El Caburé - César Alberto De Cuadra - E-Book

El Caburé E-Book

César Alberto De Cuadra

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Beschreibung

Un antiguo libro conteniendo los misteriosos secretos sobre el amor, llega a las manos de un ambicioso y joven arqueólogo. Él, al leerlo, descubre que, siguiendo los rituales allí detallados, puede recuperar al amor de su vida que un día perdió por una mala decisión. Pero, para que eso pueda suceder, también debe encontrar el amuleto del Caburé. (Un mito, un poderoso amuleto, dos historias de amor y un mismo destino)

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Seitenzahl: 226

Veröffentlichungsjahr: 2022

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César Alberto De Cuadra

El Caburé

(3ra edición)

De Cuadra, César Alberto El Caburé / César Alberto De Cuadra. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2888-9

1. Narrativa Argentina. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

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Una leyenda, un amuleto.

Dos historias de amor.

Y un mismo destino.

¿Qué harías tú si encuentras un antiguo y misterioso amuleto?

¿Te lo colgarías?

A Michelle, Nicole y Yanete

1

Año actual… lugar… la gran ciudad de La Plata. Más precisamente en el museo de historias. Allí, un hombre alto de pelo corto, tez blanca y ojos claros muy bien parecido, pero de carácter recio y egoísta llamado Carlos. Estaba haciendo halago de su último descubrimiento, rodeado por un grupo de estudiantes de la Universidad de La Plata y su hermosa secretaria “Érica” joven ella, morocha de pelo largo y rulientos, ojos verdes y dueña de un cuerpo casi perfecto. De la cual, Carlos estaba perdidamente enamorado. Este hombre agrandado y muy personal, contaba a los estudiantes como había conseguido todo lo que tenía para mostrar ese día.

–¡En mi último viaje que hice a la Provincia de Misiones! Decidí recorrer todos los pequeños pueblos que se encontraban en el camino, desde Posadas hasta la ciudad de Oberá y sus alrededores. Internándome en ellos y haciendo amistad con la gente nativa, tratando de conseguir algo antiguo que a mí me interese. Decidí ir a esa Provincia porque es considerada una de las más ricas en historias a que se refiere. Muchas ruinas jesuíticas con excelentes valores arqueológicos abundan aún allí, y muchas de ellas están sin ser estudiados a fondo. Yo, como profesor de historia tan reconocido y premiado por mis descubrimientos, decidí abocarme a recuperar y mostrar al mundo entero esos valores históricos que allí habitan. Fue así que entré a un camino de tierra tan roja, que sobresalía al verde de la vegetación. Ése camino, que ni siquiera tenía cartel de identificación estaba rodeado de inmensos árboles, tan altos que parecían abrazarse entre sí, para que el fuerte viento no los volteara. Formando una especie de techo sobre el largo sendero que parecía no tener fin. El insoportable calor era agobiante y a pesar de estar bajo las sombras, no podía abrir los vidrios de la camioneta porque los mosquitos rápidamente invadían todo el interior, no permitiéndome manejar tranquilo. ¡Imagínense! Manejando en un camino peligroso y desconocido a los manotazos queriendo espantarlos, se hacía imposible. Pero igual yo seguí adelante, eso no me detuvo para nada. Hasta que después de varias horas llegué a un pequeño pueblito perdido dentro de la inmensa selva. Donde las casas son todas de maderas y techo de chapas negras, que a mi parecer eran de cartón. Estaban ubicados en pequeños lotes separados por cercos fabricados de tacuaras, y otros de tablas, resaltando a la vista sus hermosos jardines coloridos.

La capilla, que era la única construcción de material, construida totalmente de piedras o bien llamados ladrillotes, estaba en una punta frente a una pequeña plaza y desde donde se podía ver todo el poblado. Y casi terminando el caserío, al costado del camino, estaba el almacén de ramos generales. Haciendo también de bar, atendido por la viuda Rita. Excelente mujer, gringa, alta y con un carácter bastante bravo. Lo noté en su forma de atenderme cuando me recibió. Pero cambió su pensamiento cuando me presenté anunciando mi nombre y profesión. Allí en ese bar se juntan todos a tomar algunas copas los fines de semana o cuando llueve y los jornaleros no pueden trabajar. Ahí me detuve a tomar algo y de paso, aprovechar para conocer alguna persona que pudiera contarme o bien ofrecerme algún chisme que a mí me interese. Algo antiguo, algo con historia. –Aclaró y siguió–, la mayoría de la gente que viven ahí son aborígenes humildes que trabajan en las cosechas del té y de la yerba mate, y cuando no, se dedican a trabajar en sus chacras sembrando para sus propios consumos.

Me fue fácil entablar amistad con la gente de allí debido a la humildad que demostraban con los visitantes. Fue así que entablé conversación con un hombre llamado Héctor, nacido y criado en ese lugar, descendiente de los últimos indios que fueron civilizados. Al principio le costaba soltar la lengua, pero cuando se enteró de mi profesión, se soltó un poco más. Con él compartimos varios tragos y entre copa y copa la noche nos fue abrazando, y ya cuando no tenía esperanza de escuchar alguna fábula interesante. Él confesó saber de un libro antiguo, muy antiguo que había escrito un sacerdote misionero portugués en el año 1870. Y estaba resguardado en la parroquia del pueblo bajo llave.

Éste jesuita misionero, –dijo mi amigo–. Fue el que creó el pueblo. Por eso se llama Mártires, en honor a él, y fue el mismo que diseñó y construyó la iglesia con la ayuda de nuestros abuelos. Donde dicen, pasó sus últimos años de vida creando remedios a base de yuyos y escribiendo libros. Y uno de esos libros, queridos estudiantes. ¡Es éste, que tengo en la mano! Luego levantó el libro de tapa negra y gastada, mostrándolos a todos.

Claro, –continuo–, que para traerlo tuve que pagar una suma muy grande de dinero. ¡Pero no puse cuidado en el gasto! Porque bien valía la inversión ¡Cómo pueden ver! Este libro antiguo y valioso cuenta la leyenda del Caburé. Al observar el dibujo que está en el libro, verán que es un pájaro ¡Pero no uno cualquiera! ¡El Caburé tiene mucho poder! Y cuando tengan la posibilidad de leerlo podrán descubrir cuan poderoso es.

Así les hablaba a sus alumnos contando sus hazañas, siempre con tono sobrador y grandeza, haciéndose notar que era el mejor descubridor de antigüedades después de (Indiana Jones). Pero lo cierto es que no les contó todo el secreto que realmente escondía el libro. Su egoísmo interno le manejaba la conciencia impidiendo revelarlo. Al menos hasta que él pueda ponerlos a prueba.

Los estudiantes estaban fascinados escuchándolo, atraídos por tanta hazaña de parte ese profesor a quienes admiraban con mucha pasión. Pero había un trío de varones más al fondo que estaba más entretenido con la presencia de Érica y sus encantos, que con la historia de Carlos. Sentados en el fondo del grupo murmuraban entre ellos, mientras miraban detenidamente a Érica. La periodista Fabiana Rocha, quien fue invitada exclusivamente por Carlos, debido a su ascenso a la fama por sus investigaciones sobre leyendas, la observaba detenidamente y sonrió al escuchar el discurso del aventurero y, más cuando vio al grupito de muchachos atraídos por la belleza de Érica. La periodista era la encargada de mostrar al mundo los nuevos descubrimientos arqueológicos de Carlos. Quien continuaba excitado hablándole a los presentes, pero en un momento, observó mientras hablaba, que los muchachos del fondo le prestaban poca atención a él y miraban con delicia a su secretaria. Esa falta de respeto lo ofendió de tal manera que automáticamente cambió el gesto en su rostro. Sintió bronca y muchos celos que le hicieron cambiar de parecer y dio por finalizado su discurso.

–¡Bueno chicos! Como siempre fue un placer recibirlos. Es todo por hoy, la otra semana seguimos. Gracias por venir–, dijo y cerró el libro.

Los estudiantes, aplaudieron felices y agradeciendo uno a uno pasó a felicitarlo antes de abandonar el recinto. La periodista Fabiana, indicó a su camarógrafo que lo acompañe y así poder entrevistarlo. Carlos, aparte de resaltar sus logros, aprovechó la cámara para coquetear nuevamente con Érica; explicando lo importante que es ella allí en el Museo. Como siempre, esperaba su oportunidad para recalcarle el gran amor que por ella aún sentía, y nada mejor que teniendo de testigo a la periodista. Aunque supiera de antemano la respuesta.

Esas declaraciones fueron la nota de color, y la periodista muy agradecida decidió marcharse y dejarlos solos. Momento que Érica esperó con ansias para devolverle su parecer a Carlos.

–¡No Carlos, no debiste hacer eso! Lo nuestro no funcionó y no va a funcionar, ya no es lo mismo y vos sabes muy bien lo que pienso, no sé porque te empecinas en insistir. Quiero que seamos solamente amigos.

–Pero negrita. Ya te pedí perdón miles de veces ¡Yo te amo! Estoy enamorado y te voy a cuidar como nadie. Ahora será distinto, sólo dame una oportunidad más de demostrártelo.

–Por favor Carlos. ¡Entendeme! Yo te aprecio mucho y te respeto por todo lo que sos y por lo que me enseñaste. Nosotros ya tuvimos algo y no funcionó, ahora no me siento capaz de amarte. ¡Quiero que sigamos siendo amigos! –, y se alejó al fondo del salón, dejándolo solo.

Esas palabras le partieron el corazón, le dolían en el alma cada vez que las escuchaba, pero debía resignarse. Agachó la cabeza y nuevamente se puso a hojear detenidamente el libro. Después de ese cruce de palabras, el silencio reinó por varias horas entre ellos. Mientras él leía, ella acomodaba otros objetos en el inmenso salón, los cuales pronto serían exhibidos al público en general. Al terminar, Érica se acercó y le dijo.

–Yo me voy, porque hoy tiene que ir el nuevo jardinero a casa y como mis viejos no están, tengo que mostrarle lo que tiene que hacer.

–¡Un nuevo jardinero!, ¿qué pasó con Juan?

–Se jubiló y nos recomendó uno nuevo.

–¿De dónde es?

–¡No sé! No lo conozco, lo único que sé, que es amigo del cura Raúl, entre él y Juan lo recomendaron a mi papá.

–¡Bueno! Anda tranquila que después paso por tu casa y te comento lo que dice el libro y cuándo vamos a hacer la apertura.

Luego de despedirse, salió y se marchó en su flamante auto rojo último modelo, esperando llegar a tiempo a la casa, dónde el jardinero esperaba.

Carlos, al contrario, se quedó masticando bronca por la nueva negativa que recibió. Si él bien sabía que era culpable de no seguir en pareja con ella, por culpa de esa noche que se emborrachó y lo engañó con la mejor amiga. Érica se enteró y desde ese día juró que sólo serían amigos. Pero él igualmente insistía, cada vez que tenía oportunidad aprovechaba para tirarle algún lance tratando de recuperar su viejo amor, a pesar que ya conocía la respuesta que recibiría. No le importaba las negativas, porque algo le decía que ella debía ser de él y solamente para él. Quizás por eso se quedó en el museo, quería leer bien lo que estaba escrito en el libro y sabía que ahí encontraría la fórmula para tener suerte en el amor. Se tomó todo el tiempo del mundo en estudiar el escrito y los dibujos que ilustraba el viejo libro. Pensó, recapacitó y se pasó la mano por la cabeza dándose cuenta que a todo eso, le faltaba algo, algo muy importante para que su suerte en el amor sea completa y cambie definitivamente.

–Sea como sea tengo que encontrarlo. Debe ser mío, sólo mío y cuando lo tenga en mí poder voy a ser irresistible–dijo, dejando escapar una pequeña carcajada irónica. Estaban claros los pensamientos que tenía, no había nada que agregarle. Su egoísmo le hacía pensar en actos injuriosos constantemente.

2

Luego de unos cuantos minutos de viaje. Érica llegó al country donde vivía y que estaba ubicado afueras de la ciudad. Era cerca del mediodía y el sol quemaba sin piedad. Saludó amablemente a los guardias que vigilaban el portón de entrada, como de costumbre. Porque a pesar de ser de una familia adinerada, era muy humilde y trataba a todas las personas con respeto y sinceridad. Recorrió lentamente el camino hasta su casa, como se hace en todo barrio cerrado, a tranco de hombre. Se la veía entretenida observando el diseño de los jardines que tenían las casas, realmente eran hermosas, una más que la otra y dignas de ser vistas. Vaya a saber que pensamientos pasaban por su cabeza en ese momento, porque cuando llegó a la casa tardó en darse cuenta de los cambios que había en su propio jardín. Solamente después de estacionar el auto en el garaje y cuando estaba por entrar, vio una mariposa que pasó volando frente a ella. Entonces al seguirla con la vista, recién ahí, se dio cuenta del cambio. Todo estaba más florecido, más verde, flores de distintos colores abrían sus pétalos al picaflor que volaba de una a otra recolectando su néctar. Pájaros de distintas especies danzaban al compás de sus melodiosos cantos, saltando de rama en rama disfrutando del lugar. Caminó hasta allí y se detuvo, miró a su alrededor queriendo encontrar al nuevo jardinero, pero no lo vio. Lo que sí le llamó la atención fueron dos tortolitas que jugaban cerca de ella sin asustarse, después se les sumaron unos Jilgueros, Calandrias y Zorzales, todos jugaban sin prestar atención a su presencia.

Ella abrió los brazos, respiró profundo, cerró los ojos y dio vueltas en el lugar sintiéndose por un instante como, (Alicia en el País de las Maravillas). Reaccionó recién cuando escuchó una voz detrás de ella.

–¡Hola! –contestó sorprendida cuando se dio vuelta y más al ver que el hombre que lo saludo, era joven, morocho y buen mozo, con ojos color negro y dueño de un cuerpo bien trabajado que dejaba lucirse debajo de una musculosa blanca toda transpirada.

–Yo soy César. ¡El nuevo jardinero! –dijo, pasándole la mano sucia de tierra negra.

–¡Mucho gusto! “Érica”–respondió sonriente, devolviéndole el saludo sin mutarse.

–¡Me sentiría muy feliz si me decís que te gusta cómo quedó el jardín!

–Está hermoso, todo se ve cambiado, como si fuera que tuviese más vida. ¡Me encanta!

–¡Gracias! Me quedo más tranquilo entonces, tu papá antes de irse me dio toda la libertad para trabajar y diseñar el jardín a mi manera y no quería cometer ningún error, ni tampoco defraudarlo.

–¡Quédate tranquilo! Porque mi papá va a estar orgulloso de lo que hiciste. En más, Juan habló muy bien de vos cuando te recomendó. Pero decime, ¿vos no sos de acá?

–No. ¡Yo soy de Oberá, Misiones! Hace dos años llegamos acá y aún no logro conseguir trabajo efectivo–, respondió con una sonrisa en los labios.

–¡Me parecía! Por tu tonada, digo. Pero seguramente acá estarás a gusto y quién dice, más adelante podés conseguir algún jardín más acá adentro para cuidar. Es lindo Misiones, a mí me gusta–, y se dio vuelta para irse, pero se detuvo porque escuchó que César lo llamó, entonces volvió a darse vuelta. Él, le ofreció una rosa de color púrpura y le dijo.

–¡Para la señorita más bella y sencilla de la casa! Gracias por tus palabras.

Ella se sorprendió porque no vio de dónde lo sacó, pero igual aceptó y con una sonrisa en su rostro agradeció el elogio, luego la olió y entró a la casa muy feliz. Había quedado impactada por el hermoso gesto que tuvo él con ella. Era la primera vez que alguien la sorprendió de esa manera. Volvió a oler la rosa y lo puso en un florero y casi por instinto, corrió la cortina y lo espió por la ventana. Había visto algo en ese muchacho sencillo que lo atraía y que le llamó la atención detenidamente. –Se nota que es trabajador–murmuró. Él, se acomodó la musculosa que la tenía pegada al cuerpo debido a la transpiración, agarró la carretilla cargada de tierra y se fue hacia el fondo de la casa. Ella lo observó hasta que se perdió. Luego pareció recapacitar, sonrió y sacudió la cabeza como queriendo entrar en razón, porque se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

Cuando César llegó al fondo, escuchó el silbido de un pájaro que le llamó la atención porque era melodioso y suave, distinto a los demás. Dejó la carretilla y empezó a buscarlo con la mirada en lo alto de un eucaliptus, hasta que logró verlo. Ahí estaba el pequeño con su hermoso plumaje de color gris y manchas blancas, emitiendo cantos cortos y armoniosos mientras giraba la cabeza por completo.

–¡Un Caburé! ¿Qué raro? –exclamó.

Conocía perfectamente esa especie, porque en su niñez anduvo mucho tiempo en el monte siguiéndolo con la honda. Ese recuerdo le hizo retroceder en el tiempo, allá en su chacra natal donde se crio rodeado de animales y montes tupidos. Recuerdos que a veces le dolían recordarlos, debido a la miseria y necesidad que padecieron siempre. Pero a la vez igual sentía orgullo, porque gracias a esa crianza mantuvieron la línea de las buenas costumbres, del trabajo constante y el valorar siempre lo que cuesta tener. Pero las ganas de trabajar, también lo alejaron de su lugar de origen porque cada vez se hacía más imposible conseguir un trabajo seguro para mantener a la familia.

Se fue al depósito de herramientas cabizbajo, a buscar la mochila donde tenía el sándwich para el almuerzo. Se sentó en el pasto y se recostó contra el árbol a disfrutar la sombra, mientras almorzaba.

A todo esto, Érica que se había puesto ropa cómoda y estaba comiendo milanesas, mientras miraba el noticiero. Pensaba en sus padres que se habían ido de viaje al sur y por un instante se sintió sola que hasta deseó haber ido con ellos a conocer la Patagonia. Porque se dio cuenta que no tuvo motivos para decir. –Me quedo por tal cosa.

Esos pensamientos hicieron que se sienta aún más sola, que hasta perdió el apetito. Guardó todo y decidió irse a dormir un rato la siesta. Cuando entró a la habitación sintió nuevamente la curiosidad y necesidad de ver que estaba haciendo César. Abrió la cortina un poquito y espió. Lo vio sentado contra el árbol comiendo, mientras cortaba pequeños pedazos de pan y se los daba a las Calandrias y Zorzales que comían y cantaban a su alrededor. Por varios minutos ella estuvo observándolo y había algo en él que le llamaba muchísimo la atención, pero no sabía que era. Hasta que reaccionó y sacudió nuevamente la cabeza, diciendo. –¿Qué estoy haciendo? ¿Qué me pasa? –, cerró la cortina y se acostó. Y por un buen rato se quedó mirando el techo. Pero había algo que no la dejaba conciliar el sueño tranquilamente, dio muchas vueltas en la cama hasta que agarró la almohada y se tapó la cara, estando un buen tiempo en esa posición hasta que logró dormirse. Pero al cabo de una hora comenzó a soñar algo desagradable y despertó ofuscada. De repente se sentó en la cama de un sobresalto. Se agarró la cabeza renegando al verse toda transpirada.

–¡No puede ser! ¿Por qué tengo qué soñar con él? –, reclamó angustiada. Había soñado que lo vio trabajando en el jardín de la vecina y que ésta se le acercó convidándole un vaso de jugo frío, después le pasó la mano por la cara secándole la transpiración y como si eso no fuera poco comenzó a besarlo, le agarró de la mano y se lo llevó adentro de la casa.

Ese sueño comenzó a rondarle por la mente y nuevamente sintió curiosidad por ver que estaba haciendo. Salió de un salto de la cama y volvió a espiarlo. Se puso como loca cuando no lo vio, lo buscó por todos lados con la mirada y nada. Se sintió mal, defraudada al no verlo. –Debe estar trabajando–, pensó en voz alta. Y sólo ese pensamiento le hizo cambiar el gesto, una sonrisa pícara le brotó de los labios mientras caminaba hacia el baño. Allí se mojó la cara para despejarse un poco, pero al verse al espejo, volvió a murmurar. –¿Qué me está pasando? ¿Qué tiene ese muchacho? Por Dios, si nunca me pasó esto–, entonces decidió meterse a la ducha para refrescarse y sentirse más relajada. Estuvo sólo unos minutos ahí, porque se acordó que pasarían a buscarla. Luego de vestirse salió para hablar con César y avisarle que se iba.

–¡Bueno Érica, anda tranquila! En cuanto termino lo mío, me voy.

–¿Mañana a qué hora venís?

–¡A las ocho! Porque a esa hora recién nos dejan entrar.

–¡Bueno, hasta mañana entonces! –contestó, justo cuando escucharon la bocina. –Vinieron a buscarme–dijo, y se alejó.

–¡Chau, hasta mañana! –, respondió él y corrió a esconderse detrás de un pino para espiar. Quería ver quién era el que vino a buscarla. Pero se amargó tristemente, porque no pudo ver nada. El auto tenía los vidrios muy oscuros.

–¡Que hermoso auto! –, fue lo único que dijo y se quedó mirando cómo se alejaban.

3

César también había quedado fascinado con ella, pero pensó y murmuró casi reprochándose. –Estoy loco si pretendo que esa mujer se fije en mí, además siendo yo un pobre jardinero. Sacudió la cabeza riéndose, no podía creer lo que estaba pensando. Resignado y con la cabeza gacha volvió a sus quehaceres, buscando la sombra de los eucaliptus para trabajar. El sol estaba tan fuerte que quemaba la piel y de a rato se hacía insoportable y agobiante. Se encontraba removiendo tierra con la pala cuando sintió una brisa suave y tibia con olor a humedad que llegó de repente. Los pájaros comenzaron a volar desesperados buscando refugio y el Caburé también empezó a cantar alocadamente. César caminó entre los árboles buscándolo en las alturas, hasta que logró verlo nuevamente. El pájaro entraba y salía de un agujero que había en el tronco del árbol, mientras que el viento comenzó a soplar cada vez más fuerte. El clima se puso pesado y el cielo rápidamente desapareció detrás de las inmensas nubes grises y negras.

–¡Se viene una tormenta! –, se dijo para sí mismo y empezó a guardar las herramientas. Las primeras gotas de agua se hicieron notar golpeando muy fuerte las hojas. Apenas alcanzó a entrar al depósito cuando la tormenta desató su furia. Era una clásica tormenta de verano de esas que no avisan cuando llegan, simplemente pasan y se llevan lo que encuentran en su camino, y si no lo lleva, lo destroza. Él miraba por la ventana preocupado, porque la fuerza del viento ayudado por la lluvia, estaban destrozando todas las plantas y flores que había plantado. Además, porque debía irse a su casa en bicicleta y con las condiciones que estaba el clima no le parecía nada conveniente. De repente, vio pasar las reposeras que estaban al borde de la pileta, arrastrados por el viento, quedando incrustados contra las ligustrinas.

No tuvo mejor idea que salir a rescatarlas para que no se hicieran daño. Corrió hasta ellas y se dio cuenta que el agua golpeaba fuerte, porque en un ratito quedó empapado totalmente. Cuando se agachó para levantarlas, escuchó como un gajo del árbol se quebraba debido a la fuerza del viento que soplaba con toda la furia. Levantó la mirada y alcanzó a ver cómo parte de la rama se le venía encima. Como pudo, soltó lo que tenía en las manos y corrió tratando de salvar su pellejo. Por pocos centímetros no le cayó encima y sólo escuchó el ruido que hizo al impactar contra el piso. Se puso al reparo del techo y de allí miró la rama que quedó incrustada en el suelo. Respiró profundo, murmurando. –Me salve de milagros.

Luego, entró al depósito a buscar algo con que secarse, mientras pensaba que por poco no quedó aplastado. Pero al rato escuchó que un pájaro cantaba desesperado desde el lugar en que había caído la rama. Salió y miró para ver si lo veía. Pero no, la cortina de agua que formaba el viento le impedía ver con claridad, –¿será el Caburé? –, se preguntó. Tenía ganas de ir a rescatarlo, pero también tenía dudas por lo que le había pasado minutos antes. Pero el canto desesperado del pájaro continuaba y, eso lo hizo cambiar de parecer. Así que sin dudar salió nuevamente bajo la lluvia para rescatarlo. No podía dejarlo sufrir, lo buscó entre las ramas y no lo encontró, el fuerte viento y el agua que caía torrencialmente no lo dejaban buscar con claridad. Esperó el chillido para poder asesorarse de dónde venía. Hasta que lo escuchó. Corrió unos gajos y logró verlo. Estaba adentro del agujero donde metió la mano con mucho cuidado hasta agarrarlo y fue sacándolo despacito. Pero le pareció ver que traía algo enganchado en su garra, que se soltó y volvió a caer dentro del agujero. –Es el Caburé–, se dijo y lo apoyó contra su cuerpo para darle calor. Pero había quedado intrigado con lo que traía en sus garras. Así que volvió a meter la mano adentro del agujero y lo sacó. Era un antiguo amuleto, deteriorado y horrendo. César lo miró, pero no le dio importancia, pensó que sólo era un collar cualquiera, fabricado por algún lunático. Lo guardó en el bolsillo y corrió al reparo. Quería fijarse que le pasó al pájaro porque no dejaba de quejarse. Prendió la hornalla de una cocinita que había allí para darle calor y cuando lo revisó, vio que tenía una patita quebrada y un ala lastimada. Cortó un pedazo de trapo y la ató, después lo puso adentro de una caja para que pudiera descansar. Luego se sacó la musculosa y la torció para escurrir el agua, y lo colgó en un clavo para que se seque. Puso la pava a calentar para tomar algunos mates mientras esperaba que parara la lluvia. Luego volvió a mirar al pájaro para asegurarse que esté descansando bien. A César le pareció raro que esa ave ande tan lejos de su habitad natural porque es un ave que siempre vivió en la selva, lejos del ruido y la gente. Acostumbrado a ser solitario.

Afuera, la lluvia y el viento seguían castigando sin piedad el hermoso jardín que él con mucho amor y sacrificio había diseñado. –¡Que voy a hacer, es cosa de la naturaleza, contra ella no se puede! –, pensó en voz alta y se sirvió el primer mate. Por su cabeza pasó la imagen de Érica y volvió a soltar una risa picarona al creer que una chica del nivel social como ella, podría fijarse en un simple trabajador. –¿Por qué no? –, respondió a su conciencia y se sentó para estar más relajado, y fue ahí cuando sintió que el amuleto le molestaba adentro del bolsillo. Se puso de pie nuevamente y lo sacó. Lo miró detenidamente y puso cara de asco. La cabeza de un pájaro envuelta en plumas, además con una mosca seca atada a la misma. –¡Esto sí que es raro! –confesó, y más cuando vio que en el pico aún tenía restos de sangre seca. Estaba sorprendido con lo que había encontrado; por la mente le pasaron varios pensamientos tratando de llegar a alguna conclusión. –“Será una brujería”–exclamó, y ese pensamiento le hizo sentir miedo, así que lo colgó de la pared y se sentó tembloroso a seguir con los mates.