción de una parte del contrato, en uno de los tensos silencios que había habido entre discusión y discusión, ella había propuesto una solución que había calmado la situación.
Ajax había visto que, en ese momento, Erin se había creado un par de enemigos entre los más ambiciosos del grupo, aunque ella ni siquiera se había percatado.
Después de aquello, había estado deseando verla cada día. Un día que Erin estaba trabajando en otro proyecto, Ajax había pedido que volviera porque no quería que el equipo legal se rompiera antes de firmar el acuerdo. No había sido del todo incierto, pero su motivación real había sido puramente egoísta.
Al día siguiente, ella volvía a estar en la sala y se habían mirado. Erin no había apartado la vista durante un largo rato y después a él le había costado concentrarse. Vestía prácticamente igual todos los días. Falda lápiz. Blusa de seda. Chaqueta. Zapatos de salón. Colores apagados. Maquillaje y joyas mínimos.
Pero resultaba atractiva, y él se quedaba extasiado pensando cómo estaría con el pelo suelto y qué habría bajo esos trajes.
Su pelo tenía un tono rubio rojizo especial. Ajax se había preguntado si tendría el mismo color «ahí», guardando su sexo, y el resultado había sido una rabiosa erección. En plena reunión. ¡Qué humillante!
Para cuando se hubo cerrado el trato y lo celebraron, era inevitable no explorar su fascinación. Ni siquiera había sabido que ella lo deseara también, pero en cuanto le había pedido que esperara y Erin lo había mirado con esos enormes ojos color avellana y las mejillas cubiertas por un tentador rubor, había sabido que sí lo deseaba.
Apenas habían aguantado unos segundos en el ascensor. Había sido la experiencia más ardiente y erótica de su vida.
Pero, cuando se había despertado a la mañana siguiente, ella ya se había ido. Nunca le había pasado algo así. La mayoría de sus amantes estaban demasiado interesadas en seguir cultivando esa intimidad al día siguiente, razón por la que él nunca las llevaba a casa. Y, al parecer, era algo que había olvidado aquella noche.
Erin ni siquiera le había dejado una nota. Y cuando la había visto en la oficina unos días después, lo había mirado como si nada. Por un lado Ajax había sabido que debería agradecer esa falta de apego, pero, por el otro, se había puesto furioso.
¿Es que no había disfrutado de la noche? La sospecha de que no hubiera experimentado lo mismo que él lo había hecho sentirse vulnerable e incómodo.
Al final había logrado hablar con ella a solas y le había preguntado qué pasaba.
–¿Qué quieres decir? –había respondido Erin.
–Nos acostamos, Erin.
–Ya lo sé.
–Y te marchaste a la mañana siguiente.
–Pensé que no te haría gracia despertarte y encontrarme preparando el desayuno.
Que tuviera razón no había reconfortado a Ajax.
–Esto es un juego, ¿verdad?
–¿Qué quieres decir?
–Estás haciéndote la esquiva porque sabes que así despertarás mi interés y mi curiosidad.
Ella había respondido furiosa:
–Yo no juego a esas cosas. Creía que nos estaba haciendo un favor, que era solo cosa de una noche.
Ajax se había quedado sin palabras por un momento.
–Tienes razón –había dicho finalmente, avergonzado.
Después se había ido. Y durante un mes no había dejado de darle vueltas a la cabeza. Pero, cada vez que la había visto, ella había parecido tremendamente tranquila, como si aquella noche no se le hubiera quedado grabada en la sangre y en el cuerpo como a él.
«Solo cosa de una noche».
¿Y si hubiera una más?
Se había convertido en una obsesión. Si pasaba una noche más con ella, seguro que esa fascinación se apagaría.
Y así se lo había dicho. Tras una reunión.
–¿Quieres una noche más?
Ella lo había mirado, sonrojada. De pronto había perdido ese aire de serenidad y a él lo había invadido una sensación de triunfo.
Aún lo deseaba.
–Eh… No sé si es buena idea –había respondido Erin, vacilante.
–Creo que es el único modo de seguir adelante con nuestras vidas.
Desde luego, era el único modo de que él pudiera seguir con la suya.
Tras un largo momento, como si estuviera batallando con un demonio interior, Erin había dicho:
–Vale. ¿Cuándo y dónde?
A Ajax le gustaba que fuera tan directa. Era verdad, Erin no se andaba con jueguecitos. Y así, la noche anterior había ido a su apartamento.
Ajax había planeado una cena, pero, en cuanto se habían cerrado las puertas del ascensor, cualquier intento de ser civilizados se había desintegrado. A los pocos segundos ya estaban desnudos.
No habían cenado hasta medianoche, con Erin vestida con una camisa de él y cada uno a un lado de la isla de la cocina, tomando vino y ensalada de pollo.
Había sido tan distinto a cualquier cosa que hubiera compartido con una mujer que le había resultado desconcertante. Le había hecho pensar en el pasado, en lo diferente que había sido con su esposa; una mujer con la que se había comprometido a pesar de no sentir nada por ella.
¿Cómo sería que una mujer te gustara lo suficiente para querer pasar más tiempo con ella? ¿Tener una relación?
Oyó un sonido tras él, en la cama. Se tensó contra la inevitable excitación. Y él que pensaba que una noche aplacaría el fuego… Se temía que no había hecho más que avivarlo. Razón de más para hacer lo que tenía que hacer. Decir lo que tenía que decir.
Porque, tras lo de la noche anterior, una cosa era segura: esa mujer suponía un peligro para él. Para todo en lo que creía y lo que había construido.
No buscaba una relación; nunca la había buscado. No lo llevaba en el ADN y nunca lo llevaría. No después de lo que había pasado.
Se armó de valor y se giró. Erin estaba apoyada en un codo, deliciosamente adormilada y con aspecto de estar bien amada. Se había subido la sábana hasta el pecho. Ajax lo lamentó al mismo tiempo que lo agradeció. Lo último que necesitaba era esa distracción. Erin ya lo había distraído bastante.
–Buenos días –dijo ella casi haciéndole cambiar de opinión. Casi.
Pero él era fuerte. Tenía que serlo. Debía resistir a las tentaciones.
Había tenido una oportunidad de crearse una vida personal y había acabado en tragedia. Lo personal ya había acabado para él, y había sido un error volver a dejar que Erin Murphy se colara bajo sus defensas.
Erin le estaba haciendo exponer sus debilidades, y él no podía permitirse ser débil.
–Tenemos que hablar –dijo Ajax.
Veintiún meses después. Manhattan
Erin estaba junto a la cuna viendo a su hija de un año dormirse… ¡por fin! La pequeña habitación estaba bañada por una tenue luz que proyectaba unicornios, perros, conejos y pájaros en el techo.
Sonrió. La niña era igualita que su padre. Piel morena y pelo oscuro y rizado. Lo único que había sacado de ella eran los ojos color avellana.
Erin casi se había acostumbrado al dolor que sentía cada vez que la miraba y le recordaba a Ajax Nikolau.
Le remordía la conciencia. Mucho. Su padre había estado cuidando a Ashling ese día y había vuelto a decírselo: «No puedes seguir posponiéndolo. Tiene que saberlo. La niña ya casi anda».
Erin sabía que tenía razón. Había hecho varios intentos de informarlo, hasta le había escrito una carta, pero no había obtenido respuesta y no había insistido más, en parte por el rechazo de Ajax, pero también por los recuerdos familiares.
Se había dicho que tenía cosas más importantes de las que ocuparse, como ser madre soltera y buscar un trabajo nuevo.
Ajax le había dicho que no se viera presionada a marcharse; que podía seguir trabajando para el bufete en otras oficinas u otros departamentos y que así no tendrían que volver a verse.
Había estado tentada. Habría sido más sencillo. Pero, incluso sin tener que verlo, sabía que habría estado pensando en él. Y, además, la gente hablaba. Él era un hombre enigmático, soltero, disponible. Erin habría oído cotilleos sobre las mujeres con las que salía y, por mucho que quisiera negarlo y fingir que lo que había pasado entre los dos solo era algo físico, lo cierto era que Ajax la había calado hondo a nivel emocional.
Y era ridículo. Sabía que no estaba a su altura, y por eso mismo él la había dejado plantada sin contemplaciones después de la segunda noche.
La ruptura con su novio de la universidad no le había dolido tanto como el rechazo de Ajax, que le había recordado al rechazo y al abandono de su madre y todo lo que había supuesto para su padre. Era un dolor que había logrado evitar toda su vida de adulta al no permitirle a nadie acercarse demasiado.
Pero Ajax se había acercado demasiado. Y eso la había aterrorizado. Por eso había aceptado que él le pusiera fin a su breve aventura.
Y cuando poco después un bufete rival le había ofrecido un trabajo, había aprovechado la oportunidad para irse. Se habían portado bien durante el embarazo y ella había estado trabajando a media jornada desde que se había incorporado tras la baja maternal.
Así que decir que las cosas habían cambiado de forma drástica desde su fugaz aventura con Ajax Nikolau era quedarse corta.
Con una mueca de disgusto, salió de la habitación en silencio y dejó la puerta medio cerrada.
La verdad, estaba demasiado agotada para pensar en nada de eso ahora.
Ahora que por fin tenía un momento, aprovechó para calentarse la cena y…
El zumbido del telefonillo le atravesó los pensamientos. Dio por hecho que sería algún repartidor que se había equivocado de apartamento, solía pasar. Sin embargo, cuando levantó el auricular y se encendió la cámara, se quedó helada.
No era un repartidor. Era un hombre. Demasiado alto para salir por la pantalla. Pero, a pesar de eso y de la imagen granulada, pudo distinguir un traje y unos hombros y un torso anchos.
Al momento, un rostro apareció en la pantalla. Irresistiblemente hermoso e instantáneamente reconocible. Ajax Nikolau. Que estuviera ahí, unos pisos más abajo, era increíble. Tanto que Erin le abrió antes de siquiera haber tomado la decisión de dejarlo subir.
Ya estaría subiendo en el ascensor. Un ascensor que le recordó a otro, mucho más lujoso, donde casi habían…
Oyó un golpecito en la puerta.
–¿Erin?
Abrió la puerta. Verlo ahí la impactó como una descarga eléctrica recorriéndole todo el cuerpo.
–Tienes el pelo corto –dijo él extrañado.
Erin se llevó una mano al pelo. Se lo había cortado hacía unos meses porque la bebé no dejaba de enganchárselo.
La bebé.
–Señor Nikolau, ¿qué hace aquí?
–¿Señor Nikolau?
Nunca se había dirigido a él por su nombre fuera del dormitorio. Volvió a intentarlo.
–¿En qué puedo ayudarlo?
Le habría preguntado cómo sabía dónde vivía, pero un hombre como Ajax Nikolau no encontraba barreras para conseguir información.
Erin Murphy estaba distinta con el pelo corto, pero no menos atractiva. En cuanto había abierto la puerta, todo el cuerpo de Ajax se había encogido de deseo.
Nunca había dejado de pensar en ella.
Ni siquiera después de casi dos años. Según habían ido pasando las semanas y después los meses, había estado seguro de que su recuerdo se desvanecería, pero no. Como tampoco se había desvanecido la sensación de pánico ante la posibilidad de sentir algo emocional por ella. Ese miedo había bastado para no ceder a la tentación de buscarla.
Hasta ahora.
Porque, por mucho que le molestara, las dos noches que habían pasado juntos se le habían quedado grabadas en el cerebro como una marca que no podría borrar jamás. Había pasado muchas noches sin dormir entre sueños con calificación X.
Se había resistido a los recuerdos y los sueños todo lo que había podido, y la vida lo había ayudado en ese sentido. Nunca había estado tan ocupado. Tras cerrar el acuerdo del siglo, había invertido todo su tiempo en consolidar su posición por si a alguien le quedaba duda de que no pudiera sacar adelante el negocio familiar.
En el último año había acallado muchas críticas. Tanto que en el último par de meses había podido tomarse un respiro y se había dado cuenta de que, a pesar de su gran responsabilidad como director ejecutivo de Industrias Nikolau, estaba un poco… aburrido. Hastiado.
Y, como si hubiera estado esperando a que llegara el momento adecuado, la tentadora posibilidad de volver a ver a esa mujer le había llenado la mente.
Erin había perdido peso. El cabello más corto resaltaba la fina estructura ósea de su cara. Sus enormes ojos. El largo y esbelto cuello. La elegante clavícula visible bajo el cuello de la blusa de seda.
–¿Puedo pasar?
Ella no se movió.
–¿Para qué?
Ajax, un hombre acostumbrado a que le dejaran pasar ahí donde quisiera ir, vio que la cosa no estaba yendo como él había imaginado. Su arrogancia se burló de él.
–He venido a verte.
–¿Por qué?
Antes de que pudiera responder, se oyeron unas voces en el pasillo y Erin pareció cambiar de opinión.
–Será mejor que entre, señor Nikolau.
Estaba sonrojada y eso le recordó al aspecto que había tenido bajo él, cuando habían unido sus cuerpos.
Ajax miró a su alrededor para no verla y poder recuperar el control. Era un piso espacioso y luminoso. Acogedor. Tenía algo que hizo que se le encogiera el pecho de añoranza. Fue desconcertante…
–¿En serio? ¿Vas a seguir con eso?
–Han pasado casi dos años y fue una cosa muy… breve.
«Cosa». Era un modo de describirlo.
–Por favor, tutéame y llámame Ajax.
–Muy bien, Ajax. ¿Qué puedo hacer por ti?
–Entiendo que sintieras la necesidad de dejar el bufete, pero no era necesario.
Erin palideció.
–¿Quieres… que vuelva a trabajar para ti?
Ajax se sintió culpable. Sus motivos para ir ahí eran mucho más ocultos.
–He oído que te va muy bien en el nuevo bufete. No hay duda de que tu antiguo jefe te echa de menos.
–¿Has venido hasta aquí para decirme que era una empleada bien valorada?
Lo cierto era que Ajax había ido sin pensárselo, algo nada propio en él. Estaba actuando guiado por fuerzas que escapaban a su comprensión o control.
Erin lo miraba esperando una respuesta. Tenía unos ojos preciosos, enmarcados por unas pestañas largas y oscuras.
De pronto supo que estaba ahí porque buscaba una especie de conexión, algo que no había sentido desde que había estado con ella.
Erin no podía creerse que Ajax Nikolau estuviera en su apartamento. Necesitaba que se fuese. Era una situación demasiado peligrosa. Había intentado contactar con él estando sosegada, tranquila. No descalza y con su bebé a pocos metros.
Antes de poder pensar en algo apropiado para que se fuera, él dijo:
–¿Por qué dejaste el bufete? ¿Por lo que pasó entre nosotros?
Erin tragó saliva. No iba a explicarle sus vulnerabilidades emocionales al hombre que las había causado.
Como pudo, respondió:
–No seas ridículo. Acepté el trabajo nuevo porque me ofrecía mejores condiciones.
–No he estado con ninguna mujer desde que estuve contigo –dijo Ajax en tono casi acusatorio. La miraba con intensidad, como la había mirado en el ascensor.
Ella sintió un cosquilleo por la piel y entre las piernas. Se quedó impactada. No había sentido el más mínimo atisbo de deseo desde que había nacido la niña.
Desde que había estado con Ajax.
Estaba confundida. Le daba miedo pararse a pensar en lo que significaba que él no hubiera estado con ninguna otra mujer. En lo que le hacía sentir.
–Bueno, ¿por qué has venido?
–Creo que porque no he olvidado cómo fue… ¿Y tú?
Como para ayudarla a responder, la asaltó un recuerdo de lo que había sido tener el cuerpo de Ajax moviéndose dentro de ella, sentir las pieles resbaladizas de sudor, oír el latido de los corazones mientras llegaban a…
–Yo sí –mintió, desesperada–. He tenido otras cosas en las que pensar.
Como su hija, por ejemplo.
Se le revolvieron las entrañas al recordar el momento en que se enteró del embarazo.
Se había volcado tanto en el trabajo para intentar olvidar lo que había pasado entre Ajax y ella que habían pasado tres meses cuando identificó las náuseas que llevaba teniendo desde hacía un mes y se dio cuenta de que sus periodos, de por sí irregulares, se habían detenido.
Y que la hinchazón no se iba, sino que aumentaba. Ya apenas entraba en la ropa y cuando la mirada de otro cliente masculino se había fijado en sus pechos, más grandes de lo habitual, había decidido hacerse un hueco en la agenda para ir a que le miraran los síntomas. Hasta que el médico no había dicho «Estás embarazada de casi trece semanas», ni siquiera había contemplado esa posibilidad. O tal vez le había dado demasiado miedo hacerlo.
Padecía una forma moderada de endometriosis, así que, cuando tenía desarreglos o notaba síntomas extraños, lo achacaba a eso. Y, además, el estrés siempre le había afectado al periodo.
–¿En serio no lo sospechabas? –había preguntado el médico con incredulidad.
Erin había negado con la cabeza, sintiéndose estúpida.
Después, había pasado días aturdida.
La voz de Ajax le atravesó los recuerdos al decir:
–No estás casada ni prometida, ¿no?
–No, pero… ¿Estás sugiriendo que sigue habiendo algo entre nosotros?
No hizo falta que Ajax respondiera. Por mucho que Erin quisiera negarlo, algo crepitaba entre los dos.
Intentó ignorarlo.
–¿Tengo que recordarte que fuiste tú el que cortó todo?
–A lo mejor me… precipité un poco.
–Han pasado casi dos años.
Él la miró con tanta intensidad que Erin se estremeció por dentro.
–He estado un poco ocupado.
–Pues igual que yo.
Al haber tenido a su hija.
«Díselo».
Ajax se acercó. Ella sabía que debía apartarse, pero las extremidades le pesaban como plomo.
–¿Cómo puedes negarlo cuando ahora mismo corre entre los dos como una corriente eléctrica?
Su aroma amaderado y algo especiado la invadió y la sumió en unos recuerdos cargados de pasión. El estrés de los últimos meses se disipó.
Volvía a ser una mujer. Tras aquellas dos noches en su cama, se había sentido reconfigurada. Aunque no había sido virgen, se había sentido como si él la hubiera transformado en una mujer. Una mujer sexual consciente de su poder sensual. Era algo que había olvidado hasta ahora. O tal vez lo había bloqueado. Pero ahí, bajo su ávida mirada, volvía a sentirse sensual, poderosa, deseada.
–Te queda bien –dijo él acariciándole el pelo con delicadeza.
–Gra… gracias.
–¿Puedo? –preguntó Ajax con la mano aún levantada.
Erin no sabía qué le estaba pidiendo, pero asintió con la cabeza.
Él le recorrió con los dedos la línea de la mandíbula hasta la barbilla y la miró a la boca.
–He soñado contigo…
Erin había estado demasiado agotada como para soñar mucho, pero había habido noches en las que sabía que había tenido sueños tórridos. Por suerte, no había recordado mucho, pero los había sentido en el cuerpo porque se había despertado anhelante, insatisfecha.
Ajax se acercó más. Ella no se apartó aun sabiendo que debería. Estaba atrapada en la intensidad de la proximidad de Ajax y de su mirada. Y cuando él bajó la cabeza y le rozó la boca con la suya, la invadió una ráfaga de deseo.
«Sí, por favor».
La boca de él se movía sobre la suya con más insistencia, como haciéndole una pregunta. Erin respondió sin vacilar, abriendo la boca para permitirle profundizar el contacto.
Ajax la rodeó con un brazo por la espalda y la acercó a sí para que ella pudiera sentir la dureza de su deseo. Erin estaba derritiéndose por dentro y…
–¿Qué es ese sonido? –preguntó Ajax apartando la cabeza con brusquedad.
Erin tardó un segundo en captar el llanto de su bebé. Al instante, se soltó de los brazos de Ajax y corrió a la habitación.
Ashling estaba de pie en la cuna, llorando. En cuanto Erin apareció, dejó de llorar y sonrió mostrando los dientes que acababan de salirle y que, sin duda, eran la causa de su malestar.
Erin la levantó en brazos. Casi se había olvidado de Ajax y por eso se sobresaltó cuando se giró y lo encontró en la puerta.
Él estaba mirando a la bebé, petrificado. Luego se apartó de la puerta para que ella pudiera salir. Fueron al salón.
–Has dicho que no estabas con nadie.
–Y no lo estoy.
–¿Quién…?
–Se llama Ashling –respondió Erin temblando.
Ajax estaba fascinado. El parecido entre padre e hija era casi de risa. Piel oliva, pelo oscuro…
–Es mía.
–¿Cómo puedes estar tan seguro? –dijo Erin aun sabiendo que era su oportunidad de admitirlo.
–Porque es la viva imagen de mi hijo.
Ajax estaba apoyado contra la isla de la cocina como si fuera su ancla en medio de la tormenta que lo rodeaba. Descubrió los artículos de bebé de los que no se había percatado antes. Un esterilizador de biberones, mordedores, juguetes, una trona. Parecían burlarse de él. Erin se había llevado a la niña a la habitación para intentar dormirla.
Sabía que era su hija. Era la viva imagen de Theo a su edad. Theo, su hijo fallecido.
Se había pasado los últimos años intentando bloquear el pasado, pero ahora había vuelto con la devastación de una bomba.
Había tenido un malogrado matrimonio con una mujer que antes había estado prometida con su hermano mayor. Un matrimonio concertado entre dos de las familias más destacadas de Grecia. Por eso, cuando su hermano murió de forma trágica, Ajax había ocupado su puesto.
Sofia, su esposa, ya estaba embarazada el día de la boda y, para guardar las apariencias, Ajax había accedido a reconocer al bebé como suyo.
En realidad era su sobrino, pero lo había querido como si fuera su hijo y Theo solo lo había conocido a él como su padre.
De pronto la desolación de la pérdida de Theo volvió a golpearlo con fuerza convirtiendo en mentira el cliché de que el tiempo lo curaba todo. El tiempo nunca curaría esa herida.
También había llorado a su esposa, a pesar de que entre los dos había habido poco amor.
Sus familias los habían tratado como mercancía. Al provenir de una de las familias con más abolengo de Grecia, casarse con una mujer por deber siempre había sido el destino de Ajax. Tras presenciar el matrimonio sin amor de sus padres, que tampoco les habían dado amor a sus hijos, había disipado toda ilusión de que el amor existiera. Por si eso fuera poco, la fría y vacía experiencia de su matrimonio no había hecho más que confirmar su cínica visión del mundo.
De ahí la conquista total del negocio familiar, para poder ser el único que tomara decisiones.
Oyó un sonido tras él y se giró. Esa visita para satisfacer su curiosidad y su deseo por Erin Murphy se había transformado en otra cosa, en algo inesperado y que le cambiaría la vida.
Tenía una hija. Tras la muerte de Theo había jurado que ni siquiera contemplaría la idea de tener otro hijo. Y, aun así, había pasado. No podía procesar la magnitud de la situación.
Erin estaba cerrando la puerta del pequeño dormitorio. A pesar del impacto, ni siquiera ahora pudo evitar recorrerle el cuerpo con la mirada. No pudo evitar su reacción. Su sangre se convirtió en una volcánica mezcla de conmoción, rabia y deseo.
–¿Por qué no me habías dicho lo de mi hija?
Erin recibió la pregunta de Ajax como una fría y pesada piedra.
–Lo intenté… unas cuantas veces…
–¿Cuándo?
–Cuando tenía unos cinco meses, te llamé a la oficina y me dijeron que estabas en Grecia. No tenía tu número personal y, lógicamente, no podía dejarte un mensaje con esa información.
–Has dicho que lo intentaste unas cuantas veces. Esa es una.
–Te escribí una carta.
–¿Una carta? –preguntó él con mofa.
–Me pareció un modo tan bueno como cualquier otro de hacerte llegar el mensaje.
–Ahora todo es electrónico. Las cartas están obsoletas.
–Sí, soy consciente –dijo Erin a la defensiva–. Pero, como ya no tengo mi dirección de correo de la empresa, sabía que cualquier mensaje que te enviara acabaría en la bandeja de spam. O que algún asistente lo abriría. Pensé que una carta sería algo más seguro y privado.
La expresión de Ajax cambió un instante y luego dijo con cierta frialdad:
–Habría dado igual porque abren toda la correspondencia aunque esté marcada como privada. No tengo nada que ocultar y mi equipo tiene la orden de destruir inmediatamente cualquier correspondencia de ese tipo. Lo de que una mujer reclame la paternidad a un hombre de una posición como la mía funciona mejor cuando el hombre en cuestión es más promiscuo que yo.
«No he estado con ninguna mujer desde que estuve contigo».
Erin se cruzó de brazos para anular ese recordatorio.
–Bueno, pues en este caso la reclamación era real.
–¿Volviste a intentarlo?
–Un día fui a tu oficina para intentar verte, poco antes del nacimiento. Pero, antes de poder darles mi nombre, empecé a sentir dolores. Me había puesto de parto.
Ajax palideció.
–¿Te pusiste de parto de mi hija en mi edificio y yo no tenía ni idea?
Erin asintió angustiada.
–Lo siento. ¿Cómo es posible que mi equipo no me avisara de algo así?
–No fue culpa suya. Yo llevaba un abrigo grande y tampoco quedaba muy claro que estuviera embarazada. Pero, como imaginarás, luego estuve ocupada con una recién nacida, así que decírtelo no era una de mis prioridades. Esos fueron todos los intentos que hice.
–¿Y tenías pensado volver a intentarlo? ¿Cuándo exactamente? ¿Dentro de otro año, tal vez? –preguntó Ajax con tono mordaz.
Erin sabía que se merecía esa reacción.
–No, sabía que tenía que ser pronto.
Unos tres meses antes había estado lista para volver a intentarlo, pero entonces lo había visto en las páginas de sociedad del periódico, fotografiado en un evento con una mujer preciosa. Las ganas de contactar con él se habían esfumado. No le gustaba admitir que se había puesto celosa. Aunque, si creía lo que Ajax le había dicho, él no se había acostado con esa mujer…
–No pertenezco a la realeza, Erin. No es tan complicado contactar conmigo. Y tampoco es que fueras una desconocida intentando hablar conmigo.
–Es verdad, pero después de nuestro último… encuentro, dejaste bien claro que no querías mantener el contacto.
Aquel rechazo seguía causándole el mismo dolor ahora, pero Erin no podía permitir que él viera su vulnerabilidad.
–Eso fue antes de saber que estabas embarazada.
–No sabía que no habías recibido la carta. Di por hecho que sí y que no te interesaba nuestra hija.
«Ni yo».
–Claro que habría querido saberlo. No soy de piedra.
Una ráfaga de calor recorrió a Erin. Sabía muy bien que no era de piedra.
Desintegró de forma brutal ese recordatorio.
–Mira, siento no haber conseguido decírtelo. Podría haberlo intentado más, pero la verdad es que… no fue solo porque resultara complicado contactar contigo.
–¿De qué hablas? –preguntó él extrañado.
–Mi madre nos abandonó a mi padre y a mí cuando yo era muy pequeña. Se marchó, sin más. Desde entonces solo la he visto esporádicamente. Cuando creía que habías recibido la carta y la habías ignorado, pensé que estabas rechazando a Ashling, así que se me quitaron las ganas de seguir intentando contártelo. Y luego… está lo que pasó con tu familia.
Al instante el aire se cargó de tensión. Ajax dijo:
–¿Qué quieres decir?
–Creía que no querías saber nada de la niña después de la muerte de tu mujer y de tu hijo.
–¡Tenía derecho a saberlo de todos modos! Hay una diferencia entre elegir volver a tener una familia y un embarazo no planeado.
¡Vaya! Eso había sido como un puñetazo en el estómago. Lo suyo no había sido más que una aventura. Un hombre como él nunca habría elegido a una mujer como ella para tener un hijo. Él provenía de una dinastía griega y ella, de una segunda generación de inmigrantes. Sus padres habían sido los primeros de sus respectivas familias en ir a la universidad.
–Sí, tenías derecho a saberlo, y ya te he explicado mi versión. Imagino que recordarás lo que es tener un recién nacido. Siento mencionarlo, pero…
–Pues entonces no lo menciones.
Ajax seguía rígido por la mención de su hijo. Que Erin dijera «imagino que recordarás lo que es tener un recién nacido» había precipitado un aluvión de imágenes, recuerdos de tener el suave peso de Theo en sus brazos mientras lo acunaba para dormirlo.
Pero ahora tenía que centrarse en el presente. En su hija. En cómo había pasado y en qué iban a hacer.
–Usamos protección –dijo con tono acusatorio, sin poder evitarlo.
–Lo sé. Está claro que falló. Yo tampoco me lo había esperado, créeme.
–¿Quién cuida de ella mientras trabajas?
–A veces mi padre. Hoy ha estado con ella. O la dejo en una guardería que está justo enfrente de mi trabajo.
–¿Cuántos años tiene tu padre?
–Sesenta y ocho.
Ante la mirada escéptica de Ajax, Erin dijo a la defensiva:
–Está muy bien tanto física como mentalmente.
–No es lo ideal.
–No lo es, pero es todo lo que puedo permitirme ahora mismo porque estoy trabajando a media jornada.
–Yo podría haberos mantenido.
Ella alzó la barbilla y dijo:
–Yo me puedo mantener sola y puedo mantener a mi hija.
–Que también es mía.
De pronto, el sonido de una sirena pareció recordarle algo a Ajax, porque miró el reloj y maldijo para sí.
–Tengo que irme. Tengo una cena de negocios. Pero no hemos acabado con esta conversación.
–Podemos quedar cuando te venga bien.
–Dame tu móvil –dijo él alargando la mano.
Ella lo sacó del bolso sin decir nada, lo desbloqueó y se lo dio. Ajax se lo devolvió al momento.
–Ya tienes mi número. Escríbeme para que yo tenga el tuyo. Te llamaré.
Al cabo de unos segundos, Ajax se había ido, y parecía como si se hubiera llevado todo el aire consigo. Erin abrió la ventana para respirar hondo y lo vio salir a la calle. Un conductor bajó del coche para abrirle la puerta trasera. Él entró y el resplandeciente SUV plateado se incorporó al tráfico de Manhattan.
Erin soltó un suspiro entrecortado.
Bueno, pues Ajax ya lo sabía.
«Aún te desea».
Sacudió la cabeza para negar esas palabras. Aunque él hubiera ido a buscarla por eso, no había duda de que descubrir que tenía una hija había sofocado cualquier deseo que hubiera podido sentir.
Erin se apartó de la ventana y le envió un simple mensaje.
Erin.
Casi de inmediato recibió una escueta respuesta.
Te llamaré.
No sabía qué esperar ahora. En realidad, no conocía a Ajax Nikolau. Era prácticamente un extraño. Un extraño que resultaba ser uno de los hombres más poderosos del mundo.
Y el padre de su hija.
Ahora estaba unida a él para siempre, pero estaba decidida a no permitir que les desbaratara la vida a su hija y a ella. Estaría preparada para lo que fuera.
–El señor está listo para recibirla.
Erin respiró hondo y se levantó. Se le hacía raro volver a estar en el edificio donde había trabajado con el equipo legal de Ajax. Y donde, unas plantas más arriba, los dos habían…
«No vayas por ahí», se dijo.
Se estiró la chaqueta del traje. Tenía un aspecto de lo más profesional aunque por dentro estuviera temblando como una cobarde. El maletín que llevaba parecía pesar una tonelada, y eso que solo contenía papel.
La asistente de Ajax abrió la puerta del despacho y la dejó pasar.
Erin entró y tardó un momento en orientarse. Había olvidado lo grande que era la sala. Él estaba de pie en el extremo más alejado, junto a un escritorio enorme frente a unos ventanales que ofrecían unas intimidantes vistas del centro de Manhattan.
Llevaba una camisa metida por dentro de unos pantalones oscuros. Sin corbata. Las mangas enrolladas. Una de las cosas que la habían atraído de él desde el principio era que se implicaba de lleno en su trabajo. Los hombres de su nivel solían dejar que sus siervos se ocuparan de todo. Él no.
¿Sería igual en lo que respectaba a su hija? Había pasado una semana desde que se habían visto. El día anterior le había enviado un escueto mensaje diciéndole que le diera un par de opciones con horas para verse, y por eso estaba ahí ahora.
El sol se estaba poniendo sobre Manhattan bañando la icónica ciudad de una luz dorada, pero Erin solo podía verlo a él. Alto y formidable.
–Ven.
Ella cruzó la lujosa moqueta hasta detenerse al otro lado del escritorio. La expresión de Ajax era severa y distante. Sus ojos, que parecían dos bloques de hielo, le helaron la sangre.
–¿Quién está cuidando de la bebé? –dijo Ajax tras un largo y tenso silencio.
–Se llama Ashling y está con mi padre, su abuelo.
–Nunca había oído ese nombre hasta hace una semana.
–Es irlandés… Significa «sueño».
Él no pareció especialmente impresionado por el comentario. Pero luego, como si de pronto hubiera recordado sus modales, dijo:
–¿Te apetece algo? ¿Agua? ¿Café?
De pronto Erin notaba la garganta tan seca como la lija.
–Un poco de agua, por favor.
Ajax se acercó al mueble bar, le sirvió un vaso y se lo acercó. Ella se lo quitó de la mano todo lo rápido que pudo, temerosa de que su piel rozara la de él.
Estaba luchando contra los recuerdos de aquella segunda noche, cuando se habían tomado un improvisado festín a medianoche y se había reído al ver que Ajax no sabía dónde estaban las cosas ni en su propia cocina.
Ahora estaban muy lejos de aquel momento.
Dio un trago de agua. Ajax volvió a situarse detrás del escritorio.
–Por favor, siéntate.
–Estoy bien de pie. Bueno, ¿qué planes tienes? –dijo, porque estaba segurísima de que, durante esa semana, él habría tenido tiempo de pensar en la situación y consultar con sus abogados.
–Hablar de cómo actuar de ahora en adelante –respondió tenso.
Parecía furioso. Y tenía razones para estarlo.
–Por si sirve de algo, vuelvo a pedirte disculpas por cómo te has enterado. Por no haber podido darte el mensaje antes.
–No sirve de nada darle vueltas al pasado. Tenemos que pensar en el futuro.
–Estoy de acuerdo. Y por eso he redactado un documento legal. ¿Quieres verlo?
Ajax se fijó en la mujer que tenía delante. Estaba sacando unos papeles de su maletín y tenía la cabeza agachada. Por un momento se alegró de no tener que ver esos ojos fascinantes. Eran marrones y de pronto verdes y luego dorados. Demasiada distracción. Le hacían olvidar lo que estaba pasando. La enorme traición de Erin al no haberle contado lo de su hija.
Levantó los papeles que ella le acercó. Los miró.
Acuerdo de custodia y visitas entre Ajax Nikolau y Erin Murphy.
–En primer lugar, hay que hacer pruebas de ADN para confirmar la paternidad.
Ajax soltó el contrato.
–Sé que es mía.
–Te lo agradezco, pero lo digo por tu bien. Sin la confirmación legal de que es tuya, no tienes derecho a reclamar la paternidad o la custodia.
–E imagino que tú no tendrías derecho a reclamar la pensión.
Erin se sonrojó.
–No hay reclamaciones. Ella tendrá derecho a recibir una pensión de su padre al igual que cualquier otro niño. Yo puedo mantenernos a las dos en el caso de que…
–¿Con el sueldo de una abogada a media jornada?
Erin se sonrojó aún más.
A Ajax le resultó satisfactorio ver esa reacción. Satisfactorio y excitante.
Maldijo su debilidad.
–Tengo otros recursos –dijo ella algo vacilante.
Ajax enarcó una ceja.
–Mi madre me enviaba dinero mensualmente hasta que tuve dieciocho años. Ahorré hasta el último centavo. Decidí que nunca lo usaría hasta que no fuera absolutamente necesario, y ahí está. Mi apartamento es mío en su totalidad. No busco nada más que una pensión de manutención justa y unas normas básicas para la custodia y las visitas.
Ajax captó el orgullo en su voz y pensó en el hecho de que su madre la hubiera abandonado. Muy a su pesar, sintió cierta empatía. Sus padres habían estado más presentes físicamente que la madre de ella, pero tampoco es que hubieran ejercido como tal.
Esa mujer lo había intrigado desde el primer instante. Estaba acostumbrado a estar rodeado de las mujeres más hermosas del mundo, pero ella era la única a la que deseaba. Incluso ahora, después de que le hubiera ocultado la existencia de su hija.
–Tendré que revisarlo con mi equipo legal.
–Claro. No esperaría menos. Pero creo que lo encontraréis razonable.
–Resúmemelo.
–Una vez que la paternidad quede confirmada, propongo un sistema de pago de la pensión de manutención hasta que Ashling sea adulta, dependiendo de si va o no a la universidad y hasta que se gradúe.
Esas palabras despertaron en Ajax una imagen que lo dejó sin aliento un momento. La imagen de una joven alta, esbelta y morena, sonriendo con un birrete en la cabeza. Era algo que no podía haber imaginado con Theo.
–Sigue.
–Su vida estará aquí, conmigo, y yo seré su cuidadora principal. Pero podrás estar con ella de forma regular. Las vacaciones también se pueden negociar. Soy consciente de que tendrá familia en Grecia. Quiero que tenga relación contigo y con su familia. Mis padres eran hijos únicos. No tuve ni tíos ni primos.
Ajax fue hacia la ventana y miró Manhattan sin verlo en realidad. Tenía legiones de primos y tíos, pero, a juzgar por el poco afecto y cariño que les habían dado a su hermano y a él, bien podían haber sido estatuas. Los primos se habían enfrentado cada vez que se habían juntado en reuniones anuales, que, más que ser divertidas celebraciones familiares, habían parecido Los juegos del hambre. Entre ellos se había fomentado la rivalidad, no la amistad.
Le había dicho a Erin que no pertenecía a la realeza, pero, en muchos aspectos, en lo que respectaba a matrimonios y linaje, su familia se comportaba como si lo fuera.
–Hay una cosa no negociable –dijo Erin tras él–. Si no veo intención de que quieras forjar una relación con ella, una relación real, entonces tendré que pedirte que te limites a pasar la manutención y te alejes. No permitiré una relación inconsistente. No es justo. O estás dentro o estás fuera.
Una relación real.
Como la que tuvo con Theo.