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Jorge Luis Montes nació en la ciudad de Buenos Aires. Es autor de los libros de cuentos: Relatos Discontinuos, Tatuada en mi piel y Futuro Pasado, escritos con una mirada muy particular sobre las relaciones humanas, al igual que su novela Terapia de café. En esta nueva propuesta, la ficción se mezcla con la realidad de manera dinámica, mostrando personajes que intentan vencer sus traumas y dudas existenciales de manera poco convencional. Desde una doctora que bucea en las vidas pasadas de sus pacientes, la magia y superstición en el día de los enamorados, ¿el más allá existe?, ¿un viaje en el tiempo al pasado o al futuro?, el amor, la codicia y el miedo en tiempos de virus. Cuentos eclécticos para todos los gustos. El lector se sumergirá en un mundo distinto. Nada es lo que parece y cuando lo lean, verán que hasta la verdad puede resultar una mentira perfecta.
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Seitenzahl: 131
Veröffentlichungsjahr: 2023
JORGE LUIS MONTES
Montes, Jorge Luis El asesino del tiempo / Jorge Luis Montes. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3745-4
1. Cuentos. 2. Relatos. 3. Narrativa. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Todos los hechos y personajes de las historias que aquí se cuentan son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad es una mera coincidencia.
EL 14 DE FEBRERO A LAS 13 HORAS
UNA MASCOTA PARA TITO
DEMASIADO TIEMPO DESPUES
LLEGAR A TIEMPO
INOLVIDABLES
DOS AMIGOS
CODIGOS
EL DIA QUE CAMBIO SU VIDA
LA VISITA INESPERADA
EL QUE ROBA A UN LADRON
SAN VALENTIN NO DESCANSA
RUTINAS
LAS COLUMNAS
MILENA
LA INEFABLE HISTORIA DE MAXIMO ANORMAL
EL ULTIMO CUENTO
EL ASESINO DEL TIEMPO
SECRETOS DEL PASADO
LA DESPEDIDA
NO VACUNADA
LA MAS GRANDE HISTORIA JAMAS CONTADA
HASTA MAÑANA
FUTURO EN EL PASADO
Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, estamos condenando el futuro sin conocerlo”.
Francisco de Quevedo
Cinco minutos bastan para soñar toda una vida
Mario Benedetti
A la memoria de mis padres y hermano
Somos nuestra memoria, somos ese museo quimérico de formas cambiantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges
Jamás le había dado importancia al día de los enamorados. El amor y la amistad eran una celebración del catorce de febrero. Un festejo que con los años se expandió por el mundo , como una bendición publicitaria y consumista. Estar acompañado o no en esta fecha, era algo indispensable años atrás. Pero con el correr del tiempo, las relaciones humanas tomaron caminos impredecibles y llegamos al año dos mil veintiuno, en plena pandemia a momentos difíciles y de aislamiento. Las redes impulsaron con los años, los memes, las imágenes, los chistes y bromas que con sorna transformaron al día de San Valentín en un mar de protestas, enojos, soledades, venganzas y perturbaciones familiares o de pareja, como lo que a veces ocurría con la Navidad. A Barbara la conocí hace más de una década. Lo nuestro fue un gran amor, donde la pasión nos mantuvo unidos, a pesar de vivir cada uno en su departamento. Compartimos bellos momentos. Ella adoraba los catorce de febrero. Los veía como una confirmación de lo nuestro. Pero aquel domingo del día de los enamorados, me dijo.: Para que pagar dos alquileres, si estamos casi siempre juntos. No era del todo verdad. Había fines de semana que no nos veíamos, ya fuera por motivos laborales o salidas con amigos o amigas. No quería que la rutina, destruyera algo tan bello y volcánico como lo que vivimos varios años. A pesar de todo, no solo era razonable su propuesta, sino que caía por su propio peso lo que debía ocurrir. No pude sin embargo aceptarlo. Empezaron los ataques de pánico. Nunca los había tenido. Mi psicólogo me dijo que era una negación a la responsabilidad seria de formar una familia o al menos un hogar con la pareja que tan bien habíamos construido entre los dos. El insomnio fue el paso siguiente. La idea de despertar cada mañana, el resto de mi vida a su lado, me provocaba una sensación de miedo a que, entre nosotros, se perdiera la magia de nuestro amor apasionado. Me dijo que, si había dejado de quererla, se lo dijera de frente. No quería que el compromiso rompiera lo nuestro. Convivir todos los días no era fácil. Por más que me lo propuse y lo intenté, el fracaso de mis contramarchas, llevó al fin de la relación. Y nunca convivimos de manera permanente. Me negué y ahí termino todo. Del amor, pasamos al odio casi visceral. Se fue derrumbando lo que habíamos logrado, en pocos meses. Jamás le había dado importancia al día de los enamorados, incluso hasta el domingo de hoy, en el que estoy solo y enemistado con mi última ex. Desde que con Barbara nos dejamos, no volví a tener una pareja estable. Por un motivo u otro, algo fallaba en mí. Tal vez me había equivocado y me tendría que haber arriesgado con ella . Fui un cobarde y traté de volver , pero ya era tarde. Para mortificarme, me enviaba fotos y me mostraba sus nuevas conquistas, como ella las catalogaba. Y las dejo cuando quiero, me decía. No voy a amar a otro como te amé a vos. Me defraudaste. Entonces le supliqué regresar , que vivamos juntos, que me había equivocado, le pedí mil veces perdón, pero no hubo forma de reconciliarnos.
No presté atención a lo que me dijo de una venganza. Supuse que el despecho, mi falta de decisión la hacían decir eso y actuar de la manera que actuaba.
Me sentí un miserable insecto, un reptil que ni con arrastrarse conseguía consuelo. El arrepentimiento no era suficiente. Extrañarla se me hizo costumbre y entonces, hace una semana, comenzaron los dolores y las secuelas del accidente que había tenido en bicicleta un año y medio atrás. Las rodillas se me aflojaban, me faltaban fuerzas. Debería haberla bloqueado. Lo pienso hoy y me arrepiento de no haberlo hecho. En la madrugada de hoy, domingo de San Valentín, comenzaron los mensajes por WhatsApp . Imaginé que era Barbara. No era el número de teléfono de ella y además aparecía una foto que no mostraba el rostro de la dueña o dueño de la línea. Veía un muñeco de peluche. Amplié la foto y parecía tener clavado un alfiler en lo que aparentaban ser las dos rodillas. Te amé tanto mi amor. ¿ Qué vas a hacer hoy catorce a la tarde? ¿Lo vas a pasar solo?
Todos esos mensajes se repetían como si fuesen una cadena de reproches. Me parecía una broma descarada, una ironía innecesaria. ¿Sospechaba de Barbara, pero si fuera mi ex actual o algún novio despechado? Hacía dos meses que habíamos terminado con Laura, mi última ex. Nos bloqueamos mutuamente. Sobre las diez de la mañana, sentí que se me partía la cabeza. La tensión por todo esto me estaba matando. Mas mensajes aparecieron en la pantalla de mi celular. Todos eran intrascendentes , pero uno me llamo la atención.
Catorce de febrero a las trece horas . Medité un buen rato y me acordé que a esa hora y en esa fecha, habíamos terminado con Barbara. Las coincidencias, en estas circunstancias, hacen dudar y uno tiende a pensar cualquier disparate. También recordé el esoterismo y las ciencias ocultas de las que gustaba Barbara conversar y que se fueron haciendo insoportables antes de separarnos . Observé de nuevo con detenimiento la foto del perfil del WhatsApp que enviaba los mensajes. Ahora el muñeco de peluche, tenía un alfiler en la cabeza. No era casual lo que estaba ocurriendo. Nunca creí en este tipo de supersticiones. Magia negra, magia blanca, uniones y ataduras sentimentales.
A veces discutíamos sobre estas supercherías, como solía decirle a Barbara. Es absurdo creer en estas cosas y ella decía la antigua y trillada frase: No creas en brujas, pero que las hay las hay.
La técnica de los muñecos con alfileres para hacer maleficios y practicar venganzas, se conocía como vudú. Sabia poco de la practica africana y dudaba de este tipo de procedimientos. Un dolor en el pecho me hizo tambalear y caer sobre el sofá del living. Es una locura– . Estas cosas no suceden.
Mis rodillas flaqueaban, la cabeza parecía que me iba a estallar y un agudo dolor en el corazón que me sofocaba, me estaba dejando en dificultades para respirar con normalidad.
Estaba intentando hacer un llamado a emergencias, pero no podía ingresar en el teléfono. Se había tildado en el WhatsApp. Tampoco me dejaba reiniciarlo. Aturdido por los dolores, me entró un mensaje de voz en el celular.
—Soy yo.–era la voz de Barbara o en medio de mis padeceres, creí reconocerla.
La voz, sin embargo, sonaba lúgubre, como si fuese fingida.
—En la vida todo vuelve. Cuando uno rompe el hechizo de amor, alguien cumple el mandato de su destino.
No puedo creer que sea ella. De pronto el mensaje fue eliminado. No quedaban pruebas .
No me podía estar pasando esto a mí. Mientras termino de grabar lo que me está pasando, por momentos siento que me voy a desmayar. Cada vez me cuesta más respirar.
No obstante, si me llegase a ocurrir algo, que es una probabilidad a tener en consideración, que la policía investigue y revise todos los mensajes recibidos que tuve en el día de hoy, domingo de San Valentín.
Solo me queda una vaga esperanza. Mientras miro el reloj de pared que marca las doce y treinta, aguardo con impaciencia el correr de los minutos.
En mi memoria quedo grabado el mensaje que decía : catorce de febrero a las trece horas.
El tic tac del reloj de pared que tengo, parece retumbar en el silencio de mi departamento. .
Por última vez, mientras mis ojos se nublan y mi cuerpo parece estallar en medio de mis ahogados lamentos, ya sin fuerzas, miro de soslayo la foto de perfil del WhatsApp de la persona que me estuvo atormentando con los mensajes, que ahora cesaron, no sin antes comprobar, que todos los WhatsApp recibidos, han sido prolijamente eliminados, en un posible intento de no dejar huellas de su paso en mi WhatsApp. No puedo hacer el llamado a emergencias por más que trato. No me quedan fuerzas .Estoy con los dedos de mis manos agarrotados. Pero la foto de este perfil desconocido, tiene ahora un muñeco de peluche, que parece un calco mío, como si hubiese sido hecho con artesanal esmero. Y la cantidad de alfileres que tiene clavados en la superficie, lo asemejan a un alfiletero.
Espero, con premura, ansiedad y bastante miedo , lo que pasara, este domingo catorce de febrero, día de San Valentín, a las trece horas .
Para comprobar si soy víctima de un maleficio o qué .
Tengo la certeza que no existen las brujas.
Pero en unos minutos, voy a enterarme si es cierto que las hay.
Tito tenía una extraña predilección por las mascotas exóticas y distintas. Paladar negro para elegir una compañía. Los que lo conocíamos , pensábamos que era un poco extravagante. Solía cazar mariposas para guardarlas vivas en un frasco de vidrio, al que le ponía su correspondiente tapa, haciéndole agujeros pequeños para que los lepidópteros multicolores que atrapaba, pudiesen respirar. Pero como lo hacía con ramas de árboles, en general, las maltrechas mascotas, con sus alas despedazadas producto de los fuertes golpes de hojas y ramas, morían en pocas horas. Tal vez una red resultaba mejor idea para cazarlas. Pero era su estilo, el mismo que usaba para los sapos o ranas que solía perseguir en la casa de campo de su tía Eulogia. Tuvo una tortuga muy inexpresiva y dócil, a la que un día le perdió el rastro. Con sus dotes detectivescas le siguió la pista y la encontró. Sus vecinos , de dudosa profesión se la habían comido en sopa. Así se lo dijeron y Tito, rojo de furia, les creyó. En realidad, la había aplastado un auto cerca de su casa. Y al descubrir los restos del infortunado quelonio, la pena se apoderó de él, ante su irreparable pérdida, a pesar que intento rearmarla como si se tratase de un juego de rompecabezas. Un día, cargado de curiosidad, intentó amaestrar moscas, para ver como serian si las transformaba en mascotas. Luego de varios intentos, los sucesivos fracasos lo hicieron desistir. Las moscas obedecían, pero, además de morir a los pocos días, durante el periodo de adiestramiento, se encariñaban en exceso con él y cuando despertaba en las mañanas, o incluso durante la noche, le acariciaban distintos puntos de la cara, perturbándole el descanso del sueño.
Parecía renunciar a tener una mascota, por así decirlo, común y corriente. Los hámsters le parecían muy sucios, canarios y otros pájaros le gustaban, pero había días que no quería escucharlos cantar, por eso desistió de comprarlos.
El día de su cumpleaños 18, le regalaron un perro de yeso , casi tamaño natural. Un fox terrier cachorro parecía ser o algo así. Pensó que era una broma de su tía Eulogia o su primo Bernardo. Ninguno se hizo cargo del regalo que apareció en la mesa del living de la casa donde vivía con sus padres. En realidad, seria importado de Europa, pensó, tal vez de un país escandinavo o eslavo, ya que no se veía sello alguno del país de origen y prefirió no enterarse, ya que la primera impresión que tuvo, fue de tirarla a la bolsa de la basura. Le resultó ridículo recibir un obsequio así. Tal vez un gato de Angora o una iguana pequeña, hubiese sido mejor idea . Lo llevó a su dormitorio y lo apoyó sobre el escritorio, donde hacia su tarea para la escuela.
Al segundo día notó algo extraño. Los ojos del perro se habían vuelto amarillos , como si el yeso estuviera húmedo. Con el paso de los días, vio la aparición de un par de colmillos y una incipiente cola, que de a ratos parecía moverse. Me contó que, entre sueños, una noche lo había escuchado ladrar. Lo mire con asombro. Me había invitado aquel día para mostrármelo. Y era cierto. Lo que parecía un perro de yeso, ya no lo era.
Ni siquiera era un fox terrier . Ahora parecía un perro albino, blanco y con los ojos amarillo claros. Lo colocó en el piso y ante el asombro de los dos, el perro comenzó a moverse con torpes movimientos al principio. Luego de un rato, empezó a husmear como si fuese un cachorro y con sus dientes, porque ahora además de los colmillos, tenía una dentadura blanca como si fuese de mármol, mordisqueaba las patas de la cama. Quede atónito . Tito se alegró al ver cómo se movía y dijo: – Tanto que busque una mascota original y al fin la tengo. Me echó de repente, casi a los empujones, porque me dijo que quería estar a solas con su nueva mascota.
Días después comenzó a pasear con Anacleto, tal el nombre que le puso, por todo el barrio. Lo llevaba a la plaza. Anacleto caminaba un poco rígido, como si sus articulaciones de yeso, le limitasen sus movimientos. Claro está que no comía, no hacia sus necesidades y sus ladridos se asemejaban a los de un perro disfonico. Los otros perros que se le cruzaban cuando lo sacaba a pasear, lo miraban de soslayo, con desconfianza, como si no supiesen lo que era en realidad, un perro de yeso con movimiento. Ninguno se le acercaba. Tal vez tuviese algún mecanismo secreto, o pilas solares, algún chip interno, que lo hiciese mover como si fuese un perro casi normal y que a la vez ahuyentaba a las demás mascotas.
Una tarde , mientras lo paseaba, el veterinario del barrio le dijo que lo llevase a vacunar y desparasitarlo. Tito se rio con ganas, pensando que le estaba jugando una broma. Se jactaba entre sus amigos y conocidos, de tener un compañero ideal, tal ven no tan cariñoso como los perros comunes o de raza, pero siempre fiel , como un guardián protector. Los vecinos, se fueron acostumbrando a su paso gallardo y torpe. En los más pequeños causaba miedo en ocasiones y risas nerviosas en la mayoría de los que observaban su andar diferente y su cuerpo casi tieso.
Una tarde de enero ,en pleno verano, el calor derretía hasta las más serias ganas de hacer algo distinto, como no sea darse duchas o ir a una piscina para remojarse un buen rato.