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Así como la primera venida del Señor tuvo su precursor, "también lo tendrá la segunda", aseguró John H. Newman en cuatro sermones memorables. Si el primer precursor fue San Juan Bautista, el segundo será mucho "más que un enemigo de Cristo, será la misma imagen de Satán, el pavoroso y aborrecible Anticristo". En sus sermones, Newman advirtió que, a los ingenuos Satán les "promete libertad civil, les promete igualdad, les promete comercio y riqueza, les promete reformas". Se "burla de los tiempos pasados y de todas las instituciones que los representan". Y fue aún más allá el Santo cuando anunció que se produciría un "despliegue de milagros" reales o ficticios, que podrían ser "descubrimientos de las ciencias", que afianzarían el poder del Anticristo.
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Seitenzahl: 93
Veröffentlichungsjahr: 2021
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I.- El tiempo del Anticristo
Los cristianos de Tesalónica habían supuesto que la venida de Cristo se encontraba cercana. San Pablo les escribe para prevenirlos contra una tal expectativa. No es que el desaprobara su espera de la venida del Señor, todo lo contrario; pero les advierte que cierto acontecimiento debe precederla, y hasta que esto no suceda, el fin no sobrevendrá.
“Que nadie los engañe de ningún modo”, dice San Pablo, “(ya que dicho día no vendrá), excepto que venga primero una apostasía”. Y prosigue, excepto que “primero el hombre de pecado sea revelado, el hijo de la perdición. Mientras el mundo dure, este pasaje de la Escritura será de extremo interés para los cristianos. Es su deber estar siempre expectantes por la venida del Señor, indagar los signos de la misma en todo lo que ocurre alrededor suyo, y por sobre todo tener en mente este sobrecogedor signo del cual San Pablo habla a los Tesalonicenses.
Así como la primera venida del Señor tuvo su precursor, así también lo tendrá la segunda. El primero fue “alguien más que un profeta”, San Juan Bautista; el segundo será más que un enemigo de Cristo, será la imagen misma de Satán: el pavoroso aborrecible Anticristo.
Acerca de él, tal cual las profecías lo describen, me propongo hablar; y al hacerlo me guiaré exclusivamente por los antiguos Padres de la Iglesia. Sigo a los antiguos Padres sin pensar que en tal materia ellos tengan el peso que poseen en instancias de doctrina o disciplina. Cuando ellos hablan de doctrinas, se refieren a éstas como a algo universalmente aceptado. Ellos son testigos del hecho de que dichas doctrinas han sido recibidas, no aquí o allá, sino en todas partes. Recibimos aquellas doctrinas que ellos enseñan, no meramente porque las enseñen, sino porque dan testimonio de que todos los cristianos en todas partes las han sostenido. Los consideramos como honestos informantes, mas no como autoridad suficiente en sí mismos, aunque de hecho son también autoridades. Si ellos afirmaran estas mismas doctrinas, pero diciendo: “Éstas son nuestras opiniones, las hemos deducido de la Escritura, y son verdaderas”, podríamos bien dudar de recibirlas de sus manos. Podríamos decir que tenemos tanto derecho como ellos a deducir a partir de la Escritura; que las deducciones de la Escritura serían meras opiniones; que si nuestras deducciones concordasen con las suyas, eso sería una feliz coincidencia, e incrementaría nuestra confianza en ellos; pero que si no, no habría más remedio, y deberíamos seguir nuestras propias luces. Sin lugar a dudas, ningún hombre tiene derecho a imponer a otros sus propias deducciones en materia de fe. Hay una obligación obvia para el ignorante de someterse a aquellos que estén mejor informados; y también es conveniente para el joven someterse implícitamente por un tiempo a la enseñanza de sus mayores; pero más allá de esto, la opinión de un hombre no vale más que la de otro.
De todos modos, este no es el caso en lo que respecta a los antiguos Padres. Ellos no hablan de su opinión personal; ellos no dicen: “Esto es verdadero porque de hecho es sostenido, y ha sido siempre sostenido por las Iglesias, sin interrupción, desde los Apóstoles hasta nuestros días”.
La cuestión es meramente acerca del testimonio; esto es; si acaso ellos tienen a su disposición los medios para saber si eso había sido y fue sostenido; puesto que si esa fue la creencia de tantas Iglesias en forma independiente y simultánea, en el supuesto de su procedencia desde los Apóstoles, no hay duda de que no puede ser sino verdadera y apostólica.
Este es el modo en que ellos, Padres, hablan en lo que respecta a la doctrina; otro es el caso cuando interpretan las profecías. En esta materia parece que no ha habido tradiciones católicas, formales y distintas, o por lo menos autorizadas; de tal modo que cuando interpretan la Escritura, en la mayor parte de los casos están dando, y profesan estar dando, sus propias opiniones privadas, o anticipaciones vagas, difusas y meramente generales. Esto es lo que debería haberse esperado, puesto que no pertenece al curso ordinario de la divina Providencia el interpretar las profecías antes del suceso.
Aquello que los apóstoles revelaron con respecto a lo venidero, fue en general y en privado, a individuos particulares –no fue puesto por escrito–, y pronto se perdió. Así, unos pocos versículos posteriores al pasaje que he citado, San Pablo dice: “¿Acaso no recuerdan que estando todavía con ustedes, les dije estas cosas?”, y lo escribe por medio de insinuaciones y alusiones, sin expresarse abiertamente. Y vemos que tomó tan poco cuidado en discriminar y autenticar sus intimaciones proféticas que los Tesalonicenses interpretaron que él decía que el Día de Cristo era inminente, aunque, en realidad no lo había hecho.
Sin embargo, a pesar de que los Padres no nos transmiten la interpretación de las profecías con la misma certeza con que nos transmiten la doctrina, no obstante merecen ser leídos con atención en proporción a su consenso, su peso personal, su predominio en su tiempo, o nuevamente, al carácter autorizado de sus opiniones; puesto que, tienen tanta probabilidad de estar en lo correcto como los comentadores hoy en día, y en algunos aspectos mucho más, ya que la interpretación de las profecías se ha convertido en estos tiempos, en materia de controversias y de toma de partido. La pasión y el prejuicio han interferido tanto con la rectitud de juicio, que es difícil decidir a quién confiar su interpretación, o inclusive si un simple cristiano no sería tan buen expositor como aquellos que han asumido el oficio.
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Vuelvo a la perícopa en cuestión, la que examinaré utilizando argumentos tomados de la Escritura, sin preocuparme por estar de acuerdo con los comentadores modernos, ni de decir en qué difiero con ellos. “Aquel Día no vendrá si no viene primero la apostasía”.
Aquí se nos dice que la señal de la segunda venida es una cierta y terrible apostasía, y la manifestación del hombre de pecado, el hijo de la perdición; esto es, aquel que comúnmente se conoce como el Anticristo. Nuestro Salvador parece añadir que aquella señal lo precederá inmediatamente, o que Su venida ocurrirá muy poco después; puesto que, luego de hablar de “falsos profetas” y “falsos Cristos”, “mostrando señales y prodigios”, “abundancia de la iniquidad”, “caridad enfriándose”, y cosas por el estilo, añade: “Cuando ven todas estas cosas, sepan que se encuentra cerca, incluso a las puertas”. E insiste: “Cuando vean la abominación de la desolación (...) instalada en el lugar santo (…) entonces los que estén en Judea huyan hacia las montañas”.
Ciertamente, San Pablo también da a entender esto, cuando dice que el Anticristo será destruido por el esplendor de la venida de Cristo. Por lo tanto, en primer lugar digo, que si el Anticristo debe venir inmediatamente antes de Cristo y ser la señal de Su venida, es evidente que él no se ha manifestado todavía, entonces debemos aguardarlo, puesto que de otro modo, Cristo ya hubiera venido.
Más aun, parece que la tiranía del Anticristo durará tres años y medio, o como la Escritura lo expresa: “Un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo” o “cuarenta y dos meses”, lo cual es una razón adicional para creer que no ha venido, puesto que si así fuese, esto debería haber ocurrido recientemente, siendo su tiempo tan breve, es decir, dentro de los últimos tres años, y no ha sido así.
Además, hay otras dos circunstancias de su aparición que no se han cumplido. Primero, un tiempo de tribulación sin igual. “Entonces habrá una gran tribulación, como no ha habido desde el inicio del mundo hasta este tiempo, ni lo habrá y a menos que dichos días fuesen acortados, ninguna carne sería salva”. Esto todavía no ha sucedido. En segundo lugar, la predicación del Evangelio por todo el mundo: “Y este Evangelio del reino será predicado en todo el mundo, en testimonio a todas las naciones, y luego vendrá el fin”.
2
Ahora bien, puede objetarse a esta conclusión, que San Pablo dice en el pasaje anterior que “el misterio de iniquidad ya está obrando”, esto es, inclusive en aquel tiempo, como si el Anticristo hubiese de hecho venido en aquel entonces. Pero parecería que él quiso simplemente decir que en sus días había sombras y presagios, señales y elementos operantes, de aquello que un día se presentará por completo. Así como los profetas de Cristo vinieran antes que Él, así también las sombras del Anticristo lo precederán.
En realidad todo acontecimiento de este mundo es anticipo de lo que seguirá; la historia avanza como un circulo siempre creciente. En los días de los apóstoles, tipificado los últimos días, hubo falsos Cristos, levantamientos, tribulaciones y persecuciones y el juicio y destrucción de la iglesia judía. De modo similar, cada era presenta su propia imagen de aquellos sucesos, todavía futuros, que serán, ellos y sólo ellos, el verdadero cumplimiento de la profecía que se encuentra a la cabeza de todas. Por eso, San Juan dice: “Hijitos, esta es la última hora; y como han oído que el Anticristo vendrá, ya hay muchos Anticristos; por lo cual sabemos que ésta es la última hora”. El Anticristo había venido, y no había venido, era y no era, la última hora. Era el tiempo del Anticristo, pero en el mismo sentido en que los tiempos del Apóstol podrían ser llamados “la última hora”, el fin del mundo.
Una segunda objeción podría formularse del siguiente modo, San Pablo dice: “Ahora saben que lo retiene, para que él (el Anticristo) se ha revelado a su tiempo”. Aquí algo es mencionado como reteniendo la manifestación del enemigo de la verdad. El Apóstol prosigue: “Aquel que ahora lo retiene, lo hará hasta que sea quitado del medio”. Ahora bien, en los primeros tiempos se consideraba que este poder obstaculizante era el Imperio
Romano; pero este imperio, se argumenta, hace tiempo que ha desaparecido; se deduce, en consecuencia, que hace tiempo que el Anticristo ha venido. En respuesta a esta objeción concederé que aquel “que lo retiene” o “detiene”, significa el poder de Roma, pues todos los antiguos escritores así lo han entendido. Y concedo que, así como Roma, de acuerdo con la visión del profeta Daniel, sucedió a Grecia, del mismo modo el Anticristo sucederá a Roma, y la Segunda Venida sucederá al Anticristo. Pero de esto no implica que el Anticristo haya venido, puesto que no es claro que el Imperio romano haya pasado. Lejos de esto, desde el punto de vista profético el Imperio romano permanece aún hasta nuestros días. Roma tiene un destino muy diferente del de los otros tres monstruos mencionados por el profeta, como se verá por su descripción.
“Vi una cuarta bestia, espantosa y terrible, y sobre manera fuerte; y tenía grandes dientes de hierro; devoraba y destrozaba, y pisoteaba lo que quedara bajo sus pies: y era diferente a todas las bestias que hubo antes de ella y tenía diez cuernos”.