El beso de Dios - Prado Pérez de Madrid - E-Book

El beso de Dios E-Book

Prado Pérez de Madrid

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Beschreibung

En el siglo XIII, en Europa, un grupo de mujeres deciden liberarse de las ataduras que la sociedad y la Iglesia les imponen y vivir, desde la autenticidad, una vida plena basada en una relación de amor con Dios y un compromiso social con los más pobres de la sociedad. El presente libro rescata su historia, olvidada durante siglos, y revela sus implicaciones en el siglo XXI. La autora presenta su peculiar forma de vida y nos ofrece los principales rasgos de la vida y los escritos de algunas de las beguinas más relevantes: Margarita Porete, Hadewijch de Amberes, Matilde de Magdeburgo, Beatriz de Nazaret e Hildegarda de Bingen, que puede considerarse su precursora de las beguinas. El texto, que une historia, música, palabra, mística y compromiso, incluye propuestas de oración personal y comunitaria. Además, escaneando los códigos QR de cada capítulo, se accede a la audición contemplativa de las canciones del disco Trovadoras del Amor, inspiradas en los textos místicos de las beguinas.

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A Paco.

Bésame con los besos de tu boca.

Cant 1,2

Mi carne tiene ansia de ti.

Sal 63,2

Su padre lo vio de lejos, se le conmovieron

las entrañas; salió corriendo, se le echó al cuello

y lo cubrió de besos.

Lc 15,20

Tú eres mi deseo, el sentimiento de amor, dulce

refrigerio de mi pecho, beso apretado de mi boca.

Matilde de Magdeburgo,

La luz que fluye de la divinidad

Este beso es la unión por la cual se iguala

el alma con Dios por amor.

San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual,

Canción 24.5

Pongo mi vida en tus manos.

Te la doy, Dios mío,

con todo el amor de mi corazón,

porque te amo,

y porque para mí amarte es darme,

entregarme en tus manos sin medida.

Carlos de Foucauld, Oración del abandono

Él nos ha amado primero. Siempre está ahí.

Su amor es una presencia de eternidad.

Dios nos ama antes de que le amemos.

Roger de Taizé, Dios solo puede amar

Concédenos vivir en ti,

Danos la gracia de amarte

con todo nuestro corazón

HOAC y JOC, Oración a Jesús Obrero

Prólogo

Cuando Prado Pérez de Madrid me pidió que escribiera el prólogo de este libro, acepté inmediatamente, pues nuestra común pasión por las beguinas nos ha hecho confluir y ha suscitado una preciosa amistad entre nosotras. Ya conocía su creatividad, su finura espiritual y su sensibilidad, especialmente a partir de su disco Trovadoras del Amor. Allí Prado y su grupo, AuraMúsica, cantan unos poemas hondísimos, partiendo de las palabras de las beguinas. Pero a medida que me he ido adentrando en la lectura del libro, me ha invadido una profunda alegría y el deseo de proseguir la lectura y seguir acercándome, de la mano de Prado y su perspectiva orante, a cada una de las mujeres valientes y apasionadas que presenta. En mi humilde opinión, nos encontramos ante uno de los libros de lectura espiritual más «frescos», más sugerentes e interesantes de los últimos tiempos. Y no solo por su tema, las beguinas, sino por la forma en que son presentadas, desde la sintonía existencial y una gran complicidad, a través de lenguajes diversos, el poético, la música y el canto, la palabra y el silencio contemplativo.

Se podría comparar a la «Visitación»: mujeres que se encuentran, se alegran y saltan de gozo en su fecundidad. El encuentro de una mujer del siglo XXI, Prado, vibrando en sus entrañas con las palabras de otras mujeres, profundamente creyentes, como ella, con una misma sed de Absoluto y una gran pasión por Dios, por los otros, por la vida... Encuentro que suscita en nosotros, sus lectores, el deseo de incorporarnos a esa misma danza interior, a su canto, a su deseo de Dios y a su amor por los vulnerables, a tantos que quedaron y siguen quedando tirados en el camino... El título ofrece, con tino, el contenido y la intención que anima la obra: El beso de Dios. Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados, una espiritualidad de los cuidados, de la acción, enraizada en el profundo amor a Dios, como el de las beguinas. Estas mujeres, en sus escritos, expresaban su enorme deseo de Dios a través de la metáfora del amor, sirviéndose además de las imágenes del amor cortés de los trovadores, pues escriben como ellos en sus lenguas vernáculas, las lenguas del pueblo. De ahí que Prado las designe como trovadoras del Amor.

En el siglo XIII, como en nuestros días, las beguinas participaban del anhelo de una vida evangélica auténtica y constituyeron una forma particular de vivir: mujeres creyentes (mulieres religiosae), sin formar una orden religiosa ni hacer votos perpetuos, en medio del mundo, con una profunda vida de oración, una gran formación y, al mismo tiempo, una dedicación y servicio a los más pobres, el cuidado de enfermos y moribundos. Algunas vivían solas, otras en grupos más o menos grandes; y en ciertas regiones como Brabante (Bélgica y Países Bajos) se formaron grandes comunidades o beguinatos. Allí cada una tenía su propia casa en torno a un gran patio o jardín, con una iglesia para orar juntas y un hospital para cuidar a los enfermos y acoger a los transeúntes, los refugiados, los huérfanos. Además de hacer oración, personal y comunitariamente, las beguinas empleaban parte del día al trabajo manual, generalmente en el campo textil, lo que les daba una independencia económica. Pero también se ocupaban de enfermos y necesitados, enseñaban a los niños y se dedicaban al estudio y a la escritura. Sin embargo, a pesar del apoyo de las nuevas órdenes mendicantes, despertaron muchas suspicacias, por ser mujeres autónomas, inteligentes y libres, por escribir y hablar sobre Dios y no depender de ningún varón, marido o superior religioso masculino. Con cierto humor respondía una beguina a la interpelación de un profesor y clérigo de la prestigiosa Universidad de París; testimonio recogido en un manuscrito de mediados del siglo XIII:

Vosotros decís, y nosotras hacemos. [...]

Vosotros ilumináis, y nosotras ardemos.

Vosotros creéis, y nosotras sabemos. [...]

Vosotros buscáis, y nosotras encontramos. [...]

Vosotros producís sonido, y nosotras cantamos.

Vosotros cantáis, y nosotras danzamos. [...]

Vosotros probáis, nosotras saboreamos[1].

Esta beguina anónima apunta a un conocimiento existencial, fruto de la contemplación y de la acción, que va más allá del que se adquiere en los libros, una sabiduría y un saborear el encuentro con Dios y su amor, desde el canto y la danza. Pues la experiencia del Absoluto es desbordante y trasciende todos los conceptos y definiciones. Solo el lenguaje simbólico evoca tal vivencia sin pretender apresarla. Y por eso este libro es tan sugerente: porque, al igual que las beguinas, Prado se vale de poesías, de música y canto para aludir al beso de Dios en nosotros.

Así, tras una presentación de la forma de vida de las beguinas, cada capítulo se detiene en una beguina relevante, ofreciendo con rigor e interés los principales rasgos de su vida y de sus escritos: Margarita Porete (la música del silencio), Hadewijch (el deseo de Dios), Matilde (el beso de Dios); y las monjas Beatriz de Nazareth (vivir la locura de Dios) e Hildegarda de Bingen (la inmensidad del amor). Como colofón, en cada capítulo se brinda además una propuesta de oración, acompañada de las hermosas canciones de Prado Pérez de Madrid y su grupo AuraMúsica.

En el séptimo capítulo, titulado «Trovadoras del amor», descubrimos el «secreto» que atraviesa todo el libro, y que lo fundamenta. Las beguinas no son algo del pasado: «Si abrimos bien los ojos podemos verlas –escribe Prado–, están entre nosotros. Yo las he visto en la calle, recogiendo a sus nietos del colegio, las he visto en los hospitales durante la pandemia, luchando hasta la extenuación, agarrando la mano de moribundos, proporcionando consuelo a los enfermos. [...] Las he visto en la política, trabajando por hacer un mundo más justo. Están creando belleza, haciendo música, pintando, escribiendo poesía. Las he visto en la Iglesia, abriéndose paso entre el clericalismo y el poder de los hombres. Las he visto, están entre nosotros. Si observamos con atención podemos ver que todas ellas tienen la impronta del beso de Dios en sus rostros».

Decía un adagio platónico muy apreciado por el Maestro Eckhart, que también acompañó a muchas beguinas, que «lo semejante conoce a lo semejante». Y sí, Prado conoce bien a las beguinas, con ese conocimiento experiencial e íntimo, porque ella es también, en cierta medida, como ellas, es una de ellas. Su fe profunda, su dedicación a la medicina, al cuidado de tantos enfermos durante la pandemia, su compromiso político y social, su acción y su oración, palabra y silencio. Y la música de Dios resonando en su corazón. Es lo que se trasluce de sus propias palabras:

Nunca sabré si fui yo la que las busqué o fueron ellas las que me buscaron a mí para traspasar el límite del tiempo y hacerse presentes hoy; para aportar profundidad y solidaridad a estos días tan desnaturalizados e inciertos que nos ha tocado vivir. Yo solo quiero que me enseñen a ser como ellas, que me enseñen a descubrir la inmensidad de ese Amor tan grande en el que ellas vivieron, que me enseñen a saciar esa sed y ese deseo que incendia mi corazón, que me enseñen a resistir en la noche, que me enseñen a traspasar la oscuridad y a abrazar la claridad. Yo también quiero vivir como ellas con el beso de Dios en mi rostro. Yo también quiero ser trovadora del Amor.

¡Y vaya si lo logra! Este libro es todo un canto y, a través de sus líneas, Prado Pérez de Madrid despierta en sus lectores ese mismo deseo: que podamos vivir, también nosotros, al igual que las beguinas, arraigados en ese profundo amor de Dios y lleguemos a ser, de algún modo en nuestras vidas, «trovadores de su Amor». Por ello solo me queda invitar a su lectura y dejar que cada cual pueda hacer, ayudado por el libro, esa experiencia de silencio contemplativo y experimentar, quizá, como las beguinas, el beso de Dios.

Silvia Bara Bancel,

profesora de la Facultad de Teología

de la Universidad Pontificia de Comillas

[1] Se puede leer el texto completo en Silvia Bara Bancel, «Las beguinas y la regla de los auténticos amantes», en Mujeres, mística y política, Verbo Divino, Estella 2016, 85-86.

Introducción

Escribo este libro por encargo de la editorial San Pablo, pero debo reconocer que es una de las propuestas más bonitas que he recibido en mi vida. Contar la historia de otras mujeres me ha ayudado a interpretar la mía propia. Revivir sus sentimientos, sus dudas, sus miedos, sus alegrías, sus pasiones, sus emociones, sus oraciones, me ha permitido romper el límite del tiempo y hacerme una con ellas. Es esa atmósfera mágica que nos envuelve a las mujeres cuando nos encontramos, que nos permite entablar relaciones entre nosotras como si nos conociéramos de toda la vida y que solemos llamar sororidad.

Yo también soy mujer como ellas, y aunque nos separan alrededor de ochocientos años, me he dado cuenta de que eso del tiempo es algo relativo, tiene menos importancia de la que pensamos. Lo importante es la vida, lo que vivimos, lo que sentimos, lo que amamos, lo que deseamos, en lo que creemos y eso es algo parecido entre nosotras. Nuestros circuitos neuronales son similares. No quiero decir con ello que todas vivamos lo mismo, tengamos los mismos sentimientos y pensemos de igual manera, no. Lo que quiero decir es que tenemos la capacidad de entendernos, de comprendernos, aunque pensemos y vivamos cosas distintas.

Estoy felizmente casada y soy madre de cuatro hijos, ello me ha permitido desarrollar una capacidad de supervivencia que ni yo misma sabía que poseía ante las circunstancias más extremas; es decir, las normales que se puedan plantear en el día a día de una familia numerosa.

Heredé de mi madre el amor por la música y la sensibilidad espiritual, y de mi familia paterna la vocación de sanar. Y así comencé una doble andadura aprendiendo el arte de la Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y el de la Música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, en el que estudié Canto y Musicología y Piano en el Conservatorio Marcos Redondo de Ciudad Real. Nunca tuve claro por cuál de las dos vocaciones decidirme, pues cuando me escoraba hacia una de ellas, sentía que era infiel a la otra, así que decidí caminar con las dos mochilas a la espalda, intentando compaginar de la mejor manera que podía las exigencias de una y otra. No digo que haya sido siempre fácil, pero sí que gracias a ello he conseguido tener los pies en la tierra y en el cielo a la vez, o cada uno en un sitio, así que cuando conocí la vida de las beguinas, tan místicas y con un compromiso social tan fuerte, hubo algo en ellas que me resultó familiar.

Desde pequeña, mi fe fue creciendo al mismo tiempo que yo, como algo natural. Mi madre se encargó de que así fuera. Y de esta manera, al mismo tiempo que aprendía a ser autónoma en las actividades de mi vida diaria, fui aprendiendo a rezar, a amar a Dios y a portarme lo mejor que podía con los que me rodeaban, aunque no siempre lo conseguía. En mi adolescencia tuve el primer encuentro con Jesús y aquello me trastocó bastante, tanto que desde entonces no he podido apartarlo de mi lado. Su insistencia por ser parte de mi vida fue tal, que al final me rendí y emprendí el camino de la vida junto a él (Jer 20,7: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, fuiste más fuerte que yo y me venciste»). Y así fue como poco a poco fuimos fraguando una amistad cada vez más profunda, entre oraciones, cantos y silencios vividos en la comunidad de Taizé y en la parroquia redentorista del Perpetuo Socorro de Madrid.

En Taizé comprendí que la lucha y la contemplación[2] van de la mano. Quizá fue por eso por lo que, cuando sentí el beso de Dios sobre mi rostro, me dediqué en cuerpo y alma durante doce años de mi vida a la política, con sus grandezas e imperfecciones, porque trabajar por el bien común requiere «mancharse las manos». Desde mi experiencia, asumo totalmente las palabras del papa Francisco: «Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros, cristianos, no podemos jugar a Pilato, lavarnos las manos: no podemos. La política es la forma más alta y exigente de la caridad. Si los cristianos se desentendieran del compromiso directo en la política, sería traicionar la misión de los fieles laicos, llamados a ser sal y luz del mundo también a través de esta modalidad de presencia»[3]. También Benedicto XVI hace referencia a ello en Deus caritas est (29): «Los laicos están llamados a participar en primera persona en la vida pública». En Fratelli tutti, el papa Francisco propone el «amor político» (180-182) como una práctica imprescindible para luchar contra la pobreza y las desigualdades. Él siempre afirma que no basta con el amor interpersonal o la beneficencia.

A través de mi militancia en el PSOE y con el apoyo de Cristianos Socialistas emprendí mi tarea de gestión de recursos sociales primero municipales, como concejala, y luego provinciales, como Delegada Provincial en Ciudad Real de la Consejería de Bienestar Social de Castilla-La Mancha. Considero que la participación activa en política es algo que todos los ciudadanos deberíamos hacer en algún momento de nuestra vida. Nos ayudaría a comprender cómo se ven las cosas desde el otro lado y las dificultades que entraña administrar los anhelos y esperanzas de la gente. Seguro que descalificaríamos menos e impregnaríamos de respeto y tolerancia el espacio público.

Viví ese tiempo como un servicio, siendo consciente de lo afortunada que era por la oportunidad que se me brindaba de hacer el bien, de transformar la realidad que me rodeaba, de ejercitar el amor político como nos pide el papa Francisco, de mejorar la vida de las personas y amar el bien común, algo que me pareció fascinante. Conocí de primera mano el dolor y las dificultades de las personas con discapacidad, de los menores desamparados, de los menores inmigrantes que llegaban a nuestra tierra en los bajos de camiones, de las mujeres maltratadas, de las personas mayores dependientes, de los inmigrantes, de las personas sin techo y trabajé junto a todos ellas buscando esa justicia social que hace que el mundo sea más habitable y humano, que se parezca más al soñado por el Dios de Jesús.

Tenía claro que la política no está hecha para quedarse anclado en ella, porque la adicción al poder no es algo bueno, nos aleja de la realidad, y al final nos acostumbramos a él y nos olvidamos de servir. Además, sabía que cuanto más tiempo estuviera, la tentación de permanecer, aun a costa de lo que fuera, es más fuerte, por eso retomé de nuevo mi vida profesional en el lugar en el que la había dejado, pero llevando a mis espaldas lo vivido y el encuentro fraterno con los últimos, cosa esta que cambiaría mi modo de estar en el mundo.

Y ahora, con las manos repletas de ilusión, emprendo este nuevo oficio del arte de la palabra, para dar voz a quienes la historia ha silenciado. Porque la voz, el sonido, la palabra, fue el primer gesto de la creación[4], aquello por lo que fueron creadas todas las cosas «per Verbum tuum omnia creata sunt» (por tu Palabra todo ha sido creado)[5] por eso este libro une palabra y sonido. De hecho, el propio origen del libro está en la música. Surge de la idea de desarrollar las canciones del álbum Trovadoras del Amor[6] (AuraMúsica) con el que dimos vida a los textos y poemas de mujeres místicas medievales. La música, por tanto, está en las entrañas del libro. Y lo digo en sentido literal y figurado. Literal, porque en cada capítulo hay un código QR para escanear y poder escuchar la canción correspondiente, y figurado, porque la esencia misma del libro, el tema de fondo que une a todas las protagonistas, es esa sinfonía de la que nos habla Hildegarda de Bingen, ese principio divino, esa prima vox[7] que es el origen de todo.

Por las páginas del libro aparecen mujeres como Margarita Porete, Hadewijch de Amberes o Matilde de Magdeburgo, beguinas; Beatriz de Nazaret, que no fue beguina, pero sí estuvo muy cerca de ellas, e Hildegarda de Bingen que vivió un siglo antes que las beguinas y de alguna manera fue una precursora. Lo cierto es que todas ellas comparten esa pasión por el Amor, todas sintieron en lo más profundo de su ser el beso de Dios, y eso cambió por completo sus vidas, su manera de estar en el mundo y las lanzó a vivir el compromiso social como algo nuclear de su propia existencia. Cada una de ellas tiene dedicado un capítulo en el que he querido dar a conocer su vida, su obra, sus anhelos y su relevancia hoy, porque sus escritos, sus historias de vida y su pensamiento son de una actualidad asombrosa.

Todas, excepto Hildegarda, escribieron en lengua vernácula, en la lengua de la calle, la que hablaban cotidianamente, para que todo el mundo las entendiera, en lugar del latín que era el lenguaje culto utilizado para la escritura. Modestamente, he intentado seguir su ejemplo y emplear un lenguaje sencillo, que sea comprensible para todos, porque la mística no es algo de unos cuantos iluminados, la relación con la trascendencia es algo inherente al ser humano, está en sus propios genes. Todos estamos hechos para vivir en profundidad lo cotidiano, solo así nuestra existencia tendrá sentido y será más plena. Hablando de lenguaje, en el libro le doy un sentido inclusivo siguiendo las recomendaciones y las normas de la Real Academia Española de la Lengua (RAE)[8].

No es un libro académico ni pretende serlo. Tampoco divulgativo en el sentido estricto de la palabra. Es sobre todo, un libro instrumental, para ser usado, para que los textos que en él aparecen nos lleven al encuentro con Aquel que se hizo carne y nos besa. Así, al final de cada capítulo hay un apartado titulado «Orar con» en el que sugiero una propuesta de oración personal o comunitaria con cada una de las mujeres del libro. Es una manera de hacerlas presentes en Dios, de sabernos unidas, en comunión, y una forma de emplear todo el potencial que esconden sus escritos como medio para introducirnos en la oración. «Orar con» es compartir sus mismos sentimientos, su misma vida para descubrir al igual que lo hicieron ellas que estamos habitados por una realidad que nos trasciende y nos besa.

«Orar con» tiene una estructura similar en todos los capítulos. Comienza con una «Introducción» utilizando alguna frase corta de la autora correspondiente, repitiéndola al compás de la respiración para facilitar el recogimiento interior, a modo de oración del corazón, a lo que me referiré con más detenimiento en el primer capítulo.

En el siguiente paso, la música comparte protagonismo con la palabra. La música es un elemento fundamental en la oración. Escuchándola «el hombre suspira y gime recordando la armonía celeste»[9]. Es la respuesta del hombre al beso de Dios. Tiene la propiedad de actuar sobre el alma modificando sus estados de ánimo. Y entre sus atributos, se encuentra la capacidad de acercarnos al Misterio. Escaneando el código QR accedemos a la audición contemplativa[10] de una de las canciones del disco Trovadoras del Amor[11], inspirada en textos místicos de los que trata el capítulo respectivo.

Y «La palabra de Dios nos ilumina», nos da vida, porque está viva. Leer un texto bíblico acorde con el mensaje tratado es poner luz y vivificar lo escuchado, hacerlo vida en nosotros, encarnar la Palabra en nuestro ser. Es una manera de fundamentar nuestra casa sobre roca firme, para que, aunque vengan vientos fuertes no se caiga.

«Silencio». Después de leer la Palabra, no podemos más que callar. Es el siguiente paso. Necesitamos el silencio para ser, igual que el aire que respiramos para vivir. El silencio es el tiempo de la escucha, de integrar todo. En el silencio germina la Palabra, germina la Vida. En el silencio, Dios actúa en nuestro interior. Es el momento del encuentro profundo con el Misterio[12]. Por ello, este paso de la oración es tan importante y requiere de la preparación previa.

En el apartado «Meditación» se dan unas pinceladas sobre lo sugerido tanto por el texto místico leído como por la cita bíblica. Son propuestas, puntos de arranque, para que cada uno podamos añadir lo que nos ha inspirado este rato de oración. No he pretendido que sea algo cerrado, sino abierto. Es abrir una puerta que cada vez nos puede llevar a un lugar distinto, solo hay que dejar correr el aire, el Espíritu.

Para finalizar, en «Deseos y ruegos al Señor», expresamos nuestras peticiones, nuestros ruegos, nuestros deseos más profundos con relación a este espacio de oración, para que también nosotros seamos escuchados por el Señor[13]. En la «Oración final», recapitulamos todo lo trabajado en «Orar con» y se lo presentamos al Señor.

Al final del libro aparecen dos anexos, uno de ellos con algunos textos originales de las beguinas y de Hildegarda de Bingen. Son textos que de alguna manera me han llegado especialmente al corazón, y me parecía importante que aparecieran en el libro tal cual se escribieron. Leerlos detenidamente, meditando cada uno de ellos, nos puede ayudar también en nuestro tiempo dedicado a orar. El segundo anexo es una cronología de la vida y obras de cada una de ellas que creo que puede resultar interesante para ubicarnos en el tiempo y espacio donde transcurre cada historia.

No puedo terminar esta introducción sin darles las gracias de corazón a las personas que me han ayudado en esta tarea de dar vida a las palabras. Así, mi gratitud eterna a Rafael Díaz-Salazar, a quien admiro profundamente, por sus desvelos, porque durante estos meses ha sido mi guía, mi consejero, mi apoyo, y porque, sin él saberlo, algo tuvo que ver con la primera vez que sentí el roce de Dios en mi piel. A Silvia Bara, por el prólogo y por su ayuda y por la relación de sororidad tan bonita que se ha tejido entre nosotras. A Luis Eduardo Molina por su acompañamiento, su paciente escucha, su disponibilidad y su ánimo en los momentos de cansancio. A Miguel Ángel Angora que fue mi faro en mi adolescencia, que me acompañó a Taizè por primera vez y que se marchó sin despedirse para gozar eternamente del beso de Dios. A José Miguel de Haro por tantas oraciones compartidas que avivaron la llama de la contemplación y porque a su lado descubrí que es posible otra Iglesia, más parecida a la de Jesús y desde entonces lucho por ella.

Y para terminar, recordar la presencia cotidiana de mi familia, a Paco, mi marido, a quien he dedicado este libro, por compartir su vida conmigo, por su comprensión ante el tiempo que le he robado y porque a través de sus labios he sido también besada por Dios. A mis hijos por ayudarme a mantener los pies en la tierra y porque amándolos intuí el amor de Dios Padre por nosotros. Y a ellas, las beguinas, las protagonistas del libro porque sus vidas han cambiado la mía.

[2]Hermano Roger de Taizé, Lucha y contemplación, Herder, Barcelona 1975.

[3]Papa Francisco, Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano, en https://www.youtube.com/watch?v=fCc36K9JVEI; Discurso audiencia (30 de abril de 2015), dirigido a las comunidades de espiritualidad ignaciana Vida Cristiana y a la Liga Misionera de Estudiantes de Italia, en https://es.catholic.net/op/articulos/19680/cat/763/es-deber-del-cristiano-involucrarse-en-politica-aunque-sea-demasiado-sucia-asegura-el-papa.html#modal. El diálogo completo con el Papa sobre este tema se encuentra en https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/april/documents/papa-francesco_20150430_comunita-vita-cristiana.html.

[4] I. Fuentes Bardelli, «La música en la Symphonia de Hildegard de Bingen», en https://web.uchile.cl/publicaciones/cyber/10/ifuentes.htm.

[5]Hildegarda de Bingen, Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales, sinfonía 1, en https://web.uchile.cl/publicaciones/cyber/10/ifuentes.htm.

[6] AuraMúsica es un grupo de folk fusión liderado por Prado Pérez de Madrid y Luis Pérez Duque. Para más información http://www.auramusica.com.

[7]Fuentes, a.c.

[8] Informe de la RAE sobre el lenguaje inclusivo, https://www.rae.es/sites/default/files/Informe_lenguaje_inclusivo.pdf; Ignacio Bosque (RAE), Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, en https://www.rae.es/sites/default/files/Bosque_sexismo_linguistico.pdf. Además de estos dos informes, es interesante el libro de Carme Junyent Figueras (ed.), Som dones, som linguistes, som moltes i diem prou (Editorial Eumo, Vic 2021), en el que escriben 70 filólogas feministas. Es muy clarificador el artículo de Álex Grijelmo, «Som dones i diem prou», en https://elpais.com/ideas/2022-09-19/som-dones-i-diem-prou.html?event_log=oklogin. También la entrevista a esta autora realizada por Borja Hermoso en el mismo periódico: https://elpais.com/sociedad/2022-01-21/el-lenguaje-inclusivo-es-una-imposicion-y-ya-esta-bien.html.

[9]Hildegarda de Bingen, «Carta a los prelados de Maguncia», en Georgette Épiney-Burgard–Émile Zum Brunn, Mujeres trovadoras de Dios, Paidós, Barcelona 2007, 71.

[10] Este término me lo ha sugerido Rafael Díaz-Salazar.

[11] Recomiendo la escucha con auriculares para evitar distracciones y sumergirse plenamente en la música.

[12] Es conveniente controlar el tiempo de silencio, procurando estar en silencio el máximo tiempo posible, nunca menos de cinco o diez minutos.

[13] Mt 7,7: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre».

1

Las beguinas y la espiritualidad de la lucha y la contemplación hoy

El cristiano no puede permanecer hoy en la retaguardia de la humanidad ni en combates estériles. Ni dejarse hundir por ellos.

En la lucha para que se haga oír la voz de los clandestinos, la voz de los hombres sin voz, en la lucha por la liberación de todo ser humano, su puesto está en las primeras filas.

Y, al mismo tiempo, incluso cercado por los silencios de Dios, el cristiano presiente esta realidad esencial: la lucha por y con el hombre halla su fuente en otra lucha, siempre más inscrita en lo profundo de sí mismo. En ese lugar donde nadie se parece a nadie. Ahí toca las puertas de la contemplación[14].

Las beguinas

He querido empezar este primer capítulo con el título y la cita del hermano Roger de Taizé porque todo el libro, como la vida misma, va de eso, de luchar y contemplar[15]. Es lo que hicieron durante toda su vida nuestras protagonistas. Es el reto que como cristianos debería marcar toda nuestra existencia, porque la mística, la contemplación del Misterio, el beso de Dios, lleva implícita una lucha y no solo en el interior de nosotros mismos, sino hacia fuera. Es la lucha por la justicia social para que todo ser humano pueda vivir con dignidad.

No recuerdo exactamente el día, pero sí el lugar y la hora en que entraron en mi vida las beguinas, a través de mi amigo Rafa, lo que sí sé es que su forma de vida, su audacia, su autonomía, su manera de integrar lucha y contemplación, me cautivaron. Lo que no puedo entender es que fenómeno tan importante, con grandes repercusiones espirituales, ideológicas, sociales y culturales, haya permanecido oculto durante tantos años. No entiendo por qué no se estudian en los colegios, por qué no se las incluye en las programaciones de Historia, Literatura, Filosofía o Religión, por qué en la enseñanza reglada en el colegio o en el instituto, nadie nos ha hablado de ellas. Siento dolor al no encontrar respuesta. Lo cierto es que han sido injustamente olvidadas por una historia que se hace eco de las violentas hazañas de los hombres y no de las pacíficas y calladas revoluciones de amor de las mujeres, grandes y auténticas desde lo pequeño.

El movimiento de las beguinas nació en Centroeuropa en el siglo XIII. Las beguinas no surgieron de la nada. Son fruto de una época que en nada se parece a la idea que tenemos de ella. Nos imaginamos la Edad Media como una época oscura, gris, fría, pero en realidad, sobre todo a partir del siglo XII, fue una época de grandes mujeres con poder y con participación en la vida pública: abadesas, nobles, aristócratas, reinas, escritoras, místicas, monjas, visionarias, reformadoras, misioneras, fundadoras de hospitales y mujeres dedicadas al cuidado de enfermos y excluidos[16]. Los monasterios femeninos son centros de espiritualidad e intelectualidad con bibliotecas donde las monjas trabajaban como copistas o elaboraban sus propios libros.

En esta época aparecen también las órdenes mendicantes: los franciscanos y los dominicos, que apuestan por una vida espiritual más auténtica. No están aislados en clausura en monasterios en medio del campo, sino que, desde el corazón de las ciudades hacen de la lucha y la contemplación su forma de vida. Su deseo es imitar a Cristo desde la pobreza de la mendicidad. No admiten dotes ni rentas. Predican de forma itinerante. Al amparo de ellos, empiezan a surgir nuevas formas de espiritualidad laical, como las órdenes terceras mendicantes, las reclusas (que vivían una vida ermitaña en el centro de la ciudad, en una celda al lado de una iglesia o de una muralla), las órdenes de penitentes (hombres y mujeres casados o no que, desde sus casas, viven una vida evangélica).

En este ambiente de efervescencia espiritual e intelectual, un grupo de mujeres empiezan a sentir la necesidad de llevar una vida espiritual más intensa desde su condición de laicas. No quieren ser monjas, ni vivir en clausura, ni ser esclavas de normas y reglas. No quieren casarse para no perder su independencia ni su libertad, ante todo quieren ser libres para amar, para dejarse besar por el que las buscó primero. Están convencidas de que se puede alcanzar la santidad viviendo en el mundo, que es posible entregar la vida a Aquel a quien aman sin encerrarse entre las rejas de un convento, algo totalmente revolucionario, pues en aquella época la mayoría de las reglas de las órdenes religiosas femeninas incluían la clausura[17].

A esta necesidad de amar con todas sus fuerzas al Amado se sumó el hecho de que muchas mujeres se habían quedado solas y desprotegidas debido a las guerras y epidemias que habían mermado a la población masculina. Los monasterios dobles (de hombres y mujeres) del Císter tenían un exceso de ocupación, y solo admitían a mujeres con dote, con lo cual, las que tenían menos recursos económicos no podían optar a esa forma de vida.

Y es en ese momento cuando se despierta la creatividad de las mujeres que desean seguir a Cristo desde la simplicidad de sus vidas, desde lo que son y desde lo que tienen. A veces las situaciones difíciles nos abren a horizontes nuevos a los que de otra manera probablemente jamás hubiéramos imaginado llegar. Las beguinas hicieron de la debilidad su fortaleza. Y así emprenden la tarea de cuidar a enfermos y atender a pobres viviendo en sus propias casas. Poco a poco empiezan a vivir juntas de dos en dos o de tres en tres, o en grupos más grandes; algunas continúan viviendo solas. Y comienzan a rezar juntas, a estudiar, a escribir, a hacer música, a compartir sus vivencias y, sobre todo, a iniciar una relación de amor sin límites con Aquel que da sentido a toda su existencia. Sin apenas pretenderlo, sin ruido, habían creado una nueva forma de vida laical que daba cabida a las aspiraciones de muchas mujeres buscadoras y amantes de Dios.

Al igual que la semilla de mostaza[18], las beguinas fueron creciendo y se expandieron por todo el centro de Europa: Flandes, Francia, Alemania, Holanda, el norte de España y hasta Andalucía donde se llamaron beatas. Se calcula que llegaron a ser más de doscientas mil. Contaron desde el principio con el apoyo de los dominicos y franciscanos que veían en ellas una forma de expresión laica de la sensibilidad de sus órdenes. Les prestaban asistencia espiritual, como confesores y directores espirituales, aunque en muchos casos eran ellos los que se sentían aconsejados y dirigidos por ellas. El papa Gregorio XI dirigió a los obispos del Imperio varias bulas, entre 1231 y 1233, en las que protegía a las beguinas y permitía que vivieran en comunidad bajo la dirección de una maestra elegida por ellas mismas[19].

Los beguinatos

Como cada vez eran más, necesitaban organizarse de alguna manera, y fue entonces cuando los dominicos de la corte de Lille tuvieron la idea de pedir la cesión de unos terrenos a las condesas de Flandes y de Hainaut para construir en ellos una especie de patio de beguinas, con un jardín central rodeado de pequeñas y modestas casas, una iglesia común para todas ellas y en algunos casos también había un hospital, donde las beguinas cuidaban y atendían a enfermos y moribundos. Era un espacio cerrado con un portalón que durante el día permanecía abierto, pero por la noche se cerraba, garantizando de esa manera su protección. En cada una de las casitas que rodeaban el patio o jardín central podían vivir una o varias beguinas según quisieran.

El modelo se exportó a varias ciudades europeas, y en París en 1260 el rey Luis IX fundó también un beguinato, de esta manera se proporcionaba alojamiento a las beguinas más pobres, con menos recursos. Las que tenían recursos para ello vivían en sus propias casas. Llegaron a construir auténticas ciudades de beguinas.

En Alemania no cuajó el patrón de los beguinatos, en cambio las casas de las beguinas se agrupaban en torno a los conventos de los dominicos, creando una estructura similar. Se piensa que fueron los propios dominicos los que introdujeron a las beguinas en Colonia.

Protofeministas

Las beguinas fueron las primeras feministas de la historia en cuanto a su modo de vida y a su pensamiento. El feminismo surge por primera vez en el siglo XVIII con la publicación de la obra Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft en 1792[20], pero quinientos años antes las beguinas ya eran feministas sin que nadie imaginara, ni siquiera ellas, lo que era aquello.

Respecto a su forma de vida, las beguinas cumplieron algunos de los postulados propios del feminismo como era vivir de su trabajo. Eran autónomas. No dependían económicamente de nadie, lo que les otorgaba una gran libertad e independencia. Vivían en las ciudades porque solía haber más oportunidades de trabajo, sobre todo desde el nacimiento de la burguesía y los oficios. Los trabajos a los que se dedicaban solían ser manuales, como la industria textil en Gante o en Rotterdam la repostería. En algunos beguinatos tenían escuelas, como en Leiden o Breda. Otras veces atendían enfermos en hospitales. Otras como copistas. Las beguinas que estaban en contacto con los dominicos solían dedicarse más al estudio, mientras que las que eran cercanas a los franciscanos, llevaban más marcado el ideal de pobreza de estos y los trabajos que hacían solían ser servicios funerarios. Las beguinas eran dueñas de sus bienes heredados y de los obtenidos por su trabajo, y toda gestión de los mismos escapaba al control de los hombres, pues no tenían maridos, ni tutores, ni abades que las controlaran.

Las beguinas, como buenas feministas, eran protagonistas de su historia personal. Ellas decidían su forma de vida. Podían vivir solas o en comunidad, podían haber estado casadas, o casarse cuando dejaran de ser beguinas, podían ser beguinas y dejarlo para irse a un convento. La libertad era total. Lo único que se pedía era que fueran célibes el tiempo que fueran beguinas. Disfrutaban de movilidad y de ausencia de votos perpetuos[21].

En cuanto a la forma de organización también demostraron su impronta feminista, pues ellas eran las responsables de elegir democráticamente a la maestra de beguinas que llevaba la gestión del beguinato. Su mandato no era para toda la vida, solía renovarse cada cierto tiempo. La maestra de beguinas asimismo se ocupaba de la formación de las beguinas y de estar atenta a sus necesidades.

Pero lo más importante, lo que marcó el carácter de ese protofeminismo que profesaron fue su novedoso y rompedor pensamiento. Se relacionaron con Dios desde lo más profundo de su ser sin mediaciones. Descubren, que «a una mujer le es posible asomarse más allá del orden de las mediaciones establecidas, haciendo una raja (un rasgón) que se puede convertir en una abertura a lo infinito [...] por la que pueda entrar Dios en nuestro mundo y en nuestras historias»[22]. Y en esa relación con el Misterio perciben la desigualdad tan grande entre el alma y Dios, que lejos de acomplejarlas, produce un encuentro y un intercambio entre ambos que las llevará al gozo, y de ahí a un compromiso con el mundo. Es vivir el puro Amor. Vivir en Él.

Hildegarda de Bingen va un poco más lejos, en su libro Causae et curae (Causas y remedios), se atreve a decir que Eva fue un ser superior a Adán: «Al crear primero a Adán, Dios tuvo que hacerlo de barro, por eso los hombres están tan apegados a lo terrenal. Para Eva, en cambio, ya pudo utilizar materia humana y soplo divino»[23]. Hildegarda le dio totalmente la vuelta al pensamiento que suele correr hoy por ciertos ambientes feministas que tachan de machista esta versión de la creación por sacar a la mujer de una costilla del hombre. Y esto lo afirmaba en el siglo XII con gran naturalidad.

En palabras de Luisa Muraro[24]: «Las beguinas no enseñaban el feminismo judeocristiano de un Dios que transforma la inferioridad histórica del sexo femenino en una oportunidad de manifestar con más claridad su potencia, según una dialéctica que estaba muy presente en la cultura medieval»[25], sino que superaron ese complejo del que a veces también somos presas, gracias a la acción del Espíritu Santo «que vive entre nosotras y concede dones celestiales»[26]. Y desde ahí su manera de hacer feminismo «libera la mente femenina del enfrentamiento con el hombre y sus medidas, para hacerse señora de sí y de su búsqueda y hacernos protagonistas de un nuevo inicio»[27].

Y ese es el papel que como mujeres debemos tener hoy en la Iglesia. El protofeminismo de las beguinas, sepultado por siglos de olvido, debe ser para nosotras el paradigma que debemos seguir para cumplir la misión que como laicas en este siglo XXI se nos ha encomendado. Aportar como ellas una espiritualidad basada en la relación de intercambio siempre vivo con el Amor, liberada de todo sentimiento de inferioridad y de toda mediación, para lanzarnos a un compromiso festivo con el mundo y con la causa de los que están en las cunetas de la sociedad. Debemos ser capaces de comunicar la inmensidad de ese Amor que no llegamos a abarcar. En esta tarea no estamos solas, el Espíritu vive entre nosotras y reparte sus gracias por doquier.

Insumisas discretas

Utilizo el título del libro de Francisco Fernández Buey Discursos para insumisos discretos[28], cambiándole el género porque me parece que es la mejor manera de definir la elegante rebeldía de las beguinas. Insumisión tan discreta que a veces pasaba desapercibida, pero no por ello dejaba de surtir efecto.

Eran insumisas respecto al tema de la formación. Para las beguinas la formación tenía un peso muy importante en su estilo de vida. Sabían que la cultura es uno de los pilares fundamentales tanto para el crecimiento personal como para el progreso espiritual y que les iba a proporcionar libertad. Por eso su gran empeño en que todas supieran leer y escribir, y aprendieran latín. Este era el motivo por el cual las beguinas más cultas enseñaban a leer y a escribir a las que no sabían. De esta manera tendrían acceso a los libros como principal fuente de sabiduría y conocimiento. Sin ningún tipo de pudor utilizaban la Biblia para leerla en común y comentar sus textos y en algunas ocasiones como texto para aprender a leer, saltándose de esta manera la prohibición que tenían las mujeres de leer y comentar la Escritura y los textos sagrados. Y lo más escandaloso: leían la Biblia en lengua vulgar. Solían hacerlo en asambleas o en sus talleres o a veces incluso en plena calle. El acceso y conocimiento de la Biblia les abrió un horizonte inmenso que fundamentó su experiencia de Dios.

Como las mujeres tenían prohibido el acceso a la universidad, las beguinas, con grandes dosis de astucia y deseosas de conocer de primera mano lo que allí se aprendía, hicieron que la universidad fuera hacia ellas. De esta manera invitaban a los profesores universitarios a los beguinatos a dar charlas y encuentros abiertos donde poder compartir e intercambiar conocimientos, opiniones, etc. Estas reuniones formativas eran frecuentes y muchos de los profesores quedaban sorprendidos por la profunda formación intelectual, teológica y espiritual que tenían, a veces incluso les costaba responder a las preguntas que les hacían[29]. Una vez más burlaron la prohibición de acceso al conocimiento. Insumisión pero con discreción.

La insumisión de las beguinas también alcanzó el tema de las amistades espirituales, sobre todo entre hombre y mujer. Era frecuente que mantuvieran una amistad profunda con su confesor o director espiritual, lo que les ayudaba a profundizar en su camino y a guiar su proceso, a pesar del recelo que ello pudiera provocar.

Hubo otras insumisiones que no fueron tan discretas, aunque siempre guardaron su toque de distinción, como lo fue el enfrentamiento de Hildegarda de Bingen con los prelados de Maguncia, cuando le prohibieron que utilizara el canto y la música en la liturgia de las horas, como castigo por haber dado sepultura en el monasterio a un excomulgado. Todo concluye con una carta[30] en la que argumenta la importancia del canto y de la música en la alabanza divina y les advierte que «aquellos que imponen el silencio a la Iglesia que canta la alabanza de Dios, sin haber sopesado antes sus razones, privan a Dios injustamente de la belleza de las alabanzas que le corresponden en la tierra, y ellos mismos serán privados de la participación en las alabanzas angélicas del cielo»[31]. Casi nada. Respuesta contundente.

Margarita Porete también fue insumisa, tanto que su insumisión le costó la vida. Cuando en 1306, Guido II, obispo de Cambrai, prohibió su libro El espejo de las almas simples[32] por hereje y lo quemó en la plaza pública de Valenciennes, ella lejos de amedrentarse siguió difundiéndolo, y no solo eso, sino que a los 122 capítulos que tenía el ejemplar que fue quemado en la hoguera les añadió 16 capítulos más. Su insumisión también hizo que guardara silencio durante el año y medio que duró su proceso inquisitorial.

Insumisión discreta también la de Matilde de Magdeburgo, que casi al final de su vida tiene que refugiarse en el monasterio cisterciense de Helfta, huyendo de las calumnias y persecuciones que sobre ella vertían, y que intuía que tarde o temprano terminarían con su vida. O la de Hadewijch de Amberes que siendo maestra de beguinas tuvo que dejar su comunidad y huir, también perseguida, desterrada como ella misma dirá por lo que escribía y por su actividad en el beguinato.

Todas ellas fueron insumisas, sin importarles las consecuencias de esa insumisión, porque el roce de Dios, el encuentro con Él, complica la existencia sin lugar a dudas. La necesidad de hacer la voluntad de Dios las llevó a la discreta insumisión.

La Regla de los auténticos amantes

A diferencia de las órdenes religiosas, las beguinas no se regían por ninguna norma que marcara su forma de vida. No obstante, hay un texto La Regla de los auténticos amantes (Règle de fins amans) de finales del siglo XIII escrito en francés antiguo de la zona de París, que recoge qué es ser beguina. No es una Regla al uso de una orden religiosa llena de prohibiciones, y aunque se dan algunas indicaciones sobre el modo de vestir, la forma de hablar y de relacionarse con los demás, se refiere sobre todo a las características que debe reunir toda beguina.

El primer punto y más importante de la Regla es que un auténtico amante es aquel que ama a Dios con autenticidad, igual que nos ha amado Jesús. Explícitamente llega a decir La Regla de los auténticos amantes qué es ser beguina, y pasa a enumerar los doce signos por los que se pueden conocer a los auténticos amantes, entre los que se encuentran: «Odiar aquello que odia su Amigo: el pecado; guardar los mandamientos de su Amigo; descubrir con frecuencia el corazón de su Amigo; amar lealmente, pensar con frecuencia y atentamente en su Amigo; escuchar con gusto la palabra de su Amigo; [...] estar dispuesto a hacer todo aquello que quiere y manda su Amado, con todo corazón, cuerpo y haber»[33]. Y explica que las beguinas poseen todos esos signos porque pertenecen a la orden de los amantes.

Afirma la Regla también la etimología de la palabra beguina, proveniente del latín benignae > benigne, «buen fuego», para calentar al que está cerca y para iluminar al que está lejos[34].

Los cuatro pilares en los que se sustentan los auténticos amantes son: la pureza, la pobreza, la humildad y la caridad o el amor, este último es el más importante y el que sustenta a todos los demás.

Aparece en la Regla un único apartado de normas, la primera de las cuales ordena «que los corazones se hallen firmes y unidos los unos con los otros en el amor de Jesucristo»[35]. Me parece precioso que lo primero que ordene sea una invitación a la unidad, a vivir unidos como hermanos, independientemente de las distintas sensibilidades que se tengan, unidos en el amor de Jesucristo. Es algo que deberíamos aplicar en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, y olvidarnos de estériles enfrentamientos. Es lo que debería ser la Iglesia.

Las normas también piden que tengan un confesor, dando relevancia al acompañamiento espiritual. Indican cómo debe ser la vestimenta y expresamente dice que no está prohibido festejar y amar a las buenas amistades, algo que me parece fundamental porque muchas veces pensamos que para llevar una vida espiritual en condiciones debemos ser unos aburridos y no salir nunca de fiesta, olvidándonos de que la alegría es una de las señas del encuentro con el Amado.

Respecto a la oración, la Regla da mucha importancia a la oración personal, señalando dos momentos para hacerla como son el principio del día, después de maitines «para conformar y orientar lo que se va a vivir y guardarlo a lo largo del día»[36], y otra por la noche después de completas para repasar lo vivido en el día; en cierto modo se adelantaron al examen del día ignaciano.

En cuanto al contenido de la oración la Regla propone cuatro partes: lectio, oratio, meditatio y contemplatio. La lectio es la liturgia de las horas y lectura de la Palabra en la oratio se propone la oración por la Iglesia, por los difuntos, por los pecadores, por la familia y conocidos. En la meditatio