El dolor adolescente - José Antonio Luengo - E-Book

El dolor adolescente E-Book

José Antonio Luengo

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Beschreibung

El dolor adolescente explora el complejo mundo de la salud mental de los jóvenes: los desórdenes, los desajustes y los trastornos psicológicos con los que conviven cada día. Como padres, educadores o personas preocupadas por el futuro de nuestros hijos e hijas, estas páginas se convertirán en aliadas. Porque ser joven a veces no es fácil, y tarde o temprano todos necesitamos que nos miren de otra forma: con una mirada cómplice, comprensiva y empática. «Luengo, en su más profundo amor y deseo, hace significar lo que es la psicología y el sentido de la profesión. A lo largo de los años, ha sembrado árboles en cuya sombra sabe que no va a descansar. En ello reside el verdadero valor que el lector encontrará en esta obra, las semillas esenciales que, como señala, indican el recorrido de dónde venimos y donde estamos, ofreciendo un campo fértil que labrar, proteger y cuidar para comprender a una adolescencia que nos enseña y muestra su mundo, no con palabras, sino a través de su mirada.» Luis Fernando López Martínez, del prólogo.

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El dolor adolescente

Cambia tu mirada para comprender sus dificultades y ayudarle a gestionarlas

José Antonio Luengo

Primera edición en esta colección: febrero de 2023

© José Antonio Luengo, 2023

© del prólogo, Luis Fernando López Martínez, 2023

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2023

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19271-82-2

Diseño y fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

PrólogoIntroducción1. Una grieta en el cieloCora, una mañana de primavera2. El concepto de salud mental y sus controversias¿Está de moda la salud mental?¿De la salud al trastorno?El panorama actual de la salud mental en la infancia y la adolescenciaAlgunas ideas esenciales3. Somos de donde venimos… y de donde estamosDe la perfección y la felicidadEl mundo que les ofrecemosAlgunas ideas esenciales4. Vulnerabilidad y sufrimiento psicológicoCuando el dolor emocional muestra su rostroLa compleja gestión de los miedos: al cambio, a crecer, a ser excluidoAlgunas ideas esencialesAlgunas ideas para los padres: cómo gestionar el malestar emocional5. Historias de vidaTodos tenemos nuestra historiaSe trata de andarNo encajo. Y creo que no hay solución«No me gusto». El rechazo a nuestra propia imagenSalir del armario, ya magullado¿Un problema sentimental?6. La experiencia en los centros educativos en el momento actual. Reflexiones sobre su papel y compromisoLo que vemos en los centros educativosLas autolesionesEl fenómeno de la conducta suicida en la infancia y la adolescenciaAlgunas ideas y recursos específicos para familias y profesoradoEl papel del sistema educativoUna última mirada: tender la mano, o el valor de la ternura en la educación

Desmenuzada, la vida no resiste otras lecturas.

J. C. F. CASTRILLO, Haikus Manhattan

A todos los que abren su corazón a la escucha de quien sufre. Sin prejuicios, sin juicios. A todos aquellos que cada instante de sus vidas abren los ojos al sufrimiento de quien camina a su lado, les tiende la mano y acompaña en su dolor. A todos los que, siempre con la bondad en sus almas, aciertan a mirar, ver, escuchar y darse. Sin pedir nada. Dando, solo dando.

JOSÉ ANTONIO LUENGO LATORRE

Prólogo

El sentido moral de una sociedad se mide a través de lo que hace por sus niños.

DIETRICH BONHOEFFER

Tres cosas aún conservamos del paraíso: las estrellas, las flores y los niños.

DANTE ALIGHIERI

A lo largo de los años, no he dejado de estremecerme ante el sufrimiento de las personas, procurando mirar con sensibilidad y cuidado a quien en silencio pide a gritos ayuda. El miedo que inunda a la sociedad cuando se enfrenta y encuentra cara a cara con la desesperanza y la pérdida del sentido de vida, del significado vital de la propia existencia, retorna lleno de terror; más aún cuando el sufrimiento nace en la mirada de un adolescente.

Las transformaciones sociales que experimentamos y delimitan nuestra subjetividad representan un espacio y tiempo confusos y conflictivos, incluso en ocasiones vacíos, para nuestros adolescentes, quienes experimentan una crisis de identidad que a veces consume su esperanza, sus sueños y su libertad. Las tecnologías, las nuevas formas de ver y entender el mundo, nos devuelven una mirada que va dejando huellas psíquicas en nuestros niños y adolescentes a través de complejos procesos, como la disociación entre lo real y lo virtual, entre la salud y la enfermedad, entre la vida y la propia muerte.

Vivimos en un mundo que idolatra y sostiene la idea de la felicidad y la perfección como piezas esenciales de la humanidad. Ofrecemos una realidad «líquida», volátil y efímera en un mundo lleno de pantallas. No somos capaces de medir las consecuencias y las innumerables variables que conducen a la soledad, el dolor, la desesperanza y la desconexión. No nos han educado en la cultura del acompañamiento ante el dolor, a sostener a una población en riesgo, vulnerable, en una época en la que el sufrimiento y la tan temida desesperanza anida en lo más profundo de la psique adolescente, en los silencios de sus gritos de ayuda y en la falta de conocimiento y aprendizaje cultural sobre cómo y desde dónde acompañar y sostener sus duelos con dinámicas presenciales y tecnológicas.

Tal es el estado actual que José Antonio Luengo nos muestra en su obra: un escrito moderno, actual, sensible, honesto y científico, elaborado desde la experiencia y el amor por la infancia y la adolescencia. El autor navega a través de su texto y con una mirada crítica por la sociedad que hemos construido con historias, vivencias y experiencias. Los adolescentes navegan presos de su sufrimiento, mientras buscan un rumbo y puerto en el que sentirse seguros, a salvo del sufrimiento que en ocasiones sienten y silencian por el temor a la exclusión, a la diferencia, a la incomprensión, a la soledad.

La adolescencia, bien la conoce el autor, constituye una etapa crucial en la vida de las personas, pues el crecimiento físico, cognitivo y emocional nos permite generar aprendizajes, sentimientos y relaciones significativas con una profunda esencia vital y de futuro. La evidencia científica que impregna la obra sostiene la práctica de quien día a día trabaja con una adolescencia que ha generado dinámicas que ponen en riesgo su salud mental y, a veces, aun su vida. La sensibilidad desplegada a través de sus páginas nos facilita de un modo práctico la detección de posibles problemas de salud mental y permite un abordaje integral y precoz del dolor y la desesperanza del adolescente, de conductas y fenómenos como el suicidio infantojuvenil, de las autolesiones, del dolor vital por el deseo del propio impulso de vivir…

Los adolescentes no viven aislados de la sociedad, de las escuelas ni de las familias; una realidad que bien conoce el autor, quien lucha incansablemente por construir un futuro mejor para la infancia y la adolescencia. José Antonio Luengo mantiene una firme creencia en una sociedad mejor, avanzada, democrática y moderna, en la que los lazos de apego y las relaciones saludables sean espacios de protección de la vida.

Luengo, en su más profundo amor y deseo, hace significar lo que es la psicología y el sentido de la profesión. A lo largo de los años, ha sembrado árboles en cuya sombra sabe que no va a descansar. En ello reside el verdadero valor que el lector encontrará en esta obra; las semillas esenciales que, como señala, indican el recorrido del que venimos y en el que estamos, ofreciendo un campo fértil que labrar, proteger y cuidar para comprender a una adolescencia que nos enseña y muestra su mundo, no con palabras, sino a través de su mirada.

LUIS FERNANDO LÓPEZ MARTÍNEZ

Psicólogo general sanitario. Psicoterapeuta de adultos/adolescentes y formador. Codirector general y creador del Proyecto ISNISS del programa de doctorado en Psicología de la Salud de la UNED. Coordinador técnico del programa «Hablemos de Suicidio» del Colegio Oficial de Psicología de Madrid. Investigador doctoral de conductas autolesivas y suicidas en entornos digitales, redes sociales e internet. Máster en Psicología general sanitaria. Máster en Psicoterapias Humanistas. Máster en Intervención Comunitaria. Máster en Mediación y Resolución de Conflictos. Técnico experto en Violencia de Género. Experto en duelo. Experto en prevención e intervención en la conducta suicida. Experto en redes sociales e internet. Autor, entre otras obras, de las siguientes: Peajes emocionales: un viaje a tu interior, Duelo, autolesión y conducta suicida: desafíos en la era digital y Guía práctica de la autolesión y el suicidio en entornos digitales y coordinador de abordaje integral de prevención de la conducta suicida y autolesiva: una mirada educativa para familias y profesionales.

Introducción

El suicidio en la adolescencia es una tragedia, una catástrofe sin retorno para la persona y un súbito cataclismo que marcará para siempre a la familia y al entorno.

FRANCISCO VILLAR

Al terminar una conferencia sobre lo que podemos y debemos hacer en el entorno de los centros educativos para prevenir el suicidio, durante el turno de preguntas me facilitaron una nota que describía el sentir de una madre que asistía al acto por streaming y que quería participar con su experiencia. No deseaba preguntar nada, tan solo abrirnos su corazón. Su testimonio fue el siguiente:

Hace poco se quitó la vida mi hijo. Durante los dos últimos años su vida cambió, sus actitudes hacia todo cambiaron, su forma de ser cambió, sus intereses cambiaron o, tal vez peor, dejaron de existir. En casa nos preocupábamos, claro; intentábamos hablar con él, saber qué le ocurría y por qué le ocurría. Pero tengo que decir que no lo hicimos bien. En el fondo, siempre pensábamos que, simplemente, quería «llamar la atención», sin más. ¡Cuántas veces pudimos utilizar esa expresión! ¡Cuántas veces pudimos «escondernos» de lo que ocurría en su mente con esa expresión, con ese sentimiento! ¡Cuántas veces nos fuimos a la cama convencidos de que solo ocurría eso! Simplemente, eso. Y un día se nos fue. Para siempre. Y la vida se acabó también para mí. Por favor, no utilicen nunca esa expresión. Que nunca esa sea la explicación. Nunca, por favor. Siempre que puedan, cuenten esta terrible historia.

Llamar la atención. ¿No es eso, realmente, lo que hacemos cuando pedimos ayuda? Depositar en el otro, como podemos y sabemos, lo que nos ocurre. ¿No es eso, realmente, llamar la atención? Este es un libro sobre la mirada: hacia la persona que nos acompaña, o a la que acompañamos. Hacia la persona que sufre.

Este libro está escrito esencialmente para padres y familias. Aunque también para otros agentes educativos. En él he procurado plasmar el máximo cariño y respeto que me merece la labor educativa en sentido amplio. Nuestras responsabilidades. Nace de la necesidad, que entiendo principal, de reflexionar sobre nuestra manera de ver, mirar e interpretar la vida de nuestros niños, niñas y adolescentes. Y llegar a entender cómo sufren los que también sufren. Viajamos por la vida a tal velocidad que normalizamos formas de ver y responder a las necesidades de nuestros «pequeños» que, en algunas situaciones —no pocas, por cierto— ponen en cuestión las condiciones que, en la sociedad de hoy, requerirían los modelos educativos. Si algo está en riesgo en la actualidad, probablemente, tiene que ver con el qué y el cómo de los procesos —y también los resultados, claro— que guían y desarrollan las secuencias de vínculo psicológico adulto-niño/adolescente que se gestan en la vida cotidiana que recorremos y completamos cada día como sabemos pero, sobre todo, como podemos.

Variables como el modelo de cuidado y trato, la respuesta que damos al conflicto y la dificultad, la consideración que expresamos del binomio éxito-fracaso, el valor del diálogo y del tiempo efectivo de relación y convivencia, la naturaleza de las relaciones interpersonales en lo cotidiano y en los momentos de ocio o la consideración del «no» en la educación representan elementos indispensables en la reflexión y la profundización sobre los contenidos que son de referencia en el presente texto, cuando surge, anida y se instala el dolor y el sufrimiento en la mente y el corazón.

La infancia y la adolescencia son etapas complejas en la vida. Mucho más de lo que nos parece o entendemos los adultos que acompañamos a los jóvenes en el día a día. Los vemos con sus cosas, su imaginación, su ingenuidad. Percibimos cómo crecen y aprenden, poco a poco, a buscar su espacio, su hueco, en el cual expresar quiénes son. Lo hacen como pueden, con sus recursos y sus habilidades, y según van aprendiendo.

Pero nuestros chicos y chicas no son siempre unos afortunados a quienes colocamos en la alfombra roja para que se exhiban y paseen por la vida. Aunque no sé si es algo que todos los padres quisiéramos para nuestros hijos, sí tengo la certeza de que es muy difícil que suceda. Y, en caso de suceder, no se garantizaría la estabilidad psicológica que, sabemos, es la que nos da la paz y la alegría suficiente para seguir, hacer, estar y proyectarnos en el futuro de manera razonable y sensata.

Nuestros niños, niñas y adolescentes no pueden escoger dónde y con quién quieren vivir . No siempre, no todos, viven seguros, estables, equilibrados y vinculados emocionalmente de una manera saludable. Crecer y madurar incluye también una cuota de sufrimiento que no siempre somos capaces de ver y percibir adecuadamente. Y ellos, «muy nuevos» en muchas cosas, no son muy hábiles para expresar el desasosiego, el dolor y el sufrimiento en el momento en que surgen. Tal vez, cuando son niños, son capaces de hacerlo de manera natural. Peor en la preadolescencia y adolescencia. Es más difícil detectar y expresar lo que les sucede. Se preguntan si les pasa a todos; por qué les pasa. Y si se pasará… Y estas circunstancias, entre otras, son determinantes. Se sienten extraños, raros, incomprendidos y enfadados, a veces, con el mundo.

La experiencia nos dice que no los miramos bien, sobre todo, a lo largo de la adolescencia. Tal vez, incluso, poco y no bien. No siempre acertamos con las estrategias y las habilidades para acercarnos a su peculiar mundo, a sus inseguridades e inquietudes. No siempre medimos bien cómo, cuándo, por qué ni, tampoco, para qué.

Los problemas emocionales y psicológicos de la infancia y la adolescencia preocupan mucho en el momento presente en los centros educativos. Llevo mucho tiempo trabajando con equipos directivos, profesionales de los departamentos de orientación y de los equipos de orientación educativa y psicopedagógica y docentes, en general, en la prevención, detección e intervención de situaciones relacionadas con la violencia entre compañeros, el acoso escolar y otras formas de violencia contra la infancia. Pero, desde hace más de cinco años, una buena parte de las intervenciones de asesoramiento que realizo en mi desempeño profesional tienen que ver con el fenómeno complejo de la violencia autodirigida o autoinfligida.

La pandemia y, en especial, el confinamiento de la primavera de 2020, han tenido un profundo impacto en nuestras vidas: modificaciones de orden laboral y económico y pérdidas inesperadas de seres queridos de los que no nos hemos podido despedir, sin duda una de las experiencias más traumáticas. En materia de salud mental, la pandemia ha supuesto el resquebrajamiento de muchas identidades, el afloramiento del sufrimiento y la aparición de una importante sintomatología, cuando menos, de orden ansioso y depresivo. Ha provocado mucho daño a personas ya vulnerables psicológicamente y, en la infancia y la adolescencia, ha representado un incremento significativo de la demanda por trastornos psicológicos graves, derivados, entre otros importantes, de los trastornos del comportamiento alimentario, de las autolesiones y de la ideación e intencionalidad de la conducta suicida.

No obstante, aunque la pandemia y el confinamiento son factores muy relevantes, no lo explican todo. Muchas de las situaciones que vemos en la actualidad vienen ya de lejos. Y lo sabemos.

Las ideas sobre las que reflexiono y que pretendo transmitir en esta obra están marcadas por mi experiencia en muchos ámbitos, todos por los que he transitado a lo largo de mi vida profesional. Pero, sobre todo, pretendo que destilen sensibilidad y cariño. Y ternura. Contienen un deseo especial: que contribuyan a que pensemos un poco más y mejor sobre lo que tenemos entre manos cuando se trata de educar, sobre lo que significa vivir en el momento actual, sobre las presiones e influencias que nuestros niños, niñas y adolescentes soportan que, en muchos casos, les hacen sufrir y los llevan a rincones oscuros que nadie querría siquiera mirar desde lejos. A veces, trágicamente, los vemos ahí. Y no siempre acertamos con la respuesta a sus necesidades y peticiones de ayuda.

Me disculpo desde ahora por aquellas formas de interpretar las cosas que puedan provocar efectos indeseables en vuestras vidas, en vuestras mentes, en vuestros corazones. Incluso, alarma. Pero estas páginas están cargadas de ternura y cariño. También de argumentos con los que, seguro, muchos de vosotros no estaréis de acuerdo. Pero así son las cosas.

En ocasiones, durante la infancia y la adolescencia —aunque no solo, evidentemente— la vida parece darse la vuelta, casi perderse. Huir de ti. Hacerse antipática, hostil y adversa. En ocasiones, vivir cuesta más de lo que todos sabemos que cuesta. Te arrincona, te golpea, te zarandea… Hay momentos en que uno puede llegar a sentir que «hasta aquí hemos llegado», que hay que bajarse porque no hay salida. La mente se tapona, el corazón se contrae. No llegas a saber si respiras o no. Solo alcanzas a percibir oscuridad y ruido. Mucho ruido. Su estridencia es tal que tu existencia acaba reducida a cenizas, a despojos.

Las pavesas de esa hoguera que eres, que fuiste tal vez, vuelan difuminándose, diluyéndose, desvaneciéndose en ese aire que casi no respiras ya. Lo sientes tóxico, abrasivo.

En ocasiones, las dificultades en la gestión de las primeras zozobras, dolores y angustias, ligadas muchas veces a la vivencia de experiencias adversas1 en la infancia (maltrato físico y emocional, abuso sexual, negligencia física y emocional, enfermedad mental en el hogar, divorcios conflictivos, victimización y rechazo por iguales, exposición a la violencia, bajo nivel socioeconómico) y a los determinantes sociales de la salud,2 terminan por perfilar modos de afrontamiento y estilos adaptativos inseguros, inestables e ineficientes.

La revelación tuvo lugar cuando, a la edad de cinco años, en mi primer día de colegio, tuve la sorpresa y el susto de oír una voz que se dirigía a mí pronunciando mi nombre.

—Renée —preguntaba la voz, mientras yo sentía posarse sobre la mía una mano amiga.

Renée. Se trataba de mí. Por primera vez, alguien se dirigía a mí por mi nombre. Mientras que mis padres recurrían a un gesto o a un gruñido, una mujer, cuyos ojos claros y labios sonrientes observé entonces, se abría camino hacia mi corazón y, pronunciando mi nombre, entraba conmigo en una proximidad de la que hasta entonces yo nada sabía. Descubrí a mi alrededor un mundo que, de pronto, adornaba mil colores (Muriel Barbery, La elegancia del erizo. Barcelona, Seix Barral, 2007, pp. 41-42).

La duda puede acabar atenazando, oprimiendo. Genera una manera de estar en la vida marcada por la inseguridad, con ondas de pensamientos, emociones y conductas que lastran y sobrecargan de manera notoria el autoconcepto y la autoestima. En ocasiones, más allá de la experiencia sostenida y dolorosa del malestar psicológico, puede acabar por instalarse el trastorno. No eres dueño de ti, necesitas ayuda. Es probable que antes, también. Pero ahora se torna imprescindible. No aciertas a reaccionar a las nuevas exigencias. Y, marcado por circunstancias diferentes que parecen ahogar, por instantes, la propia existencia, terminan por configurar respuestas desordenadas, confusas, yermas e ineficaces. A veces la experiencia desborda el aparato psicológico defensivo que, poco a poco, hemos ido construyendo mientras crecemos. Y la experiencia de vida se vuelve dolorosa, cruel, dramática, agobiante. Y no sabemos cómo salir. Ni cómo pedir ayuda.

Porque, exactamente, no sabemos qué nos pasa. Y, muchas veces, por qué nos pasa. Y quienes están a nuestro lado, paradójicamente, se encuentran, a nuestros ojos, muy lejos de lo que necesitamos. O creemos que necesitamos. Y aparece el sufrimiento que no para. Que no va a parar, pensamos. Insondable. Y sentimos la desoladora cercanía de que no hay remedio. De que no hay salida. De que no sabré encontrar el espacio para volver a respirar, para hablar, reír, caminar…, simplemente dormir.

A veces la idea de la muerte se «apodera» de alguien querido. Puede ser alguien de la familia; tal vez tu hijo, tu hermano, o algún amigo o compañero. Si eres profesor, puede ser que alguno de tus alumnos te hable de su dolor profundo, de su sufrimiento, de su degradación y de su progresiva desvinculación de sus proyectos, de su gente, de sus cosas. De lo que ha sido y es. Y de cualquier proyecto, estímulo o ilusión que hubiera podido crecer tiempo atrás.

A veces, la posibilidad de renunciar, «abandonar» e irse, «quitarse de en medio», huir como sea de la desesperanza que te embarga y secuestra, aparece para quedarse. En la mente, en el corazón. En el relato y el discurso que inundan las emociones y los pensamientos de quien se siente morir solo con respirar, con abrir los ojos cada mañana, con pensar que tiene todo un nuevo día por delante. En lo que piensas de ti, de quién eres, de por qué eres como eres, de por qué te ocurre lo que te ocurre.

Y no resulta fácil escapar de ese relato, aunque a tu alrededor todo discurra con aparente normalidad. A veces, uno siente crecer la idea de salvar su vida —o salvarse de la vida— pensando en la propia muerte. Esta experiencia dramática nos sitúa en la soledad más absoluta, en una oscuridad abominable. En ocasiones, la idea de morir es tan poderosa que casi alivia el sufrimiento. Llega a percibirse su final.

Para quienes, como adultos, detectamos, percibimos, sentimos y acompañamos este dolor, más o menos conscientes de su calado y oscuridad, es momento de saber mirar y cuidar. No es momento para teorías, sermones y lecciones magistrales ni, por supuesto, reproches o reprimendas. Especialmente, esto último. No es momento para tener razón, precisamente; se trata, en esencia, de intentar comprender, de saber mirar con sensibilidad. O, más bien, de querer mirar sin prejuicios, juicios, sentencias o veredictos, sino con una mirada bondadosa y tierna. Se trata de saber aguantar y aceptar, saber estar y quedarse, no salir corriendo. De ponerse en la piel de quien te da, en ese momento, lo que tiene, es decir, lo que exhala su sufrimiento. Saber aprehender y asir la vida de quien te comunica su dolor como sabe, y, a veces, como quiere.

Llegados a este punto, lo realmente importante no es, en efecto, atesorar la razón como «si nuestra vida dependiera de ello». O sustanciar e invocar con superioridad la estéril autocomplacencia del que cree tenerla en una suerte de hazme-caso-que-sé-de-lo-que-hablo. Más bien al contrario; lo importante es aprender a mirar con ternura, amor e incondicionalidad. Lo que escuchas te hará temblar de sorpresa, aprensión e incluso miedo, sí. Pero hay que sujetarse a la silla y evitar salir corriendo, aun atados al asiento que sustenta y sujeta nuestro tembloroso cuerpo, nuestra apesadumbrada alma.

Este es un libro sencillo. Un libro que haba de la vida de nuestros chicos y chicas; de las muchas maneras de vivir, por decir algo, que pasan desapercibidas. Hasta que ya, en algunos casos, no queda remedio. Pretende contribuir a la reflexión de los adultos que tratamos con adolescentes y jóvenes sobre ese agobio y desasosiego emocional que puede causarles dolor y sufrimiento en esta incierta etapa de la vida que, muchas veces, no les da un tenue respiro. Y, especialmente, invita a la reflexión sobre el sufrimiento psicológico intenso, los escenarios emocionales y perspectivas personales que afloran en su discurso. Incluida, de forma dramática, la idea de la violencia autoinfligida y de la propia muerte como opción.

A lo largo de los capítulos que componen el texto intentaré ahondar en la problemática de la salud mental en la sociedad actual, especialmente relacionada con la vida de nuestros niños, niñas y adolescentes.

En el primer capítulo relato una experiencia terrible relacionada con el suicidio de una adolescente de quince años. He decidido abrir el texto con esta historia porque, sin duda, marcó un antes y un después en muchos aspectos de la vida de los centros educativos; también por el grado de implicación personal con el que viví los acontecimientos que se desarrollaron posteriormente.

En el segundo capítulo trataré específicamente el concepto de salud mental, las dificultades para consensuar una definición y las controversias actuales. Intentaré aportar de la manera más sencilla posible los datos que la evidencia científica nos muestran en relación con la prevalencia de los trastornos psicológicos en la infancia y la adolescencia.

En los capítulos tres y cuatro abordaré cuestiones en torno a la salud mental y el modo en que nuestra percepción de la salud y el bienestar psicológico marcan nuestra forma de vivir. En concreto, en el tercer capítulo reflexionaré sobre el modo en que transitamos la vida, las ideas dominantes sobre los conceptos y experiencia de felicidad y perfección, y sobre el complejo equilibrio entre bienestar y malestar psicológicos en nuestro día a día, especialmente durante la adolescencia. En el cuarto reflexionaremos sobre el sufrimiento psicológico, la vulnerabilidad en la adolescencia y la responsabilidad que el modelo de trato y educación que imponemos desde el mundo adulto tiene en la concepción de la dificultad, la adversidad y el dolor en la infancia y la adolescencia.

Y en el capítulo cinco trataré de lo que supone vivir y de cómo nuestra historia personal se va cargando, como si de una mochila que llevamos a la espalda se tratara, de las experiencias que vivimos, de los caminos que recorremos y de cómo influyen en nuestro modo de transitar durante la existencia por el mundo que nos ha tocado, con las personas y situaciones que perfilan nuestro día a día. En definitiva, de lo que supone y representa el andar cotidiano, con nuestras idas y venidas, momentos buenos, malos y regulares.

En él se cuentan, asimismo, algunas historias personales de diferente naturaleza y con distintas perspectivas. A lo largo de estas historias —todas encajadas en experiencias reales, si bien modificadas en aspectos esenciales por razones obvias—, el relato pretende profundizar en el alma mismo de la desesperanza y adentrarse en sus rincones y recovecos más sombríos y opacos. Desde diferentes ópticas, comprobaremos que nada es como parece, sobre todo, cuando lo que existe y crece se analiza, tasa, pondera y ordena, calibrado en diferentes visiones. Todo depende del cristal con el que se mira. Y el que mira desde afuera debe encontrar el espacio adecuado para saber, para acertar a acompañar, cuidar y proteger. Sin juzgar.

Para finalizar, en el capítulo seis, trataré de lo último que sabemos acerca del fenómeno de las autolesiones y de la conducta suicida en estas etapas de la vida, y reflexionaré sobre la necesidad de que los sistemas educativos reaccionen y encaren de manera eficiente la realidad tratada en el texto en su conjunto, pero, en especial, la atención socioemocional incardinada en los proyectos educativos de los centros escolares. Y de la importancia de la relación y coordinación entre todos los agentes de la comunidad educativa, con especial referencia a familias y profesorado.

Bueno, pues empecemos. En este libro vamos a hablar de dolor y desconsuelo, del niño y del adolescente que sufre. Y de situaciones que, sin duda, pueden generar desasosiego e inquietud. Pero es necesario conocer y no volver la mirada, y, sobre todo, no desfallecer. También vamos a explorar vías de respuesta, de acompañamiento, de ayuda, y de detección y prevención. Y de empoderamiento. La salida está, existe. Conocemos muchos de los caminos que nos llevan a ella. A esa luz que, entre todos, debemos recuperar. Ahí debemos situar nuestra perspectiva. Aprender a mirar, reconocer, actuar. Y responder. Con humanidad, ternura, afecto. Y comprensión.

1.Una grieta en el cielo

Los árboles gritan de dolor al morir, pero tú no puedes oírlos.

PRINCESA MONONOKE

Lejos de todo, horizontes dormidos. Final de trayecto.

J. C. F. CASTRILLO, Haikus Manhattan

Hace unas semanas recibí esta carta, sin remitente. Su única petición fue que siguiésemos trabajando para visibilizar este terrible drama:

Carta de una madre destrozada

Mi familia está destrozada.

Mi hijo era un niño normal, iba al cole y estudiaba, participaba en las clases, charlaba con sus compañeros, hacía sus deberes, hacía mucho deporte, casi todos los días entrenaba con su equipo. Lo único que no podía hacer ahora era relacionarse con los demás tanto como antes por la pandemia, como en los recreos, que le gustaba jugar al fútbol, y eso le desahogaba, jugar partidos los fines de semana con su equipo, quedar de vez en cuando con los amigos o ir a verlos jugar partidos.

Pero un día mi hijo decidió irse… Esa semana tenía los exámenes, ese día ya había tenido dos, y además con la posibilidad de sacar más nota, estaba cansado, había madrugado a las 6.30 para repasar, estaba creciendo, era un adolescente. Se le juntó todo, se le apoderó, y decidió irse… Sin hablar con nadie, sin pedir permiso, sin desahogarse, quería hacerlo todo solo… Y así fue.

Nos quedamos boquiabiertos, en estado de shock, no nos lo esperábamos. Nunca se nos hubiera pasado por la cabeza que nuestro hijo hiciera algo así.

Cuánto hubiéramos dado por saber lo que sabemos ahora. Ese día uno de los policías que vino nos dijo: esto pasa un día sí y otro no. Ahora sabemos que en nuestra región hay de siete a nueve intentos de suicidio todos los días y que la mayor proporción de casos son adolescentes y personas mayores. Hagan cuentas. No sé si saberlo me hubiera ayudado, pero cuánto habría dado por saberlo y que todos los días me lo recordaran, como los casos de violencia de género, de pederastia, de acoso, que tanto oímos en la tele.

Cuánto he echado de menos estos días haber sido informada y formada para prevenir en mi propia casa lo que nadie podíamos esperar e imaginar, pero que resulta que lo sufren en nuestra comunidad varias familias día tras día, que afortunadamente pueden contarlo, con sufrimiento, pero pueden contarlo, con sufrimiento, pero pueden contarlo e intentar que no se repita.

[…]

No podemos prevenir algo que no sabemos que ocurre varias veces… Ojalá me lo hubieran explicado en la última charla en el cole, a las que iba siempre que podía, para mejorar como padres, y en la que me apunté un libro sobre adolescencia y algún vídeo, hubiera salido corriendo a comprármelo, ahora lo tengo ya tarde en mi mesita de noche…

Las palabras del dolor inmedible, insondable. Me tiemblan las piernas al reproducir cada una de ellas. No conozco el nombre o la dirección de su remitente. Solo sé que es una madre destrozada. A ella le dedico el corazón de todas las reflexiones, ideas, datos y sugerencias que pueda ser capaz de incluir. Con todo mi cariño. Y dolor.

Cada vez que alguien se quita la vida se abre una grieta en el cielo. Y en el alma del mundo. Un abismo que muestra nuestro fracaso como sociedad. Una fisura profunda, insondable. Una insoportable tragedia también para los que se quedaron, golpeados con un gran sufrimiento. Cargados de preguntas. Sin respuestas muchas veces. La tragedia de quitarse la vida cuando se es casi un niño abre aún mil brechas más bajo nuestros pies y amenaza de manera inquietante nuestra esencia como seres humanos y organización social. Nos hunde en un espacio tenebroso, plagado de monstruos que invaden de sufrimiento nuestro corazón. Y, en definitiva, desafían nuestra existencia.

Hace ya diez años que escribí las siguientes líneas al conocer la muerte por suicidio de una adolescente en las noticias de un periódico:

Casi un millón de personas se quitan la vida en el mundo a lo largo de un año. Cerca de tres mil al día. Los números nos abruman, las cifras asaltan los titulares. De prensa, radio, televisión. Quitarse la vida. Quitarse de en medio, desaparecer. No estar ya. No querer estar, huir para siempre. Para ellos, seguro, descansar. La tragedia mayor, quitarse de en medio. Decidir no existir. El dolor, el sufrimiento en la base, en el corazón, en las arterias, en la sangre, en la mente, en los ojos. Que no pueden soportar más mirar hacia delante. No pueden. La tragedia más cruel, en el alma. De quien lo decide, de quien lo ejecuta. De quien, desesperado, decide apagarse. En un acto cruel. Con uno mismo. Y, también, con los demás.

Pero si hay una tragedia mayor, tal vez sea el adiós deseado e impulsado, gestado y consumado de un adolescente. Su corazón, su pobre corazón no pudo más. A veces, para nuestro gran dolor, queda el sufrimiento que no pudimos ver, valorar, interpretar.

Hace nada, apenas unas horas, una niña más ha decidido irse. Esconderse del dolor y de la angustia que tal vez no supo, no quiso, o no pudo contar. Tal vez esperó y esperó, esperanzada, que alguien, le daba igual quién, parase su tortura, sintiese su cruel desesperanza. Tal vez pensó, ingenua, confiada, que su dolor pararía, se iría, desaparecería de su vida. Como cuando su madre besaba, soplaba o pasaba la mano suavemente por la última herida en la rodilla. Quizá, como niña, pensó que ese rito, entonado mil veces por sus padres, desviaría su pena, la haría disminuir. Como disminuye el dolor cuando nos abrazan y consuelan. Cuando nos toman en serio, nos escuchan, entienden, miran…

Cuando nos abrazan, con los brazos, con la mirada, con el corazón. El corazón del otro, el que nos sostiene tantas veces, el que nos da fuerzas para seguir, el que nos guía, el que nos dice… El que interpreta nuestra emoción, la tamiza, la hace suave, amable al tacto, a la cercanía… El que nos dice, siempre, estoy. Para cuanto, y cuando, necesites.

Ahora llegan las noticias, las fotos, la búsqueda de los porqués, de los cuándo, de los quién. Las noticias. El rechinar de dientes. Por qué sucedió. El análisis sesudo, la interpretación profesional, la información responsable… Todo después, siempre después. Detrás, siempre detrás, se encuentran la soledad y el silencio.