Economía para sostener la vida - Lucía Cirmi Obón - E-Book

Economía para sostener la vida E-Book

Lucía Cirmi Obón

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Beschreibung

El presente libro se propone recorrer la economía con lentes violetas, para democratizarla y acercarla a los problemas urgentes. ¿Qué tienen los feminismos que decirle a la economía? ¿Cómo es que la perspectiva feminista atraviesa todos los tópicos que están a diario en la televisión, en esa economía llena de números y palabras que nos suenan extraños? ¿Cómo se cruzan la agenda feminista y la agenda económica en el siglo XXI? ¿Cómo se cruza nuestra vida «privada» con esas decisiones macroeconómicas tan lejanas? Y ahora que las consignas del feminismo ya están en la calle… ¿cómo se construye una economía feminista?, ¿es posible armar una economía completamente de acuerdo con sus principios?, ¿qué efecto tendría esa transformación en el resto de nuestra vida? El resultado es un texto de fácil comprensión que facilitará a cualquier persona interesada adentrarse en un tema crucial de nuestros días, con un objetivo claro: devolverle la economía a la gente.

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Akal / Pensamiento crítico

Lucía Cirmi Obón

Economía para sostener la vida

El presente libro se propone recorrer la economía con lentes violetas, para democratizarla y acercarla a los problemas urgentes. ¿Qué tienen los feminismos que decirle a la economía? ¿Cómo es que la perspectiva feminista atraviesa todos los tópicos que están a diario en la televisión, en esa economía llena de números y palabras que nos suenan extraños? ¿Cómo se cruzan la agenda feminista y la agenda económica en el siglo xxi? ¿Cómo se cruza nuestra vida «privada» con esas decisiones macroeconómicas tan lejanas? Y ahora que las consignas del feminismo ya están en la calle… ¿cómo se construye una economía feminista?, ¿es posible armar una economía completamente de acuerdo con sus principios?, ¿qué efecto tendría esa transformación en el resto de nuestra vida? El resultado es un texto de fácil comprensión que facilitará a cualquier persona interesada adentrarse en un tema crucial de nuestros días, con un objetivo claro, devolverle la economía a la gente.

Lucía Cirmi Obón (Buenos Aires, 1986) es economista magna cum laude de la Universidad de Buenos Aires y magister en Estudios del Desarrollo del International Institute of Social Studies (Países Bajos). Estudió también la maestría en Políticas Públicas en FLACSO. Desde muy joven se desempeñó en la política pública. Trabajó en el diseño y ejecución del programa para jóvenes PROG.R.ES.AR, así como en otras políticas sociales y económicas, tanto en el Ministerio de Economía como en el Congreso Nacional. Hoy, como subsecretaria de Políticas de Igualdad del primer Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de Argentina, lidera la Mesa interministerial de Políticas de Cuidado y el comité del programa REGISTRADAS. Es investigadora del Centro Cultural de la Cooperación, docente universitaria e integrante del colectivo de economistas feministas Paridad en la Macro. Piensa que todos los títulos antes mencionados no valen nada si no están puestos al servicio de una sociedad más igualitaria, en todos los sentidos.

Diseño interior y cubierta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Cirmi Obon, Lucia

Una economía para sostener la vida / Lucia Cirmi Obon. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ediciones Akal, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8367-62-0

1. Economía Política Argentina. I. Título.

CDD 330.82© Marc Bekoff y Jessica Pierce, 2017

© Lucia Cirmi Obon

© Ediciones Akal, S.A., 2023

Sociedad extrajera Ediciones Akal Sucursal Argentina S. A.Avenida Belgrano 1460, PB A(1093), CABATel.: 011 57113943Cel.: +54 9 11 550 607 763Argentinawww.akal.comISBN: 978-987-8367-62-0

Para Sara Libertad, con mucho amor

AGRADECIMIENTOS

Mi primer agradecimiento va para Joaquín Ramos, quien me leyó de casualidad hace algunos años en una revista cooperativa, me contactó y me convenció de que debía escribir este libro. Gracias Joaquín por confiar en mí y por hacerme confiar a mí también en que tenía algo para aportar y para decir.

Este libro no podría haber sido posible sin las redes que me alientan y me alimentan. Gracias a los intercambios y a la lectura comprometida de Sofía Cirmi, Gabriela de Castro, Laura Matute, Edurne Cárdenas, Virginia Franganillo, Ernesto Mattos, Emiliano Cabrera, Tomás Lukin, Victoria Giarrizo y Anita Orsi (y Seba, obvio). Gracias a Lola Cirmi y Ailin Simonelli por estar en los detalles de cada ilustración. Gracias a mis compañeras y compañeros de Futuros Mejores, Paridad en la Macro y FútbolSinCristal, con quienes compartimos las ideas, las risas y la propuesta política de un crecimiento colectivo para nuestra generación y las que vienen. Gracias a todas las personas que con generosidad compartieron su conocimiento conmigo y me permitieron formarme, especialmente Corina Rodríguez Enríquez, Wendy Harcourt, Karin Astrid Siegman, Ricardo Gerardi, Rolando Astarita y Héctor Recalde.

Por último, pero aún más importante que todo lo anterior, gracias a mi amor y compañero de vida Haroldo Montagu. Yo hablo mucho de la desigualdad en los cuidados, pero pocas veces digo que en casa tengo el mejor contraejemplo, y que yo haya podido hacer este libro es, en parte, gracias a eso.

PRÓLOGO

La pluma nunca es imparcial

Una vez una amiga me dijo que para volver al eje hay que recordar los deseos que una tenía en la más tierna infancia, antes de que la bruma y las ideas de los demás intoxicaran el corazón. Para decidirme a estudiar Economía volví a esa idea varias veces, recordando las cosas que de chica me parecían muy injustas. Crecí en la Argentina de los noventa, donde la línea divisoria entre los que la pasaban bien y los que la pasaban mal estaba muy marcada. La noticia era siempre que alguien se había quedado sin trabajo, nunca que alguien conseguía uno. Terminamos esa década con 25% de desempleo y con la mitad de la población debajo de la línea de la pobreza. El estallido social sacudió todos los hogares de la Argentina, los que sufrían hace mucho y los que recibían los últimos coletazos. En ese contexto era muy difícil pensar en que estudiar Economía podía ayudar a arreglar las cosas.

Más aún, eran los economistas los que habían roto todo. Los famosos Chicago Boys, un grupo de economistas varones blancos que habían aprendido en Estados Unidos «cómo solucionar las cosas». El pueblo, en cambio, había aprendido a tenerles miedo: a los economistas, a sus palabras difíciles, a sus ideas complejas y a sus decisiones sin rostro humano. Sin embargo, a mí me parecía que, si ellos eran los que decidían las cosas, entonces había que hablar su mismo idioma. Pueden sonar viejitos, pero los Chicago Boys están más vigentes que nunca: son los que hace 30 años diseñaron la Constitución contra la que Chile se rebeló en 2020.

Muchos tests vocacionales después y algunas carreras fallidas de por medio, empecé a estudiar Economía con los objetivos intactos. No voy a negarlo: dar con una economía orientada a la gente fue un camino largo, rico y difícil. La universidad pública y gratuita de Buenos Aires me permitió conocer pequeños movimientos contraculturales que por fuera de las aulas latían a su propio ritmo aquí en el Sur: el estructuralismo, la heterodoxia keynesiana, la economía social, popular y solidaria, y finalmente la hermosa economía feminista, que es el eje de este libro. Estas ideas también me permitieron revisitar mi historia varias veces y darle su grado minúsculo frente a un universo de desigualdades. En el mismo sentido, el feminismo me enseñó a reconocer cada vez más mis privilegios como mujer blanca y educada, desde los que, inconsciente e implícitamente, también hablo en este libro.

Los lugares desde donde apliqué y seguiré aplicando estas ideas, que se aprenden, se enseñan y se reconstruyen al mismo tiempo, no importan. El objetivo es siempre el mismo: devolverle la economía a la gente.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2023

INTRODUCCIÓN

La economía permanece ajena a las grandes mayorías, las cuales, o sienten que no la entienden, o la perciben alejada de sus intereses. El problema es que cuando la economía está lejos de la gente funciona mal. Por eso, este libro se pregunta: ¿la economía que tenemos sirve para sostener nuestra vida?

En esta pregunta se esconde una batería de demandas que la gente de a pie arroja contra los especialistas: ¿por qué es tan difícil entender la economía?, ¿por qué hay que vivir trabajando y no hay tiempo para disfrutar?, ¿por qué algunos tienen tanto y otros tan poco?

En respuesta a lo anterior, aparece una corriente de pensamiento económico y de activismo feminista que aboga por transformar la economía que tenemos, la economía feminista. Su principal estandarte es «economía para sostener la vida». Pero ¿en qué consiste?

Se trata de una perspectiva que mira no sólo a la producción, sino también al modo en que se organiza nuestra reproducción y distribución: el trabajo de cuidado en los hogares, el trabajo remunerado en la calle y la forma en que se distribuye la riqueza generada.

Pensar si nuestra economía sostiene la vida es además un interrogante urgente. Varias situaciones de nuestro contexto nos tocan la puerta y nos invitan a pensar. El mundo, y en particular América Latina, está crujiendo por sus desigualdades, las históricas y las nuevas, los proyectos de transformación fallidos y una nueva alza muy conservadora sobre cómo deberíamos vivir. Todo esto sucede mientras se esperan grandes cambios en el trabajo, en la tecnología, en el medio ambiente y en las características de la población de las próximas décadas, a escala global. La predominancia financiera de los últimos 50 años le agrega al panorama una sensación explosiva y enajenada, como si fuera imposible tomar las riendas de estos cambios económicos, como si se tratara de animales con vida propia.

Este escenario está atravesado (y a veces impulsado) por una hermosa marea verde: multitudes de mujeres que recorren las calles pidiendo por un lugar y una vida distintos. Una marea que crece y crece: en consignas, en denuncias y en propuestas, pero que no siempre se traduce ni en cambios ni en políticas integrales en el plano económico. Por eso, en este libro hago un racconto individual de una perspectiva que es colectiva: qué tienen los feminismos para decirle a la economía. ¿Cómo es que la perspectiva feminista atraviesa todos los tópicos que están a diario en la televisión, en esa economía llena de números y palabras que nos suenan extraños? ¿Cómo se cruzan la agenda feminista y la agenda económica en el siglo xxi? ¿Cómo se cruza nuestra vida «privada» con esas decisiones macroeconómicas tan lejanas? Y ahora que las consignas del feminismo ya están en la calle… ¿cómo se construye una economía feminista?, ¿es posible armar una economía completamente de acuerdo con sus principios?, ¿qué efecto tendría esa transformación en el resto de nuestra vida?

Sin ánimo de dar una respuesta acabada a estas preguntas, pero sí de presentar argumentos para un debate colectivo, este libro está dividido en tres secciones. La primera mira para atrás y cuenta brevemente cómo llegamos a la economía que tenemos ahora, la que se hace en las calles y la que se enseña en los libros. También se pregunta cuál es la diferencia con la perspectiva de la economía feminista. La segunda parte está situada en el momento presente: cómo es nuestra economía y nuestra vida; cómo se organizan las familias, los trabajos y las políticas públicas entre el mundo productivo, reproductivo y distributivo. La tercera sección mira para adelante, se pregunta cuáles son los grandes cambios que se vienen en la economía y revisa qué propone la economía feminista frente a ellos para lograr finalmente una economía que sostenga la vida.

Hacer este recorrido tiene un doble objetivo. Por un lado, visibilizar el trasfondo de género que tienen muchos problemas de la economía y de la sociedad, que a diario se discuten sin esta perspectiva. Por otro, busco que quien lea este trabajo pueda reapropiarse la economía; que pueda conectar la economía con la realidad inmediata y cotidiana, y, con ello, ayudar a perder el miedo a la disciplina. No hace falta conocer autores y tecnicismos para entenderla y reclamar algo distinto en un tema que atraviesa e incide en nuestras vidas todos los días. Aprovechemos la perspectiva feminista para acercarnos a sus cuestiones más básicas y profundas, y así formular nuevas propuestas, por fuera de lo que hoy nos son presentados como los inquebrantables «límites».

PRIMERA PARTE

Cómo llegamos hasta acá. Para qué existe la economía y para qué la economía feminista

La mayor parte de los indicadores que escuchamos a diario sobre economía efectivamente hablan con prioridad del dinero. Sin embargo, la economía no es exclusivamente una cuestión de monedas y billetes.

La definición que se aprende en la facultad acerca de la economía como disciplina es bastante rudimentaria, pero ya dice muchas cosas. Según ella, la economía es la ciencia que estudia la administración de recursos escasos para producir bienes y servicios frente a las necesidades de los individuos, que son múltiples e ilimitadas. Pareciera que se tratara simplemente de administrar un presupuesto y priorizar algunas necesidades sobre otras, ¿verdad? ¿Suena a cómo piensan el presupuesto de sus casas, su salario a lo largo del mes? Sí, es cierto, la economía nace como ciencia cuando las sociedades tienen que ponerse a mirar qué está pasando con las necesidades de su pueblo, pero esto no quiere decir que la caja de herramientas que hoy se llama economía, y que tiene a disposición quien comanda el ministerio de Economía de un país, esté llena de utensilios que efectivamente te permitan siempre velar por estas necesidades. De hecho, a veces es todo lo contrario. Con el fin de generar más dinero, se le propone a la gente ajustar sus salarios, su calidad de vida y, con ello, su acceso a los recursos.

La parte del «manejo de los recursos escasos» es también bastante tendenciosa, pues pareciera que, al hablar de su escasez, la economía ha estado siempre consciente de que los recursos naturales (es decir, los recursos que los humanos utilizamos de la naturaleza para alimentarnos, acobijarnos y sobrevivir) son escasos y no del todo renovables. Pero no, para la economía que talló esta definición, la escasez de un bien se expresa simplemente en su precio. Cuanto más escaso, más caro, y cuanto más abundante, más barato. Sin embargo, algo puede ser abundante hoy y ser muy barato, y agotarse completamente mañana. Los precios no capturan los intereses de las generaciones futuras, por eso no pueden ser usados para valorar stocks completos del recurso natural. Además, la economía directamente no les puso precio a muchísimos recursos de la naturaleza que no eran posibles de ser apropiados por ninguna persona, por ejemplo, el aire y el agua. Como consecuencia, vivimos el cambio climático, que está estrechamente vinculado al agotamiento de muchos recursos a los que la economía no les puso precio. Los utilizó como si fueran recursos inagotables y, por lo tanto, gratuitos. Así que no, la economía no se encargó necesariamente de administrar la escasez de los recursos y hoy vemos la consecuencia.

En la práctica, vemos que la economía se basa en producir bienes y servicios que tienen un valor en dinero, y tomar de ello una ganancia. La suma del valor agregado (es decir, el dinero pagado por todos esos bienes y servicios producidos en un año) de todas las empresas conforma el PBI de un país. Al comparar los PBI de cada año, los gobiernos se fijan en si la economía del lugar está creciendo o no. Observan también si crecieron demasiado los precios (inflación) o si subieron las cantidades producidas, es decir, los bienes y servicios vendidos. Si bien existen muchos más indicadores, el eje principal termina siendo siempre el crecimiento económico, es decir, las variaciones de ese PBI a lo largo del tiempo. El PBI de un país hace que sus empresas decidan seguir invirtiendo o no en el lugar, que quieran contratar o despedir más gente, o guardar o no dinero en los bancos.

Si ese crecimiento aportó más y mejor a manejar la escasez de recursos naturales o aportó más y mejor a cubrir las necesidades no es algo que se puede deducir del PBI ni analizar fácilmente. Por más que algunos investigadores luego hagan ese análisis, operando con otros utensilios que están más al fondo de la caja de herramientas, lo que nos dice esta situación es que los objetivos principales no tienen que ver con esa definición que aprendimos.

Es por todo esto que existen definiciones alternativas de la economía que, al delimitar distinto la cuestión, proponen también cambiarla para que se acerque de vuelta a las necesidades de la gente. Una bella definición es la de Karl Polanyi, que habla de la economía sustantiva como las múltiples formas que adquiere la búsqueda del sustento humano, en relación con el medio natural y social, (a través de) «dispositivos culturales y sociales entendidos como instituciones. En esta perspectiva, la economía debería ser estudiada en las acciones específicas que adquiere el proceso económico en las relaciones sociales» (Huerta, 2016).

Sin embargo, la definición de economía que más nos interesa en este libro es la que propone la economía feminista. En este caso, hablamos de que la economía puede o no sostener la vida entendiéndola como un conjunto de relaciones sociales –de todos los tipos– que garantizan la satisfacción de las necesidades de las personas y que están en estado de continuo cambio (Power, 2004). En una economía que sostiene la vida, se organizan la producción, la reproducción y los intercambios para que todas las formas de vida se reproduzcan y perduren en las mejores condiciones, con justicia e igualdad (León, 2009). Muy distinto, ¿no? En este capítulo veremos cómo llegamos a esta contraposición de definiciones.

CAPÍTULO I

Muchos recursos y muchos varones. La historia de la economía y de la ciencia económica

Lo que entendemos por economía ha ido cambiando conforme lo fue haciendo la organización de las sociedades a lo largo y ancho del mundo. Con cada cambio de organización no sólo fueron transformándose las ideas populares sobre el funcionamiento de la economía, sino también el foco de quienes se dedicaban y se dedican a estudiarla, a definirla, a buscar soluciones a sus problemas, etc. Es decir, a medida que fueron variando la economía, los intereses y las definiciones políticas, se fue amoldando la ciencia económica a ellas. No es mi intención en este libro ahondar con detalle en ambas historias, pero sí sirve hacer un breve repaso en paralelo para entender dos cosas: en primer lugar, explicar cómo llegamos a la economía que tenemos hoy; en segundo lugar, mostrar que, si la economía cambia con el tiempo y con el lugar, entonces no hay nada de natural o exacto en ella. Las leyes de la economía son construcciones sociales transformables por las personas y el contexto, y por eso su estudio no es una ciencia exacta sino una ciencia social.

Una forma de mirar estos arreglos, que luego también nos simplificará bucear en el análisis de la actualidad, es preguntarnos cómo las sociedades anteriores se garantizaban la reproducción social, es decir, el sostenimiento de sus vidas y de sus descendientes, cómo organizaban la producción de recursos (y cómo se dividían el trabajo para hacerlo) y, finalmente, cómo funcionaba la distribución de lo producido.

En la siguiente línea de tiempo les comparto una caracterización de los principales sistemas económicos que mantuvieron las sociedades. La hizo el historiador francés Joseph Lajugie (1995), quien definió los sistemas económicos como un conjunto de instituciones sociales en las que se ponen a disposición distintos medios (tecnológicos, humanos, geográficos, modos de organización) para asegurar la supervivencia y otros móviles (objetivos) dominantes. Esos medios y arreglos han ido cambiando en cada etapa, conteniendo a su vez cambiantes regímenes (normas) económicos y de personas.

Antes de empezar a describir los distintos sistemas económicos que identifica Lajugie, quiero aclarar que, aunque a veces se los piensa en una evolución histórica lineal, esa progresión no es necesariamente la realidad. A lo largo y ancho del planeta coexisten al día de hoy varios de estos sistemas. La periodización que se muestra obedece más que nada a revisar cómo evolucionó el sistema económico dominante en Europa y, por lo tanto, a cómo se cuenta el proceso en los libros de Historia que estudiamos en las instituciones educativas. Nunca ha sido el caso de que un mismo sistema sea el único vigente en todo el planeta.

En la economía doméstica pastoril viajamos muy atrás en el tiempo y pensamos en el paso del Paleolítico (hace 2 millones y medio de años) al Neolítico (hace 11000 años), hasta llegar a la Edad de los Metales, que abarca las primeras civilizaciones que conocemos (la egipcia, la griega y la romana).

Durante el periodo paleolítico, las sociedades gentilicias (familias) garantizaban su reproducción, es decir, su supervivencia, recolectando frutos y más tarde cazando animales. El valor estaba puesto en los recursos que proveía la naturaleza sin intervención, y esto los obligaba a ser nómades, ya que, una vez que no había nada más que cazar, había que desplazarse hacia nuevos territorios. No había propiedad ni tampoco una división de tareas claras, se cazaba y se compartía. En el Neolítico, los humanos empiezan a domesticar animales y a cultivar plantas, lo que les permite quedarse quietos sin que se les acaben los recursos, y así se vuelven sedentarios. Las familias se agrandan y empiezan a ser aldeas. Aparece la división del trabajo y comienza a ser el padre el que distribuye lo generado entre la familia. Hay diversos estudios antropológicos y teorías acerca de por qué esto es así, que veremos en el apartado siguiente.

En principio, cada familia consumía lo suyo, pero lentamente comienza a aparecer el trueque, entre distintos miembros de la familia y luego con otras familias como comercio intertribal. Se intercambian también objetos a través de «dones», una suerte de regalo o favor que, por honor, luego debía ser devuelto de otra forma.

Más tarde se conforman las primeras civilizaciones que normalmente estudiamos en la escuela (egipcios, griegos, romanos), que ya no viven en aldeas donde todos son familia, sino en ciudades. Para garantizar la reproducción siguen produciendo alimentos desde la ganadería y la agricultura que, gracias al procesamiento y utilización de metales, van dejando cada vez más excedentes. Si bien la producción es para el autoconsumo de cada familia, se comercian excedentes y también se dan en pago de impuestos al Estado, institución que «nace» para dirimir y legislar por encima de todas las familias y que también sale a conquistar otras tierras cuando los recursos se acaban (Engels, 2017). En las ciudades empiezan a utilizar como división del trabajo los sistemas de castas/estratos, que daban determinados derechos a determinadas profesiones. Por otro lado, dependían de la esclavitud, una mano de obra con la cual contaban algunas familias por compra o por botín de guerra y que también era utilizada para la agricultura en las casas más ricas. Poblaciones enteras de esclavos son también usadas para construir las grandes obras de las ciudades. Con el Imperio romano aparece por primera vez el reconocimiento y concepto de propiedad privada, el derecho y las leyes como instrumentos para protegerla. Sabemos que este periodo imperial se termina cuando las guerras alcanzan un punto tal que torna inseguro vivir en las ciudades.

La economía señorial agrícola es la que asociamos con la Edad Media europea, aunque se han encontrado lógicas similares en otros continentes: el señor feudal como dueño del solar, con relaciones de protección mutua entre él y los campesinos. La relación ya no es de esclavitud sino de servidumbre: personas con mayores libertades, pero atadas a su tierra, que van cambiando sus condiciones en función de contextos específicos y diversas revueltas (Federici, 2004). La propiedad romana migra al concepto de propiedad útil (posesión transitoria) y la propiedad eminente del señor feudal (Lajugie, 1995). Las tierras más fértiles quedaban como reserva del señor feudal. El campesinado, la servidumbre, podía utilizar sus tierras menos fértiles para producir alimentos de la agricultura –sin un alto grado de especialización–, trabajando para el autoconsumo y así garantizar la reproducción de su familia. A cambio, debían darle el excedente de lo producido al señor feudal y también era requisito trabajar sus tierras en algún momento del año. La servidumbre recibía a su vez la protección militar del ejército del señor feudal, el derecho a recolectar leña en su territorio y el uso de los molinos comunes del feudo (Lajugie, 1995). Hacia finales del periodo, cuando predomina el sistema, la entrega de excedentes es reemplazada por el pago de impuestos y el cobro de alquileres, lo que va monetizando la economía y también creando más desigualdades hacia dentro del campesinado (Federici, 2004).

Hay poco comercio en esta época y poco uso de moneda. En los inicios es una economía prácticamente sin mercado. Su ausencia se explica a nivel local por la sucesión de invasiones y a nivel internacional por el crecimiento del Imperio islámico en el Mediterráneo (Lajugie, 1995).

A partir del siglo xi comienza el paso a la «economía urbana artesanal». Tras una verdadera revolución agrícola, se introducen nuevos cultivos y nuevas herramientas de arado que permiten una generación de excedentes. El hecho impulsa a los productores independientes a vender esta producción extra en las incipientes ciudades y fomenta la vida urbana. Se vuelven a poblar las ciudades, donde crece el comercio y la especialización del trabajo. Las urbes comienzan a diferenciarse del campo por su actividad, ya que en su interior se producen bienes manufacturados artesanalmente y se comercia, pero ya no se cultiva. Aparece con fuerza la figura de los artesanos, que, dueños de su propio capital, se especializan en oficios para producir las primeras manufacturas. Son dueños del capital y a la vez realizan el trabajo. Forman aprendices que viven con ellos y que muchas veces son parte de su familia, bajo un régimen corporativo, con estricta reglamentación de cómo hacer el trabajo. Según la tradición, todo aprendiz llega algún día a maestro. En un principio, la ganancia del obrero sigue cánones eclesiásticos que impiden una fuerte explotación. Sin embargo, hacia el siglo xv tal sistema empieza a generar problemas. El reglamentarismo excesivo limita la competencia y, por lo tanto, la innovación. En paralelo, la tecnificación también va haciendo relaciones menos directas y más tensas hacia dentro de cada gremio. Por todo ello, la Revolución francesa termina por abolir las vigencias de estos gremios y sus normas.

Los artesanos fabricaban cosas por encargo que luego vendían a campesinos, quienes visitaban especialmente la ciudad para ello. Sin embargo, lentamente van apareciendo intermediarios que compran toda la producción para luego revenderla en las nuevas y grandes ferias (Lajugie, 1995). Crece el pago por compensación y se abren las puertas al crédito, que hasta ahora estaba vedado por la Iglesia y era monopolio de los judíos. En el siglo xiii aparecen los financistas y luego los bancos públicos que hacen moneda.

En los feudos, las devaluaciones monetarias producidas por los Estados aligeran las cargas que los vasallos pagan a sus señores. Eso va desmoronando la propiedad feudal y se vuelve a un esquema más parecido al romano. En esta época se inician también dos procesos que darán lugar al origen del capitalismo. Uno es la separación de los trabajadores de su tierra (la acumulación originaria). Otro es la separación de los tipos de trabajo (del autoconsumo a la separación del trabajo productivo del trabajo reproductivo), que veremos en el siguiente apartado.

Ya en el siglo xviii podemos decir que nos encontramos inminentemente en el sistema capitalista, un sistema que se fue expandiendo y se sigue expandiendo aún hoy «a imagen y semejanza» por el mundo. Según la fao, recién en 2008 la población urbana mundial superó a la población rural mundial. Existe una industrialización de los alimentos que expulsa trabajadores y tecnologías que requieren grandes extensiones sin mano de obra. Semejante población urbana implica que la mayoría de las familias ya no cuenta ni con su propia tierra para labrar ni con sus propias herramientas para ser artesana. Para garantizar su reproducción debe ahora vender su fuerza de trabajo a quienes tienen las tierras y a quienes tienen las máquinas para producir. Todo lo producido se comercia y los trabajadores compran con su salario lo que necesitan de todo lo comerciado, lo que, gracias a la especialización del trabajo, es cada vez más. La distribución se hace a través de los precios, las ganancias y los salarios, y la redistribución (si hay), a través de los impuestos que cobran los Estados.

Dentro del capitalismo, tuvimos etapas de mayor o menor intervención del Estado, etapas de mayor o menor distribución del ingreso y etapas con mayor o menor apertura al comercio e intercambio entre los países. Los sistemas socialistas también hicieron su mella.

Ahora bien, ¿cómo se fue construyendo la historia de la ciencia económica alrededor de este proceso? Intentaré darles un trazo largo de cómo llegamos hasta acá.

Durante el periodo de la economía doméstica pastoril, encontramos pocas reflexiones sistémicas sobre la economía, pues eran pocos los que tenían el tiempo y los instrumentos para hacerlo. Sobresale en esta época el trabajo de Aristóteles, con algunas reflexiones y diferenciaciones entre la economía del hogar y la economía mercantil que ocurría en las calles de la antigua Grecia. Durante la época medieval, el estudio de la economía quedó confinado a quienes tenían tiempo y recursos para analizar la sociedad: los religiosos. Se destaca el trabajo de san Agustín y de santo Tomás de Aquino (Mercado, 2005) enfocados sobre la usura (lo moralmente malo que era cobrar de más a los pobres).

Con la economía urbana artesanal europea surgen los primeros economistas propiamente dichos, que hacían grandes análisis integrales acerca de cómo funcionaba la nueva sociedad. Agrupados primero en la zona francesa como los «fisiócratas», observaban en la agricultura la única fuente de riqueza y un comportamiento natural del mercado muy eficiente, al que había que dejar crecer. En la zona inglesa nace la corriente «mercantilista», quienes, por el contrario, pedían proteccionismo para poder desarrollar las incipientes industrias. En cambio, décadas más tarde, y ya como parte de la economía clásica, los padres de la «economía», como Smith y Ricardo, que escribían ya en una Inglaterra líder del desarrollo industrial, pedían liberalismo comercial. Los economistas del periodo de la economía política clásica (incluido Marx) pusieron el foco en el mundo productivo y en el intercambio, y debatieron, desde una perspectiva integral, filosófica y moral, cómo se formulaba el valor de las cosas que ese creciente capitalismo estaba fabricando.

Con la profundización del capitalismo y el creciente conflicto social entre trabajadores y capitalistas, sumado al claro aporte crítico del marxismo, la ciencia económica se movió en la siguiente etapa a un lugar más «cómodo». La escuela de los marginalistas se enfocó principalmente en cuáles eran las leyes que movían el intercambio en los mercados, la determinación de los precios y la utilidad (la satisfacción) que los bienes proveían a los consumidores. Se corren de la problemática discusión de la determinación del valor que traía consigo la pelea entre trabajadores y capitalistas. De esta etapa viene la idea de que los mercados pueden organizar completamente la economía y nuestra sociedad. También es el momento en que la economía se vuelve «muy matemática» con la intención de que «la tomen tan en serio», tal como a las otras ciencias que estaban en crecimiento. Las teorías que se desarrollan aquí llevan a la idea de que naturalmente las economías están en equilibrio, por lo que no es necesaria la intervención del Estado: en el mercado cada uno obtiene lo que se merece. Partiendo de un mundo individualista, se crea la figura del homo economicus: la idea de una persona extremadamente «racional» que busca constantemente maximizar su beneficio y con ese espíritu participa del mercado.

Ya en el siglo xx, la gran depresión de los años treinta demostró que el equilibrio no era tal y que por la mala distribución del ingreso podían existir crisis de consumo, es decir, que nadie compre lo que se produce. Keynes fue el portavoz de esta crítica y dio inicio así a una etapa en la que se le exige al Estado un rol activo en la conducción de la macroeconomía (es decir, en el analisis global de todas las transacciones). De esta etapa viene también la creación de muchos indicadores que utilizamos a diario para poder seguir la coyuntura de los países y compararlos. Como veremos en la sección 2 de este libro, la conformación del sistema de cuentas nacionales que todos los países siguen explica y ordena gran parte de las noticias que escuchamos a diario de economía.

Con la crisis de los Estados de Bienestar en los setenta, el pensamiento económico keynesiano es simplificado o eliminado de los currículos universitarios de Economía, en tanto vuelve a tomar impulso el pensamiento liberal, que hoy llamamos neoclásico.

El Consenso de Washington marcó las últimas décadas del siglo xx, encumbrando la autorregulación de los mercados, el funcionamiento del sector privado y la reducción del Estado. Ya veremos más adelante la lógica detrás de este razonamiento. Mientras que para algunos autores este paradigma sigue vigente, para otros existe un quiebre a inicios de los dos mil, con el resurgimiento de proyectos de Estado presente en América Latina y las alianzas Sur-Sur, o con la crisis de 2008 que sacudió el Norte global. La pandemia del coronavirus forzó la presencia del Estado a nivel global para poder resolver la reorganización de prácticamente todo: para salvar la economía y los puestos de trabajo no hubo otra alternativa que ser keynesianos. Al mismo tiempo, discursos «libertarios» que retoman las máximas neoliberales van ganando adhesión entre las juventudes, como reacción a esa mayor presencia. Probablemente la distancia que necesita la Historia nos permitirá ver quién gana en el balance final.

CAPÍTULO II

La ola crece desde adentro hasta que rompe. La historia del feminismo y de la economía feminista

Como si se tratara de dos caminos distintos que al final se juntan, transitemos brevemente la historia del feminismo como movimiento político y el surgimiento de la economía feminista como parte de este y luego como corriente de pensamiento dentro de la ciencia económica.

Vamos primero a intentar definir el feminismo y luego a enumerar sus olas, etapas, momentos. El feminismo es un movimiento muy diverso en términos de pensamiento, acción, teoría y práctica, con multiplicidad de perspectivas políticas y de disciplinas de estudio. Lucha contra el sexismo y está a favor del avance de las mujeres en todas las áreas en las que se encuentran en desigualdad (Las Heras Aguilera, 2009). Desde su nacimiento, el movimiento ha buscado eliminar desigualdades de género, es decir, desigualdades que se originan en construcciones sociales, ideas que se comparten y se repiten acerca de lo que significa ser mujer y lo que significa ser varón. Bajo ningún punto de vista estos movimientos buscan ni que las mujeres igualen a los varones en todo lo que hoy implica ser «masculino» ni que las mujeres dominen a los varones o provoquen a ellos una situación de desigualdad. Esta aclaración es una obviedad, pero nunca está de más decirlo: feminismo no es lo contrario a machismo. Feminismo es pensar en un mundo sin opresión de las mujeres ni varones, un mundo de igualdad de oportunidades.

A lo largo de los años, el feminismo ha ido avanzando como movimiento y como perspectiva teórica y, en su crecimiento, ha ido identificando cada vez más áreas y formas en que esas desigualdades de género se manifiestan, entendiéndolas cada vez más en relación con otras problemáticas sociales.

En retrospectiva, la historia de la humanidad contiene distintas formas de expresión contra las desigualdades de género, en contextos muy distintos y con consignas diferentes. Sin embargo, en busca de algunos patrones comunes, se suele agrupar a las etapas del feminismo en «olas», como ondas de agua que van tomando fuerza con distintos aportes, llegan alto, logran hacerse ver y al romperse se transforman en otra cosa. No todas las feministas comparten la misma clasificación de las olas, pero yo aquí les voy a relatar la más utilizada, que, como ocurre con otros temas de estudio, está muy marcada por la historia de los países del Norte, los más «desarrollados» (concepto que discutiremos en la tercera sección de este libro).

El rol que mujeres y varones toman en la organización de nuestra sociedad se viene construyendo desde hace siglos. La Edad Media europea fue una etapa en la que primó un modelo de aceptación de jerarquías sociales designadas por Dios, en el cual se puso especial hincapié en el rol servicial que debía tener la mujer. Aunque esto haya sido un hecho localizado en una región, resulta muy importante porque luego se propagó a través del colonialismo al resto del mundo. Allí podemos encontrar varias historias aisladas de rebeldía de las mujeres hacia tal mandato.

Siglos más tarde, la Revolución francesa (1789) trajo por primera vez un ideal de igualdad entre los hombres, lo que marcó el paso a la modernidad. Aunque las mujeres participaron de ese cambio transformador que incluyó entre sus estandartes a la igualdad, la nueva forma de gobierno no propagó igualdad para con ellas: no les dio los mismos derechos civiles que a los varones y acalló a quienes así lo proponían. Ya en el siglo xviii aparecen las primeras autoras ilustradas que reflejan esta situación y que reclaman cambios. A ellas se las considera las precursoras del feminismo, aunque todavía no podemos hablar de un movimiento.

En un marco de prolongación de esta desigualdad de derechos civiles, al final del siglo xix aparecen en las sociedades capitalistas de Estados Unidos y Gran Bretaña organizaciones de mujeres reclamando principalmente el derecho al voto, motivo por el cual se las llama las «sufragistas» y se las identifica con la primera ola. El reclamo inició en mujeres pertenecientes a las elites económicas de cada país, pero logró incluir más tarde a parte de la clase obrera.

La primera ola, que transcurre así entre finales del siglo xix y principios del siglo xx,