ECM - Penny Sartori - E-Book

ECM E-Book

Penny Sartori

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Beschreibung

Desafiando nuestras pre-concepciones sobre los efectos que las experiencias cercanas a la muerte (ECM) tienen en los vivos, la doctora Penny Sartori se inspira en su exhaustiva investigación doctoral y en sus años de experiencia como enfermera de cuidados intensivos para abrirnos los ojos a las lecciones que podemos aprender de las ECM. Más allá de la ciencia de la ECM, la doctora Sartori nos muestra, a través del estudio de evidencias observadas e investigación documental, que quienes han experimentado una ECM pueden contribuir a que vivamos unas vidas plenas y significativas. Un libro que romperá concepciones obsoletas sobre la muerte, el morir y, menos paradójicamente de lo que parece, la vida y el vivir. 

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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Penny Sartori

ECM

Experiencias cercanas a la muerte

Prefacio de Prim van Lommel

Traducción del inglés al castellano de Antonio Francisco Rodríguez

Título original: THE WISDOM OF NEAR-DEATH EXPERIENCES

© Watkins Publishing Limited 2014

© del texto: Penny Sartori 2014

© de la edición en castellano:

2015 Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

© de la traducción del inglés al castellano: Antonio Francisco Rodríguez

Revisión: Alicia Conde

Primera edición en papel: Diciembre 2015

Primera edición en digital: Marzo 2022

ISBN papel: 978-84-9988-472-1

ISBN epub: 978-84-1121-018-8

ISBN kindle: 978-84-1121-019-5

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

SUMARIO

AgradecimientosPrefacioIntroducción1. La experiencia cercana a la muerte2. Los efectos secundarios de la ECM3. ECM en la infancia4. Las variaciones culturales de las ECM5. Experiencias al final de la vida y comunicación después de la muerte6. Posibles explicaciones fisiológicas y psicológicas de las ECM7. ECM: estudio prospectivo de cinco años8. Una breve historia de la medicalización de la muerte9. Implicaciones de una mayor comprensión y conocimiento de las ECM10. ConclusiónEpílogoNotasBibliografía

Dedicado a Nanna Beryl (1927-2009), a mi marido Enrico, a mi hermano Julian y a su compañero Christopher y a la primavera y verano que todos compartimos en 2009. Fue un verdadero regalo.

AGRADECIMIENTOS

Hay muchas personas a las que quiero expresar mi agradecimiento porque sin su ayuda este libro no se habría podido escribir. En primer lugar, gracias a mi marido Enrico por su apoyo (tanto emocional como económico) desde que me interesé en este tema. De no haber trabajado él todas esas horas extras, yo no habría podido reducir mi jornada laboral en la UCI y dedicar tanto tiempo a esta absorbente labor. Gracias también al resto de mi familia, parientes y amigos por su ayuda, apoyo y comprensión ante mi preocupación por mis estudios.

Al profesor Paul Badham y al doctor Peter Fenwick, que supervisaron mi doctorado entre 1997 y 2005 y que continúan ayudándome hasta la fecha con su valioso consejo y apoyo. A la Fundación Lifebridge en Nueva York, que financió mis tasas universitarias cuando inicié esta investigación.

A mis compañeros de la UCI en los hospitales Morriston y Singleton: sois demasiados para nombraros individualmente. Me siento afortunada por trabajar con tan maravilloso equipo humano y siempre conservaré buenos recuerdos de mi paso por ambos hospitales. Ha sido un absoluto privilegio que nunca olvidaré. Siempre me enorgullecerá decir que he trabajado en esas unidades de cuidados intensivos. Aunque echo de menos el trabajo, a los pacientes y a los compañeros, ¡no me ocurre así con el trabajo de noche, los turnos de los fines de semana y tener que levantarme a las 5.45 para el turno de la mañana!

Estoy especialmente agradecida al doctor Pim van Lommel. Aunque mantenía contacto con él por correo electrónico, no nos conocimos hasta 2006, cuando ambos participamos en un congreso IANDS en Houston, Texas, y más tarde, en 2012, en el Fórum de Biotética de Madison, Wisconsin. El trabajo del doctor Van Lommel constituyó un poderoso impulso en el campo de la investigación sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM) cuando su estudio se publicó en The Lancet en 2001. Es un verdadero honor que haya sido tan generoso como para prologar este libro.

Mi mayor agradecimiento va destinado a todos los pacientes que he atendido a lo largo de mi carrera, especialmente a aquel cuya muerte me motivó a profundizar en este tema, y a todos los sujetos que han vivido experiencias cercanas a la muerte y han contactado conmigo en estos años. Muchas gracias a todos los que me habéis concedido vuestro tiempo para entrevistaros y me habéis permitido describir vuestra experiencia en este libro. Habéis sido mis mejores maestros.

NOTA

La mayoría de los ejemplos que he utilizado en este libro provienen de personas que me han escrito durante estos años. Aunque todos me dieron permiso para utilizar sus historias, muchos han preferido conservar su anonimato, una decisión que ha sido respetada.

Cuando me inspiro en ejemplos que he conocido en mi trabajo como enfermera, los acontecimientos son reales, pero algunos detalles y nombres han sido alterados para asegurarme de que los pacientes no puedan ser identificados.

PREFACIO

En este libro generoso y bien escrito, Penny Sartori describe hasta qué punto las experiencias cercanas a la muerte (ECM) pueden ejercer un gran impacto en nuestro sistema sanitario así como en nuestra sociedad materialista y negadora de la muerte. Al investigar las ECM y escuchar con una mente abierta a los pacientes críticos y terminales en la unidad de cuidados intensivos, sus ideas sobre la vida y la muerte cambiaron completamente, un cambio que empezó específicamente con su encuentro con un paciente que vivía sus últimos momentos.

Por desgracia para sus pacientes, la mayoría de los trabajadores de la salud no parece tener conocimiento alguno de las ECM y las investigaciones que se llevan a cabo en este campo. A partir de muchos testimonios he logrado concienciarme de que una ECM, o la experiencia de intensificación de la conciencia durante una crisis médica grave, aún despierta mucha incredulidad y suspicacia crítica, porque en nuestra cultura occidental esta experiencia choca frontalmente con el saber convencional. Mientras no experimentemos personalmente una ECM, parece imposible comprender del todo el impacto y los revolucionarios efectos secundarios de esta vivencia abrumadora. Evidentemente, la ECM sigue siendo un fenómeno incomprensible y desconocido para la mayoría de médicos, psicólogos, los pacientes y sus familias. ¿Cómo explicar científicamente que las personas conserven recuerdos nítidos de un período de manifiesta inconsciencia? La ECM parece ser una inolvidable confrontación con las dimensiones ilimitadas de nuestra conciencia. La visión actual ha cambiado radicalmente: «Sentí que me había convertido en otra persona, pero con la misma identidad». Por lo tanto, parece obvio que en nuestro mundo occidental una experiencia cercana a la muerte no solo puede definirse como una crisis médica, sino también psicológica o espiritual.

En el pasado se ha escrito mucho sobre estados especiales o «alterados» de conciencia. Sin embargo, y sorprendentemente, muchas personas y muchos profesionales de la sanidad siguen sin haber oído hablar de las ECM ni de los enormes efectos provocados por esta experiencia. Somos conscientes de que según nuestros actuales conceptos médicos no es posible tener conciencia durante un paro cardíaco, cuando han cesado la respiración y la circulación sanguínea, durante un coma profundo con un electroencefalograma gravemente alterado o en una crisis aguda en la fase final del cáncer. Sin embargo, durante el período de inconsciencia asociado al coma o al paro cardíaco, muchos pacientes han informado de la paradójica experiencia de una alteración de la conciencia en un ámbito al margen de las limitaciones convencionales del espacio y el tiempo, una experiencia en la que se activan funciones cognitivas, emociones, la propia identidad, recuerdos de la primera infancia y a veces la percepción desde una posición exterior al propio cuerpo inerte. Desde la publicación del libro Vida después de la vida, de Raymond Moody, estas extraordinarias experiencias de la conciencia reciben el nombre de experiencias cercanas a la muerte. La ECM puede definirse como el recuerdo de una cierta variedad de impresiones durante un estado especial de conciencia alterada, que incluye ciertos elementos «universales» como la experiencia extracorporal, sensaciones agradables, observar un túnel, una luz, a familiares fallecidos, un repaso a los hitos vitales o el regreso consciente al cuerpo. Se ha informado de ECM en muchas circunstancias diferentes: paro cardíaco (muerte clínica), shock post-hemorrágico (en el parto), coma debido a derrame o lesiones cerebrales, asfixia o casos de niños que han estado a punto de ahogarse, pero también en enfermedades graves que no suponen una inmediata amenaza para la vida, durante la depresión («crisis existencial»), aislamiento, meditación («experiencia de iluminación» o «experiencia de unidad»), ante inminentes accidentes de tráfico (experiencia de «temor a la muerte»), durante la fase terminal de la enfermedad («experiencia del fin de la vida»), y a veces sin una razón obvia. La ECM provoca transformaciones, siempre despierta cambios profundos en la percepción de la vida, refuerza la sensibilidad intuitiva y hace perder el temor a la muerte. Las experiencias cercanas a la muerte suceden con una frecuencia cada vez mayor gracias al crecimiento de los índices de supervivencia como resultado de las modernas técnicas de reanimación y a los mejores tratamientos de las enfermedades mortales.

El contenido de la ECM y sus efectos en los pacientes parece similar en todo el mundo. Sin embargo, la naturaleza subjetiva y la ausencia de un marco de referencia para esta experiencia conduce a que factores culturales y religiosos individuales determinen el vocabulario utilizado para describir e interpretar esta experiencia inefable. Según una reciente encuesta aleatoria en Alemania y Estados Unidos, en torno al 4 % de la población total de Occidente habría experimentado una ECM. Por lo tanto, sorprendentemente, unos dos millones y medio de personas en el Reino Unido, más de veinte millones en Europa y unos nueve millones de Estados Unidos habrían experimentado una ECM.

Impulsada por su curiosidad ante la causa, contenido y efectos de las ECM, y tras comprobar la generalizada ignorancia respecto a este asunto en su propio hospital, Penny Sartori inició su propio estudio prospectivo. Sabía que muchos trabajadores de la sanidad ponen en duda la validez de las ECM. Cuando se informaba de casos anecdóticos de ECM, no había manera de determinar si eran reales, especialmente en lo relativo a las experiencias extracorporales (EEC). No había forma de saber si realmente la persona había estado al borde de la muerte, si su corazón se había detenido, si de veras estaba inconsciente, qué drogas había tomado o si su composición sanguínea se había visto alterada. No obstante, cuando Penny inició su investigación prospectiva, que ofrecía todos estos detalles médicos, resultó más difícil desdeñar las ECM y reducirlas a meros factores materialistas como la anoxia o el consumo de drogas.

Su estudio de las ECM en pacientes críticos se basó en tres muestras de pacientes. La primera estaba compuesta por todos los pacientes que sobrevivieron a su ingreso en la unidad de cuidados intensivos (UCI) durante el primer año de recogida de datos. De 243 pacientes solo dos informaron de una ECM (0,8 %), y otros dos comunicaron una ECC (0,8 %) sin ningún componente de ECM. La segunda muestra estaba compuesta por supervivientes a paros cardíacos durante los cinco años de recogida de datos. En esta muestra había muchos menos pacientes, pero la frecuencia de ECM aumentó notablemente. De 39 pacientes, siete informaron de una ECM (17,9 %). El porcentaje de ECM de su estudio resultó similar al descubierto en tres recientes estudios prospectivos en supervivientes a paros cardíacos. La tercera muestra de su estudio reunía a todos los pacientes que informaron de una ECM durante los cinco años de recogida de datos. Algunas de las ECM se asociaban a infartos y otras a períodos de inconsciencia vinculados a emergencias médicas. En total hubo 15 pacientes que informaron de una ECM durante estos cinco años. Hubo noticia de ocho EEC.

Desde la publicación de muchos estudios prospectivos sobre ECM en supervivientes a infartos, con resultados y conclusiones asombrosamente familiares, el fenómeno de las ECM no puede ser ignorado científicamente por más tiempo. Es una experiencia auténtica que no puede atribuirse a la imaginación, miedo a la muerte, alucinación, psicosis, consumo de drogas o carencia de oxígeno. Asimismo, Penny Sartory llega a la conclusión de que, según la ciencia convencional, es prácticamente imposible encontrar una explicación científica a las ECM mientras «creamos» que la conciencia no es más que un efecto secundario de un cerebro operativo. En su opinión, el hecho de que las personas informen de experiencias de conciencia lúcida cuando ha cesado la actividad cerebral es difícil de reconciliar con la actual opinión médica. La actual perspectiva materialista de la relación entre cerebro y conciencia sostenida por la mayoría de médicos, filósofos y psicólogos es demasiado limitada para una adecuada comprensión de este fenómeno. Hay buenas razones para asumir que nuestra conciencia no siempre coincide con el funcionamiento de nuestro cerebro: los estados alterados de conciencia a veces pueden experimentarse independientemente del cuerpo. Muchos investigadores de las ECM, tanto europeos como estadounidenses, han llegado a la inevitable conclusión de que probablemente el cerebro tiene una función operacional más que productiva a la hora de experimentar la conciencia de la vigilia, y podríamos considerar la función del cerebro como un transceptor, un transmisor-receptor o interfaz. Al argumentar científicamente que la conciencia es un fenómeno no local y por lo tanto ubicuo, debemos cuestionar, evidentemente, un paradigma puramente materialista en la ciencia.

A pesar de los sorprendentes hallazgos y conclusiones de la reciente investigación sobre las ECM, la ignorancia de los profesionales de la salud al respecto sigue siendo generalizada, sencillamente porque apenas existe una formación sobre esta materia. Si los profesionales de la salud no son del todo conscientes de las complejidades de la ECM, responder de forma apropiada pasa a ser una difícil tarea. Normalmente estos profesionales son los primeros en entrar en contacto con la persona después de su ECM y en algunos casos también se implican en su curación a largo plazo. La mayoría de la gente no comprende que seguir viviendo después de la ECM puede ser muy difícil porque nadie más comprende exactamente lo que la persona ha experimentado. Hay miedo a contar la propia vivencia por temor a no ser creídos o verse ridiculizados. Una actitud desfavorable puede hacer presa en quien no quiere contar su experiencia. Quienes viven una ECM no buscan llamar la atención y son muy reacios a hablar públicamente de su experiencia. Penny explica que muchos de los ejemplos en este libro proceden de personas que han querido permanecer en el anonimato.

Este fascinante libro es el resultado de veinte años de trabajo en el que Penny ha intentado comprender la muerte y en cuyo proceso ha aprendido importantes lecciones sobre la vida. Ha abierto los ojos de Penny a cuestiones que no admitía previamente porque no habían requerido su atención. Cita muchos relatos impresionantes de pacientes que le contaron su ECM y comparte su nueva perspectiva con nosotros: vive tu vida del mejor modo posible y no dejes nada sin resolver hasta la hora de tu muerte. Es importante conocer y escuchar a estas personas sin enjuiciarlas o aplicarles nuestros prejuicios. Nuestras ideas sobre la vida y la muerte cambiarán para siempre.

Si leemos este importante libro con una mente abierta podremos cosechar los beneficios de las ECM sin tener que acercarnos a la muerte. Recomiendo vivamente su lectura no solo a los profesionales de la salud y a los pacientes que han experimentado una ECM, sino también a los pacientes terminales y sus familias.

PIM VAN LOMMEL, cardiólogo, autor de Consciousness beyond Life

INTRODUCCIÓN

«Todo el mundo sabe que va a morir, pero nadie lo cree. Si lo creyéramos, haríamos las cosas de otro modo […]. Aprende a morir y aprenderás a vivir.»

MORRIS SCHWARTZ1

Iba a cambiar la postura de mi paciente en la cama cuando oí el inconfundible timbre de la alarma que indica un paro cardíaco. Dejé lo que estaba haciendo, pedí a una compañera que vigilara a mi paciente y corrí a la zona donde estaba el paciente que había sufrido el infarto. Sentí el estallido de adrenalina en mi interior. Fui la primera en llegar y rápidamente inicié las compresiones pectorales mientras una compañera comprobaba sus vías respiratorias. En unos segundos llegaron otros compañeros: uno desinfló el colchón de aire en la cama, otro trajo el desfibrilador, otro abrió el botiquín de emergencia, otro contó los ciclos de reanimación cardiopulmonar (RCP) y otros se quedaron esperando para continuar con la reanimación o buscar otros medicamentos si era necesario.

«Vamos, Bob, vuelve con nosotros», dije en voz alta mientras realizaba las compresiones pectorales. Parecía que mis brazos estaban a punto de dormirse, pero estaba decidida a mantener vivo a aquel hombre. Tras otros quince minutos, el monitor de seguimiento registró un ritmo cardíaco errático que se tornó más regular a medida que recuperaba su pulso cardíaco. Mi asombro no tenía límites: había ayudado a salvar la vida de aquel hombre, y era una gran sensación.

Durante los siguientes días me las arreglé para ver a «Bob», aunque no me habían destinado a atenderlo. Seguía conectado al respirador y se usaban inyecciones de medicamentos para mantener su presión sanguínea. No estaba comunicativo y no sonreía o me hacía gestos, como había hecho anteriormente. Su estado se deterioró gradualmente y murió días después, cuando no se le pudo ofrecer otro tratamiento. Me disgustó porque habíamos hecho todo lo posible para que se recuperara de su enfermedad. Yo solo llevaba un mes trabajando en la unidad de cuidados intensivos (UCI) y me sentía orgullosa de ayudar a salvar todas aquellas vidas: en cierto sentido, me sentía heroica. Era joven y entusiasta. Jamás pensaba en cómo se sentían los pacientes; la cuestión era salvar sus vidas y lograr su recuperación. Nunca llegué a pensar en lo que pasaba por la mente de los pacientes que no se recuperaban.

Unos dieciocho meses más tarde, mi vida cambió. Trabajaba en un turno de noche y atendía a un hombre que se estaba muriendo. Llevaba catorce semanas como paciente de la UCI y por eso llegué a conocerlo bien. Esa noche lo saludé y, después de sustituir a la enfermera del turno anterior, comprobé el equipo instalado junto a su cama y me preparé para bañarlo: el ritual habitual en la UCI donde trabajaba. Al tocar los controles de la cama eléctrica para ajustar la altura, el paciente casi saltó de la cama dando un grito de agonía. Todo su cuerpo se tensó, estiró los brazos hacia arriba y su rostro se crispó en un amasijo contorsionado. Nuestros ojos entraron en contacto y fue como si todo a nuestro alrededor se detuviera –ya no era consciente de los sonidos que me rodeaban: el ventilador que respiraba por él, la rápida bomba intravenosa que administraba la medicación, el giro de los engranajes de la máquina de diálisis, mis compañeros hablando al fondo–, todo mi entorno desapareció y de pronto tuve la sensación de comprender todo lo que sentía mi paciente. Él no podía hablar, pues estaba conectado al respirador mediante una traqueotomía, pero sus labios pronunciaron una súplica muda: «Déjame solo, déjame morir en paz… Déjame morir». Jamás olvidaré su mirada; permanecerá conmigo para siempre. Sus ojos estaban inundados de lágrimas, dolor y frustración. La experiencia tuvo un enorme impacto en mí y me quedé allí, incapaz de moverme durante unos cinco minutos, en estado de shock. Llamé al doctor, que aumentó el suministro de analgésicos, pero el paciente seguía con evidentes dolores. Me encontraba en un dilema: si no lo bañaba la enfermera jefe me reprendería por no hacerlo, pero si lo hacía causaría aún más molestias al paciente.

Aparté las pantallas de la cabecera de la cama y le tranquilicé como mejor supe. Empezó a calmarse un poco y entonces, con su permiso, lavé las partes de su cuerpo que pude alcanzar y me senté junto a él, sosteniendo su mano. Unas horas después se tranquilizó aún más, cerró los ojos y cayó en un sueño ligero. Durante el resto del turno no pude dejar de pensar en cómo se sentía. Estaba al final de su vida y las últimas catorce semanas no había podido hablar, lo habían conectado a un sinfín de máquinas diferentes, las funciones de la mayoría de sus órganos habían sido asumidas por bombas mecánicas, apenas había dormido y cada aspecto de su vida estaba bajo el control de las enfermeras. Esa mañana, mientras conducía a casa, lloré sin parar, porque el paciente ocupaba mi mente constantemente. Llamé al trabajo a media mañana y me dijeron que había muerto dos horas después de concluir mi turno. La experiencia me afectó tan intensamente que estuve a punto de dejar el trabajo como enfermera.

Cada vez que acudía al trabajo me daba cuenta de que había otros pacientes que vivían experiencias similares al final de su vida. Me parecía que estaba desarrollando una reforzada sensación de empatía hacia los pacientes y sus familiares. Tan solo quería abrazarlos y que las cosas mejoraran, pero era impotente para hacerlo. También hacía que me planteara una serie de preguntas: ¿tan mala es la muerte que debemos hacer cuanto esté en nuestro poder para evitar que los pacientes mueran? ¿Qué es la muerte, en todo caso? ¿Qué ocurre cuando morimos? ¿Por qué nos aterra tanto? ¿Por qué ni siquiera hablamos de ella?

Durante los siguientes meses caí en una profunda depresión; sentía que iba al trabajo en piloto automático. Busqué cursos de enfermería que me ayudaran a comprender mejor cómo atender a pacientes que morían en cuidados paliativos, pero no había nada relevante aplicado a la UCI (¡y sigue sin haberlo!). Así pues, empecé a leer sobre la muerte, leí todos los libros sobre el tema que pude encontrar. Dondequiera que fuera tenía un libro en las manos. Entonces descubrí el concepto de experiencias cercanas a la muerte (ECM) y pensé: «¡Guau! ¡Esta gente nos está diciendo que la muerte es algo a lo que no hay que temer!». Mi formación científica como enfermera me decía que debían tratarse de meras alucinaciones o ilusiones, pero mi curiosidad al respecto no hizo más que crecer. Empecé a preguntar a los pacientes que supervisaba si habían tenido experiencias semejantes, pero ninguno me habló de nada parecido.

Entretanto, una de las supervisoras de enfermería se dio cuenta de que yo estaba retraída y había perdido mi habitual sentido del humor, así que un día tuvimos una reunión para hablar de lo que me estaba pasando. Durante dos horas dejé que afloraran las frustraciones y emociones de los últimos meses. Todo lo que la perpleja supervisora pudo decir fue: «Vaya, parece que aquí hay cosas interesantes, ¿cómo las abordamos?». La conversación concluyó con el establecimiento de objetivos a largo plazo. Le dije que lo único que me haría quedarme en la UCI era investigar las ECM. Ella rompió a reír y dijo que eso era extremadamente improbable porque tendría que ir al comité ético, lograr el permiso de los especialistas, etc., y dudaba que estuvieran de acuerdo; parecía tan improbable que ni siquiera lo anoté como uno de mis objetivos. Sin embargo, estaba segura de que eso era lo que quería hacer y nada iba a disuadirme.

Dos años después logré el permiso del comité ético, de mi supervisor y de los especialistas e inicié el primer estudio prospectivo a largo plazo sobre las ECM llevado a cabo en el Reino Unido, bajo la supervisión de las principales autoridades en la materia, el profesor Paul Badham y el doctor Peter Fenwick.

El estudio empezó en 1997 y durante ocho años mi vida se centró por completo en mi investigación, impulsada por aquel encuentro inicial con el paciente terminal. Realmente quería comprender la muerte para poder ayudar a futuros pacientes y asegurarme de que no pasarían por lo que había tenido que pasar él. Para un lector más técnico y científicamente orientado, he publicado un libro académico con todos los detalles de mis métodos de investigación, resultados, estadísticas, valoraciones y conclusión.2

Mis conferencias, especialmente las públicas, han sido muy bien acogidas, por lo que entiendo que existe un verdadero interés en este tema y que tanto el público general como los profesionales de la salud tienen sed de conocimientos en este campo. En respuesta a artículos de prensa sobre mi investigación, muchas personas de todo el mundo han contactado conmigo. La atención que mi trabajo ha recibido me pilló completamente desprevenida y he rehuido la publicidad tanto como me ha sido posible, al encontrarla bastante enojosa. Me lancé a fondo y he aparecido en programas de radio y televisión en el Reino Unido y en lugares tan lejanos como Colombia, Brasil y Nueva Zelanda. Dondequiera que voy, la gente quiere conocer más a fondo mi investigación.

Por desgracia, se han producido muchos malentendidos respecto a la misma, a menudo asociados con el concepto de vida después de la muerte. Quiero dejar claro que no intento demostrar o refutar la vida en el más allá; lo que he pretendido es lograr una mejor comprensión del proceso de la muerte para mejorar la atención a los pacientes terminales. Obviamente, lo que he escrito sobre el encuentro con mi paciente al principio de esta introducción apenas expresa la profundidad de la emoción que me inundó esa noche. He preferido ahorrarles los detalles de lo que tuvo que soportar. La conexión que experimenté con ese hombre en 1995 es lo que continúa motivándome y lo que me hace perseverar en mi investigación hasta el presente. No tengo otro propósito que contribuir a mejorar la atención a los pacientes terminales; es un asunto que nos afecta a todos, ya que la muerte es la única certeza absoluta en la vida de todos y sé que yo no quiero pasar lo que pasó aquel hombre.

Aunque la investigación que llevé a cabo en el hospital se centró fundamentalmente en las ECM acontecidas durante los paros cardíacos, pueden suceder en otros contextos, que también serán descritos. A lo largo de los años he reunido cientos de ejemplos de ECM que me han remitido las personas que han contactado conmigo. He incluido algunos ejemplos, pero decidir cuáles añadir ha sido muy difícil porque tengo muchos casos archivados y cada uno es valioso en sí mismo. Los testimonios aparecen en su forma original y no han sido alterados, salvo en la corrección ortográfica y en la eliminación de los nombres: la mayoría de las personas ha preferido permanecer en el anonimato. Creo que es un libro de fácil lectura, basado en mis 21 años de experiencia como enfermera, en mi investigación doctoral en ECM y en mi visión personal, fraguada en el transcurso de mi carrera. Pretende comunicar estas experiencias a un público más amplio, ofrece ejemplos de ECM y, espero, transmitir la idea de que son algo más que meras alucinaciones y que podemos aprender mucho de esta cuestión. Deseo que el lector pueda comprometerse con estas experiencias y ampliar su conciencia respecto a las enormes complejidades que entrañan. Y más importante aún, espero que se lo piense dos veces si en alguna ocasión conoce a alguien lo suficientemente valiente como para compartir su ECM con él; espero que le responda con respeto, independientemente de su perspectiva personal.

Ha sido un verdadero privilegio ocupar un puesto en el que se me ha permitido aprender tanto de los pacientes que he atendido a lo largo de mi carrera, así como de los pacientes que forman la base de mi estudio y de las personas que han compartido sus ECM conmigo. Hay algo que inspira humildad en el hecho de estar en presencia de alguien que ha vivido una ECM, y considero un verdadero honor que todas esas personas hayan compartido conmigo una experiencia tan intensamente emocional y personal.

Sugiero a los lectores escépticos que no tomen las ECM en su sentido literal, sino que intenten alcanzar una comprensión más profunda y ahondar en el abanico de experiencias de este complejo fenómeno antes de pronunciar juicios de valor. Recomiendo especialmente tomar asiento y escuchar a muchas personas describir su ECM: una cosa es leer estas experiencias y otra muy distinta estar frente a quienes las han vivido.

El aspecto crucial en el que quiero centrarme en este libro es en que las ECM ocurren inequívocamente y que ejercen un poderoso y verdadero efecto en quienes las experimentan. Más aún, la sabiduría obtenida durante la ECM puede mejorar nuestra vida y manifiesta unos efectos increíblemente positivos en quienes no la han vivido: todo lo que tenemos que hacer es prestar atención y escuchar lo que estas personas tienen que decir. Al intentar patologizar las ECM perdemos un conocimiento muy valioso.

Paradójicamente, lo más importante que me ha enseñado mi investigación tiene que ver con la vida y no con la muerte. En nuestro presente modo de vida, tecnológico, consumista y materialista, hemos olvidado lo fundamental: cómo vivir. Mi nueva perspectiva sobre la muerte y, consecuentemente, sobre la vida, no solo me ha ayudado a seguir trabajando en la UCI durante diecisiete años, sino también a atender mejor a los pacientes terminales en mi propia familia. No pretendo conocer todas las respuestas, tan solo presento las experiencias que me han sido transmitidas y espero ser capaz de transmitir algo de lo aprendido de mis pacientes y en mi trabajo como enfermera y como investigadora. Animo a los lectores de este libro a abrir su mente y confío en que se sentirán inspirados para iniciar su propio viaje y conocer más profundamente ese gran misterio que llamamos muerte.

1. LA EXPERIENCIA CERCANA A LA MUERTE

«El temor a la muerte ha provocado más sufrimiento que todas las enfermedades físicas combinadas. Las ECM son una cura para el sufrimiento porque sugieren que la conciencia trasciende el cerebro y el cuerpo moribundo. Quienes han experimentado una ECM lo aprenden durante su vivencia, y regresan con la permanente ausencia del miedo a la muerte y la certeza de la inmortalidad.»

LARRY DOSSEY3

Cuando usted haya leído este libro, tendrá una mayor comprensión de los siguientes aspectos:

Qué es una ECM.Cómo las ECM pueden afectar a las personas que las experimentan.Los contextos en que pueden acontecer las ECM.Las variaciones culturales de las ECM.Las teorías científicas actuales propuestas como explicación de las ECM.Los hallazgos de muchos estudios hospitalarios prospectivos.Una breve historia de las actitudes culturales hacia la muerte, hasta la época actual.Las implicaciones que las ECM pueden tener en nuestro sistema sanitario.En qué sentido el mensaje positivo de las ECM puede mejorar el modo en que vivimos.

Cuando empecé mi formación como enfermera en 1989, no había oído hablar de las ECM y fue algo de lo que jamás me hablaron durante mis estudios. El primer año cuidé a una paciente en el pabellón médico; trabajé diez turnos consecutivos, por lo que llegué a conocerla muy bien. En el décimo turno, mientras la ayudaba a asearse, me dijo, no sin pudor, que había «visitado el cielo» cuando su corazón se detuvo en la unidad de cuidados intensivos cardiovasculares. Recuerdo cómo escuché su experiencia, en la que ella salió de su cuerpo y viajó hasta un prado donde la esperaba su difunta madre. Pensé: «Debe haber tenido alucinaciones o un exceso de diamorfina». No volví a pensar en ello y tampoco la cuestioné; me limité a escucharla. Solo unos años más tarde, siendo enfermera diplomada, me percaté del significado de lo que me había dicho.

Me gustaría que todos leyeran este libro con una mente abierta y descartando toda idea preconcebida sobre cómo explicar o refutar las ECM. Este libro intenta transmitir una comprensión más amplia y exhaustiva de las ECM y de todas las complejidades que la acompañan, como los efectos psicológicos, sociológicos y físicos. Más allá de esto, este libro considera las implicaciones que una mayor comprensión de este fenómeno puede tener en nuestra sociedad y en la forma en que vivimos nuestra vida. Al final del libro hay una discusión que destaca la investigación sociológica que demuestra que comprometerse y aceptar las ECM como una experiencia válida puede aportar un gran sentido a nuestras vidas y fomentar el amor, el respeto y la compasión hacia los demás, hacia nosotros mismos y hacia nuestro planeta.

¿QUÉ ES UNA ECM?

Tal vez algunos lectores estén familiarizados con el término «experiencia cercana a la muerte». Otros no habrán oído hablar de ella, mientras que muchos reconocerán este tipo de experiencia como algo que les ha sucedido a ellos mismos en algún momento del pasado y que nunca han comprendido o no han contado a nadie.

Las ECM no son un fenómeno nuevo; se ha hablado de ellas a lo largo de la historia. Aparecen en la Biblia (2 Corintios 12, 1-9), en la República de Platón, en la época romana4 y fueron frecuentemente descritas en la literatura medieval.5 Experiencias similares se han registrado en diferentes culturas del mundo, como en el caso del Libro tibetano de los muertos,6 junto a las experiencias de los delog tibetanos.7 Las obras de El Bosco (aprox. 1450-1516) y William Blake (1757-1827) ofrecen imágenes que recuerdan a las ECM.

A principios de la década de los 1970, las ECM fueron investigadas por el doctor Johan Hampe y la doctora Elisabeth Kübler-Ross. Sin embargo, solo se popularizaron cuando el doctor Raymond Moody las clasificó y denominó como «experiencias cercanas a la muerte» en 1975 y su libro Vida después de la vida se convirtió en un superventas internacional. Moody definió las ECM como una experiencia acontecida en un estado de inconsciencia, cuando el sujeto se encuentra al borde de la muerte y cuyo relato incluye una serie de componentes descritos más adelante.

INVESTIGACIÓN PREVIA

Desde el reconocimiento de las ECM en los años setenta del pasado siglo se han realizado amplias investigaciones y se ha escrito mucho sobre el tema. Los pioneros en el campo fueron el doctor Raymond Moody, el profesor Kenneth Ring, el profesor Bruce Greyson, el doctor Michael Sabom, el doctor Melvin Morse, Nancy Evans-Bush y P.M.H. Atwater en Estados Unidos, y el profesor Paul Badham y la doctora Linda Badham, la doctora Susan Blackmore y el doctor Peter Fenwick y Elizabeth Fenwick, la doctora Margot Grey y David Lorimer en el Reino Unido, por nombrar solo a unos pocos. La Asociación Internacional para el Estudio de Experiencias Cercanas a la Muerte (IANDS, en sus siglas en inglés) se formó en los años ochenta en Estados Unidos. En la actualidad, la Fundación de Investigación Horizon, en el Reino Unido, realiza una tarea similar y busca una mayor comprensión de la conciencia.

El doctor Michael Sabom,8 el doctor Melvin Morse,9 la profesora Janice Holden,10 la doctora Madelaine Lawrence11 y el doctor Maurice Rawlings12 realizaron investigaciones adicionales en hospitales. En la última década hemos asistido al inicio de investigaciones prospectivas en hospitales, supervisadas por el doctor Pim van Lommel en los Países Bajos,13 Janet Schwaninger14 y el profesor Bruce Greyson15 en Estados Unidos. En 1997 el doctor Sam Parnia16 y yo iniciamos proyectos de investigación similares en el Reino Unido, independientes uno del otro.

ECM RECIENTES

Dos recientes casos con un perfil alto han generado una oleada de interés mediático en las ECM y han creado un intenso debate. Anita Moorjani17 experimentó una ECM tras ingresar en la unidad de cuidados intensivos. En aquel momento padecía un linfoma avanzado y su muerte parecía inminente. Su familia se preparó para lo peor y su hermano viajó en avión para estar a su lado. A medida que se acercaba a la muerte, Anita entró en coma y experimentó una ECM. Increíblemente, se recuperó de la fase aguda de su enfermedad y ahora cree que su linfoma ha desaparecido completamente. Su experiencia cambió radicalmente su forma de vivir y ahora la comunica a públicos de todo el mundo.

Probablemente, uno de los relatos recientes más sorprendentes de una ECM procede del doctor Eben Alexander III.18 Su experiencia es una de las más profundas que he encontrado, y, además, el hecho de que él sea neurocirujano y no tema hablar públicamente de lo que ocurrido es muy inusual y encomiable. El doctor Alexander contrajo una forma atípica de meningitis y fue ingresado en una unidad de cuidados intensivos, donde permaneció en un coma inducido durante siete días.

Un aspecto especialmente fascinante de su ECM se supo después de que esta tuviera lugar. Durante la experiencia Eben estuvo acompañado por un hermoso ángel de la guardia con alas de mariposa; este hermoso rostro era muy vívido, pero no pudo reconocer, en sus rasgos, a alguien conocido. El doctor Alexander era adoptado y no conoció a su familia biológica hasta un año antes de su ECM. Sus hermanas biológicas le contaron que su hermana menor, Betsy, había muerto. Cuatro meses después de recibir el alta en cuidados intensivos, le enviaron una fotografía de Betsy (a quien nunca había visto) y descubrió que estaba mirando el rostro del ángel con alas de mariposa de su ECM.

Su ECM fue muy amplia y, como neurocirujano, intentó racionalizar su experiencia en términos de neurofisiología. Sin embargo, pese a su formación médica y su profundo conocimiento del cerebro, fue incapaz de comprender su ECM en términos de las creencias científicas actuales sobre la conciencia. En consecuencia, ahora está convencido de que la creencia que afirma que la conciencia es una creación del cerebro es incorrecta.

Después de trabajar con médicos a lo largo de los años, muchos me confesaron haber experimentado una ECM. La mayoría intentaba olvidarla o la atribuía a un único factor fisiológico o de otra naturaleza y evidentemente no se lo contaban a nadie por la presión del grupo y el temor al ridículo. El hecho de que el doctor Alexander haya decidido hablar públicamente de su ECM subraya hasta qué punto su experiencia ha alterado su forma de pensar respecto a todo lo que le habían enseñado sobre la conciencia en la facultad de medicina.

En marzo de 2013 participé en una conferencia en Marsella, Francia, organizada por Sonia Barkallah de S17 Productions. Allí conocí a Rajaa Benamour, de Casablanca, Marruecos, una mujer que había experimentado una ECM. Conversar con Rajaa fue realmente fascinante, pero como mi francés no es muy bueno tuve que apoyarme en un traductor. En primer lugar, explicó que llevaba gafas de sol en interiores porque había desarrollado una especial sensibilidad a la luz a consecuencia de su ECM.

La conferencia tenía traducción simultánea a través de auriculares, por lo que pude comprender lo que ella dijo durante su intervención. Tras una inyección anestésica, Rajaa sufrió una intensa ECM gracias a la que obtuvo un minucioso conocimiento, repasó su vida desde su nacimiento y asistió a la creación del universo. También afirmó haberlo experimentado todo a nivel cuántico, lo que propició una profunda comprensión de la física cuántica que previamente no tenía. Desde entonces esta experiencia la ha motivado a estudiar física cuántica en la universidad.

Durante la conferencia se proyectó una grabación en vídeo de una entrevista con un profesor de Rajaa, quien declaró su asombro ante el nivel de conocimientos sobre física cuántica que manifestaba su alumna. Su conocimiento y comprensión no podía alcanzarse en un curso acelerado o leyendo montones de libros sobre física cuántica. Me resultó especialmente intrigante que afirmara que ni siquiera él comprendía todo lo que Rajaa estaba escribiendo, pero que su trabajo había sido confirmado por artículos recientes publicados en revistas de física.

En la actualidad, Rajaa está escribiendo un libro sobre su ECM, pero, como mencionó en la conferencia, su experiencia fue tan vasta que el libro necesitará tres volúmenes. Espero con impaciencia más noticias sobre su experiencia y ojalá su libro se traduzca al inglés.

COMPONENTES DE UNA ECM

Oír que se está al borde de la muerte

Algunas personas afirman haber oído decir a los presentes que están muertos o al doctor/enfermera decir cosas como «Ha entrado en parada», «Lo estamos perdiendo» o que el sujeto no va a sobrevivir.

Ruido

Cuando la persona «abandona» el cuerpo, a menudo informa de un zumbido, un silbido, un crujido o un sonido de arrastre.

Experiencia extracorporal (EEC)

La experiencia extracorporal puede ocurrir independientemente, sin relación con otros componentes de la ECM. Las personas cuentan cómo de pronto se vieron succionadas fuera de su cuerpo y se hallaron cerca del techo, sobrevolando la situación de emergencia, observándose desde lo alto. Al principio tal vez no se reconocieron, pero entonces descubrieron a otras personas, como médicos y enfermeras, atendiendo su cuerpo. A menudo percibían una sensación de ingravidez y sentían que su «verdadero yo» era el que observaba su cuerpo, que ya no identificaban o no asociaban con una parte de sí mismos. Y resulta curioso que algunos ciegos hayan relatado ECM con un componente de experiencia extracorporal.19

El siguiente ejemplo de experiencia extracorporal me fue remitido en respuesta a uno de mis artículos en prensa:

Me ha interesado mucho su artículo y creo que este campo necesita una mayor investigación. Hace veinte años galopaba con mi caballo en la cumbre de una montaña cuando tropezó, la brida se partió y caímos al suelo, el caballo y yo. Desperté unas dos horas más tarde: caía una lluvia suave y yo me observaba desde arriba. Mi casco protector estaba destrozado y alguien me dijo que me pondría bien, pero que tenía que levantarme porque aún no me había llegado el momento, ya que mi hija me necesitaba. Tenía la sensación de encontrarme «a medio camino del cielo», observando desde lo alto mientras una voz me susurraba.

Desde esta posición en las alturas observé cómo mi cuerpo se incorporaba y empezaba a descender la montaña por un empinado y rocoso sendero forestal (de varios kilómetros). Al llegar al aparcamiento del albergue un hombre se acercó a mi cuerpo, me ayudó a subir a su coche y condujo en dirección a la carretera principal. Ahora yo planeaba sobre el coche mientras se acercaba mi amiga, que detuvo el vehículo; transportaron mi cuerpo a su coche y ella me llevó al hospital mientras su marido subía a la montaña para recuperar el caballo. En el hospital me examinó un doctor mientras yo sobrevolaba la escena. Me hicieron una radiografía craneal y pidieron a mi amiga que me llevara a casa, a lo que ella se negó. Yo planeaba a su lado y le decía que buscara a otro médico. Llegó otro doctor, me trasladaron a una sala pequeña y sometieron mis pulmones obstruidos a una toracotomía. Al inspirar regresé a mi cuerpo y sentí dolor por primera vez tres o cuatro horas después del accidente.

Al día siguiente mi médico también diagnosticó una pierna izquierda aplastada así como costillas fracturadas, conmoción grave, etc. Mi historia la dejó boquiabierta porque debería haber sido imposible poder incluso incorporarme, y no hablemos de andar: comparó mis heridas con las de alguien a quien le ha pasado un tractor por encima. Fue una experiencia que cambió mi vida, siento que me ha hecho mejor persona, sin duda ahí se desencadenó un gran poder. Unos diez años más tarde me encontraba en la consulta del médico de cabecera esperando la receta de mi padre cuando un hombre a quien no había visto antes se sentó a mi lado. Se giró y me dijo que había tenido una experiencia extracorporal durante un grave infarto y que ahora reconocía a quien había pasado por lo mismo. Sentía que esa experiencia confería un aura a las personas, como era mi caso, y que lo había convertido en un ser humano mejor. Buena suerte con su investigación, si puedo ser de ayuda de algún modo, por favor hágamelo saber.

El túnel/oscuridad y luz

No todo el mundo habla de un túnel; de hecho, en algunas culturas el túnel parece estar ausente y la gente habla de transiciones de la oscuridad a la luz.20 Quienes informan de un túnel oscuro a veces cuentan que su interior tiene una textura específica como de terciopelo, ondulado, de barro u hormigón. La persona puede ser arrojada a gran velocidad o atravesarlo suavemente. Al final de la oscuridad hay una luz brillante que tiende a aumentar su brillo. A pesar de su luminosidad no hace daño a la vista y a veces posee una naturaleza magnética que parece atraer a la persona hacia ella.

El examen vital

Durante el repaso a la vida, diversas imágenes de la vida de una persona desfilan y reviven literalmente desde la perspectiva de una tercera persona. Hay quien lo describe como una experiencia panorámica en la que todo ocurre simultáneamente. El examen vital puede incluir todos los acontecimientos importantes en la vida y también los insignificantes. Las imágenes han sido descritas como holográficas, con una matriz de impresiones simultáneas.21 Puede darse en orden cronológico o aleatorio, encadenando imágenes que carecen de particular relevancia. En algunos casos, la persona está acompañada de una presencia que no emite juicio alguno y proporciona una fuente de sosiego y fortaleza mientras las imágenes se suceden. Las personas se enfrenta a las consecuencias de sus acciones –buenas o malas– y puede sentir los efectos que han tenido en los demás. Pueden experimentar una poderosa sensación de autocrítica mientras observan su vida desde esta perspectiva. Por ejemplo, pueden sentirse profundamente incómodos por unas palabras desconsideradas que pronunciaron a otra persona, cuando las reviven en el examen de toda una vida. También pueden regocijarse tras experimentar, desde la perspectiva de otra persona, hasta qué punto sus actos ayudaron a otros.

Sentidos aumentados

Durante la ECM, y a veces después, la persona puede experimentar una agudización de los sentidos de la vista y el oído. Aumenta la sensación de atención y de conciencia. A menudo la experiencia es descrita como «más real que la realidad».

Reunirse con familiares fallecidos

Familiares o amigos difuntos pueden acercarse a la persona. De hecho, este fue el componente más común en mi estudio. Curiosamente, a veces conocían a personas de cuya muerte no tenían noticia durante la experiencia. Es frecuente que el difunto comunique a quien vive la ECM que aún no ha llegado su momento y que tiene que regresar.

Presencia o «ser de luz»

Es frecuente que durante la experiencia se manifieste un «ser de luz». Puede tratarse de una figura religiosa asociada a la cultura del individuo, o bien puede manifestarse como una mera presencia, de la que normalmente emanan un gran amor y una luz brillante.

Comunicación telepática

Toda comunicación entre el sujeto y los seres queridos difuntos o los seres de luz tiene lugar telepáticamente y no mediante comunicación verbal.

Entrada a otro mundo/jardines y paisajes hermosos

Una vez que encuentra la luz, el sujeto puede hallarse en un hermoso jardín con encantadores paisajes, praderas exuberantes y flores de colores vívidos. Al fondo tal vez fluya un río o riachuelo.

Sensación de paz, alegría y tranquilidad y ausencia de dolor

Los componentes más extendidos en las ECM son la sensación de una inmensa alegría, paz, euforia, sosiego y tranquilidad. Cualquier dolor que el individuo experimentara previamente desaparece durante la ECM.

Barrera o punto de no retorno

Una barrera, como una puerta, un río o un portal, a menudo simboliza el fin de la experiencia. El sujeto sabe que si atraviesa esa barrera no volverá a la vida.

Sensación de unidad/interconexión

Durante la experiencia muchas personas se ven inmersas en una gran sensación de unidad e interconexión con los demás.

Volver/regresar

Algunas personas sienten que flotan suavemente de regreso a su cuerpo, otras son empujadas repentinamente, algunas creen regresar a su cuerpo a través de la cabeza, y otras «despiertan» en su cuerpo, preguntándose qué ha sucedido. La mayoría son acompañados de regreso por sus familiares difuntos o los «seres de luz» que han conocido. A menudo se les dice que aún no ha llegado su hora o que les queda trabajo por hacer. A veces el individuo se queda con la sensación de que tiene una misión que realizar en la vida, aunque ignora la naturaleza de la misma.

Vislumbre de un acontecimiento futuro

Algunos sujetos afirman haber percibido un destello de un acontecimiento futuro. Puede tener relación con su futuro personal o con el futuro del planeta.

Distorsión temporal

El tiempo parece no tener sentido durante una ECM. En muchos casos parece que la experiencia ha durado horas, aunque el tiempo de inconsciencia apenas sea de segundos o minutos. A veces da la impresión de que el tiempo se acelera; en otras ocasiones se ralentiza. La mayoría de las veces el sujeto es incapaz de definir su experiencia en relación con una escala de tiempo. Es muy notable cómo las personas ofrecen descripciones tan minuciosas y detalladas de lo que experimentan durante un período de tiempo tan breve.

Inefabilidad

Al intentar dar un sentido a su experiencia o verbalizarla, la mayoría de las personas no lo consiguen. Han vivido algo que no pueden comparar con nada, e intentar encontrar palabras para describirlo resulta imposible. Debido al carácter inefable de la experiencia, las palabras no le hacen justicia, incluso cuando el sujeto las escribe. Por lo tanto, para mí, relatar lo que otros han descrito está empañado y en cierto modo diluido respecto a su forma original. Es una pena que cuando las ECM se escenifican en películas o programas de televisión la esencia plena de una experiencia tan profunda no pueda transmitirse adecuadamente al público.

Mayor conciencia ecológica

Muchos sujetos que han vivido una ECM reconocen la importancia de temas ecológicos y el impacto que los seres humanos ejercen sobre el planeta.

Recordar una ECM

Otro aspecto que hay que tener en cuenta es que el recuerdo de la ECM puede evocar muchas emociones y ello puede significar que hablar de esta experiencia no resulte fácil (no porque suscite malestar, sino lágrimas de alegría). He hablado con hombres y mujeres que han sido incapaces de hablarme de su ECM porque no podían dejar de llorar. Les resultaba más fácil consignarla por escrito porque sus emociones les impedían hablar. No se trata de lágrimas de tristeza, sino de una emoción abrumadora desencadenada por el inmenso amor que sintieron durante su experiencia.

Algunas personas se sienten muy decepcionadas e incluso enfadadas al ser resucitadas.22 Estaban tan felices donde estaban que no querían volver a la vida. En casos de ECM infantiles, y también en algunas de adultos, queda el anhelo o el deseo de volver al lugar que visitaron durante la experiencia.

El siguiente es un ejemplo que Jules Lyons, una mujer de 43 años, me envió por correo electrónico:

He empezado a hablar más abiertamente de mi ECM, que me he guardado para mí durante los últimos 22 años. Solo duró unos pocos minutos (en tiempo terrenal, según los médicos ese fue el lapso en el que «me fui»), pero tuve la impresión de que todo fue MUCHO más dilatado. Sencillamente, ha sido lo más asombroso y bello que he vivido jamás […], hablar de ello hace que aún me estremezca y que algo brille en mi interior. Es tan claro y vívido que parece haber pasado hace una hora.

Yo me encontraba muy mal, estaba en emergencias; corría el verano de 1987. Perdía y recobraba la conciencia. En todo caso, recuerdo la voz del doctor, que decía: «No podemos hacer nada más» justo en el momento en que sentí que flotaba hacia arriba, fuera de mi propio cuerpo, en dirección al techo de la habitación del hospital. Pude sentir cómo mi espalda presionaba físicamente contra el techo. Observé al doctor y a dos enfermeras desplazándose alrededor de mi cuerpo, que yacía en la cama. Hablaban, podía oír nítidamente lo que estaban diciendo…, ¡y no era muy bueno! Sentí que estaba allí, flotando contra el techo, durante un minuto. Me sentía extrañamente tranquila, profundamente sosegada e increíblemente en paz, observando en silencio.

Fui «empujada» a través del techo y partí a gran velocidad hacia otro lugar. Lo próximo que supe fue que flotaba/volaba a través de un largo túnel de muchos kilómetros de largo, muy oscuro y vacío, y pude sentir que la velocidad a la que volaba era alta, porque percibía cómo el viento me azotaba y me alborotaba el cabello, etc. Me sentía increíblemente tranquila y sosegada, sin ningún miedo en absoluto. En todo caso, me embargó una sensación de liberación: una inmensa libertad y ligereza. Podía ver a muchos kilómetros de distancia y al final del largo túnel oscuro percibí una brillante luz blanca. Intensamente deslumbrante, casi cegadora. El túnel era frío, oscuro y huracanado, y sin embargo yo sentía una ABRUMADORA, omnipresente y profunda sensación de paz, alegría y tranquilidad. Como si me envolvieran en una cálida burbuja o en una manta de calma profunda, paz y éxtasis. Era algo que difícilmente puedo describir apropiadamente, no se parecía a nada que hubiera vivido en la tierra (antes de la ECM).

Al llegar al final del túnel y acercarme a la brillante luz blanca, me encontré flotando en lo que parecía una delgada capa de aire. Espacio límpido, ligero, vacío; brillante y nítido, perfectamente despejado. De pronto sentí cómo una oleada de inmensa alegría ascendía desde mi interior, me sentí TAN animada y TAN en paz e increíblemente dichosa. Y, lo recuerdo claramente, por primera vez experimenté lo que era sentirse realmente LIBRE, como si cada átomo de mi ser fuera libre y resplandeciera de gozo.

Mientras flotaba (por mí misma y no tanto a merced de alguna fuerza externa), ante mí se levantó un alto muro de piedra que se extendía muchos kilómetros a mi derecha, y aunque era alto (¿quizá unos tres metros?), pude ascender hasta ver por encima de él.

Lo que vi más allá del muro fue, sencillamente, el lugar MÁS HERMOSO, MÁS PACÍFICO y más ASOMBROSO que jamás pude imaginar. Un amplio paisaje panorámico formado por jardines, ríos, estanques, fuentes, flores, árboles, colinas, arroyos, valles, etc. Era de una belleza vertiginosa. Sin embargo, lo más insólito era el color. Los colores eran tan increíblemente brillantes y vívidos, casi iridiscentes y radiantes, como si de algún modo extraño estuvieran vivos. No tenía nada que ver con un paisaje de la tierra…, era en super-tecnicolor, unos colores realmente vívidos y sorprendentemente hermosos, radiantes, vibrantes, transparentes.

Algunos elementos distintivos se me hicieron evidentes de forma inmediata: unos senderos que parecían de cristal iridiscente o formados de colores inefables y hermosos; estos caminos se perdían en una distancia invisible, pues parecía que el paisaje no tenía fin. Pude ver fuentes, ríos, y los árboles y flores más hermosos.

También había un edificio muy interesante y extraño, el único que pude ver en todo el lugar. Era muy pequeño, muy sencillo, y el único modo que tengo de describirlo adecuadamente es como una mezcla entre un cenador y un templo abovedado, casi como la cúpula de una mezquita, construido de oro y luz. De este edificio irradiaba la luz dorada más intensa, en forma de rayos, que inundaban el paisaje circundante. De algún modo supe que todo el mundo, uno a uno, tendría que entrar en ese edificio en algún momento.

Aquí y allá, diseminados en el jardín y hasta donde me era posible ver, había asientos y bancos cómodos, ocupados por muchas personas. Sí, lo que parecían personas perfectamente normales estaban allí sentadas, conversando tranquilamente, de una forma tranquila y silenciosa, como en un mullido susurro, algunos en pequeños grupos bajo los árboles, otros sentados en la hierba, otros recorriendo los senderos. No podía oír las palabras ni distinguir las voces, era como si se comunicaran unos con otros sin lenguaje y yo tuviera conciencia de que mantenían conversaciones. Parecían vestir trajes especiales, nada que se asemejara a la ropa convencional, pero eran definitivamente humanos. Se percibía una PROFUNDA sensación de calma en todos ellos. Sentí, de forma nítida, que estaban «esperando». Como si se tratara de algún tipo de área de «espera» o «recepción». Todos, en este paisaje, estaban esperando.

Parecía un suave día de verano, templado, agradable, no demasiado cálido, y yo flotaba felizmente junto al muro, observando el paisaje, cuando de pronto una puerta se abrió ante mí.

Una antigua y ordinaria puerta de madera, típica de jardín: del tipo que suele haber en los viejos muros o jardines. Al acercarme a la puerta, pude discernir una figura que se erguía (flotando, como yo, en el aire transparente) junto a ella.