Más que deseo - Bella Mason - E-Book

Más que deseo E-Book

Bella Mason

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Beschreibung

Bianca 2987 Un encuentro fortuito condujo a una relación extraordinaria. Al tropezarse con un desconocido enmascarado en un glamuroso baile en Melbourne, a Emma se le aceleró el pulso. Y eso fue antes de que el desconocido se presentara. Era Alexander Hastings, un director ejecutivo multimillonario, lo que lo situaba fuera de su círculo. Pero Alex mostró mucho interés por Emma. Y, solo por una vez, ella salió de la sombra que proyectaba su familia sobre su vida y fue al ático del multimillonario. La increíble conexión que se estableció entre ambos despertó en ella el deseo de aquello que nunca se había permitido desear, de lo único que Alex no podía ofrecerle: ¡amor eterno!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Bella Mason

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más que deseo, n.º 2987 - febrero 2023

Título original: Awakened by the Wild Billionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411413848

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

RESPIRACIONES profundas.

Emma Brown subió las escaleras y al llegar al salón de baile miró a su alrededor buscando a su mejor amiga. Fue a ajustarse la máscara y volver a estirarse el vestido, pero se dijo que debía tranquilizarse.

Buscó a su amiga entre el montón de mujeres con vestidos de baile. Había máscaras de todos los colores y formas y una copa de champán en cada mano.

Del techo colgaban lámparas de araña que reflejaban la luz en todas direcciones. Emma miró por un ventanal y sonrió al contemplar los cientos de lucecitas que resplandecían en la superficie de la piscina. El hotel era precioso y le encantaba ver la ciudad desde allí. Pocos sitios le gustaban tanto como Melbourne.

Cautivada por lo que la rodeaba, anduvo sin prestar atención hacia donde se dirigía, hasta que chocó con una sólida pared que la dejó sin aliento. Un fuerte brazo la sujetó por la cintura para que no perdiera el equilibrio.

–Perdone –tartamudeó ella.

–¿Está bien? –le preguntó una voz profunda.

La fascinaron tanto el acento inglés como los ojos azules que se posaron en lo suyos. Se le encogió el estómago. Notó el calor que emanaba de la mano en su espalda. El corazón le latía a mil por hora.

–Eh… si… Lo siento –rio nerviosa–. Que disfrute de la fiesta –murmuró sonrojándose mientras se alejaba.

Miró hacia atrás al hombre de esmoquin que llevaba una sencilla máscara negra y observó muy complacida que seguía mirándola. Divisó a sus hermanas que le hicieron un gesto para que se acercara, pero Emma agradeció inmensamente que Hannah la saludara con la mano.

Hannah, su mejor amiga, su compañera de piso y su eterna salvadora, era el único motivo por el que había accedido acudir a aquella fiesta. El día anterior, Hannah había cumplido veintiocho años y pensó que debían prolongar la celebración.

–¡Hola! ¡Estás preciosa! –le dijo Hannah con entusiasmo mientras la abrazaba.

–Gracias. Pues a ti se van a volver a mirarte muchos esta noche.

–Y desharé muchas camas –Hannah rio mientras se enrollaba un mechón de cabello en el dedo.

–Eres terrible.

–Probablemente –Hannah le dio una copa de champán–. Creo que vas a necesitarla antes de que se acerquen tus hermanas.

–¿No hay nada más fuerte?

–Me he dejado el veneno en el otro bolso. ¿Quién es ese bombón que no deja de mirarte?

–Estoy casi segura de que se trata de lord Alexander Hastings –susurró Emma.

–¿Estás casi segura?

–La máscara me hace dudar.

–¿Por qué no te acercas, te presentas y resuelves tus dudas? En serio, parece interesado.

–No creo, sobre todo porque acabo de chocar con él.

Hannah rio.

–Eres idiota. Y hablando de idiotas, aquí llega Lauren.

–Estupendo.

Emma y Hannah esbozaron una educada sonrisa mientras la mujer se les acercaba. Lauren era la hermana mayor de Emma y la más guapa: alta, rubia, y con unos cautivadores ojos de color avellana. Maddison, la hermana menor, los tenía igual. Emma siempre se había considerado fea en comparación con Lauren. Pero lo que más la envidiaba era que fuera la preferida de su padre.

–Hola, hermanita. ¿Dónde está Maddie?

–Por ahí anda. Ya veo que, por fin, has hecho un esfuerzo y has venido –contestó Lauren en tono de superioridad.

Pero Emma no la escuchaba. Tenía la mirada fija en el hombre que la atraía de un modo instintivo. Con una mano en el bolsillo, hablaba con un grupo de personas que lo rodeaban, al tiempo que la observaba.

Estaba tan absorta que no se dio cuenta de que Maddison se había unido a ellas.

–¡Emma! –exclamó Lauren con impaciencia.

–Perdona, ¿qué decías?

–Te he preguntado por qué te has decidido a venir. Creí que ibas a quedarte en casa –dijo Lauren lanzándole una mirada acusadora.

–He cambiado de idea. Me han invitado, igual que a ti, Lauren –Emma pensó que la noche se iba a convertir en una pesadilla y se arrepintió de haber ido.

–Bueno, pero recuerda que yo represento a la empresa.

Emma rio.

–Lo sé y no pienso robarte el protagonismo, sobre todo cuando yo voy a poder disfrutar de la fiesta mientras tú vas a tener que dedicarte a relacionarte.

–Chicas, mejor será que vayamos a un lugar más tranquilo –Maddie intervino lanzando una mirada de disculpa a Emma.

–No hace falta. Solo estamos hablando –Lauren se llevó la copa a los labios.

Se oía el murmullo de las conversaciones por todas partes. Los invitados hablaban, reían y sonreían. Nadie parecía haberse dado cuenta de la presencia de Emma, salvo una persona, que frunció el ceño la ver que ella dejaba de sonreír. El hombre se alejó del grupo con el que estaba.

–Deberíamos empezar a hablar con la gente –sugirió Emma para reducir la tensión. Lo único que le hacía falta era pasar un rato con Hannah para que mejorara su estado de ánimo.

Por desgracia, Lauren tomó a Emma del brazo y se la llevó. Debía de haber notado que miraba a Alexander Hastings y decidió que iba a hacer algo al respecto.

–Estoy totalmente de acuerdo –dijo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MIENTRAS se tomaba un whisky, Alex vio por el rabillo del ojo que las dos mujeres se aproximaban, decepcionado porque la interesante morena no estuviera sola. Se reprochó por sentirse así, ya que ni siquiera habían hablado. Era absurdo sentir nada.

Pero lo sentía cada vez que sus ojos azules se posaban en él, cada vez que la pillaba mirándolo y cada vez que veía que se ponía nerviosa. Lo seducía y no sabía el motivo. ¿Por qué le resultaba más atractiva que las demás invitadas?

Cuando las dos mujeres llegaron, lo desconcertó que no fuera ella la que hablara primero.

–¿Le importa que charlemos con usted? –preguntó la deslumbrante rubia en un tono tan claramente insinuante que le puso los pelos de punta. Conocía a muchas mujeres como ella.

–Como gusten –le indicó la única silla vacía que había y ella se sentó de modo que la abertura lateral del vestido se le abriera de forma seductora. Él tuvo que contenerse para no poner los ojos en blanco. Se levantó para ofrecerle la silla a la mujer morena, pero antes de que esta tuviera tiempo de agradecérselo, la rubia los interrumpió.

–Lauren Brown –dijo tendiéndole la mano–. Y mi hermana Emma.

–Encantado de conocerlas.

–Tiene acento inglés –Lauren le tocó el brazo–. ¿Ha llegado hace poco a la ciudad?

–Más o menos –contestó Alex con una sonrisa forzada.

–¿Por qué no me saca a bailar para conocernos mejor?

Alex observó que Emma cerraba los ojos y respiraba hondo. Al volver a abrirlos estaba mucho más tranquila. Era interesante.

–Creo que bailar es una idea excelente–. Emma, ¿quiere bailar conmigo? –la miró fijamente al tiempo que le tendía la mano.

Muy sorprendida, Emma le dio la suya.

–Lo haré encantada.

 

 

Emma lo agarró del brazo mientras se dirigían a la pista. Lo último que vio fue la amarga expresión del rostro de su hermana. No había nada que Emma deseara de lo que Lauren no disfrutara primero.

No sabía qué música sonaba, cuando él la tomó en sus brazos. Le parecía increíble que alguien la hubiera elegido antes que a Lauren. Era la primera vez.

Cuando él le puso la mano en la espalda, ella se estremeció. Siguió sus pasos sin esfuerzo, como si fuera un imán que la atrajera. Era, ciertamente, una atracción que nunca había experimentado.

–Por cierto, me llamo Alexander Hastings.

–Lo sé. Creo que todo Melbourne lo sabe. Ha producido una conmoción.

–¿Ah, sí?

En efecto, y no solo por su empresa. Había muchas páginas y grupos en las redes sociales dedicadas a alabar al atractivo y multimillonario playboy de treinta y dos años, hijo de un conde inglés. En cada foto aparecía con una mujer distinta, todas ellas altas y de largas piernas. Ahora, al estar tan cerca de él, Emma entendió por qué.

Deseaba acariciarle el rostro, besarle la mandíbula y tirarle del negro y suave cabello. La mirada de sus ojos azul celeste, de largas y espesas pestañas, era intensa y depredadora.

Emma sonrió.

–Creo que lo sabe perfectamente.

–Me gusta llamar la atención.

Él hizo una mueca y deslizó la mano hasta el final de su espalda para atraerla más hacia sí. La atrapó con la mirada. Y Emma se dijo que en su vida había deseado más que la besaran.

 

 

Alex observó que ella se mordía el labio inferior, lo que hizo que quisiera besarla allí mismo, en medio del salón de baile, pero se contuvo.

–¿Y si tomamos algo? –preguntó para romper el hechizo.

Agarró dos copas de champán de la bandeja de un camarero que pasaba a su lado y condujo a Emma a la terraza que daba a la piscina. Ella fue derecha a la barandilla a mirar la ciudad iluminada.

–¿Verdad que es hermosa?

–Muy hermosa –afirmó él mirándola al tiempo que le tendía una de las copas.

La fresca brisa la hizo estremecerse. Él dejó la copa, se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros.

Ella sonrió.

–Gracias.

Su sonrisa lo fascinó. ¿Cómo podía resultarle tan seductora cuando ni siquiera le había visto el rostro?

Deseaba besarla. Le daba igual que estuvieran en público y que la conociera desde hacía menos de una hora. De todos modos, se marcharía a la mañana siguiente.

–Me encanta esta ciudad. ¿La ha visitado?

La voz de Emma lo devolvió a la realidad.

–No lo suficiente.

–Pues tal vez algún día te la enseñe, Alexander. ¿Te importa que nos tuteemos?

La promesa lo conmovió. Nunca había deseado con tanta intensidad marcharse de una fiesta con una mujer. El brillo de sus ojos lo llevó a pensar que ella sentía lo mismo.

–¿Quieres tomar algo?

Ella rio.

–Creo que ya lo estamos haciendo.

–Estaba pensando en un lugar más tranquilo y con mejores vistas.

 

 

Él esbozó una deslumbrante sonrisa y a ella el corazón le dio un vuelco. Deseaba probar aquella sonrisa.

Tuvo que reprimir una risita ante semejante idea. Era una mujer precavida, nada impulsiva. Pero la abrumaban su aroma y su presencia. Tal vez hubiera llegado el momento de divertirse un poco.

–Me encantaría.

Y él volvió a sonreír.

Dejaron las copas en una mesa y salieron de la terraza. Él volvió a ponerle la mano en la espalda.

Al marcharse, Emma vio la mirada asesina que le dirigió Lauren y tuvo que contenerse para no echarse a reír.

En el vestíbulo, Alex le sostuvo la puerta para que saliera. Una vez en la calle, la tomó de la mano y se acercó al portero para que le llevaran el coche, un Sedán negro, que aparcó frente a ellos unos minutos después. Uno de los patrocinadores de la fiesta era una empresa de vehículos compartidos que se había encargado de llevar a todos los invitados al hotel.

Emma se alegró, ya que eso permitió a Alex sentarse a su lado. Este dio la dirección al conductor. Emma fue a quitarse la máscara, pero él la detuvo y le pidió que se la dejara puesta.

Ella lo miró a los ojos y la sensual promesa que contempló en ellos hizo que no se la quitara. Él volvió a sonreírle y le apretó la mano, antes de mirar por la ventanilla las luces de la ciudad, de camino a su ático en Port Melbourne, lo que a ella le dio la oportunidad de observar sus rasgos sin que la viera. Volvió a reprimir el deseo de besarlo.

El coche se detuvo y él desmontó y le tendió la mano para que saliera y la condujo al interior de un edificio. Cuando las puertas del ascensor se cerraron, el corazón de ella comenzó a latir a toda velocidad. Alex le pasó el brazo por la cintura, la atrajo hacia sí y la besó en el cuello. Ella dejó escapar un suspiro y el rio.

Cuando las puertas volvieron a abrirse, Emma lo siguió al piso.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

EMMA se quedó sin aliento. Alex le había dicho la verdad. Ni siquiera se fijó en el resto del piso, pues se sintió atraía por los grandes ventanales.

La vista era magnífica. Se quitó la chaqueta de él, la dejó en un sofá y se acercó a contemplar las luces de un ferry que salía del puerto. Después se percató de que había ventanales todo alrededor del piso de dos alturas.

Los techos eran altos, por lo que se imaginó la cantidad de luz que entraría de día. Estaba rodeada de acero y cristal. Era un espacio moderno y limpio, pero acogedor. Pensó, sin saber por qué, que era un hogar perfecto para Alex.

Notó su presencia detrás de ella y se volvió. Él se quitó la máscara y la dejó en la mesa de centro.

Al verle el rostro, se dijo que las fotos no le hacían justicia. Era el hombre más guapo que había visto en su vida.

Él le desató la máscara y se la quitó.

–Llevo toda la noche queriendo hacerlo.

La dejó al lado de la suya y se volvió hacia ella sonriendo lentamente.

Emma se dijo que debería estar penado ser tan guapo. En ese momento, lo único que deseaba era acariciarle los labios.

 

 

Alex observó que ella le miraba la boca y que después llevaba los dedos a sus labios para acariciárselos suavemente. Le pareció que estaba en el paraíso. Le agarró la mano y le besó los dedos, antes de meterse uno en la boca. Ella suspiró y cerró los ojos. Él le mordisqueó el dedo, ella volvió a abrir los ojos y trató de retirar la mano, pero él no la soltó.

Le pasó una mano por la cintura y la atrajo hacia sí mientras le ponía la otra en la nuca. Se sacó el dedo de la boca y ella le puso las manos en el pecho y notó la dureza de los músculos bajo la camisa.

Se miraron a los ojos durante un instante eterno y él inclinó la cabeza para rozarle los labios con los suyos e hizo amago de apartar la cabeza. Pero ella no se lo permitió. Apretó los labios contra los de él, que inmediatamente la estrechó en sus brazos.

Se besaron profunda y apasionadamente. El aire entre ellos estaba cargado de electricidad.

Él la empujó contra uno de los ventanales y apretó su cuerpo contra el de ella mientras enredaba la lengua con la suya, lo que provocó un incendio en el interior de Emma. Él le soltó la cintura y llevó la mano a su mejilla mientras con la otra le acariciaba el cuerpo.

Ella le sacó la camisa del pantalón y le metió las manos por debajo para sentir su piel y sus músculos. El sordo gemido que soltó Alex al notar sus manos los sorprendió a los dos. Él dejó de besarla.

Le sorprendía la intensidad de lo que experimentaba. Había conquistado a muchas mujeres, pero aquella era la primea que lo afectaba con tanta fuerza desde la primera caricia. Necesitaba un poco de espacio.

–Te he ofrecido una bebida –dijo sin soltarla.

Parecía que no era capaz de hacerlo. Lo impresionaba la forma en que la luz se reflejaba en sus ojos y los hacía brillar. Le quitó las horquillas de plata del cabello, que le cayó sobre los hombros. Era una mujer que cortaba la respiración.

Ella sonrió con coquetería.

–No me importa saltármela.

 

 

Emma se preguntó si seguía siendo la de siempre. No solía ser tan descarada, sino una tranquila y tímida redactora publicitaria. Pero aquel nuevo aspecto de sí misma la hacía sentirse viva.

Alex rio, le dio un rápido beso en los labios y se separó de ella.

–¿Qué quieres tomar? –preguntó mientras se quitaba la pajarita y la dejaba en uno de los sofás.

–Sorpréndeme –ella se sentó en una de las sillas de la cocina y lo observó mientras preparaba las bebidas–. Se te da bien. ¿Has trabajado de barman?

Él lanzó una carcajada.

–No he tenido esa suerte. Me he limitado a aprender a hacer las cosas que me gustan.

–Entonces, ¿sabes cocinar? –Emma vio que vertía un líquido de color ámbar en dos copas con hielo.

–Sí, pero nada muy complicado –le tendió una copa y dio un sorbo de la suya–. Creo que te he prometido una buena vista.

La tomó de la mano para conducirla a un ascensor interior que los llevó a la azotea. Si a Emma la había cautivado la vista desde el interior, la que se contemplaba desde allí arriba no tenía punto de comparación. La ciudad se extendía a su espalda y el mar frente a ella.

–¡Caramba! –exclamó–. Si viviera aquí, nunca estaría en el interior. ¿Cómo es que no te pasas la vida aquí? –preguntó sin apartar la vista del horizonte.

–Porque no trabajo donde me divierto.

Ella contempló la piscina.

–Tu vida está llena de normas, ¿verdad?

–Eso la hace más sencilla.

Emma estuvo de acuerdo. Dio un sorbo de la bebida. Era dulce, mentolada y deliciosa.

–No me imaginaba que te gustaran los cócteles.

–¿Quieres que te cuente un secreto?

Ella asintió.

–Prefiero el whisky, pero un cóctel impresiona a una mujer bella.

Emma rio. No creía que él necesitara recurrir a ningún truco. Era impresionante por sí mismo.

–No creo que te haga falta esforzarte. Tu acento inglés ya de por sí es muy sexy.

–¿Ah, sí?

–Lo sabes de sobra.

Parecía que iba a ser una noche mucho mejor de lo que se había imaginado. Se sentía más ligera que en la fiesta. Y aunque se estaba tomando una bebida deliciosa y seguía contemplando las maravillosas vistas, su cuerpo continuaba siendo plenamente consciente de la proximidad de Alex.

Él sugirió que volvieran dentro. La invitó a ponerse cómoda en un sofá distinto de aquel en que había dejado la pajarita. Apuró la copa y la dejó en la mesa de centro. Después se desabrochó el botón del cuello de la camisa y se sentó al lado de Emma.

Le quitó la copa de la mano y la dejó junto a la otra. Le introdujo la mano en el cabello y la besó en los labios, se separó y volvió a hacerlo. La besó suavemente en la mandíbula y el cuello y volvió a los labios. Su lengua le pidió permiso para entrar y ella entreabrió los suyos. La boca de él aún conservaba el sabor de la dulce bebida mentolada.

Sus besos marearon a Emma, que comenzó a sentir calor en el centro de su feminidad. Él la besaba con suavidad, pero, de repente, lo hizo con pasión y profundidad. Ella se asió a su cabello y le arañó el cuero cabelludo.

Alex gimió. Apretó el cuerpo contra el de ella y la tumbó en el sofá. Le levantó una pierna y presionó su dura masculinidad contra el sexo de ella, que dijo su nombre entre gemidos. Él la besó con más deseo y urgencia. Ella comenzó a jadear, y ni siquiera se habían desnudado.

–Dime qué quieres, Emma –dijo él mientras la besaba en el cuello.

–A ti, todo tú. Más… –jadeó ella.

Él le bajó lentamente la cremallera del vestido. Ella se estremeció cuando él le acarició la piel desnuda. La besó en el hombro mientras le bajaba el vestido, del que ella quería librarse lo más rápidamente posible. Lo único que deseaba era sentir los labios de Alex en cada centímetro de la piel.

Al notar su deseo, él se echó hacia atrás, le quitó el vestido y lo tiró al suelo.

Emma lo observó mientras le desabrochaba la hebilla de los zapatos de tacón. Ambos cayeron al suelo ruidosamente. Y volvió a besarla. Deslizó la boca por una de sus piernas y frotó la nariz contra su sexo, aún cubierto; la besó en el vientre antes de, por fin, desabrocharle el sujetador. Emma soltó una risita y él lanzó la prenda al suelo.

Se metió un pezón en la boca y ella contuvo la respiración. La tensión que experimentaba iba en aumento. Y supo que quería volverla loca hasta que lo único que pudiera decir durante toda la noche fuera su nombre.