El arte en tiempos de guerra - Germán Padinger - E-Book

El arte en tiempos de guerra E-Book

Germán Padinger

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"El elemento central que atraviesa a los artistas que figuran en este libro es que han sido transformados por la guerra", subraya el periodista y editor de CNN en Español, Germán Padinger, y completa: "sus transformaciones han sido públicas y han tenido un impacto en sus comunidades y en sus obras".   A través de un recorrido por el arte de Hemingway, Picasso, Debussy y Riefenstahl, entre otros artistas, Padinger analiza de qué manera fue representada la guerra por la literatura, la pintura, la música y el cine, entre 1914 y 1945.

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Para Félix y Lena

INTRODUCCIÓN

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, Otto Dix se pintó a sí mismo como si fuera un dios: vestido con el uniforme prusiano completo, perfectamente centrado, su figura se mantiene firme, y con vida, sobre un fondo lleno de muerte, ciudades destruidas y sufrimiento.

Aún joven y en la búsqueda de su estilo, Dix se pintó en los moldes del cubismo y el futurismo, dos movimientos muy influyentes y en ese momento populares, y usó colores brillantes y trazos salvajes. Autorretrato como Marte (Selbstbildnis als Mars), de 1915, no es una pintura celebratoria de la guerra, sino todo lo contrario. Pero es, sin embargo, celebratoria del propio Dix, que parece emerger con vida, reformado y enaltecido de la experiencia de la guerra, cumpliendo la expectativa de muchos artistas e intelectuales cuando estalló el conflicto.

En 1924, seis años después del fin de la guerra, Dix tenía algo más que decir. En su serie de grabados La guerra (Der Krieg) describió en forma precisa y grotesca la deshumanización de aquellos años en los que participó de las principales batallas en el frente occidental, sin transformación personal. En lugar de valerse del autorretrato, describió a los otros sin nombre, matando y muriendo, mutilados, agazapados como animales, y lo hizo en blanco y negro, y en un estilo propio. A partir de estos grabados, Dix dedicó la mayor parte de su carrera a seguir describiendo la guerra como la vivió; su obra se convirtió en una de las más influyentes e impactantes del siglo XX, y su derrotero personal, en una muestra perfecta del arco de aceptación y rechazo de la violencia de los europeos.

Durante poco más de treinta años el mundo registró las dos guerras más cruentas de la historia —una después de la otra—, con su epicentro en Europa y réplicas en todos los rincones del planeta. Este período empezó con un asesinato en Sarajevo, en 1914, que activó un sistema de alianzas destinado a la conflagración, y terminó en 1945 con Berlín (capital del imperio que afortunadamente no fue) arrasada y dos bombas atómicas en el corazón de Japón.

Medir con precisión el costo humano de las dos guerras mundiales sigue siendo difícil y solo podemos aspirar a algunas aproximaciones: de acuerdo con el Centro Europeo Robert Schuman, más de 16 millones de personas, entre civiles y militares, murieron durante la Primera Guerra Mundial, aunque algunas estimaciones hablan de más de 20 millones. Durante la Segunda Guerra Mundial, la misma fuente habla de entre 62 y 78 millones de muertos, incluyendo a los 11 millones atribuidos a la persecución nazi, de los cuales 6 millones corresponden a la población judía europea durante lo que llegó a conocerse como el Holocausto o la Shoá.

Es decir, entre unos 78 y 100 millones de muertes como consecuencia de las dos guerras mundiales, cifra que trepa aún más si tomamos en consideración los muertos en los conflictos de entreguerras en España, China y Turquía, entre otros.

El mundo que siguió al fin de esta larga y oscura noche estuvo modelado por aquellos años y continúa estándolo, en gran medida, hasta nuestros días. Las potencias vencedoras, y también las perdedoras, siguen liderando los eventos globales; las fronteras de los países continúan ancladas en aquel último reordenamiento; los principales puntos de conflictos geopolíticos siguen latentes, mientras otros nuevos surgen.

La vida misma en las sociedades europeas y luego, por añadidura, en las americanas, las asiáticas y las africanas se vio sacudida en este período, y las artes nunca fueron iguales luego de esos treinta años que pusieron a prueba al modernismo hasta hacerlo estallar en mil pedazos. Es difícil encontrar una manifestación actual que no trace sus orígenes en alguna de las muchas escuelas y vanguardias atravesadas por aquellos dos conflictos.

Este libro de divulgación histórica está centrado precisamente en las relaciones entre el arte y la guerra desde 1914 hasta 1945, el marco temporal de esa “segunda guerra de los treinta años”, como la calificó el exgeneral y expresidente francés Charles de Gaulle (la primera, casi tan destructiva, ocurrida en el centro de Europa entre 1618 y 1648), e intenta identificar y contextualizar la obra de algunos de los más importantes artistas que trabajaron durante este período, principalmente en Europa y los Estados Unidos, con el fin de mostrar en forma sistemática cómo la guerra fue representada por la literatura, las artes plásticas, la música y el cine.

El proyecto comenzó a gestarse el 11 de noviembre de 2018, cuando se cumplieron cien años del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial y los países europeos acapararon la agenda de ese año con eventos conmemorativos y debates sobre una contienda que nos es cada día más lejana, y cuyo recuerdo ahora parece haber vuelto con la guerra entre Rusia y Ucrania, un conflicto de viejas raíces que tuvo algunos de sus capítulos entre 1914 y 1945.

Como politólogo y periodista especializado en política internacional, siempre estuve interesado en los cruces entre la cultura y la historia. En tanto que, como lector y escritor, desde muy joven me sentí atraído por las novelas y la pintura de guerra, e intenté incluso homenajear a algunos de los artistas que figuran en este libro con mi novela Retrato de Marte (2016), sobre la vida de los soldados argentinos durante la guerra del Paraguay.

Así, las conmemoraciones de 2018 por el fin de la Primera Guerra Mundial me sirvieron de disparador: desde algunos meses antes de la fecha y por los tres años siguientes, escribí y publiqué una serie de artículos de divulgación histórica sobre arte y guerra en la sección de cultura del periódico digital Infobae, donde en ese momento me desempeñaba como periodista. En versiones preliminares de algunos de los artículos de este libro, escribí en ese entonces sobre los compositores Dmitri Shostakóvich y Henryk Górecki, y sobre los escritores Erich Maria Remarque y Henri Barbusse, entre muchos otros, y a partir de esos textos empecé a considerar la posibilidad de escribir un libro que recopilara y contextualizara a los principales artistas y movimientos que fueron atravesados por las dos guerras mundiales.

Este texto no es, así, un compendio exhaustivo del trabajo realizado por artistas en múltiples países, e inevitablemente la lista de creadores y movimientos es parcial e incompleta. El contenido puede ser pensado, entonces, como si se tratase de una exhibición centrada en expresiones artísticas de literatura, pintura, música y cine durante este período, y acotadas principalmente —pero no en forma exclusiva— a aquellas producidas por artistas alemanes, soviéticos y estadounidenses, en las que encaré el rol de curador.

La razón para concentrarse en estas tres nacionalidades es que, de alguna manera, el período de 1914 a 1945 puede ser entendido sobre la base del camino de ascenso, caída y nuevamente ascenso transitado por estos tres países.

Muchas de estas obras, realizadas por artistas que participaron de una forma u otra de los conflictos, denuncian la guerra y las ideas que la propiciaron. Algunas son abiertamente pacifistas, mientras que otras no toman posiciones tan firmes. Pero también hay obras que justifican o incluso celebran la guerra, algunas de las cuales funcionan asimismo como propaganda. Todas, en definitiva, son expresiones culturales del período.

Esta obra está dividida en una breve cronología del período y nueve capítulos, cada uno dedicado a un conjunto de artistas agrupados por su disciplina y su relación con la guerra en este período.

En el primer capítulo, “Los libros de las trincheras”, me refiero a los escritores que pelearon durante la Primera Guerra Mundial y documentaron sus experiencias utilizando la literatura como su medio. Desde Erich Maria Remarque a Ernst Jünger, en Alemania, hasta Henri Barbusse en Francia, Ernest Hemingway en los Estados Unidos y Siegfried Sassoon en Inglaterra.

“Una generación de escritores para narrar un conflicto diferente”, el segundo capítulo, se concentra en los autores estadounidenses posteriores a la Segunda Guerra Mundial, entre ellos, Norman Mailer, Kurt Vonnegut y J. D. Salinger, su relación con el conflicto y su influencia en la literatura de posguerra.

Con “Literatura de la derrota”, el capítulo 3, se cierra la porción del libro dedicada a las letras, con un repaso por escritores alemanes y japoneses que representaron la caída de sus países y la culpa por las atrocidades cometidas en sus nombres, entre ellos, Günter Grass, Heinrich Böll, Yukio Mishima y Shohei Ooka.

El cuarto capítulo, “Las artes plásticas alemanas a partir de 1914: de Otto Dix a Käthe Kollwitz”, abre la sección dedicada a la pintura y se concentra en el período de antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial, haciendo hincapié en la obra de Otto Dix, Käthe Kollwitz y Franz Marc, entre otros.

“Las artes visuales europeas en las décadas de 1920 y 1930”, el capítulo 5, está dedicado al período de entreguerras, hace referencia a la escuela Bauhaus y al auge del cubismo, el expresionismo y el futurismo, entre otros movimientos, tomando como base a artistas como Umberto Boccioni, Pablo Picasso y Paul Mathias Padua.

El capítulo 6, “El triunfo de dos mundos: la pintura a partir de 1945”, se concentra en la pintura posterior a la Segunda Guerra Mundial, siguiendo la obra de artistas soviéticos, estadounidenses y alemanes que vivieron el conflicto y lo representaron después, entre ellos, Jackson Pollock, Aleksandr Deineka y Gerhard Richter.

“El piano y la bayoneta: Francia, Alemania y el futuro de la música” es el primero de los dos capítulos dedicados a la música, en este caso de la Primera Guerra Mundial, que pasó rápidamente del patriotismo a la lamentación, con obras de Arnold Schönberg y Maurice Ravel, entre otros.

Mientras que en “El fin del tiempo: la música en la Segunda Guerra Mundial” me dedico a la de este período, incluyendo la música producida dentro de los campos de concentración y repasando el trabajo de compositores como Viktor Ullmann, Olivier Messiaen y Henryk Górecki.

El último capítulo está reservado para el cine, el más reciente de los medios artísticos tratados en este libro, durante las dos guerras mundiales, y se concentra especialmente en la producción alemana, soviética y estadounidense, revisando la obra propagandística de Leni Riefenstahl y el trabajo de Serguéi Eisenstein y G. W. Pabst.

Dos preguntas se esconden detrás de este trabajo: ¿Qué relaciones hay entre el arte y la guerra? ¿Puede hablarse de un arte de guerra?

Laura Brandon, historiadora canadiense en la Universidad Carleton, parte de una definición extremadamente simple, pero pertinente y abarcadora: “el ‘arte de guerra’ es aquel arte que ha sido moldeado por la guerra”. “Dentro de este modelo, la guerra inspira arte permanente y efímero, que puede ser propaganda, conmemoración, protesta o registro”, escribe Brandon en su libro Art and War. Y agrega: “Algunas obras nacidas de la guerra son muy buenas y constituyen un indicador de los logros de un artista; otras son mediocres y sobreviven solo [por] su temática. (...) podemos considerarlo como una expresión de cultura”.

En la Introducción de Art and War: A Visual History of Modern Conflict, la historiadora neozelandesa Joanna Bourke ahonda en las dificultades de llegar a una definición: en momentos de “guerra total”, cuando toda la población de un país está concentrada en el esfuerzo bélico, ¿todo arte es arte de guerra?

Bourke recuerda que, en su acepción más clásica, “arte de guerra” es una categoría usada para referirse a representaciones realistas de los conflictos realizadas por un artista —casi siempre exclusivamente hombres— que hubiera estado en el lugar, como combatiente u observador —ya sea de manera independiente o al servicio de un gobierno como artista oficial—. Evidencias de este tipo de arte abundan en la historia: desde el tapiz de Bayeux del siglo XI y la serie Los desastres de la guerra, de Francisco de Goya, a comienzos del siglo XIX, hasta los artistas oficiales de guerra del Reino Unido, Paul Nash y Graham Sutherland, durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y los cuadros de Peter Howson sobre el conflicto reciente en Bosnia. En la Argentina, el ejemplo más famoso es el de Cándido López y su serie de pinturas sobre la guerra del Paraguay (1864-1970). Pero tal definición, centrada en el rol de testigo por parte del artista, limita e invisibiliza la experiencia de guerra de los civiles, especialmente de las mujeres, a pesar de que en el siglo XX los civiles atrapados en la “guerra total” fueron, en gran medida, los más golpeados por los conflictos.

Por otro lado, la producción artística de la primera mitad del siglo XX, y por lo tanto de las dos guerras mundiales, no puede entenderse sin el impacto y la influencia del modernismo, un movimiento surgido a finales del siglo XIX y montado sobre el quiebre generalizado en todas las artes, en un contexto de rápidos cambios tecnológicos. Para el británico Raymond Williams, uno de los fundadores de los estudios culturales, esta ruptura se dio tanto en relación con las formas como con el poder, caracterizado por la censura burguesa, aunque el modernismo fue finalmente canonizado —y armonizado con el capitalismo internacional— tras las Segunda Guerra Mundial y llegó a ser considerado por la academia como una especie de “final de recorrido”, sucedido luego por el posmodernismo.

Fredric Jameson, colega de Williams en los estudios culturales y uno de los teóricos del posmodernismo, se refiere al gran período modernista entre 1910 y 1955 —que corresponde aproximadamente al recorte cronológico de este libro—, cuya importancia, como la de sus grandes nombres, comenzó a diluirse en la década de 1960.

El modernismo, refiere Jameson, al buscar la destrucción de las viejas formas de vida comunal y urbana, mantuvo en esta “alta ortodoxia” una estrecha relación con la política durante la primera mitad del siglo XX: el arte, fuera propagandístico o de denuncia —y sujeto a la censura—, era temido y valorado como herramienta por los gobiernos, especialmente por aquellos en guerra.

La censura no ha desaparecido por completo en nuestro mundo, pero sí se ha vuelto más limitada. Las obras de arte siguen siendo censuradas por regímenes políticos e incluso en redes sociales, pero, incluso cuando esto sucede, el acceso a internet hace que casi cualquier barrera sea, en última instancia, inútil. Quizás por esa razón algunos países insistan en bloquear ese acceso a internet, pero aun así las opciones para saltar esas barreras son tantas que parece imposible argumentar que una obra pueda ser, en efecto, censurada por completo, aunque sí pueda limitarse su acceso. Un signo de nuestra era —y de la muerte del modernismo— parece ser que ya pocos creen que una obra de arte pueda tener un efecto tal que amerite enormes esfuerzos para su censura; se le ha perdido el miedo, como las personas suelen, en forma cíclica, perderle el miedo a la guerra.

La guerra, en tanto, parece poner en suspenso una de las ficciones en las que basamos nuestra vida: aquella según la cual nunca vamos a morir porque nuestro tiempo no tiene fin. En la guerra, la muerte se convierte en rutina diaria; se especula con la muerte, se proyecta con la muerte y se negocia con la muerte propia y la de otros. Por supuesto, en tiempos de paz hay muchas ocupaciones que también lidian a diario con la muerte. Pero la guerra supone encarar esta cotidianidad en forma colectiva, y a comienzos del siglo XX, justo antes de la Gran Guerra, esa gesta nacional y colectiva atrajo a muchos con sus falsas promesas de reforma y quiebre.

“Pretendemos glorificar la guerra —la única higiene del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructivo de los anarquistas, las bellas ideas por las que vale la pena morir y el desprecio por la mujer”, decía el Manifiesto del futurismo, escrito por el poeta italiano Filippo Marinetti.

Mientras que el dramaturgo alemán Bertolt Brecht se preguntaba en su Arbeitsjournal, tras la Segunda Guerra Mundial, si aquella tendencia de la “pequeña juventud burguesa” a la guerra no tenía que ver con la fascinación por “la gran tarea a escala nacional, el colectivo gigantesco, la seguridad económica, la difamación abierta de los beneficios, el trabajo cooperativo, el contacto con la maquinaria, la higiene”.

El elemento central que atraviesa a los artistas que figuran en este libro es que han sido transformados por la guerra, y sus transformaciones han sido públicas y han tenido un impacto en sus comunidades. Algunos ya tenían carreras establecidas y la experiencia bélica, como soldados o civiles, generó un cambio en sus obras. Otros eran absurdamente jóvenes al momento de ser enviados al frente y la guerra se convirtió, para ellos, en la experiencia inicial de sus vidas. Y algunos más comenzaron a sentir el peso de la experiencia bien entrados en la posguerra.

No intento centrarme en aquellos modernistas que, como señala el historiador alemán Peter Gay, vivieron la guerra como una molestia menor en su vida y que reanudaron sus exploraciones cuando esta terminó, sino en aquellos que probablemente hubieran sido otros artistas de no haber vivido el conflicto. Porque en ellos puede verse la cicatriz, y la cicatriz es lo que importa en este libro.

Germán Padinger

Marzo de 2023

BIBLIOGRAFÍA

BOURKE, Joanna (ed.). (2007). War and Art: A Visual History of Modern Conflict. Londres: Reaktion Books.

BRANDON, Laura. (2007). Art and War. Nueva York: I. B. Tauris.

BRECHT, Bertolt. (1973). Arbeitsjournal. Fráncfort del Meno: Suhrkamp.

Centre européen Robert Schuman. (s/f). World War I Casualties. En: http://www.centre-robert-schuman.org/educationnal-tools/teaching-europe/reperes-explanatory-notes-for-teachers.

Centre européen Robert Schuman. (s/f). World War II Casualties. En: http://www.centre-robert-schuman.org/educationnal-tools/teaching-europe/reperes-explanatory-notes-for-teachers.

GAY, Peter. (2008). Modernism. The lure of heresy. Nueva York: W. W. Norton & Company.

JAMESON, Fredric. (1998). The Cultural Turn. Selected Writings on the Postmodern, 1983-1998. Nueva York: Verso.

WILLIAMS, Raymond. (2018). La política del modernismo. Buenos Aires: Ediciones Godot.

CRONOLOGÍA Y CONTEXTO:

EL MUNDO EN GUERRA, 1914-1945

1914

La primera acción militar de la Primera Guerra Mundial tiene lugar a comienzos de agosto, en Serbia, tras la invasión de las tropas de Austria-Hungría como consecuencia del asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo.

Sin embargo, los mayores combates del año se iniciarán poco después en el frente occidental, entre Francia, Bélgica y el Reino Unido contra la invasión de Alemania. Los alemanes han concentrado la mayor parte de sus fuerzas en esta campaña con la intención de derrotar rápidamente a Francia y luego enfrentarse a Rusia, pero su ofensiva, siguiendo el Plan Schlieffen, fracasa en la primera batalla del Marne, en septiembre. Los soldados alemanes, que penetraron profundamente en tierra francesa, entonces se retiran y comienzan a cavar trincheras, las primeras del enorme sistema que forjará nuestra imagen de la guerra. En paralelo, una pequeña fuerza alemana desplegada en el este derrota a los Ejércitos rusos que marchaban en su contra en la batalla de Tannenberg.

La victoria alemana en el este, sumada a su derrota en el oeste, sella el estancamiento de los años posteriores, cuyo símbolo más grande es el sistema de trincheras que corre desde la triple frontera entre Alemania, Suiza y Francia, en los Alpes, hasta las costas del mar del Norte en Bélgica. Dos enormes y complejos sistemas de zanjas enfrentados, repletos de refugios, alambre de púas y parapetos, constantemente inundados y llenos de ratas, donde los soldados conviven y mueren bajo el fuego de la artillería y las ametralladoras para capturar, y luego perder, metros de territorio.

1915

La guerra se desborda, como un río evitando la resistencia, por casi todos los rincones del mundo: los aliados atacan al Imperio otomano, aliado de Alemania y Austria-Hungría, en Medio Oriente; Italia ingresa en el conflicto y hace lo propio con Austria-Hungría, y Alemania da inicio a la guerra submarina irrestricta en todo el planeta (luego suspendida tras el hundimiento del crucero estadounidense Lusitania), mientras se sigue combatiendo en las trincheras del frente occidental, sin grandes cambios, y Rusia reanuda sus ataques contra las potencias centrales.

1916

El frente occidental vuelve a cobrar protagonismo. A principios de año Alemania lanza una enorme ofensiva contra el Ejército francés en torno a Verdún, que se prolonga en el tiempo sin resultados claros y causa una de las grandes sangrías de la guerra. A mitad de año, y en medio de la batalla de Verdún, las fuerzas británicas lanzan su propio ataque contra los alemanes en el Somme, en un intento de aliviar la presión: otra vez, estancamiento y matanza. Con la atención alemana en el oeste, Rusia tiene grandes éxitos contra los austrohúngaros en la ofensiva Brusílov, mientras que italianos y austríacos pelean en el frente de Isonzo y se suceden combates y escaramuzas en lugares tan alejados de los principales frentes como Mozambique y Togo.

1917

El año está marcado por grandes ofensivas francesas y británicas en el frente occidental. Aunque obtienen algunos éxitos parciales y locales, ninguna logra romper el frente y terminar con la guerra de trincheras. Mientras tanto, una Alemania golpeada por el bloqueo naval del Reino Unido y a la defensiva en el oeste ataca a los italianos en Caporetto y presiona a Rusia, debilitada por su Revolución de Febrero (ocurrida en marzo), al tiempo que reanuda la guerra submarina irrestricta, provocando la entrada de los Estados Unidos en el conflicto. En Medio Oriente, el Imperio otomano sufre duras derrotas a manos de los británicos, pierde Bagdad y gran parte de la Mesopotamia.

1918

Con la salida definitiva de Rusia de la contienda tras la firma del Tratado Brest-Litovsk, sacudida por su segunda Revolución de Octubre, Alemania, aliviada al haber cerrado un frente, traslada recursos al oeste para un último y gran ataque destinado a ganar la guerra, y que se inicia en marzo. Las tropas alemanas obtienen, una vez más, éxitos locales, pero no logran romper el frente y tras gastar sus últimos recursos pierden la iniciativa ante los contraataques franceses y británicos. En agosto, los aliados, reforzados por soldados de los Estados Unidos, lanzan su propia gran ofensiva y esta vez los alemanes empiezan a ceder en todos los puntos del frente. El Imperio otomano y Austria-Hungría firman armisticios por separado, y Guillermo II, emperador de Alemania, abdica a comienzos de noviembre. El 11 de ese mismo mes, representantes de la nueva República Alemana firman el armisticio definitivo que pone fin a la contienda, cuatro años y tres meses después de su inicio.

1919-1938

El período de posguerra está marcado por la nueva realidad de la República de Weimar en Alemania, sacudida por el Tratado de Versalles y la violencia extremista interna; por el auge y la consolidación del comunismo en la URSS tras la guerra civil rusa; por la explosión de la guerra civil española y por el auge de las nuevas potencias del Pacífico, Japón y los Estados Unidos.

1939

Normalmente se entiende que los primeros combates de la Segunda Guerra Mundial, cuyas causas pueden entenderse sobre la base de esos cuatro derroteros de entreguerras, ocurren el 1.º de septiembre de 1939, cuando tropas alemanas cruzan la frontera polaca, aunque algunos autores prefieren poner el inicio de la contienda en 1937, con el estallido de la segunda guerra sino-japonesa.

De cualquier manera, la caída de Polonia, atacada por Alemania en el oeste y la Unión Soviética en el este (ambas potencias acababan de firmar un pacto de no agresión), se ha convertido en el símbolo del comienzo de la contienda. Tras la campaña, Alemania queda técnicamente en guerra con Francia y el Reino Unido, pero durante meses no hay combates entre las potencias.

1940

El conflicto se calienta finalmente en Noruega, en abril, y luego con la campaña de guerra relámpago —o Blitzkrieg— ejecutada por los alemanes contra Francia, Holanda y Bélgica. La victoria de Alemania es completa justo allí donde en 1914 fracasó, y solo un maltrecho Reino Unido, protegido por las aguas del canal de la Mancha y su vasta marina, parece quedar en pie.

1941

Con Francia derrotada y el Reino Unido golpeado, la guerra se vuelve verdaderamente mundial. Los italianos y los británicos chocan en Egipto, atrayendo eventualmente a Alemania, y en el Pacífico el Imperio del Japón, miembro de las potencias del eje, ataca a los Estados Unidos en Pearl Harbor y luego a los británicos en Singapur y otros territorios del sudeste asiático, al tiempo que presiona sobre China. Pero este es, sobre todo, el año de la invasión alemana a la Unión Soviética, la operación Barbarroja, que viola el pacto de no agresión entre ambas potencias y abre el frente más extenso, sangriento y, para muchos, importante de la guerra.

1942

Tras fracasar en su intento de tomar Moscú a fines de 1941, Alemania reanuda sus ofensivas contra la URSS y pone bajo asedio a la ciudad de Stalingrado. En el norte de África las tropas germano-italianas obtienen grandes éxitos al comienzo del año, pero son duramente derrotadas por los británicos en la segunda batalla de El Alamein. En forma similar, Japón vive un comienzo de año lleno de victorias hasta sufrir terribles derrotas en Midway y Guadalcanal, a manos de unos Estados Unidos que empiezan a levantarse y a llenar a sus aliados de recursos.

1943

Se produce el giro más marcado en la guerra. En el frente oriental, Alemania sufre una de sus más duras derrotas en Stalingrado, aunque sigue teniendo la iniciativa y puede continuar atacando. Con esa confianza recobrada, intenta más de lo que puede en la batalla de Kursk, donde su última gran ofensiva es derrotada por el Ejército Rojo en una hecatombe de carne y acero. Alemania ya no se recuperará en el este de ese fracaso. Mientras tanto, alemanes e italianos son finalmente superados en el norte de África y expulsados de Túnez, su último reducto. Montados en esta victoria, los aliados invaden Italia, abriendo un nuevo frente. En el Pacífico, la iniciativa queda en manos de los Estados Unidos, que avanzan de isla en isla expulsando a los japoneses.

1944

Las potencias del eje siguen siendo poderosas, pero no tienen ya ninguna posibilidad de ganar la guerra ante la creciente superioridad aliada. Mientras los combates en Italia continúan, el 6 de junio los anglo-estadounidenses desembarcan en Normandía, Francia, abriendo otro frente, y, en el este, las tropas soviéticas recuperan todo el territorio perdido ante los nazis durante la operación Bagratión y avanzan sobre el territorio de la Polonia ocupada. Japón tiene grandes éxitos en su campaña contra China, pero en el resto de sus frentes sufre reveses: los Estados Unidos destrozan su flota en la batalla del golfo de Leyte e invaden la isla de Iwo Jima, parte del territorio japonés.

Tras su avance triunfal por Francia, estadounidenses, canadienses y británicos sufren una derrota en Holanda a finales de 1944, en la operación Market Garden, y deben pasar a la defensiva durante la última gran ofensiva alemana en el bosque de las Ardenas.

1945

La batalla de las Ardenas se extiende hasta comienzos de año. Pero tras contener la ofensiva, los aliados cruzan el río Rin y se lanzan al interior de Alemania. Mientras tanto, el Ejército Rojo avanza imparable por Alemania, Hungría y Austria, y en abril de 1945 pone a Berlín bajo asedio. Esta vez, a diferencia de lo ocurrido en 1918, Alemania no busca un armisticio y en cambio pelea hasta el brutal final, extendiendo el sufrimiento global: Hitler se suicida en su búnker en Berlín, y el 9 de mayo llega la rendición incondicional de un país en ruinas.

Japón sigue combatiendo varios meses más, durante los cuales los Estados Unidos liberan Filipinas, toman la isla de Okinawa y se preparan para la invasión de Japón. Al mismo tiempo, las fuerzas chinas lanzan también ataques contra los japoneses en su territorio, y la URSS, aliviada tras la rendición alemana, se une a los combates atacando a los japoneses en Manchuria. En este contexto, los Estados Unidos lanzan las dos primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, y el Imperio japonés se rinde el 2 de septiembre. Es el fin de tres décadas de guerra en casi todos los rincones del planeta.

CAPÍTULO 1

LOS LIBROS DE LAS TRINCHERAS

ENTRE EL PACIFISMO Y LA EXALTACIÓN: LOS GUERREROS-POETAS ALEMANES

En las tierras inundadas de Flandes, dos futuros escritores alemanes se están preparando para una nueva ofensiva aliada desde la profundidad del suelo arcilloso.

Estamos en 1917, en medio de la tercera batalla de Ypres, en un momento central en las vidas de Ernst Jünger y Erich Maria Remarque, y en la historia del mundo, que desde agosto de 1914 se encuentra envuelto en un conflicto armado a nivel global.

Flandes, una tierra al norte de la actual Bélgica y al sur de los Países Bajos, ha sido el escenario de conflictos entre potencias al menos desde la guerra de los Ochenta Años, entre fines del siglo XVI y principios del XVII. Y durante la Primera Guerra Mundial la región volvió a saturarse de Ejércitos alemanes, belgas, británicos y franceses, y se convirtió en un símbolo del frente occidental. Este, como se señaló en la Introducción, se ha asentado en la memoria colectiva del mundo como una lucha feroz y, en apariencia, anacrónica en las trincheras; donde soldados peleaban bajo tierra con fusiles, cuchillos y granadas, muriendo de a miles para capturar unos pocos metros de territorio.

En 1914, la guerra en el oeste de Europa había comenzado con la ejecución del Plan Schlieffen por parte de Alemania: un ataque precisamente a través de Bélgica para rodear y envolver a los ejércitos aliados. La maniobra fracasó en la batalla del Marne, cuando franceses y británicos derrotaron en septiembre de ese primer año a los alemanes a las puertas de París. Pero la guerra apenas comenzaba y los ejércitos pelearon en los meses siguientes una serie de batallas para estabilizar el frente a lo largo de Flandes, conocida como la “carrera al mar”.

Así como en el centro, interponiéndose con París, y en el sur, frente a la frontera con Alemania, el Ejército francés estuvo a cargo del frente occidental durante casi toda la guerra, en el norte, en Flandes. La responsabilidad entre los aliados recayó en el Reino Unido y el mando del general Douglas Haig. Y frente a los británicos se desplegaba un grupo de Ejércitos alemanes al mando del príncipe bávaro Rupprecht.

La anegadiza Flandes fue escenario de combates durante todo el conflicto, casi todos ellos inútiles y muy costosos en vidas, donde los soldados quedaban “embarrados en los lodazales flamencos”, como señala el historiador británico Ian Kershaw. El 31 de julio de 1917, el Reino Unido lanzó una ofensiva más, la tercera, en torno a la ciudad de Ypres, que se convirtió en otro fracaso.

A Jünger, un voluntario que combate desde el comienzo de la guerra, la batalla en Flandes le permitirá saciar su sed de gloria: organizará la defensa de su sector frente a las tropas británicas, será ascendido y terminará siendo herido por enésima vez (sin que la herida lo deje fuera de la guerra, a la que volverá ansioso).

Otra es la historia de Remarque, conscripto en 1916, para quien Flandes será su primera participación en una gran batalla, y la última: varios pedazos de metralla lo lastimarán de tal gravedad que pasará el resto de la guerra convaleciente y sin ninguna ansiedad por volver al horror de la guerra industrial.

Jünger, el aristócrata aventurero, y Remarque, el pequeñoburgués que estudia para ser maestro, no podrían ser personas más diferentes, pero las circunstancias históricas los han unido a través de coincidencias demasiado importantes para dejarlas pasar: ambos son grandes lectores, ambos son alemanes y ambos, luego de pelear en el mismo sector en la Primera Guerra Mundial, escribieron, por separado, dos de los libros más importantes de la literatura de guerra.

La Primera Guerra Mundial fue primera en tantas cuestiones que es tentador verla como un cataclismo fundador: el fin de un viejo mundo, el comienzo del nuevo.

De las potencias que comenzaron la guerra en 1914 (Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Reino Unido y Francia), solo la República Francesa no era una monarquía hereditaria; al final del conflicto únicamente el Reino Unido lo seguiría siendo, y en su forma constitucional.

Los imperios que chocaron entre sí se habían esparcido alrededor de todo el mundo en décadas anteriores, y por esa razón la guerra fue verdaderamente mundial: de las trincheras en Francia y Bélgica al puerto de Tsingtao en China; de Palestina a Mozambique, e incluso frente a las costas de Chile y en torno a las Islas Malvinas.

El estilo de vida europeo de finales del siglo XIX y principios del XX, basado en el confort y el consumo, y sostenido sobre las materias primas del mundo entero, había dado inicio a una era de comodidad, ingenuidad y esperanza en la población, que se estrelló contra la matanza sin sentido de la guerra. Aun cuando ya había voces que alertaban sobre la desigualdad y el imperialismo, y las vanguardias artísticas adelantaban en sus ensayos la violencia con la que se resolverían las tensiones aparentemente ocultas entre tradición, consumo, imperio y tecnología, nadie fue capaz de imaginar la verdadera dimensión de aquel enfrentamiento.

Por citar apenas un puñado de primicias, en este conflicto se usaron por primera vez los aeroplanos, los tanques y las armas químicas; los servicios médicos para tratar a millones de heridos vivieron una revolución basada en transfusiones, antisépticos y anestesias, entre otras cuestiones; y la movilización masiva de personas alfabetizadas dio como resultado un registro jamás visto hasta el momento sobre la guerra.