El tiempo de los sueños - Milo J. Krmpotic - E-Book

El tiempo de los sueños E-Book

Milo J. Krmpotic

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Beschreibung

Esta novela de una particular sensibilidad nos presenta a Milo, un adolescente que se cree de vuelta de todo, y su relación con su vecino, un arquitecto anciano con una imaginación desbordante. Un apagón hará que estos dos personajes tan dispares traben una amistad que cambiará las vidas de ambos.

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Seitenzahl: 116

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Milo J. Krmpotic

El tiempo de los sueños

Traducción de Josep Sampere

NAUTILUS

Saga

El tiempo de los sueños

 

Copyright © 2005, 2021 Milo J. Krmpotić and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726758689

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

1

¿Alguna vez se te ha ido la electricidad cuando estabas a punto de ganar un partido importante, por no decir vital, en el FIFA 2000? ¿O cuando la chica que te gusta se acababa de conectar al Messenger y estaba a punto de contestar a tu saludo? Entonces comprenderás la palabrota que se me escapó aquella noche cuando todas las luces de la casa se apagaron y la pantalla del ordenador se oscureció de golpe. Porque no sólo había ganado la ida de las semifinales de la Copa del Europa por 3-0 ante el Benfica, sino que las palabras «estoy cenando» habían desaparecido de la ventanita de Ana, y había aprovechado para enviarle un privado pidiéndole que me explicara su nick. Porque manda narices que se hubiera puesto «Ana Morada»...

—¿Qué has dicho, Milo? —preguntó mi padre desde la negrura del salón con un tono que prometía algún tipo de reprimenda.

—Hummm... Lo siento —contesté.

Porque a mi padre no le gusta que diga palabrotas.

—Mañana media hora menos de Internet...

—¡Jo...! —logré contenerme y no empeorar la situación—. ¿Tardará mucho en volver la electricidad?

—¿Cómo quieres que lo sepamos? —dijo mi madre entrando en la habitación y colocando una vela encendida sobre mi escritorio—. ¿Tienes deberes?

—Si me pongo a hacerlos con tan poca luz me quedaré ciego...

—Tendrías que haberlos hecho antes de conectarte —dijo ella con bastante razón. Porque cuando me pongo a hablar con Ana...

—¡Una hora, mañana una hora menos de Internet por no haber hecho los deberes a tiempo! —gritó mi padre desde el salón.

Aquello comenzaba a ser demasiado.

Cogí la chaqueta, apagué la vela de un soplido y me dirigí hacia la puerta.

—¿Dónde vas? —quiso saber mi madre.

Pero en realidad quería decir: pídeme permiso para hacer lo que estás a punto de hacer.

Así que le pedí permiso para hacer lo que quería hacer:

—¿Puedo salir un rato al jardín?

—Sí, pero sólo un rato. Y abrígate.

Me puse la chaqueta en una semioscuridad llena de sombras alargadas, porque de repente habían brotado velas por todas partes. Abrí la puerta y me lancé escaleras abajo con unas ganas terribles de gritar. Es en momentos como ése cuando a uno le convendría jugar un buen partido de fútbol. Pero en la urbanización a la que acabábamos de mudarnos no había un solo chico de mi edad, si acaso dos o tres algo mayores, ya con novia y moto y sus paquetes de tabaco. No me hacían caso, pero al menos tampoco se metían conmigo.

Abrí la puerta trasera del edificio y caminé por el césped hasta la zona de los bancos. Tampoco hacía mucho frío, así que me senté y me puse a observar las estrellas.

Me gusta observar las estrellas, ¿qué quieres que te diga? Así que estaba observando las estrellas cuando...

—Yo miraría un poco más hacia la derecha.

—¡Jo...! —pese al susto logré reprimir una nueva palabrota, por si acaso mi padre se había asomado al balcón y seguía sumando medias horas al castigo —. ¡Me ha asustado!

En el banco de al lado estaba uno de nuestros nuevos vecinos, uno de esos ancianos de barba blanca que te miran como si llevaran aquí toda la vida, como si lo hubieran conocido todo y como si lo supieran todo de ti. Sólo que no podía saber nada de mí, porque nunca le había dirigido la palabra. Y tampoco había visto a mis padres hablando con él.

—Perdona, no era mi intención. Pensé que me habrías visto.

—Pues no... —sólo me faltaba eso: un viejo con ganas de conversar. Pero me han enseñado a ser educado, así que en vez de levantarme e irme me obligué a preguntarle—: ¿Qué me decía?

—Que si yo fuera tú miraría un poco más hacia la derecha.

—¿Por qué?

—Tú mira.

Levanté los ojos hacia donde me indicaba.

Pestañeé.

Disimulé un bostezo.

Pensé que estaría bien largarse. Claro que aún no había vuelto la luz, pero...

Y entonces la vi: una estrella fugaz verde y amarilla que cortó la oscuridad durante algo así como medio segundo.

—¿Era eso lo que tenía que ver? —El anciano asintió con la cabeza—. ¿Y cómo lo sabía? ¿Cómo sabía que iba a pasar justo ahí?

—Pues porque conozco bien los sueños.

Fantástico, y ahora se ponía a vacilarme...

—Ya, pero eso no era un sueño.

—¿Y qué era, entonces?

—Una estrella fugaz.

—Las estrellas fugaces no son estrellas...

—Quizá no sean estrellas de verdad, pero ahora mismo estamos perfectamente despiertos, así que tampoco era un sueño... —sentí que le acababa de ganar la partida al anciano, pero cuando le miré a los ojos vi algo que... no sé, seguramente me había acostumbrado a la falta de luz, por eso me debió parecer que sus ojos brillaban ligeramente azulados—. Está bien, pongamos que era un sueño. ¿Cómo sabía que iba a caer ahí?

—Porque era precisamente el sueño que he pedido para esta noche.

—Ajá, como quien llama a Telepizza.

—Más o menos. Claro que las pizzas llegan siempre, pero los sueños no.

—¿Y qué les pasa? ¿Se pierden por el camino?

—No, con algunos sucede simplemente que no quieren ser soñados. Lo cual me recuerda una historia. Una historia bastante interesante. ¿Quieres que te la cuente?

Casi sin querer me giré y miré hacia el balcón del segundo piso, hacia el balcón de casa, donde la luz de las velas dibujaba las mismas sombras alargadas y fantasmales sobre el cristal. Apreté el botón «Light» de mi reloj digital: las 21:37.

Pensé en el partido de vuelta de la semifinal de la Copa de Europa contra el Benfica.

Pensé en el nick de Ana.

Realmente no tenía nada mejor que hacer.

—Está bien... —dije con un entusiasmo bastante justito.

2

Al principio, en el momento de nacer, los sueños están unidos entre sí como gotas de agua de cientos de colores diferentes. Aún no tienen una forma definida, así que al acercarse la noche se derraman por el cielo; son esa mancha de aceite rosada, violeta, naranja y azul oscuro que rodea al sol cuando éste desaparece tras el horizonte. Si te fijaras bien podrías ver sus pequeñas manos moviéndose arriba y abajo, despidiéndolo. Y son muchas manos, porque cada sueño puede tener todas las que quiera. El caso es que, cuando el sol acaba de ponerse, la manta de sueños recién nacidos ocupa definitivamente su lugar en el firmamento.

Para entonces los sueños ya habrán comenzado a separarse los unos de los otros, y es por eso que no resultan tan llamativos. Además, los más pequeños suelen ser bastante tímidos, y apenas se atreven a mostrar su brillo. Los que no han sido soñados en noches pasadas, en cambio, habrán ido creciendo y desarrollándose, y serán los que, gracias a su luminosidad, atraerán la atención de los hombres y mujeres que pueblan la tierra. Porque la verdad es que cada hombre y cada mujer dirige en algún momento, noche tras noche, la mirada hacia el cielo. No importa que sea antes o después de cenar; sin saberlo, están escogiendo el sueño que les acompañará más tarde, a la hora de dormir. Y si sucede que las nubes no les permiten ver el firmamento, si han estado demasiado ocupados en sus trabajos o enfermos en sus camas, si por el motivo que sea no han podido mirar hacia arriba, existe la posibilidad de recordar sueños antiguos. Sueños que ya forman parte de nuestro ser, y en los que podemos envolvernos todas las veces que haga falta. Aunque en ocasiones queramos convencernos de ello, aunque algunos juren que no lo hacen nunca, los humanos no podríamos vivir sin soñar.

—Yo a veces sueño que marco golazos desde fuera del área —dije, pero al ver la mirada un poco contrariada del anciano supuse que le había cortado el rollo, así que añadí—: Perdón, perdón... Siga. No podríamos vivir sin soñar...

Cuando es llamado, el sueño salta de alegría y se deja caer. Cae como una gota de agua, lenta y silenciosa y más o menos transparente, aunque es normal que deje tras de sí una estela si se trata de un sueño viejo y brillante. Se ha dado el caso de sueños que no eran llamados durante siglos y siglos, y que por tanto iban engordando hasta convertirse en auténticas bolas de fuego. Total, que el sueño cae sobre la persona que le ha elegido. Podríamos decir que la empapa, porque la llegada de un sueño es como llorar hacia dentro, aunque sin tristeza. Y ya sólo falta esperar a que de la mezcla de agua de sueño y agua de memoria broten las imágenes, las palabras y las emociones. Cuando el sueño es grande y gordo, soñamos lugares fantásticos y desconocidos. Y, cuando es más bien pequeño, soñamos con escenarios que alguna vez hemos pisado, con gente a la que alguna vez hemos tratado, o con la familia y con los amigos. Así transcurren las noches, una tras otra.

Pero las cosas no resultan siempre tan sencillas. Puede suceder que dos personas se fijen a la vez sobre un mismo punto celeste, con lo que el sueño se dividirá entre dos y provocará un descanso la mitad de brillante. O puede darse el caso de que la persona, por no estar completamente dormida, se niegue a abrir de par en par la compuerta de sus recuerdos, y haga del sueño algo impersonal, sin colores ni voces ni olores ni sabores, algo para pasar el rato y poco más. Y también puede pasar, y ésta es ya la peor noticia, que alguna de esas pesadillas que deambulan por la oscuridad, siempre al acecho, siempre hambrientas, aproveche estos problemas para colarse en el cuerpo del durmiente y hacerle pasar una muy mala experiencia.

La última posibilidad, la del sueño que escapa para no ser soñado, es quizá la más extraña de todas. Pocos, casi ninguno de ellos se asusta al ser llamado, pero puede suceder. Y sucede, de hecho. Claro que suele tratarse de sueños jóvenes e inexpertos, sueños que tampoco tienen a dónde ir y que tarde o temprano acaban regresando al lugar que les correspondía, para que sus compañeros se encarguen de tranquilizarlos.

Pero la historia que he recordado fue un caso verdaderamente excepcional, un caso que revolucionó tanto el mundo de los humanos como el de los sueños.

¿De veras quieres que te la cuente?

—Sí, hombre, sí... Ya que estamos...

Ésta es, pues, la historia de Ag.

3

Acababa de nacer aquella fría noche de invierno cuando Ag sintió un súbito cosquilleo recorriéndole todo el cuerpo. Había estado esforzándose por mostrar su aún tenue brillo (como suelen hacer los sueños jóvenes, que sacan pecho a la menor oportunidad), pero ahora, además, mientras intentaba rascarse aquí y allá, su luminosidad comenzó a parpadear.

—Te han elegido —le advirtió el sueño grande y grueso que flotaba a su derecha.

—¿A mí? ¿Estás seguro?

—A ti —asintió el otro—. Y tienes suerte, mira que yo llevo noches y noches aquí, pero la verdad es que no hay manera

Ag, restregándose y frotándose con todas las manos posibles, miró el fragmento de Tierra que se extendía bajo sus pies (de acuerdo, unos pies que no acababan de ser pies, pero que bien podrían haberlo sido).

—Si lo deseas, puedes bajar en mi lugar.

El otro sueño lanzó una carcajada.

—¡Eso no es posible! Quien te ha escogido está esperando un sueño no muy grande, y yo lo aplastaría.

—Entonces... —Ag disimuló un escalofrío—. ¿No hay más remedio que bajar?

—No tengas miedo, ya verás cómo te diviertes...

Ag frunció el entrecejo (un entrecejo que, a falta de cejas, no acababa de ser entrecejo, pero que se le acercaba lo suficiente).

—¿Y tú cómo sabes que es divertido, si no lo has hecho nunca?

El otro sueño se puso serio.

—Querido amigo, hay algunas cosas, cosas importantes, que conocemos sin necesidad de haberlas experimentado antes. Sigue tu instinto.

Ag buscó algo de instinto en el interior de sus bolsillos, pero sus bolsillos no eran exactamente bolsillos y no había gran cosa en ellos. Y tampoco estaba demasiado seguro de la forma y el tamaño que tendría eso del instinto. Por ello, inseguro, volvió a preguntar:

—¿Lo hago ahora? ¿Me tiro ya?

—Nooooo... Espera a que tu cuerpo comience a caer por sí solo. Ése será el momento.

—Aaaaah... Gracias.

Como le picaba todo, Ag intentó distraerse escrutando la Tierra para saber más sobre la persona que le había llamado. Miró en diferentes pueblos y en ciudades de varios países, pero como los humanos apenas brillan se hacía casi imposible identificarlos a la pobre luz de sus velas y de sus lámparas.

A su derecha, el sueño grande y grueso lanzó un grito de alegría.

—¡Se han fijado en mí! ¡Se han fijado en mí! —repitió rascándose con violencia el inmenso cuerpo parpadeante—. ¡Y es urgente! Ten, puedes quedarte con mi brillo. ¡No hay tiempo que perder!