El cantante de gospel - Harry Crews - E-Book

El cantante de gospel E-Book

Harry Crews

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Beschreibung

Coincidiendo con la llegada de un circo de freaks, un joven con voz de ángel, convertido en un próspero cantante de gospel, regresa a su pueblo, Enigma, donde están a punto de linchar a un negro por matar y violar a la que fuera su novia. Los lugareños lo idolatran de un modo absurdo y le atribuyen poderes curativos que no posee. Él, atormentado por la dramatización de su farsa, no quiere que la verdad salga a la luz, pues teme que la magnitud de la decepción pueda resultar calamitosa. Como afirma Kiko Amat en el prólogo, "Enigma es un pueblo lleno de retraso, burricie, violencia, racismo e, inevitablemente, fanatismo religioso, rama cristiana sureña extrema. Palurdos locos y creyentes: una eterna receta para la catástrofe".

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HARRY CREWS

EL CANTANTE DE GOSPEL

Prólogo de Kiko Amat

Traducción de Jose Elías Rodríguez Cañas

ACUARELA LIBROS

A. MACHADO LIBROS

Licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 2.5 España Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra, siempre que se reconozcan los créditos de la misma de la manera especificada por el autor o licenciador. No se puede utilizar esta obra con fines comerciales. No se puede alterar, transformar o generar una obra derivada a partir de ésta. En cualquier uso o distribución de la obra se deberán establecer claramente los términos de esta licencia. Se podrá prescindir de cualquiera de estas condiciones siempre que se obtenga el permiso expreso del titular de los derechos de autor.

© de la presente edición:

Acuarela Libros y Machado Grupo de Distribución, S.L.

Título de la edición original:

The Gospel Singer

Autor:

Harry Crews

Traducción:

Jose Elías Rodríguez Cañas.

Gracias a Tracy Rucinski y a Jonathan Gleave por resolver tantas dudas, a Acuarela y a Carlos Ruano por su sabia edición, a mi abuela Ima, que me enseñó casi todo en la vida, y a Tachu por su inmensa ayuda.

Propuesta gráfica:

Joaquín Secall

Maquetación:

Antonio Borrallo

Edición:

Acuarela Libros

[email protected]

acuarelalibros.blogspot.com

Machado Grupo de Distribución, S.L.

C/ Labradores, 5 - Parque Empresarial Prado del Espino

28660 Boadilla del Monte (Madrid)

[email protected]

www.machadolibros.com

ISBN: 978-84-9114-106-8

MENTIRAS VERDADERAS

Harry Crews y su escritura: hermosa, limpia, dura

Kiko Amat

ESTA VEZ VAMOS A HACERLO DEL SIGUIENTE MODO

Ustedes se leen primero el libro, y luego regresan a este prólogo. Es una cita, si quieren llamarla así. Como «a las siete menos cuarto en la Puerta del Sol», pero sin salir de estas páginas. Les veo tras el telón, en el tiempo que necesiten para leer El cantante de gospel: horas, días, semanas o –hagan el favor de no joderme, por favor– meses.

Soy un ávido lector de prólogos, y sabe Dios que algunos de ellos eran tan impactantes y verdaderos como la literatura que pretendían introducir: recuerdo en particular el de Gordon Burn para Ball the wall, de Nik Cohn (que terminó tan subrayado, el pobre, como los ensayos que precedía) o la Introduction del propio Crews para la colección Classic Crews. Algunos de esos prólogos se quedaron conmigo para siempre, confirmando cuál debería ser la definitiva ambición de un prologuista: crear algo que pueda equipararse en ambición y altitud a la obra prologada. Que permanezca. Lo mismo sucede con las notas interiores de los discos, o los ensayos periodísticos sobre músicos. Es una faena que roza lo imposible, pero alguien tiene que hacerla.

Existen precedentes, es cierto. Muy de vez en cuando alguien logra coronar esas elevaciones –pienso, por ejemplo, en las notas interiores de Kevin Pearce al disco recopilatorio de The Wild Swans. Pero, del mismo modo que no tendría sentido leer sobre esos prodigios sin antes haberlos escuchado, sugiero que ataquen este texto después de haberse enfrentado a El cantante de gospel. Además, para cuando terminen, serán otras personas, distintas a las que son ahora. Y yo quiero hablarles a esas personas, no a ustedes. Mejorando lo presente, por supuesto. Ya sé que son muy majos.

LA INEVITABLE BIOGRAFÍA DEL TIPO

En una gran mayoría de los prólogos que he realizado a lo largo de mi vida he tratado de obviar la biografía del autor. No se trataba de pereza (una dolencia que desconozco), sino de relevancia. En muchos casos, simplemente, la vida del autor no venía a cuento. En otros, era del dominio público. En otros más, la cosa sí venía a cuento pero era un auténtico tostón.

Nada de eso puede aplicarse a Harry Crews: su vida siempre viene a cuento. Su biografía es importante, y explica muchas cosas de su creación. El caso es parecido al de Dennis Potter, uno de mis artistas favoritos. Dennis Potter, que realizó complejas, intensas y conmovedoras series para la BBC como The singing detective o Pennies from heaven, reflexionó repetidamente sobre los conceptos «verdad» o «ficción» aplicados a un artefacto artístico. Potter defendía una verdad emocional, una construcción narrativa que, si bien seguía unos preceptos narrativos «inventados» (trama, diálogos, personajes que no existieron en la vida real, escenarios que nunca había visitado, etc.), sí jugaba con elementos de La Verdad. O, más aún, explicaba una verdad camuflada de ficción que resultaba ser más auténtica que la expuesta en una autobiografía. Más fiel al núcleo.

En The singing detective, por ejemplo, la trama orbitaba en torno a un detective-cantante literario inventado por un escritor aquejado de artritis psoriásica1. Ninguna de las evoluciones narrativas del ficticio detective-cantante tenían una relación directa con la vida de Potter –ni siquiera lo que le sucedía al prostrado y ágrafo escritor de falanges petrificadas y piel hecha jirones– pero sí la tenían los temas expuestos (sus grandes temas: lujuria, engaño, abandono, lealtad, traición, duda espiritual, el PASADO –en mayúsculas de granito–, la clase obrera y sus aspiraciones, etc.) y, para hablar de algo más pedestre, también la enfermedad que sufre el ficticio autor de la serie, y una parte de su background infantil, y… Un montón de elementos, la verdad.

Potter, asimismo, siempre se enfrentó con uñas y dientes a los periodistas que buscaban elementos biográficos en sus obras, no porque dichos elementos no existieran sino porque tal vez consideraba que desvelar la tramoya era una forma de matar la magia y la artesanía. Pónganse en su lugar: un hombre dañado, acomplejado y con más traumas que el danés recurre a la novela para hablar de sí mismo y de su alma herida, utilizando todos los recursos de engaño, pericia e imaginación para conseguirlo. Y entonces llega un gacetillero con mal aliento, levanta la sábana y se pone a berrear: ¡Era un truco! ¡Era un truco!

Eso encendería a cualquiera, no me digan.

En todo caso, y pese a que podría estar discutiendo sobre Dennis Potter hasta el día del juicio final2, lo que trataba de expresar era simplemente esto: la forma más pura, efectiva y bella de relatar una verdad personal (que siempre es universal, porque todos somos lo mismo) es recurriendo al artificio, al guiñol y al decorado3. Y Harry Crews siempre trabajó sobre estos presupuestos. En la mentada Introduction a su primera colección de trabajos, Crews afirmaba (hablando de la escritura): «Me sedujo el crear mundos que nunca habían existido, pero también el enhebrar un tejido de mentiras que –al menos para mí– terminaba siendo mucho más verdadero que lo que me había sucedido en la vida real.» Y, aunque en A childhood (la biografía de su niñez) sí recurrió al uso no disfrazado del Yo4, Crews casi siempre habló de él y de su circunstancia inventando un imponente y alternativo mundo ficticio. Y, si se fijan bien, en ese mundo ficticio está toda la verdad que uno necesita para comprender.

Cuando le preguntaron a Dennis Potter si él era, directamente, el escritor con psoriasis de The singing detective, el autor respondió: «Todos ellos son yo.» Dicho de otro modo: Todos mis personajes tienen cosas de mí mismo. Yo soy todo esto. Todo habla de mí. Pero –podría haber también añadido– hablar de uno mismo sin salsa puede ser muy aburrido: hablemos, pues, de mis dolencias y cicatrices y vergüenzas y culpas5, pero hagámoslo en el contexto de una novela de detectives. Con canciones de los años treinta en playback. Mientras los protagonistas danzan. El concepto Crews es parecido, si bien puede debatirse que Crews necesite en realidad utilizar andamios y explosiones de narrativa. Su biografía, aunque uno la cuente de manera adusta, tiene mucha tela.

¿VIENE YA ESA BIOGRAFÍA O NO?

Ya va, ya va. Harry Crews nació el 7 de junio de 1935 en Bacon County, Georgia. Su padre murió de un ataque al corazón cuando él tenía tan solo veintiún meses, y su hermano cinco años. Myrtice, su madre, volvió a casarse con un señor tirando a borrachuzo y violento –y con afición a disparar la escopeta en interiores– al que finalmente abandonó para dirigirse a Jacksonville, Florida. Crews siempre consideró al adoptivo y gun-crazy progenitor como su verdadero padre, pese a todas sus graves carencias y demencias.

Crews sufrió dos terribles dolencias en el trascurso de su infancia6. La primera fue a los cinco años, una contracción muscular de origen psicológico (estrés por culpa de la situación familiar) que agarrotó sus piernas y le conminó a estar postrado en cama durante seis meses. La segunda fue un accidente: cayó en una caldera de agua hirviendo que su madre utilizaba para depilar la piel de los gorrinos. Crews se despellejó vivo7, y tuvo que pasar otros muchos meses en cama hasta que su piel volvió a crecer.

En 1953, Crews se alistó en los Marines8 con solo diecisiete años. En la mencionada introducción a Classic Crews citaba como razones: «Como éramos buenos chicos sureños e ignorantes, hicimos lo que suele hacer la buena gente sureña e ignorante: nos alistamos tan rápido como pudimos, pues estábamos ansiosos de verter nuestra sangre al estilo bueno, sureño e ignorante.» No obstante, existe otra razón, que Crews confesó al entrevistador Rodney Elrod en el transcurso de una conversación: «Quería irme de allí. Y alistarme en los Marines era la única forma que se me ocurrió de abandonar el estado»9. Escapar, poner tierra de por medio de cara a tus raíces, es un tema recurrente en Crews, y vertebra una gran parte de su obra. Unas páginas más adelante hablaremos del concepto de escapada y lastre, de evasión como victoria, en El cantante de gospel, y por extensión en todos sus libros.

Allá en los Marines, Crews no solo topó de bruces con el gran mundo, sino también con la literatura. Mickey Spillane y Graham Greene fueron los que dejaron un corte más profundo (hablaremos también de ellos y de su influencia en Crews algo más adelante). Al licenciarse, Crews regresó a Bacon County para visitar a su familia (episodio narrado fielmente en A Childhood), y unos meses más tarde se enroló en la Universidad de Florida. En Classic Crews aduce que no se enroló en dicha universidad para aprender a escribir narrativa, sino para que le enseñaran a ganarse la vida mientras él aprendía solito cómo escribir narrativa. A los dos años, como era de esperar, Crews salía rebotado como un muelle de la institución y se iba a recorrer mundo en una Triumph. En ese gran mundo, el futuro escritor se empleó en una variopinta serie de curros-basura10, durmió alguna noche en comisaría y en Montana fue derrotado «en una pelea justa por un indio Blackfoot con una sola pierna».

Después del periplo, el testarudo cara-búfalo Crews encaminó sus huesos de nuevo a la universidad de Florida, empecinado en aprender a escribir o morir en el intento. Para entonces, ser novelista ya se había convertido en su principal obsesión, una de esas compulsiones focalizadas que te lo quitan todo menos la meta en sí misma (escribir, vamos). Crews recibió su primera clase de escritura creativa, y también su primera crítica constructivo-Nagasaki, de las manos de Andrew Lytle11. Lytle poco menos que se limpió el trasero con aquel primer intento de Crews, y le recomendó, sin ambages: «Quémalo, hijo. El fuego es un gran refinador.»

Crews no se desanimó. Tras casarse con la también estudiante universitaria Sally Ellis en enero de 1960, tuvo un hijo (Patrick Scott) y consiguió graduarse. Trabajó de profesor de inglés en un instituto de Jacksonville, donde la familia se había mudado recientemente, y –cabezota como él solo– volvió a enrolarse de alumno en Gainesville, en el máster de English Education. Escribir a piñón fijo y tratar de graduarse trajeron consigo un resultado predecible: divorcio, del que Crews se enteró un día en que abandonaba soñoliento su habitación de escribir. Sally Ellis accedería un par de años después a segundas nupcias con Crews, mientras el aspirante a escritor era rechazado y admitido en esta universidad y aquella, y terminaba volviendo a enseñar inglés en Florida. Su segundo hijo (Byron Jason) nacería en julio de 1963.

Tan solo un año después, en julio de 1964, su primer hijo moriría ahogado en la piscina de un vecino. Tenía cuatro años. La experiencia quedaría narrada en su sobrecogedor ensayo sobre culpa y supervivencia y lazos de sangre «Fathers, Sons, Blood»12. El autor nunca se desharía de la culpa por aquel suceso, y esta culpa –«real como una herida abierta»– acabaría vertiéndose como plomo fundido sobre una gran parte de su obra. Crews y su mujer, a consecuencia de la fatalidad, se divorciaron por segunda vez. Damon Sauve, autor de su biografía online, aduce acertadamente que la muerte de su hijo y el divorcio de su mujer, dos hechos a los que Crews culpaba de su obsesión por la escritura, se agravaban aún más si el autor empezaba a considerar el inexistente fruto de sus esfuerzos literarios. «Crews se dio cuenta», aduce Sauve, «que aprender a escribir le había costado su familia». Mucho más tarde, el propio escritor manifestaría en una entrevista con Rodney Elrod que «aprendí a reconciliarme con la idea de que un matrimonio feliz con hijos y nietos no era lo que me deparaba el destino».

Crews aprendió a escribir, como ustedes ya saben. Y cómo. En 1968 publicó la novela que sostienen boquiabiertos en las manos (y que, si han seguido mis específicas instrucciones, ya deberían haber leído), El cantante de gospel. Lo demás era esperable: Crews terminaría publicando quince novelas, y algunas de ellas se convertirían en mis favoritos pedazos de narrativa universal, paredes maestras de un canon personal: Car (1972), The Gipsy’s curse (1974), A Feast of Snakes (1976), la mencionada A childhood: The biography of a place (1978). Y, sin duda, El cantante de gospel. Una novela llena de verdad, freaks, culpa, PASADO –en mayúsculas de mármol esculpido– y emoción. Joder: mis cosas favoritas.

Y justo cuando estábamos intentando contactarle para el show de variedades Primera Persona, que habría de celebrarse el 4 y 5 de mayo del 2012 en el CCCB de Barcelona, Crews murió. Era el 28 de marzo de 2012. No me afectaba tanto la muerte de un artista predilecto desde que fallecieron Curtis Mayfield (1999) y Francisco Casavella (2008). Quizá empeoraba su desaparición la completa certeza de que Crews aún podía realizar grandes cosas. Que su cruzada no había terminado, y aún le quedaban cartuchos en la bandolera. Una auténtica catástrofe, su muerte.

POR QUÉ ME GUSTA HARRY CREWS (UN LISTADO)

1) Admiro sus huevos: No literalmente, por supuesto. Nunca he contemplado sus sureñas gónadas. Lo que trataba de decir era que admiro su coraje, su resistencia casi equina de tipo duro y magullado por la vida. Crews no escribió por hobby, ni por seguir una carrera de creative writing (como una gran parte de los escritores americanos de clase media actuales), ni por vanidad, ni para ser querido (aunque, como todos los autores, sí anhelaba ser leído). Crews escribió porque no tenía más remedio, porque aquello era lo que tenía que hacer. Su destino, aunque suene melodramático. Y para alcanzarlo, no le quedó más remedio que trabajar duro, muy duro, durísimo, partirse el espinazo haciéndolo. Y hacerlo, además, mientras trataba de sacar adelante una familia13. En ese sentido, Crews se parece a la mayoría de mis héroes literarios y musicales: Bill Withers, Mose Allison, Jim Dodge, Alison Statton, Jah Wobble, Wreckless Eric. Gente normal, con afectos y pasados normales, gente ya hecha, moldeada a base de desaires y triunfos pírricos, y que busca un determinado tipo de fruto en la creación de cosas magníficas. Algo que no sea notoriedad, grupis o ego. Algo más elevado.

2) Lo vivido: Ya mencioné antes el concepto Mentiras Verdaderas como fundamento de la obra de Crews. Para comprenderlo, les recomiendo que piensen en la escena final de Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995). El agente Kujan (Chazz Palmintieri) se está relajando en la oficina, pies encima de la mesa, tras haber interrogado a Verbal (Kevin Spacey) y concluido satisfactoriamente el enigma Keyzer Söze. Y entonces cae en que el taimado Verbal se ha inventado toda la historia a partir de elementos físicos del despacho donde había sido interrogado: una taza marca Kobayashi es el origen del abogado Kobayashi, por ejemplo. ¿Sí? ¿Estamos?

Crews trabaja del mismo modo. Agarra elementos de su vida y los espolvorea sobre una base de ficción. A excepción de A childhood, ninguna de sus historias es literalmente biográfica, pero todas acarrean innnumerables elementos arrancados de su periplo por la Tierra. Eso –como también afirmaba Dennis Potter– aporta una inestimable carga de emoción auténtica al texto, y en mi opinión es la manera deseable de escribir novelas que rocen la excelencia. Del mismo modo que muchos aspirantes a escritores no hayan comprendido esta simple premisa explica por qué tantos debuts (o manuscritos con intención de serlo) apestan como condenados.

Les voy a poner un ejemplo (gratis), pues veo que algunos de ustedes bizquean: pongamos que Juan tiene un perro. Le llamaremos Floro. No es un nombre de resonancias demasiado perrunas, pero no importa. Pongamos que Floro fallece, y le rompe el corazón a Juan. No, mejor pongamos que a Juan le roban el perro. Juan es oficinista, y procede a buscar a Floro. Al final encuentra a Floro. Lo tenía una vecina. Ahora Juan decide escribir una novela sobre el suceso (aquí viene lo peliagudo). Mi consejo: por el amor de Cristo, Juan, ni se te ocurra escribir la verdad. Cúrratelo un poco. Lo que tienes que hacer es utilizar elementos de la desaparición de Floro, y tu amor por el can, y el alivio al recuperarlo, y todo eso (todo verdades emocionales), y trasladarlos a una trama adictiva, rítmica y coherente: Floro es raptado por un clan de gánsteres corsos, por ejemplo, y a partir de esa premisa narras todas las peripecias que le acontecen al protagonista tratando de salvar al chucho. Intentemos que el protagonista, además, no sea oficinista: ahora es tramoyista, o mamporrero, o cobrador del frac, o asesino a sueldo. ¿De acuerdo? Espero que haya quedado claro, Juan. El mundo está lleno de novelas intrascendentes y autoindulgentes escritas por medianías mal vividos sin nada que decir. No añadamos otra.

3) El estilo: Es conocida la pasión de Harry Crews por Graham Greene. Primer axioma que emerge de aquí: Puestos a tener una pasión, al menos escoge una tan óptima como esa. Existen varias entrevistas donde Crews habla de su autor favorito, y cómo «diseccionó» El fin de la aventura (descomponiendo el número de personajes, escenas, escenarios) para aplicar luego lo aprendido a su propia narrativa. Sin embargo, el libro favorito de Crews era El poder y la gloria14. Crews dijo, al respecto del autor y el libro: «Lo que me encanta de Graham Greene es que siempre cuenta una historia, y su historia siempre posee esa narrativa hermosa, dura y limpia que tanto admiro.» Lo mismo puede decirse de su fan sureño. Harry Crews cuenta siempre una historia (vertiginosa, violenta, rítmica, adictiva, llena de emoción y acción), y lo hace invariablemente con una prosa hermosa, dura y limpia. Sin florituras ni mariconadas. Buscando la belleza, pero no en los rododendros en flor ni en la poesía barata (el sentimiento barato), sino en la condición humana. Más aún, en el sector más degradado e hidrorrepelente de esa humanidad. Francisco Casavella afirmaba que su meta era crear un estilo «elástico, duro y hermoso», una frase casi idéntica a la de Crews. Concisión, limpieza, dureza. «Short, brutalist and funny», como lo zanjó B.S. Johnson. Esas son las metas. Crews no era divertido (siempre ha dicho que no se considera «una persona divertida», y tampoco lo son sus libros, en el sentido ja-já de la expresión) pero sí todo lo demás.

Y en cuanto a Mickey Spillane, otro amor primigenio de nuestro literato karateca, su influencia es evidente. Los autores de novela negra tienden a utilizar un estilo seco, cortante y férreo, aunque siempre fluido y orientado hacia una conclusión no abstracta, que en cierto modo recuerda al lenguaje forense o policial. Jonathan Ames dijo que el lenguaje forense era la sublimación de toda la prosa, el tipo de comunicación escrita perfecta: florido, técnico y, sin embargo, enormemente concreto y utilitario. No se malgasta nada, y todo cumple una función (todo son pruebas). La literatura de Crews está afianzada en los mismos preceptos. En El cantante de gospel, por añadidura, incluso aparece un párrafo escrito en típico lenguaje forense: «Esto es lo que tengo, Rich. Un varón, blanco, aproximadamente uno ochenta y cinco de alto, setenta y siete kilos…» Uno casi puede imaginar a Crews relamiéndose al escribir este fragmento en particular.

Dicho esto, pese a su amor por Graham Greene (al que sí se parece15, si uno sabe cómo y dónde mirar) y el mencionado Spillane, hay un innegable elemento pulp en Crews. Es pulp elevado, si existe tal cosa: pulp con emoción. Imaginen un Richard Allen16 excelso, y lo que sale de la ecuación no es Stewart Home (con todos mis respetos) sino Harry Crews. Todas sus novelas acaban con baño de sangre o colosal violencia, tiene querencia por la burda solución del showdown, o grande finale en público, y es poco delicado en su resolución de algunas tramas. Crews escribe novelas de indios y vaqueros, solo que sustituidos por rednecks y freaks, y trabajadas con una prosa afilada y tensa, y con una gran cantidad de pathos. O sea, que –rectifico– no se parecen en nada a novelas de indios y vaqueros (a no ser que estemos hablando de Oakley Hall).

4) La temática: Hay varias formas de acercarse a los freaks y los desposeídos. Una forma es hacerlo con cinismo, buscando réditos, haciendo trampa. Esa es la práctica de Chuck Palahniuk, o el Preminger de El hombre del brazo de oro, y tantos otros. Reticencia hacia la materia tratada (gente apestada), pero suficiente astucia y artesanía para hacer como que te importan, de veras. Crews no es así, nunca así. Su lema podría ser el de Nelson Algren, hablando de –precisamente– El hombre del brazo de oro: «I like this people in my book». Incluso si son adictos, putas, matones, gánsteres, policías, basura. ¿Quién es el normal, aquí? Define «normal». En Classic Crews, el autor habla de cómo su madre terminó comprendiendo que «la mejor ficción va siempre de lo mismo: gente haciéndolo lo mejor que pueden con los materiales que tienen a mano, a veces actuando con honor, a veces sin él, a veces con amor y compasión, a veces sin ellos».

El cantante de gospel es –como toda la obra de Crews– un libro sobre gente fracturada intentando recuperar su orgullo, hombres y mujeres incompletos, quebrados, rebelándose contra el destino y la mala fortuna. Los feos, abandonados, extraviados, deformes del mundo: sus anhelos y dolores, sus culpas y sus venganzas, su deseo de escapar de esa mala pata. Ese es el gran tema Crews, ni más ni menos. Gente haciéndolo lo mejor que pueden con el material que les ha tocado en suerte. Sin moralina ni regañinas éticas (aunque sus libros están llenos de moralidad; una moralidad superior). Como afirma en A childhood: «No era culpa suya, ni mía, ni de nadie. Simplemente sucedió así.» Y aún más: «Estos no eran hombres violentos, pero sus vidas estaban llenas de violencia.» En la mayoría de escritos de Crews uno no se topa con hombres sucios, sino con hombres que inevitablemente han sido ensuciados por el vivir. Como Richard Price, Crews entiende que no hay una sola visión de las cosas, y que todo hombre, incluso el más mezquino, tiene sus razones. Es lo que hay, y no hay más que hablar. En su trabajo no existen el hombre bueno ni el hombre malo, aunque (como en The Wire) se cruza uno con hombres que actúan de peor forma que otros. «No one is innocent», cantaban tantos grupos punk.

El Crews clásico, como es común en los grandes escritores, siempre habla de lo mismo. En su caso: familia, violencia, individuos desafectos, gente no-convencional, y una posibilidad de redención, de limpieza fundamental, que no siempre se alcanza. Dios-sexo-y-violencia. Salvación y perdición. Traición y lealtad. Caída y auge. Esta perra vida, y las concesiones que nos obliga a realizar. Los grandes temas.

5) El género: La temática escogida hace que Crews forme parte de un casi-género sin nombre, que es el de la literatura de los descastados. Una literatura dura y al tiempo compasiva que se pone en el lugar (a veces no hace ni falta: el autor ya escribe desde ese lugar) de los que han sido dejados de lado por el progreso, la popularidad, el lucro o la belleza física. La casquería humana, vamos. Antes que Crews lo hicieron Nelson Algren, Fante, Kesey, Genet, etc., y después de Crews lo están haciendo Steve Earle o Donald Ray Pollock17. Y en España lo tocaron en los últimos años Carlos Herrero, el injustamente desconocido Pablo Rivero y el grande entre grandes Santiago Lorenzo.

Crews matiza ese género, y casi lo convierte en subgénero: literatura de descastados que se centra en los freaks. Gente descastada incluso entre descastados. Palurdos con enfermedades cutáneas (el Gerd de El cantante de gospel), rarezas de circo (en The Gipsy’s curse el protagonista –Marvin Molar– es un monstruo sin piernas que anda con los brazos y que encima –macho, t’has pasao– es sordomudo), parias tan ceporros y desesperanzados que la única opción de grandeza a su alcance es comerse un coche entero (Car), culturistas abollados por la proteína y los anabolizantes (Cuerpo, también publicado en Acuarela), y un largo etcétera de energúmenos asilvestrados y feotes. En Classic Crews, el escritor cuenta una anécdota que puede esclarecer el porqué de su amor por los freaks: una mañana se levantó en una caravana de feria18 y se encontró con una mujer barbuda y un hombre con la cara hendida, casados y residentes freaks de la feria, dándose un beso y haciendo planes para la cena. «Nunca volví a ser el mismo», diría Crews. Freaks. Amor freak. En El cantante de gospel, como veremos ahora, campan unos cuantos de ellos. Todos los géneros y subgéneros apuntados, en cualquier caso, definen mejor a Crews que el epíteto southern gothic19 que tan desacomplejadamente airean algunos al referirse a él.

UNA SINOPSIS MÁS O MENOS INTEGRAL DEEL CANTANTE DE GOSPEL

Me encantaría ser tan conciso en mis sinopsis como el admirado Santiago Lorenzo20, pero me temo que no soy capaz. Lo haremos a lo largo: el debut de Harry Crews habla de un hombre, el cantante de gospel que titula el libro. El Cantante de Gospel no es una metáfora, sino un cantante de gospel. El mejor en lo suyo, un tipo afortunado («todo lo que tocaba se convertía en oro del mismo modo que el aire común se convertía en música celestial al salir de su boca»), una rockstar de su género. El Cantante de Gospel (CG, a partir de ahora) regresa a su pueblo, Enigma, donde están a punto de linchar a un negro (Willalee) por matar y violar a la exnovia de CG (la casta y altruista pubilla sureña Mary Bell Carter, querida por todo el pueblo). Al villorrio llega también un freakshow, cuya mayor atracción es Pie, un fulano con el pie más grande del mundo (70 cm).

Enigma es un pueblo lleno de retraso, burricie, violencia, racismo e inevitablemente (pues siempre aparece cuando se dan los factores listados) fanatismo religioso, rama cristiana sureña extrema. Palurdos locos y creyentes: una eterna receta para la catástrofe. La familia de CG es para verla. ¿Se acuerdan de los catetos horribles que con tan poca ecuanimidad pintó Clint Eastwood en The million dollar baby? Rácanos, aprovechados, groseros, codiciosos, antiestéticos y mendaces. Pues así es la sangre de la sangre de CG: una caterva de sanguijuelas inútiles colgadas de su cuello que solo traen problemas. Y que gozan viviendo en una porqueriza. Y que comen como cafres.

La trama de la novela avanza desde este escenario por los acostumbrados espacios temporales (el presente-presente, y el pasado a base de flashbacks), y de mano de un narrador omnisciente, divino e itinerante, que ahora está en la cabeza de CG, ahora en la de su hermano Gerd21, ahora en la del negro proto-linchable Willalee, ahora en la del manager de CG, Didymus (que es ladino y artero como él solo). No les pormenorizaré todos los detalles de la acción –por si algún espabilado ha decidido ignorar mi consejo y está leyendo el prólogo antes que la novela– pero, resumiendo: nada resulta ser lo que parece. La pía Mary Bell era más puta que las gallinas, y encima estaba más chiflada que un cencerro. Willalee finiquitó a la moza con un picahielos, en efecto, pero no por las razones que imaginábamos (no la violó, eso para empezar). Didymus no es trigo limpio, como avisé y como verán/han visto. Pie sí posee un majestuoso pinrel, pero paradójicamente es el personaje más centrado y sincero del libro. Y en cuanto al viejo CG: toda su vida es una mentira. Una mentira cuyas implicaciones y ramificaciones solo se descubren leyendo el libro hasta su conclusión final.

¿Temática? Ya fue mencionada, hablando en general de la obra de Crews. En este caso concreto se trata del deseo de escape de un destino (y de un emplazamiento geográfico: el funesto Enigma, allá donde todos los sueños mueren antes de nacer); la calidad de un don (la voz de CG) y con qué fin (alto o bajo) se emplea; la música como gran redentor humano y como vía económica de escape; compasión y qué formas toma; la mentira en todas sus variedades; lo ruinoso del sexo sin amor y la lujuria (les dije que Crews era altamente moral; solo que no de la forma convencional); salvación y limpieza (en negativo: la imposibilidad de aquellas); familia y lazos de sangre (en negativo, también) y variopinta freakidad. Rabia, odio, soberbia, inseguridad, maldad y culpa. Mucha culpa. Me chiflan las novelas con culpa, y aquí la hay a destajo.

PUNTOS ÁLGIDOS, DEBILIDADES (DEL PROLOGUISTA) Y CONEXIONES RAZONABLES

O, dicho de otro modo, hechos, situaciones y parecidos que considero relevantes, y que provocaron que creciera mi entusiasmo por el libro.

b) El ausente: No es casualidad que algunos de los mejores libros de la historia funcionen en base a la descripción épica de un personaje ausente. Es una táctica que abona la fascinación, y el lector queda atrapado por el enigma del personaje fuera del escenario. De El Gran Gatsby a Rumble fish, esta artimaña siempre ha funcionado. Y, aunque CG no es exactamente un personaje ausente, sí le vemos a través de los ojos obsesivos y adoradores de mucha gente, lo que viene a ser lo mismo. Aquí también funciona.

c) La música. Toda esa dulce, dulce música, que cantarían las Vandellas. Jim Dodge, Cohn, Colin Wilson y otros han hablado antes del poder redentor de la música, «el arco sináptico que traza sobre la mente y la carne» (El cadillac del Big Bopper), la capacidad que esta tiene para elevar al hombre a un estadio superior, sobrehumano (uno de los grandes preceptos Wilsonitas). El cantante de gospel está lleno de música, mayormente litúrgica, concentrada en las afortunadas laringes de CG. Una reflexión secundaria sobre el don de CG podría ser también la forma en que algunos dones están desperdiciados en ciertos receptores de ese don. ¿Cuántas veces no habremos visto a un patán tocado por la mano de Dios? «Todo hombre sabe que su don le liberará si es lo bastante afortunado», dice Pie. «O lo bastante desafortunado, según el punto de vista.» El don como maldición. El talento como estigma.

d) Por patas: El deseo de escapar, ya mencionado antes, y por añadidura el concepto de Pueblomierda. El lugar de donde deseas huir con todas tus fuerzas, y que sin embargo siempre te acompañará allá donde vayan a reposar tus fatigados pies. «Siempre he sabido, sin embargo, que una parte de mí nunca dejó, nunca podría dejar, aquel lugar», escribió Crews en A childhood. La necesidad de escribir la «biografía de un lugar» para entender cómo este ha quedado encadenado a perpetuidad a tu espíritu fue la razón de ser de A childhood, pero Crews ya incidía en el mismo concepto en su debut23. El lugar que odias también te hizo como eres. Y, para colmo, nunca te lo vas a poder extirpar de la memoria. Menudo regalito. «Hay Enigmas por todo este país», afirma Pie, «por todo el mundo, y en todas partes hay hombres que luchan por salir de ellos».

e) Crews: Él mismo. Solo él. Cómo era. Sus pintas y cara de acémila y peinados inquietantes. Dije en Bendito Atraso algo que quisiera parafrasear: «Harry Crews lleva encima un caparazón de mito e historia apócrifa tan espeso y consistente que se antoja imposible hablar del tipo real. Muchos de ustedes ya habrán oído hablar de sus rasgos definitorios, tan poco escritorzuelo, tan de personaje de sus propias novelas: 27 años de karate. Exmarine. Nariz rota por varios puntos claves. Querencia por el zipizape de bar (…). Indudablemente divorciado, y encima dos veces y, para colmo, de la misma mujer. Hijo de Bacon County, Georgia, un lugar tan subdesarrollado, tosco, hillbilly y brutal que a su lado Tres Mil Viviendas parece Manhattan (el propio Crews afirmó24 que de niño no comprendía por qué los modelos en los catálogos Sears Roebuck conservaban todos los dedos y ojos y extremidades; en su pueblo todo el mundo era tullido, cojo, bizco o manco). Aficionado a la cetrería (el arte de cazar con aves rapaces) (…) Y, como ornamento culminante, aquel tatuaje que el hombre descubre a la mínima de cambio: How do you like your blue eyed boy, Mr.Death? (un verso de e.e.cummings). La mayoría de veces parece alguien recién arrancado de una fila de identificación de sospechosos en Odesa (Ucrania). Cuando sonríe se asemeja peligrosamente al bruto homicida de hueso frontal prominente en El chico de oro. Hay una foto en la que se le ve dando clase en 1980, y lo que sugiere la imagen es un asesino de masas a puntito de empezar a degollar rehenes. Como todo esto que acabo de recitarles aún debía parecerle poco, un día Crews se afeitó una espléndida cresta en su cocorota. En fin: no esperen que aparezca próximamente en L’Hora del Lector ni nada parecido. A su lado, incluso el Hemingway caza-búfalos y pugilístico parece Isabel Allende.»

f) Verdades y mentiras: Una nada desdeñable sección del libro trata el tema de vivir mentiras y pretender ser lo que no eres. Esto suena a Club Súper 3, pero es de vital importancia. CG se odia a sí mismo, y sabe que carece de alma. Y sin embargo, ese poder. Ese don, del que CG no se siente merecedor (recuerden el don como maldición), porque (aunque nadie sea consciente de ello), el Cantante de Gospel es un auténtico desgraciado. Y esa es una de las razones por las que –¡atención, spoiler!– CG corrompe a Mary Bell Carter. Lo dice así de clarito: «Era su defensa segura y firme contra Dios.» Su conciencia de realizar un acto malévolo era la forma idónea de contrarrestar lo inmenso de un don inmerecido. Lo inmenso de su mentira, que la propia depravación no hace sino amplificar. Y eso, a su vez, origina nuevas mendacidades. «Cuando un hombre miente es porque le da vergüenza la verdad o porque desea que la mentira sea cierta», afirma Didymus en un fragmento de la novela. Y luego, insiste en que «el único camino es la verdad, admitir la verdad». El Cantante de Gospel le cree y actúa en consecuencia, con pésimos resultados. A la gente no le gusta la verdad. Les hace sentir mal, y solo ocasiona nuevos infortunios.

g) Clímax /showdown: Desde Regreso al futuro a Carrie, pasando por Oh brother where are thou, Hollywood demuestra de forma casi axiomática que a la gente le encanta un buen espectáculo final, donde se ponga a los malvados en la picota (a base de humillación pública, si puede ser, desvelando sus maniobras ante el resto de ciudadanos) y donde el héroe sea aplaudido por todos. El final de El cantante de gospel es puro clímax de película americana, si bien visto desde las antípodas (termina espantosamente mal). Recuerda a Arde Mississipi, pero con freaks y con la –¡atención, spoiler!– defunción del protagonista. Es otro recurso algo basto, pero también sigue funcionando.

h) Masa enfurecida: El cantante de gospel centra parte de su acción en la jauría sedienta de sangre. La pestilente ralea. La turba se convierte aquí en un anónimo protagonista con mil ojos y manos, que toma decisiones y se torna imparable e incuestionable. Cuando la bola del mob rule tumultuoso empieza a rodar, no hay cristo que lo detenga. La amenaza de linchamiento y turba incontenible que planea sobre toda la trama como una gran amenaza termina haciéndose realidad al final. Axioma no refutable: un linchamiento siempre es un gran The End. O un disturbio. O una revuelta, si así lo desean. ¿Se imaginan una Revolución Francesa con un «Bueno, ahora vámonos a casa, que tengo que hacer lavadoras»? No: deben correr caudalosos tíberes de sangre. La masa termina adoptando en la novela el papel de redentora: si la salvación de CG pasaba inevitablemente por su muerte, es la masa la que se encarga de aplastarle.

Y AHORA, A MODO DE CONCLUSIÓN

Considero que, a lo largo de estas diecisiete páginas, les he ofrecido suficientes razones para admirar a Harry Crews, sumergirse en su obra, y establecer con el autor una relación fructífera y apasionada que permanezca intacta en su entusiasmo hasta el fin de sus días.

En cuanto a mí, solo puedo decirles que Harry Crews me habló. Que tocó alguna cuerda en mi interior, y lo hizo de forma tan fiera que el impacto de la nota emergente nunca ha dejado de reverberar en mi caja torácica. La razón es esa Gran Verdad, esa Mentira Verdadera, una verdad que no puede conseguirse mediante erudición, o documentación, o número de páginas, o talleres literarios, sino que emerge como un géiser de algún punto del alma del autor. Una cosa fiera y emocional que nace de ese fuego interior, y que distingue a los autores con cicatrices de los pusilánimes o simplemente académicos. Y que solo puede transcribirse con fidelidad utilizando una prosa hermosa, limpia y dura.

¿Qué más puedo decirles? A la mierda Las Benévolas. Tenemos a Harry Crews.

Barcelona, mayo de 2012

Notas al pie

1 Afección inflamatoria de las articulaciones asociada a la psoriasis. Dedos agarrotados y dermis descuartizada. Una barbaridad.

2 Lean algunas transcripciones de sus entrevistas en Clenched fists, su página oficial (http://intranet.yorksj.ac.uk/potter/). También les recomiendo la maravillosa entrevista para Arena, de la BBC, realizada por Melvyn Bragg en 1998 –pueden encontrarla en los extras al DVD de The singing detective. Y, no haría falta decirlo, que se empapen de Pennies from heaven y The singing detective.

3 Potter afirmó: «Usaré verdades emocionales y ciertos hechos geográficos reales, cosas reales que tejeré en el mismo tapiz, como hacen todos los escritores, solo que yo lo he hecho de forma más explícita, porque estoy usando ese género para establecer conexiones. Conexiones con mi propia vida, pero (quiero creer) también con la vida de los demás.»

4 En el proceso, Crews creó la frase axioma de la primera persona: «Solo el uso del Yo, esa hermosa y terrible palabra, podía llevarme a donde quería llegar.»

5 La periodista Lynne Truss dijo sobre Potter: «Está destripando su propia condición psicológica.»

6 Y las dos trazan paralelismos con Dennis Potter.

7 Para detalles gore recurran a A Childhood.

8 Para entonces su hermano ya lo había hecho, y se encontraba en Corea pegando tiros.

9 Los que todavía hicimos la mili en un periodo en que la objeción ya empezaba a ser común no necesitamos que Crews nos pormenorice esa frase. Así como la objeción solía hacerse en tu propio pueblo, el servicio militar implicaba irte lejos. Muchos optamos por Lejos, a cualquier precio y con todas las incomodidades y paradojas –pero también descubrimientos e iluminaciones personales– de tal opción.

10 Entre ellos el de carnie caller, o presentador de espectáculos de una feria ambulante (Carnival sideshow). Dan Fante trabajó de lo mismo en sus años mozos, como él mismo describe en Fante. Un legado de escritura, alcohol y supervivencia (Sajalín, 2012).

11 Profesor de Flannery O’Connor, autor de The velvet horn, fundador del movimiento anti-industrial The Agrarians y reputado autor sureño.

12 También incluido en Classic Crews.

13 Esto, como ya sabemos, no le salió muy bien.

14 El mío es Brighton Rock, si le interesa a alguien.

15 Esto no siempre es así. Algunos autores no se parecen en nada a sus inspiraciones. Richard Brautigan era fan de Faulkner, sin ir más lejos. John Fante idolatraba a H.L Mencken.

16 Autor de la inmortal saga de libros de bolsillo sobre skinheads y suedeheads.

17 El primero con la sensacional I’ll never get out of this world alive, de próxima publicación en El Aleph. El segundo con Knockemstiff (Libros del Silencio/Empúries) y The devil all the time (de próxima publicación en Libros del Silencio/Empúries).

18 Recordemos que había trabajado de carnie.

19 La narrativa gótica es una cosa muy grande. No pretendan que se la resuma ahora aquí. Crews podría ser incluido en lo gótico por su tendencia a pintar puritanos malvados y simas putrefactas de la psique, pero por otro lado el autor nunca utiliza lo sobrenatural para explicar giros argumentales.

20 Que resumía su última novela de 314 páginas, Los huerfanitos (Blackie Books), con la frase: «Los hermanos Susmozas odian el teatro. Se ponen a hacer teatro.»

21 Cuyo atributo freak es una patología de piel descuartizada. ¿No es eso otra linda coincidencia? Como Dennis Potter.

22 Esto es una teoría mía. El nombre de Elvis no aparece en el libro, ni Crews confesó jamás haberle tomado como inspiración. CG también imita los acentos de sus interlocutores, un rasgo por el que era conocido Mick Jagger.

23 Si este supuesto temático les agrada tanto como a mí, pueden ir a leer los dos trabajos de Donald Ray Pollock (ver nota 17). O revisitar The last picture show, de Bogdanovich. O escuchar la insuperable Curbside de Damien Jurado («How these times still are with me»). O Ohio. O todas, de hecho.

24 En el documental Searching for the wrong-eyed Jesus (Andrew Douglas, 2003).

SOBRE EL AUTOR

por Harry Crews1

Nací el 7 de junio de 1935 al final de un camino de tierra en el condado de Bacon, Georgia. Un camino muy largo. Mi padre murió cuando yo era un bebé y mi madre, sin otra cosa que simple coraje, tras toda una vida de desesperación y falta de alternativas, nos crio a mí y a mi hermano.