E-Pack Bianca julio 2023 - Caitlin Crews - E-Book

E-Pack Bianca julio 2023 E-Book

CAITLIN CREWS

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Beschreibung

Pack 358 Una apasionada disculpa Caitlin Crews Fue un encuentro inolvidable... ¡que la ató a un multimillonario! Cuando el hermano de Ago dio calabazas a Victoria Cameron, la novia con quien debía casarse, Ago, orgulloso y cumplidor, quiso enmendarlo, pero solo quiso disculparse, no acostarse con la preciosa heredera. El padre de Victoria había utilizado toda la vida su virginidad como moneda de cambio. Su inolvidable noche con Ago significaba libertad aunque, claramente, él no quería saber nada más de ella.¡Estaba esperando un hijo suyo! Rivales en el altar Julieanne Howells No sería solo una noche con su enemigo… ¡sino toda la vida! Se suponía que la reina Agnesse no podía casarse con el príncipe Sebastien, que tenía fama de mujeriego. No obstante, se había visto obligada a asistir a una cena benéfica con él y allí había estallado la explosiva química que había entre ambos. La invitación del italiano Cathy Williams ¿Aceptará la enfermera volar en el jet privado del magnate italiano? Sophie Court, había leído suficiente acerca de Alessio Rossi-White y su poderoso atractivo en los periódicos. Pero pronto tendría que enfrentarse a él en persona y contarle los secretos que su jefe, el padre de Alessio, le había ocultado. Aun así, Sophie no esperaba que Alessio buscara en ella la solución a sus problemas familiares… invitándola a Lake Garda como si fuera su novia. Sophie, una mujer que se creía inmune al amor, pensaba que sería tarea fácil. Sin embargo, la situación se se estaba volviendo cada vez más arriesgada… ¡porque una conexión tan potente como aquella no podía ser falsa!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 358 - julio 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-370-0

Índice

 

Créditos

La invitación del italiano

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Rivales en el altar

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Una apasionada disculpa

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL edificio no era tal y como Sophie esperaba. Aunque una vez fuera del impresionante edificio georgiano tenía que admitir que se había precipitado a asumir lo evidente.

Un billonario arrogante… oficinas por todo lo alto. El tipo de lugar que anunciaba que su ocupante no era un hombre con el que uno podía meterse porque era más grande, más fuerte y más rico.

Azotada por un fuerte viento invernal y reparando en que ya había oscurecido a pesar de que eran poco más de las cinco y media, ella permaneció dubitativa mirando al edificio.

Era una casa de cuatro plantas, con unas escaleras que llevaban hasta la puerta principal. Era idéntica al resto de las otras casas de ese prestigioso barrio situado en el corazón de Londres. Y todos los coches que había aparcados cerca eran Teslas o Bentleys. Algo le indicaba que si permanecía allí demasiado tiempo, preguntándose si había hecho lo correcto, alguien aparecería de la nada y la acompañaría hasta las bulliciosas calles cercanas. Y posiblemente, agarrándola del pescuezo.

Inquieta por la idea, Sophie se apresuró hasta la puerta y se percató de que la aldaba de bronce que tenía estaba de adorno, ya que, a un lado de la puerta había un panel con botones y un altavoz.

Se tomó unos segundos para pensar sobre dónde estaba y por qué.

Había hecho un viaje largo e incómodo desde Yorkshire, un viaje con trampa y con un resultado impredecible. Debía transmitir un mensaje bajo la protección de la oscuridad, porque Leonard-White le había prohibido expresamente que contactara con su hijo, y ¿qué clase de recibimiento le iban a dar? ¿Después de ir en contra de los deseos de su jefe para obedecer a la vocecita que le hablaba en su interior?

No tenía ni idea, porque Alessio Rossi-White, por lo que conocía de él, tenía sus propias normas.

Sophie llamó al telefonillo e, inmediatamente, su corazón comenzó a latir con más fuerza. Respondió una voz de mujer que le dijo que no, que a menos de que hubiera concertado una cita, no había posibilidad alguna de que la dejaran pasar.

–Me temo que el señor Rossi-White solo está en la ciudad por unos días, y que tiene la agenda demasiado ocupada para ver a nadie más, al margen de las circunstancias. Por supuesto, si usted quiere programar una cita…

–He tardado horas para llegar hasta aquí…

–¿Quizá debería haber comprobado primero si el señor Rossi-White estaba disponible? Ahora, si no le importa, tengo llamadas que atender…

–Sí me importa –repuso Sophie. Había ido allí por un motivo, y no pensaba abandonar por culpa de una recepcionista.

En su vida se había enfrentado a retos más grandes que a una recepcionista detrás de una puerta cerrada. No pensaba marcharse hasta que viera a Alessio Rossi-White y le contara lo de su padre.

–¿Disculpe?

–Es un asunto personal –dijo Sophie–. Si de veras quiere negarme la entrada, adelante, pero le aseguró que tendrá que dar explicaciones cuando Alessio se entere de que me ha echado.

Al sentir que la mujer que estaba al otro lado del intercomunicador dudaba un instante, suspiró aliviada. Por supuesto podía haber avisado a Alessio acerca de que iba a ir a verlo a Londres, pero todo había sido tan precipitado… Ella sabía que él estaría en Londres porque su asistente personal siempre informaba de sus movimientos a su padre. Por si acaso. Sin embargo, Leonard nunca había empleado esa información para contactar con su hijo.

Ella trabajaba para Leonard y era consciente de la incertidumbre y el estrés que el hombre había sufrido durante los últimos meses. Por eso, había aceptado adentrarse en ese territorio que le resultaba tan poco familiar.

–Veré lo que puedo hacer. ¿Puede decirme su nombre?

–Sophie Court.

¿Reconocería el nombre?

–Puede decirle que trabajo para su padre.

–Por favor, manténgase a la espera.

 

 

Alessio tardó un instante en registrar su nombre, pero lo reconoció en cuanto le dijeron que era la enfermera-acompañante de su padre.

Su padre había sufrido un ataque dos años atrás. Él lo había planteado como:

–Un problemilla de salud, nada de lo que preocuparse… No hace falta que vengas a Yorkshire… Puede que esté viejo, pero todavía no estoy decrépito… –le había dicho entonces.

¿Y realmente necesitaba que alguien cuidara de él a diario?

La última vez que Alessio le había visitado, unos meses antes, el hombre parecía el mismo de siempre. Con el ceño fruncido… Impaciente y poco dispuesto a hacer o decir nada que fuera más allá de lo básicamente educado. No habían compartido ningún secreto importante, aunque tampoco lo habían hecho nunca. Su relación se limitaba a las visitas trimestrales y algunas llamadas telefónicas.

Pero Alessio no se planteaba si aquella era una relación normal. Era la que era. Si la suya era una vida ruda en la que no existía la nostalgia ni el arrepentimiento era porque había sido moldeado por experiencias amargas, y había crecido creyendo que la rudeza era un símbolo de la fortaleza que lo había convertido en el hombre poderoso que era.

«Sophie Court…», se había olvidado de la existencia de aquella mujer. No había estado presente en ninguna de las ocasiones en las que había visitado a su padre.

Sin embargo, allí estaba, y no podía haber llegado en peor momento porque su agenda estaba llena de asuntos pendientes que debía atender. Tenía varias reuniones al mismo tiempo y, una hora más tarde, una conferencia internacional con los presidentes de tres empresas en tres zonas horarias diferentes.

Lo que tuviera que decir debía ser rápido y sin florituras.

Después de todo, el tiempo era dinero.

En realidad, él no podía ni imaginar para qué podía haber ido a verlo. Se sentó en la silla y esperó a que entrara, preparado para despacharla en cuanto terminara.

 

 

Sophie se sintió aliviada de no tener que esperar. Cuanto menos tiempo tuviera para pensar en lo que tenía que decir, menos posibilidades de que sus nervios la traicionaran.

Lo cierto era que tenía la capacidad de manejar todo lo que la vida le pusiera por delante. Tenía veintinueve años y, desde los quince, cuando su padre falleció, ella se había hecho cargo de la casa y de su hermana cinco años menor. Su madre se había sumido en una depresión y apenas era capaz de cuidar de sí misma.

El presupuesto familiar era escaso y ella había tenido que aprender a gestionarlo con eficiencia. Había estudiado mucho, se había asegurado de que Addy no perdiera el rumbo y había cuidado a su madre durante años. Si algo había aprendido había sido a no depender de una única persona de forma que, si la persona desaparecía, todo tu mundo se desmoronara.

Su madre había amado demasiado. Y eso nunca le ocurriría a ella.

Durante los años de escolarización había combinado los estudios con el trabajo para ganar algunos ingresos. Tenían una hipoteca y facturas que pagar y había tenido que hacer malabares para ocuparse de todo. Eso la había hecho madurar a gran velocidad. No había tenido tiempo de disfrutar de la adolescencia. Habían sucedido demasiadas cosas.

Su sueño de estudiar medicina se había desvanecido, pero ella se había contentado con estudiar enfermería y trabajar para Leonard porque su trabajo era mucho más que el de enfermera. Además, estaba muy bien pagado y, por primera vez en su vida, tenía la capacidad de ahorrar, aparte de ayudar a su madre y a su hermana.

Su vida había sido dura, pero había conseguido manejarla.

Alessio Rossi-White, sin embargo, era alguien que no podía manejar. Había algo en él que provocaba que se le erizara el vello de la nuca y que se le acelerara el corazón. Ella lo había visto en muy pocas ocasiones desde que había comenzado a trabajar con su padre dos años antes y, desde ese momento, había hecho lo posible para que sus días libres coincidieran con sus visitas.

Era un hombre frío, arrogante y distante. Siempre iba poco tiempo y daba la sensación de que tenía cosas mejores que hacer. Se intercambiaban la información desde el otro lado de la mesa y él mostraba tan poca calidez que a ella no le extrañaba que su padre le hubiera prohibido que le contara los problemas a su hijo.

Ella se había encargado de los problemas, pero seguía preguntándose si estaría haciendo lo correcto.

Una vez dentro de la casa, Sophie se fijó en la decoración y en las plantas exóticas que estaban situadas de manera estratégica. La mujer que había tratado de librarse de ella estaba sentada tras un escritorio de madera y Sophie la saludó con una sonrisa mientras se sentaba junto a la ventana.

«Así que este es el aspecto del dinero», pensó. La casa de Leonard era enorme, pero su interior apenas había cambiado con los años y se notaba que no habían invertido en ella. Sin embargo, aquel espacio…

Ella sabía que solo era una de las muchas oficinas que tenía Alessio y que las otras estaban en Roma, Lisboa y Zurich, desde donde se manejaban todos sus negocios.

La guiaron hasta un ascensor de cristal y subió hasta la tercera planta del edificio. Allí, había varios espacios separados con gente trabajando concentrada. Apenas levantaron la vista al verla pasar.

Al final de la sala había algunos despachos privados y en uno de ellos estaba Alessio. Justo cuando estaba a punto de llamar a la puerta entreabierta, notó un cosquilleo en el vientre que nada tenía que ver con la conversación que estaba a punto de mantener, sino con el hecho de volverlo a ver.

Había pasado algún tiempo. Ella recordó todos los motivos por los que aquel hombre no le gustaba, pero no consiguió quitarse el nudo que se le había formado en el vientre. En ese momento, la secretaria de Alessio le pidió el abrigo y el gorro de lana y ella se los entregó. Respiró hondo, y esperó a que le abriera la puerta. Nada más ver al hombre que estaba esperándola, se le aceleró el corazón.

Alto, de piel bronceada, con barba incipiente y ojos oscuros. Parecía una escultura de mármol. Su pasado italiano estaba reflejado en la perfección de sus rasgos.

Sophie había visto fotos de Isabella Rossi, la madre de Alessio que había fallecido años atrás, y se había impresionado por su belleza. Alessio, su único hijo, había heredado todos sus genes.

Todo lo que había a su alrededor, los muebles, la alfombra de seda sobre el suelo de madera, el sofá de piel color crema que había contra la pared, se desvaneció cuando vio al hombre sentado detrás del enorme escritorio, esperándola con las manos tras la cabeza.

Él la miró con cierta curiosidad, mientras ella permanecía de pie en el centro del gran despacho y la secretaria cerraba la puerta.

 

 

Alessio se fijó en sus pantalones grises, en su jersey a juego y la larga chaqueta oscura que llevaba. Tenía el cabello corto y castaño y los ojos marrones. Al contrario de casi todas las mujeres que conocía, apenas se había maquillado.

Al cabo de unos instantes, Alessio golpeó el escritorio con las palmas de la mano y señaló con la cabeza hacia la silla de cuero negro que tenía delante.

–No hace falta que se quede ahí de pie esperando a la inspiración divina, señorita Court. Siéntese y dígame qué está haciendo aquí. ¿Le apetece un té? ¿Un café? ¿Algo más fuerte?

Él miró el reloj y se puso en pie, dirigiéndose hacia la ventana para mirar al exterior antes de darse la vuelta y sentarse en el borde con las manos en los bolsillos.

–No, gracias –repuso ella, mientras se sentaba y se colocaba un mechón de pelo detrás de las orejas.

–¿Y bien? Podría seguir siendo amable, pero me temo que tengo muchas cosas que hacer…

–Quizá sí que me tomaría un café –añadió Sophie–. He hecho un viaje largo para llegar hasta aquí.

Necesitaba un poco más de amabilidad para poder decir lo que tenía que decir. Miró a su alrededor y comentó:

–No esperaba que trabajara en un lugar como este.

Alessio arqueó las cejas y se acercó de nuevo al escritorio. Se sentó con las piernas estiradas y la miró. Parecía un peligroso depredador.

–¿Qué quiere decir?

Sophie se encogió de hombros y lo miró a los ojos.

–Supongo que esperaba algo más moderno. Acero y cristal.

–Esta parte de mi negocio solo se ocupa de los fondos de cobertura. A mis clientes les gusta la privacidad, y eso es lo que consiguen en este lugar. Me sorprende verla aquí, Sophie, pero supongo que ¿tiene algo que decirme relacionado con mi padre?

Sin dejar de mirarla, presionó un botón y le pidió un café a la secretaria.

–¿O ha venido por otro motivo?

–No.

«¿Qué otro motivo podría tener para venir a visitar a ese hombre?».

–He venido para hablar de su padre… Ojalá pudiera decirle algo diferente, pero Leonard tuvo otro ataque hace un par de semanas.

Ella se fijó en que él se quedaba quieto y entornaba los ojos. Al instante, su expresión era indescifrable, como si se hubiese colocado un escudo protector.

–Eso es imposible.

–¿Qué quiere decir?

–Me habría enterado.

Le llevaron el café, pero Sophie apenas se dio cuenta. Estaba centrada en la mirada de aquellos ojos negros.

Sabía tantas cosas de aquel hombre, gracias a los artículos que su padre había guardado durante años y a las memorias que él le había dictado cada noche, justo antes de la cena. Le gustara o no, ella conocía dónde trabajaba, a qué se dedicaba y la fortuna que había amasado con el tiempo a partir de la herencia que le había dejado su madre.

Sabía que era una especie de genio financiero. Y que era un hombre que jugaba duro. Había visto las fotos que le habían hecho los paparazis, acompañado de diferentes mujeres rubias que sonreían y lo miraban con adoración. Sophie sabía que ninguna de ellas había permanecido a su lado.

Ella se estremeció, preguntándose qué era lo que hacía que las mujeres se sintieran atraídas por él. Sin duda, por muy rico y atractivo que fuera, nadie se sentiría atraído por alguien tan frío como él. El dinero mandaba, pero ¿tanto?

Mirándolo unos instantes, Sophie trató de imaginárselo riendo o llorando, mostrando alguna emoción.

Pensó en Leonard y en los artículos que había guardado sobre su hijo y sintió que se le encogía el corazón, porque Alessio nunca había mostrado ni una pizca de afecto hacia él, nada que ella hubiera podido ver.

–¿Cómo? –preguntó ella–. ¿Cómo iba a saberlo si nunca va a visitarlo?

–¿Disculpe?

–La última vez que fue a ver a su padre fue hace más de cinco meses.

–¿Percibo cierto tono de crítica en su comentario, señorita Court?

–Me parece increíble que le sorprenda lo que he venido a contarle. Y más aún que pretenda estar al día de la vida de su padre cuando apenas va por allí.

–¡No puedo creer que esté escuchando esto!

–Solo estoy siendo sincera.

–¿Y me puede recordar cuándo le he pedido que lo fuera? No recuerdo haberla oído hablar más de dos palabras seguidas y, sin embargo, ha decidido venir aquí sin invitación y darme su opinión.

Sophie se sonrojó y lo miró en silencio.

–Entonces, volviendo al asunto que teníamos entre manos –continuó él–. Mi padre ha tenido otro ataque. ¿Cuándo ha sido exactamente y por qué es la primera vez que tengo noticias de ello?

Él la miró y no apartó la vista de ella ni cuando la secretaria entró para recordarle que tenía una reunión en media hora y para dejar una cafetera sobre el escritorio. Él la despidió con un par de palabras y le informó que no lo molestaran hasta que dijera lo contrario.

Al ver que Sophie no contestaba, chasqueó la lengua.

–Usted tiene el deber de cuidar de mi padre –le recordó–, y parte de ese deber consiste en informarme de todo lo relacionado con su salud.

–Él me prohibió hacer tal cosa –contestó Sophie, sintiéndose terriblemente mal al ver la expresión que ponía Alessio.

Ella se había vuelto una mujer dura con el paso de los años, porque no le había quedado más remedio, pero ¿desde cuándo había perdido la capacidad de empatizar? Alessio podía haberse equivocado y no dedicarle tiempo a su padre, pero ¿quién era ella para juzgarlo? Le había hecho un comentario hiriente y, si hubiera podido, habría retirado sus palabras.

Quizá había necesitado ser fuerte para enfrentarse a todo lo que el destino le había ofrecido, pero también había necesitado paciencia, comprensión y amor, y de eso siempre había tenido en abundancia.

Esas habían sido las cualidades que le habían permitido cuidar de su hermana pequeña, y apoyarla en su carrera como actriz. También lo que la había guiado en los momentos más oscuros, cuando su madre había quedado como un alma en pena tras la muerte de su marido.

–Lo siento –comentó–. No debería haber dicho tal cosa.

–¿Porque no es verdad?

–No he tenido nada de tacto y veo que le ha dolido

 

Alessio se puso tenso. ¿Dolido? Él era incapaz de sentir dolor. Lo había sentido en el pasado, tras la muerte de su madre y por la indiferencia que su padre había mostrado hacia él, después. Librar esas batallas en el pasado lo habían hecho más duro. Miró a la mujer que tenía delante y apretó los labios. Una mujer que se pensaba capaz de herirlo con un comentario.

Tenía la sensación de que era la primera vez que veía a Sophie Court, porque ella siempre se había mostrado callada como un ratón, con la cabeza agachada y respondiendo en voz baja. Nada que ver con la mujer que tenía delante.

Por primera vez en mucho tiempo, estaba descubriendo lo que era estar en presencia de lo inesperado. Quizá fuera vestida como una solterona, pero no se comportaba como tal. Alessio entornó los ojos y la miró… Fijándose en ella de verdad.

Alta, delgada, con la tez pálida como el alabastro y unos ojos marrones que expresaban contención.

¿Por qué se contenía? ¿Y cómo era posible que alguien de veintitantos años quisiera trabajar cuidando a un hombre viejo y cascarrabias?

–No se preocupe por mis sentimientos, señorita Court –dijo él, con exagerada educación–. Siempre he sido capaz de manejarlos solo. Entonces, ¿mi padre no quería que me enterara de que le había dado otro ataque? Es un hombre orgulloso y le gusta pensar que es infalible. Tristemente, no lo es. ¿Qué ha dicho el médico?

Decidió no decirle que ella debería haberlo llamado inmediatamente, sino que además debería haberse asegurado de que él medico le hubiera informado de su evolución.

–¿Y bien? –insistió al ver que ella no contestaba–. ¿Está en una situación crítica? –preguntó, pasándose la mano por el cabello.

–Estuvo dos noches en el hospital. Ya ha vuelto a casa.

Alessio suspiró aliviado.

–Entonces, ¿por qué tanta reticencia? Debe saber que, la última vez que mi padre sufrió un ataque, rechazó mi oferta de ir a Glenn House, así que, como verá su orgullo tiene prioridad sobre todo lo demás.

Mirándolo, Sophie se sorprendió por la amargura que denotaba su tono de voz. ¿Sería consciente de ello?

–El médico dijo que el ataque podría haber sido consecuencia del estrés.

–¿Y por qué podría estar estresado mi padre? –preguntó Alessio, asombrado.

–Ha estado preocupado por la situación financiera.

–Me habría enterado si fuese verdad. No hablamos mucho, pero si tratamos ese tema. Me habría dicho algo. No. Debe estar equivocada –suspiró–. Este no es el lugar para mantener este tipo de conversación.

–No importa dónde estemos –dijo Sophie–. Le diré lo que he venido a decirle y me marcharé.

–Son casi las seis y media. ¿Ha comido algo en todo el día? ¿A qué hora ha salido de Harrogate?

Alessio caminaba a la vez que hablaba y Sophie observó cómo se ponía la chaqueta antes de abrir la puerta de un armario para sacar un abrigo.

–Conozco una vinoteca no muy lejos de aquí. Podemos ir allí. Creo que necesitaré beber algo para este tipo de conversación.

–¿Y su trabajo? ¿Sus reuniones?

¿Quería seguir hablando en una vinoteca? No le gustaba la idea. Incluso se sentía un poco asustada, aunque no supiera por qué.

–El jefe soy yo –dijo él con naturalidad, acercándose a ella–. Si quiero cancelar las reuniones, las cancelo. Ser un magnate de los negocios tiene ciertas ventajas –contestó sin dejar de mirarla.

Ella se puso en pie y recogió su bolso con nerviosismo. Había ido allí con un discurso preparado y, de algún modo, la habían convencido para hacer algo que no estaba en sus planes.

En ningún momento había imaginado que acabaría en un Bentley con chófer, mirando a los peatones desde la ventanilla, para dirigirse hasta una vinoteca con sofás de piel y suelo de madera.

Durante todo el trayecto, Alessio había estado hablando por teléfono, a veces en distintos idiomas, para asegurarse de que el trabajo salía adelante a pesar de que no estuviera en la oficina.

Sophie había tenido tiempo de ordenar sus pensamientos y recordar que aquella debía ser una conversación de negocios. Nada que no pudiera manejar.

«Puedes hacerlo y, antes de que te des cuenta, será otro día».

Era el mantra que se había repetido durante años, mientras la adolescencia se escapaba entre sus dedos, perdida en el intento de madurar demasiado deprisa.

Lo repitió mientras permaneció sentada en el borde del sofá de piel pero, cuando él se inclinó hacia ella sobre la mesilla de cristal que los separaba, se puso tensa.

–Bueno, señorita Court, aquí estamos. Ha llegado el momento de que me cuente todo lo que ha pasado con mi padre. Tiene toda mi atención…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DESDE tan cerca, Alessio se fijó en que ella tenía unos ojos almendrados de color marrón y largas pestañas que resaltaban sobre su piel clara. Se fijó en su vestimenta. Estaba tan acostumbrado a las mujeres que querían resaltar su silueta, que el hecho de que aquella mujer quisiera disimular lo que había bajo su ropa le generaba curiosidad.

Momentáneamente.

–¿Y bien? –preguntó–. Ha decidido que soy el malo de la película, así que al menos podría decirme por qué. Me ha contado que el motivo por el que mi padre ha sufrido un ataque podría ser el estrés, y ha insinuado que ha tenido problemas económicos. Problemas que yo desconozco porque, por supuesto, soy el hijo al que no le importa nada. Me parece que necesito un poco más de información, ¿no cree?

Un camarero se acercó a la mesa y Alessio se echó hacia atrás. En lugar de mirar la carta, pidió unas tapas variadas y una botella de Chablis. En ningún momento, dejó de mirar a Sophie.

–¿O es que tiene más críticas sobre mí guardadas en la manga y quiere decírmelas antes de ir al grano y ofrecerme alguna prueba de lo que me está diciendo? Por favor, no permita que los buenos modales interfieran con la verdad –le pidió mientras ella se mordía el labio inferior con nerviosismo.

 

 

Sophie se sintió tentada a decirle que sí, que tenía más críticas guardadas en la manga, pero simplemente contestó:

–Las dos cosas son correctas –dijo ella–. La enfermedad de su padre y el hecho de que tiene problemas económicos. No quería que se enterara de ninguna de las dos cosas, pero yo decidí que debía decírselo cuando el gestor del banco vino a la casa mientras él estaba en el hospital y me contó que la mayor parte de las acciones de la empresa están en número rojos. No conozco los detalles con exactitud, pero entiendo que hace unos años pidió un préstamo avalado por la empresa y que ahora tiene que devolverlo. Claro que no hay posibilidad de hacerlo porque la empresa lleva años perdiendo dinero. Creo que el señor Ellis habría contactado con usted, pero recibió instrucciones estrictas acerca de que los asuntos económicos debían mantenerse en privado y no podía pedirle que interviniera bajo ninguna circunstancia. Creo que el único motivo por el que habló conmigo fue porque sentía que no tenía más elección.

–¿Sentía que no tenía más elección? No puedo creer que esté oyendo esto –murmuró Alessio–. ¿Qué diablos ha estado haciendo ese viejo idiota a mis espaldas?

–No diga eso –repuso Sophie–. Es orgulloso. Muchas personas de su edad lo son. Le admira mucho y no quiere que descubra que ha cometido errores y… No sé… que confió en personas para que hicieran un trabajo que no hicieron…

Alessio soltó una carcajada.

–Le sugiero que se atenga al guion, señorita Court, y que no haga comentarios personales que no tienen parecido alguno con la realidad. Es extraño que Ellis no viniera a hablar conmigo primero.

–Supongo que la confidencialidad…

–Sin embargo, usted ha venido a pesar de que mi padre le ha prohibido que contactara conmigo.

–Me importa mucho, y no creo que pudiera sobrevivir a la quiebra de su empresa.

–Necesito todos los detalles acerca del desastre en el que se ha metido mi padre. Y será mejor que Ellis empiece a mirar las ofertas de trabajo porque cuando termine con él se dará cuenta de lo poco que se ha valorado su fidelidad.

–¿Cómo puede ser tan insensible? –preguntó Sophie.

–Si cree que es así como hablo cuando soy insensible, quédese a mi lado y espere a ver cómo hablo cuando pierdo la paciencia de verdad. Estoy siendo práctico. Ellis es un gestor del banco. Está a cargo del dinero. Cuando se trata de la bancarrota, vale todo. El hombre no debería habérselo pensado dos veces y debió venir a hablar conmigo. ¿Quién más podría solucionar los problemas económicos de mi padre? ¿Hadas mágicas con una chequera? Si me hubiese enterado antes de esos problemas económicos, ya estarían solucionados.

El camarero regresó con la comida y, durante un par de segundos, Sophie no se percató de que habían colocado varios platos sobre la mesa, ya que estaba cautivada por la mirada de aquellos ojos. Ese hombre era igual de cautivador como de aterrador.

–No conozco los detalles…

–Sabe suficiente, y supongo que si pensaba que era necesario salir de su escondite para venir a verme aquí, hay posibilidad de que todo sea peor de lo que imagina.

–No estaba escondida.

–No recuerdo cuándo fue la última vez que la vi mientras yo estaba en casa de mi padre.

–Prefería dejarlos a solas. No era necesario que yo estuviera por allí, dándole la medicación a Leonard y diciéndole lo que podía o no podía comer.

–Se sorprendería si le dijera que habríamos variado el tema de conversación ya que, al parecer, era mucho más superficial de lo que pensaba, teniendo en cuenta que no me contó nada de esto, pero bueno, ya está bien. Lo más importante es que necesita ayuda.

–¿Ayuda?

–A nivel práctico. Alguien que la ayude con la recuperación de mi padre en casa. Sé que es enfermera cualificada, pero puede haber ciertos momentos en los que necesite ayuda para mover a mi padre, ya que puede resultarle difícil a usted sola.

Sophie se sorprendió al ver que enseguida había reparado en dónde podría necesitar ayuda. Él trataba de ser práctico y ella reconocía que era justo lo que necesitaba.

–No, pero gracias por preguntarme –esbozó una sonrisa y empezó a comer–. Se sorprendería al ver lo fuerte que hay que estar para ser enfermera. Hay que levantar al paciente muchas veces, pero estamos formadas sobre cómo hacerlo de la manera más eficiente y menos dañina.

–¿A qué más se dedica? –preguntó Alessio.

Sophie lo miró sorprendida.

–¿A qué se refiere?

–¿Cuántos años tiene?

–Veintinueve –dijo ella.

–Tiene veintinueve años y se conforma con trabajar para mi padre a jornada completa. Seguramente él no necesitaba ayuda las veinticuatro horas durante todos estos años. Entonces, ¿a qué se dedica? Es joven. ¿No le parece que ese trabajo es poco estimulante?

Sophie se puso tensa. Su voz denotaba curiosidad y eso hacía que fuera más ofensivo.

Veintinueve años y dispuesta a pasar la mayor parte de su tiempo con un hombre mayor. Mayor, pero muy interesante. Además tenía suficiente tiempo libre y podía quedar con sus amigas enfermeras a menudo, reírse con ellas y observar cómo todas ellas iban implicándose en relaciones serias.

Ese era un mundo en el que no se sentía tentada a entrar. Había visto lo que el amor podía hacer. No era como su madre, y esperaba tener más fuerza interior, pero ¿quién sabía? No podía soportar la idea de depender de alguien hasta el punto de colapsar cuando ese alguien desapareciera.

¿Era una manera de ser prudente? ¿O se había acostumbrado a huir asustada? No lo sabía. Quizá algún día tuviera una relación, pero sería con alguien que fuera más como un amigo, alguien que no le gustara tanto como para que su mundo se derrumbara si la relación no funcionara.

¿Estaba contenta de trabajar para un hombre mayor porque así evitaba salir al mundo real y caer en la posibilidad de tener citas? Su último novio había sido un chico simpático, pero habían roto hacía ya varios años. Él quería más de lo que ella podía ofrecerle. ¿Ese sería su destino?

No encontrar el amor verdadero no la asustaba. Encontrarlo y perderlo, sí.

Aun así, aquellos ojos que la miraban con curiosidad le resultaban inquietantes.

–¿Es menos estimulante que trabajar detrás de una pantalla en una oficina? –preguntó ella–. No estoy prisionera en casa de su padre –añadió–. Veo a muchas amigas que también son enfermeras.

–¿Y no echa de menos trabajar como ellas?

–Siempre están estresadas. Trabajan a turnos y no les pagan lo suficiente.

–Usted está extremadamente bien pagada –murmuró Alessio, ladeando la cabeza y apartando el plato a un lado–. ¿El dinero significa mucho para usted? Además de por su preocupación por mi padre, ¿ha venido aquí a contarme cuál es la situación financiera que tiene porque teme poder perder su trabajo si no hay dinero para pagarle?

–No –repuso, y notó que se sonrojaba.

¿Pero el dinero no era algo esencial? Ella cobraba una pequeña fortuna comparada con sus amigas, y el dinero desaparecía en un abrir y cerrar de ojos. Ayudaba su hermana y a su madre, quien vivía en Somerset después de haber vendido la casa familiar. No obstante, todavía tenían una pequeña hipoteca y alguien tenía que pagarla.

–¿Dónde se aloja? –preguntó él, cambiando de tema de repente.

Sophie pestañeó y lo miró en silencio unos instantes. Después mencionó el nombre de un hotel barato.

–Es todo lo que puedo pagarme –soltó, al ver que él fruncia el ceño.

–No me lo creo. Ya le he dicho que sé cuánto cobra.

–¿Cómo lo sabe?

–Insistí en encargarme de ese tema y en pagar el sueldo. Quería asegurarme de que mi padre no pudiera despedirla en un arrebato.

–No lo sabía…

–¿Por qué iba a saberlo? Me di cuenta de que necesitaría ayuda después de su primer ataque. Él insistió en elegir a la persona adecuada, y yo quise asegurarme de que la persona que consiguiera el trabajo estuviera bien pagada para que no quisiera marcharse. Supongo que mi padre no es la persona más fácil de manejar.

–Es inofensivo –comentó Sophie.

–¿Disculpe?

–No tenia ni idea de que me pagaba usted.

–¿Inofensivo?

–Nos llevamos muy bien, y supongo que por eso sigo trabajando para él. Necesita ayuda con las comidas y la medicación, y hay que asegurarse de que hace ejercicio a diario, pero también necesita compañía. Dejó el trabajo cuando tuvo el ataque y delegó todo en su director ejecutivo. Necesita compañía, aunque nunca lo diría con esas palabras. Y aparte de mis tareas como enfermera, he empezado a ayudarlo a recopilar material para sus memorias… También lo llevo a lugares. Le gusta ir al club de ajedrez los miércoles, de vez en cuando vienen sus amigos y es muy especial con lo que va a servir de cena…

 

 

Al escucharla, Alessio tuvo la sensación de que le estaba hablando de un mundo que no conocía.

¿Desde cuándo el hombre irascible, insoportable y difícil que era su padre podía describirse como inofensivo?

¿Y no era que no le gustaba la gente que jugaba al ajedrez? ¿O a cualquier juego en general?

Alessio recordaba haber ido al despacho de su padre con el tablero de ajedrez bajo el brazo y llamar a la puerta tras la que él se había recluido después de la muerte de su esposa. Alessio tenía diez años, su madre había fallecido apenas unas semanas y él se sentía muy solo en la habitación. No obstante, su padre no jugaba al ajedrez. Eso lo recordaba Alessio muy bien. Y tampoco tenía tiempo para un niño cuyo dormitorio le parecía solitario y a quién se le había partido el corazón.

Alessio había terminado encogiéndose de hombros y marchándose.

–Al menos mi dinero está bien gastado. Y eso hace que me pregunte por qué no puede pagarse un lugar mejor para alojarse, sobre todo cuando podría haberlo cargado a la cuenta de mi padre. ¿O es que temía que él viera su destino y sospechara que había venido a verme? No se preocupe. Se alegrará al oír que su contrato continúa a salvo.

Él pidió la cuenta haciendo un gesto al camarero.

–Si tengo que intervenir en los asuntos de mi padre, tendrá que enterarse de que me ha contado lo que está pasando.

–Lo sé –dijo Sophie–. Puede que usted quiera que continúe, pero es posible que su padre decida que no puede confiar en mí.

–¿Y qué haría usted si eso sucediera?

Sophie se encogió de hombros.

–Haré lo que he hecho siempre. Me las arreglaré.

–¿Hará lo que siempre ha hecho? –murmuró él.

–¿No es lo que todos hacemos?

Alessio la miró fijamente. En un par de horas, su vida había dado un giro completo. Había pasado de no tener apenas implicación con su padre a tener que averiguar qué diablos había sucedido con sus asuntos financieros, algo que al hombre en cuestión no iba a gustarle. Además, tendría que proteger a aquella mujer, a quien parecía que se le había caído el mundo.

Necesitaba dinero. ¿Por qué? ¿Y qué significaba lo que había dicho acerca de que si perdía el trabajo haría lo que siempre había hecho? Que se las arreglaría… Alessio no tenía ni idea. Y, en realidad, no le importaba. Le parecía un milagro que existiera alguien que considerara a su padre como inofensivo.

Si su padre tenía problemas económicos y de salud, y si era cierto lo que ella le había contado acerca de que el médico había dicho que el estrés había sido el desencadenante del ataque, entonces, Alessio no podía añadir más estrés.

–Me aseguraré de ser discreto. Llegaré al fondo de todo lo que está pasando, pero mi teoría es que ha habido mala gestión. Por lo poco que vi hace diez años sobre los bienes de mi padre, se estaban tratando como si se tratara de un club de caballeros, algo que no funciona en estos tiempos.

–¿Puedo preguntarle una cosa?

–¿Dejaría de preguntármela si le dijera que no? –preguntó Alessio con frialdad.

–¿Cómo es que nunca se interesó por la empresa de su padre?

La pregunta le sorprendió. Ella lo miraba con curiosidad y él se percató de que estaba en presencia de una mujer que traspasaba todas las fronteras. Le había hecho una pregunta muy personal e intentaba acercarse a él. No estaba tratando de forjar una relación íntima para compartir secretos. Simplemente, sentía curiosidad.

–Mi padre y yo tuvimos una relación difícil. Mi madre murió cuando yo era muy joven. Solo tenía diez años. La situación era difícil. Cuando, a los veintiún años, terminé mi carrera en Oxford, sabía que me abriría camino en el mundo sin la ayuda de mi padre. Por suerte, la fortuna de mi madre permanecía casi intacta cuando ella murió, y yo la heredé. Se puede decir que tuve muchas ventajas a la hora de empezar con mi carrera profesional.

Sophie asintió.

–Es bueno ser independiente –murmuró–. Está bien no depender de nadie para nada.

–Será bienvenida si quiere marcharse del motel y quedarse en mi casa –dijo Alessio, sorprendiéndose a sí mismo.

–Estoy bien –repuso ella, negando con la cabeza–. ¿Puede decirme que va a pasar ahora?

–Llamaré a Ellis a primera hora de la mañana y, no se preocupe, me aseguraré de que no se vea afectada. Pagaré el préstamo y le pediré a mi equipo que examine las cuentas de su empresa de forma detallada. Haré una criba, y pondré a aquellas personas que sé que van a responder y, así, todo volverá a su cauce.

–¿Y todo esto sin que su padre se entere de qué está pasando?

–Nada es imposible.

–¿Y cómo puede conseguir todo eso si no habla con su padre, señor Rossi-White?

–Creo que, dadas las circunstancias, podemos dejarnos de formalidades, ¿no crees, Sophie? Puedes llamarme Alessio.

Él hizo una pausa. Con todo el tiempo que ella llevaba trabajando para su padre, él apenas sabía nada acerca de ella.

–Bueno, lo que está claro es que parece que tendré que mantener una conversación con él, ¿no es así?

–Confiemos en que la sorpresa que se va a llevar cuando lo hagas no le provoque otro ataque –dijo ella.

Sus miradas se encontraron y Alessio soltó una carcajada.

–¿Por eso no te caigo bien? Porque crees que soy el responsable de la distancia que hay entre mi padre y yo.

 

 

Así, sin más, el ambiente cambió por completo.

Y eso es lo que Sophie pensaba mientras lo miraba, cautivada por la profundidad de sus ojos negros. En su cabeza, una vocecita le indicaba que aquello conllevaba cierto peligro.

Ella ya había sufrido las consecuencias de la pérdida de control en otras ocasiones, y no quería volver a hacerlo. Había temido de verdad por su futuro, por el de su hermana, y se había sumergido en las aguas turbulentas de los servicios sociales, tras la muerte de su padre, cuando su madre se había encerrado en sí misma, sin importarle nada del exterior. Durante meses, había sobrevivido de esa manera. Poco a poco, su madre se fue recuperando y tomando las riendas de su vida otra vez, sin dejar de disculparse por haber permitido que ella se ocupara de todo a pesar de que tan solo era una niña. Para entonces, Sophie ya había crecido y había visto lo que podía sucederle a una persona cuando perdía el control.

¿Realmente aquello conllevaba peligro? Solo era una manera de reaccionar ante un hombre, nada que pudiera tener impacto sobre su vida.

Alessio la afectaba de muchas maneras, y ella tenía que admitir que su manera de mirarla tenía que ver con su reacción. Después de todo, era un hombre muy atractivo y ella era una mujer. ¿Quién no se estremecería en presencia de la perfección física?

–No tengo sentimientos hacia ti de ningún tipo, y tampoco he pensado mucho en ello –repuso con tranquilidad.

–¿Eso es cierto? –preguntó él arqueando las cejas–. Ha habido veces en las que he pensado que me estabas evitando, asegurándote de no estar presente cuando he ido a visitar a mi padre… Quizá es que tengo mucha imaginación… –hizo una pequeña pausa–. Aunque no nos olvidemos de que esta tarde tenías mucho que decir al respecto…

Sophie apretó los labios y no dijo nada. Él se encogió de hombros y añadió.

–No importa. ¿Hemos terminado? ¿Postre? ¿Una copa? ¿No? –pidió la cuenta y la miró–. Puede que te hayas conseguido ocultar cuando he ido de visita, pero a partir de ahora las cosas van a ser diferentes…

–¿A qué te refieres?

–En cuanto empiece a descubrir qué es lo que ha pasado con la empresa de mi padre, tendré que estar por allí para asegurarme de que todo se hace como yo quiero. No veo más elección. Tiene la sede en Harrogate y voy a supervisar lo que sucede allí.

–¿Cómo? ¿Por qué?

–Como he dicho, habrá que hacer una criba, y no siempre es fácil. Es algo que no voy a delegar, al menos a cualquiera. Mi padre y yo no hemos convivido desde hace años y puede que despotrique porque yo esté allí, viendo lo débil que está, pero es mi padre. Y esta vez pretendo asegurarme de que su orgullo no interfiera en mi presencia.

Puso una mueca.

–Tendrás que avisarle de mi inminente llegada. Como dijiste, la sorpresa de una inesperada visita puede provocarle otro ataque.

–Lo haré. De acuerdo…

–Dile que te llamé para preguntarte cómo estaba porque oí el rumor de que podría tener problemas con la empresa. El mundo de los negocios es pequeño y yo soy muy conocido. Además, mucha gente sabe quién es mi padre. Puedes decirle que te presioné para que me dijeras la verdad sobre el ataque. Eso se lo creerá con facilidad.

–¿Porque piensa que eres un abusón? –preguntó Sophie.

–Como te dije, hemos tenido nuestras diferencias. Él puede ser muy testarudo y, a veces, la única manera de vencer a un testarudo es serlo todavía más. Mi padre puede pensar que es muy duro, pero no ha visto nada todavía. Tengo que acabar unas cosas aquí, pero mañana a primera hora mi equipo empezará a repasar las cuentas de mi padre. Iré allí el sábado, así que, tienes dos días para prepararlo para lo inevitable. Si cree que no puedes hacerlo, llámame… Tienes mi teléfono. Ya se me ocurrirá algo para librarte de esa tarea. Podrás comprobar que el hombre inofensivo puede convertirse en un león agresivo si cree que no has hecho lo que él te ha pedido.

Sophie lo miró a los ojos.

–Puede que decirle a tu padre que te he contado sus problemas de salud no sea tarea agradable, pero no has de preocuparte porque no voy a salir corriendo. Créeme, me he enfrentado a numerosas tareas desagradables.

Ella pestañeó y sonrió.

–Todo saldrá bien. Estoy segura de que, en el fondo, él se alegrará de verte.

 

 

Alessio la miró unos segundos mientras asimilaba lo que ella había dicho. Estaba seguro de que su padre no se alegraría al verlo llegar con una maleta llena de cosas, pero en realidad, lo que más le inquietaba era el comentario que Sophie había hecho acerca de haber realizado numerosas tareas desagradables. ¿Se referiría a su trabajo como enfermera? Sin duda, ese trabajo la habría llevado a realizar tareas poco agradables… Sin embargo, él tenía la sensación de que se había referido a algo más personal.

Alessio no podía evitar sentir curiosidad por la mujer que estaba sentada frente a él, y que aparentaba estar calmada, sin embargo, bajo la superficie se notaba cierta agitación…

Agitación y pasión. ¿No solían ir de la mano?

Alessio la miró de nuevo. Estaba acostumbrado a que las mujeres no le ocultaran nada. Se abrían ante él. Querían que sintiera curiosidad por ellas, que él deseara conocerlas. Eran especialistas en utilizar sus artimañas de mujer para conseguir lo que querían. Coqueteaban para mantener su atención.

Aquella mujer, sin embargo…

Había pasado mucho tiempo en la sombra, sin estar presente, tanto que él nunca se había fijado en la suavidad de su piel ni en la mirada inteligente y atractiva de sus ojos marrones.

–En cualquier caso –dijo él–, sabes dónde encontrarme. Tienes mi número de teléfono personal, el que te di hace tiempo en caso de emergencia. Llámame.

Alessio pagó la cuenta y se puso en pie. Ella hizo lo mismo y él la miró de arriba abajo.

Era una mujer muy delgada. Alta y esbelta. Eso era lo que él podía imaginar bajo la ropa aburrida que llevaba. Sus zapatos no tenían tacón y apenas era más bajita que él. Alessio solía salir con mujeres rubias y voluptuosas, así que sería un cambio para él estar con una mujer que estuviera casi a nivel de sus ojos.

Rápidamente tuvo que recordar que aquella no era una cita y que no estaba saliendo con aquella mujer.

 

 

–¿Cómo vas a regresar al motel? –preguntó Alessio.

–Es un hotel –le corrigió Sophie, mientras se ponían el abrigo–. Los moteles son lo que salen en las películas de terror.

Alessio sonrió.

–¿Tienes sentido del humor? Eso me gusta. Es un aspecto tuyo que no conocía… Siéntete libre para usarlo cuando quieras mientras yo esté presente.

Sophie se quedó sin palabras y se sonrojó.

Antes de que se le ocurriera una respuesta adecuada él continuó hablando.

–Probablemente estaré allí una semana, dependiendo de cómo vayan las cosas. Tendrás que dejar al margen los problemas que tengas conmigo.

–No tengo problemas contigo.

–Los tengas o no es irrelevante –repuso Alessio–. En estos momentos, lo importante es que mi padre se recupere y solucionar sus problemas económicos. Cuando terminemos con eso, la vida volverá a la normalidad y tú podrás… –arqueó las cejas y la miró–. Podrás volver a esconderte de mí cuando vaya. Entretanto, por el bien de mi padre, finjamos que todo va como debería ir entre nosotros, ¿de acuerdo?

–De acuerdo –asintió ella.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

LLEGAS tarde.

No era eso lo que Sophie pretendía decir, sino: «Llegas un poco más tarde de lo esperado y tu padre se ha ido a la cama. Últimamente se cansa con facilidad».

Por desgracia, había tenido una hora y media para pensar y cuando sonó el timbre de la puerta, estaba nerviosa. Llevaba nerviosa desde su viaje a Londres.

No estaba preparada para encontrarse en persona con Alessio. Sí, lo había visto antes, cuando él había ido de visita, pero esos días le había resultado fácil escabullirse después de saludarlo. Tal y como él le había comentado cuando ella había ido a visitarlo.

Sin embargo, estar tan cerca de él, y hablar de temas personales, había provocado que se pusiera nerviosa. Él era mucho más atractivo de lo que ella había pensado. Mucho más sorprendente. Mucho más aterrador.

Sus fabulosos ojos negros la habían cautivado. Su voz aterciopelada había provocado que se le derritiera el cerebro y que sintiera calor en su interior. Ella solía ser una mujer calmada, fría y tranquila. Había aprendido desde muy pequeña a que el sentido común superaba a las emociones cuando había que solucionar algo, y todos esos aprendizajes habían permanecido con ella. Así que, le resultaba sorprenderte descubrir que toda su tranquila personalidad podía transformarse a causa de un hombre al que había conseguido evitar durante más de dos años.

Más llamativo era la manera en que se le había acelerado el corazón en su presencia, y cómo su mente le había jugado malas pasadas, presentándole a Alessio como un hombre y no como algo molesto con lo que ella se veía obligada a tratar.

No había espacio en su vida para tanta tontería. En serio, Sophie no tenía tiempo para fantasear. Sus años adolescentes estaban marcados por el deber y la responsabilidad. Mientras sus amigas habían estado coqueteando, ella había estado centrada en el cuidado de su madre.

No obstante, nunca le había molestado.

Pero el encuentro con Alessio había provocado que se pusiera nerviosa y, a medida que se acercaba su visita cada vez se sentía peor.

–¡Al menos podía haber tenido la decencia de haber sido puntual si viene a darme un sermón sobre mis problemas económicos! –había dicho Leonard mientras se dirigía a su habitación en la silla salva escaleras que habían instalado hacía dos años.

–El tráfico… –murmuro Sophie para tranquilizarlo.

–¡Sí, claro! ¡El tráfico!

Ella no prolongó la conversación para no meterse en terreno peligroso. Era importante que Leonard se estresara lo menos posible y el hombre llevaba con el alma en vilo desde que le había dicho que Alessio iría a hablar sobre su situación económica.

Sophie había tratado el tema con mucha delicadeza y sentía que Leonard podía sentirse algo aliviado tras haber sacado el tema a la luz.

Una vez que había ayudado a Leonard a acostarse, le había dado la medicación y una bebida caliente, Sophie tuvo tiempo de sobra para pensar.

Y una vez en presencia de Alessio, se fijó que a pesar de la oscuridad y el aire frío que había alborotado sus cabellos, el hombre seguía teniendo un aspecto tremendamente sexy.

Vestía un abrigo beige de cachemir y una bufanda negra, vaqueros oscuros y algún tipo de sudadera oscura.

–Solo son las nueve y media pasadas –comentó Alessio mientras se quitaba el abrigo y ella cerraba la puerta–. No sabía que aquí se apagaban las luces al atardecer.

Sophie se cruzó de brazos. Estaba tensa y se sentía frustrada por cómo estaba reaccionando ante él.

–Tu padre se acuesta temprano.

–¿A qué hora?

–Sobre las ocho ya está cansado.

–He hablado con su médico y me ha hecho un resumen de todo su estado de salud –comentó Alessio, dirigiéndose hacia la cocina.

Sophie lo siguió.

La casa era enorme. Pasaron varias habitaciones que nadie utilizaba y que estaban decoradas con un estilo que ya estaba pasado de moda.

La cocina, que se había convertido en el centro del hogar desde que Leonard tuvo el ataque, era un lugar cálido y acogedor. En un extremo había unos sofás, junto a las puertas que daban a los jardines traseros.

–Tenías razón –convino Alessio–, cuanto menos se estrese, mejor. Y para que lo sepas, tenía que zanjar algunos asuntos y por eso he llegado tarde –la miró y se metió las manos en los bolsillos–. No hacía falta que me esperaras despierta. Tengo llave de la casa, aunque no siempre la utilizo.

–Yo… Siempre estoy despierta a esta hora, señor… digo… Alessio. Solo estaba disgustada porque a su padre…

–¿Le ha dado pena no verme? No me lo creo –arqueó las cejas–. Ahora, no he comido nada desde esta mañana… –miró a su alrededor en la cocina–. Si te quedas por aquí mientras me preparo algo de comer, podemos hablar sobre cómo organizar la semana.

Sophie no dijo nada. Era evidente que él esperaba que aceptara su plan.

Alessio comenzó a rebuscar en la nevera.

–¿Qué estás buscando? –preguntó Sophie con educación.

Él la miró unos instantes.

–Algo interesante que pueda meterse entre dos rebanadas de pan.

Sophie chasqueó la lengua con impaciencia y se dirigió a los armarios. Hizo un gesto para que Alessio se sentara y dijo:

–Te prepararé algo. Si hubieses llegado a la hora, podrías haber cenado lo mismo que nosotros.

–¿Dónde has guardado las sobras?

–En la basura. Instrucciones de tu padre.

Alessio soltó una carcajada.

–Sí. Eso me cuadra. Dime… ¿Cuál fue su respuesta cuando le dijiste que me había enterado de que tenía problemas con el negocio? ¿Le dijiste que había contactado contigo para pedirte información en vez de preguntarle a él directamente? ¿O el hecho de que la comida haya terminado en la basura lo dice todo?

–Estaba disgustado –Sophie empezó a hacer un ragú de tomates y verduras. Era buena cocinera–. Sin embargo, creo que su enfado ocultaba un gran alivio. Lleva cargando ese peso sobre los hombros en soledad, y no es algo sencillo.

–No… –Alessio se sentó en la mesa de la cocina y estiró las piernas–. Y mi padre no es conocido por su capacidad para soportar grandes pesos en solitario.

–¿Qué quieres decir?

Alessio la miró en silencio un momento. ¿Leonard? ¿Llevando el peso de los problemas en soledad? Menuda broma.

Respiró hondo al recordar el momento en que le habían contado que su padre iba a casarse e nuevo.

Tres meses después de que su madre hubiera muerto, a él lo enviaron a un colegio interno. Seis meses después, un día lo llamaron a la oficina del director y le dijeron que le daban dos días libres para que pudiera asistir a la boda de su padre.

Alessio recordaba la rabia y el dolor que había sentido tras la noticia.

Su querida madre había fallecido hacía poco tiempo y su padre iba a casarse otra vez. Él era lo bastante mayor como para sacar conclusiones. ¿Habría tenido su padre una aventura con otra mujer todo ese tiempo? Su madre había muerto en un accidente de coche. ¿Estaría tratando de huir? Él siempre había pensado que estaban enamorados y felizmente casados. Su padre siempre había sido una persona taciturna y su madre un rayo de sol, rebosante de la clásica alegría de vivir de los italianos. Aunque ¿quizá había algunas cosas de las que él no se había dado cuenta?

Sin duda, su padre había cambiado después de la muerte de su esposa y se había vuelto muy reservado y encerrado en sí mismo. ¿Habría sido por un sentimiento de culpa? ¿Por no haber sido capaz de enfrentarse a su hijo y reconocer que había estado tonteando con otra mujer a espaldas de su esposa?

Alessio había regresado a su casa para ver cómo su padre se casaba con una mujer que tenía la mitad de años que él.

La amargura le había formado un nudo en la garganta.

Su padre nunca había llevado el peso de la muerte de su bella esposa. Su vida había avanzado a toda velocidad.

El segundo matrimonio se terminó un año y medio después, tras un largo y costoso divorcio. Algo que nunca se mencionó. Alessio solo recordaba a una mujer rubia, que le encantaban las joyas y la vida de alto nivel, y que había entrado y salido de la vida de su padre en un abrir y cerrar de ojos. Era otra de las cosas que nunca habían mencionado entre ellos.

Y así habían pasado los años en silencio. Hasta ese día.

–No significa nada –dijo él, levantándose para mirar lo que ella estaba preparando en la sartén–. Lo que sea que estás preparando huele muy bien.

 

 

Al sentir que él miraba por encima de su hombro, Sophie se puso tensa. Notaba su respiración contra el cuello y quería evitar la sensación.

Ella había hecho una pregunta sencilla y él había cambiado de tema. Era un hombre que marcaba muy bien el límite, y ella se preguntaba por qué. Rápidamente tuvo que recordarse que no era asunto suyo.

–Si quieres siéntate –dijo ella, para tratar de alejarlo–. Yo te llevaré la comida.

–Yo no soy mi padre –murmuró Alessio–. Soy capaz de sacarme un plato, unos cubiertos, y servirme la comida.

Sophie se apoyó en la encimera y preguntó:

–¿Y puedes cocinar la comida que irá en el plato?

Sus miradas se encontraron y ella se sonrojó.

Alessio soltó una carcajada. La miró durante unos segundos y se sentó, gesticulando hacia la silla que había en el otro lado para que ella se sentara.

–No, no puedo –repuso él, y se sirvió la salsa de tomate sobre la pasta que ella había preparado–. ¿Para qué voy a evitar que un cocinero decente se gane bien la vida?

–¿Nunca cocinas nada para ti?

Sophie se sentó. Frente a ella había una taza de té tibio que estaba bebiendo antes. Sirvió un par de vasos de agua y cuando él le preguntó si no había vino, le sirvió un vaso.

–Nunca bebo a solas –dijo Alessio.

–Yo no bebo mientras trabajo…

–No estás trabajando ahora.

«Tengo la sensación de que sí», pensó Sophie. O algo más. Había algo que hacía que se le acelerara el corazón… Algo que la ponía nerviosa.

Pero no iba a permitir que él se diera cuenta.

Por un lado, era la mujer que cuidaba a su padre y, al margen de los problemas que Alessio tuviera con él, era importante dar la impresión de ser una mujer capaz y profesional. ¿Cómo iba a confiar Alessio en su capacidad si se ponía nerviosa cuando estaba con él?

Se sirvió un poco de vino y bebió un sorbo.

–Entonces, ¿comes fuera todo el tiempo?

–Pareces sorprendida.

–¿No es un poco aburrido?

–Tengo un cocinero personal que cocina para mí cuando estoy en casa.

–Estás muy mimado.

–Cuanto más estoy contigo más me sorprendes.

–Por favor, no me preguntes dónde me he escondido –dijo Sophie, percatándose de que casi se había terminado el vino–. Hago un trabajo. No estaría aquí si no fuera por lo que ha pasado con tu padre.

–Estaba buenísimo –dijo Alessio, empujando el plato vacío a un lado antes de rellenar las copas.

Y tras ese sencillo gesto, Sophie se percató de que él tenía el control. Empezaba las conversaciones cuando quería. Pasaba por alto los temas que no quería compartir. Y era descarado cuando se trataba de averiguar lo que motivaba a otras personas.

Ella había visto todos los artículos que su padre había guardado durante los años. Leonard había impreso los más importantes y los tenía archivados.

En cada artículo se halagaba al hombre que gobernaba en el mundo de las financias. Todas las columnas iban acompañadas de fotos del él haciendo algo importante, y con una mujer muy bella agarrada a su brazo.

No obstante, nunca había nada que indicara qué tipo de hombre era en realidad. Sus pensamientos privados y opiniones sobre temas que no fueran los negocios, no aparecían por ningún sitio.

Sophie no quería gastar energía pensando en el hombre, porque ambos estaban allí para realizar un trabajo. Ignoró el cumplido sobre la comida y lo miró hasta que él sonrió… Con una sonrisa que parecía indicar que sabía todo lo que ella había estado pensando.

Era desconcertante.

–¿Has conseguido que tus contables revisen las cuentas?

–Han empezado –dijo Alessio–. Las finanzas de mi padre se vieron diezmadas después de su divorcio, pero desde entonces ha tenido la clásica serie de inversiones mal hechas, el uso de vieja tecnología y demasiados gerifaltes en puestos claves que no han tomado las valientes decisiones que debían. Una empresa dirigida como si fuera un club de caballeros siempre está abocada al fracaso, porque en estos tiempos no hay espacio para empresas así. ¿Has conocido a alguno de los colegas de negocios de mi padre?

–A algunos –admitió Sophie.

–¿Y qué te han parecido?

–Parecían encantadores, aunque un poco anticuados.

–Correcto. Y el encanto a la antigua tiene su sitio, pero no es el agresivo mundo de hacer dinero.

–Leonard no es un mocoso de veintiún años –dijo Sophie–. Es un hombre mayor con problemas de salud.

–Entonces debería haberme llamado en cuanto descubrió el lio en el que estaba metida su empresa.

–Está impresionado contigo.

Alessio la miró con incredulidad y soltó una carcajada.

–Creo que te has pasado un poco al elegir esas palabras. Mi padre nunca se ha impresionado con nada de lo que yo haya hecho.

Alessio se puso en pie y llevó el plato al fregadero, pero no lo fregó ni lo metió en el lavavajillas.

Sophie suponía que un hombre con cocinero personal ni siquiera sabría lo que era un lavavajillas.