El canon ignorado - Tiziana Plebani - E-Book

El canon ignorado E-Book

Tiziana Plebani

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Beschreibung

La relación entre la escritura y el género femenino está signada por la lucha entre el disciplinamiento y la transgresión, entre las prohibiciones y los espacios asfixiantes. Durante siglos, por haber sido excluidas del sistema educativo, salvo aquellas pertenecientes a la aristocracia o a ciertos sectores de la burguesía urbana, las mujeres en Europa fueron el componente mayoritario del pueblo analfabeto o escasamente alfabetizado. Por eso es necesario establecer una historia alternativa que reconozca aquellas voces que sufrieron años de indiferencia, desprecio y desconfianza. El canon ignorado, de Tiziana Plebani, se propone comprender esa maraña de tensiones para confeccionar un mapa revelador de las prácticas cotidianas y las ambiciones literarias de las mujeres entre los siglos xiii y xx. No es una historia lineal ni sosegada sino repleta de divisiones, divergencias y rupturas. Es una tierra de conflictos, pero también de alianzas, de padres que a pesar de todo quisieron ofrecer instrucción y oportunidades a sus hijas, y de textos femeninos que iluminaron la mente y el corazón del universo masculino. De esta manera, Tiziana Plebani pone en relieve la defensa de las mujeres por el derecho a la escritura en una sociedad en donde escribir era un privilegio.

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El canon ignorado

Las escrituras de las mujeres en Europa (siglos XIII-XX)

Scripta Manent

Colección dirigida por Antonio Castillo Gómez

El canon ignorado

Las escrituras de las mujeres en Europa (siglos XIII-XX)

Tiziana Plebani

Traducción de María Teresa D’Meza y Rodrigo Molina-Zavalía

Índice de contenidos
Portadilla
Legales
Introducción
Agradecimientos
Advertencia
Capítulo 1. Escrituras y textos medievales de las mujeres
Capítulo 2. El largo Renacimiento de las escribientes
Capítulo 3. Escrituras en un mundo transformado: desde la Guerra de los Treinta años hasta finales del siglo XVII
Capítulo 4. El siglo de las Luces
Capítulo 5. Desde el siglo XIX hasta la plena alfabetización, a comienzos del siglo XX
Capítulo 6. A modo de conclusión, con una glosa final
Bibliografía

Plebani, Tiziana

El canon ignorado : las escrituras de las mujeres en Europa, siglos XIII-XX / Tiziana Plebani.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ampersand, 2022.

Libro digital, EPUB - (Scripta manent / Antonio Castillo Gómez ; 22)

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: María Teresa D´Meza ; Rodrigo Molina-Zavalía.

ISBN 978-987-4161-84-0

1. Feminismo. 2. Literatura Feminista. 3. Historia de la Cultura. I. D´Meza, María Teresa, trad. II. Molina-Zavalía, Rodrigo, trad. III. Título.

CDD 305.4201

Colección Scripta Manent

Primera edición, Ampersand, 2022

Cavia 2985, 1 piso (C1425CFF)

Ciudad Autónoma de Buenos Aires

www.edicionesampersand.com

Título original: Le scritture delle donne in Europa

©2019 Carocci editore

©2019 Tiziana Plebani

©2022 de la traducción, María Teresa D’Meza y Rodrigo Molina-Zavalía

©2022 Esperluette SRL, para su sello editorial Ampersand

Edición al cuidado de Diego Erlan

Traducción del italiano: María Teresa D’Meza y Rodrigo Molina-Zavalía

Corrección: Josefina Vaquero

Diseño de colección y de tapa: Gustavo Wojciechowski

Maquetación: Silvana Ferraro

Primera edición en formato digital: julio de 2022

Versión 1.0

Digitalización: Proyecto451

ISBN edición digital (ePub): 978-987-4161-84-0

Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante el alquiler o el préstamo públicos.

AGRADECIMIENTOS

Para este libro resultó indispensable el cotejo de variadas fuentes y una extensa bibliografía en varias lenguas. Además, pronto se volvió evidente la necesidad y el provecho de ampliar la mirada hacia un panorama europeo que no es homogéneo y que justamente por este motivo ofrece indicios de sumo interés. Aunque fue inevitable omitir algunas autoras y contextos, creo, sin embargo, que las claves de lectura propuestas pueden brindar marcos que representan y consideran también aquello que falta.

Aparte de la bibliografía y de la gran cantidad de estudiosas y estudiosos con quienes entablé un fructífero diálogo, si bien a distancia, otras reflexiones me sirvieron de guía y son parte de mi formación histórica: en cuanto a la perspectiva, la sensiblidad y la mirada acerca de las escrituras comunes, soy deudora de la escuela de Armando Petrucci y de Attilio Bartoli Langeli, así como de los muchos que se han ocupado del alfabetismo. Con Virginia Woolf y Ellen Moers (14) mantuve, en cambio, una continua y estimulante “conversación”.

Asimismo, pude contar con el gran tesoro de la amistad de estudiosos y estudiosas. Por tanto debo agradecer de corazón la disposición de quienes leyeron y comentaron las primeras redacciones, brindándome así la oportunidad de rever y repensar: Mario Infelise, con quien el intercambio y el cotejo son hábitos cotidianos desde hace varios años; Marina D’Amelia, constante referencia para los estudios sobre las escrituras femeninas; Alessandro Arcangeli, refinado estudioso a quien estoy ligada por intereses de estudio compartidos; Lodovica Braida, estudiosa y valiosa amiga; Alessandra Rizzi, medievalista con quien he compartido varias experiencias didácticas. Mi gratitud también hacia Ricciarda Ricorda a la que recurrí por su competencia literaria: me reafirmó en mi decisión de concluir esta historia con la Primera Guerra Mundial y discutimos provechosamente el tema de la existencia de una “escritura femenina”. A mi lado estuvo, como siempre, Alberto Fiorin, lector atento y paciente.

Por último, no puedo dejar de nombrar aquí, con pesar, a Claudia Evangelisti, a quien le debo el nacimiento de este proyecto editorial: con ella el diálogo fue continuo y afectuoso.

14. Ellen Moers, Grandi scrittrici, grandi letterate, Edizioni di Comunità, Milán, 1979 (ed. or. Literary Women, 1963).

ADVERTENCIA

Salvo en raras y breves excepciones, para seguir el tono y el estilo de las mujeres escribientes, he optado por referir los fragmentos de las escrituras en lengua italiana [aquí traducidos], a fin de facilitar la comprensión y el disfrute de los textos. Todas las traducciones de otras lenguas, si no se especifica lo contrario, son mías.

Acerca de las ilustraciones del texto: con el propósito de hacer algo de justicia entre las escribientes comunes y aquellas con ambiciones literarias, en quienes por obvias razones más me detuve, he preferido reservar a las primeras el honor de la visibilidad inmediata a través de la reproducción de sus grafías, ya fuesen cartas, cuentos, peticiones, testamentos, memorias o diarios. Tengo la esperanza de que esta muestra de escrituras usuales logre restituir las prácticas de un número bastante mayor de mujeres que dejaron pocos testimonios gráficos y escasa información sobre sí mismas, para recordar así que el terreno de la escritura es vasto, abarcador y diferenciado.

CAPÍTULO 1

ESCRITURAS Y TEXTOS MEDIEVALES DE LAS MUJERES

Te lo repito, y no dudes lo contrario, si existiese la usanza de enviar

a las niñas a la escuela y se les enseñara ciencias como a los niños,

aprenderían igual de bien y comprenderían las sutilezas de todas la

artes, así como ellos lo hacen.

CHRISTINE DE PIZAN (15)

LOS INICIOS (SIGLOS X-XIII): ENTRE LAS ESCRITURAS COTIDIANAS Y EL ARTE DE LA COPIA

Sin duda no estamos adentrándonos en un terreno demasiado poblado. Por otra parte, ¿quién estaba en condiciones de tomar la pluma en los siglos anteriores a aquella que fue definida como la era de las catedrales, de las ciudades y de las universidades? Es fácil responder a la pregunta: la escritura se hallaba en manos de pocas personas. Así y todo, tampoco puede afirmarse que fuese un “asunto” de los hombres, sino de un círculo restringido de ellos: amanuenses, notarios, funcionarios, clérigos, con frecuencia al servicio de otros. Ser incapaces de trazar letras en algún soporte material, ¿equivalía acaso a vivir una mutilación o sufrir una penosa privación? De ninguna manera. Saber escribir de por sí no connotaba en absoluto un estatus superior, por lo general se consideraba a la escritura como una actividad ancilar y por tanto en ella no se interesaban los soberanos, los emperadores ni las cabezas reinantes. Los autores pues solían dictar sus composiciones. El vasto abanico de articulaciones de la oralidad, ligadas a un mundo de voces, sonidos y ritmos, garantizaba de forma eficaz la producción y la difusión de textos, saberes e informaciones.

Entonces es por completo inútil de momento afanarse en calcular los escribientes y preguntarse si existían diferencias significativas entre los hombres y las mujeres desde esta perspectiva. El valor social de la escritura en cuanto código de intercambio no era relevante ni lo era su valor práctico dentro de una sociedad estructurada de forma predominante en torno a la comunicación oral y a sus diversos registros (hablar, cantar, expresarse con el cuerpo), donde el alfabetismo era bastante reducido. Y en este universo sonoro las mujeres participaban como protagonistas.

Algunas, sin embargo, tomaron también la pluma. ¿En qué ámbitos podemos rastrearlas? En las transacciones de dinero y objetos, en la administración de los bienes, actividades que, particularmente en las viudas, animaban a las mujeres a apropiarse de la escritura al menos en medida suficiente como para ser capaces de administrar propiedades, transmitir herencias y manejarse entre recaudaciones de créditos y usufructos. La escritura raramente nace por fuera de un contexto determinado, y esta aclaración es harto más pertinente porque atañe a las épocas más pretéritas. Para el pasado remoto debemos olvidarnos del aura del genio y observar mucho más las exigencias y necesidades concretas que estimularon la práctica de la escritura, su aplicación y enseñanza específica: la familia, es bueno recordarlo, en el Medioevo y durante buena parte del Antiguo régimen, funcionó como una auténtica estructura económica y laboral. Esto permitió a una mujer, Alba, redactar en latín en 1044, en Cataluña, un documento de compraventa, y firmarlo inscribiendo su nombre en forma bien visible, separando las letras de módulo grande, dejando entrever quizás un orgullo apenas disimulado por esa pericia suya, escasa entre los hombres y todavía más escasa en las mujeres (cfr. fig. 1).

Fig. 1. La escritura de Alba.

Entre los rarísimos documentos redactados y firmados por una mujer que todavía se conservan, hay un acto de venta fechado el 16 de abril de 1044 escrito por Alba, hija de un gramático italiano y esposa de Guifredus, quien firma el pergamino de su puño y letra “Alba femina scripsit”. Su grafía, una elegante y regular minúscula carolingia, demuestra un notable grado de pericia.

Arxiu Capitular de Vic (Cataluña), gaveta 6, número 973b, en Michel Zimmermann, Écrire et lire en Catalogne. IXe-XIIe siècle, Madrid, Casa de Velázquez, 2003, vol. II, p. 100, fig. 4.

Es más fácil rastrear esta clase de escrituras femeninas en las partes de atrás de actas notariales: desde la década de 1280, la veneciana Guglielma Venier, esposa de un comerciante, hasta la muerte del marido y del padre resume en lengua vulgar los negocios emprendidos por los familiares en el reverso de los documentos redactados por los notarios, con el fin de tener más a la vista la situación patrimonial y de iniciar a su vez otras acciones jurídicas en calidad de heredera y fideicomitente. (16)

En ese bosquejo de la Edad Media de todas maneras podemos observar los comienzos de algunas peculiares tradiciones escriturarias femeninas y, a fin de identificarlas, debemos apuntar la mirada hacia las comunidades y los sitios de que se sirvieron y que legitimaron su empleo, incluso para las mujeres. Por consiguiente, no es una casualidad que la escritura femenina, como, por otra parte, la masculina, desde el inicio de la Edad Media hasta mucho después de su final, aparezca ligada a la historia y evolución de las comunidades monásticas. En especial antes del renacer y del desarrollo de las ciudades, eran las estructuras de vida asociativa que tenían más necesidad de escritura, ya sea por la obligación de copia que caracterizaba la organización interna del trabajo, ya sea con el objeto de satisfacer exigencias económicas, de gestión y contables. Un monasterio era una unidad administrativa situada en el territorio, con tierras y propiedades: las monjas debían por tanto aprender a gobernar una entidad compleja, y la escritura era el instrumento indispensable de la gestión de compras, ventas, arrendamientos y rendiciones de cuenta de los gastos de la comunidad. Era entonces menester el trámite de la correspondencia ordinaria hacia los referentes externos, fuesen religiosos de la misma orden, señores locales o bien autoridades superiores. Registros y libros contables; formularios, testamentos, cartas: las abadesas y sus colaboradoras sin duda tenían los dedos manchados de tinta.

Los monasterios eran, además, los pocos sitios donde se mantenía una tradición de enseñanza y de iniciación en el conocimiento del latín, la lengua literaria y de la escritura hasta la Alta Edad Media, y de familiarización con textos y manuscritos; si bien con resultados no siempre de calidad y con competencias gráficas bastante diferenciadas, los monasterios eran lugares de promoción cultural, tanto para los hombres como para las mujeres, y en cualquier caso bastante más inclusivos respecto de otros ambientes de escritura como las cancillerías imperiales o ducales.

Aparte de eso, la actividad de copiado realizada en su interior tenía como finalidad la producción de libros que se utilizaban para necesidades litúrgicas, culturales y espirituales, pero a veces también en orden a cumplir con pedidos externos. Las investigaciones más recientes han echado nueva luz al mundo de las copistas, durante mucho tiempo ignorado o descuidado, con la obtención de resultados sorprendentes.

Si los especialistas en la Edad Media ya conocían un puñado de nombres femeninos que dejó su firma en los códices transcriptos, como la alsaciana Dulcia (siglo IX) o Guda (siglo XII), ahora ha surgido un número elevadísimo de “escribas” gracias a investigaciones más precisas que evidencian hasta qué punto la escritura era una práctica frecuente, usual y común para muchas mujeres. Cynthia J. Cyrus ha identificado bien a cuatrocientas dieciséis copistas en los conventos de área germánica desde el siglo XIII hasta el comienzo de la Reforma, la mayoría de las veces monjas y alguna lega: trescientas dieciséis dejaron sus nombres o iniciales, otras cincuenta y cinco son calificadas como scriptrix (‘mujer escribiente’) o soror (‘hermana’); de estas, cuarenta y ocho administraban un auténtico scriptorium con otras mujeres. Gerdrut, Sibilia, Vierwic, Walderat, Hadewic, Lugart, Derta y Cunigunt del monasterio benedictino de Munsterbilzen, cercano a Maastricht, hacia 1134 firmaron conjuntamente una copia de las Etymologiae de Isidoro de Sevilla, una de las más difundidas enciclopedias del saber medieval. (17) (cfr. fig. 2).

Figura 2. La suscripción de las amanuenses alemanas.

En esta copia redactada entre 1130 y 1174 en littera textualis de las Etymologiae y del De natura rerum de Isidoro de Sevilla, las ocho copistas del convento benedictino de Munsterbilzen, cercano a Maastricht, dejaron sus nombres junto a una invocación para que Dios pudiese liberarlas de las penas y acogerlas en el Paraíso y, por último, un anatema dirigido a quien osara robarse el libro.

Londres, British Library, Harley ms. 3099, f. 166r.

Se trata de un territorio donde se cruzan el acceso a la alfabetización y a la instrucción en lengua latina con la escritura de las mujeres como trabajo y dedicación en la producción de textos dirigidos al circuito de lectores de aquel tiempo. Hasta el momento, la pesquisa ha arrojado más casos en el norte de Europa que en otras partes: tal vez corresponde a un grado más elevado de instrucción en los monasterios femeninos de aquellas regiones, asociado con la reorganización territorial llevada a cabo por el imperio, con el precoz desarrollo en el norte del monacato reformado o con la adhesión de las mujeres a aquellas exigencias. La presencia más antigua registrada hasta el momento en Italia es la de la monja Agnese Scarabella, copista de una monumental biblia latina realizada en el convento benedictino de Santa Ágata en Vanzo, provincia de Padua, y fechada en 1297; (18) sin embargo, de ese ambiente proviene asimismo uno de los primeros testimonios no fragmentarios del uso de la lengua vulgar. La abadesa Agnese del convento de San Michele in Campagna en 1326 envió una carta en veronés a Tedisio Ugorossi, canónico del capitolio de la catedral, con miras a asegurarle la buena disposición de ella y de las demás hermanas, con una caligrafía bastante experta, una minúscula documental y un texto que presenta signos de puntuación. (19)

No obstante, en aquella época un número no exiguo de copistas laicas ya estaba en actividad en talleres familiares; la boloñesa Cristiana, hija de Corradino, se había comprometido, como se desprende de un contrato registrado en 1268, a entregar una copia de los decretos pontificios en una escritura libresca y codificada, prueba de su competencia. (20)

Con todo, lejos está el campo de haber sido plenamente sondeado y siempre es oportuno recordar que gran parte de esta historia depende de la supervivencia de los manuscritos al transcurso del tiempo, al saqueo, a la dispersión causada por innumerables razones.

¿Cómo escribían las monjas copistas en aquellos siglos? ¿Podemos acaso distinguir las peculiaridades, las habilidades y las competencias que identifiquen una línea escrituraria en femenino? Nada de todo esto es posible, lo cual, afortunadamente, nos impide delimitar la actividad de ellas. Las descripciones paleográficas y codicológicas muestran un panorama suficientemente diferenciado pero similar a la variedad que puede hallarse en códices producidos por manos masculinas. Algunas copistas exhiben un nivel cultural elevado que les permitió insertar notas y glosas, otras se circunscribieron a transcribir en pergamino el texto que tenían ante sus ojos. Se sirvieron de estilos de escrituras a la sazón en uso y por tanto prevaleció la littera textualis, la gótica articulada de diversas maneras según el género libresco que debía realizarse y con un ductus redondo (es decir, no cursivo) y regular o vacilante, en razón de las competencias de cada una de las escribas. Un códice litúrgico de gran formato exigía, en especial si era por encargo, una notable pericia, mientras que un texto para uso interno de las monjas podía requerir menor atención ya sea en cuanto a los materiales o a la mise en page. La habilidad en el dibujo de las letras se desarrollaba sobre todo si en el convento existía un auténtico scriptorium, que imponía un proceso formativo y carreras específicas previstas en la división del trabajo de las monjas, pero también intervenían características subjetivas, como el origen social y cultural de la hermana o conversa en cuestión.

¿Lograban comprender el latín que transcribían? Como en el caso de los hermanos, no hay una respuesta unívoca y habitual; como es sabido, se acusaba a los copistas de ignorancia y de trascribir corrompiendo los textos debido a su escasa familiaridad con el latín. De la misma suerte podemos encontrar errores de comprensión, imprecisiones, correcciones e irregularidades en el espaciado de las líneas, raspaduras de los pergaminos tanto en la producción masculina cuanto en la femenina. También el reparto del trabajo de copiado sucedía de los modos usuales, que preveían, en particular para los libros de volumen considerable, la alternancia de copistas, cada una responsable de una o más secciones.

LOS ALBORES DE LAS ESCRITURAS LITERARIAS

Pasar de la copia a la composición de obras, para las hermanas de las órdenes o para un circuito más amplio, no era demasiado arduo y en ocasiones las propias copistas dejaban en los textos apuntes, notas y memorias. No sorprende observar que, desde esos mismos ambientes habitados por mujeres que tenían soltura con la pluma, la voz femenina, a juzgar por los manuscritos que nos han llegado, se hizo sentir también con autoridad y éxito. El panorama se complejiza sobre todo entre el siglo XI y el siglo XII, a partir de Roswitha von Gandersheim (935-ca. 974.), Hildegard von Bingen (1098-1179) y Elisabeth von Schönau (1129-1164), autoras de obras que van desde líricas poéticas hasta visiones, desde dramas hasta crónicas históricas y tratados morales. Cabe subrayar que el estado religioso de estas mujeres no les impidió incursionar en otros tipos de escritura, entre los que estaban aquellos entonces en boga: desde los tratados enciclopédicos, médicos y musicales de Hildegard hasta la narración histórica de Roswitha, además de aquellos ligados a la dimensión espiritual, tan connatural, por lo demás, a la vida y a la mentalidad medieval. También los textos proféticos de estas autoras estaban, por otra parte, íntimamente entrelazados con las vivencias de su tiempo y connotados por una clara orientación filosófica y política, tendiente a la reforma de las costumbres y a la afirmación de la plenitud del ser humano femenino.

Una puerta se abre así al mundo para esas voces, ya no encerradas entre los muros de un monasterio; voces con frecuencia potentes y sin frenos, como se advierte en este pasaje del Liber viarum Dei de Elisabeth von Schönau:

“‘La cabeza de la Iglesia languidece y sus miembros están muertos. En efecto, la sede apostólica está dominada por la soberbia y caracterizada por la avaricia. Está llena de maldad y de pecado, escandaliza a mis ovejas y las lleva al error, en vez de conducirlas y guiarlas con rectitud’. La palabra del Señor resuena con potencia: ‘¿Olvidará estas cosas mi diestra? [...] Si no se arrepienten y no enmiendan sus vías, Yo, el Señor, los aniquilaré’”. (21)

No nos debe engañar el reducido número de autoras que ha sido hallado, destinado, por otra parte, a aumentar por el incremento de los estudios de historia del género: la mayoría de los textos de la época altomedieval ha sido transmitida de forma anónima y debe subrayarse que el concepto de autor, así como se lo entiende hoy, en realidad fue gestándose a lo largo de los siglos y no tomó forma antes de la Edad Moderna avanzada. Quien escribía un texto se situaba y era percibido dentro de una concepción de autoría colectiva que se venía erosionando de manera progresiva –pero asimismo muy lentamente– desde las postrimerías de la Edad Media. Quien componía accedía a un patrimonio de citas de obras precedentes, y la distancia entre creación, integración y recreación o nueva versión era más bien acotada. La única auctoritas reconocida era, por lo demás, la de las Sagradas Escrituras.

Estudios recientes han atribuido a plumas femeninas algunas obras anónimas como los Annales Mettenses priores, el Liber historiae Francorum y la Vita Mathildis reginae antiquior, textos que reservan una especial atención a las figuras femeninas y que insisten sobre los entresijos del poder y sobre las vivencias familiares de los protagonistas, delineando una tradición escrituraria histórica en femenino que tenía como modelos de referencia la Gesta Othonis de Roswitha von Gandersheim, LaAlexiada de Ana Comneno (1083-1153) y las crónicas monásticas.

Otros textos femeninos que han llegado hasta nosotros no pertenecen a los ambientes conventuales y nos muestran la faceta laica de la práctica, sin embargo nos remiten siempre a la “sociabilidad” de la escritura, a espacios concretos que le dieron origen y conformaron el circuito donde aquella podía disfrutarse. El Liber Manualis (siglo IX) de Dhuoda de Gascuña (803- ca. 843) no es solo un libro pedagógico dirigido a su hijo Guillermo II de Tolosa, sino que se sitúa en el seno del ambiente imperial y fue escrito para ser leído en la corte de Carlos II el Calvo: una escritura política más que un manual de comportamiento, enviado al hijo con el propósito de que aprendiese a moverse en medio de los violentos conflictos que dividían a la aristocracia. (22)

Los tratados de medicina y cosmética escritos por Trotula (siglos XI-XII) o inspirados en ella, entre los cuales está De passionibus mulierum curandarum, difundidos y traducidos en varias lenguas, se sitúan por el contrario dentro del espacio universitario de la Escuela Médica Salernitana. En ese centro de codificación de las prácticas médicas algunas mujeres enseñaron y redactaron varias obras, tanto como para hacer que se acuñase la denominación colectiva de Mulieres Salernitanae: son recordadas Rebecca Guarna (siglo XIII) que escribió De urinis, De febribus y De embrione, mientras que en el siglo siguiente Abella fue autora de De atrabile y de De natura seminis humani; la cirujana Mercuriade dejó en cambio libros sobre el tratamiento de heridas y fiebres.

Un conjunto de actividades femeninas y de escrituras científicas que posee dos aspectos interesantes: evidencia la apertura de las universidades y de las escuelas de alta formación a las mujeres en los comienzos de tales instituciones, una acogida y una promoción que luego no volverá a suceder y que configura, además, el surgimiento de manera calificada y organizada de la tradición de los saberes de las mujeres conectados a la práctica de la cura. Es un ámbito donde probablemente algunas competencias cotidianas dieron impulso también a la alfabetización femenina. Un testimonio extraordinario proviene de un contexto flamenco de la primera mitad del siglo XIV: una partera, que firmó “Abstetrix Heifmoeder”, agregó una nota manuscrita en un dialecto del oeste de Flandes en el margen de una enciclopedia médica, acompañada del dibujo de una gran cruz. Era el sello de la declaración jurada de devolución precisamente de ese libro que había tomado prestado (cfr. fig. 3). (23)