El beso de Andrómaca - Hernán Rodríguez Vargas - E-Book

El beso de Andrómaca E-Book

Hernán Rodríguez Vargas

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El primer beso político de la historia es el beso que Héctor, domador de caballos, dio a su hijo Astianacte en el nombre de Ilión. El más romántico, ha sido el beso que Homero no narra, el que el héroe troyano diera a Andrómaca, ese mismo beso que el lector imagina entre las lágrimas. Pero si ese beso que no fue, o aquel que fue y Homero no dijo —o no quiso decir, ya que Homero fue el primero a enseñarle a los poetas cuanto de poético hay en lo no dicho—, ese beso, ese último beso, hubiese sido también político. No sólo por el gesto en sí, antes de donar la vida por Troya, para conquistar la gloria o para recibirla de manos del colérico Aquiles, sino por la capacidad de aquella dolorosa escena de despertar pasiones políticas a través del relato oral y visual que acomuna todos aquellos que participan de aquel momento en el que épica y tragedia coinciden. La semántica de los gestos narrados por Homero plasma una cierta visión del mundo que, a lo largo del tiempo, mantiene unas ciertas líneas de continuidad. La más importante de todas: aquella que va de lo privado a lo público, aquella que se queda en lo más íntimo de cada uno de nosotros y establece un código moral, que pasa por el cuerpo y deja una huella sutil pero inquebrantable, cuando los labios de los amantes salen al encuentro, circulan de los padres a los hijos y establecen lazos inquebrantables de amistad.

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HERNÁN RODRÍGUEZ VARGAS es Doctor en Historia Contemporánea de la Università degli Studi di Salerno. Ha realizado sus estudios posdoctorales en el Istituto Italiano per gli Studi Storici Benedetto Croce de la ciudad de Nápoles.

Su trabajo de investigación se concentra principalmente en algunos de los más importantes espacios de construcción nacional decimonónicos del mundo Atlántico, dentro de los cuales jugaron un papel fundamental tanto las guerras y los conflictos civiles como la producción, la difusión y la circulación de imágenes.

 

El primer beso político de la historia es el beso que Héctor, domador de caballos, dio a su hijo Astianacte en nombre de Ilio. El más potente ha sido el beso que Homero no narra. Aquel que el héroe troyano diera a Andrómaca, ese mismo beso que el lector imagina entre lágrimas. Pero ese beso que no fue, o aquel que fue y Homero no dijo —o no quiso decir, ya que Homero fue el primero a enseñarles a los poetas cuánto de poético hay en lo no dicho—, ese beso, ese último beso, hubiese sido también político. No solo por el gesto en sí, antes de dar la vida por Troya, para conquistar la gloria o para recibirla de manos del colérico Aquiles, sino por la capacidad de aquella dolorosa escena de despertar pasiones a través del relato que une a todos aquellos que participan de aquel instante fatídico en el que épica y tragedia confluyen.

La semántica de los gestos narrados por Homero plasma una cierta visión del mundo que, a lo largo del tiempo, mantendrá una línea de continuidad: aquella que va de lo privado a lo público, que se queda en lo más íntimo de cada uno de nosotros y establece un código estético y moral. Dicho código pasa por el cuerpo, y deja una huella sutil pero inquebrantable cuando los labios de los amantes salen al encuentro, circulan de padres a hijos, configuran lazos de amistad y establecen relaciones incondicionales e imperecederas.

 

© De los textos: Hernán Rodríguez Vargas

 

Madrid, 1ª edición, marzo 2024

EDITA:

La Huerta Grande Editorial

 

Serrano, 6. 28001 Madrid

 

www.lahuertagrande.com

Reservados todos los derechos de esta edición

ISBN: 978-84-1865-750-4

Diseño cubierta: Editorial La Huerta Grande según idea original de Tresbien Comunicación

Producción del ePub: booqlab

 

 

Serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.

«Amor constante más allá de la muerte»,

FRANCISCO DE QUEVEDO

Béseme de besos de su boca; porque buenos [son] tus amores, más que el vino.

Cantar de los Cantares,

FRAY LUIS DE LEÓN

Se llama Andrómaca. Se dice que Héctor la ama por encima de todas las cosas.

La canción de Aquiles,

MADELINE MILLER

ÍNDICE

EL BESO DE ANDRÓMACA

Introducción

I.La patria en peligro (1799). El beso revolucionario o la otra historia del beso francés

II.Episodio de la juventud (1859). El beso de un plebiscito cotidiano

III.En la cama (1892). El beso de la transgresión

IV. Casi un beso durante la guerra civil española (1936)

V. En Times Square. Don’t political correct (1945)

VI. El beso bolchevique (1990)

VII.Der Kuss sobre los muros de Siria (2011)

VIII.Coronavirus (2020). El beso metafísico

IX. Una pareja en Irán y la boda de Járkov (2022)

Epílogo

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

El primer beso político de la historia es el beso que Héctor, domador de caballos, dio a su hijo Astianacte en nombre de Ilio. El más potente ha sido el beso que Homero no narra. Aquel que el héroe troyano diera a Andrómaca, ese mismo beso que el lector imagina entre lágrimas. Pero ese beso que no fue, o aquel que fue y Homero no dijo —o no quiso decir, ya que Homero fue el primero a enseñarles a los poetas cuánto de poético hay en lo no dicho—, ese beso, ese último beso, hubiese sido también político. No solo por el gesto en sí, antes de dar la vida por Troya, para conquistar la gloria o para recibirla de manos del colérico Aquiles, sino por la capacidad de aquella dolorosa escena de despertar pasiones a través del relato que une a todos aquellos que participan de aquel instante fatídico en el que épica y tragedia confluyen.

Vio el héroe al niño y sonrió silenciosamente. Andrómaca, llorosa, se detuvo a su lado, y asiéndole de la mano le dijo: «¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares, ya que no tengo ni padre ni madre […]. Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo […].

Contestole Héctor, el de tremolante casco: «Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos si como cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los troyanos, manteniendo inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilio […]. Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto».

Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y este se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado, y rogó así a Zeus y a los demás dioses.

La semántica de los gestos narrados por Homero plasma una cierta visión del mundo que, a lo largo del tiempo, mantendrá una línea de continuidad: aquella que va de lo privado a lo público, que se queda en lo más íntimo de cada uno de nosotros y establece un código estético y moral. Dicho código pasa por el cuerpo, y deja una huella sutil pero inquebrantable cuando los labios de los amantes salen al encuentro, circulan de padres a hijos, configuran lazos de amistad y establecen relaciones incondicionales e imperecederas.

Para expresar del mejor modo lo que significa esa íntima relación entre besos, historias de amor y pasiones políticas, es necesario establecer algunas premisas.

Todo beso es político porque pertenece a la polis. Las explicaciones biológicas acerca de la pregunta ¿por qué nos besamos? resultan, aunque ricas e interesantes, insuficientes, debido a que las diferentes formas de comunicar emociones a través de los besos cambian de cultura a cultura. Podría decirse, en consecuencia, que los besos que nos interesan son patrimonio de la cultura occidental, aquellos cuya difusión en el tiempo se ha comunicado a través del ejemplo, de la imitación, de la configuración de relatos y de la producción de imágenes.

En uno de los largometrajes más importantes del siglo XX, Nuovo Cinema Paradiso (Cinema Paradiso, 1988), Giuseppe Tornatore elige hacer un gran homenaje al cine que lo ha precedido y que, durante décadas, nos había enseñado a enamorarnos, a amar la vida y a depositar en los besos el símbolo entrañable de ambas cosas. Se trata de la compilación de esas escenas censuradas, que no son otra cosa que aquellos besos que el gran público de aquel pueblo siciliano del mundo de Tornatore había tenido que imaginar, pero que nosotros, junto con el protagonista, tenemos el privilegio de ver uno tras otro. Todos aquellos besos, conjeturados o vistos a través de la gran pantalla, nos hacen soñar por su significado y las esperanzas que proyectan, como, por ejemplo, aquellas que se depositan en la idea del amor romántico. Esa peligrosa invención, cuyo pilar descansa en la idea de la monogamia y cuyo contrario —refiriéndome siempre a la idea del amor— no es la ausencia del mismo, sino la muerte. No importa cuántos casos relativos al fracaso de esta forma de amor existan, nosotros insistimos en soñar con su perfecta realización, esperando que un seguro azar, como diría Pedro Salinas, nos haga realidad una de las expectativas más altas y más irrealizables de la historia. Dado que este texto no se ocupa del amor romántico —o no de manera directa—, sino de su uso para comunicar otro tipo de experiencias humanas, conviene pasar a la siguiente premisa.

Si todos los besos son políticos, hay unos más políticos que otros. El lector de la Ilíada, como aquel remoto público que ha escuchado los cantos homéricos, puede perfectamente suponer que en la vida cotidiana de Héctor y Andrómaca, como en aquella de Paris y Helena, de Ulises y Penélope, hubo innumerables besos. Desde el despuntar del alba hasta la hora en la que se apaga la última estrella de la noche. Sin embargo, es el carácter de ese beso, del último entre Héctor y Andrómaca, donde, a través de la autoconciencia de la tragedia de los actores, se encienden las emociones del público lector que participa de la escena. Así, quien asiste a ella se enfrenta a una gran contradicción: desear que ese beso no sea el último y desear, al mismo tiempo, que sea exactamente lo que es, porque es allí donde descansa su sentido. Imaginemos que ese beso no hubiese sido el último y que el héroe regresa a casa, ¿no sería entonces uno más de una infinita serie? Tal vez solo el beso de un eventual retorno y victoria nos haría soñar de forma similar. Pero no. Es el beso del adiós definitivo, el beso de la derrota, el beso que anuncia la caída de Troya, el que nos estremece. Imaginando una comparación entre las dos escenas, la más poderosa es la que señala la posibilidad de que el héroe no regrese y de que ese beso sea el último. Entonces, nuestro verdadero deseo como público lector es, más bien, el de participar de aquella forma de inmolación que se consuma en el mismo instante en que Héctor muere a manos de Aquiles. Siendo aquel beso el último, no tiene tiempo para caer en lo prosaico de la vida cotidiana; siendo el último, es profundamente auténtico. No envejece ni se marchita y, a la vez, apunta a una causa que va más allá de lo que significa el gesto amoroso en sí mismo. Este es exactamente el punto.

El beso del héroe homérico le pertenece a toda la comunidad. Se trata de un beso público en su totalidad. Sale de cualquier tipo de espacio privado y se convierte en la última acción que el héroe realiza por todos los suyos. Establece una política de la piedad y del sacrificio por un bien mayor. Nuestros besos de todos los días, aunque profundamente íntimos, son públicos porque reflejan prácticas comunes de ser y de hacer, hemos dicho: pertenecen a la polis. El beso Político (con «P» mayúscula para distinguirlo de otros espacios de la cotidianidad) es entonces un beso que comunica una serie de ideas e ideales que descansan en el gesto, pero que, a la vez, van más allá del mismo. Entonces:

Cuanto mayor es el impacto del beso sobre las formas de ser y de pensar de una comunidad, mayor será su poder político. En este sentido, cada uno de los besos que forman parte de esta serie, tienen dos características fundamentales: la primera es que pertenecen al mundo contemporáneo, es decir, al periodo comprendido entre las tres grandes revoluciones atlánticas (la americana, la haitiana y la francesa) y nuestro presente. La segunda es que, a diferencia del pretexto literario que da forma, sentido y título a este trabajo, todos son besos que se han manifestado a través de diferentes dispositivos de la cultura visual de este mismo periodo histórico, desde la pintura a la fotografía, desde el arte callejero al digital.

Las imágenes que son aquí objeto de estudio se presentan como una rica fuente histórica en la medida en que se tiene en cuenta su papel en la construcción de ciertos imaginarios que, a su vez, se consolidan en otros discursos y en otros espacios visuales. Esto quiere decir que uno de los modos privilegiados para considerar la imagen como fuente histórica consiste en tener en cuenta su poder y su potencia