E-Pack Bianca y Deseo diciembre 2023 - Bella Mason - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo diciembre 2023 E-Book

Bella Mason

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Beschreibung

Pack 376 Una oportunidad para amar Bella Mason Una semana de placer puro… con consecuencias para toda la vida Un matrimonio perfecto Joss Wood Era un príncipe azul… con condiciones.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º - 376 - diciembre 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-578-0

Índice

 

Créditos

Una oportunidad para amar

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Epílogo

Un matrimonio perfecto

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HANNAH Murphy estaba rodeada de acero cromado y cristal. De no haber sido por el obscenamente caro sillón, habría jurado que estaba en un rascacielos como cualquier otro, quizá en el mismo donde trabajaba; pero, cada vez que miraba la calle, el paisaje le recordaba que aquello era Londres.

Melbourne, su hogar, estaba a miles de kilómetros de distancia. Y todos sus conocidos estarían seguramente dormidos. Bueno, casi todos.

Moviendo nerviosamente una pierna y con el corazón a punto de salírsele del pecho, Hannah clavó la vista en el móvil que sostenía y leyó la respuesta de Emma al último mensaje que le había enviado:

 

Estás haciendo lo correcto. Merece saberlo.

 

Hannah ya lo sabía, y también sabía por qué se estremecía ante la perspectiva de volver a ver a Matt Taylor, el hombre al que había conocido siete meses antes, durante su visita a Australia; el que había trastocado su mundo de mil formas distintas, el que le había dado más placer del que jamás había soñado. El que había logrado que se sintiera la mujer más bella del mundo.

Hannah se llevó los dedos a los labios, donde casi podía sentir el eco de su primer beso, el que le había dado en el aeropuerto: un beso intenso, apasionado, como si quisiera grabar su recuerdo en ella. Y se quedó grabado. Hasta tal punto que estuvo semanas pensando en él en el apartamento que Emma y ella compartían.

Ansiaba sus caricias constantemente, y se tocaba a sí misma todas las noches mientras revivía una y otra vez aquel momento. No era más que una copia barata de lo que le habría gustado hacer, pero se tuvo que contentar con ello porque no podían estar juntos. Sus vidas eran radicalmente distintas. Y ese fue el motivo de que solo volviera a ponerse en contacto con él después de que regresara a Inglaterra; concretamente, cuando todo cambió.

Hannah llevó una mano a su redondeado estómago. El bebé se movió en respuesta, y ella sonrió con dulzura.

Oh, sí, Matt Taylor había trastocado su mundo completo, y ahora le iba devolver la pelota. ¿Cómo reaccionaria cuando se lo dijera? No se atrevía a esperar una reacción entusiasta, porque era obvio que sería toda una sorpresa para él. Por lo menos, ella había tenido tres meses para acostumbrarse a la idea.

Tres meses.

Solo un trimestre.

El mundo era injusto. Había mujeres cuyo periodo era tan puntual como un reloj. Hannah conocía a unas cuantas, y le habría gustado tener tanta suerte; pero, como no la tenía, tardó semanas en darse cuenta de que se había quedado embarazada. Incluso a pesar de estar constantemente cansada, algo inaudito en ella.

Todo el mundo la tenía por una persona muy enérgica, que siempre se apuntaba a cualquier cosa, tanto en el trabajo como en sus horas de esparcimiento. Pero eso cambió entonces y, cuando decidió ir al médico, le dijo dos palabras que la dejaron atónita: «Estás embarazada».

Su sorpresa fue de tal calibre que se quedó en silencio, escuchando las palabras del médico sin prestarle verdadera atención. ¿Cómo era posible? Ser madre era un sueño al que había renunciado tiempo atrás, convencida de que no podía tener hijos. Debía de ser un error. Tenía que serlo.

Pero no lo era, y había tardado bastante en asumirlo. De hecho, solo lo aceptó definitivamente cuando le hicieron la primera ecografía.

Sí, definitivamente, estaba embarazada.

Sin embargo, no se lo dijo a nadie hasta varios días después, porque una parte de ella seguía creyendo que podía ser un error, y no quería preocupar a la gente sin motivo. Además, ninguna de las personas que conocía había notado cambio alguno en su cuerpo. Al fin y al cabo, ella no era alta y esbelta como su mejor amiga, sino de curvas voluptuosas.

Justo entonces, Emma le volvió a enviar otro mensaje:

 

Al menos habéis quedado. Tendréis tiempo

de hablar.

 

Hannah se sintió culpable. No había quedado con él. Tenía intención de quedar, pero no había sido capaz de llamarlo por teléfono. ¿Qué le podía decir? Sobre todo, teniendo en cuenta que se lo había callado durante tres meses y que, además, les había hecho prometer a Emma y a Alex que guardarían el secreto. Algo que había sido particularmente difícil para Alex, porque Matt y él eran como hermanos.

Esos tres meses habían sido un infierno para ella. No pasó un día sin que estuviera a punto de llamar a Matt, pero no sabía cómo afrontar la situación. Solo había estado una semana con él. Matt era un desconocido que había ido a Melbourne de vacaciones y, para empeorar las cosas, le había confesado que no quería ser padre.

Al final, Hannah se terminó convenciendo de que posponer el asunto era lo mejor para todos, e incluso empezó a albergar la esperanza de que la altamente eficaz secretaria de Matt la echara de su despacho cuando fuera a verlo. Al menos podría decir que lo había intentado.

Pero ya no podía seguir esperando y, cuando volvió a mirar el teléfono, se acordó de lo que le habían dicho Emma y Alex en Melbourne y revivió la conversación entera.

 

 

Hannah estaba tumbada en el enorme y marrón sofá de cuero. Tenía una taza de chocolate caliente entre las manos y una manta sobre las piernas, para mantener a raya el frío de Melbourne. Se estaba acercando al final del segundo mes de embarazo, y se sentía atrapada entre el miedo a ser madre y la felicidad de serlo.

–Matt te echa de menos, ¿sabes? –dijo Emma a su lado.

–Y yo a él –le confesó Hannah, acariciando a la gata de su amiga, Lucky–. A veces me siento sola.

–Bueno, no te sentirás sola mucho tiempo –comentó Emma, refiriéndose al bebé.

–Lo sé.

Alex entró en el salón en ese momento y sonrió a Emma antes de sentarse en un sillón. Hannah miró a la pareja y se alegró de que estuvieran tan enamorados, pero también sintió envidia. Estaba segura de que ella no encontraría nunca el amor. Lo más cercano que había conocido era su breve relación con Matt, y solo había sido una aventura sexual con un hombre que ni quería ser padre ni tener una relación seria.

–Tienes que decírselo, Han –insistió Emma, retomando la conversación original–. Es posible que te rechace, sí, pero lo tienes que intentar.

–¿Por qué? No tiene sentido. Me confesó que no quiere tener hijos.

–Aun así, debe saberlo. Además, ¿qué te dijo exactamente? –le preguntó, mirándola con intensidad.

Hannah apartó la mirada.

–Que no quería ser padre, que no está hecho para eso. Me lo contó mientras dábamos un paseo por la playa, al ver a una pareja jugando con su hijo. Y tendrías que haber visto su cara… no pudo ser más vehemente.

–Hannah, conozco a Matt mejor que nadie –intervino Alex–. Sé que querría saberlo. Y sé que no te dejará sola.

Hannah guardó silencio y clavó la vista en su taza. Ya no le apetecía el chocolate.

–Deja que te pregunte una cosa –continuó Alex–. ¿Qué vas a hacer si no? ¿Esperar a dar a luz y presentarte ante Matt con el bebé entre tus brazos? ¿O es que no quieres volver a verlo? Ten en cuenta que tu hijo preguntará por él cuando crezca. ¿Qué le dirás entonces, Hannah? Dale una oportunidad. Tú no eres la única persona a la que hizo daño cuando se marchó.

Hannah era lo suficientemente razonable como para saber que Alex tenía razón, pero ¿cómo le iba a decir a Matt que estaba esperando un hijo, si le había asegurado que no podía quedarse embarazada? Y por otra parte, tampoco sabía si él la echaba tanto de menos como ella a él.

–Quiero darle esa oportunidad. Es que…

Emma se inclinó sobre ella y le apretó una mano.

–Han, Matt no es Travis. Es un buen tipo.

–El mejor que conozco –añadió Alex.

 

 

Había pasado un mes desde aquella conversación, y Hannah se puso tan tensa al recordarla que su bebé se movió de nuevo. Por lo visto, también compartían la inquietud.

Agotada, cambió de posición en el sillón y cruzó los dedos para que sus amigos estuvieran en lo cierto. Le dolía la espalda, y habría dado cualquier cosa por tener un cojín donde apoyarse. Pero eso no le preocupaba tanto como lo que estaba a punto de hacer, así que respiró hondo y le dijo la verdad a su amiga:

 

No hemos quedado. Pero estoy en su despacho,

esperando.

 

Casi pudo ver a su amiga sacudiendo la cabeza. Se había presentado directamente en el despacho de un hombre con quien solo había tenido un romance de verano. Pero no era una noticia que le pudiera dar por teléfono; especialmente, después de haber esperado tres meses para decírselo. No, tenía que verle la cara.

Sin embargo, eso no quería decir que no estuviera aterrada. Había grandes posibilidades de que Matt rechazara al bebé, y hasta era posible que se pusiera furioso. Sin embargo, Hannah solo pretendía informarle de lo sucedido y dejarle claro que no esperaba nada que no le quisiera dar. Si se veía obligada a criar sola al niño, lo criaría sola. Tenía un buen sueldo como programadora, y un apartamento en la ciudad que casi era suyo, porque Emma se había mudado.

En principio, solo se trataba de decírselo, obtener su respuesta y tomar el primer vuelo de vuelta a Melbourne. Pero ¿qué pasaría si él se negaba a dejarla marchar? A fin de cuentas, acababa de llegar a Londres, y llevaba un hijo suyo en su vientre.

Hannah comprendió que se había metido ella sola en una trampa. Y lo que antes le había parecido una buena idea, ahora le pareció una tremenda equivocación.

Quizá por eso, y como si su cuerpo supiera dónde estaba Matt exactamente, se giró hacia un corredor con despachos de paredes de cristal. No pudo ver el suyo. Lo que sí vio fue la mirada de desaprobación de su estirada secretaria, que vestía un traje con falda de color negro. Pero no le importaba lo que pensara de ella: tenía suficientes problemas como para preocuparse por una desconocida.

Bajó la vista y echó un vistazo a su reloj. Llevaba esperando casi una hora, y ni siquiera sabía si la secretaria habría informado a Matt de su presencia. Seguramente, estaba acostumbrada a que las amantes de su mujeriego jefe se presentaran en su despacho a pedirle algo. No en vano, era un hombre rico, atractivo y famoso.

¿Con cuántas mujeres habría estado desde su breve escarceo en Melbourne? ¿Habría pensado alguna vez en ella? ¿Significaría algo para él? ¿Se desvelaría todas las noches recordándola, como le pasaba a ella? Seguramente, no. Pero apartó esa idea de sus pensamientos. Lo suyo no había sido una relación seria y, aunque le echara de menos, Matt tenía derecho a hacer lo que quisiera. No era asunto suyo.

Salvo por el pequeño detalle de que estaban a punto de quedar unidos por un bebé. Si es que quería que formara parte de su vida.

Hannah respiró hondo e intentó controlar sus desbocadas emociones, que tal vez no lo habrían estado tanto si no hubiera estado cansada de esperar y de mirar la ciudad a través de los ventanales. Aunque las magníficas vistas de Londres no tenían nada que ver con su inquietud.

Ya estaba a punto de perder la paciencia, alcanzar el bolso y salir disparada del edificio cuando la secretaria se acercó a ella.

–El señor Taylor la verá ahora –anunció tranquilamente, ajena a su crisis.

–Gracias.

Hannah se levantó tan elegantemente como pudo, se alisó su rojo vestido y, tras colgarse el bolso al hombro, guardó el teléfono móvil y siguió a la mujer por el largo corredor. Su corazón latía a toda velocidad, y aceleraba más y más a medida que se acercaba al despacho de Matt. Pero no sabía si estaba tan nerviosa porque lo iba a volver a ver o por la noticia que le tenía que dar.

Se había quedado embarazada contra todo pronóstico, aunque se suponía que no era fértil. El médico le había dicho que esas cosas eran más comunes de lo que la gente imaginaba, pero ni su sorpresa fue menor por eso ni eso cambiaba el hecho de que iba a tener un niño y de que merecía tener la mejor vida que le pudiera dar.

En ese preciso momento, el bebé pegó una patadita. Y ella dejó escapar un gemido.

–¿Se encuentra bien? –preguntó la secretaria, deteniéndose en seco–. ¿Necesita ayuda?

–No, estoy perfectamente –respondió ella, sonriendo con dulzura.

Y lo estaba. No había necesitado la ayuda de nadie para presentarse en Londres. De hecho, había rechazado la oferta de Emma, que se había prestado a acompañarla, y hasta se había negado a quedarse en el apartamento de Alex. Era su problema, y lo quería afrontar sola.

Un segundo después, llegaron a un despacho gigantesco. Las paredes eran de cristal opaco, pero eso no impidió que distinguiera el dorado destello del sol de la tarde, que lo iluminaba. Estaba a punto de llegar a su destino.

La secretaria llamó a la puerta, la abrió y se apartó.

Matt estaba dentro, tan guapo como siempre, con la camisa remangada y sus gafas de pasta negra encaramadas a su aristocrática nariz. Pero lo que la dejó sin aliento fueron los ojos verdes que se clavaron en ella. De hecho, ni siquiera notó el momento en que la secretaria cerró y los dejó a solas.

–¿Hannah?

Matt frunció el ceño y levantó su alto e impresionante cuerpo de exjugador de rugby.

–Hola, Matt –dijo ella con una sonrisa.

Hannah no podía creer que estuviera allí, admirando su cabello rubio y su fuerte mandíbula. Mirar a Matt era como mirar directamente al sol.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SI Matt era el sol, Hannah era un fuego de vibrantes trenzas rojas que caían sobre sus hombros y de tela escarlata que contrastaba vivamente con el color de su piel. A Matt le pareció aún más bella de lo que recordaba, y eso que la recordaba muy bien. El corazón se le encogió al ver sus ojos marrones, y no se pudo resistir a mirarla de arriba abajo mientras cruzaba la sala para darle un beso.

De haber podido, habría devorado su boca. Hannah había sido la mejor distracción de su vida, y lo había sido de tal manera que seguía asaltando sus sueños varios meses después. El tiempo no había cambiado eso. Pero no signficaba que todo estuviera igual: Matt era un hombre perceptivo, y se dio cuenta de que sus pechos estaban más grandes y su estómago, más redondeado.

–No me llegaste a llamar –le recordó, tomándola de la mano–. Y, por lo que veo, tenemos que hablar.

Ella tragó saliva y abrió la boca para decir algo, pero no lo consiguió. Él la llevó al sillón que estaba delante de su mesa, esperó a que se sentara y se quedó de pie, apoyado en el borde de la primera.

–Gracias –acertó a responder Hannah, en voz baja.

La Hannah de aquel día no se parecía mucho a la mujer que había conocido en Australia, llena de vida y segura de sí misma. Pero a Matt no le extrañó, porque era evidente que estaba embarazada. Y, aunque ardía en deseos de interrogarla al respecto, decidió dejar la iniciativa en sus manos. Además, cabía la posibilidad de que solo estuviera allí en calidad de amiga. No tenía motivos para pensar que el niño que esperaba fuera suyo.

–Huelga decir que siento curiosidad sobre tu estado, pero quiero obligarte a hablar. Debes ser tú quien empiece.

Hannah respiró hondo y cerró los ojos un momento, intentando tranquilizarse de nuevo. Estaba allí para hablar con él y, por otra parte, ese estrés no era bueno para el bebé.

–Bueno, creo que es bastante obvio que estoy embarazada.

Matt no dijo nada. Ella carraspeó y añadió;

–Es hijo tuyo.

Matt la miró con una intensidad abrumadora y, acto seguido, tras unos interminables segundos de silencio, se inclinó sobre la mesa y pulsó un botón.

–¿Sí, Matt? –se oyó la voz de su secretaria.

–No me pases llamadas.

–Tienes una reunión dentro de quince minutos.

–Pues retrásala una hora.

–Por supuesto.

¿Eso era todo? ¿Esa era su reacción? Hannah no supo si sentirse aliviada o peor que nunca. Esperaba que se quedara impactado, o que se enfadara incluso, pero se lo había tomado con una tranquilidad exasperante.

¿Sería que no le importaba? ¿Había perdido el tiempo viajando a Londres?

–¿Cómo ha pasado? –preguntó él, sin perder un ápice de su aplomo.

–Bueno, ya sabes, cuando un hombre y una mujer…

–Hannah –protestó él–. Sabes perfectamente lo que estoy preguntando. Me dijiste que no podías tener hijos.

–Y te dije la verdad. De hecho, ya me había acostumbrado a la idea de no ser madre. Pensé que no corríamos ningún riesgo, pero aquella noche…

Hannah no olvidaría nunca su última noche en Melbourne. Nunca se había sentido tan cerca de nadie, ni siquiera con el hombre que le había partido el corazón, el hombre con el que había querido casarse. Durante unas horas, Matt le había devuelto la capacidad de amar; pero, cuando el sol salió y se fueron al aeropuerto, supo que se estaba engañando a sí misma. Solo eran dos desconocidos que habían tenido una aventura veraniega.

–Ah, sí, aquella noche. Cuando afirmaste que lo que ha pasado era imposible. Y yo me lo creí, ¿verdad? –dijo él, mirándola súbitamente con frialdad–. Pero la cuestión no es esa, sino qué vamos a hacer ahora.

–¿Los dos? No, tú no estás obligado a hacer nada –replicó ella, molesta con su tono–. He venido a verte porque merecías saberlo, y ya te lo he dicho. Lo que decidas es cosa tuya. Si es necesario, estaré encantada de criarlo sola.

 

 

Matt aparentaba tranquilidad, pero estaba a punto de estallar. Él no podía ser padre. No sabía nada al respecto. No tenía ejemplo que seguir.

Ni siquiera sabía cómo era posible que la hubiera dejado embarazada. Siempre era extremadamente cuidadoso con esas cosas. Pero no, claro, aquella vez no lo había sido. Estaba desesperado por poseer a Hannah, ansioso de grabar en su memoria un recuerdo que lo acompañara hasta el fin de sus días.

Y ahora tendría que afrontar las consecuencias de haber perdido el control.

Matt estaba furioso con su propia estupidez. Hannah no era la primera mujer que intentaba tenderle una trampa con un embarazo, pero era la única que había tenido éxito. Y se sentía decepcionado y frustrado a la vez: decepcionado, porque había creído que era distinta a las demás y frustrado porque, a pesar de lo que había hecho, la seguía deseando tanto como la primera vez.

Sin embargo, no podía mostrar debilidad. Tenía que controlar sus emociones, hacer lo que había estado haciendo toda su vida, lo que hacía cada vez que se le presentaba un problema, lo que su padre le había enseñado.

Se quitó las gafas, las dejó en la mesa y, tras frotarse el puente de la nariz, dijo:

–Te pido disculpas por haber sonado tan brusco. Pero, si crees que vas a conseguir que caiga en tu trampa, cometes un grave error.

–¿Trampa? ¿Qué trampa?

–¿Cómo llamarías tú a afirmar que no puedes tener hijos y presentarte en mi despacho embarazada? –preguntó, sin perder la compostura.

–¡Cómo te atreves a decir eso! –bramó ella.

Matt casi admiró su apasionada reacción, pero el fuego de sus ojos no ocultaba los claros síntomas de agotamiento que mostraba su rostro, así que cruzó el despacho, sacó una botella de agua de un armarito y se la dio. Ella la aceptó a regañadientes y echó un buen trago para intentar calmarse. A fin de cuentas, no tenía derecho a estar enfadada con él. Era lógico que la creyera una mentirosa.

–Yo no te mentí, Matt. Se suponía que esto era imposible. Pero ha pasado, y puede ser solo hijo mío o hijo de los dos. Eso es decisión tuya.

–¿Y esperas que acepte tu palabra? –preguntó desconfiando claramente de ella–. Lo siento, pero no. Quiero una prueba de paternidad.

–¡Pero si es tuyo! ¡Eres la única persona con la que me he acostado sin usar preservativo! ¡Y no me he acostado con nadie desde entonces!

Hannah se puso roja de ira, pero él no se inmutó.

–Palabras, solo palabras –dijo, apoyándose otra vez en la mesa y cruzándose de brazos–. Quiero esa prueba de paternidad. Y prepárate como descubra que me has mentido otra vez.

–Yo no te he mentido nunca –declaró ella, mirándolo con desafío.

–Eso está por verse –dijo él, preguntándose hasta dónde habría llegado la traición–. ¿Quién ha venido a Londres contigo?

La pregunta de Matt no era inocente. Se acababa de dar cuenta de un detalle en extremo doloroso: la posibilidad de que su mejor amigo, el hombre al que tenía por un hermano, supiera que Hannah estaba embarazada y se lo hubiera callado. Quería mucho a Alex, y no le perdonaría algo así.

–Nadie –respondió ella.

–¿Dónde te alojas?

Hannah le dio el nombre del hotel, y él suspiró y se pasó una mano por su revuelto y rubio cabello.

–Bueno, es obvio que tenemos que hablar largo y tendido, tan obvio como que este no es el mejor lugar para ello. Iré a verte esta noche a tu hotel.

 

 

Matt la estaba echando, y Hannah no se lo habría podido echar en cara, porque le había soltado una bomba de sopetón, sin preámbulos. Pero su reacción la había dejado tan helada que hasta consideró la posibilidad de haberse equivocado con él, de haberse dejado engañar por una ficción romántica. En ese momento, no parecía el hombre de Melbourne.

La petición de una prueba de paterinidad era indiscutiblemente lógica, pero Hannah no tenía ganas de ser comprensiva. Estaba enfadada y asustada. Desconocía el terreno que estaba pisando, y se sentía terriblemente expuesta.

–Está bien.

Hannah se apoyó en los reposabrazos para levantarse del sillón, y él se acercó a echarle una mano. En otras circunstancias, se lo habría agradecido, pero no en aquellas.

Cuando se giró para mirarlo, él le rozó la mejilla sin querer y apretó los dientes como si el breve contacto le hubiera disgustado.

–Adiós, Matt –dijo ella.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

HANNAH estaba temblando de rabia cuando salió del edificio. Hablar con Matt no había sido de ayuda. El principal problema era que su reacción había sido prácticamente inexistente. Bueno, hasta que la acusó de mentir y de planear el embarazo para extorsionarlo.

¿Cómo se atrevía?

Los ojos le ardían, pero no se permitió ni una lágrima. Ella no iba a ser la típica llorona embarazada que deambulaba con las calles de Londres.

Se echó su melena roja hacia atrás y paró un taxi. Entró en el vehículo, dio la dirección al taxista y se recostó en el asiento, analizando lo sucedido. Matt se había dado cuenta de que estaba encinta en cuanto entró en el despacho, y la había mirado con tanta pasión como en Melbourne, devorándola con los ojos y excitándola al instante.

Hannah se odió por desearle. No necesitaba que Matt Taylor desequilibrara su existencia. No quería un hombre en su vida. No quería volver a cometer ese error. Se había acostado con él en busca de una aventura romántica, algo de una noche o quizás una semana, y ahora estaba unida a él por un bebé.

¿O no?

Al fin y al cabo, Matt no había dicho que quisiera formar parte de su vida. En realidad, no había dicho casi nada. Tal vez, porque pensaba que su bebé era tan irrelevante como ella.

Fuera como fuera, se sentía peor que antes de contárselo. ¿Quién le iba a haber dicho en Melbourne que aquel encuentro iba a terminar de aquella manera, con ella sentada en un taxi de Londres, más enfadada y confundida que nunca?

 

 

Siete meses antes

 

Hannah y su amiga entraron en el abarrotado y ruidoso salón del Zephyr, el club más selecto de Melbourne. Era un lugar verdaderamente elegante, de superficies negras y doradas. Hasta la luz que brillaba sobre sus cabezas era dorada. Estaban en uno de esos sitios de glamour y opulencia a donde solo iban los más afortunados, y lo estaban gracias al nuevo novio de Emma y a un amigo suyo, a los que aún no conocía.

Juntas, atravesaron la parte delantera del local y cruzaron una zona más tranquila, de mesas desperdigadas. Al fondo, se veían varios apartados, pero todos estaban llenos; todos, menos uno, el que estaba oculto tras una cortina.

Emma le dijo algo, pero Hannah no lo entendió, porque acababa de ver al alto, moreno y glorioso hombre de hombros anchos y traje oscuro que estaba al otro lado de la cortina. Fue como tener una revelación, y también debió de serlo para él, porque la miró con toda la intensidad de unos ojos de color verde claro y le dedicó una sonrisa devastadora.

Aquel hombre era Adonis.

Cuando llegaron a la mesa, él se levantó sin dejar de sonreír. Emma abrió la boca con intención de presentarlos, pero él se le adelantó.

–Matt Taylor –dijo con un acento británico que le pareció enormemente sexy.

–Hannah Murphy –dijo ella, sin aliento.

Entonces, él cerró los dedos sobre su mano, se la llevó a los labios y la besó.

–Encantado de conocerte, Hannay Murphy.

Ella habría dado cualquier cosa por volverle a oír pronunciando su nombre.

Matt le ofreció una silla, esperó a que se sentara y se acomodó a su vez. Emma se sentó junto a su lado, pero Hannah ni siquiera notó su presencia. Se sentía como si se hubiera creado una burbuja de vacío donde solo estaban Matt y ella.

–Me alegra que hayas podido venir –declaró él.

Hannah parpadeó e intentó comportarse con normalidad. Era la primera vez que se quedaba tan anonadada con un hombre. Había estado con unos cuantos y había tenido varios escarceos, pero ninguno la había dejado sin habla.

–No podía despreciar la oportunidad de conocer el Zephyr –comentó ella con una sonrisa.

Aquello era desconcertante. Solo se habían cruzado unas cuantas palabras, pero ya estaba deseando asaltar su boca. Y, por la forma en que la miraba, a él le pasaba lo mismo.

–¿Te está gustando Melbourne? –acertó a preguntar.

–Sí, es una gran ciudad, con muchas cosas que ver. Aunque reconozco que las vistas de esta noche me gustan mucho más.

Hannah rio.

–Observo que eres todo un seductor.

–Me gusta pensar que sí.

En ese momento, su teléfono móvil sonó. Hannah siempre lo miraba cuando recibía un mensaje, pero aquella noche se ruborizó ligeramente, lo apagó y volvió a mirar a Matt, que sonreía.

–Vaya, el tono de Sonic –dijo él, a punto de romper a reír.

–Nunca hay que despreciar la música de un buen videojuego, Matt.

–Desde luego que no. Pero no esperaba que una mujer tan arrebatadora llevara el soniquete de ese erizo en su teléfono.

–Las damas somos complejas –bromeó ella–. Estamos llenas de capas.

Matt apoyó los codos en la mesa, se inclinó hacia ella y dijo:

–Háblame de esas capas.

–¿Qué quieres saber? –preguntó, sintiéndose exquisitamente mareada.

–Todo.

Hablaron y rieron largo y tendido. La risa de Matt era un sonido que calentaba su piel y jugueteaba con sus entrañas. En determinado momento, apareció una botella de champán, que Matt abrió y sirvió sin dejar de mirarla. Todas las líneas de su rostro estaban impregnadas de deseo. Era como si hubieran cruzado a una realidad alternativa donde estaban solos, una realidad donde se abalanzarían el uno sobre el otro en cualquier instante.

Y justo entonces, los dos miraron a su alrededor y volvieron a reír. Se habían quedado efectivamente solos. Emma y su novio se habían marchado, y ellos ni siquiera se habían dado cuenta.

–Parece que nos han abandonado –dijo él–. Bueno, como ya no tenemos que preocuparnos por ser groseros con nadie…

–Yo diría que no nos ha preocupado mucho –observó ella.

Matt se encogió de hombros.

–Sea como sea, ahora estamos solos. ¿Te apetece bailar?

Ella asintió, pero solo porque bailar le pareció una alternativa preferible a echarse encima de él y arrancarle la camisa.

–Me encantaría.

Hannah cerró los dedos sobre su mano, y sintió la corriente que se había creado entre ellos. Los ojos de Matt se oscurecieron, y ella deseó saber qué se sentiría al estar pegada a su cuerpo, al besar sus labios, al probar su sabor. Pero el hechizo se rompió brevemente mientras la llevaba a la pista de baile, aunque volvió con toda su intensidad cuando se apretó contra su pecho y empezaron a girar.

Hannah estaba perpleja. Se sentía abrumada, minúscula y segura al mismo tiempo. Aquello era una locura. Se acababan de conocer. ¿Cómo era posible que un desonocido le provocara reacciones tan viscerales?

En cualquier caso, no era momento para preocuparse por eso. Solo quería sentir su contacto, moverse con él, dejarse llevar. Y, al cabo de unos instantes, cuando ya no pudo soportar la tentación que la embriagaba, aprovechó la cercanía de su cara tras uno de los giros y le mordió dulcemente el labio inferior.

Él cerró los ojos y respiró hondo.

–Necesito besarte –dijo ella–. Dime que tú también.

Lo necesitaba con locura, como si todas las células de su cuerpo lo estuvieran gritando a la vez. La piel le ardía, y su respiración se había acelerado.

–Bésame, Matt.

Casi no había terminado la frase cuando Matt la besó. Hannah esperaba algo apasionado, potente, de sobreexcitación pura, algo tan masculino como él. Pero no fue así.

Sus labios la acariciaron con suavidad, ganándosela poco a poco y logrando que lo deseara con más desesperación que antes, Luego, le puso las manos en el talle y la apretó contra él. De repente, Hannah tuvo la sensación de que todo se había quedado en silencio y de que el tiempo se había detenido.

Desesperada, pasó los brazos a su alrededor, intentando pegarse todavía más al sólido muro de su pecho. Matt le introdujo la lengua en la boca, y empezó a juguetar con ella mientras sus dedos se apretaban contra su espalda, hundiéndose en la tela de su vestido como si estuviera haciendo verdaderos esfuerzos por no arrancárselo.

–Oh, Matt… –gimió Hannah contra sus labios–. Llévame a tu hotel.

Él se apartó, y ella se sintió profundamente decepcionada. Hasta que vio el destello en sus ojos verdes y supo que le iba a conceder su deseo.

Matt sonrió y se cerró la chaqueta para ocultar su erección.

–Sígueme –dijo.

 

 

–¿Señora? –preguntó el taxista, sacando a Hannah de la neblina de sus recuerdos–. Ya hemos llegado.

Hannah no se había dado cuenta, pero estaban en la entrada del hotel. Carraspeó, pagó al taxista y se bajó del vehículo.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Siete meses antes

 

Matt tenía la frente apoyada en la de Hannah. Respiraba con dificultad, hechizado con el cuerpo desnudo de Hannah, que yacía a su lado. No podía pensar. No sabía qué decir. Era la última vez que iba a estar con ella, la última vez que se vieran. Al día siguiente, volvería a Inglaterra.

Y justo entonces, cayó en la cuenta de que habían hecho el amor sin preservativo. Ni siquiera se había acordado. ¿Cómo era posible que hubiera perdido el control hasta tal extremo?

–Hannah, lo siento mucho. No hemos…

–No te preocupes, Matt. No pasa nada.

Ella le puso una mano en la mejilla y le acarició el pelo. Él cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación.

–Iré a una farmacia y…

–No es necesario –dijo Hannah con una sonrisa triste–. No puedo tener hijos.

Matt se quedó atónito.

–¿Cómo? Oh, cuánto lo siento.

Y era verdad. Lo sintió tanto por ella que, cuando la tomó entre sus brazos, compartía plenamente su tristeza.

 

 

Matt estaba sentado en su despacho, leyendo la misma línea de un informe por enésima vez. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, suspiró, se quitó las gafas y se frotó el puente de la nariz.

Aquello era ridículo. No se podía concentrar en nada. Su capacidad de concentración era casi legendaria, pero había saltado por los aires desde la aparición de Hannah, y ni siquiera sabía cómo había podido soportar su reunión de la tarde.

¡Un bebé! Iba a ser padre. O no, porque aún no estaba seguro. Aún no tenía la confirmación de la prueba de paternidad.

¿Estaría realmente embarazada de él? ¿O le habría mentido?

Matt se puso a dar vueltas a su última noche, y tuvo la seguridad de que Hannah había sido sincera con él. Sin embargo, eso no quería decir que no estuviera mintiendo ahora. Incluso cabía la posibilidad de que fuera mucho mejor actriz de lo que pensaba.

Al sopesarlo, se preguntó qué habrían pensado sus padres de haber estado vivos. ¿Le habrían dado algún consejo sobre la paternidad? ¿O se habrían sentido decepcionados?

En lo tocante a su padre, no tenía ninguna duda. Nunca había ocultado que su hedonismo le parecía un insulto a los Taylor. Siempre decía que un hombre de verdad no se dejaba llevar por las pasiones o los caprichos. Desde su punto de vista, se comportaba como un niño, y no había nada en él de lo que sentirse orgulloso.

Matt se pasó las manos por el pelo, e intentó volver a leer el maldito informe. Un segundo después, sonó el teléfono y, por primera vez en su vida, estuvo a punto de no contestar a la persona que llamaba.

–Hola, Alex. Me alegra que me llames, aunque deberías haber llamado hace tiempo –dijo con recriminación.

–Quería decírtelo, pero no tenía derecho.

Matt, que se sentía profundamente traicionado por su amigo, replicó:

–Eso es una excusa, y lo sabes de sobra.

–Mira, comprendo que estés enfadado conmigo. Yo también lo estaría, pero había otra persona involucrada, además de Hannah y tú –declaró, refiriéndose a Emma.

–¿Intentaste al menos que me lo dijera? ¿O te limitaste a guardarle el secreto con toda tranquilidad, para no tener que involucrarte?

–Por supuesto que lo intenté. Y durante varios meses. Pero era decisión suya, no mía –Alex se detuvo un momento–. Lo ha pasado mal, colega.

Matt se levantó de la silla y se acercó a la ventana. A decir verdad, no sabía lo que él habría hecho de haberse encontrado en la posición de su amigo, pero no se sentía con ganas de ser comprensivo. Por lo visto, todo el mundo había sabido que Hannah estaba embarazada. Todos menos él. Y le dolía.

–¿Matt? ¿Te encuentras bien? –preguntó Alex al cabo de varios segundos de silencio.

–¿Que si estoy bien? No, no lo estoy. Cabe la posibilidad de que vaya a ser padre. Y no me preocupa solo porque no tuviera intención de serlo, sino porque ahora solo voy a tener unos cuantos meses para acostumbrarme a la idea.

–Sí, lo comprendo. Pero lo vas a ser de todas formas, así que… ¿qué piensas hacer?

Matt apoyó una mano en el frío cristal y respiró hondo.

¿Qué iba a hacer? No podía dejar las cosas como estaban. Tenía que hablar con Hannah. Por enojado que estuviera, era obvio que mantenerlo en secreto habría sido difícil para ella. ¿Cómo lo habría llevado? ¿Habría tenido náuseas matinales? ¿En quién se habría apoyado?

–No lo sé, pero ya lo sabré en su momento. Si el bebé es efectivamente mío.

–Matt, Hannah no es de ese tipo de mujeres. No te está tendiendo una trampa.

–Puede que no, pero eso tampoco lo sé.

Matt cortó la comunicación y se guardó el teléfono móvil en el bolsillo.

Lo primero que tenía que hacer era hablar con Hannah y tener una conversación franca, sin subterfugios, para que los dos conocieran el terreno que estaban pisando. Y lo segundo era la prueba de paternidad, porque no estaría tranquilo hasta saber a ciencia cierta si ese bebé era suyo o no.

Mientras miraba el paisaje de la ciudad, repasó los acontecimientos del día. Todo el mundo quería algo de él: las mujeres que se le acercaban, los inversores, los medios de comunicación. Y ahora, también Hannah, la misma persona que le había dicho en Melbourne que no podía tener hijos.

Tenso, regresó a la mesa y pulsó el botón para llamar a su secretaria.

–Despeja mi agenda de esta semana, por favor.

–Enseguida.

Sus reuniones podían esperar. La empresa que había levantado necesitaba de toda su atención, al igual que sus empleados; pero no podía hacer un buen trabajo si tenía la cabeza en otras cosas. De momento, Hannah sería su objetivo prioritario. Aunque solo fuera por lo que habían compartido en Melbourne.

A pesar de los meses transcurridos desde entonces, Matt no podía olvidar la conexión que había surgido entre ellos. Nunca había sentido nada parecido. En cuanto clavó la vista en su vestido dorado, supo que tenía un problema. La refulgente tela enfatizaba unas curvas que ansiaba tocar y explorar. Se había acostado con bastantes mujeres, y sabía que ella también estaba interesada en él. Pero, cuando empezó a hablar, le gustó más aún.

Y qué decir del sabor de sus labios, del roce de sus brazos alrededor de su cuello. Lo había extrañado. La había extrañado. Lamentablemente, se había quedado embarazada después de asegurarle que no podía tener hijos. Y, si al final resultaba que el bebé no era suyo, empezaría a dudar de la integridad de todas las personas en las que confiaba.

Tenía que hacer algo, y deprisa.

Alcanzó sus llaves, salió del despacho a toda prisa y se detuvo un momento para hablar brevemente con su secretaria.

–No estaré disponible durante los próximos días –le informó–. Por favor, no me desvíes ninguna llamada.

Matt se fue antes de que ella pudiera abrir la boca, dejándola perpleja. Pensaría que se había vuelto loco. Y quizá tuviera razón.

Cuando salió del edificio y se subió a su deportivo, solo tenía una idea en la cabeza: ver a Hannah.

 

 

El sonido del televisor estaba silenciado. Hannah no sabía lo que estaban poniendo ni si había estado viéndolo antes. Tenía el estómago revuelto y los ojos, hinchados. Estaba agotada, y aún disgustada por su reunión con Matt; pero, a pesar de ello, era incapaz de dejar de pensar en él y en su aventura de Melbourne.

Además, estaba preocupada por su bebé. Si Matt decidía que no quería saber nada al respecto, lo criaría por sus propios medios, pero no le sobraba el dinero. La fortuna de su familia se había esfumado en la época de sus abuelos. Lo único que sobrevivió fue la casa de Toorak y, cuando sus padres murieron, no tuvo más remedio que venderla. Sin embargo, estaba segura de que encontraría la forma de salir adelante.

Por desgracia, había problemas que la incomodaban más. Por ejemplo, qué haría cuando su hijo creciera y preguntara por su padre. ¿Mentir? ¿O decirle la verdad y hacerle daño? No lo sabía, pero se aseguraría de que no lo echara de menos y de que Matt no pudiera verlo nunca. Protegería a su bebé a toda costa.

Si Matt no quería saber nada de él, ni siquiera volvería a pronunciar su nombre. Sin mencionar el hecho de que nadie tenía por qué saber lo mucho que le deseaba, hasta el punto de que a veces cerraba los ojos y le imaginaba besándola, hasta cuando se sentía poco atractiva, o particularmente entonces, más bien.

Esos pensamientos eran suyos y nada más que suyos. No los había compartido ni con la propia Emma. Y carecían totalmente de importancia si el hombre en cuestión daba la espalda a su propio hijo.

–Me aseguraré de que te sientas querido –dijo al bebé, llevándose una mano a su estómago–. Te prometo que siempre podrás confiar en mí.

El bebé pegó una patadita como si la hubiera entendido y, casi al mismo tiempo, llamaron a la puerta.

Hannah se levantó y abrió.

–Matt…

Hannah no habría podido decir que su repentina visita la sorprendiera. A decir verdad, ya no le creía capaz de sorprenderla.

Capítulo 5

 

 

 

 

 

PUEDO pasar?

Hannah se sintió dividida. No sabía si quería que entrara, pero tampoco quería dejar las cosas como estaban. Necesitaba una respuesta, salir de dudas. Además, cabía la posibilidad de que aquella fuera la última vez que se vieran. Tenían amigos comunes; pero, si Matt rechazaba a su hijo, lo olvidaría para siempre.

–Solo quiero hablar –añadió él.

Hannah se apartó de la puerta y le dejó entrar. La habitación del hotel le había parecido enorme hasta unos segundos antes; pero ahora, con Matt dentro, le pareció minúscula, como si él ocupara todo el espacio.

Nerviosa, pasó a su lado y se sentó en la silla que estaba en la esquina, lo cual no contribuyó precisamente a aliviar el dolor de la parte baja de su espalda.

Matt se dio cuenta, así que alcanzó uno de los cojines de la cama, se acercó a ella y se lo puso detrás. Hannah se estremeció al sentir su contacto y, por la súbita intensidad de los ojos de Matt, supo que él había sentido algo similar. Pero, por mucho que se desearan, la situación había cambiado. Aquello no era una pausa en el devenir de las cosas, como su aventura de Melbourne. Aquello era la vida real.

Matt se sentó en el borde de la cama, casi pegado a ella, pero sin rozarla. Y ella lamentó que no la tocara.

Tras un momento de incómodo silencio, él respiró hondo y dijo:

–Me pillaste de sorpresa esta mañana. Sinceramente, nunca he querido tener hijos… pero eso carece de importancia a estas alturas. Si ese bebé es mío, quiero formar parte de su vida.

–Ese niño es tuyo, Matt –declaró ella con impaciencia.

–¿Niño? ¿Cómo sabes que sera un varón? –preguntó él, con expresión de asombro.