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Una fantasía desbordante que nos enseña el valor de la constancia, el afán de superación y la perseverancia. Ly, nuestro personaje principal, decide seguir el río naranja hasta alejarse del valle que es su hogar. Más allá encontrará el Bosque, un lugar mágico con árboles capaces de hablar. En su interior lo esperan muchos amigos, pero también, como suele suceder, algún que otro problema que tendrá que resolver.
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Seitenzahl: 63
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Milo J. Krmpotic
Saga
El bosque de colores
Copyright © 1997, 2021 Milo J. Krmpotić and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726758665
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Un antiguo proverbio de mi país dice que para que brille
la luz debe existir la oscuridad. Antes, la oscuridad cubría
cada reino de la tierra, pero cuentan los libros que, hace
mucho tiempo, la luz se cansó de estar escondida. Por eso se
escapó y huyó hasta encontrar un lugar mágico donde quedarse.
Soy viejo. Durante toda mi vida he estudiado cientos de
libros, casi miles, buscando respuestas. He cruzado los mares
y he subido las montañas. He conocido el frío más terrible y
el calor más sofocante, las risas y las lágrimas, y yo mismo
he reido y llorado un poco. Pero ahora, cuando mi barba blanca
es tan larga y pesada que he de echármela a la espalda para no
tropezar con ella, cuando mis ojos se han convertido en dos
pequeños puntos luminosos (lo que sucede si el recuerdo de lo
que se ha visto es más brillante que aquello que ya se pueda
ver cualquier mañana), cuando mis manos tiemblan al escribir,
ahora sé que no comprendo la magia. Sólo sé que estaba allí
y que se sentía sola, girando una y otra vez sobre sí misma.
Por eso, cuando la luz llegó, se hicieron amigas, y del calor
de su amistad nació el Bosque de colores.
Cada árbol del Bosque de colores surgió de una lágrima de
la magia, y es que la magia se había sentido muy triste cuando
la luz le dejó ver que a su alrededor sólo había Nada. La luz,
para consolar a su amiga, acarició una a una las lágrimas que
caían, de modo que antes de tocar el suelo se convirtieron en
semillas. De las semillas crecieron raices y tallos, los
tallos engordaron hasta volverse troncos, de los troncos
crecieron ramas, de las ramas salieron otras ramas más
pequeñas, y en ellas, finalmente, aparecieron las hojas,
millones de hojas de un millón de colores diferentes.
Es bien sabido que la energía nunca desaparece, sino que
cambia de forma. Así, el nacimiento del Bosque de colores
cambió el mundo. La magia dejó de llorar y nunca más volvió
a hacerlo. En su lugar se puso a reir, llena de felicidad.
Cada una de sus carcajadas estaba tan cargada de energía que
no tuvo más remedio que partirse en dos, transformándose en
un nuevo tipo de seres llamados respectivamente hombre y
mujer. La luz, por su lado, se encargó de iluminar sus almas,
para que así su vida fuera completa.
Esa es la verdad sobre la aparición de la humanidad. Hoy
día somos muchos, pero al principio nuestros antepasados
apenas llegaban a los mil. Vivían en el Valle de la Memoria,
junto al Río Naranja, y entre ellos estaba Ly. Sin ella
ninguno de nosotros estaría aquí. Yo jamás hubiera escrito
estas lineas, y vosotros jamás las hubierais leido. Su
historia es la nuestra. Por eso pienso que debemos compartirla
y recordarla, y por eso he decidido escribirla.
Este es el sueño de un cuento que comenzó una mañana
diferente a las demás, cuando Ly, buscando en su interior,
encontró la curiosidad y decidió seguir el Río Naranja,
preguntándose dónde nacería...
Ly tenía 15 años, así que aún no era una mujer, pero
tampoco una niña. Sus pensamientos y emociones caminaban entre
lo adulto y lo infantil. Tan pronto cantaba, como se negaba a
decir una sola palabra. A veces cruzaba el pueblo bailando
bajo la lluvia, y otras se negaba a salir de casa cuando todos
sus amigos iban a buscarla. Ly era una chica complicada, y
también lo era su cabello, que variaba cada día entre el rubio
más brillante y el castaño más opaco.
Aquella mañana, la lucha entre los dos colores había
acabado en empate, así que cuando Ly se miró al espejo se
encontró cien mil pelos amarillos y cien mil más marrones,
todos mezclados sin orden ni lógica. No se sorprendió,
pues no era la primera vez que le sucedía algo parecido.
Había llegado a un punto en que ni ella ni nadie se
preguntaba ya de qué color sería su cabello al despertar.
No obstante, no podía evitar que el cambio diario le hiciera
sentirse, una vez más, insegura.
Pensativa, fue a sentarse junto al río. Las aguas corrían
naranjas, adelantándose entre ellas para ver cuál era la más
rápida. Ly tenía la mirada perdida en los pequeños remolinos,
en las lineas de la corriente que caían río abajo. Pensó que
podía tirarse y nadar un rato, sumergiéndose para abrir los
ojos y ver el mundo de un único color. Pero eso ya lo había
hecho el día anterior, y el anterior a ése también. Por eso se
recostó, y para no aburrirse dejó caer una mano en el río.
Quería sentir el paso del agua contra su piel, tal y como sus
ojos veían el paso del día.
Quizá en este caso no se pueda hablar de magia, más si de
casualidad, no estoy seguro. Pero algo quiso que una pequeña
hoja de color rojo, arrastrada por la corriente, quedara
atrapada entre los dedos de Ly. Nunca había visto nada igual,
y precisamente ella lo que quería era conocer cosas nuevas.
Sin duda la hoja había venido de fuera del valle, acompañando
el camino del río. En esa dirección encontraría su origen.
Ly se puso en pie, sonriendo por primera vez en el día,
olvidándose de sus tontos cabellos, y comenzó a caminar.
Seguir el río no era una tarea fácil. En lo más alto del
valle, el cauce estaba bordeado por dos inmensas piedras
grises, de forma esférica y absolutamente lisas, que se
tocaban entre ellas, impidiéndole ver lo que había más allá.
Treparlas era imposible, pues no había una sola grieta a la
que aferrarse. Ly estuvo mirándolas un buen rato, buscando
una solución. Tampoco le convenía rodearlas; el padre de su
amigo Anael lo había hecho tiempo atrás, y había contado que
a espaldas de las rocas partían mil caminos diferentes. Sin
duda se perdería, o le sería muy difícil volver a encontrar
el río. La única posibilidad era nadar entre las piedras,
aunque la fuerza de la corriente en contra era muy fuerte en
ese punto.
Pero a Ly le sobraba valor. De hecho era la única de sus
amigos que no tenía miedo a la oscuridad de la Caverna sin
Nombre. A sus ojos eso era normal: el único problema de la
oscuridad es que no te deja ver, más no hay por qué temerla.
De igual modo Ly sabía que si nadaba con la fuerza suficiente
conseguiría lo que deseaba.
Ly llenó sus pulmones de aire y se lanzó de cabeza al
agua, que estaba mucho más fría de lo que esperaba. Enseguida
comenzó a bracear, pero el río no se lo quería poner fácil.
En cuanto hubo avanzado unos metros, la presión de la
corriente aumentó, haciéndola retroceder hasta el punto de
partida. Entonces Ly se puso a patalear, salpicando la orilla
de gotas naranjas. Tampoco obtuvo un buen resultado, pero