El arte de hablar en público - Barbara Berckhan - E-Book

El arte de hablar en público E-Book

Barbara Berckhan

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Beschreibung

Encuentra tu voz y aprende a dominar el discurso Expresar opiniones y buenas ideas frente a una audiencia no siempre es fácil, se necesita una decisión y una confianza que a veces nos cuesta encontrar. Si tienes que hablar en público o enfrentarte a una reunión importante y sientes la angustia de hacer el ridículo o decir alguna tontería, este libro te proporcionará una valiosa ayuda y te enseñará a superar tus inhibiciones. Las autoras expertas en comunicación desde una perspectiva femenina, explican con una serie de métodos contrastados y unas sencillas técnicas retóricas cómo perfeccionar el estilo oratorio y desarrollar argumentos sólidos y convincentes. Además, aprenderás a combatír tus miedos y a tomar las riendas de las discusiones. Verás que sí es posible hablar en público de forma serena y convincente.

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Título original: Die erfolgreiche Art (auch Männer) zu überzeugen. Frauen überwinden ihre Redeangst.

© Kösel-Verlag, 1999.

© de la traducción: Eva Nieto, 2006.

© de esta edición digital: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2019. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: ODBO417

ISBN: 9788491873020

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

INTRODUCCIÓN

MIEDO ANTE EL DISCURSO: UN MIEDO CON MUCHAS CARAS

COMPRENDER EL MIEDO ANTE EL DISCURSO: CAUSAS Y CONSECUENCIAS

DESARROLLAR LA SERENIDAD: SOLUCIONES Y EJERCICIOS

PERSUADIR A BASE DE MOSTRAR SEGURIDAD EN TI MISMA: AYUDAS,CONSEJOS Y TÉCNICAS

OBSERVACIONES FINALES

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS

INTRODUCCIÓN

Justo detrás de tu angustia se queda enclaustrada tu capacidad de persuasión. Mientras el miedo y los nervios te tengan atenazada, no serás capaz de desarrollar tu personalidad. Basta con que disminuya la angustia para que salga de nuevo a la luz tu capacidad de persuasión. No necesitas dejarte coartar durante mucho tiempo por la angustia o el miedo a hablar. Este libro te enseña una serie de métodos, bien fundamentados y contrastados, con los que podrás disminuir tus miedos. Te mostramos las técnicas con las que podrás llegar a conocer las causas de esa angustia y proceder a modificarla. Aprenderás que tu angustia por hablar o tu miedo escénico se pueden identificar con toda precisión y, de esa forma, descubrirás cómo toman fuerza y cómo los puedes mitigar. La angustia se puede reducir de forma progresiva. Y de la misma forma, paso a paso, podrás estructurar tus capacidades retóricas. En este libro ponemos en tus manos numerosos consejos y métodos con los que podrás desplegar tu propio estilo oratorio.

Por esta razón, este libro está organizado de forma muy cuidadosa: lo que importa en primer lugar es tratar de comprender tu angustia y tus inhibiciones, y aprender a conocerlas en profundidad. Al final llegarás a saber de una forma concreta cómo superar tu miedo a hablar. Cuando ya te encuentres más libre y desenvuelta para hablar ante otras personas, entonces lo más importante será tu estilo oratorio. Cuanto más tiempo hayas padecido angustia e inhibiciones, mayor será el número de ocasiones en que habrás soslayado los intentos de hablar en público. Y es posible que, a lo largo del tiempo, hayas tenido pocas oportunidades de practicar. Además, también necesitas de una potencia retórica que permita que lo que digas llegue de una forma correcta a los demás. Estas capacidades retóricas las puedes adquirir con facilidad gracias a nuestros consejos y técnicas. Y, para terminar, el libro que ahora tienes en tus manos te presenta la forma en que puedes desarrollar argumentos convincentes. Pero, en principio, lo que se busca es la evasión de la jaula de la angustia. Si has dejado atrás esta prisión, te resultará fácil obtener de los demás lo que desees.

MIEDO ANTE EL DISCURSO: UN MIEDO CON MUCHAS CARAS

El miedo ante el discurso es el miedo a hablar en público, es decir, a pedir la palabra delante de los demás, a formular una pregunta o a mantener una charla. Hay numerosas ocasiones en las que se habla en público:

• En círculos privados, fiestas familiares o en conversaciones entre amigas.

• En reuniones, encuentros de asociaciones, en campañas ciudadanas o en reuniones de padres.

• En situaciones profesionales, como son conferencias o reuniones con colegas de trabajo.

• En el colegio o la universidad.

• En actuaciones públicas en televisión, en salas de conferencias o sobre un escenario.

El miedo ante el discurso también se puede denominar angustia por hablar, miedo ante el público, inhibición del habla o miedo escénico, y es uno de los miedos más extendidos. Muchas personas conocen la sensación de estar nerviosos cuando deben hablar en público. En Estados Unidos, el 40,6% de las personas encuestadas en un estudio representativo contestaron que temían hablar ante un grupo. A partir de nuestros seminarios, sabemos que el miedo a hablar en público presenta diversas manifestaciones, que pueden ir desde un ligero nerviosismo y pasar por una fuerte excitación, hasta llegar incluso a un verdadero pánico. Es muy distinto en función de las personas, y también depende de las situaciones en las que se deba hablar. Para la mayoría de los casos sirve decir que cuanto más importante sea el motivo del discurso, cuanto más pueda influir su contenido en nuestra evaluación (por ejemplo, lo que ocurre en los exámenes), mayor será el miedo. Otro aspecto que puede afectar a la angustia es la cantidad de público al que debamos dirigirnos: a muchos les produce menos miedo hablar ante un grupo reducido de personas que en una sala con miles de oyentes. De todos modos, también juega un papel muy importante nuestra relación con el público: cuanto más familiares, informales y de confianza sean las personas, es normal que la situación nos resulte menos inquietante. Por el contrario, a la mayoría de las personas les supone mayor complicación hablar ante extraños, superiores, autoridades o, en general, personas de las que deba recibir una valoración. Se ha descrito de modos muy diversos la dimensión del miedo, que depende de forma muy precisa del contenido del discurso. Algunos cuentan que les resulta mucho más fácil hablar de temas personales, pero que se ven en apuros si se trata de asuntos profesionales; por decirlo de alguna manera: cuando se debe «tener pies y cabeza». En cambio, otros pisan sobre seguro en estos discursos profesionales («en este caso conozco el tema sobre el que estoy hablando»), pero sienten un gran pavor por informar sobre algo personal o emocional.

Existe un denominador común que se repite en todas las situaciones del discurso: miedo a hablar en público es una forma de miedo social, es decir, miedo a las demás personas.

Bajo el significado de «miedo a hablar en público», si se hace un análisis detallado, existe una gran cantidad de posibles angustias, y todas ellas pueden describirse como miedos sociales:

• Miedo ante el rechazo.

• Miedo ante la crítica.

• Miedo ante el fracaso.

• Miedo ante el éxito.

• Miedo ante la soledad.

• Miedo a la proximidad.

• Miedo a constituir el centro de la atención.

• Miedo a cometer errores.

• Miedo ante la autoridad, etc.

Todos estos miedos se reúnen y forman sólo uno: el miedo a ser valorado por los demás. Por ello, entre las «situaciones de horror» que se pueden producir, la mayoría de las personas angustiadas por hablar en público temen «perder los papeles» ante ese público, poder ser abucheados o hacerse objeto de burlas o críticas. La mayoría de las personas que dicen de sí mismas sentir miedo a hablar en público conocen la sensación de estar, de una forma constante, valorándose a sí mismos y buscar después la valoración de los demás. En lenguaje profesional, esto se designa como una «elevada atención propia frente al público», es decir, una persona que está en contacto con más gente valora de forma muy especial lo que esas otras personas puedan pensar de ella. Esto conduce a que alguien con una alta cantidad de atención proceda a observarse a sí mismo. Por ejemplo, se pregunta: «¿Tengo buen aspecto?» o «¿Piensan que es estúpido lo que estoy diciendo?» o «¿Por qué sonríe ese de ahí detrás, qué opina de mí?». Estas personas se sienten criticadas siempre y han desarrollado en su entorno unas «antenas» muy sensibles para insertar la reacción de los demás en una estructura interna: «¿Me aceptan o no me aceptan?» o «¿Estoy bien ahora?» o «¿He fallado en algo?», etc. Es evidente que esta «elevada autoatención frente al público» ejerce una influencia negativa en la evolución del discurso.

Utiliza tus «antenas» para ti misma.

El hecho de hablar es, en sí, un proceso muy complicado: pensamos, buscamos las palabras adecuadas para expresar un pensamiento, hablamos y, al mismo tiempo, pensamos en lo que acabamos de decir, en encontrar una conexión lógica y, a la vez, en coger aire, añadir una ocurrencia espontánea, referirse a las preguntas del público, etc. Si, además de todo lo anterior, estamos atentos a observarnos a nosotros mismos desde fuera, a escuchar nuestras propias frases o a valorarnos según los ojos del público, puede ocurrir que, de cierta manera, nos quedemos desconcertados, que perdamos el hilo o que comencemos a tartamudear. Así el miedo provoca que nos comportemos de una forma equivocada a la hora de hablar, y eso es con exactitud lo que tememos.

¿Cuál es la verdadera amenaza para muchas personas que se encuentran en la situación de pronunciar un discurso en público? Por un lado, son las consecuencias negativas que pueden acarrear el fracaso de su aportación, como por ejemplo un examen echado a perder o una entrevista de trabajo que haya salido mal. Pero, en la mayoría de las ocasiones, al hablar en público no ocurre que la disertación pueda modificar nuestra vida o la ponga en peligro. A pesar de ello, muchas personas sienten miedo. El amedrentamiento es la posibilidad de que salgan a la luz pública debilidades o insuficiencias o que los demás nos puedan rechazar por lo que somos. Lo que nos amenaza es la propia autovaloración, que puede llegar a hacer vacilar la valoración de los demás.

¿Pero son sólo las mujeres las que padecen este miedo a hablar en público? No. Este miedo no depende del sexo, pues los hombres también lo sienten. Hemos escrito este libro dirigiéndonos a las mujeres por un motivo:

El miedo a hablar en público de las mujeres es «pertinaz», parece «normal» entre ellas, pues se ajusta a lo que podríamos llamar el rol tradicional femenino. «El público» es un ámbito masculino por tradición, ya que las mujeres están encasilladas en la privacidad, la casa y la familia; las mujeres escuchan y entienden, pero son los hombres los que pronuncian los discursos. Esta imagen clásica lleva consigo un agravamiento de la situación para la mujer que quiera hablar en público. Por regla general, se creen menos capaces de hacerlo y, también por regla general, reciben menor atención, son interrumpidas en más ocasiones y se retraen con mayor rapidez.

El miedo a hablar en público se ajusta al rol tradicional de la mujer.

Por lo común, las mujeres son más responsables de sus miedos, ya que esta angustia se corresponde con las expectativas sociales de la mujer. Es cierto que existe gran cantidad de hombres que, de hecho, muestran comportamientos de angustia a la hora de hablar en público, pero ni ante sí mismos ni ante los demás pueden admitir que lo experimentan. En un capítulo posterior describiremos con todo detalle lo bien que parece ajustarse el miedo a hablar con el hecho de ser mujer. También nos ocuparemos de las «circunstancias agravantes» con las que las mujeres, en contraposición a los hombres, nos enfrentamos cuando estamos en situación de hablar en público. Por lo tanto, con este libro expresamos nuestro deseo de que las mujeres puedan comprender y superar sus angustias.

¿Cómo se hace patente el miedo a hablar en público?

El miedo a hablar en público puede sentirse o manifestarse de muy diversos modos. De la experiencia adquirida en nuestros seminarios sabemos las diversas formas con las que las mujeres experimentan su angustia. Algunas de ellas están nerviosas días antes de pronunciar su discurso y pasan noches sin dormir; otras se encuentran tranquilas y relajadas durante la disertación pero, a posteriori, tienen la sensación de haber tomado un narcótico y no recuerdan nada, otras muchas son experimentadas oradoras que tras una conferencia tiemblan como una hoja a merced del viento y se ponen a sí mismas de vuelta y media. Algunas están tan alteradas que ya no tienen nada que decirse.

El miedo a hablar en público ejerce sus efectos tanto sobre el organismo como sobre los pensamientos y el comportamiento. A continuación queremos describirte con más precisión cada uno de estos planos. Es probable que puedas reconocer en alguno de ellos tu forma de experimentar la angustia.

Los efectos sobre el organismo

El miedo se asocia la mayoría de las veces con una nítida reacción corporal: si una persona considera que se encuentra en una situación peligrosa o amenazadora, tal información se transfiere, a través del diencéfalo y el nervio simpático, a las glándulas suprarrenales que, a la velocidad del rayo, distribuyen las dos hormonas del estrés, la adrenalina y la noradrenalina. Estas hormonas llegan a todo el organismo a través del torrente circulatorio y sirven para que el cuerpo adopte una «reacción de supervivencia»: en situaciones de amenaza para la vida son las posibilidades primitivas de atacar o de huir. El cuerpo está sometido a un esfuerzo elevado y el raciocinio se bloquea de forma transitoria, pues un tiempo largo de reflexión supondría un impedimento ante la situación de peligro. En cambio, se eleva la actividad cardiaca y el metabolismo, y todo el cuerpo queda dispuesto para hacer frente al peligro. Estas alteraciones orgánicas provocadas por las hormonas pueden servir de impedimento cuando se está en situación de hablar en público: el corazón palpita con mayor rapidez, los dedos se humedecen por el sudor, las rodillas comienzan a temblar, la cara se pone pálida o roja, o se crea el bloqueo del raciocinio del que se ha hablado arriba, hay un vacío en la mente, el denominado blackout.1

Los efectos sobre los pensamientos

El miedo bloquea el pensamiento creativo; el blackout es el ejemplo extremo. Pero incluso en los preparativos del discurso puede ocurrir que ya no se nos ocurra nada más, que nos resulte complicado concentrarnos y hasta retener las ideas. Es frecuente que los pensamientos caigan en un círculo vicioso y, en muchos casos, esto se refiere más a las situaciones que se teme que puedan presentarse que al contenido en sí de la disertación. Por ejemplo: «Espero que no vaya mal...» o «Sería terrible si...» o «Por el amor de Dios, no debo...». Pero son estos pensamientos los que refuerzan la sensación de angustia, y de ellos, más adelante, nos ocuparemos con mayor detalle.

Los efectos sobre el comportamiento

El miedo también puede hacerse patente a través del comportamiento. A menudo tiene un efecto de inquietud, nerviosismo y tensión; se hacen gestos poco apropiados o exagerados, la persona está rígida, como «congelada»; hace ruidos sobre la mesa con los dedos o agarra con fuerza los papeles; está intranquila o mueve los pies; la velocidad del habla es de una rapidez anormalmente rápida o prolija en exceso, faltan las pausas para la respiración o el fraseo; las oraciones se vuelven confusas o se pierde el hilo (seguro que tú podrás completar esta lista con tus experiencias personales).

De esta enumeración se desprende la intensidad con la que los síntomas de la angustia de hablar en público pueden perjudicar el discurso y lo fácil que resulta sufrir del «miedo ante el miedo».

A menudo existe un «miedo ante el miedo».

En ese caso los síntomas de miedo son los que por sí mismos generan el miedo («¡Basta de tener miedo o, de lo contrario, me despistaré!»), y muchos, para no sentir esta angustia, prefieren evitar las ocasiones de hablar en público, escabullirse de ellas. Pero esta conducta de evitar la situación lleva a consolidar el miedo, y esa no es la solución (más al respecto en el capítulo 3). De forma simultánea, a raíz de esos intentos de omisión se reduce nuestro propio margen vital y con ello nos limitaremos las posibilidades de desarrollo y de práctica.

COMPRENDER EL MIEDO ANTE EL DISCURSO: CAUSAS Y CONSECUENCIAS

Una vez que hayamos descubierto lo que es el miedo ante el discurso y los signos con los que se presenta, trataremos de las causas de esa angustia. El miedo a hablar ante un público, así como otros tipos de miedo, se genera en primer lugar en nuestra cabeza, a través de nuestros pensamientos. Dicho con más exactitud: el miedo se crea mediante nuestro propio pensamiento, a través del cual nos ordenamos algo a nosotras mismas. En nuestro interior nos ordenamos que debemos ser de un determinado modo o que algo no debe ocurrir. Estos pensamientos con los que, de forma interna, nos ordenamos algo suelen rezar así: «¡Oh, Dios mío! ¡Ahora no debo ponerme colorada!», o bien «¡He de tener cuidado de no perder el hilo durante el discurso!».

El miedo casi siempre se crea en nuestros pensamientos, a través de los cuales nos ordenamos algo a nosotras mismas.

Estas órdenes dirigidas a una misma se denominan también imperativos. Son pensamientos que nos emiten mandatos y son la causa central del miedo a hablar en público. Pero estos mandatos internos también pueden provocar fuertes sensaciones como, por ejemplo, la ira, la desesperación o los estados de ánimo depresivos. Aquí nos limitaremos a la relación existente entre estos mandatos y el miedo a hablar en público. Para la palabra imperativo también utilizamos términos como «mandatos internos» o bien «órdenes a nosotras mismas». En este libro te vamos a mostrar cómo puedes reconocer estos mandatos e invalidarlos. Para ello es importante en primer lugar aclarar el trasfondo, de tal modo que quede más claro por qué nos ordenamos algo y cómo, a través de esas «autoórdenes», generamos el miedo a hablar en público y el pánico escénico.

Órdenes internas

Cuando estás ante una situación inminente de hablar en público y tienes pensamientos como «¡No debo ponerme en ridículo!», «¡Debo mostrarme convincente!» o «¡Sólo debo hablar si estoy informada del tema al cien por cien», eso quiere decir que te envías órdenes a ti misma. Todas estas frases, y da igual que sólo las pienses en tu interior o que las expreses en voz alta, caracterizan en sí mismas estas órdenes. Conocerás estos mandatos a tu propia persona de forma más clara si te fijas en las palabras que denotan obligatoriedad, como por ejemplo:

• ¡Yo debo...!

• ¡Yo tengo que...!

• ¡No puedo...!

• ¡Los demás deben..., y yo no debo...!

(En el tercer capítulo, «Consejo para una mayor serenidad: enfrentarse al miedo», te presentamos otras características lingüísticas para el reconocimiento de los mandatos internos.)

Incluso cuando estas órdenes se refieran a cómo se deben comportar los demás o lo que ellos no deben hacer, se trata en realidad de una orden que nos hacemos a nosotras mismas. Al ordenarme: «¡El público debe encontrarme simpática!» o bien: «¡Los oyentes no deben rechazarme!», no pretendo intentar en serio dar órdenes al público para que me encuentre simpática. Es más, con esta orden acepto la posibilidad de que el público me rechace, me elimine de mi realidad personal. ¡No puede ser que ocurra que el público me rechace! En caso de que eso ocurriera, sería terrible para mí y por ello no debe pasar de ninguna de las maneras.

CÓMO APARTAMOS LO QUE NO DEBE OCURRIR

Una orden dada a una misma representa el intento de apartar e ignorar lo que sería tremendo o grave para la persona afectada. Supongamos que yo me ordeno lo siguiente: «¡Si pronuncio una charla, no debo perder el hilo y salirme del tema!». Sería una cosa envidiable que a mí me resultara imposible, mientras hablo, perder el hilo o salirme del tema. No podría contravenir esa orden y, en el fondo, tampoco la necesitaría. De hecho, me doy órdenes a mí misma porque existe la posibilidad de que ocurra otra cosa: puede pasar que pierda el hilo. Esta posibilidad siempre está presente en mi conocimiento y tengo una sensación desagradable cuando pienso en ella.

Para apartar las sensaciones desagradables nos damos instrucciones a nosotras mismas.

Para no volver a experimentar estos sentimientos, intenta equilibrarlos con un imperativo: «¡No debo perder el hilo mientras estoy en el uso de la palabra!». Pero estos mandatos internos no cambian el hecho de que pueda ocurrir que el hilo se pierda. En el caso de una intervención verbal o de un discurso, puede ocurrir que nos salgamos del tema y que no sepamos seguir. Es una posibilidad que no se puede descartar al ciento por ciento. También me puede pasar que durante un discurso pierda el hilo, y eso por mucho que yo emita órdenes internas para que no me ocurra. La posibilidad de que pierda el hilo es un hecho que siempre está presente en mi conciencia. Y si pienso en ello —lo que, de hecho, me puede ocurrir mientras estoy en plena charla—, entonces vuelvo a considerar la posibilidad de quedarme en blanco. Esta orden lleva consigo muchas sensaciones desagradables que, una vez más, intento apartar por medio de la orden: «¡No debo perder el hilo durante la charla!». Sin embargo, existe la posibilidad de que lo pierda. Te darás cuenta enseguida: los pensamientos empiezan a girar en círculo.

Uno de estos círculos de pensamientos puede tener este aspecto:

Este hecho de ordenarse a una misma se puede referir a diversos ámbitos de nuestro ser:

• A reacciones propias del cuerpo («¡No debo ponerme colorada!»).

• Al propio comportamiento («¡Debo hablar libre y con fluidez!»).

• Al propio efecto frente a los demás («¡Tengo que aparentar seguridad!»).

• Al resultado («¡No debo equivocarme!»).

• A las reacciones de las demás personas («¡Los demás deben aceptarme!»).

De igual modo, nuestras órdenes internas se refieren a distintos momentos, es decir:

• Al futuro («¡Mañana debo causar una buena impresión!»).

• Al presente («¡Ahora no debo ponerme nerviosa!»).

• Al pasado («¡Ayer debí haber hablado de un modo más convincente!»).

Las órdenes a una misma también pueden ser sólo leves instrucciones internas con las que nos estimulemos y nos demos ánimos, como por ejemplo: «¡Esfuérzate!» o bien «¡No tartamudees!». Estas cortas órdenes de aliento las emitimos para nuestro interior a fin de darnos ánimo. Por ejemplo, por las mañanas cuando nos damos la orden: «¡Venga, vamos, fuera de la cama!»; y a continuación el estímulo: «¡Date más prisa!».

A través de estas órdenes internas se crea presión y estrés.

Esta forma de obligarnos a algo, o de prohibirnos una cosa, se realiza en principio sin mala intención y de un modo que puede resultar muy natural. Pero con cada una de estas órdenes nos sometemos nosotras mismas a una tensión y añadimos estrés a nuestras acciones.

LOS EFECTOS DE NUESTRAS ÓRDENES INTERNAS

Cuando en nuestros seminarios nos referimos a estas órdenes internas, muchas mujeres descubren la frecuencia con la que, en su interior, emiten órdenes para ellas mismas. Muchas tienen incluso la sensación de que, en lo fundamental, aguantan a base de órdenes. A menudo también surge la pregunta de si no necesitaríamos emitirnos a nosotras mismas estas órdenes apremiantes para, de esa forma, controlar nuestro comportamiento y «hacer un esfuerzo por nosotras mismas».

En realidad, podemos darle un sentido a nuestro comportamiento sin tener que utilizar tales órdenes. Podemos pensar y poner en práctica nuestras intenciones en forma de objetivos, deseos, normas y valores. Yo puedo desear que mi charla vaya como la seda y me preparo de tal forma que, en la medida de lo posible, no me aleje del tema. Ésta podría ser una finalidad. Pero también puedo ordenarme mis propios objetivos e intenciones. De ese modo me colocaría una especie de «camisa de fuerza interna». Entonces rezaría: «¡El discurso va a ir como al seda! ¡No puedo salirme del tema!» En estas órdenes a ti misma se esconde la obligación interna de que debe ocurrir así y no de otra forma. Si no consigo el objetivo, entonces es posible que resulte odioso para mí misma. Detrás de una orden se esconde una masiva «sensación terrible», la idea de un cataclismo. Sería «malo», «espantoso» o «terrible» si algo no ocurriera como está previsto que ocurra.

Las órdenes son como una camisa de fuerza interna.

Eso, a lo que nosotras designamos como «sensación terrible», es un sentimiento muy incriminatorio que se compone de:

• Fantasías sobre calamidades («Si durante un discurso no sé cómo seguir, los otros se reirán de mí y me perderán el respeto»).

• Lesiones anímicas precoces (ser motivo de risa en el colegio ante toda la clase).

• Antiguas experiencias de impotencia y desamparo (no poder defenderse del desprestigio, quedar en ridículo y no haber nadie para salir en mi ayuda).

Todas estas experiencias ofensivas y fantasías sobresaltadas se concentran en nuestro interior en una especie de grumo de sensaciones que podemos percibir de forma difusa como algo «malo» o «espantoso». Es una sensación muy desagradable que se recrudece en el pensamiento, tal y como ocurre cuando nos colocamos ante el público y cometemos un error o nos ponemos en ridículo.

Esas difusas sensaciones malas escapan a nuestras consideraciones racionales. La mayoría de las personas que sufren de miedo a hablar en público, o miedo escénico, saben muy bien para sí mismas que un fallo en el discurso no constituye, ni mucho menos, un cataclismo. Pero este conocimiento interno de su cerebro no modifica el hecho de que, a pesar de todo, lo experimenten como «terrible». Y es la experiencia de este horror, junto a las fantasías catastróficas resultantes de ella, las antiguas heridas anímicas y cualquier otro tipo de experiencias dolorosas, lo que bloqueamos a base de «órdenes dirigidas a una misma». Nos colocamos ante una obligación o ante un «no poder» internos frente a la recrudecida sensación desagradable.

Permítenos en este momento hacer un resumen de los efectos que estas órdenes internas ejercen sobre nosotras:

• Efectos orgánicos

Por medio de estas órdenes nos ponemos bajo presión. Cuando nos damos una orden, nos metemos «vapor» interno. Con ello aumenta la tensión de determinados grupos musculares, el pulso se eleva, puede notarse una presión en el estómago y la cara empalidece o se pone colorada.

• Efectos sobre los pensamientos

Los procesos de pensamiento se ven dominados por las órdenes internas. La obligación actual o el «no poder» se convierten en el centro del pensamiento. Los pensamientos giran en círculo. La creatividad y la capacidad de resolver problemas se ven muy afectadas.

• Efectos emocionales

En el caso de imperativos a uno mismo, se crea primero la sensación de prioridad y coacción. Si el proceso imperativo continúa, estas sensaciones se hacen cada vez más fuertes. Se llega al nerviosismo, a la opresión y a la angustia.

• Efectos sobre la capacidad de percepción

La capacidad de percepción se limita. La realidad actual busca por todas partes lo que a toda costa debe pasar o no pasar. Se crea una especie de visión en un túnel, en la que las instrucciones internas hacen el efecto de un filtro de salvaguardia, un filtro que sólo deja pasar lo que tiene que ver con la orden.

• Efectos sobre el comportamiento

La actividad se hace más nerviosa, inquieta y apresurada. La postura corporal puede resultar más rígida y tensa, o también el espacio puede ser más agobiante. La voz suena como oprimida. A menudo también se escucha monótona o precipitada. Se acelera el tempo (o velocidad del discurso) o se hace mucho más lento de lo normal.

UNA ORDEN INTERNA PERSIGUE A LAS OTRAS

Hasta ahora, para simplificar el conjunto, hemos partido en nuestros ejemplos de órdenes internas independientes que generan el miedo a hablar en público. Pero también hemos comprobado en nuestros seminarios y consultas que quien padece del miedo a hablar casi siempre activa una cadena de órdenes internas. Las órdenes se suceden, unas a otras, a modo de capas. Algunas de estas órdenes se encuentran casi en la «superficie», pero otras son más profundas. Así, por ejemplo, la orden «¡Mi voz no debe temblar!» se hace patente de inmediato cuando se trata de un discurso frente a un público. Pero, si seguimos con la indagación, pueden emerger otras órdenes por sí mismas, como por ejemplo: «¡Debo parecer segura!»; o bien: «¡No debo fracasar!».

Las órdenes internas forman una red en la que nos podemos ver atrapadas.

Lo típico es que estas capas de órdenes comiencen con los signos relacionados con la angustia, por ejemplo: «¡No me deben temblar las manos!». Encontramos un plano más profundo de órdenes cuando formulamos la pregunta: «¿Qué sería lo peor que podría ocurrir si me temblaran las manos?». Las respuestas se refieren, la mayoría de las veces, al comportamiento y éstas pueden ser: «Si me tiemblan las manos...

... ya no podré seguir mi charla con tranquilidad

... comenzaré a atascarme

... perderé el hilo, etc.

... y eso sería lo peor».

Aquí seguimos con la pregunta: «¿Qué sería lo peor que pudiera pasar si, por ejemplo, perdiera el hilo?», con lo que se manifiesta el otro plano de órdenes situado más profundamente: «Si pierdo el hilo,

... daré la impresión de ser incompetente