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La novia despedida Maya Blake Desterrada de su lado… atada a él por un secreto. Espiando al millonario Yvonne Lindsay Su futuro dependía de ganarse su confianza y no enamorarse de él.
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Seitenzahl: 358
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
E-Pack Bianca y Deseo, n.º 246 - abril 2021
I.S.B.N.: 978-84-1375-720-9
Espiando al millonario
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Si te ha gustado este libro…
La novia despedida
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–Trabajarás aquí. Siéntate.
«Empieza con tu propósito en mente», se dijo Tami mientras se acomodaba en la mesa que le había adjudicado la empleada de recursos humanos tras darle la bienvenida a Desarrollos Richmond.
Se estiró la falda.
Ella era más de vaqueros o leggings y camiseta, pero hoy llevaba un traje muy chic cuyo precio la había escandalizado. Y no porque no pudiera permitírselo, sino porque con lo que había costado se podrían haber alimentado varias de las familias a las que ayudaba la organización benéfica con la que había trabajado.
Se le revolvió el estómago al recordar la razón por la que se había visto obligada a marcharse. La misma razón por la que ahora estaba ahí.
Después de que su padre hubiera dejado claras sus exigencias, su madre había colaborado para asegurarse de que tenía todo lo apropiado para su nuevo puesto: ropa, zapatos, maquillaje, manicura, peluquería, e incluso un teléfono nuevo. La lista era interminable. Pero el fin justificaba los medios y siempre podía devolverle a su madre los trajes de Chanel para que los añadiera a la colección de su próxima subasta benéfica.
La empleada de recursos humanos le sonrió, pero la sonrisa no se reflejó en sus fríos ojos azules. ¿Por allí eran todos así? ¿Tan distantes? Pero entonces pensó otra cosa. ¿Sería esa mujer el topo que su padre tenía en Desarrollos Richmond y que le había conseguido el puesto para espiar a uno de los directores?
–En esta oficina intentamos usar el menor papel posible, así que tomarás todas tus notas en el ordenador o en el dispositivo que se te entregará. Te daremos tus contraseñas por correo electrónico. No las compartas con nadie. ¿Entendido?
Esas palabras fueron como un puñetazo en el estómago.
Nadie sabía qué la había llevado hasta allí. Bueno, nadie excepto ella, su padre, la organización benéfica a la que le habían robado los fondos y la escoria asquerosa que los había robado. Así que sí, algunas personas lo sabían. Y esas palabras en concreto le habían recordado lo estúpida que había sido al permitirle a su novio usar su ordenador.
«Exnovio», se dijo con un nudo en la garganta.
–No se preocupe. Me tomo muy en serio la seguridad.
«Ahora».
Había aprendido la lección cuando su exnovio, el director de la organización benéfica Nuestra Gente, Nuestros Hogares, le había pedido el ordenador para acceder a la cuenta bancaria y vaciarla. Y aunque era una persona que podía perdonar muchas cosas, jamás perdonaría a Mark por haber robado a personas tan necesitadas y haberla obligado a tener que pedir ayuda a su padre.
Movida por un sentimiento de responsabilidad para con la organización benéfica, se había ofrecido a devolver los dos millones y medio robados con dinero de un fondo que su abuela había creado para ella pero que no se le permitía administrar por algunos actos de rebeldía que había cometido de adolescente. De modo que su padre, que era el administrador del fideicomiso, había accedido a darle el dinero si ella a cambio espiaba a su mayor rival.
–El señor Richmond llegará en un momento. Y aunque él mismo se ocupa básicamente de todo lo que necesita, prepárate para asistir a algunas reuniones, porque sí que te pedirá que tomes algunas notas y las subas a la nube que compartirás solo con él. ¿Queda claro?
–Clarísimo.
–Si me necesitas, contacta conmigo por teléfono o correo electrónico. Tienes mis datos en el ordenador.
–Gracias. Seguro que lo haré bien.
–Tendrás que hacerlo mejor que bien. El señor Richmond siempre ofrece lo mejor y eso es exactamente lo que espera recibir.
–Tomo nota. ¿Algo más?
–Nada más de momento. Que tengas un buen día.
En cuanto se quedó sola, se recostó en su silla y comenzó a girarla.
–El señor Richmond siempre ofrece lo mejor y eso es exactamente lo que espera recibir –murmuró mientras daba un par de vueltas más.
De pronto oyó un sonido tras ella y plantó en el suelo los carísimos zapatos que llevaba para frenar la silla.
Al girarse vio a un hombre ataviado con un traje negro que, claramente, estaba hecho a medida. Todo en él resultaba impecable, desde sus zapatos resplandecientes hasta su cabello perfectamente peinado. Ni siquiera la ligera barba que le cubría la cara tenía un solo pelo fuera de su sitio.
–La señorita Wilson, supongo.
Esa voz profunda y bien modulada la derritió por dentro.
¡Pero un momento! Eso no le tenía que estar pasando. Había renunciado a los hombres durante un buen tiempo o tal vez incluso para siempre, ¿no?
A pesar de que la habían pillado haciendo el tonto en el trabajo y de su extraña reacción, logró reunir valor y levantarse para saludarlo.
–Sí –respondió al estrecharle la mano con la sonrisa que había estado practicando todo el fin de semana–. Por favor, llámeme Tami. ¿Y usted es el señor Richmond?
Él la miró con unos ojos grises claros que parecían estar atravesándola y vaciló un instante antes de darle la mano. En cuanto la tocó y sonrió, Tami sintió un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo y se dirigió a sus partes femeninas.
¡Qué sonrisa!
–Soy Keaton. Aquí hay dos señores Richmond y somos gemelos idénticos, así que tendrás que encontrar el modo de distinguirnos. Deberás trabajar conmigo y solo conmigo, ¿entendido?
¿Pero qué le pasaba a esa gente con todas esas normas? Necesitaban soltarse y relajarse un poco.
Aunque, dado el drama que se había aireado por todas partes cuando el padre de Keaton había fallecido repentinamente y se había desvelado que llevaba una vida secreta al otro lado del país que incluía esposa e hijos, tal vez podía entender que fueran tan estrictos y cautos.
–¿Tami?
–Ah, sí, lo siento. Por supuesto –respondió avergonzada porque, una vez más, la habían pillado descentrada.
Sentía las mejillas ardiendo y sabía que estaría ruborizada.
«Bien hecho. Has dado una primera impresión muy buena», se dijo.
Cuando vio a su nueva ayudante de dirección sonrojarse, Keaton empezó a preguntarse si había hecho lo correcto al dejar que Monique se ocupara sola de entrevistarla.
Tal vez no había sido tan meticulosa como siempre en el proceso de selección, o tal vez que la hubiera elegido a ella como la mejor era muestra del tipo de personas que ahora solicitaban trabajo en Desarrollos Richmond.
Desde el escándalo generado por la doble vida de su padre y el daño que había hecho al apellido familiar y a la empresa, el desánimo y el desinterés habían reinado en la oficina. Varios empleados importantes se habían marchado y como consecuencia ahora tenía a esa mujer delante.
–Por favor, ven a mi despacho para que repasemos algunas cosas.
–¿Debo tomar notas?
La vio morderse el labio inferior y durante un instante se quedó hipnotizado por esa carnosa boca. Se obligó a reaccionar y la miró a los ojos color avellana. No recordaba la última vez que había conocido a alguien con esa mezcla tan perfecta de marrón y verde ni con unas pestañas tan densas y oscuras. ¿Serían naturales? Bueno, eso no era asunto suyo, se dijo con firmeza antes de responderle a su pregunta.
–A menos que tengas una memoria privilegiada, creo que sería una buena idea, por lo menos hasta que nos acostumbremos a trabajar juntos.
Eso contando con que siguieran trabajando juntos, porque resultaba toda una distracción y lo último que él necesitaba ahora mismo eran distracciones.
Entró en el despacho y Tami lo siguió.
Cuando se sentaron, a ella se le subió el dobladillo de la falda y él, por mucho que lo intentó, no pudo evitar fijarse en ese muslo tan torneado y ensalzado por esas finísimas y elegantes medias negras. En la mano tenía un puntero para el móvil que, al igual que su ropa, era elegante y parecía caro.
Estaba claro que a la señorita Wilson no le faltaba el dinero. Ahora solo esperaba que trabajara con tanto empeño como con el que parecía comprar.
Pero se fijó además en que no tenía el equipo reglamentario de Desarrollos Richmond.
Suponía que aún no le habían facilitado su dispositivo corporativo y que ese teléfono era el suyo personal, pero tendría que asegurarse de que Tami entendía que toda la información que anotara se convertiría en propiedad de la empresa.
No podían permitirse que nada, ya fuera material intelectual o de otra clase, se compartiera con el mundo exterior involuntariamente. Sus rivales eran como tiburones dando vueltas alrededor de su presa a la espera de que se derrumbaran en un mercado complicado y altamente competitivo.
Decidiendo solucionar ese asunto de inmediato, levantó su tableta de la mesa y abrió una página en blanco. No era muy protocolario que compartiera su dispositivo, pero el documento se guardaría en la nube compartida y ella podría acceder desde su ordenador y su dispositivo corporativos en cuanto le dieran las contraseñas.
–Toma. En lugar de abarrotar tu teléfono personal con información corporativa, usa mi dispositivo. Si escribes en esta pantalla, tus notas se convertirán en un documento y los dos podremos acceder a ellas tras nuestra charla.
–En mi anterior trabajo eran mucho menos estrictos con los procedimientos a la hora de tomar notas.
–Antes éramos menos cuidadosos, pero hace poco decidimos controlarlo todo más. Bueno, háblame un poco de ti. ¿Exactamente dónde trabajabas antes de venir aquí y qué te animó a querer trabajar para nosotros?
–Eh… Trabajaba para una organización benéfica que ayuda a desplazados y que, además de darles comida y alojamiento, intenta reubicarlos en hogares de verdad. Era un trabajo que suponía todo un reto y que además resultaba gratificante, pero –respiró hondo y añadió–: había llegado el momento de cambiar. En cuanto a querer trabajar con Desarrollos Richmond, creo que es una empresa sólida y con muy buena reputación por su integridad. ¿Quién no querría trabajar aquí? Aunque mi trabajo en la organización benéfica me permitía hacer tareas muy diversas dentro de mi puesto, veo esto como una oportunidad para perfeccionar mis habilidades en organización y desarrollo de proyectos.
Fue una buena respuesta, pero Keaton no pudo evitar pensar que había muchas cosas que no había dicho, como por ejemplo: ¿Por qué había dejado la organización si tanto disfrutaba trabajando en ella?
–¿Y qué haces en tu tiempo libre?
Ella se rio.
Fue una risa encantadora que le produjo un cosquilleo cálido y le hizo sonreír sin darse cuenta.
–No me puedo permitir mucho tiempo libre. El trabajo en la organización ocupaba todo mi tiempo libre y además me gusta trabajar de voluntaria allá donde puedo. Me gusta ser útil, y ofrecer apoyo a quienes lo necesitan me resulta profundamente gratificante. Pero las noches que no estoy ayudando en el albergue, me relaja hacer punto, también con fines benéficos.
–¿Hacer punto? ¿Eso no es algo que hacen las personas mayores?
Tami enarcó una ceja y esbozó una sonrisa.
–¿Personas mayores? ¿No es eso un poco discriminatorio, señor Richmond? Creía que su empresa presumía de su enfoque integrador.
Fue sutil, pero claramente lo estaba reprendiendo y él tuvo la cortesía de admitir su fallo.
–Lo siento, sí. Ha sido inapropiado por mi parte. Y, por favor, llámame «Keaton». Si te soy sincero, creo que nunca he conocido a nadie que haga punto.
–¡Pues es maravilloso! –respondió ella con los ojos brillantes de entusiasmo–. Te permite trabajar con colores y texturas y ver algo convertirse en una prenda que puede ser bonita y funcional al mismo tiempo.
–Bueno, visto así… –contestó él riéndose.
Era distinta, de eso no había duda.
Y si no tenía cuidado, estaba seguro de que acabaría dándole clases de punto porque parecía muy dispuesta a ello.
Además, le impresionó que no hubiera tenido ningún reparo en llamarle la atención por su comentario discriminatorio.
Tal vez sería un golpe de aire fresco en la oficina y eso era algo que no les vendría nada mal.
Pero no estaban ahí para divertirse, se recordó.
Tenían un negocio que reflotar.
–Bueno, si sacas el puntero de ahí arriba –le dijo señalando al punto de donde se extraía la herramienta con la que escribir en la pantalla–, podemos empezar.
Esperó a que lo hiciera y continuó:
–Imagino que estarás al tanto de que Desarrollos Richmond se ha tambaleado desde que murió Douglas Richmond, mi padre y nuestro director ejecutivo. Su muerte repentina y el descubrimiento de que tenía otra familia les facilitó más forraje a los medios de comunicación para crear mala prensa contra la compañía. No podemos permitirnos más publicidad de ese tipo ni contra la empresa ni contra los que trabajan en ella.
–Leí lo de la muerte de tu padre. Mis condolencias por la pérdida. Debe de haber sido muy duro para toda la familia.
Keaton sintió todos los músculos de su cuerpo tensarse y luego relajarse.
Bueno, entonces Tami estaba al tanto de los cotilleos. Al menos así no tendría que tratar el tema y explicarle la situación en profundidad.
–Ahora mismo estamos en fase de reconstrucción y una parte de esa fase consiste en reforzar las relaciones, primero dentro de la compañía y después con nuestros proveedores y clientes.
–Buen plan.
–Gracias por tu aprobación –le respondió sonriendo.
Y así, sin más, ella se sonrojó otra vez.
–No pretendía sonar condescendiente –dijo nerviosa.
–No lo has hecho. Tú y yo nos encontramos en una posición única. No hemos trabajado juntos antes, lo cual puede resultar problemático en ciertos aspectos, aunque en otros nos ofrece un lienzo en blanco sobre el que trabajar. Por recomendación del asesor que contratamos para levantar la moral de los empleados, tanto Desarrollos Richmond como Construcciones DR vamos a realizar un retiro corporativo en plena naturaleza. Queremos construir una relación laboral fuerte entre las dos empresas y eso comienza por los empleados. Tú y yo formaremos un equipo de dos. Los otros equipos serán más grandes, obviamente, en función del tamaño de los departamentos correspondientes.
Tami frunció el ceño mientras decía:
–Un equipo de dos. Solo nosotros. Juntos.
–Sí. Admito que no es lo ideal ya que ni siquiera nos conocemos, pero mañana a primera hora de la mañana nos embarcaremos en nuestra experiencia de desarrollo de equipo. Es una buena oportunidad para que descubramos los puntos fuertes y débiles de cada uno a la vez que probamos las actividades que ofrece el curso y nos aseguramos de que los servicios que hemos contratado cumplen nuestros requisitos. Los demás se reunirán con nosotros allí el sábado por la mañana.
–¿Mañana? ¿No es demasiado pronto? ¿Y si no me siento cómoda? Como bien has dicho, ni siquiera nos conocemos. ¿Y «en plena naturaleza»? –su voz se alzó varias octavas al pronunciar la última palabra–. Soy una chica de ciudad. Nunca he hecho nada en plena naturaleza.
–Ni yo, así que esto nos da la oportunidad perfecta para cambiarlo. Mandaré un coche a recogerte a tu casa a las cero cinco.
–¿A las cinco de la mañana? ¿No te parece un poco temprano? –soltó una risita nerviosa.
–Tami, seguro que no hace falta que te recuerde que estás en periodo de prueba según los términos del contrato que has firmado. Cualquiera de los dos podemos finalizar el contrato. Si no quieres trabajar aquí, por favor márchate con total libertad.
Ella lo miró con esos ojos marrones verdosos cargados de asombro.
–¡No! –exclamó antes de que su rostro se recompusiera–. Estaré lista a las cinco en punto, tal como me has pedido. ¿Tienes una lista de lo que tengo que meter en el equipaje?
–Pues resulta que sí –respondió dejando una hoja sobre el escritorio.
–Pensé que preferíais no usar papel en la oficina –comentó antes de taparse la boca con la mano–. Perdón otra vez. A veces tengo la costumbre de hablar antes de pensar.
–Bueno, pues entonces parece que nuestro viaje va a ser muy interesante porque a mí también se me ha acusado de lo mismo. Tal vez podamos trabajarlo juntos, ¿no?
Tami asintió y leyó la lista.
–¿Botas de montaña? ¿Mochila grande para el equipaje y mochila pequeña para las excursiones diarias? ¿Ropa de noche? Qué lista tan curiosa. ¿Adónde vamos exactamente?
–A Sedona.
–Pero eso está…
–En Arizona. Son unas tres horas de vuelo que haremos en el jet de la empresa y después un trayecto en coche de unos cuarenta y cinco minutos hasta nuestro destino.
–De acuerdo. Me aseguraré de tener todo esto listo para mañana.
–Soy consciente de que es probable que no tengas todo lo que se requiere, así que te propongo que te marches de la oficina al mediodía para comprar todo lo que necesites. Y asegúrate de pasar los recibos a contabilidad. Te lo reembolsarán.
Ella asintió y lo miró.
¡Qué ojos!
Lo estaba mirando con intensidad, como si estuviera intentando leerle la mente y atravesarle el alma.
Se sintió incómodo porque no le gustaba que algo tan inocente como una mirada pudiera provocar ese efecto en él. ¿Sería porque últimamente era demasiado desconfiado y veía villanos por todas partes?
Sabía que Recursos Humanos habría investigado exhaustivamente a Tami Wilson antes de su entrevista, así que, ¿por qué le producía esa inquietud?
¿Sería por su atractivo? No debería importarle lo más mínimo su aspecto. Ya se había enamorado de una chica de la oficina una vez y había salido escaldado cuando su por entonces prometida se había acostado con su hermano gemelo. Sí, de acuerdo, en un principio ella había creído que Logan era él, pero lo sucedido había destruido su relación y aunque los tres habían seguido trabajando juntos, aquello generó una atmósfera de tensión que afectó también a todos los que los rodeaban.
Bajo ningún concepto volvería a pasar por algo así, por muy atractiva que fuera la persona con la que trabajara.
Bajó la mirada al escritorio, tecleó algo y volvió a mirarla.
–¿Alguna pregunta?
–No. Creo que tengo todo lo que necesito.
–Bien. Entonces, por favor, dame la tableta para que compruebe que todas las notas que has tomado se han enviado a nuestra nube. Podrás acceder a ellas desde tu ordenador y luego también desde tu tableta personal cuando te la entreguen.
Cuando ella le devolvió el dispositivo, sus dedos se rozaron. Fue un contacto de lo más ligero que, aun así, lo hizo encogerse por dentro.
«Te sientes atraído por ella».
Incluso ignorando su voz interior, no pudo evitar mirar a Tami mientras se levantaba y salía del despacho. La forma de la falda ensalzaba la dulce curva de su trasero y la chaqueta se entallaba lo suficiente en la cintura como para mostrar una perfecta figura de reloj de arena.
Pero como sabía que estaba siendo un idiota por fijarse en esas cosas, se giró hacia la ventana y miró la lluvia que caía por los cristales y oscurecía el paisaje urbano.
Las actividades campestres serían bastante duras de por sí sin la complicación añadida de la señorita Tami Wilson.
¿Cómo llevarían lo de estar juntos día… y noche?
Mientras el avión descendía hacia el aeropuerto, Tami se apartó de la ventanilla todo lo que le permitió el cinturón de seguridad. Aunque estaba segura de que las vistas de los acantilados serían una maravilla, lo que menos le apetecía era verlos ahora que el avión se aproximaba al suelo.
El vuelo en el jet de la empresa había sido cómodo exceptuando por la proximidad de su jefe y su miedo a volar.
La había puesto nerviosa encontrarlo mirándola un par de veces y no había podido evitar estar pendiente de él.
Ojalá no hubiera sentido cada uno de sus movimientos ni los suspiros de frustración que había dejado escapar mientras miraba lo que fuera que tenía en la pantalla de la tableta.
–Creía que no teníamos que traernos trabajo al viaje.
–Prefiero terminar todo lo que pueda antes de aterrizar. Después esto se quedará guardado con llave en el avión y nos quedaremos lo más incomunicados posible con el mundo exterior. Incluso la cobertura de los móviles será débil.
–Pues eso es todo un reto.
Él emitió un pequeño sonido que podía haber sido tanto de diversión como de burla.
De pronto, un brusco descenso en la altitud la hizo agarrarse con fuerza a los reposabrazos.
–No te preocupes, es solo una corriente descendente. Son muy comunes en esta pista de aterrizaje.
–Muy comunes.
Él esbozó una pequeña sonrisa.
–No pasará nada. En Desarrollos Richmond solo contratamos a los mejores, y eso incluye también a nuestros pilotos.
¿Los mejores? ¿La estaría incluyendo también a ella? Sintió una punzada de culpabilidad.
En ese momento el avión descendió más y las ruedas rozaron el asfalto. Automáticamente, se agarró con fuerza a los reposabrazos y recitó el mantra que se había aprendido hasta que poco a poco logró relajarse.
–No me habías dicho que te inquietara volar –le dijo él mirándola fijamente y con un tono compasivo que no había oído nunca en su voz.
–No es algo de lo que me enorgullezca y, además, en los últimos años he avanzado mucho. Hubo una época en la que ni siquiera podía pisar un aeropuerto sin temblar como un flan.
–Entonces sí que has avanzado. Jamás me habría dado cuenta si no hubiera estado observándote. A mi madre le pasa lo mismo. Cuando volvamos a Seattle podrías pasar un rato con ella para explicarle las técnicas que usas.
Tami comenzó a relajarse. Ayudar a los demás era lo que más le gustaba hacer.
–Claro, me encantaría compartir mis técnicas, aunque no se puede garantizar que lo que a mí me funciona le vaya a funcionar a ella.
–Entendido –respondió él asintiendo.
El avión se detuvo por completo y el piloto les informó de que podían desembarcar cuando estuvieran listos. Tami vio a Keaton levantarse y alzarse para guardar la tableta en un armario muy bien escondido.
–¡Qué chulo! –dijo señalando al compartimento oculto.
–Es una de las ventajas de poder personalizar tu avión. Venga, vamos. En cuanto tengamos el equipaje, podremos recoger el coche de alquiler.
A Tami la invadieron los nervios.
Nunca había ido de camping, aunque a juzgar por la lista de artículos requeridos, no todo sería campo.
Miró a Keaton y vio un brillo de determinación en su mirada.
–Pareces muy ilusionado con esto.
–Siempre me gusta enfrentarme a nuevos retos –le respondió sonriendo.
–¿Tan duro va a ser esto?
–¿Te preocupa no estar a la altura? –le preguntó mientras le indicaba que bajara delante de él.
–No, no. Estaré a la altura –y murmurando añadió –: aunque me mate.
–Me alegra saberlo –respondió Keaton haciéndola centrarse en el presente.
Cuando pisó el asfalto de la pista, sintió un profundo alivio.
Se hizo a un lado mientras el piloto y Keaton abrían el compartimento del equipaje y sacaban las mochilas.
Las levantaban como si no pesaran nada, pero Tami sabía que la suya debía de rondar los veinte kilos. Probablemente tendría que haber metido menos cosas y haberse ceñido a la lista, pero una chica siempre debía tener en cuenta cualquier eventualidad, ¿no? Por otro lado, aunque sus utensilios de costura no habían ocupado mucho espacio, tal vez llevarse cinco madejas de lana había sido algo excesivo.
Keaton le dejó su mochila en el suelo.
–¿Hay algo que quieras sacar antes de que nos pongamos en marcha? Esto pesa bastante.
–No, tranquilo.
–En serio, podemos enviar de vuelta con el avión cualquier cosa que no quieras y te lo guardarán en la oficina hasta que volvamos.
–No, así está bien.
–No voy a ayudarte a llevarla.
–Lo sé perfectamente –y para que quedase claro, levantó la mochila y se la colgó de un hombro–. ¿Lo ves? No pasa nada.
–De acuerdo. Entonces, vamos a por el coche.
Para cuando el agente de la empresa de alquiler les había mostrado el todoterreno que tenían reservado, la mochila ya le estaba haciendo una rozadura en el hombro. Tal vez debería haber sacado algunas cosas. ¡Pero no! Había tomado una decisión y se ceñiría a ella. En eso consistía ser la nueva y mejorada Tami Wilson.
Se quitó la mochila y, con gran alivio, la metió en la parte trasera del todoterreno. Después se subió al asiento del copiloto y, una vez sentada, miró a su alrededor y se permitió disfrutar de la belleza salvaje que los rodeaba.
–Es extraordinario, ¿verdad? –comentó cuando Keaton ocupó el asiento del conductor.
–Ojalá sigamos pensando lo mismo cuando esto acabe.
Como no sabía si estaba bromeando o no, decidió dejar pasar el comentario.
Se abrochó el cinturón mientras él consultaba el GPS y después se pusieron en marcha.
–¿Dijiste que era un trayecto de cuarenta y cinco minutos?
–Aproximadamente.
–¿Te importa si pongo la radio?
–Depende de la música que elijas.
–Escucho prácticamente de todo. Dime qué te gusta y veré qué puedo encontrar.
–¿Qué tal si buscas algo directamente y después yo te digo si me gusta o no?
–Vale –le respondió encogiéndose de hombros.
Sintonizó una emisora de rock clásico y, a medida que el todoterreno comenzaba a devorar kilómetros, fue notando cómo la tensión que había sentido en el vuelo empezaba a disiparse.
No se dio cuenta de que se había quedado dormida hasta que Keaton la despertó tocándole el hombro.
Sin duda, esa mujer dormía bien.
Había caído a los dos minutos de haber sintonizado la emisora y desde entonces no se había inmutado. Por otro lado, era normal, ya que entre madrugar tanto y el miedo a volar debía de estar agotada.
La había mirado de soslayo alguna que otra vez, y aunque se dijo que había sido solo para asegurarse de que respiraba, en el fondo sabía que era por algo más. Lo sabía y no le gustaba.
No estaba buscando novia.
Lógicamente imaginaba que no estaría soltero para siempre, pero ahora mismo, tras la traición de Honor con Logan y la red de mentiras de su padre, tenía planeado pasar solo una buena temporada.
Volvió a mirarla.
La suya no era la clase de belleza refinada de las mujeres que se movían en su círculo, pero Tami Wilson resultaba impactante y tenía una piel tan luminosa que parecía que esa luz emanara de su interior.
Centró de nuevo la mirada en la carretera y gruñó. No debía mirarla. Era una empleada y él no se relacionaba de ese modo con las empleadas. Ya no.
Para cuando aparcó frente al centro de actividades, también empezaba a sentirse algo cansado.
Aunque estaba acostumbrado a madrugar, haber pasado otra noche más sin apenas dormir y haber conducido por territorio desconocido hacían que ahora mismo la idea de echarse una siesta fuera de lo más atrayente. Pero él no descansaba. Su hermana Kristin lo sabía bien y por eso siempre estaba diciéndole que se relajara y se tomara tiempo libre.
Y ahora ahí estaba, en mitad de la nada y a punto de pasar con una absoluta extraña bastante más tiempo del que jamás se habría imaginado.
–Tami, despierta. Ya hemos llegado –repitió sacudiéndole delicadamente el hombro por segunda vez.
Esa mujer dormía como un tronco.
–¡Mierda, lo siento! –exclamó Tami al abrir los ojos–. No pretendía dormirme. Qué mala compañía he sido.
–No busco compañía –contestó él con brusquedad sin poder evitarlo.
Ella pareció impactada unos segundos y después su expresión se recompuso en una máscara de indiferencia.
–No, por supuesto que no –le respondió con firmeza.
Era la primera vez que la oía hablar con tanta formalidad y tuvo la sensación de que esa actitud era una fachada con la que proteger sus sentimientos. Se reprendió al instante. ¿Por qué le preocupaban ahora sus sentimientos? Estaban allí para trabajar y aprender a ser una pareja unida. «Unos compañeros de trabajo unidos», mejor dicho.
Tenían que formar un equipo de trabajo sólido y eso era lo único que debía importarle.
Pero entonces, ¿por qué se quedó mirándola cuando la vio bajar del coche y estirarse doblando la cintura hasta tocar el rojizo suelo? ¿Y por qué ese fluido movimiento lo hizo tensarse tanto?
–¡Qué gusto da poder moverse! No estoy acostumbrada a estar parada tanto rato –dijo con una sonrisa.
–Seguro que aquí tendrás muchas oportunidades de moverte. Los dos las tendremos.
Y tendría que asegurarse de ir delante de ella siempre que fuera posible ya que no tenía duda de que, si Tami iba caminando delante de él, acabaría cayéndose de boca sobre los caminos de polvo rojizo por no poder apartar los ojos de ese trasero perfecto.
Un hombre alto y esbelto bajó las escaleras de la cabaña de dos pisos y fue a recibirlos esbozando una amplia sonrisa.
–¡Hola y bienvenidos! Soy Leon, uno de vuestros guías.
–Hola, soy Keaton Richmond y ella es mi asistente, Tami Wilson. Hemos venido de avanzadilla.
Leon sonrió.
–Vais a sacarles ventaja a los demás a la hora de acostumbraros a esto.
–¿Eso también significa que los primeros días nos lo vas a poner fácil? –preguntó Tami.
–Digamos que puede que sea un poco menos agotador que lo que tenemos preparado para más adelante –respondió Leon guiñándole un ojo.
En ese momento otro hombre salió de la cabaña. Era más bajo y fornido.
–Es Nathan, mi marido. Ahora es nuestro chef y friegaplatos hasta que volvamos a estar toda la plantilla al completo para el inicio de temporada. Coincidirá con el momento en que llegarán vuestros equipos, así que no os preocupéis por lo tranquilo que está todo ahora mismo.
–La tranquilidad es buena –dijo Tami sonriendo–. Y algo poco común últimamente.
–Entonces, creo que esto te gustará.
Después de presentarles a Nathan, este dijo:
–Pasad. Leon os acompañará a vuestras habitaciones y después os traerá a la cocina. Os he preparado desayuno porque imagino que estaréis muertos de hambre. Debéis de haberos levantado muy temprano.
–Sí, hemos madrugado un poco –admitió Keaton con gesto cansado.
Y cuando se tambaleó ligeramente al levantar las mochilas, Tami le preguntó preocupada:
–¿Estás bien?
–Sí. No todos hemos podido echar una siesta por el camino.
No había pretendido ofenderla, pero al parecer lo hizo porque Tami se sonrojó y agachó la cabeza.
–A lo mejor es por la altitud. No pareces una persona a la que le afecte la falta de sueño.
–No subestiméis la altitud que tenemos aquí –dijo Nathan mientras avanzaban–. Estamos a unos mil doscientos metros más de lo que soléis estar. Puede que os sintáis un poco como… con resaca.
–Genial –murmuró Keaton–. Así que nos toca sufrir pero habiéndonos perdido la diversión.
Leon se rio.
–También os divertiréis. Solo tenéis que daros un poco de tiempo para adaptaros y beber mucha agua. Os reponemos las botellas de la habitación dos veces al día. Manteneros hidratados es probablemente una de las cosas más importantes que podéis hacer para sobrellevarlo.
Una vez en su habitación, Keaton aprovechó para darse una ducha rápida y después volvió a bajar.
Siguió los sonidos de las voces y las risas hasta la impresionante cocina y encontró a Tami sentada en un taburete en un extremo de la enorme isla.
–¿Todo bien? ¿Quieres un café? –le preguntó cuando lo vio parado en la puerta.
–Todo bien –o al menos lo había estado hasta que la había visto. Había creído que estar un rato solo lo ayudaría a centrarse, pero no había sido así–. Y sí, un café estaría genial. Gracias.
–¿Solo y con azúcar?
–¿Lo recuerdas de ayer? –le preguntó él medio sonriendo.
–Mi mente tiene una gran capacidad para recordar los pequeños detalles.
–Pues eso puede resultarnos muy útil siempre que no se te pasen por alto los detalles importantes.
Una vez más la había avergonzado.
Joder, tenía que aprender a medir sus comentarios.
–Lo siento –añadió cuando Tami le dio la taza de café–. A veces soy un poco intenso.
–Disculpas aceptadas y tomo nota –respondió ella sonriendo–. Nathan está terminando de prepararnos unos huevos rancheros. He intentado asomarme para aprender su secreto, pero me ha obligado a sentarme aquí. ¿No te parece que tienen un olor divino?
Al menos le alivió ver que no le había arrebatado todo su entusiasmo con ese último comentario tan desafortunado.
–La verdad es que sí.
–Aquí tenéis –dijo Nathan acercándose con dos platos humeantes–. ¡A comer! Os va a hacer falta –añadió con una carcajada–. Es broma. Hoy Leon os lo pondrá fácil.
–¿Deberíamos preocuparnos? –preguntó Tami.
–No. En serio, es broma.
–No quiero decepcionar a nadie, y menos el primer día.
–Lo harás genial –señaló Keaton sintiendo la extraña necesidad de reconfortarla–. El ritmo lo puedes marcar tú.
Justo en ese momento Leon entró en la cocina.
–Claro. Hoy solo saldremos a dar un paseo para que os acostumbréis al terreno. Cuando hayáis comido, poneos las botas de montaña y aseguraos de traer una mochila pequeña con dos botellas de agua cada uno. Y llevad varias capas de ropa fina. Luego hará más calor, así que probablemente tengáis que quitaros alguna en algún momento.
–Está claro que esto no tiene nada que ver con el clima que hemos dejado atrás, ¿verdad? –le dijo Keaton a Tami antes de sentarse a su lado y empezar a desayunar.
–No.
Aunque le respondió, no pudo evitar pensar que a Tami le preocupaba algo que no estaba expresando. «A su debido tiempo», se dijo.
Ahora mismo se centraría en el plato que tenía delante.
Disfrutó de la explosión de sabores que le llenó la boca mientras ella gemía con extremo placer. Fue un sonido más propio de un dormitorio que de una cocina. Y simplemente con pensar en eso sintió una inquietante sacudida de deseo.
Tami notó a Keaton tensarse.
¿Debería haberse contenido? Era una persona espontánea que veía de lo más natural expresar su placer por algo, sobre todo por algo tan delicioso como la comida que tenían delante.
Quería poder ser ella misma. Se había pasado toda su infancia viendo cómo la refrenaban con firmeza y no iba a permitir más restricciones innecesarias. Keaton Richmond tendría que acostumbrarse a lo expresiva que era a la hora de apreciar lo bueno de la vida, ya fuera comida o cualquier otra cosa. Y si se sentía incómodo, tendría que aprender a sobrellevarlo.
Pero pensar en su infancia y en su padre le recordó el motivo por el que estaba allí y de pronto la comida que tenía en la boca adoptó un sabor algo amargo.
–Esto está riquísimo, Nathan –dijo forzando una sonrisa–. Gracias.
–Es un placer ver a nuestros clientes disfrutar.
–¿Somos los únicos que hay ahora mismo?
–Sí, hasta que el resto de vuestros empleados y los de Construcciones DR lleguen el sábado. Estamos reservados en exclusiva para vosotros.
–¿En exclusiva? ¡Vaya! –exclamó Tami mirando a Keaton.
–Cuando hacemos algo, nos gusta hacerlo bien. ¿Has terminado? Si es así, tal vez deberíamos prepararnos para reunirnos con Leon. Y no olvides el agua.
Él se levantó y llevó los dos platos al fregadero.
De vuelta en su habitación, Tami sacó la mochila pequeña y metió dentro protección solar, un chubasquero fino y tres botellas de agua. Dudó si guardar o no el móvil en el bolsillo lateral y entonces recordó la advertencia de su padre sobre tenerlo cerca a todas horas por si necesitaba llamarla o escribirle.
No podía olvidar que ahora mismo tenía que seguir sus instrucciones y que, por mucho que quisiera rebelarse contra él, debía reunir la información que le había pedido. De modo que, tras asegurarse de silenciarlo, lo metió en el bolsillo y cerró la mochila. Después, se puso una sudadera encima de la camiseta, se ató las botas, se colocó su precioso gorro hecho a mano y bajó las escaleras.
Al ver que los hombres la estaban esperando, gruñó para sí; creía que se había dado prisa. Pero resultaba que Keaton había sido más rápido y que, a juzgar por la mirada que le había echado a su reloj de oro, no le gustaba que le hicieran esperar.
Su padre había sido así, aunque en realidad Tami había acabado dándose cuenta de que había dado igual si ella llegaba tarde o no porque, hiciese lo que hiciese, siempre lo había decepcionado. Cuando había llegado a su hora, entonces la había regañado por la ropa que llevaba o el peinado que se había hecho.
Suspiró.
No debía dejarse afectar por eso ahora. Tenía un jefe nuevo al que impresionar e información que sonsacar, se recordó con pesar.
–Siento haberos hecho esperar.
–No hay problema, Tami –dijo Leon–. Keaton se te ha adelantado solo un minuto.
«¡Ja! Y tú ahí mirando al reloj para hacerme sentir mal».
–¿Vamos entonces? –comentó con alegría.
–¿Qué llevas en la cabeza? –le preguntó Keaton algo confuso.
–¿Esto? –dijo Tami señalándose el gorrito rosa chillón–. Es para que podáis encontrarme fácilmente si me pierdo. ¿Te gusta? Si quieres, esta noche te hago uno.
–Eh, no. Gracias. Creo que el rosa no me va –contestó Keaton con un brillo de diversión en la mirada que le resultó de lo más gratificante.
Dar alegría a otras personas era algo a lo que siempre había aspirado y una de las razones por las que no tenía nada en común con sus padres, que eran los mayores vampiros emocionales de la historia. Tanto era así que a los dieciochos años, además de dejar de verlos, había dado el paso de cambiarse el apellido de «Everard» a «Wilson» para marcar más distancia aún entre ellos. Y además, eso la ayudaba a evitar a los que querían usarla para acceder al dinero y al círculo de su padre.
–¿No? Pues tengo una lana verde lima que te podría ir bien. La estaba guardando para hacer una chaqueta para perro, pero me alegraría más tejer un gorrito para ti –le dijo riéndose.
–Una chaqueta para perro –repitió Keaton con solemnidad–. Gracias por la oferta, pero me conformo con mi gorra –y girándose hacia Leon añadió–: ¿Hasta dónde vamos a ir hoy?
Leon señaló una cima que a Tami le pareció terriblemente alejada.
–Nathan se ha adelantado con un quad para llevar el almuerzo y más agua. Tardaremos una hora y media en llegar, o tal vez dos horas, dependiendo de cómo os encontréis. Y en cuanto a la posibilidad de perderos, no permitiremos que eso pase. Estáis a salvo con nosotros –añadió sonriendo a Tami.
–Pues entonces estoy preparada –dijo con todo el ánimo que pudo.
La caminata no fue demasiado dura y le resultó interesante ver cómo Keaton lo hacía todo con voluntad y aplomo. Se mostró imperturbable incluso cuando una familia de jabalíes se cruzó en su camino. A ella le entraron ganas de salir corriendo y subirse al árbol más cercano, pero Keaton, en cambio, no se inmutó lo más mínimo al ver sus largos y afilados colmillos.
¿Sería así para todo o engañarían las apariencias?
Para cuando habían almorzado y ya estaban recorriendo el camino de vuelta, comenzó a preguntarse qué creería su padre que conseguiría habiéndola situado al lado de Keaton Richmond. Hasta ahora no habían hablado de trabajo e incluso parecía que él estuviera esquivando el tema. Tal vez estaba siendo tan reservado porque Leon estaba con ellos o quizás simplemente quería disfrutar de las vistas. Fuera cual fuera la razón, Tami decidió que resultaría sospechoso intentar sacar constantemente esa conversación y optó por recrearse en el magnífico entorno.
Durante la excursión había ido notando el calor y había acabado solo con los vaqueros y una camiseta de tirantes muy ceñida.
Ya de vuelta en la cabaña les dijeron que tenían tiempo libre antes de la cena que les servirían a la luz de las velas y en la terraza a las siete en punto.
–Tengo la sensación de que lo único que estamos haciendo es comer –dijo sonriendo y dándose una palmadita en la tripa.
Se fijó en que Keaton siguió el movimiento de su mano y que después fue alzando la mirada lentamente, desde su abdomen hasta su cara pasando por sus pechos y su cuello. De pronto todo su cuerpo se encendió, incluidos los pezones, que reaccionaron como si Keaton no solo la estuviera observando.
Le miró las manos. Eran unas fuertes y con dedos largos.
Rezó para que la tela del sujetador disimulara su reacción, pero una fugaz mirada hacia abajo le confirmó que su súplica no había obtenido respuesta.
¡Qué situación tan incómoda!
Se dispuso a quitarse la mochila para sacar la sudadera y cubrirse con ella, pero la tira de la mochila se había enganchado con las de la camiseta y el sujetador y se las había bajado por el hombro.
Avergonzada, se sonrojó.
–Espera, deja que te ayude –dijo Keaton con un tono algo brusco.
Mierda, lo había hecho enfadarse.
Un cosquilleo le recorrió la piel cuando sus dedos le rozaron el hombro para desengancharle la mochila.
–No suelo ser así de patosa. Gracias por la ayuda.
–De nada –respondió Keaton evitando mirarla a los ojos.
–Bueno, si no me necesitas para nada, iré a darme una ducha y a tejer un poco antes de la cena. ¿Te parece bien?
Él asintió.
Pero cuando se agachó para recoger la mochila y comenzó a subir las escaleras, pudo sentir su mirada quemándole la espalda. «No me giraré», se dijo con firmeza, aunque al llegar arriba no pudo evitarlo y se giró.
Keaton seguía mirándola y su rostro estaba cubierto por un tenso gesto de desaprobación.
Sin duda, estaba arrepintiéndose de haberla llevado allí.
Se despidió con la mano, lo cual fue patético, y entró en la habitación mientras se reprendía por su actitud.
En circunstancias normales el desagrado de Keaton no le habría importado, pero tenía dos millones y medio de motivos para hacerlo bien y estaba decidida a asegurarse de que hasta el último dólar que Pennington había robado le sería devuelto a Nuestra Gente, Nuestros Hogares. Así podría cumplir su promesa de recuperar todo lo que habían perdido por su estupidez y además alejarse de su padre para siempre.
A pesar de la premisa de intentar reducir al mínimo el uso del teléfono móvil, Keaton no pudo resistirse a llamar a la oficina.
Kristin respondió su llamada al primer tono.
–Hola, hermano. ¿Ya nos echas de menos?
–Solo quería asegurarme de que está todo bien.
–¿Y por qué no iba a estarlo? Todo marcha igual de bien que cuando saliste de la oficina anoche. Nadie más ha dimitido.
–De momento.
–Bueno, ¿qué tal tu nueva ayudante?
–Bien.
«Demasiado bien», le recordó una voz en su interior.
–¿Es guapa?
–Kristin, eso es muy poco profesional.
–Tienes razón. ¿Pero es guapa?
–Bastante guapa, aunque no es mi tipo –«¡mentiroso!»–. Además, no pienso volver a cometer el mismo error.
–Keaton, lo siento. He sido una estúpida.