Se busca prometida - Bella Mason - E-Book

Se busca prometida E-Book

Bella Mason

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Beschreibung

Multimillonario repudiado busca prometida. Solo se tendrá en cuenta a ricas herederas. Julian Ford, hombre hecho a sí mismo y empresario implacable procedente de los barrios bajos, necesitaba asegurarse fondos de un grupo de inversores. Su solución: anunciar un compromiso con una mujer perteneciente a una familia importante de San Francisco… ¡y Lily Barnes-Shah cumplía los requisitos!La propuesta de negocio de Julian le ofrecía a Lily la oportunidad de escapar de un matrimonio concertado no deseado. Pero no podía haberse imaginado ni el ardiente deseo que surgiría entre los dos ni que anhelaría algo fuera de los límites de su acuerdo temporal: entregarse a la pasión bajo las carísimas sábanas de Julian…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Bella Mason

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Se busca prometida, n.º 3078 - abril 2024

Título original: Their Diamond Ring Ruse

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411808866

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La habitación no había cambiado nada en veinte años. Desde los libros hasta los adornos, pasando por el mueble bar con forma de globo terráqueo, todo estaba exactamente como antes. A Lily Barnes-Shah le entraron ganas de salir corriendo, pero se quedó ahí de pie, frente a su hermano Devan.

De pequeños les había encantado el despacho de su padre. Aunque nunca les habían dejado jugar allí, de un modo u otro siempre habían acabado haciéndolo. Los muebles de madera oscura, el inmenso escritorio tallado y las gruesas cortinas les habían proporcionado infinidad de opciones cada vez que jugaban al escondite. Su padre siempre había acabado encontrándolos y sacándolos de allí con una severa advertencia y una sonrisa difícil de ocultar.

Ahora ese lugar parecía un monumento espeluznante, y recordar la sonrisa que le había hecho querer tanto a su estricto padre le producía rabia. Al igual que su hermano. Apenas reconocía al hombre calculador en que se había convertido el que una vez había sido su mejor amigo.

Su padre, Samar, a quien solían llamar Sam, había muerto de un infarto al corazón hacía apenas dos meses y a unas semanas de cumplir los sesenta y seis años. Aquel día todo había cambiado para Lily.

Shah International, dedicada a la importación, exportación y distribución para distintas cadenas de tiendas, había pasado de su abuelo a su padre y de este a Devan. Desde que su hermano se había unido al negocio, ella y él habían ido alejándose más. Su padre había conseguido lo que siempre había querido, que su heredero siguiera sus pasos, pero ella había perdido a su mejor amigo. A su hermano.

–Papá planeó esto hace años. En su momento te pareció bien, ¿por qué supone un problema ahora? –le preguntó Devan tras el escritorio.

Dios, ¡cuánto se parecía a su padre! Ahora él era el patriarca de la familia. Su palabra era ley.

–Nunca me pareció bien, pero ¿qué podía hacer? Tenía diecinueve años y estaba estudiando fuera. Obedecí a papá, pero, aun así, estuve suplicándole ¡cinco años!

Aunque Lily siempre había querido complacer a su padre, ese acuerdo era más de lo que podía soportar.

–Papá me prometió que encontraría una solución, pero ahora está muerto y tú eres el único que puede ponerle fin a esto.

No dejaba de darle vueltas a aquella conversación que había tenido con su padre. Sí, él la había puesto en esa situación, pero, después de ver lo controlador que era Lincoln, le había prometido que intentaría liberarla del acuerdo. Le había prometido que encontraría una solución, y él nunca había faltado a sus promesas. Bueno, al menos hasta que un infarto que nadie había visto venir lo había obligado a hacerlo.

–Tu compromiso…

¿Cómo podía Devan disfrazar semejante locura con la palabra «compromiso»? Ella ni siquiera había accedido, estaban imponiéndoselo.

–Un matrimonio concertado –dijo entre dientes.

–Tu compromiso nos protege a los dos.

La destrozaba que Devan, que la conocía mejor que nadie, no se preocupara por sus sentimientos. ¿Cómo habían podido ser tan buenos amigos y acabar así?

–Protege una inversión. Pensé que mi hermano querría protegerme a mí.

Había esperado que Devan quisiera ayudarla, pero ahora veía que el chico que la había idolatrado había desaparecido.

–Lily, es lo mejor para los dos. Sí, Shah International marcha bien y es nuestra, pero Arum… Papá solo tenía un treinta por ciento, y Arthur, un cincuenta, lo cual estaba bien cuando Arthur vivía y siguió estando bien cuando murió y Lincoln tomó el mando…

–¿Pero ahora que papá no está…?

Arthur Harrison había sido el mejor amigo de su padre. Los dos, de familias adineradas, habían socializado en los mismos círculos, ido a los mismos colegios y estudiado en las mismas prestigiosas universidades. Más que amigos, habían sido hermanos, y así habían seguido muchos años. Por eso, cuando Arthur le había propuesto a Sam que se asociaran en un negocio, su padre no lo había dudado.

Habían empezado con una pastelería y habían acabado convirtiéndola en un supermercado y luego en una cadena. Después, la empresa se había pasado a la producción.

Sam había accedido a tener una participación más pequeña de la empresa por una serie de razones, pero principalmente porque opinaba que a menos acciones, menos riesgos.

Para preservar su amistad, habían accedido a llevar a cabo una readquisición de acciones si la sociedad no funcionaba. Y con el fin de proteger el negocio que estaban levantando, una vez habían atraído a otros accionistas, habían decidido firmar una cláusula según la cual se expulsaría del consejo a cualquier accionista que desprestigiara al negocio y se readquirirían sus acciones.

Por eso, en un principio a Sam le había parecido bien tener un treinta por ciento. Después de todo, su prioridad siempre había sido Shah International, al menos hasta que Arum había crecido hasta ser el gigante en que se había convertido.

Lily había querido mucho a Arthur. Al igual que su padre, había sido un empresario astuto e inteligente. Formidable en la sala de juntas y adorable con su familia. Por eso su hijo Lincoln había resultado ser toda una sorpresa.

–Lincoln es el accionista mayoritario, Lil –dijo Devan–. Necesitamos que te cases con él y que lo tengas contento. No es como su padre y ya sabes que encontrará algún modo de ejecutar esa cláusula aunque tenga que inventarse una excusa.

–No quiero casarme con él, Dev.

Lily sentía náuseas. Estaba desesperada.

–Lo siento, Lily. Tú y yo sabemos mejor que nadie cómo es Linc.

¡Como para no saberlo!

Habían crecido juntos. Devan, el mayor de los tres, siempre había sido el responsable, el líder del grupo. Lily había sido una niña llena de energía y sociable, siempre dispuesta a jugar, pero Lincoln… Siempre había sido frío. Calculador. Malcriado. Y había empeorado según había ido creciendo.

Cuando Sam y Arthur habían bromeado con que Lily y Lincoln acabarían casándose, ella había sabido que Linc no la querría, sino que solo se casaría porque así tendría control absoluto una vez el negocio cayera en manos de Devan y de él. Ella se convertiría en un peón que él usaría para controlar a su hermano.

Tras la muerte de Arthur, Sam había hablado con Lincoln sobre la posibilidad de un matrimonio porque sabía que esa unión no solo beneficiaría a Linc, sino también a sus dos hijos. Devan ya había mostrado una mente estratégica y Sam sabía que, con Lily uniendo a las dos familias, su hijo podría llevarse las cosas a su terreno, ya que Lincoln se vería menos tentado a echar a un miembro de su propia familia.

Lily recordaba bien el día en que su padre le había hablado del matrimonio que quería concertar. Recordaba el escalofrío que la había recorrido al pensar en lo espantosa que sería la vida con Lincoln.

–Sí, fui una tonta por pensar que querrías liberar a tu hermana de algo así.

Incapaz de seguir mirando a su hermano, se giró hacia un estante repleto de libros. No podía soportar que Devan viera su dolor.

–No quiero obligarte, pero es lo que hay –dijo su hermano con voz suave.

Ella, aún sin mirarlo, le contestó con tono gélido.

–¿Y ya está? ¿La empresa importa más que yo?

–Lily…

¡A la mierda! Ya estaba harta de intentar ser educada, de intentar pedir ayuda. Sabía valerse por sí misma. No necesitaba a su hermano.

–No me vengas con «Lily esto, Lily lo otro». Shah International nos da más dinero del que sabemos manejar, pero tú quieres más y te da igual que sea yo la que tenga que pagar el pato.

–No sabes lo que dices. Nunca has querido tener nada que ver con la empresa.

Eso era verdad. Nunca había tenido ningún interés, y no había pasado nada, porque todas las expectativas habían recaído en Devan, que había estado encantado con ello.

Mientras, a ella su padre le había concedido su sueño: estudiar repostería en Francia. Además, Lily había hecho un grado en Empresariales y había aprovechado ambas formaciones para abrir su pastelería en Fisherman’s Wharf.

Ahora, con solo veinticuatro años, dirigía uno de los establecimientos más populares de San Francisco.

–¿Qué nos ha pasado, Dev? –preguntó acercándose al escritorio–. Tienes razón. No quería trabajar en la empresa. Viendo en lo que te has convertido, ¿cómo iba a querer? Estás tan obsesionado con ese treinta por ciento de Arum que no valoras la riqueza que tienes con Shah, ni siquiera aunque te cueste tu propia sangre.

–¿Estás amenazándome con romper todo lazo conmigo si no te sales con la tuya?

Lily respiró hondo. Pensar en apartarse de su hermano le rompía el alma; que su relación se hubiera vuelto tan conflictiva le producía un dolor constante. Solo se tenían el uno al otro. Después del funeral de su padre, su madre había dicho que no podía seguir viviendo en la casa de Presidio Heights con todos los recuerdos que guardaba, pero que tampoco podía alejarse de ella del todo. Así que había decidido viajar. Lo último que sabía de Victoria Barnes-Shah era que estaba en algún lugar de Italia. Los había dejado a Devan y a ella en esa gigantesca casa, rodeados de silencio.

Además, Lily había confiado en que su madre respetase que no quería casarse con Lincoln, pero Victoria le había dicho: «Tu padre te quería muchísimo y solo quería lo mejor para sus hijos. Deberías obedecer sus deseos».

Tal vez aquellas palabras habían sido fruto del dolor y de la pena, pero habían hecho que se sintiera más sola todavía.

–Ojalá pudieras ver lo injusto que es que me pidas hacerlo. Yo jamás te haría daño intencionadamente, pero, si no me ayudas, encontraré un modo de solucionar las cosas por mi cuenta.

–No cometas ninguna imprudencia, por favor –dijo Devan preocupado.

Lily no respondió. Haría lo que hiciera falta. Lo único que quería era vivir su vida con libertad. Casarse con quien ella eligiera, si es que elegía casarse.

–Y no olvides que esta noche tenemos ese evento –le recordó Devan.

–¿En serio? ¿Después de todo lo que te he dicho?

Devan suspiró.

–Mira, si no quieres ir con Lincoln, no tienes por qué hacerlo. Ve conmigo.

Lily observó a su hermano no muy segura de si podía confiar en la invitación. Por otro lado, tal vez fuera una oferta de paz, así que decidió aceptarla.

–Vale.

Pero eso no significaba que no fuera a ponerse a buscar una solución desde ya mismo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Sentada al lado de Devan, Lily jugueteaba con su pulsera de diamantes mientras miraba por la ventanilla de la limusina. No había vuelto a dirigirle la palabra a su hermano tras la conversación de antes, aunque, siendo sincera, agradecía que no la hubiera obligado a asistir al evento con Lincoln.

En el más absoluto silencio, cruzaron las calles arboladas hasta llegar a la bahía.

–Cuando entremos ahí, ¿podrás fingir que no me odias? –preguntó Devan.

Lily lo miró.

–No te odio, Dev. Odio lo que me estáis obligando a hacer –respondió con voz suave antes de volver a mirar por la ventanilla.

Sabía que era una noche importante. Era el primer gran evento empresarial desde que Devan había ocupado el puesto de su padre y quería ofrecerle su apoyo.

–Estás muy guapa, por cierto –dijo él tras una breve pausa.

Lily se miró el vestido; era un diseño largo, amarillo y ceñido a las muñecas con tiras de diamantes.

La velada se celebraría en The Royal, un hotel boutique de El Presidio. Siempre le había encantado ese sitio. De día era precioso, pero de noche, con el Golden Gate iluminado, resultaba aún más impresionante.

Era un evento dirigido a las familias de ilustre abolengo que lo habían iniciado muchos años atrás. De hecho, Lily conocía a muy pocas personas nuevas que hubieran entrado en el círculo, y, si lo habían hecho, había sido por tener unas cuentas bancarias imposibles de ignorar.

La limusina se detuvo debajo de un pórtico. Al instante, un joven con un uniforme impecable le abrió la puerta y la ayudó a bajar.

En cuanto entraron en la gran sala, Lily notó la mano de Devan en la espalda, como animándola a avanzar. El lugar estaba lleno de personas muy arregladas, sonrientes y con copas en la mano. Se oían los suaves acordes de la música clásica, aunque el constante murmullo de las voces los amortiguaba.

Allá donde miraba había grupos de personas y, entre ellas, camareros con chalecos negros circulando con bandejas de obras de arte comestibles.

Devan oteó unos cuantos rostros entre la multitud antes de indicarle que se dirigieran a un punto en particular. A Lily le dio un vuelco el estómago. A pesar de la discusión, había esperado poder pasar la noche acompañada de su hermano, pero ahora veía que sería imposible y que tendría que disimular la rabia que sentía con una sonrisa encantadora.

Miró a Devan y vio un brillo de inseguridad en su mirada que enseguida se transformó en uno de determinación mientras la conducía hacia Lincoln Harrison. Notó el amargo sabor de la traición. Si esa tarde no lo había tenido claro, ahora no había duda: su hermano no la ayudaría.

Miró a Lincoln, que la observaba como si fuera una baratija que le perteneciera. Y así era como se sentía. Aquello era una transacción empresarial y ella era la mercancía.

–Hola, Lincoln.

Él se agachó para darle un beso, pero ella giró la cara en el último momento obligándolo a besarla en la mejilla.

–Lily –dijo Lincoln rodeándola por la cintura y acercándola a sí.

Ese roce fue como sentir que le hubieran puesto un candado. Así de atrapada se sentía.

Miró a su hermano, pero entonces desvió la mirada. No podía mirarlos a ninguno de los dos.

Se le revolvió el estómago al notar la mano de Lincoln en la cadera. No podía respirar. Tenía que salir de ahí. Salir de su vida. Lincoln quería que se casaran en un año. ¿Cómo iba a hacerlo?

No podía. No podría sobrevivir a algo así, a estar con ese hombre.

La bilis se le acumuló en la garganta al pensar en lo que supondría para su hermano que ella se liberara. Y es que cuando su padre le había propuesto a Lincoln anular el compromiso, este le había respondido si «de verdad» estaba dispuesto a arriesgar el puesto de Devan en Arum. Además, disgustaría a su madre si actuaba en contra de los deseos de su padre por mucho que, antes de morir, él le hubiera prometido que encontraría una solución para ayudarla.

Respiró hondo intentando centrarse; intentando frenar el pánico y las ganas de salir corriendo. Necesitaba pensar, pero cuando abrió los ojos, una figura captó su atención. Un hombre con traje oscuro y pelo rojizo, y sin el más mínimo atisbo de sonrisa.

No era ni el más alto ni el más fornido de la sala, pero tenía una presencia que eclipsaba a los demás.

Era una belleza salvaje enjaulada en un traje de diseño. Y, aun así, no parecía sentirse atrapado en ese atuendo. No. El traje más bien parecía el brillante pelaje de un gato salvaje acechando a su presa.

Como si hubiera sentido que lo estaba mirando, él se giró hacia ella. Desde donde estaba, Lily no pudo distinguir el color de sus ojos, pero eso no impidió que la recorriera un escalofrío.

 

 

Julian Ford estaba en la barra, vaso en mano. Dio un sorbo al agua con gas y lima y saboreó su acidez. Odiaba esos eventos; prefería estar en casa o en el despacho, trabajando.

Pero esa noche era imposible.

La exclusividad de esa red de contactos era legendaria. Él estaba allí solo por su cuenta bancaria, porque nadie podía ignorar a un multimillonario durante demasiado tiempo.

Odiaba tener que darles conversación a un puñado de esnobs ricos, pero sabía lo importante que era tener esa clase de contactos.

Miró a su alrededor mientras seleccionaba a la gente con la que más le convendría trabajar y a la que se quería ganar. Pero Julian no se ganaba a las personas haciéndose el simpático y haciéndoles la pelota. No. Lo hacía demostrándoles cuánto ganarían asociándose y lo que se perderían si no firmaban un contrato con él.

Su asistencia allí solo era el primer paso. Lo que necesitaba era lograr estar en la cena Zenith que se celebraría en unas semanas. Aún no había recibido invitación y estar ahí esa noche tampoco le aseguraba que fuera a recibirla.

Dio otro trago y se giró hacia el hombre que tenía a su lado.

–Estar aquí puede favorecerte mucho –dijo sonriendo Henry Cross, el hombre al que Julian debía tanto. Su mentor. La única persona en el mundo en quien confiaba.

Julian había visto esa sonrisa en Henry muchas veces a lo largo de los años y, aun así, seguía sin poder devolvérsela. Por suerte, su amigo nunca esperaba que lo hiciera, y eso hacía que estar a su lado resultara mucho más sencillo.

Había terminado el instituto pronto, por eso había sido mucho más joven que los demás en la universidad. Mucho más joven y mucho más inteligente. Henry había detectado la genialidad de aquel chico tan pobre, tan serio y tan motivado, y lo había acogido bajo su ala.

Ahora Julian era el propietario de IRES, una empresa líder en tecnología de energías renovables que lo había convertido en millonario primero y multimillonario después. Sin embargo, el éxito de IRES había provenido principalmente de mercados internacionales. Aún seguía intentando posicionarse en los Estados Unidos; costaba convencer a las empresas nacionales cuando incluso las de San Francisco, donde había ubicado la sede, se negaban a trabajar con él.

Pero a él no le bastaba con el éxito internacional. Necesitaba replicar ese éxito en su país.

Convertir IRES en el gigante que era ahora había requerido inteligencia y saber dónde centrar sus esfuerzos. Por eso no se iría con cualquiera que tuviera dinero, que eran todos los allí presentes, sino con los pocos que fueran a generar un mayor impacto.

Después de todo, un depredador no iba detrás de una manada a ciegas, sino que primero elegía a su presa y después se lanzaba a por ella.

–El problema es que justo la gente que quiere hablar conmigo es la que me da igual –contestó Julian mirando a su alrededor.

–En ese grupo será complicado entrar –dijo Henry mirando al hombre que miraba Julian.

–Lincoln Harrison no me daría ni la hora. Ni siquiera aceptaría una llamada de IRES.

–Se rumorea que quiere invertir en energía verde para Arum… –dijo Henry apoyándose en la barra.

–Sí, pero seguro que espera que uno de sus socios con el pedigrí adecuado le ofrezca, como por arte de magia, la solución que está buscando.

Ese era el problema con el que Julian no dejaba de toparse. A la gente como Lincoln Harrison no le importaba quién podía ofrecerle la mejor solución, sino quién de su lista de aduladores de alta cuna podía ofrecerle la mejor solución. Y es que, en ese mundo, nacer en los barrios bajos era imperdonable.

De pronto una mujer entró en la sala. Piel dorada oscura. Pelo reluciente en un recogido alto que exponía un elegante cuello. Esbelta y refinada, con un vestido amarillo claro que lo hizo sentirse como si de pronto el sol estuviera bañándolo.

Era Lily Barnes-Shah.

Y Julian no pudo apartar la mirada mientras su hermano y ella se acercaban al mismísimo Lincoln Harrison.

Vio a Lily esquivar el beso y tensarse ante el roce de Lincoln.

«Interesante».

Con gran esfuerzo, porque lo único que quería era seguir mirándola, volvió a centrar la atención en su amigo.

–¿Por qué quiere ir ahora de ecologista? ¿Para dar buena imagen? –preguntó Henry.

–No, y tampoco es por una cuestión de responsabilidad moral. Ha descubierto todo el dinero que ganaría a la larga, así que ahora está dispuesto a hacer un desembolso de capital.

–Bueno, mientras sea una buena cantidad de dinero…

–Eso nos da igual si ni siquiera tengo la oportunidad de contactar con Arum.

–Y sabes por qué es, ¿verdad?

Claro que lo sabía, y no podía hacer nada al respecto.

–Por tu reputación y porque eres dinero nuevo. A esta gente le resultas demasiado implacable.