La idea de la universidad (edición completa) - John Henry Newman - E-Book

La idea de la universidad (edición completa) E-Book

John Henry Newman

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Beschreibung

La idea de la universidad es la obra cumbre sobre educación de Newman, una defensa elocuente de la educación superior, del aprendizaje del saber por el saber mismo, un libro crucial en el que se ahonda acerca de la naturaleza de la transmisión de las ideas y se indaga en la sabiduría de la cultura académica, el propósito de la enseñanza y la importancia de la teología y su relación con otras disciplinas y los estudios clásicos. Esta edición completa, reunida por primera vez en un solo volumen, con nueva traducción, es sin duda un libro de provecho para todos aquellos lectores que disfrutan aventurarse en la búsqueda de la verdad. Una universidad como la que Newman propone en este libro clásico entronca bien con ciertas palabras del cardenal Ratzinger, pronunciadas precisamente en un aula de la Sorbona en 1999: aunque, la «síntesis entre razón, fe y vida que ha hecho del cristianismo una religión universal» no sea ya convincente hoy día, «el cristianismo, tanto hoy como en el pasado, sigue siendo la opción por la primacía de la razón y la racionalidad».

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Seitenzahl: 968

Veröffentlichungsjahr: 2025

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John Henry Newman

La idea de la universidad

definida e ilustrada

I. En nueve discursos pronunciados ante los católicos de Dublín

II. En lecciones y ensayos ocasionales dirigidos a los miembros de la Universidad Católica

Presentación de Daniel Sada

Introducción, edición y traducción de Víctor García Ruiz

Título en idioma original: The Idea of a University

© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2025

Presentación de Daniel Sada

Introducción, edición y traducción de Víctor García Ruiz

Edición completa (partes I y II)

Con la colaboración de la Universidad Francisco de Vitoria

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección Nuevo Ensayo, nº 159

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-214-1

ISBN EPUB: 978-84-1339-547-0

Depósito Legal: M-252-2025

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com - [email protected]

Índice

La campaña de Irlanda

Presentación

Cronología 1851-1858

Obras citadas y abreviaturas

Parte I

La enseñanza universitaria

Prefacio

Discurso primero: Introducción

Discurso segundo: La teología, una rama del saber

Discurso tercero: Cómo afecta la teología a otras ramas del saber

Discurso cuarto: Cómo afectan a la teología otras ramas del saber

Discurso quinto: El saber, un fin en sí mismo

Discurso sexto: El saber, visto en relación con el aprendizaje

Discurso séptimo: El saber, visto en relación con la preparación técnica

Discurso octavo: El saber, visto en relación con la religión

Discurso noveno: Deberes de la Iglesia hacia el saber

Parte II

Temas universitarios

Advertencia

I. Cristianismo y letras: Conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras

II. Literatura: Conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras

III. Literatura católica en lengua inglesa

§ 1. La literatura católica inglesa en su relación con la literatura religiosa

§ 2. La literatura católica inglesa en su relación con la Ciencia

§ 3. La literatura inglesa en su relación con la Literatura Clásica

§ 4. La literatura inglesa en su relación con la literatura del día

IV. Estudios elementales

§ 1. Gramática

§ 2. Composición

§ 3. Escritura latina

§ 4. Conocimiento religioso general

V. Un modelo actual de incredulidad

§ 1. Cómo piensa

§ 2. Cómo actúa

VI. La predicación universitaria

VII. Cristianismo y Ciencias Físicas: Conferencia en la Facultad de Medicina

VIII. Cristianismo e investigación científica: Conferencia escrita para la Facultad de Ciencias

IX. Disciplina intelectual: Discurso dirigido a las Sesiones Vespertinas

X. Cristianismo y Ciencia Médica: Discurso dirigido a los estudiantes de Medicina

[Nota sobre Muratori]

To Paul Shrimpton,

with gratitude, and affection

La campaña de Irlanda

La empresa de Newman en Irlanda tuvo algo de militar; el capitán general estaba en Roma, el teniente general en Dublín y el capitán en Birmingham. Pío IX, desde Roma, no veía grandes diferencias entre lo que había pasado en Bélgica con la Universidad de Lovaina y lo que quería que pasara en Irlanda. Bélgica era un país recentísimo, cuya mayoría católica en el sur, tras breve revolución, había logrado separarse de la mayoría protestante del norte holandés y en 1831 establecerse como monarquía constitucional independiente, neutral y católica (aunque el rey Leopoldo I permaneció luterano). En este nuevo Estado, existía una también reciente Université d’État de Louvainfundada en 1817 por el rey holandés de los Países Bajos, pero moribunda y sin mucho futuro entre unos belgas que estrenaban soberanía y mayoría católica. Los cuales prefirieron fundar una universidad confesional, la Católica de Lovaina, restaurando la antigua universidad que venía de 1425 y que fue suprimida en 1797 por la apisonadora de la República Francesa, que quería sustituir las viejas universidades con Écoles centrales también en esos territorios, recién adquiridos para la Revolución. A partir de 1835, la Universidad Católica de Lovaina prosperó, en un clima favorable de Restauración y cohesión social.

Pero Irlanda era, de hecho, una colonia de población abrumadoramente católica, gobernada muy de cerca desde Londres por una élite protestante, representada en la isla por otra élite de terratenientes y obispos protestantes, donde aún escocía mucho la fallida Revolución irlandesa de 1798 —que fue una auténtica carnicería1— y la abolición del Parlamento irlandés por el Act of Union (1800). La Emancipación Católica (1829) mejoró algo las cosas, pero no alteró un clima sumamente desfavorable de abrupta división social y resentimiento político contra el Imperio británico. En Irlanda nadie pensaba en universidades católicas hasta que en 1845, el primer ministro Robert Peel (1788–1850), conservador reformista, anticatólico, logró que el gobierno de Londres fundara los «Queen’s Colleges» en Belfast, Cork y Galway, adonde podrían acudir los católicos porque, a diferencia del anglicano Trinity College de Dublín, allí no habría ningún tipo de orientación religiosa. Hasta entonces, la exigua clase media y la reducidísima gentry católica que enviaba a sus hijos a la universidad, los mandaban a Trinity (algunos a Oxbridge) porque desde la Catholic Relief Act de 1793 los católicos podían graduarse sin violentar su conciencia; naturalmente, allí el ethos era completamente protestante y unionista, pero los obispos estaban en general conformes con ese statu quo. Las grandes ideas de sir Robert sobre educación crearon un problema donde no lo había porque obligaron a pronunciarse oficialmente a los obispos católicos, y a Roma que, en varios rescriptos de entre 1847 y 1850, dijo No a esa educación inter-confesional (mixed education) y «sin Dios» propuesta por un gobierno de herejes; y Sí a la fundación de una Universidad Católica como la de Lovaina. Pío IX, lo mismo que su entorno vaticano, tenían que saber que las circunstancias en Irlanda no eran las mismas que en Bélgica; a pesar de todo, en asuntos de educación, durante aquel largo pontificado (1846–1878), la línea fue rotundamente confesional. Durante la Gran Hambruna (1845–1850), que por hambre o emigración dejó en seis los ocho millones de irlandeses, nada se hizo; en agosto de 1850 los obispos, divididos sobre los Queen’s Colleges y bastante galicanos, dieron un tibio sí al proyecto de universidad reunidos en sínodo en Thurles (Co. Tipperary), Irlanda profunda. Entre esos 26 obispos y cuatro arzobispos se encontraba, recién llegado desde Roma, donde había vivido 30 años y sido Rector del Colegio Irlandés, Paul Cullen (1803–1878), arzobispo de Armagh y Delegado Apostólico del papa. Él fue la pieza clave, el teniente general enviado a Irlanda por Pío IX no solo para dirigir el proyecto de universidad católica sino para hacerlo dentro de otro proyecto más amplio e importante: el de romanizar la Iglesia de Irlanda. El dinámico Cullen, después del éxito de Thurles, estableció un Comité promotor y una campaña de fondos que fue bastante bien, además de hacer indagaciones, mayormente en los círculos católicos de Londres, donde más de uno le dijo «Get Newman»; el cual estaba de vuelta en Inglaterra, ya sacerdote católico, superior del Oratorio y notablemente activo en la defensa pública de la causa católica. En abril de 1851, Cullen escribió a Newman informándole del proyecto de universidad católica en Irlanda y, como a una especie de asesor externo, le pedía consejo sobre posibles dirigentes y profesores para el claustro; le invitaba también, vagamente, a viajar a Irlanda para dar «unas cuantas lecciones sobre educación» (LD 14, 257, nota 2). En su larga respuesta, Newman proporcionaba nombres de profesores, ingleses, casi todos conversos oxonienses, laicos, a los que conocía y retrataba con cierto detalle, en sus fuertes y en sus flacos; en cuanto a posibles gestores o superiores, Newman carecía de información. Durante el mes de julio Cullen viajó dos veces a Birmingham para visitar a Newman y, a la segunda, le ofreció el rectorado. En aquellos momentos, Newman estaba absorbido poniendo las bases del Oratorio en Inglaterra, que empezaba a torcerse desde el primer momento, y dando unas conferencias públicas (Present Position of Catholics) para contrarrestar la arraigada ignorancia del inglés medio sobre los católicos, exacerbada entonces por la restauración de la jerarquía episcopal en 1850. Para este deseo del papa, Newman prefería un puesto secundario y sustituible como Prefecto de Estudios, porque ya tenía otro encargo, previo, directo y también del papa, como fundador y superior del Oratorio en Inglaterra; por eso, «estaba dispuesto a trabajar cuanto hiciera falta por la universidad pero con lasmenos ausencias posibles de este lugar. Si este problema se resuelve no me importa lo que su Gracia quiera hacer de mí» (23 jul. 1851. LD 14, 316). Al año siguiente, ya nombrado Rector, los lunes por la tarde entre el 10 de mayo y el 7 de junio, Newman pronuncia las conferencias que le había encargado Cullen «en contra de la educación interconfesional» (AW 280) y para convencer a los dublineses ilustrados de la necesidad de secundar al papa, haciendo posible una universidad católica en Irlanda: son, básicamente, los cinco primeros Discursos de los nueve que componen la primera parte de Laidea de la universidad. El arzobispo de Dublín, Daniel Murray, que se oponía con todas sus fuerzas al proyecto de universidad, murió muy oportunamente en febrero de 1852, con lo cual Pío IX pudo nombrar a Cullen para Dublín y éste traerse la universidad a su sede. La parte mala fue que el arzobispo John MacHale, que en principio había apoyado la universidad y a Newman como rector, se volvió contra Cullen y todo lo suyo, incluido Newman.

Parece que los primeros problemas de autoridad entre Newman y Cullen, ya Primado en Dublín, surgieron en otoño de 1852, pocos meses después de que Newman pronunciara sus primeros discursos, con todas las plazas llenas, en las Rotunda Rooms en pleno centro de Dublín. El capitán de la empresa escribía a su superior y este no respondía a sus cartas y consultas sobre nombramientos y preparativos. Casi dos años después, en junio del 54, Newman saca el primer número de un boletín semanal para funcionamiento interno, la Catholic University Gazette2, pero las clases no comienzan hasta el 3 de noviembre, con 38 estudiantes, aunque los números bajan hasta 17 según las fuentes. Un hito importante fue la inauguración de la iglesia universitaria en mayo del 56, un templo de traza bizantina, encajado junto al pequeño edificio principal de la universidad, en el parque de St Stephen’s Green, que a día de hoy sigue funcionando como parroquia y que entonces sirvió también como salón de actos. Los siguientes hitos son menos halagüeños: en abril del 57, el rector a tiempo parcial anuncia su dimisión con efecto del próximo noviembre. Cullen, desesperado, arranca a Newman la promesa de seguir un año más, mientras se busca un sustituto. El rector, que ha renunciado a su sueldo, cesa finalmente en noviembre del 58. Por parte de Newman, siete años de dedicación, cuatro cursos académicos, 28 estancias en Irlanda, 56 travesías del Canal de San Jorge. Por parte del arzobispo Cullen la dedicación a la Universidad Católica fue de casi 35 años (Barr 225). Hasta su muerte, Cullen perseveró en la empresa intentando solucionar el gran problema: la escasez de alumnos, ligada directamente a la ausencia de un Acta oficial (un charter, sin el que los títulos no servían de nada), que el gobierno británico no tenía interés en conceder. Cullen logró que la institución sobreviviera hasta mediados de los años 60. Más como el banderín de una causa que como una realidad, languideció hasta que en 1880 se incorporó a la Royal University of Ireland, una institución de nueva creación, no docente, obra del gobierno de Benjamin Disraeli, cuya función era examinar y dar títulos, y que gestionaba un sistema de subvención estatal indirecta según resultados académicos (McCartney 17). La Universidad Católica se refundó como University College, fue encomendada a los jesuitas y, al menos durante sus primeros veinte años —los de Gerard Manley Hopkins, Thomas (Tom) Arnold hijo, James Joyce y Francis Cruise O’Brien—, sencillamente, arrasó3. Hoy día, University College Dublin reconoce sus inicios en aquella Universidad Católica decretada por Pío IX y promovida, a medias, por el arzobispo Cullen y John Henry Newman, su primer rector4.

«A medias»; he ahí el problema. Por un lado, un arzobispo irlandés, formado desde los diecisiete años hasta los 47 en la Roma de los Estados pontificios que es enviado de vuelta a su tierra con el evidente respaldo de un Pío IX que, a diferencia de los anteriores papas, se ha propuesto reforzar urbi et orbi su autoridad como pastor supremo. Por otro lado, un simple sacerdote —bien se encargó Cullen de que no llegara a obispo—, converso reciente, que además era inglés, e inglés de los de Oxford, con todos sus modos, maneras y un acento que, en Irlanda, sonaba no solo a esnobismo sino a algo peor, a «ruling class» e imperio. Provisto de una mentalidad clerical impermeable a cualquier otro criterio, Cullen quería, ante todo, defender la fe de su rebaño bajo su indiscutida autoridad de pastor, empleando los únicos métodos que conocía, los de un seminario. El rector también asignaba un sentido profundamente pastoral a su labor con los estudiantes, pero sus métodos se basaban en la influencia personal y en la realidad de las cosas, no en la norma y la disciplina. Como estudió Shrimpton con todos los detalles, Newman quería «formar hombres» (The Making of Men). Veinte años atrás, cuando era tutor en Oriel College, esos métodos le habían costado el puesto y un serio encontronazo con el Provost, que los encontraba demasiado impositivos, una intrusión en toda regla; ahora, en Dublín, cuando intentaba practicarlos de nuevo, el nuevo jefe los encontró demasiado indulgentes y, encima, demasiado caros5. Cullen había buscado a Newman, y no al revés; este, que amaba cuanto tuviera que ver con la educación, se sintió atraído por la empresa, pero advirtió al arzobispo de que su prioridad estaba en Inglaterra, en el Oratorio; condición a la que Cullen hizo oídos sordos. Como escribí en otros sitios hablando de estos mismos temas («Newman en Irlanda»; Ensayo 185-96), «era casi imposible que aquello prosperara» (Ensayo 196). Por si fuera poco, la campaña de Irlanda coincidió con unos años en la vida de Newman en que se acumularon cruelmente problemas y preocupaciones graves, que resumo abajo en una Cronología.

Newman se retiró de Irlanda y dio salida a cuanto había escrito en relación con la universidad, bien en forma de disertaciones, bien en forma de artículos en la Catholic University Gazette. Eso es la Idea y The Rise and Progress of Universities (Auge y progreso de las universidades), conjunto de artículos a los que llama «illustrations of the idea of a University», que se publicaron en el tercer volumen de Historical Sketches (1-251). Pero, además, Newman, como buen victoriano, dejó preparados multitud de decretos, minutas, informes, documentos, cuentas, esquemas, listas, borradores, extractos y cartas sobre sus años dublineses, que prefirió no hacer públicos. Solo después de su muerte, en 1896, estos «Catholic University Reports and other papers» se imprimieron discretamente en una remota imprenta de Aberdeen «for private circulation only». A estos documentos (Part I) y a un «Memorandum about my Connection with the Catholic University» que no apareció hasta 1956 en los Autobiographical Writings Newman dio un título de significativo sabor castrense, del que me he servido vagamente en esta introducción: My Campaign in Ireland. Paul Shrimpton, dedicatario de la presente traducción, ha realizado una edición crítica completa y anotada, en dos volúmenes, con sendos estudios de su mano. Como es natural, My Campaign refleja el punto de vista de Newman sobre lo ocurrido en aquellas batallas e implica una justificación de sus decisiones en el contexto de un profundo understatement (las campañas siempre son contra algo o alguien). Caben otras perspectivas complementarias, pero parece claro que el intemporal texto de Laidea de la universidad se ve enriquecido, no solo, en esa misma línea, por el de Rise and Progress, sino, en una forma más concreta y real, por la masa de informaciones administrativas que, a modo de escudo, ofrece Newman en My Campaign in Ireland. Tres textos que, me sugiere un buen amigo, encajan fácilmente entre sí como idea, imagen y realidad, incluida la más prosaica de Newman como dómine al cargo de pupilos en uno de los tres colleges o houses (St Mary's, St Patrick's y St Lawrence's) de la Católica de Irlanda.

Frank Turner (1944–2010), que sabía mucho aunque no de la Iglesia católica, y a quien Newman gustaba poco, compara al rector con un «terrateniente absentista» que se dedicaba a «reclutar como docentes a otros conversos católicos, cosa ofensiva para la sensibilidad irlandesa». Rara vez lo escrito por Turner —siento tener que decirlo— prescinde de sus obsesiones, un tanto freudianas, por desenmascarar lo real subconsciente: «esos puestos universitarios en Irlanda, pagados con dinero irlandés, eran, por supuesto, un regalo de Dios para los sacerdotes, con familia, de la Iglesia de Inglaterra que se habían convertido [y perdido sus ingresos]» (527). O sea, que después de tanta teoría sobre la Educación Liberal, en realidad, el rector se dedicaba a colocar a sus «amiguetes»…. Que involucrar a célibes irlandeses sometidos a obediencia era más sencillo y, sobre todo, más barato (incluso gratis, quién sabe) lo sabía bien el quejoso Cullen. Un balance más sensato es el de Newsome: «el error de Newman fue hacer demasiadas cosas demasiado pronto, el de Cullen la falta de visión al hacer tan poco y tan tarde» (656).

Lo que no es la «Idea». Muchos de los que deciden leer Laidea de la universidad, probablemente atraídos por un título memorable, quedan decepcionados al encontrarse con un texto demasiado idealista y carente del menor sentido práctico. Le ocurrió, a finales de los 1980, a un antiguo chancellor de la Universidad de Oxford que, tras el convencional elogio a la prosa de Newman, echaba de menos un «plan practicable» o «directrices de importancia para la universidad actual, en cualquier país, de cualquier fe religiosa o sin fe alguna» (cito por Campaign II, xvi-xvii). El aludido Shrimpton, en The Making of Men, mostró hace unos años, con gran detalle, el otro lado de la Idea, es decir, la realidad universitaria, el día a día, con nombres y apellidos, que Newman construyó en Dublín, desarrollando su experiencia oxoniense como «hacedor de hombres». Los gerentes y administradores de universidades, los rectores y decanos harían bien en asomarse a este libro de casi 600 páginas, donde resplandece el Newman gestor, administrador y educador que sabe lo que quiere y lucha por llevarlo a cabo.

La Idea sí es un conjunto de textos de naturaleza y origen a la vez semejante y diverso. La mayoría fueron expuestos de forma oral a lo largo de seis años (mayo 52– nov. 58) y prácticamente todos se publicaron separadamente después de ser pronunciados. El farragoso título, las correcciones numerosas, el descarte de algún discurso, la refundición y reordenación de algún otro, la adición de apéndices, la multiplicación y el retoque de los títulos dan fe de esa unidad y de esa dispersión a que aludo. Todo ello ocurrió en tres momentos. 1852: publicación, en Dublín, por James Duffy, de los Discourses on the Scope and Nature of University Education: addressed to the Catholics of Dublin (los cinco primeros fueron pronunciados, los otros cuatro no). 1859: Lectures and Essays on University Subjects, en Londres, por Longman, Green. El famoso título llegó en 1873, cuando Newman reúne los diecinueve textos en un solo volumen: The Idea of a University / Defined and Illustrated / I. In Nine Discourses delivered to the Catholics of Dublin / II. In Occasional Lectures and Essays addressed to the Members of the Catholic University. La parte segunda sufrió pocos cambios; pero la primera fue revisada drásticamente. Unas conferencias algo polémicas que pretendían contentar, a la vez, al papa, a los laicos anticlericales, a Cullen y a unos obispos enfrentados sobre si aceptar o no la oferta del gobierno británico los quiso raspar y transformar Newman en un tratado sobre educación universitaria.

Y es este libro o tratado de 1873, que en su día atrajo poca atención, lo que se ha publicado y republicado constantemente a lo largo del siglo XX, lo que se ha editado en formato crítico y académico unas cuantas veces y lo que constituye hoy día, junto con Apologia pro Vita Sua, el texto más clásico de Newman.

La Idea por dentro. En realidad, a lo largo de este texto, Newman emplea muchas páginas para decir pocas cosas6; y esas pocas cosas, dichas e ilustradas de diversas maneras, recapituladas y resumidas numerosas veces, tampoco son muy originales. Cuando defiende la famosa Educación Liberal (el saber por el saber) no está haciendo más que repetir cosas aprendidas de sus maestros en Oriel College, en particular Edward Copleston (1776-1849); unos maestros que hicieron mucho a comienzos del XIX por sacar a Oxford de un letargo y unas rutinas que habían perjudicado seriamente a Newman cuando, adolescente precoz, llegó a la plaza con 16 años. La otra gran idea de la Idea tiene un alcance mucho mayor porque encarna un principio y responde a la experiencia religiosa, muy profunda en Newman: si Dios existe, es absurdo hacer como que no existe. Si la universidad es un Studium Generale, «un lugar donde se enseña un conocimiento universal», ¿cómo prescindir en ella de la verdad de Dios y del hecho de que hay un Dios? Dios no es todo el saber, pero es saber. Romano Guardini en una de sus Cartas del Lago de Como habla de hombres que «guardan en sus almas una fe que no ha experimentado deformación alguna liberal o racionalista, sino que procede simplemente de lo sobrenatural». Y añade que «la grandeza de Newman no estriba en que dijo esto o aquello, sino en que plasmó en su alma esta actitud y esta fe fuerte y vigorosa oculta en el seno de su clara frescura, un fuego interior que le asemeja a la fe del cristianismo primitivo y al de la Edad Media» (116). Sí, con la fe hemos topado. El propio Newman expresó la misma idea al hablar «de dos y solo dos seres absoluta y luminosamente autoevidentes: yo y mi Creador» (Apologia 55)7.

Una mirada al sumario de la primera parte nos la descubre articulada en torno a esos dos puntos: la Teología y el Saber. Tras precisar «lo que he querido decir» (Prefacio) y poner por delante la autoridad del encargo papal (Introducción), entra Newman (discurso II) a resumir cómo el protestantismo convirtió la religión en un sentimiento y cómo hay una diferencia fundamental entre un dios de la naturaleza sobre el que no hay nada que enseñar y un Dios personal sobre el que hay mucho que decir porque Él se nos ha revelado a nosotros y nosotros podemos llegar a Él por nuestra cuenta. En respuesta (discurso III) a los racionalistas del día que desean claridades y nitideces —«¿Por qué no sigue usted su camino, y nos deja a nosotros seguir el nuestro?»— Newman se abona a un pensamiento más rico, sutil y experiencial: «si existe realmente la verdad religiosa, no podemos cerrar los ojos ante ella sin perjudicar cualquier otra clase de verdad, física, metafísica, histórica y moral, porque la teología tiene que ver con todas las verdades». Se diría que el modelo argumentativo es el de Aristóteles —la Ética Nicomáquea, por ejemplo— o, sin ir tan lejos, el de Edmund Burke cuando divaga sobre lo bello y lo sublime. El siguiente paso (discurso IV) detalla cómo, al no reconocer la verdad teológica en un programa de conocimiento universal, las demás ciencias se pervierten: «Lo que la teología pierde injustamente otros, injustamente, se lo apropian». Las ciencias tienen su propio territorio, pero, al salirse de él, enseñan cosas que, en su campo, son verdad, pero que dejan de serlo cuando están fuera de su sitio. Como «no todos son capaces de distinguir la verdad de la falsedad, esas ciencias convencen al mundo de algo que es falso, a base de apremiar con algo que es verdad».

Los discursos V a IX van dedicados a los muchos matices de la Educación Liberal, ese «conocimiento digno de ser poseído por lo que es y no solo por lo que hace», ese conocimiento que «tiene en sí mismo su propio fin» y al que es «un error igual de grande echarle encima la virtud o la religión que echarle encima los oficios manuales». Y es que llevar adelante una Ed Lib es cosa bastante complicada y abierta a malentendidos; en cambio, al Conocimiento Útil le resulta fácil cumplir con sus objetivos porque no son muy elevados. La Educación Liberal es atractiva pero «no hace al cristiano ni al católico, sino al caballero», una noción que ha de reaparecer más adelante. Está muy bien ser un caballero y, desde lejos, sus cualidades «se parecen a la virtud, pero el que se fija con atención descubre la falacia». El problema es tomar esas cualidades por lo que no son; es como intentar sacar granito de una cantera con una navaja de afeitar o amarrar un barco a puerto con un hilo de seda; la razón y el conocimiento humano, instrumentos de la Educación Liberal no pueden luchar «contra esos gigantes que son las pasiones y la soberbia del hombre». A pesar de esto, en una especie de sumario, ligeramente abierto a la acusación de incoherencia, hace Newman (discurso VIII) una audaz propuesta: «este cultivo del intelecto, que en sí mismo es de tan gran estatura, no solo tiene que ver con los deberes sociales y prácticos de la persona, sino también con la religión. La mente educada puede decirse que es, en cierto modo, religiosa». No obstante, en demasiadas ocasiones se trata solo de la virtud dieciochesca, una religión espuria cuyos ejemplos menos agradables se dan, precisamente, entre los ingleses. La radiografía moral que traza Newman de sus compatriotas es tan implacable como casi cruel: con «grandes virtudes, pero orgullosos, llenos de timidez, maniáticos y reservados […] Su conciencia se ha convertido, sencillamente, en respetabilidad […] Cuando actúan mal, sienten no contrición, de la que Dios es el objeto, sino remordimiento y una sensación degradante […] se ponen malhumorados e impacientes, no humildes […] Se encierran en sí mismos […] es cosa ruin hablar de sus sentimientos; es cosa ruin que los demás puedan advertirlos, y su retraimiento e hipersensibilidad a menudo se vuelven patológicos […] Son víctimas de tanta autocontemplación».

Del noveno discurso destacaré cómo Newman llega de nuevo a la idea desde el concepto de los dos libros, el del mundo físico y el social: al de la naturaleza lo llama ciencia y al del hombre literatura. La materia de la Educación Liberal consiste en ciencia y literatura; una y otra infligen a la Verdad Revelada un tipo de herida distinto: la ciencia la excluye, la literatura la corrompe. Los científicos, explica Newman con brillantez, se hacen ateos por exclusivismo y resentimiento y, en el fondo, paradójicamente, porque les puede la imaginación, lo irracional, lo instintivo. En cuanto a la literatura, «no se puede tener una literatura cristiana. Es una contradicción en los términos pretender una literatura sin pecado del hombre pecador». Con todos sus abundantes recovecos, meandros, sutilezas y reiteraciones, la Idea responde bastante bien al principio que Newman expresaba en una carta, muy al comienzo de esta empresa: «all things are parts of a whole, and must be done on an idea» (3 oct. 1851. LD 14, 377).

La segunda parte recoge intervenciones orales y escritos que cubren, exactamente, los cuatro cursos del rectorado de Newman, de noviembre del 54 a noviembre del 58. Esto implica una gran diferencia respecto a la parte primera, que fue un encargo no deseado: el público. Newman se sintió muy incómodo pronunciando los Discursos ante unos dublineses, desconocidos del todo para él, en la sala pública más representativa de la segunda ciudad del Imperio. Ahora, con las Lecciones, se siente en terreno conocido, académico, no ante un público heterogéneo, crítico y curioso sino ante un público mayormente dado a educar, los colegas, o a ser educado, los estudiantes. El contenido, en cambio, nada añade a la parte primera, como campea en la Advertencia: «el autor no va a fingir el menor arrepentimiento por haberse empeñado en hacer comprender una y la misma idea». Desde el sumario se puede advertir que Newman regresa a la dinámica entre los dos grandes libros, literatura y ciencia, y la religión, la revelada, la única que aquí se considera como tal.

Las Lecciones no añaden, pero sí amplifican y ejemplifican. Por ejemplo, a nuestros oídos postcoloniales suena crudamente eurocéntrica su exaltación de la cultura mediterránea como La Sociedad y La Civilización; la conclusión resulta brutal cuando afirma que «los sectores de la raza humana que no se integran en ella quedan fueran subsistiendo aisladas como anomalías». Muy en el espíritu de la época, Newman extiende esa mentalidad a su idea de la universidad: «lo que representa un imperio en la historia política es lo que representa la universidad en el campo del pensamiento y la investigación […] el alto poder protector de todo saber y ciencia». La universidad está para ejercer «la filosofía de un intelectoimperial» que «no se basa tanto en la simplificación como en la discriminación»; por eso, porque «todo profesional celoso empieza pronto a pensar que no hay cosa más importante que su profesión», esta universidad imperial es el remedio contra el reduccionismo, el gran achaque de todas las ciencias, incluida la teología, y de todas las épocas, en especial la post-ilustrada. Es decir, jerarquía, prioridades, orden, pero también autonomías locales, para cada ciencia: «si [el investigador] no tiene libertad para investigar según las exigencias y de acuerdo con las peculiaridades de su ciencia, entonces, no puede investigar en absoluto». El ya clásico estudio de Dwight Culler sobre la idea de la Ed Lib responde a esta imagen, The Imperial Intelect.

El lector —a diferencia del traductor— quizá se aburra un poco con la cuarta sección, Estudios elementales, por su carácter tutorial; pero, bien mirados, esos diálogos nos recuerdan que las ubicuas «destrezas» de hoy tienen sus antecedentes en maestros, como Newman, que amaban el saber concreto, la experiencia, lo empírico8. La lección sobre La predicación universitaria resulta del todo lógica en una universidad fundada con el objetivo expreso de evitar unas instituciones de enseñanza donde estaba ausente la religión y en un texto como la Idea donde uno de los grandes puntos es el saber religioso. Lo mismo hizo la Iglesia anglicana al fundar King’s College (1829) en Londres y poner allí una hermosa capilla que se puede visitar hoy día, como respuesta confesional al University College (1826) de lord Brougham y otros utilitaristas como Jeremy Bentham, cuya momia allí sigue en un rincón, dentro de una vitrina. El último discurso del rector Newman, Cristianismo y ciencia médica, ante los estudiantes de medicina, se pronunció no en una aula sino en la iglesia universitaria; quizá para ejercer el intelecto imperial y recordar a un gremio de conocida propensión materialista que la salud del cuerpo no es un absoluto. El objetivo no era cortar sus aspiraciones sino darles vuelo: «La naturaleza física del hombre es buena; no puede haber nada que sea en sí mismo pecaminoso, al actuar según esa naturaleza. Todas las apetencias y funciones naturales son lícitas […] el estudiante de medicina tiene ante sus ojos un vasto campo de conocimiento; verdadero, porque es conocimiento, e inocente, porque es verdadero».

La idea, bien conocida a estas alturas, reaparece una vez más a propósito de las Clases Vespertinas (lección IX), una iniciativa de extensión universitaria para empleados y trabajadores en la que el rector se empeñó personalmente a pesar, también aquí, de la escasez de alumnos. Además de lanzar un elogio a la Irlanda católica (y un sutil reproche al Imperio)9, Newman toma como factor de contraste los Institutos Mecánicos que entonces pululaban en la isla grande como fórmula para la educación popular. Los adalides del conocimiento útil se dirigen a las masas dando conferencias, exhibiendo adelantos científicos, fundando publicaciones y bibliotecas públicas; su racionalismo no les impide depositar una fe bastante ingenua en que el conocimiento llevará la redención moral a las clases populares, volviéndolas automáticamente virtuosas y abstemias, una fe poco racional por parte de quienes rechazan toda metafísica. Desde luego, crean buen número de autodidactas, pero no educan, no guían, no ejercen influencia personal. «Ustedes han venido [a las Clases Vespertinas] no solo a que les enseñen sino a aprender. Han venido a poner su mente en funcionamiento», a tener «una conversación entre quien da la clase y ustedes», un tipo de instrucción, del todo crucial en la idea, que Newman llama «catequética» y que es perfectamente socrática.

Esta traducción. La edición y puesta en castellano de un texto como Laidea de la universidad requiere algunas observaciones. La decisión sobre cómo facilitar información al lector acerca de las numerosas referencias eruditas y alusiones dispersas que Newman, muy liberalmente, va incluyendo en sus argumentaciones y divagaciones ha sido: con moderación, concisión y a pie de página. Algunas de las notas al pie son aclaraciones o informaciones del propio Newman y así lo señalo. El resto proceden, casi al cien por cien, de la edición crítica de Ian T. Ker (1942–2020) cuya erudición me limito a traducir, adaptar, seleccionar y, en alguna rara ocasión, enmendar; pero sin hacerlo constar. Nadie me atribuya, por tanto, sabidurías que no son mías; que algunas notas o comentarios son de mi mano lo percibirá, o no, el lector pero, en cualquier caso, no vale la pena indicarlo; el mérito es de Ker y de su excelente bagaje en Clásicas adquirido en Balliol College, Oxford, donde se hizo católico, y quizá de su tío, latinista en Trinity College, Cambridge. Como ningún sistema es perfecto, ocurre que las referencias que salen más de una vez obligan al engorro de localizar la nota primitiva; lo mismo puede ocurrir con algún dato bibliográfico. En todo caso, he procurado anotar sin abrumar.

He tratado de conservar lo que alguien ha llamado la «conversational informality» (Goins 146) de su prosa así como el ritmo mental de Newman, que se refleja en su kilométrica sintaxis (infalible salvo algún anacoluto procedente de la oralidad), en la distribución de los párrafos, en los registros del vocabulario, en la ironía y la sátira que tan bien se le daban, y en un liberal uso de los puntos y coma (;) que nos envía a un pensamiento articulado por núcleos de ideas, un poco a borbotones, y destinado a resonar en una sala ante un público. Esto Newman, el músico, lo sabía bien. A propósito de Aristóteles, el mismo rector Newman dice que «la elocución de un intelecto grandioso es grandiosa»10; dice también que un crítico estrecho «llamaría a esto palabrería, cuando en realidad es una especie de plenitud del corazón» (II. Literatura, §5). Intento ofrecer al lector la plenitud de un corazón ciertamente magnánimo como el suyo, pensando, especialmente, en sus enumeraciones, punto central del arsenal newmaniano, por su intensidad, su gradación, sus cadencias, su efecto machacante, que espero disfrute el lector tanto como yo. Y para terminar de situarnos en cuanto a estilo, les cuento que, en cierta ocasión, Newman escribió lo siguiente a un admirador: «el único maestro de estilo que he tenido en mi vida (cosa rara teniendo en cuenta lo distintas que son las dos lenguas) es Cicerón. Creo que le debo mucho a él y, que yo sepa, a nadie más. Su gran dominio del latín se manifiesta sobre todo en la claridad» (13 abril 1869. LD 24, 242)11.

Hablando de claridad, comentaré un problema peculiar en el transvase inglés-español, que es el de los sujetos gramaticales y pronominales, diáfanos en inglés («he», «she», «it» preceptivos; «his», «her», «their»), ambiguos en castellano (sujeto sobreentendido en verbo conjugado; «su», «sus», ¿de quién?); precisar ambos en nuestra lengua ha obligado a tanteos que el lector ni se imagina, sobre todo cuando se buscaba que el «ustedes» —apoyado en «señores» y «caballeros»— resultara vívido y no me retorciera el flujo sintáctico. En cuanto al punto sumamente idiosincrático de la puntuación, opino que, en general, si la sintaxis es buena (o sea, lineal) sobran comas. Y un pequeño bizantinismo morfosintáctico: aunque Newman habla de «the Idea of a University» y de «a university», salvo excepciones, no traduzco «una universidad» sino «la universidad», acogiéndome al sentido de la institución en su conjunto.

No he logrado una postura estable en cuanto a las mayúsculas; en los criterios lingüístico-académicos sobre nombres propios o comunes, conceptos absolutos o religiosos, acontecimientos históricos, colectividades, organismos o disciplinas científicas, propósitos expresivos, e incluso en la tendencia general dominante hacia la minúscula, hasta el lector poco atento encontrará holguras que me podrá censurar.

Parto del texto de 1907 (London: Longmans, Green), tal como lo ofrece <newmanreader.org/works/idea/index.html>. Los paréntesis en el texto ( ) significan que es texto original de Newman, quizá con muy leves modificaciones, para beneficio del lector, que no hago constar. Los corchetes [ ] significan que yo intervengo como editor. Como criterio general, para las citas bíblicas uso el texto y las siglas de la Sagrada Biblia de la Universidad de Navarra. Para indicar páginas no pongo «p.» ni «pp.». He revisado la versión de las Lecciones y Ensayos que se publicó en 2014 (Madrid: Ediciones Encuentro). En principio, las obras de Newman se citan por newmanreader.org

Para terminar, en este mes de los difuntos, retomemos lo dicho arriba sobre la amplificatio y las enumeraciones, yendo a uno de los sermones que Newman predicó desde el lecho de muerte de su anglicanismo, en Littlemore, su amado pueblecillo cerca de Oxford. Cualquier frecuentador de sus sermones parroquiales habrá notado que, en los compases finales, las palabras adquieren unas emociones y unos ritmos que dejan huella, ahora, igual que lo hicieron en su día. Lo sabía bien un minimalista sacro como Arvo Pärt (1935), que tomó para su Littlemore Tractus (2001) las palabras finales del sermón Wisdom and Innocence (19 febrero 1843); acompañadas del órgano y en forma de coral12, las palabras de Newman, y mi adiós al lector, suenan así:

May He support us all the day long,

till the shades lengthen, and the evening comes,

and the busy world is hushed,

and the fever of life is over, and our work is done!

Then in His mercy may He give us safe lodging,

and a holy rest, and peace at the last!

[¡Que Él nos sostenga a todo lo largo del día, hasta que las sombras se alarguen y llegue el ocaso, y el agitado mundo caiga en el silencio, y la fiebre de la vida se extinga, y nuestro trabajo esté terminado! Entonces, en su misericordia, ¡que nos dé Él una morada a salvo, y un reposo santo, y la paz, por fin!]

Plenitud del corazón.

V G R

2 de noviembre de 2024

Presentación

Es difícil dar con las esencias, vivir de significados, pero se nos va la vida en ello, también, y sobre todo, en la universidad. Si preguntamos al ciudadano medio o nos preguntamos a nosotros mismos qué es la universidad, rápidamente aparecen medios intermedios: preparación para el futuro, profesión y empleo, investigación y ciencia, progreso social, excelencia... y pocas veces vemos la imagen completa de una institución milenaria que es todo lo anterior y también «algo más». John Henry Newman ha sido uno de esos hombres que han entregado su vida a la comprensión de ese «algo más» y lo ha hecho gran parte de su tiempo en y para la universidad. Por eso, acudir a él no solo es agradecimiento con aquellos que nos llevan a sus hombros, sino pura audacia de los que seguimos apasionadamente en este bregar educativo.

Leyendo el libro que el lector tiene en sus manos comprendemos cosas de gran valor, muchas nos roban una media sonrisa porque los dos siglos que nos separan del santo inglés no han hecho que las cosas sean muy diferentes. Newman sabía que el encargo de crear una universidad en Irlanda vino de instancias superiores, que se vieron sin muchos mimbres y buscaron asesores externos deseando crear un claustro solvente; que se toparon con los límites estatales y políticos que regatearon la certificación necesaria para abrir sus puertas y que terminaron viéndose con un número de alumnos que bajaba a marchas forzadas hasta quedarse en 17. Nada nuevo bajo el sol. Pero gracias al Cielo tampoco es nuevo que haya hombres que pongan toda su potencia creativa al servicio del saber, que nunca es abstracto e inocuo, sino una azada que abre caminos y acumula alimento. John Henry Newman no se conformó con levantar una institución, como se le había pedido, sino que quiso construir una casa «hacedora de hombres» para lo que se necesitaba ese «algo más».

Newman tiene mucho que decirnos hoy. Me detendré en dos ideas que nos han servido de alforjas en este camino universitario a muchos: la educación liberal y una fe cristiana posibilitadora. En cuanto a la primera se trata del saber por saber, es decir, un conocimiento digno en sí mismo, por lo que es y no por lo que hace. Porque el ser humano fue creado con la capacidad de comprender el mundo y tiene derecho a hacerlo. Puede entenderlo y custodiarlo y haciéndolo se eleva, se hace digno de su inteligencia y su libertad, de su capacidad para luego transformar el mundo en un lugar mejor. No podemos poner en la chepa de la educación universitaria la responsabilidad de todos los oficios, idea que se ha hiperdesarrollado en nuestra época hasta convertir la parte por el todo, haciendo de la universidad una criatura de Frankenstein llena de retales, sin paternidad. A la larga, dejaremos, como ya ha pasado, huérfanos a tantas y tantas generaciones que salieron con un título, pero que nunca llegaron a comprender para qué lo querían, al servicio de quién, qué verdad portaban, qué bien harían a la sociedad con él, cómo de cumplida se vería su vida después.

De una universidad se espera la alta función social de formar a los profesionales que necesita la sociedad. Esos hombres y mujeres que harán que la economía, la política, la comunicación, la cultura, la sanidad, la educación o la justicia configuren un cuerpo social digno del hombre y capaz de afrontar los retos históricos que se presenten. De la universidad se espera, en suma, que aporte buenos profesionales. Bien. No es poco, pero ¿eso es todo? ¿No hay algo más que dé razón de sus más de novecientos años de historia? ¿Es por eso por lo que ha sobrevivido y evolucionado o quizás lo ha hecho porque ha satisfecho una necesidad más honda de la sociedad cambiante y de cada hombre?

Justo porque es más que una escuela profesional, la universidad no puede eludir la cuestión de la verdad y, por tanto, no puede dejar de plantearse el sentido de las cosas. La universidad no debe autolimitarse al descubrimiento de conocimientos y técnicas útiles, ni tampoco puede olvidar que la aplicación de los conocimientos no es neutral con respecto al hombre, ni los medios para obtenerlos son indiferentes. Más bien debe tener siempre presente que el cometido de la técnica es hacer posible que se realice el proyecto en que consiste la vida humana, diría Ortega, y que la profesión o la tarea son simplemente el marco de posibilidades para realizar una auténtica obra personal.

En cuanto a la segunda idea, el mismo Newman lo expresa con claridad: si Dios existe está mal hacer como si no. Esta contundencia no indica otra cosa que una propuesta, la de mirar de frente las preguntas radicales y profundas que tiene el ser humano de todos los tiempos y darles la categoría metafísica que se merecen, cuyo laboratorio más pertinente es la universidad, el aula, la lección y la conversación. Y en la cima de todas ellas se encuentra siempre planeando la cuestión de Dios. Podríamos tomar el relevo a Newman y decirnos con mentalidad moderna que no sabemos si Dios existe o no, pero está mal, por eso mismo, zanjar el tema sin habernos ni siquiera puesto en camino. La universidad tendrá que hacer cuentas con esto y ser consecuente con la respuesta que se dé. No vale la neutralidad en la casa del saber. El cardenal inglés nos enseña que si existe verdad en la religión no podemos acallarla sin pretender que el resto de la realidad no se vea mermada. La realidad, como vasos comunicantes de saberes, necesita de todos para comprenderse; si uno se ciega, habrá menos luz que ilumine el terreno de juego que es el mundo y que es la vida. De Newman hemos aprendido que cada ciencia tiene su propio territorio, su método, que no se trata de hacernos atajos con respuestas impertinentes al saber concreto, pero que en el diálogo entre todas ellas y de todas con la verdad transcendente podemos alumbrar más, más arriba hacia la altura, más adentro en la espesura. Esto es para toda institución educativa que quiera realmente serlo. La universidad católica no es distinta, pero si en algo se diferencia es en hacer memoria de su origen y en reconocer en la realidad el Misterio que se esconde en todo, que sostiene todo.

Las primeras universidades —París, Bolonia, Oxford, Salamanca, Coímbra— nacieron porque las escuelas catedralicias o el clero abrieron a la sociedad los saberes que cultivaban; pero las ciencias y las artes que desarrollaron no eran solo para formar sus cuadros, sino para buscar la verdad de su fe, de sus vidas, de su destino. Ese era su «algo más». Nacida del corazón de la Iglesia, la universidad católica se inserta en el curso de una tradición que se remonta al origen mismo de la universidad como institución, y se ha revelado siempre como un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad. Por su vocación, la se consagra a la investigación, a la enseñanza y a la formación de los estudiantes, libremente reunidos con sus maestros, animados todos por el mismo amor del saber. Ella comparte con todas las demás universidades aquel , esto es, el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla en todos los campos del conocimiento. Su tarea preferente será buscar la verdad y a la vez caminar en la certeza de conocer ya la fuente de la verdad, nos dirá Juan Pablo II en , texto programático para muchos de nosotros y nuestras universidades. Haber verificado esta directriz está haciendo apasionante la travesía y nos seguirá permitiendo adentrarnos sin miedo en el bosque.

Tenemos aguerridos aventureros que ya la han hecho antes, por eso ir a la zaga de su huella es un privilegio. Este libro se convierte así en esa estela. Newman amaba la educación y sigue educándonos a través de estas páginas de enorme valor. Esta obra recoge en un solo volumen y con una nueva traducción su itinerario y método universitario, que siempre se basó en la influencia personal y en la realidad de las cosas. Si esto es así ahora también para nosotros se desprende que en su interior cualquier universitario auténtico tiene cabida. Lo que hace posible y viva esa comunidad no es el estar todos convencidos de lo mismo, sino esa honestidad intelectual y esa humilde actitud ética de búsqueda de la verdad. Esto vale para todas las ciencias, en su diálogo con la Filosofía y la Teología, entre creyentes, agnósticos y no creyentes.

Reconocer al ser humano en cuanto buscador de la verdad y del bien como la razón de ser de la universidad es una invitación para educar, y ser educados, en el descubrimiento del significado de las cosas, en la atracción que ejerce la realidad y en la sed de verdad, de felicidad, de belleza y de sentido que nos hace humanos. De esta manera, lo cotidiano en la vida académica (un poema, un teorema, un fenómeno químico, una pieza de música) es una ocasión preciosa para descubrir el camino que, desde cualquier «fragmento» de la realidad, conduce hasta aquello que da unidad y confiere sentido a todas las cosas. Para ello necesitaremos, como señaló el propio Newman, «la fuerza del compromiso con la razón y la libertad de sentirnos cautivos de la verdad».

Daniel Sada

Rector de la Universidad Francisco de Vitoria

Cronología 1851-1858

1851

30 junio: Newman pronuncia la primera de sus Lectures on Catholicism in England en el Corn Exchange de Birmingham.

18 julio: el arzobispo Paul Cullen visita a Newman y le propone ser rector de una universidad católica en Irlanda.

30 sept.-8 octubre: Newman en Irlanda preparando la futura Universidad.

4 noviembre: el fementido ex-fraile Giacinto Achilli denuncia a Newman por lo dicho contra él en la quinta de las Lectures on Catholicism («Las incoherencias lógicas de la visión protestante») y niega todos los cargos.

12 noviembre: Newman, nombrado rector de la Universidad Católica de Irlanda.

1852

febrero: traslado del Oratorio desde Alcester Street, en el centro de Birmingham, a una nueva sede en Edgbaston, un barrio de la misma ciudad.

10 mayo-7 junio: Newman pronuncia en Dublín los primeros cinco discursos de La idea de la universidad.

21 junio: comienza en Londres el juicio Achilli. El día 24, a las 11 p.m. el jurado da su veredicto: Newman es culpable de libelo, al no haber probado sus acusaciones13. Se fija la sentencia para el mes de noviembre.

13 julio: Newman predica el sermón «La Segunda Primavera» en Oscott durante el primer Sínodo de la nueva Jerarquía inglesa.

17 julio: muere Harriet Newman, que había cortado toda relación con su hermano John Henry.

10 agosto: muere su tía Betsy. Probablemente, al igual que Harriet, del disgusto por la condena en el juicio Achilli.

Julio-noviembre: Newman termina la parte primera de La idea de la universidad (Discourses on the Scope and Nature of University Education)

22 noviembre: Newman comparece para recibir sentencia; sus abogados solicitan un nuevo juicio y la sentencia se aplaza.

1853

31 enero: se rechaza el nuevo juicio. Newman es condenado por injurias. La sentencia es una multa de 100 libras y prisión hasta que se pague la multa (que se paga inmediatamente).

21 octubre: Newman en Irlanda para inaugurar la Universidad Católica.

1854

22 marzo: el Oratorio de Londres se traslada a la calle Brompton.

4 junio: Newman toma posesión como rector de la Universidad Católica.

3 noviembre: comienzan las clases en la Universidad Católica14.

1855

octubre: conflicto con el Oratorio de Londres que ha pedido a la curia romana modificar la Regla sin contar con Newman.

1856

enero-febrero: Newman en Roma intentando solucionar el conflicto entre los dos Oratorios.

1857

agosto: los oratorianos de Birmingham rechazan la petición de los obispos irlandeses para que Newman pase más tiempo en Irlanda como rector de la Universidad.

27 agosto: de parte de los obispos ingleses, el cardenal Wiseman encarga a Newman una nueva traducción de la Biblia al inglés.

1858

28 julio: Newman solicita al primer ministro Disraeli un Acta Oficial (un charter) para la Universidad Católica de Irlanda.

4, 30 septiembre: Lord Acton e Ignaz von Döllinger visitan a Newman en Birmingham.

octubre: Newman pronuncia sus tres últimas conferencias en Dublín.

12 noviembre: Newman dimite formalmente como rector de la Universidad Católica de Irlanda.

Parte I

La enseñanza universitaria

considerada en nueve discursos15

Hospes eram, et collegistis Me

[era peregrino y me acogisteis, Mt 25,35]

En memoria agradecida y perenne

de sus muchos amigos y benefactores,

vivos y difuntos,

en su país y fuera de él,

en Gran Bretaña, Irlanda, Francia,

en Bélgica, Alemania, Polonia, Italia y Malta,

en América del Norte y en otros países,

los cuales, con sus decididas oraciones y sacrificios,

con sus esfuerzos generosos e inquebrantables

y con sus espléndidas limosnas

le han librado de la tensión

de una gran ansiedad,

estos discursos,

ofrecidos a nuestra Señora y a san Felipe cuando aquella comenzó,

compuestos bajo la presión que provocaba,

terminados en la víspera de su final,

les son dedicados con respeto y afecto

por el autor.

En la fiesta de la Presentación

de la Santísima Virgen María,

21 de noviembre de 1852

Prefacio

La visión de la universidad que se adopta en estos discursos es la siguiente: que es un lugar donde se enseña un conocimiento universal. Esto implica que su objeto es, por un lado, intelectual, no moral; y, por otro, que consiste en difundir y extender el conocimiento más que en hacerlo progresar. Si su objeto fuera hacer descubrimientos científicos y filosóficos, no veo por qué la universidad habría de tener estudiantes; si fuera dar formación religiosa, no veo cómo puede ser sede de la literatura y de la ciencia.

Eso es una universidad en esencia y al margen de su relación con la Iglesia. Pero, siendo prácticos, no puede cumplir su objeto debidamente, tal como lo he descrito, sin la ayuda de la Iglesia; o, por usar un término teológico, la Iglesia es necesaria para su integridad. No es que esta incorporación altere sus rasgos principales; sigue teniendo la función de impartir educación intelectual, pero la Iglesia la refuerza a la hora de cumplir esa función.

Estos son los principios centrales de los discursos que siguen, aunque sería poco razonable que, con lo dicho, yo esperase haber tratado un campo tan amplio e importante del pensamiento con la exhaustividad y precisión necesarias para quedar protegido contra errores incidentales por parte del lector acerca de lo que he querido decir. Es verdad, no hay nada novedoso o singular en los razonamientos que siguen, pero eso no me protege de esos errores; porque la misma circunstancia de que los puntos de vista que he ido delineando no sean de mi invención puede llevar a falsas ideas acerca de la relación de mis opiniones con las de aquellos de quien las aprendí en primera instancia, y podrían hacer que se me interprete a mí según los objetivos y sentimientos de escuelas a las que soy del todo opuesto.