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Arrastrados por el escándalo Jennifer Hayward Él siempre anteponía los negocios... pero en aquella ocasión se mezclaron con el placer. Al tomar las riendas del legendario negocio de su familia, la casa italiana de modas FV, Cristiano Vitale se había jurado a sí mismo que iba a devolverle la gloria que había tenido antaño. Pero para eso necesitaba que la nueva cara de la marca, la supermodelo Jensen Davis, hiciera su trabajo. Y el problema era que Jensen no hacía más que protagonizar un escándalo tras otro, lo cual estaba empezando a afectar a la imagen de la compañía. Jensen no quería poner en peligro la reputación de FV, ni su propia carrera, pero siempre acababa ocupando los titulares por encubrir a su madre, una actriz en declive, cuyas adicciones trataban de ocultar a toda costa ella y sus hermanas. Y cuando Cristiano se la llevó a su villa en Italia para apartarla del foco mediático, aunque quería concentrarse en el trabajo, se encontró con el corazón dividido entre el deber para con su familia... y lo mucho que deseaba que aquel italiano tan sexy se enamorara de ella. Doble escándalo Fiona Brand Demasiado enredado en la tentación para poder salir… A pesar del revuelo mediático generado por su tempestuosa ruptura, la relación de Ben Sabin y Sophie Messena no había terminado. Por segunda vez, el carismático magnate había abandonado la cama de Sophie tras un entusiasta encuentro. Y, aun sabiendo que no podía estar con ella, no podía dejar de desearla. Creía que tal vez una cita con su hermana gemela anularía ese deseo. Pero Sophie y su hermana se intercambiaron provocando una reacción en cadena de escándalo…
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Seitenzahl: 372
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
E-pack Bianca y Deseo, n.º 380 - enero 2024
I.S.B.N.: 978-84-1180-831-6
Créditos
Arrastrados por el escándalo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Si te ha gustado este libro…
Doble escándalo
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Si te ha gustado este libro…
CRISTIANO Vitale acababa de tomarse un sorbo de café, un expreso bien cargado, para entonarse y despertarse un poco, cuando entró en su despacho Antonio Braga, el director de marketing. Parecía agotado, y solo faltaban unas semanas para el lanzamiento de la colección más importante en la historia de FV, las siglas por las que se conocía a la legendaria casa de modas italiana Francesco Vitale, fundada más de cincuenta años atrás por su abuelo, quien le había dado su nombre. Ahora, tras su muerte, era él quien estaba al timón, y la empresa se encontraba en un punto muy delicado, abocada a reinventarse o desaparecer.
Se había levantado a las cuatro de la mañana y lo último que le apetecía era empezar el día teniendo que apagar otro fuego. Sin embargo, por la sensación de frustración que Antonio llevaba escrita en la cara y lo estresado que se le veía, parecía que no le quedaba otra.
Se echó hacia atrás en su asiento, dejó la taza de café en su platillo, sobre el escritorio, y señaló con un ademán la silla frente a él.
–Tienes cinco minutos antes de mi reunión con nuestro equipo de abogados, así que procura que sea rápido.
Antonio no se sentó, sino que fue hasta la ventana, que ofrecía una magnífica vista de Milán, y se quedó mirando la calle con los hombros tensos antes de volverse.
–Necesito que me hagas un favor.
Cristiano enarcó una ceja.
–¿Qué favor?
Antonio apoyó la cadera contra el alféizar de la ventana.
–¿Esta noche estarás en Londres?
–Sí –contestó Cristiano. Era un viaje relámpago que preferiría no tener que hacer, pero era muy importante–. ¿Por qué? ¿Quieres venir conmigo?
–Ni hablar –replicó Antonio, pasándose una mano por el pelo–. Tengo que supervisar el cierre de la campaña publicitaria y la grabación de un anuncio para la televisión, y me falta tiempo para lo uno y para lo otro –se quedó callado un momento y fijó sus ojos en los de él–. Se trata de Jensen Davis.
A Cristiano se le erizó el vello de la nuca. La enfant terrible que era la imagen de su firma, la supermodelo americana Jensen Davis, a la que pagaba millones, llevaba semanas dándole problemas, generando titulares escandalosos que amenazaban con mancillar el legado de FV en el momento en que la firma menos se lo podía permitir.
–¿Qué ha hecho ahora? –gruñó.
Antonio se sacó del bolsillo una hoja de periódico, se acercó y se la plantó delante. Cristiano la tomó para mirarla. Era de un diario inglés, y lo primero que le saltó a la cara fue una fotografía en la que se veía a la joven de veintiséis años saliendo de un club nocturno, tambaleándose y ataviada con un vestido rojo despampanante, aparentemente a altas horas de madrugada. El sedoso cabello castaño le caía sobre los hombros, y el maquillaje resaltaba sus increíbles ojos negros.
Leyó por encima el cuerpo del artículo.
¡Pelea de gatas!
Jensen Davis, la modelo más sexy de las pasarelas, ha vuelto a acaparar los titulares con su comportamiento, protagonizando una auténtica pelea de gatas con la princesa Juliana Margues la noche pasada en el club nocturno Zoro. Se rumorea que el motivo de la riña era el baño que Davis se dio en cueros en la Fontana di Trevi, la famosa fuente monumental de Roma, junto al príncipe Alexandre de Santeval, con el que la princesa mantiene una relación intermitente, ya que una y otra vez rompen y vuelven a reconciliarse.
Tras el acalorado encuentro entre ambas, durante el cual discutieron a voz en grito, según parece Margues acabó arrojándole el contenido de su copa a Davis, y esta huyó por la puerta trasera con su séquito.
¿Hasta dónde llegará esto antes de que intervenga la Casa Real? Seguramente no haya que esperar mucho. Entretanto, Davis será la principal estrella del Designer Extravaganza de esta noche, el desfile benéfico en favor de la Fundación London Hospital, el evento más esperado de la temporada.
A Cristiano le hervía la sangre en las venas. Por si no había sido suficiente con el escándalo que había provocado lo de Roma, ¿ahora también estaba buscándole las cosquillas a la Casa Real británica? Aquello se estaba pasando de la raya, y lo que más lo enfurecía era que la propia Jensen le había asegurado que había dejado atrás su comportamiento irresponsable, que le había reiterado que en adelante se comportaría como una profesional. Inspiró profundamente en un intento por calmar su ira.
–Te dije que hicieras algo al respecto, Antonio. Esto ya es demasiado. Troppo.
–Lo he intentado –se defendió su director de marketing, enrojeciendo–, pero es que no he conseguido hablar con ella. Está todo el tiempo viajando de un sitio a otro, y su agente no ha sido de ninguna ayuda.
–Lo que pasa es que está fuera de control –rugió Cristiano, clavando el dedo repetidamente en la hoja de periódico–. Se gasta treinta mil euros en un casino de Mónaco… Ultraja un monumento que es sagrado para los ciudadanos de Roma… Descuida sus responsabilidades para con nosotros… No me extraña que Pascal esté al borde de un ataque de nervios –dijo, refiriéndose al nuevo diseñador estrella de FV, destinado a suceder a su abuelo como parte creativa de la compañía–. No puede terminar la colección sin ella, y Jensen se comporta como si fuera un fantasma, apareciéndose solo cuando se le antoja –masculló, agitando la mano en el aire.
Antonio se frotó la nuca.
–En lo que se refiere al trabajo, siempre ha sido muy profesional; no sé qué es lo que le está pasando. Y no sé cómo lidiar con esto.
Cristiano resopló de pura frustración. Había hecho la vista gorda con algunos de los escándalos de Davis porque tendían a aumentar su popularidad y, por ende, también la de FV. Sin embargo, sus últimas andadas podrían acabar dañándola a ella y a la marca si las cosas seguían así.
–¿Hace falta que te recuerde todo el dinero que hemos invertido en ella? –le dijo a Antonio–. ¿Que al contratarla por recomendación tuya fui contra los deseos de mi abuelo, quien seguramente ahora se estará revolviendo en su tumba?
–Y aún mantengo que fue una buena recomendación –contestó su director de marketing con aplomo–. Jensen Davis es la influencer más importante del momento. Los millenials la adoran, y si queremos ganárnoslos para que FV sobreviva, la necesitamos. Las jóvenes aspiran a ser como ella, Cristiano. Desde que la contratamos hemos recuperado relevancia en el mercado.
–Pues nuestra relevancia irá en picado si sigue comportándose de esta manera.
–No permitiré que eso pase –le aseguró Antonio–. Conseguiré que cumpla con su contrato. Hasta ahora siempre ha estado a la altura.
Cristiano exhaló un profundo suspiro. Había contratado a Jensen porque se había convertido en un icono de su generación. En su adolescencia había estado obsesionada por la moda, y antes de hacerse modelo había llegado a convertirse en una influencer de fama mundial gracias al reality show hollywoodiense de su familia.
Sin embargo, no era una decisión que hubiera tomado a la ligera. De hecho, cuando el departamento de marketing había propuesto su nombre, él se había opuesto, convencido de que les traería más problemas que otra cosa. Sin embargo, no había podido negar la influencia que tenía sobre el mundo de la moda, ni el poder que ejercía en la cultura de masas del momento.
Había accedido a ir a una sesión de fotos que estaba haciendo para verla trabajar, seguro de que eso le demostraría que no era buena idea contratarla, pero se había encontrado tan cautivado por su belleza como el resto de los asistentes, por la magia que desplegaba frente a la cámara. Su instinto le había dicho entonces que era la modelo perfecta para convertirse en la imagen de FV, algo por lo que se había enfrentado a su abuelo hasta que este había dado su brazo a torcer, aunque a regañadientes.
–¿Y cuál es tu plan? –le preguntó a Antonio–. Porque doy por hecho que tendrás alguno.
–Sí, claro –murmuró el director de marketing, tirándose de la corbata en un gesto de nerviosismo poco característico en él–. He pensado que podrías asistir al Designer Extravaganza esta noche y hablar con Jensen, recalcarle la importancia que tienen las próximas semanas para la compañía. Viniendo de ti, creo que tendría más impacto. A menos, claro –añadió vacilante–, que quieras que viaje contigo a Londres y lo haga yo mismo.
Cristiano se frotó la barbilla con la mano. No tenía tiempo para aquello. Tenía tres crisis con las que lidiar en dos continentes distintos y una cadena de suministros con un sistema anticuado que estaba haciendo de su vida un infierno. Y también un acuerdo de inversión muy necesario y que aún no había conseguido cerrar.
–No. Tú céntrate en la campaña; yo me ocuparé de Jensen.
Jensen paseó la mirada por la sala que estaban usando para prepararse para el desfile, en el histórico y elegante edificio Guildhall, en Londres. Todo el mundo estaba nervioso: las modelos, los estilistas, los encargados del vestuario… Normalmente esos últimos minutos cargados de adrenalina le proporcionaban la energía que necesitaba para salir a la pasarela, pero esa noche estaba agotada. Solo había dormido cuatro horas y en el mes que acababa de terminar había tenido una agenda frenética.
Además, al salir del hotel para ir allí la había asaltado un enjambre de reporteros y había tenido que abrirse paso a empujones, en medio de las preguntas que le gritaban. «Jensen, ¿qué tienes que decir de la acusación de la princesa Juliana de que le has robado a su prometido?». «¿Te sientes culpable por haber destrozado su relación?». «¿Tienes un romance con el príncipe Alex?». «¿Qué crees que piensa la Casa Real al respecto?».
Ella los había ignorado a todos y se había subido al taxi que estaba esperándola, pero sabía que el tema no se olvidaría fácilmente. Ocuparía los titulares de la prensa sensacionalista durante meses.
Y todo porque había cedido a las súplicas de su madre, que le había dicho que necesitaba un último favor para que no cancelaran su programa de televisión, Divas de Hollywood.
A Verónica Davis, la estrella en declive de la gran pantalla, solo le quedaba ya aquel reality show que llevaba diez años en antena, y que ahora protagonizaba junto a otras viejas glorias. Jensen y sus hermanas habían aparecido desde el principio en el programa, que entonces había girado en torno a su vida familiar, pero las tres lo habían dejado hacía tiempo porque querían tener una vida privada, lejos de las cámaras, y labrarse una carrera profesional. También se habían negado a seguir tomando parte en los dramas y escándalos fingidos que ideaba su madre para mantener el interés del público.
El problema era que, a resultas de su salida del programa, los índices de audiencia se habían desplomado, y los productores habían amenazado con cancelarlo a menos que a su madre se le ocurriese algo para que cerrasen esa temporada con un final sonado que hiciese que los índices subieran de nuevo.
Ella, decidida a mantener la distancia con esa vida que había dejado atrás, se había negado siquiera a considerarlo cuando le había pedido que se bañase en la Fontana di Trevi, pero su madre se había echado a llorar, diciéndole entre sollozos que si perdía el programa ya no le quedaría nada, que acabaría en la ruina. Y Jensen sabía que así sería, porque se había pasado los últimos dieciocho meses sufragando sus gastos. Su madre siempre le decía que era la última vez que le pedía dinero, pero al poco tiempo volvía a hacerlo.
Y no podía pedirles a sus hermanas Ava y Scarlett que le echaran una mano, porque acababan de establecer un pequeño negocio de moda y diseño en Manhattan, con lo cual no les sobraba precisamente el dinero y todo recaía sobre ella.
Lo de generar un pequeño escándalo y publicidad para el programa de su madre, bañándose en una fuente de Roma a medianoche con su amigo Alex, al principio le había parecido algo inocente e inofensivo. Hasta que Alex lo había aprovechado para intentar recuperar a su exprometida.
No podría haber imaginado que Alex planeaba dejarla tirada en el barro, en medio de los rumores sobre un posible romance entre ellos, negándose a corregir los titulares de los periódicos, con la esperanza de que a Juliana le entraran celos y volviera corriendo a sus brazos. Y a juzgar por el comportamiento de la princesa la noche anterior, parecía que estaba a punto de hacerlo.
–Te hice un favor –protestó Alex cuando lo llamó para pedirle que interviniera y desmontara aquellos rumores–. Gracias a mi ayuda se ha salvado el programa de tu madre.
Técnicamente era cierto, porque los índices de audiencia del último episodio de la temporada se habían disparado, garantizando que estarían un año más en antena, pero… ¿qué pasaba con ella?, ¿qué había de su reputación, de lo mucho que se había esforzado por demostrar su profesionalidad como modelo?
Jacob, el peluquero que le estaba arreglando el cabello, le dio un último retoque y la roció con una nube de laca. Debería haber sabido que aquello ocurriría, se dijo Jensen. Los medios siempre retorcían los hechos para que se ajustasen a las mentiras que publicaban.
–Venga, Jensen… –le suplicó una vez más Lucy Parker, una modelo británica, mientras las avisaban de que solo faltaban diez minutos para el desfile–. ¿Qué hay entre Alexandre y tú? A mí puedes contármelo; no se lo diré a nadie. Es imposible que solo seáis amigos.
–Pues es la verdad –respondió Jensen hastiada, por decimonovena vez–. ¿Por qué resulta tan difícil de creer?
–Porque es guapísimo… y el heredero de una fortuna. Por no mencionar que os estabais bañando desnudos en esa fuente…
–No estábamos desnudos; llevábamos ropa interior –replicó Jensen. Era un detalle que a la prensa se le había «olvidado» mencionar–. Y solo estábamos haciendo el ganso –añadió, deseando poder retroceder en el tiempo para cambiar las cosas.
–Bueno, ¿y a quién le importa el príncipe Alexandre? –irrumpió Millie, una modelo francesa–. Me he enterado de que Cristiano Vitale está aquí. ¡Mon Dieu!, es el hombre más sexy que he visto jamás –murmuró–. Una vez me lo presentaron, pero no fui capaz de mirarlo a los ojos de lo que intimida…
A Jensen le dio un vuelco el estómago. ¿Cristiano Vitale estaba allí? ¿Por qué? FV ni siquiera tenía presencia en aquel desfile… Y tampoco era habitual que el presidente de la compañía asistiese a esa clase de eventos… Los titulares sensacionalistas de las semanas anteriores acudieron a su mente de inmediato, igual que el mensaje de texto que había recibido de su agente hacía un par de horas, camino de allí, y al que no había contestado porque iba tarde. Ahora que lo pensaba, sonaba como si algo serio hubiese pasado… ¡LLÁMAME!, era todo lo que decía, así, en mayúsculas.
–Y tú debes saberlo todo –le dijo Millie a Jensen, mirándola con envidia–. ¿Ha venido acompañado? ¿Sabes si está saliendo con alguien?
–No tengo ni idea –contestó Jensen.
No había visto a Cristiano Vitale desde su primera sesión de fotos para la compañía, una sesión que él había supervisado con un tremendo aire de superioridad, como si fuera el rey de Inglaterra. Tenía la impresión de que había querido estar presente para asegurarse de que no había desperdiciado sus millones en basura salida de un reality show. La había enfurecido tanto la arrogancia con que la había tratado…
–Se dice que va a casarse con Alessandra Graso, una joven de la alta sociedad –apuntó una modelo española–. Así que no os hagáis ilusiones.
–Bueno, parece que tienen una relación intermitente: lo retoman y lo dejan –replicó Millie–. Y ahora mismo parece que no están juntos, así que… se ha levantado la veda.
–Yo, si se presentara la ocasión, ya lo creo que intentaría ligármelo. Puede que fuera jugar con fuego, pero no me importaría nada quemarme –dijo Lucy, abanicándose con un espejo de mano.
Si Cristiano estaba allí, podía ser por mil razones, pensó Jensen. Tal vez estuviera en la ciudad por negocios, o a lo mejor conocía a alguno de los asistentes.
El encargado volvió a asomarse para avisarles de que solo quedaban dos minutos. Jensen inspiró profundamente para intentar calmarse. Dentro de veinte minutos el desfile habría terminado, se dijo. Lo único que tenía que hacer era poner un pie delante del otro sobre la pasarela con los tres modelos que iba a lucir. Luego se pasaría brevemente por la fiesta que se celebraba a continuación y se iría lo más pronto posible para recuperar un poco de sueño atrasado antes de volar a París.
Ocupó su lugar a la entrada del escenario porque le tocaba salir la primera. Las cegadoras luces de los focos y la estrecha pasarela podían convertir en un desastre un paso en falso. De fondo, por encima de la música, se oía el runrún del público.
–Haz un reconocimiento visual –le susurró Lucy al oído–. A ver si averiguas dónde está sentado.
Jensen preferiría no hacerlo. El volumen de la música fue subiendo y las luces se atenuaron. La adrenalina se disparó por sus venas. Le hicieron la señal para que comenzara. Salió a la pasarela e hizo una pausa dramática bajo el foco que la iluminaba para que la gente se fijara en ella. Cuando la música llegó al compás que se esperaba, comenzó a avanzar por la pasarela con el paso decidido y el suave contoneo de las caderas que eran su señal de identidad.
Cuando llegó al final de la pasarela se detuvo para posar, y se concentró en exhibir el increíble vestido que llevaba desde todos los ángulos. Y allí parada, mientras los flashes de las cámaras se disparaban, fue cuando lo vio.
Sentado en la primera fila, junto al director ejecutivo del desfile, estaba Cristiano Vitale, con sus intensos ojos azules fijos en ella. Era evidente que estaba furioso. Podía sentir la ira emanando de él como una fuerza invisible, y de pronto supo que no era una coincidencia que estuviera allí.
Se le puso la piel de gallina. Estaba en un lío. Pero lo único que podía hacer era afrontar las consecuencias. Lanzó un beso al público y recorrió el camino inverso por la pasarela para el cambio de vestuario. Sin saber cómo consiguió sobrevivir hasta el final del desfile bajo la mirada iracunda de Cristiano, que la observaba sin pestañear.
Cuando alguien le pasó un mensaje que decía que quería verla al terminar el evento, no se sorprendió, aunque se le revolvió el estómago ante la idea de tener que hablar con él. Pero mejor enfrentarse a ello cuanto antes, se dijo. No se quitó el maquillaje porque maquillada se sentía menos vulnerable, y se puso el vestido verde oliva que el diseñador al que representaba esa noche había elegido para ella.
Tomó su bolso de mano y bajó las escaleras que llevaban a las antiguas criptas medievales situadas justo bajo el Gran Salón, donde se estaba celebrando la fiesta posterior al desfile. Paseó la mirada por entre la gente, buscando a Cristiano, y no tardó mucho en encontrarlo. Estaba de pie, apoyado en una de las gruesas columnas de piedra con una copa en la mano. Llevaba un traje gris oscuro de tres piezas que lo hacía destacar entre el resto de los hombres que habían asistido al evento, ya que casi todos iban con esmoquin. La inmaculada camisa blanca hacía resaltar su piel aceitunada, y su corbata gris plata era el epítome de la elegancia europea. Esa misma elegancia se reflejaba también en su perfecto corte de pelo, con el negro cabello peinado hacia atrás, dejando despejadas sus viriles facciones.
Se obligó a avanzar hacia él, aunque sus piernas de repente parecían acartonadas, y se detuvo a unos pasos.
–Hola, Cristiano. Creo que querías verme –le dijo.
–Hola, Jensen. Así es –respondió él, con un leve asentimiento de cabeza.
Su leve acento italiano y su profunda voz hicieron que un cosquilleo la recorriera. Y cuando él se inclinó para besarla en ambas mejillas, como era costumbre en su país, sintió que una ola de calor afloraba en su pecho. Sus ojos, azules como zafiros, la recorrieron de arriba abajo, fijándose en cada detalle del sexy vestido con transparencias que llevaba. A Jensen le parecía como si tuviera la piel ardiendo.
Irguió los hombros y lo miró a la cara, negándose a dejar que la intimidara.
–No… no tenía ni idea de que estabas aquí –mintió, irritada al ver que le había salido un ligero balbuceo al empezar a hablar–. No sabía que iba a venir nadie de FV.
–Tenía que venir por un asunto de trabajo. Richard Worthington es amigo mío –contestó él, tomando un sorbo de su copa–. Y pensé, dada la ristra de titulares que has suscitado en las últimas semanas, sería buena idea que tuviéramos una pequeña charla.
A Jensen se le atenazaron los nervios aún más. Era lo que imaginaba. Tragó saliva y replicó:
–A los medios les gusta hacer una montaña de un grano de arena, y por desgracia parece que soy uno de sus objetivos favoritos.
–Porque te lo buscas. Has levantado tu carrera en torno a esos titulares.
–Yo no… –Jensen se mordió el labio. Aquel afilado comentario la había pillado con la guardia baja–. Puede que en el pasado fuera así, pero ya no.
Cristiano enarcó una ceja.
–¿Acaso es mentira que tu séquito y tú os gastasteis treinta mil euros en un casino de Mónaco? ¿Y que vandalizasteis las habitaciones de vuestro hotel? ¿Fue otra la que se bañó desnuda en la Fontana di Trevi a medianoche? ¿Una doble tuya, quizá? Y supongo que ese episodio de la princesa, echándote su bebida a la cara, no habrá sido más que otro invento de la prensa…
Las mejillas de Jensen se tiñeron de rubor. Lo de los treinta mil euros había sido cosa de su madre, pero no era algo que pudiera explicarle, porque los problemas de su madre con el alcohol y con el juego era uno de los secretos oscuros de la familia Davis que sus hermanas y ella habían ocultado durante años.
Tampoco podía contarle que lo de la fuente lo había hecho para que no cancelaran el programa de su madre. La cuestión era que lo había hecho, y que no había excusa alguna para su comportamiento.
Y tampoco podía negar lo de la princesa, aunque no había sido una «pelea de gatas», como lo había retratado la prensa. Lo único que había pasado era que Juliana se había puesto a gritarle, histérica, que le había arruinado la vida y le había arrojado su cóctel encima. Lo malo era que esa explicación tampoco serviría de mucho sin la historia de fondo. Así que lo único que podía hacer era ofrecerle una disculpa.
–Fue un error –dijo en un tono quedo–. Todo lo que ha ocurrido en las últimas semanas… Te aseguro que a partir de ahora me comportaré con la más absoluta profesionalidad.
Cristiano la miró largamente.
–Me temo que llegados a este punto no puedo fiarme de tu palabra. Por si no eres consciente, FV está atravesando por una enorme transformación. Una transformación que se cimienta sobre la buena imagen de nuestra marca, sobre un legado que estás arrastrando por el barro.
Jensen palideció.
–Yo no lo expresaría de esa manera. De hecho, hay quien diría que cualquier publicidad es buena…
–En este caso no –replicó él con aspereza–. Las personas que representan a FV no beben tanto como para acabar tiradas debajo de la mesa. No mantienen idilios públicos con miembros de la realeza, ni degradan monumentos nacionales del país en el que se fundó la compañía.
Ahora era él quien estaba sacando las cosas de quicio. Nadie había bebido tanto en aquel club nocturno de Mónaco como para acabar debajo de la mesa, aunque estaba segura de que su madre se había quedado a solo una o dos copas. Y precisamente por eso ella se había visto obligada a pagar la cuenta y a ayudar a limpiar la suite del hotel.
Tampoco era cierto que hubiese nada entre ella y Alexandre. De hecho, si pudiera, en ese momento lo estrangularía. En todo caso, por cómo la estaba mirando Cristiano Vitale, era evidente que de poco le serviría replicar o darle explicaciones.
–Como he dicho, no volverá a pasar –murmuró.
–Y luego están las responsabilidades que tienes para con nosotros, y a las que has faltado en las últimas semanas –continuó Cristiano, como si ella no hubiese hablado–. Responsabilidades a las que te comprometiste al firmar tu contrato.
Jensen frunció el ceño, confundida.
–¿Perdón? ¿A qué responsabilidades he faltado?
–Faltaste a la fiesta posterior a los Premios American Music, para empezar. Era un evento muy importante para FV. Antonio pasó muchísima vergüenza teniendo que disculpar tu ausencia. Y luego faltaste a las pruebas de vestuario para la nueva colección de Pascal. Y esa debería haber sido tu prioridad número uno.
Jensen se mordió el labio. Aquello fue como una bofetada para ella, con lo mucho que se había esforzado durante todo el año pasado, dejándose la piel para FV.
–Estaba tan agotada la noche de los premios que apenas podía mantenerme en pie. Y tenía que estar en Tokio para un desfile al día siguiente, así que no me quedé a la fiesta, sí, pero sí que asistí a la ceremonia de entrega de los premios, como se exigía en mi contrato. Y una foto mía de esa noche apareció en portada en el New York Times. En cuanto a las pruebas de vestuario… solo pedí que las retrasásemos unos días.
–Días de los que no disponíamos con una campaña de prensa y otra de televisión a las puertas. La campaña más cara en la historia de la compañía… en la historia de la industria de la moda. No podemos permitirnos ningún error, y parece que es algo que no acabas de entender.
–Tengo otros compromisos con los que también tengo que cumplir –le espetó ella–. Todos tenemos que ser un poco flexibles.
Si hubiera podido, Cristiano la habría fulminado con la mirada.
–Estamos a cinco semanas del lanzamiento de la colección de Pascal, una colección en la que todo el mundo tendrá los ojos puestos. Una campaña que aún no está terminada. Eres la imagen de FV, un trabajo por el que te pago veinte millones de dólares al año. Eres la modelo mejor pagada del sector. Para ti no puede haber otras prioridades.
Jensen había estado batallando con su apretada agenda durante meses. Tatiana, su agente, le había dejado muy claro que tenía que aprovechar el tirón mientras durase. ¿Quién sabía cuánto tiempo seguiría en la cresta de la ola? Además, necesitaba el dinero para que su madre no perdiese su casa de Beverly Hills. Sin embargo, tenía que admitir que eran demasiados malabarismos, y que tenía que mantener contento a su principal cliente, Cristiano Vitale.
–Hablaré con mi agente –le propuso en un tono conciliador–. Ya se nos ocurrirá algún plan.
–En realidad yo ya tengo un plan –le dijo él–. Un plan que nos sacará de este lío en el que nos has metido. Nuestro departamento de relaciones públicas ha desarrollado una estrategia para rehabilitar tu imagen. O al menos para minimizar los daños. En las dos próximas semanas participarás en un par de eventos benéficos de relevancia internacional patrocinados por FV. Eso hará que la gente te vea de un modo más favorable y se olviden de esos escándalos que se han publicado.
–Por desgracia eso no hará que los medios dejen de cebarse conmigo –replicó Jensen–. Pensar eso sería demasiado ingenuo. Sería mejor dejar que los rumores sobre mí cesen, como acabará ocurriendo –le dijo. «Antes o después», añadió para sus adentros–. Además, dudo que pueda hacer un hueco en mi agenda para nada más en las próximas dos semanas. Tengo un montón de compromisos antes de viajar a Milán, como una sesión de fotos en Cannes y…
Cristiano levantó una mano para interrumpirla.
–Tu agente va a cancelar esos compromisos para que puedas centrarte en nuestra campaña.
Jensen se quedó mirándolo boquiabierta. ¿Cómo? ¿Qué Tatiana iba a hacer qué? No podía cancelar esos compromisos… Uno de ellos era un desfile en Shanghái que ella iba a encabezar para uno de sus clientes favoritos de lencería. Y eso por no mencionar otros compromisos importantes en Berlín y en Cannes –uno de ellos para una marca de bañadores con la que acababa de firmar un contrato. Eran clientes que no podía permitirse perder.
–Eso no es posible… –dijo, intentando que su voz sonara calmada–. Mis clientes dependen de mí. No pueden reemplazarme con tan poca antelación.
–Pues tendrán que apañarse. El resto del plan es que volverás a Milán conmigo esta noche. Te alojarás en mi finca junto al lago Como, donde estamos haciendo las sesiones fotográficas. Y no habrá ni un escándalo más antes del lanzamiento de la nueva colección, o yo personalmente pondré fin a tu contrato.
A Jensen se le cayó el alma a los pies. Miró a Cristiano a los ojos, implorante.
–No hace falta llegar a eso. Los titulares cesarán, Cristiano, te lo prometo. Puedo cumplir con mis compromisos sin tener que…
–Ese es el trato –la interrumpió él, mirándola con dureza–. O lo tomas, o lo dejas. Y te aconsejo que te lo pienses muy bien antes de contestar –le advirtió–, porque si crees que voy de farol, te aseguro que no.
Ella se quedó mirándolo espantada. Acababa de amenazarla con lo único que no podía permitirse perder: el contrato con su compañía. El contrato por el que se había esforzado tanto por conseguir. Y no solo eso; su reputación sufriría un golpe tremendo si lo perdía; sería una mancha en su currículum que nunca podría borrar. Y por si fuera poco su agente de Nueva York ya había tomado una decisión por ella, sin siquiera consultárselo. Estaba atada de pies y manos.
–Parece que no tengo elección –murmuró, sin apartar la vista de los intensos ojos azules de Cristiano.
–No, no la tienes. Salimos dentro de una hora, así que tienes el tiempo justo para los preparativos que tengas que hacer.
MIENTRAS el lujoso jet privado se elevaba, Jensen observó cómo Londres se iba haciendo cada vez más pequeño a sus pies. La cabeza aún le daba vueltas después de lo ocurrido la noche anterior. Cristiano y ella se habían quedado en la fiesta el tiempo suficiente para que ella pudiera charlar un poco con algunas personas relevantes, como se esperaba de ella, y se habían marchado por una salida en la parte trasera del edificio para evitar a la prensa. Habían hecho una parada rápida en su hotel para recoger sus cosas y luego habían ido al aeropuerto de Luton, desde donde habían partido.
Cristiano se había pasado todo el trayecto al aeropuerto hablando por su móvil con alguien de Brasil, y en un fluido portugués además, como si fuera su lengua natal. A continuación había hablado con una persona de Los Ángeles, sobre la complicada situación de una filial de FV, y su aguda inteligencia y su capacidad para resolver problemas la había maravillado. Y después, cuando había recibido otra llamada y se había puesto a hablar en chino, se había quedado anonadada. ¿Había algún idioma que aquel hombre no dominara?
Le preocupaban las repercusiones que el comportamiento autocrático de Cristiano pudiera tener en su carrera. Había llamado a Tatiana desde el aeropuerto, para ver si había algo que se pudiera hacer, pero su agente le había dejado muy claro que no. Cristiano estaba muy molesto por los titulares que se habían publicado últimamente sobre ella, y dado que era su cliente más importante, tenían que mantenerlo contento. Fin de la historia.
–Así que durante las próximas cinco semanas, haz lo que te diga –le había aconsejado–. Hasta que pase el lanzamiento de la nueva colección. Yo me ocuparé del resto.
El problema era que se trataba de su carrera, de su reputación. Sin duda su agente podría cambiar las fechas de algunos eventos de su agenda, pero lo de Shanghái era harina de otro costal. Si no participaba en ese desfile, estaría perdiendo ese trabajo frente a otra persona, y le parecía muy injusto con todo lo que se había esforzado para conseguirlo.
Apretó la taza de té que sostenía entre los dedos. Su carrera siempre había sido un pilar para ella, su refugio en los momentos en que todo a su alrededor se derrumbaba, como inevitablemente parecía ocurrir una y otra vez en su vida. No podía poner su carrera en peligro; tendría que convencer a Cristiano de que podía resolver todo aquello sin que él tuviese que recurrir a medidas tan drásticas.
Lanzó una mirada al otro lado de la mesa. Los ojos de Cristiano estaban fijos en la pantalla de su ordenador portátil. Se había quitado la chaqueta, y se había doblado las mangas de la camisa, dejando al descubierto sus musculosos antebrazos. Estaba tan concentrado que parecía aún más inaccesible. Buscando alguna manera de romper el hielo, al ver que se llevaba a los labios la taza que la azafata acababa de volver a llenarle, le preguntó:
–¿No te preocupa que el café te mantenga despierto toda la noche?
Cristiano dejó la taza en la mesa y sus increíbles ojos azules se fijaron en los de ella.
–De todos modos vamos a tener que estar despiertos parte de la noche, así que prefiero estar despejado para aprovechar el tiempo.
Algo de lo que sin duda la culpaba a ella, a juzgar por lo irritado que parecía.
–Siento lo de los titulares en la prensa –se disculpó en un tono quedo–. Te prometo que hay muy poco de cierto en lo que se ha publicado; lo han exagerado todo de un modo desproporcionado, y estoy convencida de que dentro de poco caerán en el olvido.
–¿Eso crees? –Cristiano alcanzó un taco de papeles y se los plantó delante–. Ahí tienes los recortes de prensa de esta tarde. Yo diría que más que caer en el olvido el asunto va a más.
Jensen leyó el titular del primer artículo: La Casa Real ultima un comunicado para desmentir los rumores sobre los amoríos del príncipe Alexandre. Luego leyó por encima el primer párrafo, según el cual alguien cercano a palacio había desvelado que la Casa Real iba a pedir privacidad para el príncipe y la princesa Juliana, que estaban tratando de «recomponer su relación». Esa misma fuente se refería a ella como una mera «diversión» para el príncipe, alguien a quien no se podía tomar en serio.
Eso le dolió. ¡Pero es que además todo aquello era ridículo! Pasó las hojas una tras otra. La pintaban como a una mujer casquivana, como a una seductora que sería la perdición de la familia real. Se mordió el labio. Aquello había ido demasiado lejos. Estaba harta de ser el chivo expiatorio de su madre y de Alexandre. Se irguió en su asiento y, mirando a Cristiano a los ojos, le dijo:
–No hay nada entre Alexandre Santeval y yo. Solo es un buen amigo. Y el episodio en la fuente fue un montaje para el reality show de mi madre, un montaje en el que Alexandre accedió a participar porque Juliana y él se habían peleado y quería ponerla celosa. Algo que no sabía. De haberlo sabido, no lo habría hecho.
Él la miró con escepticismo.
–O sea, ¿que todo esto es culpa del príncipe?
–No –reconoció ella–. Parte de la culpa también es mía, porque accedí a aquel montaje.
Cristiano entornó los ojos.
–¿Y no te pareció que era una insensatez, teniendo en cuenta tus compromisos laborales, que esa clase de comportamiento era una muy mala idea?
Jensen se mordió el labio.
–Estaba agotada porque llevaba una racha de trabajo muy estresante, y cuando estoy tan cansada no siempre tomo las mejores decisiones –admitió–. Y está claro que aquella no fue una buena decisión.
Cristiano se quedó mirándola un buen rato, como si estuviera dudando si creerla o no. Cuando finalmente habló, Jensen pensó que quizá hubiera decidido que tampoco importaba.
–En ese caso es una suerte que tu agente haya despejado un poco tu agenda, porque así podrás descansar un poco. Y quizá eso te ayude a tomar mejores decisiones.
Jensen resopló de pura frustración.
–Tatiana habrá pensado que puede atrasar las sesiones de fotos que tenía acordadas con otras agencias, pero había firmado para encabezar un desfile en Shanghái, y no van a cambiar la fecha por mí. He estado echándole un vistazo a esto –le dijo, tomando el plan del departamento de relaciones públicas, que él le había dado en el coche, camino del aeropuerto–. Me parece que no hay ninguna razón por la que no pueda hacer ese desfile y cumplir con mis compromisos con FV. Solo sería un día.
–No, no sería solo un día –replicó él con aspereza–. Serían dos días de viaje como mínimo y el día del desfile, lo que te dejaría agotada y con jet lag, que es justo lo que no queremos.
–Cristiano –murmuró ella, pestañeando de un modo que siempre le funcionaba–, entiendo que estés enfadado, y me disculpo una vez más por mis actos, pero no puedo perder ese trabajo. Si lo hago, mi reputación como modelo quedará en entredicho. Imagínate que incumpliera un contrato de un millón de dólares con FV. ¿Cómo te sentirías?
–Furioso –contestó él–. Que es justo como me siento ahora, después de que hayas puesto patas arriba nuestra campaña de publicidad para la nueva colección –enarcó una ceja–. Quizá deberías preguntarte por qué te haces a ti misma esas cosas. He visto tu agenda. Tatiana y yo estuvimos repasándola juntos. Tendrías que ser sobrehumana para poder llevar todo eso por delante. ¿Y para qué?, ¿para organizar juergas salvajes con tus amigos?
Ella levantó la barbilla.
–No, si trabajo tanto no es para proteger mi futuro. Una supermodelo solo disfruta de unos años en la cúspide. Luego todo se vuelve cuesta abajo. Tengo que aprovechar las oportunidades que se me presentan, para cuando ya no cuente con ellas.
–¿Y por eso al mismo tiempo desatiendes tus responsabilidades y pones en peligro tus relaciones laborales? –Cristiano sacudió la cabeza y frunció el ceño–. Si tanto interés tienes por proteger tu carrera, te sugiero que empieces por gestionar mejor tu agenda. Replantea tu actual trayectoria; establece unos límites entre tu trabajo y tu vida privada. No contraté a la Jensen Davis que va de escándalo en escándalo; contraté a la modelo que creí que sería capaz de transformar nuestra marca.
Un sentimiento de absoluta impotencia se apoderó de Jensen.
–Sabes todo lo que he hecho por la marca –murmuró ella–. He conseguido que vuelva a estar de moda entre la gente joven, que vuelva a estar en boca de todo el mundo. Y para lograrlo he hecho mucho más de lo que me exigía mi contrato. Podrías ser un poco menos duro conmigo.
Cristiano escrutó en silencio a Jensen, sentada frente a él con expresión belicosa. Sin duda había esperado, con ese parpadeo coqueto tan ensayado, que capitulara y dejara que participase en ese desfile en China. Desde luego descaro no le faltaba. Y con esos brillantes ojos negros y esas pestañas tan largas, no le extrañaba que hubiese creído que iba a lograr que se ablandase. Tendría que estar ciego para no admitir que era preciosa.
La recorrió con la mirada. Se había quitado el maquillaje, y sin él parecía una chica de dieciocho años en vez de una joven de veintiséis. Además, con sus elevados pómulos, sus carnosos labios y esa tez perfecta y dorada como la miel, no necesitaba maquillaje.
Y luego estaba su cuerpo voluptuoso que se adivinaba bajo la camiseta blanca y los pantalones negros de yoga que llevaba. Tenía unas piernas larguísimas, y habría tenido que ser de piedra para no imaginárselas rodeándole las caderas en un encuentro ardiente.
De pronto le pareció que su mirada se ensombrecía. En un momento era la brillante profesional que había visto que podía ser, y al instante siguiente la enfant terrible que retrataba la prensa. Y luego estaban esos destellos de vulnerabilidad que juraría que veía en ella, tan fugaces que desaparecían en un parpadeo.
¿Cómo debía haber sido para ella crecer siendo una Davis, delante de toda América, con su vida entera expuesta ante las cámaras, sin una barrera protectora entre ella y el mundo? No podía ni imaginárselo, sobre todo por la educación estricta y tradicional que él había recibido. Quizá aquello explicara su incapacidad para tomar las decisiones correctas. Y tampoco debía ayudar demasiado el hecho de que sus padres eran dos estrellas de Hollywood, notorios por su personalidad histriónica y dramática, que no podían haber sido un buen modelo a seguir.
Pero, aunque no hubieran surgido esos rumores de un romance con Alexandre Santeval, Jensen había accedido a aquel montaje de la Fontana di Trevi, y con ello había puesto en riesgo su reputación y la de FV. Y él no podía permitirse que se echase a perder la reputación de la empresa, no cuando su abuelo, que se había convertido en su mentor después de que su hermana y él perdiesen en su adolescencia a sus padres, se la había confiado.
Miró pensativo a Jensen, que observaba el cielo nocturno a través de la ventanilla. Era como si estuviese metida en una especie de espiral, una espiral a la que estaba decidido a poner fin por los medios que fuesen necesarios.
Se pasó las dos horas siguientes trabajando antes de que aterrizaran en Milán. Jensen, que había dormido durante la mayor parte del vuelo, se despertó entonces, pero apenas hubieron subido al helicóptero que los llevaría a su finca junto al lago Como, volvió a quedarse dormida.
Él la dejó dormir, porque parecía que lo necesitaba, y no la despertó hasta que estaban ya llegando a su destino, Villa Barberini, situada sobre una colina, a un paseo del pueblo de Moltrasio, en la orilla oeste del lago.
La elegante casona, construida con gruesos sillares de piedra con un estuco de color crema, se hallaba rodeada por magníficos jardines que se conservaban como habían sido desde hacía siglos, con olivos, limoneros y palmeras de dátiles.
–Debo tener una pinta horrible –dijo Jensen, frotándose los ojos.
Cristiano se fijó en sus labios carnosos, en sus ojos soñolientos, en el cabello castaño algo revuelto… Era justo la imagen que querría ver un hombre en su cama al despertarse por la mañana. Aunque en una cama con ella no pensaría precisamente en dormir, admitió para sus adentros.
Cuando Jensen alzó la vista y sus ojos se encontraron, fue como si el aire se cargara de electricidad, y se quedaron mirándose hasta que el piloto rompió el silencio para anunciar que iban a aterrizar.
–Estás bien –le dijo Cristiano a Jensen con voz ronca–, pero deberías ponerte el cinturón de seguridad.
Jensen asintió, pero al ver que no conseguía abrocharlo, Cristiano se inclinó hacia ella para ayudarla a hacerlo, y el tentador aroma de su perfume lo envolvió.
Cuando el aparato se hubo posado en el suelo, con las aspas aún girando, pero cada vez más despacio, Cristiano se bajó de un salto. Como le preocupaba que Jensen pudiera dar un traspié por lo cansada y amodorrada que estaba, la asió por la cintura con ambas manos para sujetarla mientras bajaba. Jensen no debió calcular bien la distancia, y al plantar un pie en el suelo se precipitó hacia adelante con un gritito ahogado, por lo que fue una suerte que él estuviera ahí para impedir su caída.
–Perdona –murmuró ella, apoyando las manos en su pecho–, me he mareado un poco. Es que no he dormido demasiado en los últimos días.