Auge y progreso de las universidades - John Henry Newman - E-Book

Auge y progreso de las universidades E-Book

John Henry Newman

0,0

Beschreibung

Este ensayo constituye la primera traducción al español de The Rise and Progress of Universities: una traducción cuidada y bella de este texto del cardenal John Henry Newman que viene a completar, junto a La idea de la universidad, sus escritos sobre este tema. Auge y progreso de las universidades es una historia esencial de lo universitario escrita con encanto literario a partir del contexto histórico. Una historia que, precisamente por su empeño en hallar lo esencial, merece la denominación de arqueológica, pues busca el origen de lo universitario tanto en lo histórico como en la naturaleza humana. Hábilmente escrito y muy diáfano, el libro presenta, acompañado de las notas de los editores, la propuesta de Newman como una invitación a la reflexión sobre el ser y misión de la universidad que no olvide las raíces que la sustentan.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



John Henry Newman

Auge y progreso de las universidades

Traducción, introducción y notas de José Gabriel Rodríguez Pazos, Miguel Rumayor y José Fernández Castiella

Prólogo de Higinio Marín

Título en idioma original: The Rise and Progress of Universities

© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2024

Traducción, introducción y notas de José Gabriel Rodríguez Pazos, Miguel Rumayor y José Fernández Castiella

Prólogo de Higinio Marín

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección Nuevo Ensayo, nº 127

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-79-3

ISBN EPUB: 978-84-1339-512-8

Depósito Legal: M-2111-2024

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Prólogo

Introducción

La Universidad Católica de Irlanda y los discursos sobre educación

El principio de influencia personal

The Rise and Progress of Universities

La propuesta de Newman frente a la crisis actual de la universidad

Bibliografía

Auge y progreso de las universidades

Advertencia

I. Introducción

II. ¿Qué es una universidad?

III. Ubicación de una universidad

IV. Vida universitaria: Atenas

V. El libre comercio del conocimiento: los sofistas

VI. Disciplina e influencia

VII. Influencia: las escuelas atenienses

VIII. Disciplina: las escuelas macedonias y romanas

IX. Caída y refugio de la civilización antigua: los lombardos

X. La transmisión de la civilización: las islas del norte

XI. Una característica de los papas: san Gregorio Magno

XII. Enseñanza de esa característica de los papas: Pío IX

XIII. Las escuelas de Carlomagno: París

XIV. Provisión y demanda: los escolásticos

XV. Profesores y tutores

XVI. Fortaleza y debilidad de las universidades: Abelardo

XVII. La antigua Universidad de Dublín

XVIII. Los colleges como correctivo de las universidades: Oxford

XIX. Los abusos de los colleges: Oxford

XX. Universidades y seminarios: L’Ecole des Hautes Etudes

A José Morales

In memoriam

Prólogo

Ex abundantia

El lector tiene entre sus manos una cuidada y bella traducción de este magnífico texto del cardenal y rector san John Henry Newman, cuya capacidad literaria le reportará una lectura deliciosa. Y ese es, me parece a mí, el primer riesgo que ha de tener en cuenta al adentrarse en este sosegado libro salteado de pasajes elegantemente compuestos. Podría ser que el encanto literario y algunos excursos, sobre cuestiones históricas más o menos contextuales del autor, le distraigan de un texto que es sobre todo una historia esencial de lo universitario.

Una historia que precisamente por su empeño en hallar lo esencial merece la denominación de arqueológica, pues busca simultáneamente el principio —el origen— de lo universitario, tanto en lo histórico como en la naturaleza humana. De hecho, de esa visión sintética de ambas dimensiones deriva una primera definición de la universidad que cabe extraer del texto: «Una universidad no hace más que responder a una necesidad de nuestra naturaleza; y no es sino una forma concreta de cubrir, en un contexto determinado —entre muchas otras formas que podrían plantearse en otros contextos—, esa necesidad»1 (p. 43).

Por tanto, Newman concibe la universidad como la forma europea, occidental si se quiere, de atender una necesidad humana universal (el deseo de conocer) que podría haber tomado otras variadas formas, y que, efectivamente, las ha tomado en las demás tradiciones y sociedades humanas. Por eso, para nuestro autor, investigar lo esencial de la universidad requiere una indagación retrospectiva de la historia de lo universitario que le conduce hasta Atenas y de vuelta hasta su tiempo. Una indagación que, como se ha dicho, por ser histórica no deja de ser esencial2, pues busca simultáneamente el inicio y el principio, es decir, el origen de lo universitario y de la universidad.

Así pues, la universidad da forma y respuesta a la necesidad humana de saber y de su comunicación según un contexto histórico cultural singular. Podría parecer, pues, que lo primero es la necesidad, y en cierto sentido lo es, al menos en tanto que precede al hombre como su modo de ser recibido. Y, sin embargo, es necesario establecer una precisión crucial al respecto: para suscitar una universidad, dice Newman, es primero la provisión y después la demanda, es decir, es primero la gratuidad expansiva que transforma el saber en comunicación. Un saber que al ser ofrecido despierta en aquellos que lo acogen su propia demanda, es decir, el deseo de saber. Incluso el propio deseo de aprender del estudiante —ese «ardiente amor por la materia de estudio» (p. 49)— no es solo un mero afán posesivo de algo de lo que se carece, sino que es también como una redundancia del deseo comunicativo que desencadena el saber del maestro. Se estudia para llegar a saber aquello cuya posesión más cumplida consiste en poder comunicarlo.

La tesis de que al respecto de la universidad es primero la provisión y no la demanda es solidaria de una antropología en la que la necesidad puede preceder psicológica pero no esencialmente a la abundancia y la gratuidad ínsitas en la racionalidad libre de nuestra naturaleza. No es primero el deseo de lo que falta y es necesario, por inesquivable que sea; no al menos respecto del deseo de dar de sí desde esa abundancia originaria que también somos. Por eso, me parece a mí, para Newman la universidad surge ex abundantia, es decir, del libérrimo exceso que se abre camino en todo lo humano a través de nuestra necesitada precariedad, incluso entre las penurias más acuciantes, y hasta con motivo de ellas.

De ahí también ese inevitable carácter festivo que merodea entre los esforzados intentos por aprender a los que obliga el estudio, y que encuentra en la juventud estudiantil el eco de su vitalidad: ex abundantia cordis, ex abundantia vitae. Ciertamente, en este sentido, la universidad es un lugar y un tiempo de gracia, y casi es la gracia ese origen suyo que se busca: la gratuidad natural y comunicante del saber logrado con la esforzada y diaria prosa del estudio. Por eso es esencial a la universidad el cultivo y la enseñanza de saberes improductivos, inútiles decimos hoy, aunque la Antigüedad los llamaba libres. Pero no únicamente, porque también le resulta esencial a la universidad no instrumentalizar por completo los estudios de las técnicas y ciencias útiles, ni tampoco a las propias ciencias y técnicas. Esa liberalidad, ese exceso libérrimo que tiende a considerar todo también por sí mismo, distingue a la universidad de cualquier otra institución para la enseñanza de técnicas y oficios.

Newman destaca, además, que dicho deseo de aprender en los estudiantes está ordinariamente precedido y estimulado por la admiración hacia los maestros en los que el saber se muestra valioso en sí mismo. Si bien, en la universidad no se limita a mostrarse valioso, como podría suceder en cualquier otro lugar, sino que allí se muestra también eficiente para dar forma a la vida de las comunidades a las que congrega como universitarias. De esa maravilla se nutren las universidades mismas como lugares admirables, pues se trata «de un lugar», dice Newman, «que se gana la admiración de los jóvenes por su celebridad» (p. 52). También en ese sentido, la universidad consiste en un despertar, el de la inteligencia, aunque como todo lo admirablemente real parezca más bien un sueño.

Lo anterior puede resumirse de un modo menos preciso, pero más directo, así: en el origen de la universidad son primero los profesores y después los estudiantes, pues es por efecto del saber comunicado como se despierta y consolida la demanda de aprender, y no tanto, o no primariamente, al revés. No obstante, es la confluencia de una y otra la que congrega a los estudiantes y profesores, cuya comunidad —ayuntamiento, decía nuestro rey Sabio— es necesaria para dar lugar a una universidad.

Ese lugar adornado de las delicias de los parajes propicios y, sobre todo, del ascendiente que concentran, requiere tener lugar en un sentido particular. La universidad, dice Newman, también es «la congregación de desconocidos procedentes de todas partes en un lugar» (p. 43). De todas partes y en un lugar. Puede parecer casi una obviedad, pero esconde una dimensión esencial de lo universitario.

Propiamente hablando, la ciudad lo es en la medida que congrega a gentes y bienes venidos desde extensos y distantes territorios, pues no hay ciudad que lo sea y a la que no conduzcan todos los caminos. Ese poder de atraerlo todo hacia sí, característico de la ciudad, tiene su forma elemental en el mercado, que es algo así como la primera imago mundi, enriquecida en sus estadios, teatros, templos y plazas. Pues bien, a imagen de la ciudad y del mundo al que congrega, la universidad también reúne en un lugar todos los saberes, mediante la multitud de aquellos que los estudian, ya sean estudiosos profesores o jóvenes estudiantes (studium generale). La convivencia de cada grupo entre sí y con el otro forma la trama de las instituciones en las que el mundo se reúne mediante el saber que atrae a una multitud, componiendo algo como una nueva ciudad, o como afortunada y exactamente podemos decir en castellano, un ayuntamiento.

Esta desapercibida pero íntima conexión entre la ciudad y la universidad permite atisbar el camino ascendente de una cierta metafísica material del logos, pues es la idea del mundo la que se materializa primero en la ciudad y se hace reflexivamente presente para sí misma en la universidad. Pero, para no separarnos de nuestro autor, basta con notar esa íntima conexión en expresiones como esta: «En todo gran país, la metrópoli se convierte en una especie de necesaria universidad, nos guste o no nos guste» (p. 49). O esta otra: «[L]os mismos tipos de necesidad, social y moral, que dan origen a una metrópoli dan origen también a una universidad; más aún, toda metrópoli es una universidad, por lo que respecta a los rudimentos de una universidad» (p. 85)3.

En efecto, en la universidad —como en la ciudad—, se reúnen «de todas partes: si no, ¿cómo se van a poder encontrar profesores y estudiantes para todas las ramas del saber? Y en un lugar: si no, ¿cómo va a poder constituirse una escuela?» (p. 43). Ese punto donde lo universal entra en contacto con un lugar particular al que embellece, al tiempo que congrega estudiosos y estudiantes del ancho mundo, no puede sino reunir las cualidades materiales y espirituales que producen su celebridad y atracción.

Pero no se trata solo de que la universidad sea un fenómeno urbano que surge en una ciudad o la suscita. Es que la imagen del mundo, prefigurada materialmente mediante los productos y las gentes del mercado, los países y campeones del estadio, los dramas teatrales, las disquisiciones en el ágora y los cultos ritualizados de los templos, toma forma reflexiva y metódica en la universidad y su aspiración a lograr y compartir saberes verdaderos y universales (universitas studiorum).

En la universidad hay una aspiración a atraerlo todo hacia sí comprensivamente, a congregarlo en la inteligencia con la forma de lo verdadero, de lo universal y no sujetable a lugar o a raza. Y ahí es donde aquello de en un lugar y de todas partes queda cumplido pero superado. Por eso las universidades están tan vinculadas al locus que las acoge y al mismo tiempo forman una comunidad universal entre todas ellas. Por eso la condición de católica y de universidad le parecía un pleonasmo a Rémi Brague4.

Para finalizar ya estas breves palabras de invitación, es conveniente reparar en que, para Newman, lo esencial de la universidad es una abundancia que no se basta por sí misma para perdurar. Necesita de muchos otros auxilios, todos los cuales, en tanto que necesarios para la viabilidad efectiva de la institución, componen aquello que denomina su integridad. Podemos imaginar que la administración, los servicios y las infraestructuras forman parte de todo ello, pero Newman destaca sobre todos al college, en el que sus tutores componen algo así como la suma de algunos aspectos de nuestras facultades y las residencias estudiantiles. En este punto, la sociología de los colleges, tan peculiar de la tradición británica, puede no ajustarse a otras formas y tradiciones universitarias, y muy poco o nada a la universidad contemporánea. Sin embargo, en el seno de la disquisición entre la universidad y su liberalidad («influencia») y el college y su orden («disciplina»), hay una correspondencia parcial pero relevante entre las universidades y sus facultades, por un lado, y los colegios mayores, por otro.

Ciertamente, apenas queda nada entre nosotros de esa polaridad en la que los colegios mayores podían representar una dimensión de la vida universitaria configuradora del carácter entre coetáneos. Aquella reivindicación de poder entrar libremente en las residencias femeninas, que desencadenó los disturbios del 68 francés, supuso el final simbólico de esa época. Con todo, sin ese espacio comunitario y vital entre estudiantes, a la universidad misma le falta su integridad, y el estudiante empobrece su experiencia universitaria.

Quienes se resistan a dejarlo morir, y quieran dar vida a este ideal universitario tan fuera de las costumbres de nuestro tiempo, harán bien en estudiar esa polaridad entre «influencia» profesoral y «disciplina» colegial. Y en cualquier caso, quienes aprecien aquel hechizo juvenil compuesto de admiración y asombro por los profesores, su magisterio y el lugar donde todo aquello tenía lugar entre compañeros y coetáneos, un verdadero «estado de excepción» entre el continuo de lugares ordinarios, encontrarán en este libro del cardenal y rector Newman también un recordatorio.

Tales visiones avivarán su inteligencia y su corazón por el recuerdo de aquellos años de estudio y juventud —la verdadera patria de su juventud— y por esa forma de vida institucionalizada en la universidad y hoy apenas posible, si es que todavía lo es.

«¿Habrá de decirse en el futuro que la obra no necesitaba más que corazones buenos y valientes, pero que no los encontró?» (p. 95).

Higinio Marín

Rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera

Introducción

La Universidad Católica de Irlanda y los discursos sobre educación

El 15 de abril de 1851, Newman recibió una carta del entonces obispo de Armagh, Paul Cullen (1803-1878), en la que le pedía unas conferencias sobre educación. A instancias de Pío IX, los obispos irlandeses se proponían fundar una universidad en Dublín que ofreciera a los irlandeses formación universitaria católica. Seis años antes, el primer ministro del Reino Unido, Robert Peel, en un deseo de ofrecer educación no confesional anglicana para los presbiterianos y católicos romanos, había promovido la creación de tres Queen’s colleges, pertenecientes a la Queen’s University of Ireland, que serían no confesionales y tendrían sede en Galway, Belfast y Cork. Se trataba de una propuesta política del gobierno —Irlanda formaba parte del Reino Unido— de ofrecer educación superior a quienes no pertenecían a la religión estatal, sin que tuvieran que suscribir los 39 artículos de la Iglesia anglicana. La iniciativa era a su vez una expresión del liberalismo político creciente en el Reino Unido y fue acogida favorablemente solo por una minoría de los obispos católicos. La reacción de Roma fue prohibir que los católicos acudieran a esa universidad. A cambio, Pío IX impulsó la creación de una universidad católica similar a la de Lovaina.

La solicitud de Cullen provocó en Newman sentimientos encontrados. Por una parte, su paso por Oxford había calado hondo en su personalidad. Desde su incorporación como fellow de Oriel College (1822), interpretó su vocación universitaria con auténtico sentido de misión. Lo consideraba un servicio de carácter religioso y su intención era permanecer allí de por vida como fellow, lo cual comportaba que su condición de clérigo la viviría con la atípica decisión de mantener el celibato. Años más tarde, en 1845, encontró la luz que le movió a profesar la fe católica romana, precisamente en su dedicación exclusiva a esta vocación como predicador en St. Mary’s al servicio de la Palabra, estudioso y defensor de las raíces apostólicas de su Iglesia desde los primeros siglos de cristianismo, y también como celoso tutor, mientras pudo, del bien integral de los estudiantes. Desde la perspectiva de su profundo sentido vocacional —que mantuvo hasta el final de su vida, aunque de otra manera desde su conversión—, la oportunidad de colaborar con la iniciativa de la jerarquía católica de poner en marcha una universidad le resultaba gozosa.

Sin embargo, como fundador y superior del Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham, consideraba que su deber era permanecer junto a sus hermanos de comunidad. La dedicación que le supondría la universidad en Dublín le parecía incompatible con la vida que había elegido. Por eso, cuando meses más tarde Cullen le solicitó que fundara y fuera el primer rector de la universidad, propuso asumir un cargo de menor relevancia, el de director de estudios, para limitar sus ausencias de Birmingham. Fueron los propios oratorianos los que consiguieron que aceptara ser la máxima autoridad en la universidad, a pesar de las muchas y largas estancias en Dublín que implicaría.

Había en la conciencia de Newman otra oposición de sentimientos, que es la que afrontó en la preparación de los discursos sobre educación que le había solicitado Cullen y durante toda su singladura como rector de la universidad. Si bien tuvo a lo largo de su vida como tácita divisa la oposición al liberalismo secularizador británico —tal y como reconoció en el discurso de recepción del birrete cardenalicio en 1879—, no compartía el planteamiento catequético y moralizante que Pío IX y los obispos irlandeses propugnaban, para contrarrestarlo mediante la enseñanza en la universidad católica. La filosofía newmaniana sobre la educación universitaria transita tan alejada de aquel liberalismo como de este clericalismo que, a la postre, motivó su renuncia y abandono de la Universidad Católica de Irlanda en 1858, como relata detalladamente en su Memorandum about My Connection with the Catholic University de 1872.

Como respuesta a la solicitud de Cullen, impartió en Dublín cinco conferencias a lo largo del año 1852, que fueron publicadas el año siguiente como Discourses on the Scope and Nature of University Education: Addressed to the Catholics of Dublin. Él mismo considera esta obra como una de sus dos artísticamente más perfectas, y otros la reconocen como un clásico de prosa inglesa. Después escribió —aunque no llegó a pronunciar— las Lectures and Essays on University Subjects, que se publicaron en 1859. En 1873, compiló ambos textos en una edición revisada, cuyo título es el conocido The Idea of a University.

MacIntyre ha descrito la filosofía sobre educación de Newman como una providencial vía media entre el liberalismo y el clericalismo, en un momento en el que el catolicismo parecía intelectualmente insuficiente para dar respuesta a las justas reivindicaciones de una razón secular5. Se trata de un sabio equilibrio que respeta la autonomía metodológica de cada disciplina científica en lo relativo a su objeto de estudio, al tiempo que postula la unidad de todos los saberes en torno a la teología, ya que cada uno apunta desde su perspectiva a la única verdad cuya fuente es Dios. El método científico y las decisiones relativas al gobierno de los asuntos temporales de la universidad no admiten interferencias del credo religioso; pero el conocimiento de la teología cristiana, cuya fuente es la Revelación, es referencia para la armonía y horizonte del diálogo interdisciplinar.

Estos discursos han conocido numerosas ediciones y traducciones a multitud de idiomas. Sobre ellos se han hecho estudios profundos y todavía hoy son referencia casi inexcusable para cualquier ensayo sobre la docencia en la universidad. Sin embargo, no son suficientes para comprender a fondo la idea de Newman sobre la institución universitaria. De hecho, The Idea of a University se centra en la educación más que en el ser de la universidad. Durante el ejercicio de su rectorado y posteriormente, publicó otros veinte artículos recogidos bajo el título The Rise and Progress of Universities¸ una obra que ha tenido mucha menor difusión y cuya primera traducción al español presentamos en este volumen6. Es aquí donde se plantea y responde esencialmente a la pregunta ¿qué es una universidad?

Idea y Rise and Progress son fuentes complementarias e inseparables —dicho en términos del propio Newman: idea e imagen, respectivamente— para comprender cabalmente la propuesta universitaria del santo cardenal inglés. A estos dos valiosos volúmenes hay que añadir la miscelánea documental recogida por el mismo Newman en los dos volúmenes editados bajo el título My Campaign in Ireland. Part I: Catholic University Reports and Other Papers y My Campaign in Ireland. Part II: My Connection with the Catholic University. Esta obra tuvo una exigua difusión tras la muerte de Newman, en una edición parcial y privada de Neville, en 1896. Recientemente, Paul Shrimpton ha publicado una extraordinaria edición crítica de ambos volúmenes con largas y valiosas introducciones y anotaciones al texto. Cualquier investigador de Newman y la universidad encontrará en esos textos la aplicación de Idea y Rise and Progress a la Universidad Católica de Irlanda, además de otros valiosos documentos.

El principio de influencia personal

Los estudiosos de Newman coinciden en señalar que es imposible categorizarlo como filósofo o teólogo, aunque lo sea. Su vasta y variada obra no es fruto de una reflexión sistemática y científica, sino que tiene más bien el carácter vivencial de respuestas dadas en circunstancias históricas concretas por un gran intelectual, dotado de una fina sensibilidad y comprometido con las causas religiosas y sociales de su tiempo. Tiene múltiples estudios históricos, propuestas teológicas, reflexiones filosóficas, artículos periodísticos, conferencias y sermones pastorales, decenas de miles de cartas, un diario personal, etc. Su obra, recogida en noventa volúmenes, da razón de su extraordinaria erudición y es considerado un exponente de la literatura victoriana inglesa. Es prácticamente inabarcable y resultaría incomprensible sin una aproximación a la doctrina desde la biografía del propio Newman. Porque, con excepción de la Grammar of Assent, que es una obra de madurez y fruto de una reflexión de casi cuatro décadas, sus publicaciones requieren comprender el contexto, aunque su validez perdure todavía hoy en la mayoría de los casos. Una de las claves biográficas y de su doctrina es lo que él llama el principio de influencia personal. No en vano, autores como Crosbylo consideran un precursor de la corriente filosófica personalista por este motivo.

Como él mismo reconoce en su autobiografía Apologia pro Vita Sua (1865), la amistad y la influencia que sobre él ejercieron compañeros como Richard Whately, Edward Hawkins, Samuel y Henry Wilberforce, Richard Hurrel Froude o John Keble, entre otros, le ayudaron a desarrollar con rigor el pensamiento crítico entre los dieciocho y los treinta años —tramo vital que Newman considera decisivo en la formación del carácter—, y fueron decisivas para los cambios en su trayectoria religiosa desde su calvinismo de corte evangélico hasta el catolicismo romano. Sin que nadie tratara de persuadirle en sus cambios, acogía las convicciones de los otros y las asumía como propias o las rechazaba total o parcialmente tras un fino y profundo análisis crítico. Su relación con los más cercanos era fuente para su propia prudencia y orientación personal. Incluso durante su formación en Roma para el presbiterado católico, se ocupó de buscar personas con las que establecer una enriquecedora vida en común exenta de regla. Así surge su decisión de ingresar en la congregación del Oratorio de San Felipe Neri y fundar en Birmingham la primera comunidad oratoriana del Reino Unido.

Al final de la década de 1820, su estudio del cristianismo en la época arriana le llevó a la inequívoca conclusión de que la supervivencia de la ortodoxia de la doctrina cristiana no se dio por la actuación magisterial de la jerarquía o los concilios, sino por la influencia que ejercieron en sus allegados los sacerdotes y laicos que encarnaron la fe y la comunicaron de modo personal. Así lo recoge en su quinto sermón universitario, cuyo argumento es precisamente que la transmisión de la fe no depende tanto de la calidad de los razonamientos o de los medios como de la influencia personal. En su Grammar of Assent defiende la influencia personal como fuente de certeza en el conocimiento. Dice que es cierto el conocimiento al que se llega de modo subjetivo —mediante lo que llama «sentido ilativo»— por convergencia de probabilidades, a las cuales se accede muchas veces por la observación y relación con otras personas.

Incluso su discurso sobre la predicación universitaria postula que la eficacia de un sermón no reside tanto en la corrección y orden expositivo, ni en los argumentos —que nunca deben faltar—, sino en el ethos personal del predicador, que se hace presente en la misma predicación y se manifiesta en el gesto, la mirada, el tono de voz, etc. No es aventurado concluir que para Newman la influencia personal es también la clave de la evangelización:

La voz viva, el aliento del otro y la expresión de su semblante son los que predican, los que catequizan. La verdad —ese principio sutil, invisible y de tipos muy diversos— se vierte en el espíritu del discente por sus ojos y oídos, a través de sus afectos, su imaginación y su entendimiento; se vierte en su espíritu y se sella allí a perpetuidad a base de proponerla, repetirla, a base de preguntar y volver a preguntar, de corregir y explicar, de avanzar y recurrir entonces a los primeros principios, a base de emplear todos esos modos que lleva implícitos la palabra «catequizar» (p. 51).

El principio de influencia personal consta de testimonio y acogida. Una relación creativa en la que los valores encarnados se transmiten en mayor o menor medida según sea la disposición del receptor. La efectiva influencia requiere un amplio espacio de libertad en la relación y encuentra su mejor síntesis en el lema que Newman asumió al recibir el cardenalato (1879): Cor ad cor loquitur. Esta apertura, junto con el sentido crítico para protegerse de la influencia perniciosa, permite enriquecer la biografía, hace efectiva la evangelización y subyace en el convencimiento de Newman de que, cuando concurren la búsqueda de la verdad y la disposición a acogerla, tiene lugar la universidad. La influencia personal acontece allí en el diálogo vivo entre estudiosos y alumnos:

[La universidad] es el lugar donde el profesor se torna elocuente, donde es misionero y predicador, donde muestra su ciencia de forma más completa y atractiva, donde la entrega con el celo que da el entusiasmo y enciende los pechos de los que lo escuchan con el amor que siente por ella. Es el lugar donde el catequista hace buena la tierra que pisa al avanzar, engendrando día a día la verdad en la memoria dispuesta e introduciéndola y afirmándola en la razón que se expande. Es un lugar que se gana la admiración de los jóvenes por su celebridad, enciende los afectos de los hombres de mediana edad por su belleza y afianza la fidelidad de los ancianos por los recuerdos. Es asiento de la sabiduría, luz del mundo, ministro de la fe y alma mater de la generación que se está formando (pp. 52-53).

The Rise and Progress of Universities

La viabilidad de una universidad católica en Irlanda pasaba por convencer a los propios irlandeses de su necesidad. Con el inicio del primer curso académico de la Universidad Católica de Irlanda, Newman fundó la Catholic University Gazzete, donde publicó semanalmente, entre junio y diciembre de 1854, los artículos que, a finales de 1856, reunió bajo el título Office and Work of Universities. Finalmente, en 1872, los reeditó con el título TheRise and Progress of Universities, por considerarlo más adecuado al contenido del texto.

En el capítulo introductorio, Newman explica que el pesimismo generalizado sobre el proyecto universitario proviene de la opinión pública, cuya fuerza reside no tanto en argumentos convincentes como en imágenes impresionantes. Ese es el motivo por el que transmite sus ideas no según la lógica formal sino mediante una «imaginación histórica»: una imagen capaz de hacer llegar al corazón del lector las ideas que transmite y transformar el asentimiento nocional —es decir, intelectual— que pretenden los argumentos de The Idea of a University en asentimiento real, en una respuesta que implique a toda la persona en la propuesta de fundar una universidad católica en Dublín.

Su desarrollo de la imagen parte de la descripción de cómo las civilizaciones, el saber y la propia Iglesia son arquetipo para el ser de la universidad:

Ha sido mi deseo, y ojalá lo haya conseguido, poner ante el lector lo que Atenas debió de haber sido, vista como aquello que, desde entonces, llamamos universidad; y hago esto sin ánimo alguno de escribir el panegírico de una ciudad pagana, ni de negar sus muchas aberraciones u ocultar lo que era moralmente abyecto tras lo que era intelectualmente grandioso; más bien, al contrario: busco representar las cosas como realmente eran, hasta el punto de permitir que ese lector vea qué es una universidad, en la constitución misma de la sociedad y en su propia esencia, cuál es su naturaleza y objeto y qué ayuda y apoyo externo necesita para completar esa naturaleza y asegurar ese objeto. (p. 69).

Newman atribuye a una ponderación equilibrada o insana de los principios de influencia y disciplina la causa del auge o declive de Grecia y Roma, respectivamente. También la magnanimidad de Carlomagno y los pontífices y abusos de poder como el caso de Abelardo motivan la expansión o corrupción cultural. Ambas son analogías válidas para explicar la necesidad y el modo de existencia saludable de la universidad, que se constituye por el principio de influencia pero que necesita del sistema normativo para sobrevivir. Del recorrido histórico extrae las ideas que están en la base de la universidad, la cual debe entenderse como una comunidad de personas, cuya relación sigue y al mismo tiempo posibilita su razón de ser. A partir del doble principio influencia-disciplina (capítulos VI-VIII), Newman articula su discurso sobre la universidad en clasificaciones duales en las que subyacen esos dos principios: profesor-tutor; universidad-college; formación intelectual-moral; caballero-santo, etc. Son figuras complementarias entre sí porque actúan como contrapeso recíproco, al modo de los principios de influencia y disciplina. Se reclaman mutuamente para la integridad personal o institucional y su sana ponderación supone la primacía de la influencia sobre la disciplina.

La universidad es un lugar de condiciones óptimas para congregar personas de todo el mundo que comparten su deseo de aprender. El conocimiento y su difusión crece porque allí cristaliza el saber en forma de libros, pero, sobre todo, por la relación personal entre quienes lo comparten:

En esencia, una universidad es una cosa así: un lugar para que se comunique y fluya el conocimiento, mediante la relación entre personas procedentes de un extenso territorio. (p. 43).

[P]ara aprender sabiduría, deberemos acudir a la fuente y beber allí. Parte de esa sabiduría puede llegar desde allí hasta los confines de la tierra a través de los libros, pero la plenitud solo está en un sitio. Es en tal congregación y comunidad del intelecto donde se escriben los libros —las obras maestras del ingenio humano—, o, al menos, donde se originan (p. 46).

Sin embargo, para que una institución sobreviva a las personas, y para evitar que la influencia degenere en manipulación, es necesaria una disciplina expresada en forma normativa. Este marco legal no es parte de la universidad, pero sí es necesario para su integridad:

Supongo que conocemos la diferencia entre causa directa y condición sine qua non, y entre la esencia de una cosa y su integridad. Las cosas no se limitan únicamente a lo que de ellas vemos en abstracto, y nada más; requieren algo más que ellas mismas; en ocasiones, como condiciones necesarias de su ser y, en ocasiones, para su bienestar. La respiración no es parte del hombre, le viene de fuera; es, simplemente, el aire que lo rodea, inspirado y espirado; y con todo, nadie puede vivir sin respirar. Pon un animal en un receptáculo sin aire y se muere; y sin embargo, el aire no entra en su definición. Así pues, cuando digo que una gran escuela o una universidad consiste en la comunicación del conocimiento, en docentes y discentes, es decir, en el sistema profesoral, no debes quedarte con la idea de que yo considero la influencia personal suficiente para su bienestar. Constituye ciertamente su esencia, pero es necesario algo más que el simple transcurrir de los días. Para garantizar una existencia segura y cómoda, debemos atender a la ley, la regla y el orden. (p. 111).

La universidad es para la formación del intelecto y el principio de influencia el que la constituye. Sin embargo, así como requiere de la disciplina para su integridad, la formación intelectual del gentlemannecesita el contrapeso de la formación de su carácter para no abusar en sus actuaciones sociales. Newman propone la institución del college como contrapeso normativo del lugar de influencia que es la universidad. Su fin es laformación moral y espiritual de los estudiantes, sin tergiversar la formación intelectual como fin único de la universidad. En esto fundamenta Newman su argumento sobre la competencia de la Iglesia católica para fundar una universidad: la doctrina cristiana tiene el papel de la integridad del saber intelectual universitario, sin interferir con planteamientos catequéticos o clericales en la búsqueda de la verdad científica. El sistema de tutores es también contrapeso del sistema de profesores y resulta idóneo para integrar esta formación intelectual y moral mediante la influencia. Esta coprincipialidad tan querida para Newman requiere la prudencia de ponderar adecuadamente el peso de ambos principios. Newman trata profusamente de cómo el abuso de influencia da lugar a la manipulación de las personas, mientras que un abuso normativo mata la influencia y puede dar lugar a nacionalismos.

Esta misma ponderación de ambos principios le sirve para interpretar la realidad en otros ámbitos, como el de las instituciones religiosas. El Oratorio de San Felipe Neri consiste en una vida en común basada en el principio de influencia, mientras que lo que caracteriza a instituciones como los jesuitas es la disciplina exigida por una regla, con la cual han de identificarse sus miembros:

¡Y qué gran idea, por utilizar la expresión de Guizot, es la Compañía de Jesús!; su organización es una creación genial y la institución está tan bien adaptada a su objeto que, por ese mismo motivo, puede permitirse aplastar las individualidades, por muy dotadas que estén (p. 108).

Toda esta propuesta viene refrendada por los informes sobre la marcha de la universidad recogidos en My Campaign in Ireland, part I, donde casi con idénticas palabras resume los planteamientos y decisiones de su gobierno como rector en lo relativo al nombramiento de profesores y tutores, los colleges, etc.

La propuesta de Newman frente a la crisis actual de la universidad

El concepto de universidad como comunidad de personas y alma mater es basilar en la idea de Newman. Junto con la familia y la Iglesia, constituye uno de los genii locorum necesarios para el desarrollo humano. El capítulo cuarto de esta obra recoge una prolija descripción de Atenas como lugar de belleza, condiciones y posibilidades que la hacen atractiva y lugar de encuentro para los sabios de la época, convirtiéndola en cuna del saber y de la cultura clásica. Atenas se convierte en medio de aprendizaje, de convivencia y de crecimiento intelectual, sin necesidad de los libros. Esta es una presentación tipológica de la universidad como lugar atractivo por su belleza y condiciones. Se trata de una metáfora idónea para un modelo universitario para la formación de personalidades capaces de gobierno civil y eclesiástico, porque han vivido su época de aprendizaje en un contexto de diálogo culto, favorecido por un entorno atractivo y la disponibilidad de espacio, tiempo y medios para el enriquecimiento personal. Esta preparación para el gobierno y la representación promueve mentes amplias, formadas en la interdisciplinariedad, con sentido crítico y visión de conjunto (imperial intellect).

El planteamiento de Newman está en fuerte contraste con el utilitarismo de la Inglaterra de su época, que se ha expandido e intensificado en Europa y otras partes del mundo en los siglos XIX y XX. La universidad contemporánea no es ajena a esta corriente filosófica. Tanto el modelo humboldtiano alemán —que mira a la investigación— como el napoleónico francés —que se orienta a facilitar la salida profesional de los estudiantes— se ven invadidos de criterios de eficacia y eficiencia en el hacer universitario, que de suyo requiere la gratuidad por el empleo de múltiples recursos para fines improductivos como son el mero estudio y diálogo intelectual. Esta visión da lugar a planteamientos eminentemente prácticos de la docencia y de la investigación, cuya calidad se evalúa según logros tangibles en producción, impacto, difusión y empleabilidad. Esta es la esencia de la crisis de la universidad actual, en la que el experto sustituye al sabio y el técnico al maestro; la innovación tecnológica y de método y la funcionalidad de las instalaciones priman sobre el entorno favorable al intercambio de ideas. La universidad tiende a quedar reducida a academia porque deja de ser lugar de encuentro personal para la búsqueda de la verdad y pasa a ser solamente lugar de producción académica y obtención de títulos, publicaciones o acreditaciones. Los criterios de eficiencia dan lugar a un sistema excesivamente normativizado, que obliga a una disciplina capaz de anular la influencia personal. Se cae así en aquello sobre lo que ya advirtió Newman en el capítulo dedicado a la influencia y la disciplina:

Un sistema académico sin la influencia personal de los profesores sobre los alumnos es un invierno ártico: el resultado será una universidad constreñida por el hielo, petrificada, de hierro fundido, y nada más (p. 112).

El encuentro personal entre profesor y alumno degenera en una relación de intercambio de servicios semejante a cualquier otra transacción comercial. Se anula la excepción que supone la universidad según los postulados de Newman —que siguen la fenomenología de la aparición de las universidades—, en los que la demanda sigue a la oferta y no al revés:

[L]a provisión debe ofrecerse antes que la demanda para suscitarla; y … los instrumentos de tal provisión son las mentes privilegiadas (p. 109).

En cuanto a la investigación científica, los requisitos de calidad dan lugar a exigencias de producción de artículos en revistas especializadas para la obtención de puntos que permitan acceder a una acreditación o la obtención de sexenios de investigación. La posibilidad de éxito es la que determina en muchas ocasiones los temas de investigación, que han de ser muy acotados para poder ofrecer en pocas páginas conclusiones bien probadas. Esto da lugar una especialización que va en dirección opuesta a la interdisciplinariedad y la sabiduría. El conocimiento se atomiza y las necesidades culturales del investigador se reducen a las de su área específica de investigación. La participación en el saber deja de ser comunitaria y pasa a ser yuxtapuesta, en detrimento del crecimiento por influencia personal que es fruto del diálogo creativo entre estudiosos.

Por último, la sostenibilidad de la propia institución universitaria requiere la aplicación de criterios de optimización de recursos. Esto da lugar a que los profesores no dispongan de tiempo para la formación y el diálogo por las horas de docencia que tienen asignadas. La lección magistral está supeditada al cumplimiento de los programas docentes según los criterios exigidos por el departamento de calidad de la empresa. Los propios alumnos adoptan la actitud del cliente frente al profesor, al que consideran un mero proveedor de los servicios que pagan con la matrícula.

En este contexto de crisis, se puede acoger la propuesta de Newman en Auge y progreso de las universidades como una invitación a la reflexión sobre el ser y misión de la universidad en nuestros días. Ese estudio podría dar lugar a un deseable debate que, teniendo en cuenta las circunstancias culturales actuales y con proyección de futuro, no olvidara las raíces que sustentan esta institución singular.

La presente traducción con su introducción y notas se elaboró en el marco de los trabajos realizados por el grupo consolidado de investigación «Educación del carácter» de la Universidad Villanueva, a la que los autores quieren manifestar su agradecimiento. Asimismo, desean dar las gracias a Santiago Vicent Fanconi por su inestimable ayuda con la traducción al español de las citas más complejas en latín. Por último, gracias también a Manuel Oriol, a Narcisa García y a todo el personal de Ediciones Encuentro, que acogieron e hicieron posible la publicación de este volumen.

Bibliografía

Crosby, J., El personalismo de John Henry Newman, traducción Nieves Gómez, Palabra, Madrid 2017.

Fernández, J.; Rumayor, M.; Rodríguez, J., «La influencia personal como principio biográfico, educativo y evangelizador en John Henry Newman», Teología y Vida 63/4 (2022), pp. 463-492.

García Ruiz, V., San John Henry Newman. Ensayo biográfico, San Pablo, Madrid 2020.

Ker, I., John Henry Newman. Una biografía, 3ª ed., traducción Rosario Athié y Josefina Santana, introducción Rosario Athié, Palabra, Madrid 2011.

—, «‘Not... an equal, but... one of his subjects’: John Henry Newman’s perception of the archbishop of Dublin», Cáire & Albert McDonell (ed.), Cardinal Paul Cullen and his Word, Four Courts Press, Portland 2011, pp. 277-288.

Klos, J., «The Genii Locorum as the Necesary Space and Place for Human Development», Roczniki Humanistyczne, 68/11 (2020), pp. 127-144.

MacIntyre. A., God, Philosophy, Universities: A Selective History of The Catholic Philosophical Tradition, Rowman & Littlefield, Mariland 2009.

Morales, J., Newman (1801-1890), Rialp, Madrid 1990.

Newman, J. H., Apologia pro Vita Sua, traducción, introducción y notas Víctor García Ruiz y José Morales, Encuentro, Madrid 2010.

—, Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento, 2ª ed., traducción e introducción Josep Vives, Encuentro, Madrid 2010.

—, Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, 2ª ed., traducción, introducción y notas José Morales, Encuentro, Madrid 2011.

—, La idea de una universidad II: Temas universitarios tratados en lecciones y ensayos ocasionales, 2ª ed., traducción, introducción y notas José Morales, Encuentro, Madrid 2014.

—, My campaign in Ireland. Part I: Catholic University Reports and Other Papers, introducción y notas Paul Shrimpton, Gracewing, Leominster 2021.

—, My campaign in Ireland. Part II: My Connection with the Catholic University, introducción y notas Paul Shrimpton, Gracewing, Leominster 2022.

—, The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. xv: «The Achilli Trial. 1852-1853», introducción y notas Charles Dessain, Thomas Nelson and Sons LTD, London 1964.

Rumayor, M., Vida académica y formación personal. La universidad de hoy a la luz del pensamiento de John Henry Newman, EUNSA, Pamplona 2021.

Auge y progreso de las universidades

Advertencia

Las siguientes ilustraciones sobre la idea de la universidad se publicaron por primera vez en 1854, en la Catholic University Gazette de Dublín.

En 1856 se publicaron en un único volumen, bajo el título de Office and Work of Universities.

Aunque el autor puso entonces su nombre en la página del título, le pareció adecuado mantener tanto la profesión de incognito como el tono coloquial en los que originariamente escribió, por un motivo obvio: que haber abandonado la una o el otro hubiera supuesto volver a escribir su obra. Para semejante tarea no podía asegurarse la ocasión; y de haberla tenido, probablemente solo habría conseguido expresarse de un modo más exacto y sólido, al precio de convertirse en menos legible, al menos para el juicio de una época que considera enormemente acertado el dicho de que «un gran libro es un gran mal». Al decir esto, sin embargo, no tiene la intención de insinuar que se haya ahorrado reflexión y esfuerzo en su composición, ni pretende disculparse por su contenido.

P.S.: En la presente edición (1872) ha cambiado el título original por otro que considera más adecuado al tema.

I. Introducción

Tengo la intención de poner por escrito unos cuantos pensamientos propios que considero oportunos, ahora que una universidad católica se está formando; y me parece pertinente hacerlo en una publicación que será el órgano de difusión y registro de sus actas. Ciertamente, una persona anónima como yo no puede argüir autoridad alguna en nada que proponga; y tampoco tengo ninguna intención de presentarme o escudarme bajo la aprobación de la institución a la que deseo servir. Mis comentarios convivirán con materias de más calado, como sucede con la parte no oficial de algunas publicaciones del gobierno en tierras extranjeras; y confío en que serán útiles, aunque tengan su origen en un individuo y no sigan un metódico patrón en su presentación. Cuando diga algo relevante, la universidad saldrá beneficiada; cuando me equivoque y no consiga mi objetivo, el fracaso será solo mío.

En la actualidad, los prelados de la Iglesia irlandesa están comprometidos con una decisiva y trascendental tarea, que tiene el inconveniente de ser desconocida para nosotros, aunque no es una novedad. No se funda una universidad todos los días; y rara vez se ha fundado en las peculiares circunstancias que van a acompañar su instauración en la Irlanda católica. En términos generales, se puede decir que nace a partir de escuelas, o colleges7, o seminarios, o instituciones monásticas que tienen siglos de existencia; y aunque se diferencia de todos ellos, ha sido poco más que su natural resultado y compleción. Y así, mientras iba evolucionando hacia una específica y perfecta configuración, ha ido, al mismo tiempo y de manera anticipada, formando a quienes estarían a su servicio, y ha conseguido granjearse la simpatía de la nación. No obstante, llegados a este punto, y tal y como se apresura a objetar el mundo, esta institución se va a establecer entre nosotros sin antecedente o precedente que sirvan para recomendarla o explicarla. Nos dicen que la historia no nos proporciona ni ejemplos ni augurios, y que hay que darle la existencia y también una forma. Tiene que irrumpir en la realidad de una sociedad que nunca ha sentido su ausencia como debería; y encuentra los principales obstáculos no en algo inherente a la empresa en sí, sino en el ambiente reinante de incomprensión y prejuicio con que se la recibe. Necesaria como realmente es, tiene que llevarse a efecto en presencia de una opinión pública reacia o perpleja, y todo ello, sin el contrapeso del impulso que supone —y que se ha dado normalmente en el caso de las universidades— el favor real o la sanción civil.

Esto es en lo que incidirían muchos, favorables al proyecto, aparte de las dificultades específicas de nuestro tiempo; y no se puede negar la fuerza de tales consideraciones. Dicho lo cual, tales dificultades deben tomarse por lo que realmente valen: existen no tanto en hechos adversos como en la opinión que la gente tiene de los hechos. Lo adverso es esa opinión. Sería absurdo negar que hombres respetables y buenos, religiosos en extremo y con conocimiento de la situación del país, tienen serias dudas al respecto y piensan que la idea de una universidad católica es demasiado noble, demasiado atractiva, para ser posible. Sin embargo, y admitiendo todo lo que a este respecto se me pueda aducir, sigo pensando que nuestro principal adversario no hay que buscarlo en los juicios desfavorables de personas concretas, que los hay, sino en la vaga y difusa influencia de lo que se llama opinión pública.

No soy tan irracional como para despreciar la opinión pública; no voy a considerar poco importante a un tribunal que se fundamenta en la condición y necesidades de la naturaleza humana. Tiene su sitio en la propia constitución de la sociedad: siempre ha existido y siempre existirá, tanto en el concierto de las naciones como en un humilde pueblo perdido. Pero por muy saludable que sea como principio, adolece también, como todo lo humano, de grandes imperfecciones, y comete muchos errores. Con demasiada frecuencia no es más que lo que opina todo el mundo en general, pero nadie en particular. El vecino te asegura que todos piensan igual, que no hay más que una opinión sobre el asunto; y mientras te dice que él no responde de esa opinión, no duda en proponerla y divulgarla. En tales casos, todos apelan a todos, y cada uno de los miembros que constituyen la comunidad considera un deber la deferencia de sucumbir al dictamen de esa misma comunidad en su conjunto.

Resultaría extravagante sostener que esto explica adecuadamente los sentimientos que durante un tiempo han prevalecido entre nosotros en lo relativo al establecimiento de nuestra universidad; pero de ahí sí se siguen ciertas cosas, a saber: que el pesimismo con el que muchas personas contemplan el proyecto no es el resultado de su juicio, sino, principalmente —y lo digo, como enseguida se verá, sin intención alguna de faltar al respeto—, de su imaginación. La opinión pública incide especialmente en la imaginación; no convence, impresiona; tiene la fuerza de la autoridad, más que de la razón; y el asentimiento no se da mediante una decisión inteligente, sino mediante una sumisión o creencia. Esta circunstancia nos sugiere cómo debemos proceder en el caso que nos ocupa. Los argumentos son las armas adecuadas para atacar un juicio erróneo, pero para combatir una falsa imaginación debemos utilizar aseveraciones y acciones. En ese caso, la mente ha sido confundida por representaciones, y debe ser corregida mediante representaciones. Lo que nos pide no es razonamiento, sino debate. En los tratados de lógica nos encontramos con un sofístico argumento cuyo objeto es probar que el movimiento es imposible8; y no es infrecuente que, antes de tratar la cuestión de manera científica, se someta a una refutación práctica: solvitur ambulando. Tal es el tipo de respuesta que pienso puede ser útil dar a la opinión pública, tan poco proclive a admitir que una universidad católica en lengua inglesa pueda ponerse en marcha. No voy a probar directamente que es posible, ni voy a contestar a las alegaciones de quienes piensan que es imposible; procuraré un servicio más humilde, aunque quizás no menos eficaz: me emplearé a fondo, contando con la paciencia del lector, para presentar lo que es una universidad. A otros dejaré la controversia, y me ceñiré a la descripción y afirmaciones que atañen a la naturaleza, el carácter, la labor y las peculiaridades de una universidad, los objetivos con los que se funda, las carencias que puede suplir, los métodos que adopta, qué supone y qué requiere, qué relación tiene con otras instituciones y cuál ha sido su historia. Confío en que mi trabajo no será en balde, aunque no persigue nada muy erudito, nada muy sistemático; y aunque pasará de un tema a otro, a medida que estos vayan surgiendo, y no promete en modo alguno dar como fruto un tratado.

Y en semejante empeño, mientras sí espero aprender de las críticas, sean del tipo que sean, no pienso ofenderme por ellas, vengan de quienes saben más que yo o de quienes saben menos; de quienes tienen opiniones más precisas, más amplias, más eruditas, más sagaces, más filosóficas que las mías, o de quienes todavía tienen que adquirir una medida de verdad y juicio como la que a mí puede faltarme. No debe inquietarme la animadversión de quienes tienen derecho a considerarse superiores a mí, ni las quejas de quienes consideran que no abordo ni resuelvo sus objeciones. Si me acusan de superficialidad por un lado, o de precipitación por otro, si yo mismo siento por mis esfuerzos esa insatisfacción que crece en el interior de los autores cuando multiplican sus escritos, me consolaré con la consideración de que la vida no es lo suficientemente larga como para hacer otra cosa que no sea dar lo mejor de nosotros mismos, sea lo que sea; que los que siempre están apuntando nunca dan en la diana; que los que nunca arriesgan nunca ganan; que el que siempre está seguro nunca se fortalece; y que hacer algún bien sustancial compensa mucha imperfección accidental.

Con pensamientos como estos, que, tal y como son, han sido los compañeros y el alimento de mi vida hasta ahora, me enfrento a esta tarea.

II. ¿Qué es una universidad?

Si me pidieran que describiera del modo más asequible y breve posible qué es una universidad, utilizaría su antigua denominación de studium generale o «escuela de aprendizaje universal». Esta descripción supone la congregación de desconocidos procedentes de todas partes en un lugar. De todas partes: si no, ¿cómo se van a encontrar profesores y estudiantes para todas las ramas del saber? Y en un lugar: si no, ¿cómo va a poder constituirse una escuela? Así pues, dicho de forma simple y rudimentaria, es una escuela de todo tipo de saberes formada por docentes y discentes procedentes de todos lados. Muchos otros requisitos deben completar de manera satisfactoria la idea contenida en esta descripción; pero parece que, en esencia, una universidad es una cosa así: un lugar para que se comunique y fluya el conocimiento, mediante la relación entre personas procedentes de un extenso territorio.

No hay nada de rocambolesco o poco razonable en la idea que aquí se nos presenta. Y si una universidad es eso, entonces una universidad no hace más que responder a una necesidad de nuestra naturaleza; y no es sino una forma concreta de cubrir, en un contexto determinado —entre muchas otras formas que podrían plantearse en otros tantos contextos—, esa necesidad. La educación mutua, en un sentido amplio de la palabra, es una de las grandes e incesantes ocupaciones de la sociedad humana, que, en parte, tiene un objetivo y, en parte, no. Una generación forma a la otra; y cada generación actúa sobre sí misma a través de las personas individuales que la constituyen. Excuso decir que, en este proceso, los libros, es decir, la litera scripta, son un instrumento especial. Esto es verdad, y lo es muy particularmente en nuestra época. Si consideramos el prodigioso poder de la imprenta y cómo este se manifiesta en nuestros días mediante la incesante producción de periódicos, tractos, panfletos, obras seriadas y literatura menor, debemos conceder que nunca antes se había cumplido en tal medida la promesa de facilitar todo tipo de medios de información e instrucción. ¿Qué más se puede pedir —dirán algunos— para la formación intelectual, en todo y para todos, que tan abundante, diversa y persistente difusión de todo tipo de conocimiento? ¿Por qué —preguntarán otros— tenemos que acercarnos al conocimiento cuando es el conocimiento el que se acerca a nosotros? La sibila escribía sus profecías en las hojas del bosque, y las derrochaba; pero aquí nos podríamos permitir hasta cierto punto tan inconsciente dispendio sin que se diera pérdida, debido a la fabulosa fecundidad del instrumento inventado en los últimos tiempos. Tenemos sermones en las piedras y libros en los arroyos9; obras más vastas y completas que aquellas que hicieron inmortales a los antiguos se imprimen cada mañana y se envían a los confines de la tierra a una velocidad de cientos de millas al día. Multitud de pequeños tratados llenan nuestras casas y se esparcen por nuestras calles; y hasta los muros de la ciudad predican la sabiduría, al informarnos mediante carteles de dónde podemos comprarla.

Admito todo esto y mucho más: así se da nuestra educación popular con resultados notables. Sin embargo, al final, incluso en nuestro tiempo, cuando alguno se plantea seriamente conseguir lo que en el habla comercial se denomina «buen género», cuando busca algo preciso, refinado, realmente esplendoroso, algo de un gran tamaño, algo exquisito, va a otro mercado; se sirve, de un modo u otro, del método rival: del antiguo método de instrucción oral, de la comunicación directa entre hombre y hombre, de profesores en vez de aprendizaje, de la personal influencia de un maestro y la humilde iniciación de un discípulo y, en consecuencia, de esos grandes centros de peregrinaje y reunión que tal método de educación necesariamente requiere. Pienso que esto es aplicable a todos esos ámbitos o aspectos de la sociedad que tienen suficiente interés como para mantener a los hombres unidos o constituir lo que se denomina «un mundo». Es aplicable al mundo político, al mundo de las clases altas y al mundo religioso; y es aplicable también al mundo literario y científico.

Si las acciones de los hombres pueden tomarse como la medida de sus convicciones, entonces hay motivos para decir lo siguiente: que la función y la inestimable aportación de la litera scripta es la de ser un registro de la verdad, una autoridad de apelación y un instrumento de enseñanza en las manos de un maestro; pero que, si queremos ser precisos y estar convenientemente instruidos en cualquier rama del saber que esté diversificada y sea complicada, debemos consultar a personas vivas y escucharlas viva voz. No estoy obligado a investigar cuál sea la causa de esto, y soy consciente de que las cosas que diga no estarán respaldadas por un análisis completo, pero quizás podríamos sugerir que ningún libro puede responder a la gran cantidad de minuciosas preguntas que pueden formularse sobre cualquier tema amplio, ni puede plantear todas las dudas que podrían tener los sucesivos lectores. Y