El amor del jeque - El regreso de la novia - Susan Mallery - E-Book

El amor del jeque - El regreso de la novia E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

El amor del jeque ¿Podría una niñera convertirse en princesa? Kayleen James estaba decidida a asegurar el futuro de aquellas huérfanas, aunque eso implicara desafiar al mismísimo príncipe Asad de El Deharia. Pero el seductor gobernante la sorprendió cuando le ofreció adoptar a las tres pequeñas. Asad necesitaba desesperadamente una niñera, y Kayleen era la única candidata para el puesto. Pronto, el palacio se llenó de alboroto; y todo por una pelirroja con mucho carácter. Aunque enamorarse no formaba parte del acuerdo fue algo inevitable. ¿Pero lograría Asad convencerla de que aquel reino exótico era su hogar y de que ella debía ser su princesa y esposa? El regreso de la novia Lo que empezaba en Las Vegas… ¡acababa en amor! Owen Marston nunca olvidaría el apasionado fin de semana en Las Vegas que finalizó ante el altar con Isabella Cavaletti. Ni cómo su flamante esposa lo dejó plantado a la mañana siguiente. Era obvio que la inquieta bibliotecaria no estaba hecha para la vida matrimonial. Entonces, ¿qué estaba haciendo en el hospital, junto a la cama del bombero herido? Casarse con un hombre a quien sólo conocía desde hacía tres días, sin duda había sido uno de los actos más alocados de Izzy. Pero ahora Owen la necesitaba a su lado. Lo malo era que cuanto más tiempo pasaba con su esposo temporal, más permanente deseaba que fuera su relación…

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Seitenzahl: 296

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 473 - octubre 2024

© 2007 Susan Macias Redmond

 

El amor del jeque

Título original: The Sheik and the Christmas Bride

© 2009 Christie Ridgway

El regreso de la novia

Título original: Runaway Bride Returns!

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-059-4

Índice

 

Créditos

El amor del jeque

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

El regreso de la novia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

Tres semanas antes, Sabrina Grant se había casado con el hombre de sus sueños.

El jeque Adham ben Khaleel ben Haamed Aal Ferjani era un príncipe, literalmente, que la había cautivado desde el momento que lo conoció. Era todo lo que una mujer podía soñar y lo amaba con todas las fibras de su ser.

Y, sin embargo, jamás pensó que pudiera sentirse tan triste.

¿Cómo había terminado así, sola, descartada? Aquello era lo último que habría imaginado cuando pronunció el «sí, quiero».

Claro que jamás habría imaginado nada de lo que había ocurrido en las seis semanas desde que su padre sufrió un infarto.

Era el mes de mayo, una semana después de terminar sus estudios, y estaba a punto de volver a casa con dos títulos en la mano cuando recibió la terrible noticia. Sabrina corrió al lado de su padre, intentando contener su angustia mientras atendía a la gente que iba a visitar a Thomas Grant, propietario de los famosos viñedos Grant. Se sentía desolada hasta que una amiga fue a visitarla, acompañada del hombre más increíble que había visto nunca: Adham.

Se había quedado cautivada y, para su sorpresa, también a él parecía gustarle. Y lo mejor era la certeza de que Adham no estaba interesado en el dinero de su padre. Además de ser el segundo en la línea de sucesión al trono de un reino del desierto, Khumayrah, Adham era el propietario de una de las cuadras más importantes de Estados Unidos y poseía una fortuna que empequeñecía la de su padre.

Adham había empezado a visitarla cada día, enamorándola cada vez más. Le hacía compañía mientras cuidaba de su padre y la llevaba a comer o a pasear… su presencia la animaba y la excitaba a la vez y cuando hicieron el amor, tres semanas después de conocerse, estaba locamente enamorada de él.

Al día siguiente, cuando su padre le dijo que Adham le había pedido su mano, Sabrina se sintió abrumada de felicidad. Su padre iba a recibir el alta del hospital y Adham la quería tanto como lo quería ella…

Pero tuvo que poner los pies en la tierra cuando le dijeron que sólo le daban el alta porque había pedido morir en casa. No tenía sentido operarlo a corazón abierto o hacerle un transplante ya que su cuerpo no lo resistiría y apenas le quedaban unos días de vida.

Adham aceptó que la boda se celebrase de inmediato para que Thomas Grant pudiera estar presente y ella se lo agradeció. Quería darle a su padre toda la felicidad posible durante sus últimos días, pero se le rompía el corazón al saber que no la vería formando una familia con el hombre del que estaba enamorada.

Horas después de la boda, su padre entró en coma y murió al día siguiente.

Después de tan trágico comienzo de su matrimonio, Sabrina no esperaba que Adham la sacara de su casa en Long Island para llevarla a una mansión en Nueva Inglaterra. Y mucho menos que volviese a trabajar de inmediato. Volvía a casa casi todas las noches, pero era como si se hubiera distanciado de ella.

Al principio quiso pensar que estaba dándole tiempo para llorar a su padre e intentó demostrarle que lo que necesitaba era estar entre sus brazos, que la intimidad con él era lo único que podía salvarla del dolor.

Cuando eso no funcionó, buscó una razón para tan repentino distanciamiento. Y encontró una posible explicación cuando Jameel, la mano derecha de Adham, le contó que en Khumayrah solían guardar cuarenta días de luto tras la muerte de un familiar.

Pero habían pasado tres semanas y Sabrina no podía soportarlo más. Era comprensible que hubieran cancelado su luna de miel en tales circunstancias, ¿pero no acercarse a ella? ¿Tratarla como si fuera una extraña y no su esposa? Eso no podía entenderlo.

Esa misma mañana había intentado hablar con él pero, de nuevo, Adham no le dio oportunidad. A primera hora de la mañana la llevó a Bridgehampton para asistir al campeonato de polo. Adham jugaba en uno de los equipos, además de ser el propietario de los caballos y socio de los propietarios del club.

Y allí estaban, en otra de sus mansiones, aquella más impresionante que la anterior, una finca espectacular al sur de Bridgehampton. La casa tenía tres plantas y treinta y seis mil metros cuadrados, con una finca que incluía un pabellón de baile. Según Adham, acudía a ese campeonato todos los años y necesitaba el espacio para acomodar a sus invitados.

La había instalado en el dormitorio principal, con una decoración exquisita, suelos de roble y un cuarto de baño con grifos de oro y paredes de ónice. Lo único que faltaba era el novio.

–Sabrina.

Ella volvió la cabeza, sorprendida. Adham.

Su voz llegaba desde el saloncito de la suite, irresistible, masculina, su exótico acento convirtiendo su nombre en una invocación.

Y, a pesar del desconcierto de las últimas semanas, Sabrina sintió que sus esperanzas renacían.

Tal vez iba a buscarla por fin. Tal vez se había apartado para darle tiempo de llorar a su padre y aquélla sería su luna de miel.

Si era así, le daría las gracias por ser tan comprensivo y lo regañaría por no entender que lo último que necesitaba era estar sola. No necesitaba espacio ni tiempo, lo necesitaba a él.

Sabrina esperó, reclinada sobre las almohadas. Adham aparecería en cualquier momento, pensó. Pero los segundos pasaban y poco después oyó que sus pasos se alejaban por el pasillo.

La había llamado para que saliera de la habitación y se había marchado al ver que no lo hacía en lugar de entrar. ¿Por qué?

«Ve a buscarlo, tonta», se dijo. «Pregúntale qué le pasa».

–Adham.

Pero era demasiado tarde, la puerta se había cerrado tras él. Y no podía soportarlo más, pensó, saltando de la cama.

Lo llamó de nuevo pero, aunque tenía que haberla oído, Adham siguió adelante sin volver la cabeza.

Sabrina salió al jardín tras él, sus zapatillas hundiéndose en el camino de gravilla, y llegó a su lado cuando iba a subir a un Jaguar negro que parecía una extensión de él mismo, tan formidable y poderoso.

–Sabrina –murmuró, la fuerte pronunciación de la «r» destacando sus exóticos orígenes–. Pensé que estabas dormida.

–Sufriría narcolepsia si estuviera dormida cada vez que tú crees que lo estoy –dijo ella, sin poder disimular su amargura.

Matthew medía quince centímetros más que ella, aun llevando tacones, y su pelo negro brillaba como ala de cuervo bajo el sol de mediodía. Sabrina tuvo que contener un gemido. Se había quitado la ropa informal que usó para pilotar el helicóptero que los llevó hasta allí y ahora llevaba un traje de diseño que le daba un aspecto formidable. A los treinta y cuatro años, era el paradigma de la virilidad. Y era su marido, pero no era suyo en realidad.

Adham se quitó las gafas de sol, sus ojos dorados brillantes mientras alargaba una mano para rozar sus labios.

–Estás guapísima, ya jameelati.

Que la llamase «belleza» y la mirase como si quisiera devorarla hizo que el corazón de Sabrina se volviera loco.

Pero su respuesta era tan fiera que la indignó.

–Estoy exactamente igual que esta mañana, ni siquiera me he quitado la ropa que llevaba puesta.

–Entonces te pido disculpas por no haberme dado cuenta. Tenía demasiadas cosas en mente… aunque no es excusa. Nada debería distraerme de mi tesoro, mi esposa.

Adham puso una mano en su nuca y otra en su cintura para aplastarla contra su cuerpo.

–Adham… –fue lo único que pudo decir Sabrina antes de que capturase sus labios, ocupándola con su lengua, embriagándola.

–Aih, gooly esmi haik… di mi nombre así otra vez, como si no pudieras respirar de deseo.

–No puedo… –Sabrina le echó los brazos al cuello, sin importarle que estuvieran en el jardín, donde cualquiera podría verlos.

Adham la apretó contra la puerta del coche, su erección clavándose en su trémulo estómago, una rodilla entre sus piernas.

«Me desea otra vez», pensó Sabrina.

–Diría que buscarais un hotel, pero estamos frente a una mansión de dieciséis habitaciones. Y, por lo que veo, las habéis usado todas.

Las palabras, pronunciadas por una voz masculina, no lograron enfriar su fiebre. Sólo cuando Adham se apartó se dio cuenta de que ya no estaban besándose.

Y tuvo que parpadear varias veces para fijar la mirada en un hombre alto y guapo que estaba a unos metros de ellos, con las manos en los bolsillos del pantalón.

–Hola, Seb. Me alegro de que hayas venido, ya sudeeki, así puedo presentarte al amor de mi vida, Sabrina Aal Ferjani.

Sabrina no sabía cómo podía permanecer de pie, tal vez porque Adham estaba sujetándola por la cintura.

–Ameerati, te presento a Sebastian Hughes, mi amigo y socio. Es el propietario del club de polo.

Ella le ofreció su mano, sorprendida de que Adham la llamara «mi princesa».

–Es un honor y un placer conocerte –dijo Sebastian, con una sonrisa en los labios–. Y una sorpresa. Jamás pensé que Adham entraría en la jaula del matrimonio por voluntad propia.

–Yo tampoco –dijo él–. Hasta que conocí a Sabrina. Pero estar con ella no es estar en una jaula, sino en el cielo.

Su amigo soltó una carcajada.

–Bueno, bueno, hasta te has vuelto poeta. Debes tener magia, Sabrina. Puedo llamarte Sabrina, ¿verdad?

–Sí, claro.

–¿No tengo que llamarla princesa Aal Ferjani…?

–Nos está tomando el pelo –lo interrumpió Adham– porque antes de conocerte le dije que nunca me casaría. Pero yo puedo decir lo mismo de él. El solterón empedernido también ha conocido recientemente a la mujer de su vida.

–¿Ah, sí?

–Su ayudante tuvo que amenazar con dejarlo plantado para que se diera cuenta de que no podía vivir sin ella.

–Sí, es verdad –asintió Sebastian–. Una cosa es segura, Sabrina: tanto Adham como yo somos afortunados. Y Julia y tú debéis ser santas no sólo por aguantarnos, sino por perdonarnos nuestros pecados.

–¿Por qué crees que Adham ha cometido algún pecado? –la pregunta salió de sus labios antes de que pudiera meditarla, pero él sonrió.

–Porque, como lobo solitario que ha sido durante tanto tiempo, debe de haber cometido alguno en su lucha para no sucumbir a sus sentimientos por ti. A mí me pasó lo mismo.

¿Podría ser eso lo que había ocurrido la semana anterior, que Adham estuviera intentando ajustarse a la vida de casado después de toda una vida pensando que jamás se ataría a otra persona?

–¿Qué te trae por aquí, Seb? Yo iba a la finca ahora mismo.

–Había pensado que no saldríais el primer día y venía a conocer a Sabrina y a daros la bienvenida.

–Ah, pues ya lo has hecho –Adham se volvió para mirar a su esposa–. ¿Quieres que te enseñe la hacienda Siete Robles, donde tiene lugar el campeonato de polo?

–Sí, me encantaría.

–Y, en caso de que queráis estar solos un rato, podéis utilizar mi casa –dijo Sebastian, burlón.

Adham negó con la cabeza.

–Sufrir un poco no importa cuando uno está esperando el momento perfecto.

Sabrina lo miró y en sus ojos vio un brillo de pasión que ni siquiera intentaba disimular.

Lo decía en serio. Había estado esperando que se recuperase un poco tras la muerte de su padre, pensó, sintiendo que su vida de casada empezaba. Por fin.

Capítulo Dos

El viaje hasta la hacienda Siete Robles fue como un borrón. Lo único que Sabrina sentía era la proximidad de su marido, lo único que veía era el hermoso perfil de Adham. Era un hombre tan increíblemente apuesto…

Y lo único que quería era seguir con lo que estaban haciendo cuando Sebastian los interrumpió. Pensó que iban a hacerlo cuando Adham le pidió a Jameel que los llevase en la limusina, pero con la barrera entre conductor y pasajeros bajada y los guardaespaldas precediéndolos y siguiéndolos en dos coches, se sentía incómoda. Claro que, aunque no fuera así, no habría hecho nada. Ella era inexperta y seguramente no sería capaz de seducirlo. Era demasiado tímida para intentarlo siquiera y necesitaba que él iniciase la intimidad.

Pero no tuvo suerte ya que Adham estaba hablando por el móvil.

–Zain, kaffa, tengo que cortar la comunicación. Dile que tendrán que esperar un poco más –luego se volvió hacia ella–. Aasef, ya habibati. Lo siento mucho, Sabrina. No habrá más interrupciones, te lo aseguro.

–No te preocupes, no importa.

Sabrina sintió que le ardía la cara al oír que la llamaba «mi amor». Había memorizado todas las cosas que le decía en su idioma e investigado lo que significaban cuando él no se las traducía. La había llamado así sólo una vez, cuando estaban haciendo el amor.

–Dime, ¿qué sabes del polo?

–No mucho, la verdad. Sé que hay un montón de hombres galopando para golpear una bolita con un mazo…

Adham soltó una carcajada.

–Eso es básicamente. ¿Quieres saber algo más?

–Sí, por favor. Cuéntamelo todo.

Adham asintió con la cabeza.

–Empecé a jugar cuando tenía ocho años y a criar caballos a los dieciséis. Durante los últimos diez años he participado en la mayoría de los campeonatos que se celebran en todo el mundo como patrocinador, criador y jugador. Pero tengo especial interés en el torneo que se celebra aquí, sobre todo desde que lo dirige Sebastian. Su padre creó el club de polo y lo ha dirigido hasta ahora, pero el pobre está enfermo.

–¿Sebastian es el patrocinador entonces?

–Su empresa, Clearwater Media. Los propietarios son Sebastian y Richard Wells, que acaba de comprometerse con Catherine Lawson, mi jefa de cuadras. Su compromiso ha coincidido con el de Sebastian y Julia, su ayudante.

Sabrina habría querido decir: «Y con nuestro matrimonio», pero vaciló porque aún no le parecía real.

–Entonces será un campeonato interesante.

–Será memorable, no sólo porque están los mejores caballos y los mejores jugadores, sino porque tú estás conmigo –dijo Adham, tomando su cara entre las manos.

Sabrina iba a decir algo, pero el discreto carraspeo de Jameel les avisó de que habían llegado a su destino.

Había mucha gente frente a los establos, algunos trabajando, otros esperándolos con cámaras.

Sabrina se volvió hacia Adham, aprensiva, pero él la ayudó a salir de la limusina y la tomó por la cintura mientras los periodistas gritaban preguntas que su marido contestaba con parquedad: se habían casado en una ceremonia íntima debido al estado de salud de su padre. No había más comentarios.

Después hizo un gesto a sus guardaespaldas para que les abriesen el camino y entraron en los establos seguidos de las preguntas y los fogonazos de las cámaras.

Había demasiada gente en el interior, demasiados ojos, todos clavados en Adham y en ella. Sabrina se sentía incómoda, vulnerable. No le gustaba ser el centro de atención y, aunque sabía que sería aún peor después de su boda con Adham, saberlo era una cosa y experimentarlo otra muy diferente.

–Quiero que conozcas a los más importantes de mis colegas.

Se refería a los caballos, naturalmente. Adham le presentó a cada uno como si fueran amigos, diciéndole su nombre y hablándole de su carácter y sus peculiaridades en el campo.

Un grupo de gente, seguramente invitados de Sebastian, se acercó para saludarlos, sin disimular su curiosidad por ella, la mujer a la que el príncipe del desierto había elegido como esposa. Él aceptó las felicitaciones y la presentó con gesto de orgullo… para dejar luego sutilmente claro que querían estar solos.

Una vez que todos se alejaron, Adham siguió con sus explicaciones:

–Mis caballos van conmigo donde quiera que vaya. Cada jugador debe tener de seis a ocho por partido pero, por si hubiera alguna lesión inesperada, suelo llevar de sesenta a setenta cada temporada.

Cuando Sabrina pensaba que no podía ver un caballo más bonito, Adham le presentó a sus más preciadas posesiones:

–Aswad y Layl, Negro y Noche en árabe, son hermanos. Su padre era Hallek, mi primer caballo.

Ella acarició el brillante pelaje de los animales con una sonrisa.

–¿Tienen alguna relación contigo? Porque tu nombre también significa «negro», ¿verdad?

Adham soltó una carcajada.

–Sí, mis padres siempre han dicho que tengo genes de caballo y es cierto que siento como si fueran mis hijos.

–Son magníficos, como tú.

Los ojos de Adham brillaban mientras enredaba los dedos en su pelo.

–Tú sí eres magnífica, ya jameelati.

Sabrina oyó un ruido entonces y, cuando volvió la cabeza, vio que uno de los paparazzi había logrado entrar en los establos. Adham lo fulminó con la mirada, pero el tipo se limitó a sonreír mientras seguía haciendo fotografías. Claro que cuando su marido dio un paso hacia él, el paparazzi salió corriendo.

Sabrina hizo un gesto de contrariedad.

–No van a dejarnos en paz.

–No te preocupes por ellos.

–¿Aswad y Layl son caballos árabes? –le preguntó luego, para olvidarse del atrevido paparazzi.

–Todos mis caballos son purasangres árabes, sí. Se nota en la forma de la cabeza –contestó él, tomando su mano para ponerla sobre la cara de uno de los animales–. Tienen la frente más alta, los ojos más grandes, el hocico un poco más pequeño y el cuello más arqueado. La mayoría tienen una protuberancia en la frente, lo que llamamos jibbah en Khumayrah –Adham guió sus dedos para que investigase–. Es un ensanchamiento del seno nasal que los ayuda a soportar la sequedad del desierto. Son famosos por su fortaleza y su valor, pero nunca he tenido caballos tan buenos como Aswad y Layl. Los monto en los momentos críticos de un partido porque con ellos se juega para ganar.

Para entonces, Sabrina sentía como si hubiera explorado cada centímetro de su cuerpo con las manos.

–Son preciosos.

–¿Qué tal si te presento a mis amigos de dos patas ahora? –le preguntó Adham, sonriendo.

El hoyito en su mejilla hacía que su corazón latiese como loco.

–Sólo si prometes que podré ver a tus caballos de nuevo.

–Te prometo todo lo que tú quieras, cuando tú quieras. Pero ven, mis amigos deben de estar en la carpa y hay gente a la que quiero presentarte. Son una gente estupenda… mis amigos quiero decir. Estos campeonatos son un imán para gente de todo tipo.

Sabrina asintió con la cabeza. Ella sabía muy bien qué clase de gente se sentía atraída por los ricos y famosos.

Mientras Adham tomaba su mano para ir hacia la carpa, intentó pensar en algo que decir, preferiblemente algo inteligente porque cada vez que estaba con él su cerebro parecía derretirse.

–¿Y qué hace falta para ser un buen jugador de polo?

–La habilidad de montar como un guerrero del desierto, golpear la bola como un rey medieval y jugar como si fuera una partida de ajedrez… en la que un montón de tipos intentan romperte las rodillas.

Sabrina soltó una carcajada.

–¿Te han hecho daño alguna vez?

–Las lesiones son parte del juego. El polo, aunque no lo parezca, es un deporte de contacto.

–Pero no serán lesiones graves, ¿verdad?

Él la miró con un brillo extraño en los ojos. ¿Un brillo de duda, de incredulidad?, se preguntó. Pero no, debía de haberlo imaginado porque enseguida desapareció.

–El jugador más experto es el que menos lesiones sufre. Algunas veces no pasa nada, otras tienes alguna lesión sin importancia. Pero siempre existe la posibilidad de que la lesión sea importante.

–¿Por ejemplo?

–Laceraciones, fracturas, conmociones cerebrales e incluso la muerte. Las peores lesiones ocurren si se rompe una silla o el jugador cae debajo del caballo.

–Dios mío… –murmuró Sabrina, con el corazón encogido. Ella no sabía que el polo pudiera ser un juego tan peligroso y le gustaría pedirle que no volviese a jugar, pero no podía hacerlo. Aún no se sentía su esposa de verdad y, además, no creía que una persona pudiera interferir en la vida de otra sólo por el hecho de estar casados.

¿Pero y si…?

No podría soportarlo.

–Pero si hay tales riegos, ¿por qué juegas?

Adham se encogió de hombros.

–La vida es un riesgos, Sabrina. Sólo se está totalmente a salvo cuando estás muerto.

–Pero tendrás cuidado, ¿verdad? Ninguna de tus sillas se va a romper, ni tus caballos te van a tirar al suelo…

–Si quieres saber si me gusta el riesgo, la respuesta es no. Soy un estratega, me marco un objetivo y hago todo lo posible para conseguirlo. E invariablemente lo consigo –respondió Adham, con cierta dureza–. Como haces tú.

Capítulo Tres

Sabrina miró a Adham, sorprendida. ¿Qué había querido decir con eso, que no había parado hasta conseguir los másteres que necesitaba para ocupar su puesto al lado de su padre en la empresa familiar?

Sí, debía de ser eso. Y la dureza que había imaginado acompañaba tal afirmación debía de ser un truco de su agitada mente.

–¿Entonces nunca has sufrido una lesión?

–Yo no he dicho eso. ¿Recuerdas la cicatriz en el muslo?

Nunca la olvidaría porque se había quedado horrorizada al verla. La había tocado con manos nerviosas esa noche, cuando por fin la hizo suya, pensando en lo que debía de haber sufrido…

–Ésa fue la lesión más severa. Mi caballo cayó sobre mi pierna y me fracturó el fémur.

Ella lo abrazó, como si con ese abrazo pudiera borrar el dolor, y Adham acarició su pelo.

–Pero tú haces que me alegre de tener esa cicatriz.

Sabrina recordó esa noche, cuando lo vio desnudo por primera vez. Era demasiado tímida como para mirarlo abiertamente, de modo que se limitó a recibirlo sin atreverse a tocar el enorme miembro que la invadía y la hacía sollozar de placer. Adham parecía saber lo que necesitaba entonces… y lo que necesitaba en aquel momento. Pero antes tendría que acudir al partido con él y hacer que se sintiera orgulloso.

Cuando entraron en la carpa fueron recibidos con felicitaciones, palmaditas en la espalda y más fotografías de los reporteros que tenían pase especial para estar allí.

Sabrina creía estar preparada, pero se encontró deseando que se la tragara la tierra. Siendo la hija de Thomas Grant debería estar acostumbrada a tanta atención, pero aquello era increíble. Y, siendo la esposa del jeque Adham Aal Ferjani, tenía la impresión de que aquello era sólo la punta del iceberg.

Intentaba estar a la altura como esposa del invitado más famoso y el patrocinador más valorado, pero temía estar haciéndolo fatal.

La mayoría de las mujeres se comían a Adham con la mirada y algunas la ignoraban por completo, flirteando descaradamente con su marido. Afortunadamente, Adham no parecía interesado en absoluto. Pero debería acostumbrarse, pensó. Después de todo, ¿qué mujer no se sentiría atraída por un hombre como él?

Sólo cuando Adham le presentó a su grupo de amigos se relajó un poco.

Estaban Sebastian y su prometida, Julia Fitzgerald, el socio de Sebastian, Richard Wells y su prometida, Catherine Lawson, la jefa de cuadras de su marido, acompañados por Nicolás Valera, un famoso jugador argentino que jugaba en el equipo de Adham, los Lobos Negros.

–Cuéntanos algo sobre tus viñedos, Sabrina –la animó Julia–. Lamento decir que ni siquiera sabía que hubiera viñedos en Long Island.

–No lo sabe todo el mundo. Mi padre fue uno de los primeros en darse cuenta de que el microclima de Long Island era similar al de Burdeos. Empezó a plantar viñedos en 1975 y a día de hoy tenemos cientos de hectáreas, con uvas de tanta calidad como las de California. Tenemos merlot, cabernet franc, cabernet sauvignon y chardonnay.

–Vaya, está claro que conoces el negocio –dijo Catherine–. ¿Empezaste a trabajar cuando eras muy joven?

El corazón de Sabrina se encogió al recordar su frustración por lo exageradamente protector que había sido su padre.

–En realidad mi padre no quería que trabajase, pero yo insistí en aprenderlo todo sobre el negocio, así que tengo un máster en Dirección de Empresas y en Viticultura. Estaba decida a llevar el negocio cuando él se retirase, pero no hemos tenido oportunidad…

No terminó la frase porque sus ojos se llenaron de lágrimas. Julia y Catherine intentaron consolarla de inmediato, pero fue la proximidad de Adham lo que alivió su angustia.

Nicolás se dio cuenta de que lo pasaba y cambió de tema, contando anécdotas de partidos que los hicieron reír a todos.

Pero, aunque disfrutaba de la compañía de esos amigos, después de una hora necesitaba marcharse. Necesitaba estar a solas con Adham y tenía que encontrar la manera de hacerle saber que necesitaba hacer el amor con él.

Como si se hubiera dado cuenta de que estaba incómoda, Adham se disculpó ante sus amigos para llevarla al otro lado de la carpa y Sabrina, nerviosa, soltó lo primero que se le pasó por la cabeza:

–Me has dicho qué debe tener un buen jugador de polo, ¿pero qué debe tener el mejor?

–Aparte de los mejores caballos y la habilidad de entenderlos, concentración.

–Si eso es lo que hace falta, seguro que tú eres el mejor.

Él sonrió, divertido por el halago… ¿y contento?

–No sé si soy el mejor, pero soy un jugador de diez goles.

–¿Qué significa eso?

–Los jugadores de polo son juzgados por sus colegas con una escala de dos a diez goles. No significa que hayan marcado diez goles, sólo indica lo valioso que es un jugador. A partir de dos goles se trata de un profesional.

–Y tú eres, por supuesto, perfecto. Pero eso ya lo sabía.

Adham puso un dedo bajo su barbilla para que levantase la cabeza, el brillo de sus ojos haciéndola temblar. Y entonces la besó, prácticamente doblándola sobre sí misma, dejando que sus largos rizos cayeran sobre su brazo.

Cuando se apartó, Sabrina estaba sin aire. El brillo de deseo en sus ojos la hacía sentir lanzada, valiente.

–El capitán del equipo siempre debe tomar la iniciativa –bromeó Adham.

–Ah, claro, eres el capitán –replicó ella, su voz ronca de deseo–. ¿Y cuál es tu posición favorita en el campo?

Los ojos de Adham se oscurecieron ante tan poco sutil insinuación.

–Cualquier posición mientras cumpla el propósito del… partido. Pero mi posición favorita es la número tres.

Por un segundo, Sabrina pensó que se refería a la tercera vez que le había hecho el amor, cuando lo montaba mientras él lamía sus pezones.

–Es similar a la de un capitán en un equipo de fútbol, normalmente reservada para los jugadores más expertos –siguió Adham, con una sonrisa traviesa–. Tienes que atacar la defensa del contrario y golpear la bola para mandarla lo más lejos posible. Hace falta mucho control para eso.

–Y todos sabemos que tú eres el rey del control –Sabrina se refería a su habilidad para alejarse de ella, pero Adham la miraba con un gesto de sorpresa que no sabía cómo entender–. Y después de la lesión, ¿no dudaste antes de volver a jugar?

–Ni un segundo. No hay nada más emocionante que galopar a sesenta kilómetros por hora. Es un placer y un privilegio compartir el juego con un animal entrenado. Y luego está la brisa en la cara… el tiempo se detiene mientras tú golpeas la bola con el mazo, sintiendo la satisfacción de saber dónde quieres ponerla.

Sabrina suspiró.

–Me dan ganas de jugar al polo.

–Si lo deseas, puedo enseñarte.

Ella negó con la cabeza.

–Ni siquiera sé montar a caballo. Mi padre nunca me dejó porque temía que me cayera. Al principio decía que era demasiado joven o demasiado delgada. Tras la muerte de mi madre se volvió aún más protector y tuve que pelearme con él muchas veces para tener algo de independencia. Montar a caballo fue una de las batallas que decidí dar por perdidas para conseguir otras cosas. Incluso me hizo jurar que nunca montaría mientras estaba en la universidad, así que me contentaba con visitar a los caballos que teníamos en la finca.

–Sé que te gustan los caballos. Aswad y Layl te han aceptado inmediatamente, y no dejan que todo el mundo los toque.

–Claro que ahora que me has contado todo eso de las lesiones, empiezo a entender un poco más a mi padre –dijo Sabrina.

Entonces, de nuevo, vio un brillo extraño en los ojos de Adham. ¿Qué era? ¿Estaba enfadado? ¿Con quién? ¿Con su padre por limitar sus opciones o con él mismo por preocuparla?

Un segundo después, la ominosa nube había desaparecido y sus ojos brillaban alegres de nuevo.

–No te preocupes, ya galbi –murmuró, besando su mano–. No me va a pasar nada.

–No podría soportarlo si te ocurriese algo. Por favor, ten cuidado.

–Siempre soy precavido, pero ahora tengo más razones para cuidar de mí mismo.

Sabrina tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos, como la heroína de una novela victoriana. Antes de conocer a Adham había empezado a sospechar que era frígida, como le habían dicho muchos hombres. Si pudiesen verla ahora…

Tras ellos escucharon un discreta tosecilla. Era Jameel y Adham habló con él en árabe, pero Sabrina no entendió una palabra.

–Lo siento, ya ameerati, tengo que irme a una reunión urgente. Por favor, quédate un rato más.

Jameel te llevará a casa cuando quieras.

Ella sonrió, a pesar de la desilusión.

–No te preocupes por mí. Me iré a casa y te esperaré allí.

–Como quieras.

Se despidieron de sus amigos y, media hora después, Sabrina estaba de vuelta en la residencia de los Hampton. No sabía cuánto tardaría Adham en volver, pero decidió darse un baño perfumado y ponerse un vestido que esperaba resultase irresistible.

Dos horas después lo llamó por teléfono, pero tenía el móvil apagado y no dejó un mensaje.

¿Dónde estaba? ¿Por qué tardaba tanto?

Intentaba convencerse a sí misma de que se había casado con un hombre de estado y un hombre de negocios, alguien que no disponía siempre de su tiempo.

Pero no sirvió de nada. Aunque todo eso era verdad, con una simple llamada habría conseguido que se fuera a dormir tranquila. Con una sola llamada podría pensar que su matrimonio no era un espejismo que aparecía y desaparecía a capricho de Adham. Que no le dijera dónde estaba o a qué hora iba a llegar la inquietaba profundamente.

Lo último que supo antes de quedarse dormida por agotamiento fue que Adham no había vuelto a casa.

Y las pesadillas que tuvo esa noche le decían que tal vez no volvería nunca.

Capítulo Cuatro

Despertó sola y lo primero que sintió fue la convicción de que despertaría sola durante el resto de su vida.

También se había ido a la cama sola, como desde el día que se casó con Adham.

Había creído que la inexplicable fase de distanciamiento había pasado, pero no era así. La semana anterior había ocurrido lo mismo: estaban juntos de día, pero por la noche Adham desaparecía con una excusa u otra.

Suspirando, Sabrina se levantó de la cama. La habitación estaba a oscuras, en silencio. Sabía que al otro lado de las cortinas podría ver el día soleado y al otro lado de la puerta a la gente de servicio ocupada dejando la casa inmaculada, pero las puertas dobles y los cristales de seguridad eran como uno escudo que la alejaba de todo y parecía estar en una casa desierta.

Sentía como si estuviera en una montaña rusa que la catapultaba hacia arriba para lanzarle de golpe hacia abajo...

Si no fuera por esa noche, una sola noche, cuando Adham le demostró que era un hombre tan apasionado en la cama como fuera de ella, pensaría que le pasaba algo. Pero como su fortaleza era indiscutible, empezaba a pensar que había perdido interés por ella.

La dejaba sola cada noche y empezaba a temer que hubiese aceptado la oferta de alguna otra mujer…

En realidad no podía creerlo, pero ya no le quedaban excusas para su comportamiento.

¿A qué estaba jugando?

Cuando sonó su móvil lo miró, desconcertada, antes de ver el nombre de Adham en la pantalla.

–¿Adham?

–Sabah'al khair, ya galbi.

Escuchar ese saludo en su idioma habría sido suficiente para emocionarla, pero que además la llamase «su corazón» en ese tono tan íntimo, tan posesivo…

–Espero que hayas descansado bien.

–He dormido bien, pero te he echado de menos.

–Y yo también, ya kanzi. Pero tengo que estar aquí todo el día, entrenando. Si te apetece, Jameel puede traerte al campo.

–Sí, muy bien. Iré a verte entrenar y luego volveremos juntos a casa.

–Entonces, ven ahora mismo.

Su tono, tan masculino, hizo que sintiera un cosquilleo entre las piernas.

Pero, de repente, se puso furiosa.

Se sentía como un ratón con el que un gato caprichoso estuviera jugando. Y estaba cansada.

–No, espera… lo he pensado mejor. Prefiero no ir.

Al otro lado de la línea hubo un largo silencio, pero cuando Adham volvió a hablar en su voz no parecía haber sorpresa o irritación.

–Ya me lo imaginaba, ya ameerati. Descansa todo lo que puedas, lo vas a necesitar.

Después de decir eso cortó la comunicación y Sabrina sintió que estaba a punto de explotar. Le gustaría tenerlo delante en aquel momento, tomarlo por los hombros y exigirle una explicación.

Pero seguiría su consejo, pensó. Descansaría todo lo que pudiera porque iba a necesitarlo para enfrentarse con él.

Lo haría aunque eso destrozase su matrimonio. Su no-matrimonio.

Cualquier cosa sería mejor que vivir en aquel limbo.

Sabrina no descansó en absoluto y Adham debía saber que no podría hacerlo.

Aunque a él le daba igual porque volvió a casa muy tarde y sin molestarse en llamar. Como siempre.

A las ocho de la mañana, Sabrina estaba en el vestíbulo esperando que hiciera su aparición, decidida a hablar con él antes de que se fuera.