E-Pack Bianca mayo 2025 - Dani Collins - E-Book

E-Pack Bianca mayo 2025 E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Rendido a su enemiga Dani Collins Dos familias enfrentadas. ¡Un matrimonio para unirlas! La rivalidad entre los Blackwood y los Visconti se había extendido durante generaciones. Por eso, cuando el multimillonario Domenico se quedó atrapado en una isla remota con Evelina, la impresionante heredera adversaria, las chispas estaban aseguradas. Pero no las que él creía… Eve se rindió a la instantánea y abrasadora química que surgió con Dom, y después juró que jamás revelaría ese secreto… Hasta que la antigua rivalidad amenazó con destruir a su familia. Ahora, para asegurar una tregua, Eve debía hacer lo impensable: casarse con su enemigo. Pero ¿cómo iba a limitarse a un matrimonio de mero trámite cuando no podía ignorar el deseo que su esposo había desatado? El retorno del novio Clare Connelly Un delicioso encuentro… ¡con su novia abandonada! A pesar de que el matrimonio entre Luca Cavallaro y Mia Marini tenía como objetivo una fusión empresarial, la química que había entre ambos era innegable. Pero cuando Luca descubrió que su futuro suegro le había mentido acerca de la situación financiera de su empresa, tuvo que marcharse, ¡y dejó plantada a Mia el día de la boda! Mia veía en el matrimonio una salida para distanciarse de sus controladores padres, por lo que el abandono de Luca la había dejado destrozada, en especial, después de haberse dado un maravilloso beso. Cuando Mia tuvo que aceptar una segunda propuesta de matrimonio de conveniencia, se alegró de no sentir nada por su nuevo prometido. Entonces, volvió Luca para hacerle una escandalosa proposición: arriesgarlo todo y disfrutar de la noche de bodas que nunca habían tenido. Diez noches de deseo Pippa Roscoe La fiesta del año... ¡y el invitado prohibido! Nochevieja. El único día en que Santo Sabatini permitiría que su mundo, cuidadosamente controlado, chocara con el de la heredera Eleanor Carson. Asistir a la exclusiva fiesta anual que él despreciaba era la mejor manera que tenía el magnate de mantener su promesa inquebrantable: protegerla de un secreto trascendental... Cuando la verdad amenazó con salir a la luz y destrozar la vida de Eleanor tal y como la conocía, Santo no tuvo más remedio que acercarse a ella. Al sonar las doce campanadas, ¿podría evitar que su química desbocada estallara en peligrosas llamas? Su amante secreto Maisey Yates Hacía frío afuera... pero estaban jugando con fuego La relación de la directora ejecutiva Florence Clare con Hades Achelleos era... complicada. Durante el día, su enemigo corporativo era el mismísimo diablo, su rivalidad una leyenda que acaparaba los titulares. Por las noches, se entregaban a una aventura clandestina. Igualmente, brillantes, igualmente testarudos, eran la rebelión prohibida del otro. Hades era el fuego personificado y Florence sabía que si la aventura se hiciera pública sería desastroso. Pero esas Navidades, dos pequeñas líneas de color rosa amenazaban con revelar su secreto más oscuro. Estaba embarazada y los paparazis intuyeron el escándalo cuando el magnate griego anunció el nombre de su futura esposa.

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Seitenzahl: 741

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 415 - mayo 2025

 

I.S.B.N.: 979-13-7000-574-0

 

Índice

 

Créditos

 

Rendido a su enemiga

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

El retorno del novio

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

 

Diez noches de deseo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Su amante secreto

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Portadilla

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cinco años atrás…

 

Evelina Visconti recibió un mensaje de su hermano mediano. Quería saber a qué club irían sus amigas y ella esa noche.

Eve respondió:

 

Dile a mamá que la llamaré mañana.

 

Seguro que su madre había llamado a su hermano en cuanto Eve, que se había negado a contestar su llamada, le había escrito un mensaje diciéndole que esa noche saldría.

Unos segundos después, su amiga Hailey miró su propio teléfono.

–Tu hermano quiere saber en qué club estamos. Quiere venir desde Nápoles para quedar con nosotras. ¿Le digo que en realidad estamos en Budapest?

–No –dijo Eve enfadada y agobiada. ¿Por qué era así su familia?

Eve tenía veintiún años y estaba celebrando el final de su vida de universitaria y el comienzo de su vida de adulta, aunque nadie de su familia la considerara como tal. Y eso que no había sido una chica problemática. En su decidido intento por demostrar su valía académica, sus momentos de fiesta se habían visto limitados a invitar a sus amigas al yate de sus padres entre semestres, y tomarse una copa de vino mientras leía era su versión de un exceso bacanal.

Cuando había terminado los últimos exámenes, sus amigas la habían animado a acompañarlas a la Costa Amalfitana. Horas después de llegar, Hailey había convencido a su tío para que las llevara en avión a Budapest a recorrer los «bares en ruinas».

A la madre de Eve no le había hecho mucha gracia que se fuera a la Costa Amalfitana, y es que su intención había sido presentarle a su futuro marido. O candidato a serlo, al menos.

Permitir que Eve se graduara en la universidad antes de casarla había sido un ejercicio de paciencia por parte de Ginny Visconti, una heredera norteamericana. A Ginny su propia madre le había buscado un muy ventajoso y cómodo acuerdo matrimonial cuando tenía diecinueve años. Si el padre o la madre de Eve habían sido infieles alguna vez, lo habían ocultado muy bien, pero tampoco es que fueran almas gemelas. Eran socios en el negocio de asegurar e impulsar el Grupo Visconti, un conglomerado de hoteles y complejos vacacionales con acciones e intereses en industrias relacionadas. Ginny había cumplido su parte al tener tres hijos, uno cada dos años, antes de «cerrar el chiringuito». Pero entonces, siete años después, una niña llegó inesperadamente.

En muchos aspectos, Eve había sido la niña sobreprotegida y malcriada, siempre intentando alcanzar a sus hermanos, mucho mayores. Su madre no le había permitido jugar haciendo el bruto y constantemente le había estado poniendo vestidos e insistiendo en que «se comportara como una señorita». Y, en cuanto le había salido pecho, había empezado a hablar de buscarle buenos partidos y «verla asentada».

El propósito de toda la existencia de Eve parecía girar en torno al vínculo que forjaría entre la dinastía Visconti y una de sus familias cohorte. Que su madre llegara al extremo de intentar mandar a su hermano como carabina para asegurarse de que su plan seguía en pie provocó en ella un caso agudo de rebelión adolescente retrasada.

Escribió a su hermano:

 

Deja a mis amigas en paz. Volveré a Nueva York el lunes.

 

Desactivó las notificaciones y se metió el móvil en una funda bandolera.

–¿No es hora de ir a bailar? –preguntó.

Todas asintieron. Habían empezado la noche cenando en un pintoresco jardín cafetería y de ahí habían ido a un bar con billar para disfrutar de un cóctel. Luego habían estado escuchando a una banda tocar en otro bar al aire libre y en aquel momento se dirigían a una fábrica construida a finales del siglo XIX. Estaba reformada y la habían convertido en un laberinto de bares y discotecas.

–Si alguna decide irse con alguien, que les ponga un mensaje a las demás, ¿vale? –dijo Hailey antes de añadir con aire juguetón–: Dad por hecho que eso es lo que voy a hacer yo.

Todas se rieron, pero Eve solo esbozó una débil sonrisa. No sabía ligar y tampoco había aspirado nunca a ello. Había tenido alguna que otra cita, en su mayoría con hombres que le había encasquetado su madre, y había besado a demasiados sapos, pero no había encontrado a nadie que la hubiera tentado a querer una relación larga, y mucho menos a meterse en su cama. Además, su madre contaba con que llegara virgen al matrimonio, algo que a Eve le parecía tremendamente anticuado. Pero había estado tan ocupada con su doble grado en Marketing y Gestión Hotelera que eso era lo que era. Su inexperiencia sexual la hacía sentirse una solterona redomada al lado de sus amigas.

Cuando entraron en el primer bar, música electrónica retumbaba por los muros de piedra. Luces intermitentes giraban y salpicaban de color los cuerpos que saltaban en la pista de baile.

Eve se saltó la copa. Le encantaba un buen vino, o un cóctel refrescante en un día de calor, pero no le gustaba ni sentirse bajo los efectos del alcohol ni el atontamiento de cabeza y las náuseas de una resaca, así que siempre se controlaba.

–¿Todavía vas de celadora de residencia estudiantil? –bromeó una de sus amigas.

Eve se rio con el comentario y empezó a contonear las caderas mientras se dirigía a la pista de baile. Le encantaba bailar y estuvo ahí, bailoteando varias canciones, antes de quedarse sin aliento e ir a la barra a por un agua con gas.

En ese momento un griterío captó su atención y vio entrar a un grupo de jóvenes. Era una despedida de soltero, a juzgar por el grillete de plástico que uno de los chicos llevaba en el tobillo. Tenía la cadena enroscada al brazo y la bola debía de estar llena de alcohol, porque se la llevó a la boca y levantó un tapón, como el de una botella de agua, para dar un trago entre los gestos de aprobación de sus amigos.

Todos excepto uno estaban haciendo payasadas.

Una intensa sensación se le alojó en el vientre mientras observaba al que no se reía. Era mayor que el resto, rondaría los treinta, y desde luego venía de una familia con dinero.

«Igual que todos los demás», pensó Eve al ver los pantalones cortos cargo, que parecían hechos a medida, y las camisetas con discretos logos de diseñadores. El hombre misterioso también iba vestido con ropa informal, pero con unos sofisticados pantalones largos de lino apenas arrugados. Su camisa de manga corta dejaba ver unos preciosos bíceps y un reloj que, sospechaba, era un Cartier Tank.

Una incipiente barba bien cuidada le cubría las mejillas, llevaba su pelo negro peinado hacia atrás y sus cejas rectas insinuaban que era un hombre que nunca transigía. No sonreía. No se divertía.

Parecía aburrido. Aburridísimo.

Eve soltó una risita mientras sujetaba la pajita entre los dientes, y en ese instante la mirada de él pareció atravesar las luces intermitentes y alcanzarla.

Sintió un cosquilleo por dentro, aunque miró atrás como pensando: «¿Yo? No».

El hombre le dijo algo a su grupo y empezó a caminar sinuosamente hacia ella.

A Eve se le aceleró tanto el pulso que se le acompasó al ritmo de la música.

En el último segundo, él giró hacia la barra, agitó una tarjeta de crédito y pidió.

Vaya, pues era una creída, ¿no? Al parecer, sus amigas habían mentido al decirle que ese top fucsia de cuello halter y la minifalda de lentejuelas plateadas la hacían muy sexi. No era la figura más curvilínea del local. Corría mucho cuando estaba estresada y, ahora que había terminado los exámenes, estaba flaca como un galgo. Su madre siempre estaba intentando que se pusiera sujetador con relleno «para una silueta más atractiva», pero Eve prefería ir directamente sin sujetador. En ese sentido se alegraba de ser menos Marilyn Monroe y más tabla de planchar.

–¿Estás sola?

Se quedó paralizada.

Don Alto, Moreno y Flemático de pronto estaba a su lado, acercándosele para no tener que gritar. Su voz era como el chocolate negro, demasiado intensa para resultar dulce pero tentadora igualmente.

Ella se atragantó un poco y se cubrió la boca mientras negaba con la cabeza.

–Con amigas.

Le costó tanto hablar que él tuvo que leerle los labios, y la intensidad de su mirada le provocó un cosquilleo.

Eve señaló hacia la pista de baile, pero era imposible que él distinguiera a quién se refería.

¿Era su aftershave lo que la estaba rodeando como un abrazo? Era una deliciosa mezcla de nuez moscada y clavel, cedro y cítricos, bergamota y pimienta negra. Su aura de poder, que resultaba incluso más abrumadora, la sumió en un campo energético que le paralizó el cuerpo, pero le dejó las terminaciones nerviosas zumbando.

Quería tocarlo. Era lo único en lo que pensaba mientras le recorría el torso con la mirada.

–¿Cuántos años tienes? –preguntó él. Parecía norteamericano, igual que ella.

Ofendida porque se pensara que era menor de edad, Eve dijo con contundencia:

–Casi veintidós.

–Así que veintiuno –contestó él con la misma contundencia mientras se apartaba ligeramente.

–¿Cuántos tienes tú? –preguntó ella con tono desafiante y queriendo volver a tenerlo en su espacio, y eso que era como estar pegada a un horno.

–Casi demasiado viejo para veintiuno.

Él se giró para levantar la bandeja llena de chupitos que había pedido y la sostuvo fácilmente sobre una mano. Se detuvo lo justo para ofrecerle uno a ella y servirse otro él.

–Soy Dom.

Y seguro que era un «Dominador». Había leído bastante romance erótico como para poder imaginarlo como la clase de hombre al que le gustaba controlarlo todo, sobre todo en el sexo. Un sensual estremecimiento la recorrió desde la nuca hasta el ombligo.

–Eve –dijo ella al servirse un vaso.

Se los bebieron de un trago, él asintió y les llevó la bandeja a sus amigos.

Ella respiró como pudo a pesar de cuánto le ardía el pecho, dejó el vaso vacío en la barra y fue a reunirse con sus amigas para seguir bailando.

No se paró a mirar adónde había ido Dom, pero sabía perfectamente dónde estaba. Durante las siguientes horas, mientras los dos grupos se movían por los distintos túneles, bares y clubs, ella fue consciente de su presencia. Y no porque el grupo de él fuera grande y escandaloso, que lo era, sino porque podía sentir a Dom. Sabía cuándo estaba en un bar, cuándo salía de una sala o cuándo se le acercaba una mujer para bailar. Era como si una especie de señal invisible palpitara en su interior conectándola a él.

En cierto momento, cuando estaba en el baño, su amiga le dijo:

–Mi hermana salía con uno de esos chicos de la despedida de soltero.

–¿Con cuál? –preguntó Eve sintiendo una punzada de celos.

–Con el desaliñado. Por eso ya no salen. Ve yendo tú –añadió su amiga mientras le lanzaba una coqueta mirada a la mujer que se acercó al lavabo.

A Eve no se le ocurriría estropearle la diversión a nadie. Ya habían perdido a Hailey, que se había ido con un tío alemán que llevaba vaqueros ajustados y un pendiente en la lengua. Todas sus amigas parecían estar encontrando pareja.

Literalmente todas, pensó con diversión al salir del baño y pasar por un rincón donde había una pareja haciendo lo posible por practicar sexo contra un muro.

Estaba a punto de volver a entrar en la zona de bar cuando un hombre borracho se abalanzó sobre ella.

Lo esquivó al pensar que simplemente se había tropezado, pero él la rodeó por la cintura por detrás e intentó llevarla hacia sí. Dijo algo arrastrando palabras en un idioma que ella no entendía.

Reaccionando por puro instinto, ladeó las caderas para poder darle un buen golpe en la entrepierna. Cuando él lanzó un «¡Uf!» cargado de dolor y la soltó, ella se giró y le pegó en la oreja.

Lo dejó desplomado en el suelo y en ese mismo instante se topó con otro hombre. Echó el brazo atrás, preparada para soltar un buen puñetazo.

Dom le agarró el puño y se acercó para decirle:

–Buen trabajo.

Entre la emoción de sentir su mano y la cercanía de sus labios a su mandíbula, le dio un subidón de adrenalina.

–Tengo hermanos.

Que su madre no la hubiera dejado pelear con ellos no significaba que ellos no le hubieran enseñado cómo «ir a por la entrepierna» y protegerse.

–Ven a bailar conmigo.

Dom le bajó la mano y entrelazó los dedos con los de ella mientras la llevaba a la pista de baile.

Eve ya había observado disimuladamente cómo se movía, hipnotizada por la oscilación de sus caderas y sus anchos hombros. Tenía la elegancia de un atleta, con cada movimiento suave y perfectamente sincronizado.

Por un instante se sintió cohibida, pero entonces Dom la recorrió con la mirada y, como si le hubiera lanzado un hechizo, el cuerpo de Eve empezó a moverse y acompasarse al de él, movimiento a movimiento, sin tocarse. Al momento Eve vio que estaba interponiéndose entre otros hombres y ella, alejándola con disimulo, obligándolos a mantener la distancia.

Fue un gesto posesivo y extrañamente excitante que alimentó el cosquilleo que sentía en el vientre. Se sentía libre para ser todo lo sexi que quisiera y lo miró a los ojos al rozarse contra él antes de girarse de modo que su espalda quedó prácticamente en su regazo.

Apenas lo tocaba, pero por dentro su cuerpo gritaba de entusiasmo. Las grandes palmas de Dom le sujetaban las caderas cuando empezaron a moverse juntos. El torso de él estaba contra la espalda de ella, rodeándola con su cuerpo.

Así haría Dom el amor. Como un animal.

Solo de pensarlo experimentó por primera vez la poderosa atracción del sexo. Quería que la envolviera y la mantuviera a salvo mientras la llenaba y la hacía suya. Lo deseaba con tantas ganas que presionó aún más las nalgas contra su bragueta y frotó la dureza que encontró ahí. Aumentándola.

Él siguió sujetándola por las caderas, presionándola contra su erección, antes de soltarla, girarla y volver a acercarla. El repentino choque contra su torso la dejó sin aliento y sentir su erección contra el abdomen le llenó la mente de fantasías. Sentía sus musculosas piernas separándole las suyas. Su peso recaía sobre su pelvis mientras acercaba la boca a la suya…

Y entonces Dom la apartó, le agarró una mano y le dio una vuelta bailando.

Ella se sintió devorada por el calor de su mirada cargada de lujuria.

Volvió a acercarla y dobló las rodillas para que sus pelvis quedaran a la misma altura. Eve nunca había sido tan consciente de su propio sexo. Nunca había sentido esa palpitación entre los muslos, ese anhelo por esa gruesa forma que se frotaba contra ella con tanta promesa.

Él le enganchó el lóbulo de la oreja entre los dientes antes de decir:

–Tengo que evitar que el novio de mi prima se pille una borrachera de muerte. Sé buena.

Hundió la boca en su cuello y la rodeó con los brazos mientras le hacía un pequeño chupetón. La dejó ahí, tambaleándose entre la multitud de desconocidos.

¿Sé buena? ¡A la mierda! Estaba harta de ser buena.

 

 

Eve se había ido.

Para Domenico Blackwood fue como un puñetazo en el pecho no ver el cabello negro azulado que captaba los tonos morados de las luces intermitentes. El reloj y su radar interior le decían que se había ido, probablemente con alguien que explotaría la flagrante sexualidad que ella había volcado sobre su regazo de forma tan seductora.

Maldijo, aún excitado y ahora furioso.

Era demasiado joven para él, se recordó. Era una chica de veintiún años y mirada inocente mientras que él era un hombre de veintinueve con un «corazón frío y vacío». Según su exprometida, al menos. Y, sin duda, la opinión popular.

A primera vista, Eve y su grupo le habían recordado a la mujer que había roto su compromiso con él hacía unos meses. Por mucho que estuvieran de fiesta y bailando con unos mochileros, sus raíces de niñas ricas estaban tan claras como los pendientes de diamantes comprados por papá que llevaban.

Dom estaba más que preparado para una aventura, pero tuviera o no un corazón frío, le había prometido a su tía que se aseguraría de que su futuro yerno no hiciera nada que pudiera arruinar la lujosísima boda que llevaba un año organizando.

Ejercer de hermano mayor para un puñado de borrachos era penoso, pero al menos gracias a eso Dom se había llevado el regalito de ver unas piernas larguísimas. Los pechos de Eve eran como preciosas tazas de té de las que ansiaba beber y su cabello era lo bastante largo como para poder darle dos o tres vueltas alrededor de su puño. El destello de su falda mientras había contoneado las caderas lo había hipnotizado cada vez que se habían cruzado al entrar o salir de los distintos bares y discotecas.

Cuando una hora antes la había visto dirigirse al baño de chicas, se había esperado a verla salir y luego se había preocupado al ver a un tipo entrar tambaleándose en el mismo pasillo por el que había entrado ella.

Para cuando había llegado ahí para asegurarse de que estaba bien, ella estaba sacudiéndose las manos. Se había sentido tan excitado que le habían entrado ganas de llevarla contra la pared y poner a prueba los límites de la decencia pública.

Pedirle que bailara fue una negligencia por su parte que resultó en una pura tortura erótica. Eve tenía un ritmo natural y una sensualidad innegable. Cuando lo había mirado descaradamente a los ojos y se había frotado contra él, él había captado su fragancia anisada y a lilas. Quería ese olor cubriéndolo por todas partes.

En esos momentos la había deseado tanto como para poder reconocer el peligro que suponía. Precisamente le había pedido matrimonio a su exprometida porque no sentía nada intenso por ella. Había visto cómo un hombre se dejaba consumir por sus propias emociones; dos hombres, mejor dicho. Su abuelo había vivido obsesionado por el deseo de ajustar cuentas y su padre se había visto tan condicionado por la misma ira que sus rencores habían acabado con cualquier forma de ternura y habían dejado solo un interior áspero y retorcido.

Crecer rodeado de toda esa aversión había enseñado a Dom a aplastar, reprimir e ignorar sus propios sentimientos. Por eso, cuando la ágil figura de Eve y su seductora mirada lo habían tentado a olvidar sus responsabilidades, se había obligado a alejarse llevándose solo ese diminuto sabor suyo en los labios.

No encontró ninguna gratificación en ser tan noble, y menos cuando por fin soltó a su futuro primo en la cama de su hotel y se fue a su ático. Se dio toda clase de duchas en un intento por sofocar el deseo que lo devoraba, pero no sirvió de nada.

Al amanecer ya no pudo soportarlo más y se levantó para hacer deporte con la intención de sacarse ese deseo, aunque fuera a la fuerza.

El gimnasio aún no estaría abierto, pero el hotel era suyo. Era el dueño de toda la cadena y tenía acceso constante a todo.

Cuando el ascensor se detuvo a medio camino, esperó encontrarse al otro lado a un empresario con prisa por llegar a su vuelo.

Pero era ella. Eve. Llevaba unos pantalones cortos, un cortavientos amarillo chillón y una mirada de sorpresa exacta a la que tenía él. Su hermana a eso lo llamaría «destino». Él no creía en esas cosas. Para él era una mera coincidencia. Una oportunidad conveniente.

Y el cazador que llevaba dentro se lanzó a por esa oportunidad.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Cuando su última amiga se había ido con una mujer que llevaba pintalabios azul intenso y un brazo lleno de pulseras, Eve había vuelto al hotel en un coche compartido. Y ese era el verdadero crimen que estaba cometiendo ahí en Budapest. Si su familia supiera que se alojaba en un hotel WBE, la sacarían a rastras del pelo.

No había sabido dónde se alojarían hasta que no habían llegado allí. El tío de Hailey lo había pagado todo como regalo de graduación para su sobrina. Y como invitada suya, Eve no había querido molestar, así que ahí estaba, despertándose sola en una pequeñasuite tan lujosa como cualquiera de los hoteles Visconti.

No había dormido. Culpó al alcohol y a Hailey, por no haber vuelto, pero sabía cuál era el problema real. Dom la había dejado en un estado de excitación que la había tenido fantaseando con un beso que no había recibido. Se había pasado horas imaginando que él la había llevado a ese hotel y había hecho algo más que besarla.

A las seis y media, cuando salió el sol y otros deportistas madrugadores habían empezado a salir a las calles, se había vestido para ir a correr.

Estaba buscando entre sus listas de música mientras esperaba el ascensor cuando las puertas se abrieron y ahí estaba. Dom.

Una descarga eléctrica la recorrió dejándola paralizada.

–¿Vuelves ahora? –preguntó ella, aunque Dom llevaba pantalones de chándal, deportivas y camiseta.

Él alargó una mano para sujetar la puerta.

–No puedo dormir –dijo con un tono que parecía culparla por ello y que Eve recibió con cierta petulancia y placer.

Se había maldecido por no haber hablado con él antes de marcharse, aunque tampoco es que supiera invitar a un hombre a su habitación. La despreocupada y provocadora mujer que había sido unas horas antes había desaparecido dejando en su lugar a una tímida virgen que se estaba ruborizando por los pensamientos que había tenido toda la noche.

–¿Tienes tu propia habitación? –preguntó Dom.

Bueno, también él podía invitarse a sí mismo, pensó Eve algo agitada. El revoltijo de nervios y excitación creció. ¿Qué hacía? ¿Ser buena? ¿O…?

–Mi compañera de habitación no ha vuelto aún –dijo intentando proyectar una sofisticación que no tenía–. ¿Te gustaría verla?

–Sí –respondió él saliendo del ascensor. A la luz del día parecía más corpulento que en el club. Más intimidante.

Asintió con la cabeza como ordenándole que le mostrara el camino.

La sangre de Eve se transformó en champán, burbujeando y borboteando mientras caminaba, mareándola. Ojalá llevara la ropa de la noche anterior y no ese sujetador deportivo que le aplastaba el pecho y unos pantalones cortos bombachos con un cortavientos chillón. El atuendo no era nada favorecedor.

Nerviosa, lo dejó entrar en la sala de estar. El par de camas era visible a través de las puertas dobles del dormitorio, que estaban abiertas. La cama de Hailey estaba intacta y la suya estaba revuelta, desvelando lo mal que había dormido.

Eve había descorrido las cortinas al levantarse. Las vistas del río y de la arquitectura histórica a lo lejos eran preciosas.

Ella hizo un débil gesto, como diciendo «Aquí está».

–Es genial –dijo él sin quitarle los ojos de encima a Eve–. ¿Tienes condones?

¡Hala! Eve le sostuvo la mirada y tragó para bajar el corazón, que se le había subido a la garganta.

Podría haber puesto reparos y haberle dicho que iba demasiado rápido, pero no le parecía que Dom fuera rápido. Era una cosa rarísima. En cualquier otro caso, ese grosero descaro le habría repugnado, pero le gustó saber que él tenía la misma urgencia que ella, y saberlo la llenó de un erótico calor y más deseo del que podía soportar.

–Sí –respondió, porque Hailey se había asegurado de que supiera que en la mesilla había, por si los necesitaba.

–¿Quieres decirme dónde? –preguntó él con delicadeza. Tal vez se había dado cuenta de lo brusco que había sonado antes y quería darle una oportunidad de pensárselo dos veces.

Ella no tenía más que decir «no». Podía decirle que prefería salir a correr y que lo vería en el desayuno. Podía abrir la puerta y no decir nada en absoluto. Aún tenía la mano en el pestillo.

Pero sus dedos se morían por explorar los suaves brazos de Dom y ella quería hundir la nariz en su cuello. Sus labios aún ansiaban su presión, y el resto de su cuerpo… El resto de su cuerpo quería saber cómo sería sentir su desnudez. Cómo sería sentir su erección dentro de ella.

Con las rodillas temblorosas, entró en el dormitorio y abrió la mesilla para sacar la caja. La dejó junto a la lamparita y se quedó ahí, de espaldas a él, impactada por la vergüenza.

Los pasos de Dom quedaron silenciados por la gruesa moqueta, pero Eve sintió su energía cuando se situó tras ella. Fue como si el calor que emanaba de su cuerpo le estuviera rozando físicamente la espalda.

–¿Qué llevas debajo? –preguntó Dom con una voz que fue como una aterciopelada caricia.

Eve se giró, tiró el móvil en la cama y empezó a bajar la cremallera muy muy despacio.

Dom la observó del mismo modo que un gato no le quita la vista de encima a una confiada presa y luego hizo un diminuto gesto de aprobación con la barbilla cuando ella abrió la chaqueta y reveló su sujetador malva.

–Sexi, ¿eh? –bromeó ella.

–Mucho –contestó él con tono ronco.

Dom se acercó más y le tocó la barbilla. Eve pensó que iba a besarla, pero él bajó la mirada a su garganta. Una ligera sonrisa suavizó la línea de su adusta boca cuando rozó con un dedo la casi imperceptible sombra de un mordisco de amor.

–Quiero cubrirte con más de estos.

–A lo mejor yo te hago lo mismo a ti –contestó ella con atrevimiento.

–Pues adelante.

Él la agarró de la chaqueta para llevarla hacia sí.

Instintivamente, Eve levantó las manos, pero aterrizaron en la satinada suavidad de sus brazos desnudos.

–Me estuviste volviendo loco toda la noche, Evie.

Dom soltó la chaqueta y coló sus anchas manos por debajo para rodearla por la cintura.

Ella emitió un grito ahogado ante esa caricia ardiente y posesiva. Se le erizó la piel y sintió un cosquilleo mientras su cerebro cortocircuitaba por el modo en que Dom había transformado su nombre.

–Solo podía pensar en tener tus largas piernas alrededor de mi cintura. De mi cuello.

Hala, ¡qué porno! ¿Y por qué ella lo encontraba tan excitante?

–Mi compañera de habitación podría volver –dijo Eve.

–¿Y eso te excita? –le preguntó él mientras le hacía cosquillas en la espalda baja. Ella reaccionó retorciéndose y acercándosele más en un intento de huir de las caricias–. ¿Que nos puedan pillar?

–No –contestó Eve.

Sí. Un poco. Ahora mismo sus sentidos estaban siendo bombardeados por el calor, la dureza y el aroma de él. Por esa caricia que era suave e implacable al mismo tiempo. Por una sensación de impaciencia, nerviosismo y sorpresa ante lo desconocido.

–¿Quieres cerrar la puerta? –preguntó Dom.

Eve debería hacerlo, pero él estaba deslizando las manos bajo la parte trasera de sus pantalones, bajándoselos por las nalgas junto con la ropa interior, dejándole el trasero expuesto al frío de la habitación y al masaje de sus cálidas manos.

–Quiero que me beses –confesó ella con un susurro.

Él respondió con un sonido de aprobación y agarrándole el trasero con más firmeza. Agachó la cabeza para besarla.

Ese hombre sabía besar. A lo mejor habría habido un preámbulo más delicado si no se hubieran pasado la noche anterior preparándose para ese momento, pero él deslizó la lengua entre sus labios sellándolos con una humedad que la consumió. Eve levantó los brazos para rodearlo por el cuello y se arqueó hacia él para poder volver a sentir su erección. Dom, con las manos en sus nalgas, acercó con firmeza su pubis a esa implacable cresta mientras la besaba ávidamente.

Eso era lo que Eve había querido la noche anterior. Lo que había querido siempre. Una apasionada inconsciencia. Él era fuerte y ella supo instintivamente que la mantendría a salvo a la vez que la tomaba. Se rozó descaradamente contra él, atizando el fuego que se le estaba acumulando en las entrañas, buscando presión contra ese nudo de nervios que se inflamaba con cada libidinoso pensamiento.

–Yo también quiero eso –dijo él sujetándole las caderas contra las suyas a la vez que alzaba la cabeza.

Ella tenía la respiración entrecortada y estaba tan desorientada que dudó si habría dicho en voz alta lo que se le estaba pasando por la cabeza. Pero no, era imposible. Había tenido la boca ocupada.

Dom le rodeaba las caderas con sus grandes manos y presionó su erección contra ella.

Era un momento peligroso, pensó Eve. No porque él pareciera violento, sino porque el modo en que la arrastraba sin el más mínimo esfuerzo, haciéndola actuar sin ningún tipo de inhibición, era preocupante. A Eve le gustaba pensar que era una mujer fuerte, segura de sí misma e independiente, pero ese desconocido estaba socavando su sensatez y su fuerza de voluntad.

Lo demostró al bajarle los pantalones por las piernas llevándose su ropa interior con ellos.

Eve soltó un grito ahogado de sorpresa, pero solo se movió para sacar los pies de los pantalones. Debería haberse quitado las zapatillas, pero él se estaba quitando la camiseta y agarrándola de nuevo.

Se le escapó un pequeño gemido. ¡Dom era todo calor! Era músculo y sedoso vello. Sus pícaras manos la guiaban lentamente para que rozara su casi desnudo pecho contra el de él. Eve gimió deleitándose ante la sensación de piel con piel y sin ser consciente de que la estaba tendiendo en la cama. Estaba demasiado embelesada recorriéndole la espalda con los dedos y usando su muslo interno para acariciarle la pierna. Él la rodeaba con un brazo y con la otra mano la acariciaba detrás del muslo.

Clavó la rodilla en el colchón justo cuando ella sintió la frialdad de la sábana en la espalda. Dom se tumbó a su lado y, apoyado en un codo, le levantó el sujetador.

–Quiero enredarte con esto y hacer lo que quiera contigo. ¿Te gustaría?

Él le agarró el brazo y se lo colocó en la espalda, atrapándola a la vez que la postura hacía que Eve arqueara los pechos hacia él. Se agachó para lamerle un sensibilizado pezón.

–Eres un poco pervertido, ¿no? –lo acusó Eve con la respiración entrecortada, excitada pero también sobrecogida por el control que ejercía. Estaba medio desnuda, aún con las deportivas puestas, excitada, pero también cautelosa–. ¿Necesitamos alguna palabra de seguridad?

–Con un «No» ya vale. ¿Quieres que pare? –preguntó él, y sus ojos marrones dorados se iluminaron con diversión.

–Sigue.

–Dime lo que te gusta –dijo él deslizando la mano por el tembloroso abdomen de Eve hacia sus húmedos pliegues. Acarició con suavidad los bordes, rozando sus finos vellos, hasta que ella pensó que se moriría de deseo.

Eve se mordió el labio, no podía respirar.

–Tienes que decirme que quieres hacer esto, Evie. Separa las piernas si no quieres decirlo.

Y las separó. Cerró los ojos porque le parecía un descaro ofrecerse de ese modo, pero valía la pena. Él soltó un gemido de aprobación y, mientras le succionaba un pezón, la exploró íntimamente, avivando el fuego que amenazaba con consumirla. Le deslizó un dedo dentro, acariciándola, mientras seguía lamiéndole el pezón y ella pensaba que se moriría.

Era demasiado agradable. Se retorció de placer, gimiendo, tensa por resistirse a un clímax que había estado tomando forma desde que había bailado con él.

Nunca había tenido un orgasmo con nadie. La hacía sentirse terriblemente expuesta dejarlo jugar así, pero el placer era tan intenso, tan implacable, que estaba perdiendo la batalla.

Él le soltó el pezón.

–¿Quieres mi boca aquí? –preguntó a la vez que le introducía un segundo dedo y presionaba ese inflamado nido de terminaciones nerviosas.

Fue la gota que colmó el vaso. Eve liberó la tensión que había estado acumulando. Gimió fuerte, le sujetó la mano contra su pubis mientras abandonaba toda dignidad y se retorcía consumida por el éxtasis.

Él capturó sus gemidos con un beso y siguió acariciándola hasta que ella terminó de estremecerse. Luego soltó una risita y le soltó el brazo. Se tumbó sobre ella y acomodó sus caderas, aún vestidas, sobre su pelvis húmeda y desnuda. Se enroscó su pelo en el puño lo suficiente para mantenerla quieta mientras volvía a besarla, con intensidad y deseo, buscando su lengua con la suya.

–Voy a hundirme dentro de ti hasta el fondo –le prometió cuando dejó de besarla para dejarla respirar.

Eve lo estaba deseando. Le acarició la espalda y coló las manos bajo sus pantalones, tímidamente. Y entonces, al oír el sonido de un xilófono procedente de su teléfono, se detuvo.

–Será mi madre –dijo con tono de disculpa. Sacó la mano de dentro de sus pantalones y el teléfono de debajo de la colcha–. Voy a apagarlo.

Pero Dom le agarró la muñeca y miró la pantalla.

–¿Cómo puñetas conoces a ese hombre? –preguntó él con voz gélida.

¿Estaba celoso porque resultó que no era Ginny Visconti quien la llamaba?

–Es Nico, mi hermano –dijo ella como quitándole importancia.

Dom se levantó de la cama como un resorte. Su amante de hacía unos segundos había desaparecido y ahora tenía delante a un hombre peligroso.

–¿Eres Evelina Visconti? –le preguntó con los labios retorcidos de repulsión.

–¿Sí?

Eve debería haber respondido con más seguridad. Sabía quién era. Más o menos. Nunca había actuado así con nadie, así que en ese momento apenas se reconocía. Y, desde luego, a él parecía no gustarle nada quién era.

Agarró un extremo de la sábana.

–Largo de mi hotel –dijo Dom.

–¿Tu… qué?

Eve se incorporó e intentó colocarse el sujetador mientras se cubría con la sábana su parte inferior. Pero él ya lo había visto todo y la estaba mirando como si fuera basura.

–No puedes ser…

No, no podía ser. Pero de pronto su nombre empezó a resonarle en los oídos. Dom, Dom, Dom.

–No puedes ser Domenico Blackwood.

¿De Winslow-Blackwood Enterprises? WBE. ¡No!

–No te hagas las sorprendida. ¿Qué cojones es esto? ¿Tienes cámaras aquí o algo? –preguntó él mientras miraba a su alrededor y se ponía la camiseta.

–¿Qué? ¡No! Eso que dices es asqueroso.

–Lo que es asqueroso es que hayas hecho algo así. No me puedo creer a lo que puede llegar tu familia.

–¡Has sido tú el que se me ha insinuado! ¡Tú has pedido ver mi habitación! Y mis condones –además de sus pechos y su cuerpo y, al parecer, su humillación. Creía que la rivalidad entre los Blackwood y los Visconti era agua pasada, pero no. Era real. De pronto sintió ganas de vomitar. –¿Lo tenías planeado?

–No –contestó él con la misma indignación que había mostrado ella por la acusación–. Habría hecho que te echaran si hubiera sabido que estabas alojada aquí. Pero voy a hacer que te echen ahora.

–Lárgate de aquí y ya me echaré yo sola.

–Tú no eres quien para decirme adónde ir en mi propio hotel –contestó Dom. Y, mirando un instante a la sábana que le cubría la cintura, añadió–: Y no intentes usar esto en mi contra. Te enterraré.

–Lo mismo te digo.

–Seguridad llegará en veinte minutos. Más te vale no estar aquí –dijo Dom, y se marchó.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Seis meses después…

 

Dom entró en el despacho vacío de su padre y dejó las luces apagadas, permitiendo que el húmedo día neoyorquino lo cubriera todo de sombras grisáceas. Encajaba con su estado de ánimo.

Y no porque estuviera deprimido o afligido. A pesar de las grandes responsabilidades que recaían sobre él, sentía alivio por la muerte de su padre. Thomas Blackwood había sido un hombre resentido y combativo. Y, cuando había empezado a fallarle el corazón, se había volcado aún más en castigar a todos los que lo rodeaban que aún tuvieran optimismo por el futuro.

El funeral había sido un evento solemne, pero los asistentes habían emitido una especie de suspiro colectivo, en especial su madre. Ingrid, su madrastra, había sido la única tensa. No le gustaba haber perdido el mando del patriarcado. Tendría una vida cómoda con una buena pensión, pero, al igual que todos los demás, ahora estaría supeditada a Dom. El heredero.

Dom miró la botella abierta de whisky escocés, pero, por mucho que le gustaría emborracharse, tenía demasiado que hacer, empezando por ocuparse de los Visconti.

En los diez días que habían pasado entre que su padre falleciera mientras dormía y lo enterraran, Romeo Visconti y sus tres hijos varones se habían extendido por el mundo como un ejército invasor.

Sí, cierto, WBE no se habría visto en una situación tan vulnerable si Thomas no hubiera insistido en seguir ocupando el despacho mientras aún le quedara aliento. Su padre había tomado unas decisiones terribles en los últimos años, decidido a ver la destrucción del Grupo Visconti antes de morir. Para Dom, la venganza era un desperdicio de tiempo, de energía, de dinero y de recursos, pero no había podido hacer más que discutir y mirar.

Por dentro había deseado que la enemistad entre los Blackwood y los Visconti acabara al morir su padre. Él estaba dispuesto a olvidarlo, era agua pasada.

El bisabuelo de Dom había hecho contrabando de alcohol con Christopher Winslow durante la Gran Depresión. Al acabar la Prohibición, convirtieron sus destiladoras en fábricas de cerveza y sus tabernas clandestinas en clubs nocturnos. Invirtieron sus ganancias ilícitas en hoteles y casinos, para asegurarse de que sus fortunas combinadas se mantuvieran en la familia, y concertaron un matrimonio entre Maria Winslow y Michael Blackwood.

Pero Maria no se presentó en la iglesia. Se había fugado con Aldo Visconti.

Humillados, los Blackwood hicieron todo lo que pudieron por arruinar a los Winslow, apoderándose de las propiedades compartidas y cortándoles las fuentes de ingresos. Los Winslow lograron mantener unos pocos activos y después se reconciliaron con la hija a la que habían rechazado y usaron el dinero Visconti para salir adelante.

En los siguientes años había habido algunas disputas territoriales entre los Blackwood y los Visconti, pero el enfrentamiento debería haber quedado entre Michael y Aldo. Sin embargo, el abuelo de Dom lo había prolongado hasta la siguiente generación. Y cuando sus hijos gemelos, Thomas y Peter, descubrieron que Romeo Visconti estaba estudiando en Harvard al igual que ellos, Michael los incitó a entrar en una rivalidad académica con el heredero Visconti. Esa enemistad se trasladó a los acuerdos empresariales cuando todos empezaron a trabajar en las empresas de sus respectivas familias.

Una guerra de imperios se desató en las décadas de los ochenta y los noventa. El Grupo Visconti y Winslow-Blackwood Enterprises se convirtieron en sinónimo de alojamientos de lujo, y entre ellos se desató una batalla tan competitiva como la de las principales marcas de refrescos de cola. En cierto momento, Romeo había demandado a la marca comercial Winslow-Blackwood por seguir utilizando el apellido Winslow. La ganó obligando así a la cadena hotelera a adquirir el nombre menos elegante de «WBE».

Dom apenas tenía recuerdos de su padre por aquella época. Thomas nunca había sido sociable ni divertido, pero tampoco había sido una mala persona. Sus hermanos y él habían sido el producto de un matrimonio complicado y por ello todos eran personas taciturnas que mostraban pocas emociones más allá de la ira. El tío Pete no se había casado y no había tenido hijos, pero había trabajado codo con codo con Thomas en WBE. Habían sido adictos al trabajo, en cierto modo porque su padre los había instado siempre a trabajar más, a ser más. A ganar.

Tras la muerte de Michael Blackwood, había habido una oportunidad de dejar lo personal al margen de la batalla. Era de esperar que siguieran compitiendo por el mercado, pero no había razón para que el padre de Dom siguiera guardándole rencor a Romeo.

Y tal vez habría sido así si Romeo no hubiera estado implicado en la muerte de Peter. Romeo fue declarado inocente, pero a Thomas lo cambió la muerte de su hermano y desde entonces solo tuvo un objetivo: aniquilar a los Visconti. Su sed de venganza le costó su matrimonio con la madre de Dom, pero luego encontró una esposa que le dio la razón y, así, continuó con su búsqueda del castigo.

Dom lamentaba la pérdida que había sufrido su padre. Y lamentaba no haber podido tener una mejor relación con él si las cosas hubieran sido distintas. Su infancia había sido, cuando menos, solitaria y había estado marcada por el mal carácter de su padre y por unas exigencias irrazonables. Dom había asumido responsabilidades que no le correspondían por edad, básicamente porque su padre estaba intentando convertirlo en un soldado para su guerra personal. Se había visto atrapado en la imposible posición de querer heredar algo que conocía de arriba abajo, algo con lo que creía que podía hacer cosas fantásticas, pero para lo que primero tendría que aplacar a su padre.

Nunca había culpado a los Visconti. Nunca los había odiado ni les había deseado ningún mal.

Hasta ahora.

Ahora esos carroñeros oportunistas estaban aprovechándose de la muerte de su padre para atacar y saquear su negocio. Y él sabía por qué.

Por Evelina.

Se sentó en la silla de su padre, pero se negó a cerrar los ojos porque, cada vez que los cerraba, la veía. Veía una larga melena negra y unas largas piernas bronceadas. Veía unos labios claros pronunciando su nombre mientras sus ojos marrones oscuros se abrían horrorizados.

Por millonésima vez, recordó cada segundo que había pasado en Budapest, desde el momento en que había accedido a supervisar la despedida de soltero hasta el instante en que Eve había parado el ascensor. Era imposible que ella lo hubiera orquestado todo, por mucho que él estuviera intentando convencerse de ello para poder absolverse por haberla tocado.

Eve no lo había llamado en el abarrotado club. Él mismo se le había acercado. Ella no había bailado con él hasta que él se lo había pedido. Ella no había intentado marcharse con él después.

Ella no había sabido quién era.

¿Y por qué él no la había reconocido? Conocía a sus tres hermanos de vista, aunque no personalmente. Aun así, debería haber visto el parecido.

Por otro lado, tampoco es que se pareciera mucho a sus hermanos. Eve, varios años más pequeña, había salido a la familia de su abuelo italiano. De ahí le venían el pelo negro, los ojos marrones oscuros y ese toque dorado que tenía grabado en la piel.

Había ido a un internado femenino en Suiza y era demasiado joven para haber frecuentado los círculos sociales de Dom, aunque, de todos modos, los mundos de los Visconti y los Blackwood no tenían permitido cruzarse. Tras la muerte de su hermano, el padre de Dom había prohibido que se pronunciara el apellido Visconti en su presencia. Eran «la familia esa» y Romeo era «el perro mestizo».

Por lo tanto, Dom no había tenido ni idea de que aquella noche estaba codiciando a la hija de Romeo.

Y cuando el ascensor se abrió, había sabido que no podía volver a dejarla marchar. Movido por lo que solo podía describirse como un instinto primitivo, había tomado la iniciativa apenas capaz de controlarse. Siempre se aseguraba de que una mujer quisiera recibir sus atenciones sexuales, pero aquella noche había sido más asertivo de lo habitual.

Eve había parecido sorprendida por lo directo que había sido, pero al final se había puesto a su nivel. Eso era lo que aún seguía excitándolo, que ella hubiera temblado, gemido y llegado al clímax cuando apenas la había tocado.

Había querido estar dentro de ella más que respirar.

Y entonces los dioses se habían reído a su costa. A ella le había sonado el teléfono y ahí, en la pantalla, había aparecido esa cara de engreído de Nico Visconti.

Eve había parecido igual de pasmada. A lo mejor solo había sido una serie de extrañas coincidencias, pero el inocente error no les quitaba delito a sus actos.

Durante semanas Dom había dudado si contarle o no el incidente a su padre, pero había tenido claro que, si Thomas se enteraba de esa traición, se le pararía el corazón.

Al final había guardado silencio, no tanto por vergüenza o por su padre como por decencia. Tenía hermanas y sabía que señalar a una mujer y humillarla por tener apetito sexual era de lo más sexista e hipócrita. Thomas lo habría hecho de todos modos. Se habría deleitado viendo a Romeo sufrir por la deshonra de su hija.

Pero Dom no tenía el corazón tan chamuscado como su padre. Y por eso había mantenido la boca cerrada y había esperado a ver si ella movía ficha. Si ella revelaba sus intimidades.

Pero solo había habido silencio.

Hasta que su padre murió.

Ahora el padre y los hermanos de Eve se habían lanzado a por WBE como hienas sobre una gacela herida. Existía una pequeña posibilidad de que estuvieran actuando por su cuenta. Que él supiera, a Eve acababan de darle un puesto intermedio en las oficinas centrales, así que no es que tuviera la capacidad de dirigir esa clase de ataques, pero sí que podía haberle ido a su padre con alguna historia que hubiera provocado esas acciones.

Fuera como fuese, el padre de Dom estaba muerto, y eso significaba que los Visconti ahora iban a por él.

Ahora entendía a su padre, e incluso a su abuelo. Los Visconti lo estaban dejando sin más opción que pelear. Estaba tan furioso por sus tácticas que no descansaría hasta hincarles los dientes en la garganta.

De pronto el recuerdo de la marca que le había dejado a Eve en el cuello encendió una chispa detrás de su bragueta.

Joder, ¡quería sacarse a Eve de la cabeza! No quería volver a pensar nunca más ni en ella ni en su familia.

Podría tardar años. Podría tener que hacerse pasar por un antílope herido para tenderles una emboscada, pero era un hombre inteligente y paciente. Podía hacerlo.

De un modo u otro, acabaría con esa disputa de una vez por todas.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Cuatro años después…

 

Estaba ahí. Dom Blackwood asistiría a esa dichosa boda.

Y no habría sido tan horrible si se hubiera tratado del típico evento de tarde-noche. Pero no. Esa era una extravagancia de boda, con una semana de duración y en las islas Whitsunday, Australia.

¿Cuántas veces se había planteado decir que no podía asistir? Cada día desde que la habían invitado. Ni siquiera conocía a los novios. Iba de acompañante de un hombre con el que llevaba saliendo solo dos meses.

Su pareja, Logan Offerman, era un guapo abogado con aspiraciones políticas que provenía de una gran y adinerada familia. Le gustaban los perros y el senderismo y apoyaba la legislación del derecho al voto. Había ido a clase con Jackson, uno de los hermanos de Eve, y sus padres y los de ella eran amigos del club de campo.

La madre de Eve, que siempre le había dicho que protegiera su virginidad como si fuera el diamante Hope, quería que se casara. Todos lo querían. Su padre no dejaba de decir: «Es un buen partido». Su hermano mayor, Nico, estaba empezando a parecer un vendedor de coches usados al intentar metérselo por los ojos. Y su hermano Christopher se mostraba indiferente, pero se alegraba de que ella se estuviera llevando toda la atención familiar para que así él pudiera seguir con su vida bohemia en Hawái sin que nadie lo molestara.

Ginny prácticamente le había puesto una espada en la espalda para que se subiera al avión.

–Pasa algo de tiempo con él. Pronto verás lo beneficioso que es para los dos.

Eve sospechaba que su madre pensaba que, si por fin se acostaba con un hombre, acabaría casándose con él.

Había estado poniendo reparos a los pretendientes que su madre le había sugerido en los últimos cuatro años. Ya estaba harta y, sinceramente, quería enamorarse de Logan aunque solo fuera por quitarse de encima esa presión. Pero lo único en lo que podía pensar era en que Logan le recordaba a su protector solar. Le ofrecía mucha protección, pero la hacía sentirse pegajosa y agobiada.

Logan era uno de los acompañantes del novio, así que les habían dado una suite preciosa de dos dormitorios en el complejo hotelero ecológico donde estaban alojando a los invitados que no iban en yate. Eve sabía que Logan esperaba que se acostaran estando allí. Le había dejado su maleta en el segundo dormitorio sin preguntar, simplemente lanzándole una mirada esperanzada, como la de un cachorrillo.

–Creo que me echaré una siesta antes de la celebración –dijo Eve metiéndose en la habitación.

En realidad, iba a ponerse a gritar contra la almohada porque ¿qué otra cosa podía hacer?

En el ferri que los había llevado desde el continente junto a otros invitados, había oído a alguien preguntarle a una preciosísima mujer:

–¿Y Dom no viene?

–Sí, pero se aloja en Airlie Beach. WBE acaba de comprar un hotel allí y tiene que asistir a unas reuniones –había respondido la mujer–. Como yo soy dama de honor…

Eve había intentado ignorar la conversación y evadirse mirando las vistas, básicamente porque temía echar el desayuno por la borda.

Había logrado evitar a Domenico Blackwood durante cuatro años… casi. Compulsivamente, lo había buscado en Internet y había reunido demasiada información sobre él, desde con cuántas mujeres salía hasta el dato de que le habían puesto su nombre por el tío favorito de su madre. Vivía en Nueva York, pero tenía propiedades por todo el mundo y estaba muy ocupado con ellas, por lo que no solía estar en casa.

Pero, incluso cuando él estaba en la ciudad, las probabilidades de que se encontraran eran escasas. Los padres de Eve eran buenísimos investigando listas de invitados.

En unas pocas ocasiones lo había visto en algún restaurante, y la vez en la que lo había visto en una fiesta del 4 de Julio, ella había dicho que tenía migraña y se había marchado de inmediato.

Pero, tras cada diminuto encuentro, se había pasado días sin dormir pensando si él la habría visto y si acabaría contando lo que había pasado entre los dos. Con los años, su comportamiento en Budapest la había mortificado cada vez más. No solo por haber actuado así con un desconocido, sino porque su padre odiaba al de Dom.

La hostilidad de Romeo hacia Thomas Blackwood era comprensible. Ese hombre lo había acusado de asesinato, por mucho que luego todo se hubiera aclarado. Y cuando Thomas había muerto, su padre había instado a sus hermanos a atacar WBE.

Eve lo había cuestionado por ello. Le parecía que era jugar sucio aprovechar que Dom estaba en duelo por su padre y adaptándose a su puesto de director de la compañía.

–Michael Blackwood no fue más indulgente conmigo cuando mi padre murió –había protestado su padre.

En aquel momento, Eve se había distanciado y había seguido estremeciéndose solo de pensar en lo desinhibida que se había mostrado con él. Dom había encendido su pasión y había imposibilitado que sintieran nada con ninguna otra persona.

Al final su padre, cuando ya consideró que WBE estaba en las últimas, se había retirado y le había dado las riendas a Nico.

Pero pronto Dom y WBE habían empezado a resurgir, al parecer no habían estado tan hundidos como había parecido. Nico pasaba todo el tiempo lanzando contraofensivas mientras ella se pudría en el departamento de Marketing. De hecho, el complejo que Dom acababa de comprar ahí, en Queensland, había sido elegido como la próxima propiedad Visconti. Nico estaba furioso no solo por haber vuelto a perder contra Dom, sino por haber perdido tanto tiempo y dinero en su intento por adquirirlo.

Eve no pudo evitar preguntarse si Dom habría atacado sin piedad por lo que había pasado entre los dos. Ella no le había contado nada a nadie sobre lo de Budapest, y jamás lo haría, pero temía que Dom estuviera esperando el momento perfecto para soltar una revelación que destruiría su reputación y convertiría a los Visconti en un hazmerreír.

Tenía el estómago revuelto mientras se vestía para la recepción de bienvenida. El programa de actividades incluía excursiones, jornadas de compras, navegación, buceo y senderismo, y culminaba en la ceremonia y banquete que tendrían lugar al cabo de cinco días. Su hermano Jackson le había recordado que en un evento así habría muchos contactos buenos que hacer, y esa era la verdadera razón por la que Eve había aceptado la invitación.

–Aporta algo valioso –le había dicho él, bien consciente de lo frustrada que estaba por la renuencia de su hermano mayor a hacerla subir en la empresa–. Eso es lo que Nico valora.

Por mucho que trabajara, Nico la trataba como si tuviera cinco años en lugar de veinticinco, pero ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera para que la tomara en serio.

Incluso hacerle frente a Dom.

O no.

¡Ay! Mientras Logan y ella llegaban al salón exterior, empezó a arrepentirse de todo, incluso de haberse dejado el pelo suelto, viendo la brisa y la humedad que había.

Después de hacer un barrido con la mirada, y de la dolorosa punzada que la atravesó al verlo, intentó no mirar hacia donde estaba Dom con esa alta morena a la que había oído hablar antes. ¿Sería su esposa? ¿Su prometida? Había estado prometido hacía siglos, pero no había visto nada publicado últimamente.

Y tampoco es que le importara.

Apenas se fijó en el aspecto de la mujer. Dom dominaba toda su visión. Lo único que veía era su atlético cuerpo ataviado con unos pantalones color hueso y una camiseta Henley azul clara. Estaba totalmente afeitado y tenía un aspecto más duro. Tal vez eran las gafas de sol de aviador lo que le daban ese aire de arrogancia. Tal vez ese porte más autoritario era fruto de su poder en WBE.

O tal vez era el reflejo de su odio por una adversaria.

Ella también sentía odio, pero ¿por quién?

Por sí misma. Aquella mañana en Budapest se había mostrado muy impetuosa, aunque después había recurrido a decirles a los hombres con los que salía que estaba esperando al matrimonio, excusándose así para no acostarse con ellos. Pero lo cierto era que el único hombre con el que quería tener relaciones era precisamente el hombre que más odiaba en el mundo. El último hombre al que debería tocar.

Logan le presentó a los novios y a sus respectivos padres.

Eve forzó una deslumbrante sonrisa mientras la madre de la novia la llevaba a un lado para decirle:

–Lo siento mucho, querida. Acaban de informarme de la hostilidad que existe entre uno de nuestros invitados y tú.

–¿Qué?

–La rivalidad profesional entre los Visconti y los Blackwood. Dom ha venido como invitado de mi sobrina. No querría que nadie se sintiera incómodo… –añadió la mujer, claramente refiriéndose a su sobrina y a su hija, la novia.

–¿Lo dice por el juicio que tuvieron nuestros padres? –preguntó Eve fingiendo confusión–. Bah, aquello quedó resuelto hace años. Además, aquí hay más de setenta islas por explorar. Dudo que lleguemos a hablar. De todos modos, mejor no nos sienten juntos por si acaso –añadió con forzada diversión.

La mujer soltó una risita de alivio y siguió recibiendo invitados.

–¿Todo bien? –le preguntó Logan, que apareció a su lado con una copa de vino blanco.

–Ajá. Solo me ha advertido de que Dom Blackwood está aquí. No lo conozco –mintió mirando a propósito hacia la otra dirección.

–Detrás de mi hombro izquierdo –dijo Logan–. A tu hermano no le va a hacer ninguna gracia.

Eve dio un sorbo e hizo lo posible por mostrar indiferencia.

Dom parecía estar mirando en su dirección, pero con las gafas de espejo era imposible saber si la estaba mirando o no. Aun así, se le aceleró el corazón y un intenso calor la invadió. Qué vergüenza reaccionar así. Tuvo que hacer uso de todo su control para disimular.

–¿Qué quieres hacer mañana? –le preguntó a Logan con una dulce sonrisa.

«Odio a Dom», decidió mientras oía de fondo la voz de Logan, convertida en un sonido tan molesto como el zumbido de un mosquito.

Nunca nadie le había hecho sentir tanto deseo como él en Budapest. Por primera vez se había dejado llevar y había mostrado lo que sentía. Pero entonces Dom le había dicho que se marchara, y ella, medio desnuda e impactada, se había sentido rechazada, sucia y avergonzada mientras corría a hacer la maleta. Había escrito a Hailey de camino al aeropuerto para decirle que había surgido algo y tenía que marcharse y, después, se había quedado temiendo que Dom contara algo de lo sucedido y lo usara en su contra.

Pero Dom no había hecho nada, y eso tampoco fue un consuelo. Parecía que la hubiera borrado de su mente, y ella debería hacer lo mismo. Era vergonzoso que siguiera fantaseando con él.

«¿Acaba de tocarle el brazo a esa mujer?», pensó celosa.

–¿Qué opinas? –preguntó Logan.

Logan había estado diciendo algo sobre ir a bucear, pero ella no estaba prestando atención.

–Pinta divertido –dijo sonriendo mientras Dom se acercaba para hablar con una pareja.

Su espalda sintió su presencia como si un sol tropical estuviera haciéndole una quemadura de tercer grado.

–Cielo, ven a conocer a mi amigo Dave y a su mujer –dijo Logan.

¡Menos mal!

Y así pasó el resto de la noche, nerviosa porque él le dijera algo o dijera algo de ella.

Lo más vergonzoso de todo fue que, cuando después se dirigía con Logan a su habitación, no podía dejar de pensar en si esa prima de la novia acabaría gritando el nombre de Dom más entrada la noche.

–Se aloja en su propiedad, en el continente –dijo Logan al cerrar la puerta de lasuite.

–¿Cómo dices?

¡Ay, madre! No habría pensado en alto, ¿no?

–Blackwood. Lo he comprobado. Y he escrito a tu hermano para que sepa que me aseguraré de que no te moleste y puedas estar relajada. Pensaba que aquella rivalidad habría muerto con su padre –continuó Logan mientras se descalzaba–, pero tu hermano parecía muy nervioso y me ha preguntado si WBE va a expandirse más por Australia independientemente del complejo hotelero que acaba de comprar. Le he dicho que preguntaría por ahí.

–¡Hombres! Yo no presto mucha atención a ese tema –dijo ella.

Y fue otra mentira enorme. Estaba indignada porque la hubieran relegado a Marketing y Decoración y nunca la incluyeran en las grandes decisiones ni le dieran responsabilidades reales.

Una mano le acarició el brazo. Se tensó con algo muy parecido a la repulsa.

–Cariño, respeto que quieras esperar a la noche de bodas, pero… podríamos hacer otras cosas. ¿Nos metemos en el jacuzzi a ver qué pasa? –preguntó Logan asintiendo hacia la terraza.

–Me duele la cabeza.

Eso no era mentira.

–¿Podemos hablarlo mañana?