Una oportunidad para amar - Bella Mason - E-Book

Una oportunidad para amar E-Book

Bella Mason

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Beschreibung

Bianca 3055 Una semana de placer puro… con consecuencias para toda la vida. Matt Taylor era famoso por refrenar perfectamente sus emociones, y solo había perdido el control con una mujer; pero Hannah Murphy, la pelirroja de Melbourne con quien había mantenido una tórrida y breve aventura, formaba parte del pasado… o eso creía hasta que apareció en su oficina de Londres, embarazada de siete meses. Hannah había cruzado medio planeta para informarle de que iban a tener un hijo, pero la fría reacción de Matt le hizo preguntarse si era el mismo hombre que la había vuelto loca de deseo. Matt le tendría que abrir su corazón si quería que se quedara en Londres y lo compartiera todo con él, empezando por su bebé.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Bella Mason

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una oportunidad para amar, n.º 3055 - diciembre 2023

Título original: Secretly Pregnant by the Tycoon

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804660

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HANNAH Murphy estaba rodeada de acero cromado y cristal. De no haber sido por el obscenamente caro sillón, habría jurado que estaba en un rascacielos como cualquier otro, quizá en el mismo donde trabajaba; pero, cada vez que miraba la calle, el paisaje le recordaba que aquello era Londres.

Melbourne, su hogar, estaba a miles de kilómetros de distancia. Y todos sus conocidos estarían seguramente dormidos. Bueno, casi todos.

Moviendo nerviosamente una pierna y con el corazón a punto de salírsele del pecho, Hannah clavó la vista en el móvil que sostenía y leyó la respuesta de Emma al último mensaje que le había enviado:

 

Estás haciendo lo correcto. Merece saberlo.

 

Hannah ya lo sabía, y también sabía por qué se estremecía ante la perspectiva de volver a ver a Matt Taylor, el hombre al que había conocido siete meses antes, durante su visita a Australia; el que había trastocado su mundo de mil formas distintas, el que le había dado más placer del que jamás había soñado. El que había logrado que se sintiera la mujer más bella del mundo.

Hannah se llevó los dedos a los labios, donde casi podía sentir el eco de su primer beso, el que le había dado en el aeropuerto: un beso intenso, apasionado, como si quisiera grabar su recuerdo en ella. Y se quedó grabado. Hasta tal punto que estuvo semanas pensando en él en el apartamento que Emma y ella compartían.

Ansiaba sus caricias constantemente, y se tocaba a sí misma todas las noches mientras revivía una y otra vez aquel momento. No era más que una copia barata de lo que le habría gustado hacer, pero se tuvo que contentar con ello porque no podían estar juntos. Sus vidas eran radicalmente distintas. Y ese fue el motivo de que solo volviera a ponerse en contacto con él después de que regresara a Inglaterra; concretamente, cuando todo cambió.

Hannah llevó una mano a su redondeado estómago. El bebé se movió en respuesta, y ella sonrió con dulzura.

Oh, sí, Matt Taylor había trastocado su mundo completo, y ahora le iba devolver la pelota. ¿Cómo reaccionaria cuando se lo dijera? No se atrevía a esperar una reacción entusiasta, porque era obvio que sería toda una sorpresa para él. Por lo menos, ella había tenido tres meses para acostumbrarse a la idea.

Tres meses.

Solo un trimestre.

El mundo era injusto. Había mujeres cuyo periodo era tan puntual como un reloj. Hannah conocía a unas cuantas, y le habría gustado tener tanta suerte; pero, como no la tenía, tardó semanas en darse cuenta de que se había quedado embarazada. Incluso a pesar de estar constantemente cansada, algo inaudito en ella.

Todo el mundo la tenía por una persona muy enérgica, que siempre se apuntaba a cualquier cosa, tanto en el trabajo como en sus horas de esparcimiento. Pero eso cambió entonces y, cuando decidió ir al médico, le dijo dos palabras que la dejaron atónita: «Estás embarazada».

Su sorpresa fue de tal calibre que se quedó en silencio, escuchando las palabras del médico sin prestarle verdadera atención. ¿Cómo era posible? Ser madre era un sueño al que había renunciado tiempo atrás, convencida de que no podía tener hijos. Debía de ser un error. Tenía que serlo.

Pero no lo era, y había tardado bastante en asumirlo. De hecho, solo lo aceptó definitivamente cuando le hicieron la primera ecografía.

Sí, definitivamente, estaba embarazada.

Sin embargo, no se lo dijo a nadie hasta varios días después, porque una parte de ella seguía creyendo que podía ser un error, y no quería preocupar a la gente sin motivo. Además, ninguna de las personas que conocía había notado cambio alguno en su cuerpo. Al fin y al cabo, ella no era alta y esbelta como su mejor amiga, sino de curvas voluptuosas.

Justo entonces, Emma le volvió a enviar otro mensaje:

 

Al menos habéis quedado. Tendréis tiempo

de hablar.

 

Hannah se sintió culpable. No había quedado con él. Tenía intención de quedar, pero no había sido capaz de llamarlo por teléfono. ¿Qué le podía decir? Sobre todo, teniendo en cuenta que se lo había callado durante tres meses y que, además, les había hecho prometer a Emma y a Alex que guardarían el secreto. Algo que había sido particularmente difícil para Alex, porque Matt y él eran como hermanos.

Esos tres meses habían sido un infierno para ella. No pasó un día sin que estuviera a punto de llamar a Matt, pero no sabía cómo afrontar la situación. Solo había estado una semana con él. Matt era un desconocido que había ido a Melbourne de vacaciones y, para empeorar las cosas, le había confesado que no quería ser padre.

Al final, Hannah se terminó convenciendo de que posponer el asunto era lo mejor para todos, e incluso empezó a albergar la esperanza de que la altamente eficaz secretaria de Matt la echara de su despacho cuando fuera a verlo. Al menos podría decir que lo había intentado.

Pero ya no podía seguir esperando y, cuando volvió a mirar el teléfono, se acordó de lo que le habían dicho Emma y Alex en Melbourne y revivió la conversación entera.

 

 

Hannah estaba tumbada en el enorme y marrón sofá de cuero. Tenía una taza de chocolate caliente entre las manos y una manta sobre las piernas, para mantener a raya el frío de Melbourne. Se estaba acercando al final del segundo mes de embarazo, y se sentía atrapada entre el miedo a ser madre y la felicidad de serlo.

–Matt te echa de menos, ¿sabes? –dijo Emma a su lado.

–Y yo a él –le confesó Hannah, acariciando a la gata de su amiga, Lucky–. A veces me siento sola.

–Bueno, no te sentirás sola mucho tiempo –comentó Emma, refiriéndose al bebé.

–Lo sé.

Alex entró en el salón en ese momento y sonrió a Emma antes de sentarse en un sillón. Hannah miró a la pareja y se alegró de que estuvieran tan enamorados, pero también sintió envidia. Estaba segura de que ella no encontraría nunca el amor. Lo más cercano que había conocido era su breve relación con Matt, y solo había sido una aventura sexual con un hombre que ni quería ser padre ni tener una relación seria.

–Tienes que decírselo, Han –insistió Emma, retomando la conversación original–. Es posible que te rechace, sí, pero lo tienes que intentar.

–¿Por qué? No tiene sentido. Me confesó que no quiere tener hijos.

–Aun así, debe saberlo. Además, ¿qué te dijo exactamente? –le preguntó, mirándola con intensidad.

Hannah apartó la mirada.

–Que no quería ser padre, que no está hecho para eso. Me lo contó mientras dábamos un paseo por la playa, al ver a una pareja jugando con su hijo. Y tendrías que haber visto su cara… no pudo ser más vehemente.

–Hannah, conozco a Matt mejor que nadie –intervino Alex–. Sé que querría saberlo. Y sé que no te dejará sola.

Hannah guardó silencio y clavó la vista en su taza. Ya no le apetecía el chocolate.

–Deja que te pregunte una cosa –continuó Alex–. ¿Qué vas a hacer si no? ¿Esperar a dar a luz y presentarte ante Matt con el bebé entre tus brazos? ¿O es que no quieres volver a verlo? Ten en cuenta que tu hijo preguntará por él cuando crezca. ¿Qué le dirás entonces, Hannah? Dale una oportunidad. Tú no eres la única persona a la que hizo daño cuando se marchó.

Hannah era lo suficientemente razonable como para saber que Alex tenía razón, pero ¿cómo le iba a decir a Matt que estaba esperando un hijo, si le había asegurado que no podía quedarse embarazada? Y por otra parte, tampoco sabía si él la echaba tanto de menos como ella a él.

–Quiero darle esa oportunidad. Es que…

Emma se inclinó sobre ella y le apretó una mano.

–Han, Matt no es Travis. Es un buen tipo.

–El mejor que conozco –añadió Alex.

 

 

Había pasado un mes desde aquella conversación, y Hannah se puso tan tensa al recordarla que su bebé se movió de nuevo. Por lo visto, también compartían la inquietud.

Agotada, cambió de posición en el sillón y cruzó los dedos para que sus amigos estuvieran en lo cierto. Le dolía la espalda, y habría dado cualquier cosa por tener un cojín donde apoyarse. Pero eso no le preocupaba tanto como lo que estaba a punto de hacer, así que respiró hondo y le dijo la verdad a su amiga:

 

No hemos quedado. Pero estoy en su despacho,

esperando.

 

Casi pudo ver a su amiga sacudiendo la cabeza. Se había presentado directamente en el despacho de un hombre con quien solo había tenido un romance de verano. Pero no era una noticia que le pudiera dar por teléfono; especialmente, después de haber esperado tres meses para decírselo. No, tenía que verle la cara.

Sin embargo, eso no quería decir que no estuviera aterrada. Había grandes posibilidades de que Matt rechazara al bebé, y hasta era posible que se pusiera furioso. Sin embargo, Hannah solo pretendía informarle de lo sucedido y dejarle claro que no esperaba nada que no le quisiera dar. Si se veía obligada a criar sola al niño, lo criaría sola. Tenía un buen sueldo como programadora, y un apartamento en la ciudad que casi era suyo, porque Emma se había mudado.

En principio, solo se trataba de decírselo, obtener su respuesta y tomar el primer vuelo de vuelta a Melbourne. Pero ¿qué pasaría si él se negaba a dejarla marchar? A fin de cuentas, acababa de llegar a Londres, y llevaba un hijo suyo en su vientre.

Hannah comprendió que se había metido ella sola en una trampa. Y lo que antes le había parecido una buena idea, ahora le pareció una tremenda equivocación.

Quizá por eso, y como si su cuerpo supiera dónde estaba Matt exactamente, se giró hacia un corredor con despachos de paredes de cristal. No pudo ver el suyo. Lo que sí vio fue la mirada de desaprobación de su estirada secretaria, que vestía un traje con falda de color negro. Pero no le importaba lo que pensara de ella: tenía suficientes problemas como para preocuparse por una desconocida.

Bajó la vista y echó un vistazo a su reloj. Llevaba esperando casi una hora, y ni siquiera sabía si la secretaria habría informado a Matt de su presencia. Seguramente, estaba acostumbrada a que las amantes de su mujeriego jefe se presentaran en su despacho a pedirle algo. No en vano, era un hombre rico, atractivo y famoso.

¿Con cuántas mujeres habría estado desde su breve escarceo en Melbourne? ¿Habría pensado alguna vez en ella? ¿Significaría algo para él? ¿Se desvelaría todas las noches recordándola, como le pasaba a ella? Seguramente, no. Pero apartó esa idea de sus pensamientos. Lo suyo no había sido una relación seria y, aunque le echara de menos, Matt tenía derecho a hacer lo que quisiera. No era asunto suyo.

Salvo por el pequeño detalle de que estaban a punto de quedar unidos por un bebé. Si es que quería que formara parte de su vida.

Hannah respiró hondo e intentó controlar sus desbocadas emociones, que tal vez no lo habrían estado tanto si no hubiera estado cansada de esperar y de mirar la ciudad a través de los ventanales. Aunque las magníficas vistas de Londres no tenían nada que ver con su inquietud.

Ya estaba a punto de perder la paciencia, alcanzar el bolso y salir disparada del edificio cuando la secretaria se acercó a ella.

–El señor Taylor la verá ahora –anunció tranquilamente, ajena a su crisis.

–Gracias.

Hannah se levantó tan elegantemente como pudo, se alisó su rojo vestido y, tras colgarse el bolso al hombro, guardó el teléfono móvil y siguió a la mujer por el largo corredor. Su corazón latía a toda velocidad, y aceleraba más y más a medida que se acercaba al despacho de Matt. Pero no sabía si estaba tan nerviosa porque lo iba a volver a ver o por la noticia que le tenía que dar.

Se había quedado embarazada contra todo pronóstico, aunque se suponía que no era fértil. El médico le había dicho que esas cosas eran más comunes de lo que la gente imaginaba, pero ni su sorpresa fue menor por eso ni eso cambiaba el hecho de que iba a tener un niño y de que merecía tener la mejor vida que le pudiera dar.

En ese preciso momento, el bebé pegó una patadita. Y ella dejó escapar un gemido.

–¿Se encuentra bien? –preguntó la secretaria, deteniéndose en seco–. ¿Necesita ayuda?

–No, estoy perfectamente –respondió ella, sonriendo con dulzura.

Y lo estaba. No había necesitado la ayuda de nadie para presentarse en Londres. De hecho, había rechazado la oferta de Emma, que se había prestado a acompañarla, y hasta se había negado a quedarse en el apartamento de Alex. Era su problema, y lo quería afrontar sola.

Un segundo después, llegaron a un despacho gigantesco. Las paredes eran de cristal opaco, pero eso no impidió que distinguiera el dorado destello del sol de la tarde, que lo iluminaba. Estaba a punto de llegar a su destino.

La secretaria llamó a la puerta, la abrió y se apartó.

Matt estaba dentro, tan guapo como siempre, con la camisa remangada y sus gafas de pasta negra encaramadas a su aristocrática nariz. Pero lo que la dejó sin aliento fueron los ojos verdes que se clavaron en ella. De hecho, ni siquiera notó el momento en que la secretaria cerró y los dejó a solas.

–¿Hannah?

Matt frunció el ceño y levantó su alto e impresionante cuerpo de exjugador de rugby.

–Hola, Matt –dijo ella con una sonrisa.

Hannah no podía creer que estuviera allí, admirando su cabello rubio y su fuerte mandíbula. Mirar a Matt era como mirar directamente al sol.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SI Matt era el sol, Hannah era un fuego de vibrantes trenzas rojas que caían sobre sus hombros y de tela escarlata que contrastaba vivamente con el color de su piel. A Matt le pareció aún más bella de lo que recordaba, y eso que la recordaba muy bien. El corazón se le encogió al ver sus ojos marrones, y no se pudo resistir a mirarla de arriba abajo mientras cruzaba la sala para darle un beso.

De haber podido, habría devorado su boca. Hannah había sido la mejor distracción de su vida, y lo había sido de tal manera que seguía asaltando sus sueños varios meses después. El tiempo no había cambiado eso. Pero no signficaba que todo estuviera igual: Matt era un hombre perceptivo, y se dio cuenta de que sus pechos estaban más grandes y su estómago, más redondeado.

–No me llegaste a llamar –le recordó, tomándola de la mano–. Y, por lo que veo, tenemos que hablar.

Ella tragó saliva y abrió la boca para decir algo, pero no lo consiguió. Él la llevó al sillón que estaba delante de su mesa, esperó a que se sentara y se quedó de pie, apoyado en el borde de la primera.

–Gracias –acertó a responder Hannah, en voz baja.

La Hannah de aquel día no se parecía mucho a la mujer que había conocido en Australia, llena de vida y segura de sí misma. Pero a Matt no le extrañó, porque era evidente que estaba embarazada. Y, aunque ardía en deseos de interrogarla al respecto, decidió dejar la iniciativa en sus manos. Además, cabía la posibilidad de que solo estuviera allí en calidad de amiga. No tenía motivos para pensar que el niño que esperaba fuera suyo.

–Huelga decir que siento curiosidad sobre tu estado, pero quiero obligarte a hablar. Debes ser tú quien empiece.

Hannah respiró hondo y cerró los ojos un momento, intentando tranquilizarse de nuevo. Estaba allí para hablar con él y, por otra parte, ese estrés no era bueno para el bebé.

–Bueno, creo que es bastante obvio que estoy embarazada.

Matt no dijo nada. Ella carraspeó y añadió;

–Es hijo tuyo.

Matt la miró con una intensidad abrumadora y, acto seguido, tras unos interminables segundos de silencio, se inclinó sobre la mesa y pulsó un botón.

–¿Sí, Matt? –se oyó la voz de su secretaria.

–No me pases llamadas.

–Tienes una reunión dentro de quince minutos.

–Pues retrásala una hora.

–Por supuesto.

¿Eso era todo? ¿Esa era su reacción? Hannah no supo si sentirse aliviada o peor que nunca. Esperaba que se quedara impactado, o que se enfadara incluso, pero se lo había tomado con una tranquilidad exasperante.

¿Sería que no le importaba? ¿Había perdido el tiempo viajando a Londres?

–¿Cómo ha pasado? –preguntó él, sin perder un ápice de su aplomo.

–Bueno, ya sabes, cuando un hombre y una mujer…

–Hannah –protestó él–. Sabes perfectamente lo que estoy preguntando. Me dijiste que no podías tener hijos.

–Y te dije la verdad. De hecho, ya me había acostumbrado a la idea de no ser madre. Pensé que no corríamos ningún riesgo, pero aquella noche…

Hannah no olvidaría nunca su última noche en Melbourne. Nunca se había sentido tan cerca de nadie, ni siquiera con el hombre que le había partido el corazón, el hombre con el que había querido casarse. Durante unas horas, Matt le había devuelto la capacidad de amar; pero, cuando el sol salió y se fueron al aeropuerto, supo que se estaba engañando a sí misma. Solo eran dos desconocidos que habían tenido una aventura veraniega.

–Ah, sí, aquella noche. Cuando afirmaste que lo que ha pasado era imposible. Y yo me lo creí, ¿verdad? –dijo él, mirándola súbitamente con frialdad–. Pero la cuestión no es esa, sino qué vamos a hacer ahora.

–¿Los dos? No, tú no estás obligado a hacer nada –replicó ella, molesta con su tono–. He venido a verte porque merecías saberlo, y ya te lo he dicho. Lo que decidas es cosa tuya. Si es necesario, estaré encantada de criarlo sola.

 

 

Matt aparentaba tranquilidad, pero estaba a punto de estallar. Él no podía ser padre. No sabía nada al respecto. No tenía ejemplo que seguir.

Ni siquiera sabía cómo era posible que la hubiera dejado embarazada. Siempre era extremadamente cuidadoso con esas cosas. Pero no, claro, aquella vez no lo había sido. Estaba desesperado por poseer a Hannah, ansioso de grabar en su memoria un recuerdo que lo acompañara hasta el fin de sus días.

Y ahora tendría que afrontar las consecuencias de haber perdido el control.

Matt estaba furioso con su propia estupidez. Hannah no era la primera mujer que intentaba tenderle una trampa con un embarazo, pero era la única que había tenido éxito. Y se sentía decepcionado y frustrado a la vez: decepcionado, porque había creído que era distinta a las demás y frustrado porque, a pesar de lo que había hecho, la seguía deseando tanto como la primera vez.

Sin embargo, no podía mostrar debilidad. Tenía que controlar sus emociones, hacer lo que había estado haciendo toda su vida, lo que hacía cada vez que se le presentaba un problema, lo que su padre le había enseñado.

Se quitó las gafas, las dejó en la mesa y, tras frotarse el puente de la nariz, dijo:

–Te pido disculpas por haber sonado tan brusco. Pero, si crees que vas a conseguir que caiga en tu trampa, cometes un grave error.

–¿Trampa? ¿Qué trampa?

–¿Cómo llamarías tú a afirmar que no puedes tener hijos y presentarte en mi despacho embarazada? –preguntó, sin perder la compostura.

–¡Cómo te atreves a decir eso! –bramó ella.

Matt casi admiró su apasionada reacción, pero el fuego de sus ojos no ocultaba los claros síntomas de agotamiento que mostraba su rostro, así que cruzó el despacho, sacó una botella de agua de un armarito y se la dio. Ella la aceptó a regañadientes y echó un buen trago para intentar calmarse. A fin de cuentas, no tenía derecho a estar enfadada con él. Era lógico que la creyera una mentirosa.

–Yo no te mentí, Matt. Se suponía que esto era imposible. Pero ha pasado, y puede ser solo hijo mío o hijo de los dos. Eso es decisión tuya.

–¿Y esperas que acepte tu palabra? –preguntó desconfiando claramente de ella–. Lo siento, pero no. Quiero una prueba de paternidad.

–¡Pero si es tuyo! ¡Eres la única persona con la que me he acostado sin usar preservativo! ¡Y no me he acostado con nadie desde entonces!

Hannah se puso roja de ira, pero él no se inmutó.

–Palabras, solo palabras –