El error de la enfermera - Daniel Hurst - E-Book

El error de la enfermera E-Book

Daniel Hurst

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Beschreibung

EL TREPIDANTE FINAL DE LA SERIE QUE HA CAUTIVADO A CIENTOS DE MILES DE AMANTES DEL THRILLER EN TODO EL MUNDO. Un solo instante puede cambiarlo todo… O arruinarte la vida para siempre. Mi primer error fue enamorarme del apuesto cirujano casado. Mi segundo error fue matarlo… Soy enfermera, mi trabajo es salvar vidas, no arrebatarlas. Pero a veces suceden cosas que no puedes presagiar y te ves obligada a hacer lo impensable. Ahora lo más importante es proteger a los míos y, sobre todo, al pequeño e inocente Campbell. Matar no es lo peor que he hecho. Mi tercer error es mucho, muchísimo peor… --- «¡Un libro que te mantiene en vilo!… Daniel lo ha vuelto a hacer, nunca decepciona». Bestiesbookclub88 ⭐⭐⭐⭐⭐ «Absorbente, trepidante y dramático… ¡Adictivo!… No quería dejar de leer… Otra montaña rusa de emociones de Daniel Hurst». Open Book Posts ⭐⭐⭐⭐⭐ «A veces, las historias más escalofriantes son aquellas que parecen que podrían ocurrir en la vida real. Por eso esta serie resulta tan adictiva». Novels Alive ⭐⭐⭐⭐⭐ «Siempre espero con ganas los libros de este autor. Están muy bien escritos y no quiero que terminen nunca». B for Bookreview ⭐⭐⭐⭐⭐ «Una de las cosas que más me gustan de los libros de Hurst es cómo construye la historia de forma que te mantiene con el corazón en un puño hasta el final… Otra novela fantástica de una gran serie». @nlcraigwrites ⭐⭐⭐⭐⭐ «La tensión es implacable, con giros inesperados que me mantuvieron enganchada hasta la última página… un final perfecto para una serie inolvidable». @ciaras_bookmark ⭐⭐⭐⭐⭐

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Seitenzahl: 400

Veröffentlichungsjahr: 2025

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El error de la enfermera

Daniel Hurst

El error de la enfermera

Título original: The Nurse’s Mistake

Copyright © Daniel Hurst, 2024

Copyright © 2025 Jentas A/S

Traducción: Daniel Conde Bravo © Jentas A/S

Cubierta: Jentas A/S

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1430-7

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.

First published in the English language in 2024 by Storyfire Ltd, trading as Bookouture.

PRÓLOGO

Hay cientos de enfermeros recorriendo las calles de Chicago.

Yo soy una de ellos.

Pero estoy fuera de lugar.

Es difícil darse cuenta de ello, porque me he camuflado de forma intencionada entre la multitud y llevo puesto un uniforme de enfermera como todas las personas que me rodean y van caminando en la misma dirección que yo, entre la gente que se agolpa en las aceras vitoreándonos. Se ha organizado este desfile para reconocer el trabajo de los enfermeros y animar a otras personas a dedicarse a esta profesión en el futuro. Hay niños que ciertamente dan la sensación de estar siendo inspirados, pues no dejan de saludar a todos los profesionales médicos mientras pasan a su lado. La verdad, no creo que tuvieran ganas de considerar esta opción profesional para su futuro si supieran la verdad acerca de las dos peligrosas enfermeras que se esconden entre las personas que desfilan.

Estoy yo.

Y también está mi hermana, que camina justo a mi lado.

Un helicóptero sobrevuela la zona con un zumbido constante, y decenas de agentes de policía no pierden de vista el desfile, aunque no lo hacen solo por asegurarse de que el evento transcurra sin incidentes.

Yo sé a qué se debe su presencia.

Están buscando a las dos enfermeras que no deberían estar aquí.

De momento, nadie nos ha visto en medio del desfile; caminamos manteniendo la mirada fija en el suelo y logramos pasar desapercibidas. Sin embargo, sí que recibimos la atención de la enfermera que camina más cerca de nosotras cuando, en un momento dado, detecta algo de sangre en mi uniforme.

—Qué bien logrado. Parece real —me dice con una sonrisa, totalmente ajena al hecho de que la sangre es auténtica y de que la persona a la que pertenece ha muerto hace muy poco tiempo. Es más, su cuerpo también forma parte de este desfile.

El cadáver está sobre una camilla que viene por detrás de nosotras. Un par de voluntarios van empujándola, sin tener ni la más remota idea de que la persona a la que transportan no es un actor interpretando a un paciente enfermo, sino una víctima verdadera, una persona fallecida. La presencia de personas «transportando pacientes» pretende aportar solemnidad al acto y servir como recordatorio simbólico de los cuidados que estos profesionales brindan a quienes lo necesitan.

Sin embargo, la camilla sobre la que se encuentra el cadáver vuelca de repente y el cuerpo comienza a rodar por el suelo, provocando que todo el mundo a su alrededor contenga la respiración al percatarse de que el «paciente» no se pone de pie de inmediato como cabría esperar ni se queja un poco tras haber sufrido una caída inesperada.

Por el contrario, yace inmóvil. En cuanto alguien se acerca para ver cómo está, la gente empieza a entrar en pánico.

Y es que se están dando cuenta de lo que yo ya sé.

Esa persona está muerta de verdad.

No pasa mucho tiempo hasta que alguien grita. La noticia comienza a difundirse a gran velocidad a lo largo y ancho del desfile, como un efecto dominó. Los participantes de la marcha y la gente que la presencia comienzan a descubrir que está sucediendo algo muy grave. Pero nosotras dos, que tratamos de camuflarnos entre todos ellos, ya sabíamos que ese hombre estaba muerto.

Nosotras lo hemos matado.

Lo único que nos preocupa es salir de Chicago antes de que nos cojan. Pero la policía se está acercando a nuestra zona, al igual que una gran multitud. Ahora que todo el mundo sabe que hay un muerto, la sangre de mi uniforme ya no parece tan falsa.

Mi hermana y yo no tenemos a dónde huir.

Siento que todo termina aquí.

¿Cómo vamos a lograr salir de esta?

ANTES

Capítulo 1

DARCY

Llevo varias horas viajando en este autobús, toda la noche, aunque no he pegado ojo desde que empezó el trayecto. Cuando escucho el sonido de los frenos y el vehículo grande y pesado en el que viajo comienza a detenerse poco a poco, sería fácil tener la tentación de pensar que no está mal que paremos, porque así tendré la oportunidad de estirar las piernas y respirar un poco de aire fresco. Sin embargo, una interrupción inesperada de un viaje nunca es bienvenida por ningún viajero, y menos por mí, una mujer a la fuga que no puede permitirse que nada la ralentice.

Pero, cuando asomo la cabeza por encima del asiento que tengo justo delante de mí y observo el exterior a través del cristal delantero del autobús, noto como si mis pulmones se quedaran de repente sin aire. Ahora, en lugar de pensar en un descanso y algo de comida, lo único que quiero es desaparecer de aquí.

La razón que lo explica es que he visto algunas de las cosas de las que precisamente estoy tratando de mantenerme alejada.

Luces azules de emergencia.

Uniformes.

Policía.

Cuando el autobús se detiene unos metros antes del coche de policía que está bloqueándole el paso, yo ya estoy buscando vías por las que poder salir del vehículo. Tengo la puerta por la que me subí a este autobús en Florida hace unas cuantas horas, pero está delante del todo, junto al conductor. Aunque me la abriera, me encontraría de frente con los dos policías que ya caminan hacia nosotros. Por suerte, hay una segunda puerta en la parte trasera del autobús, una salida de emergencia por si hubiera algún problema con la puerta de delante. Podría desaparecer de aquí sin ser vista por esos agentes utilizando al arcén de la carretera, que está completamente oscuro, para salir corriendo y huir hacia el bosque que rodea este autobús por ambos lados. Sin embargo, cuando estoy a punto de levantarme de mi asiento para intentar escapar, escucho una voz masculina que se dirige a mí.

—No corras.

Me quedo petrificada ante esa advertencia, que procede del hombre que está sentado detrás de mí. Son las únicas palabras que ese pasajero me ha dirigido desde que ambos nos subimos al autobús. No tengo ni idea de por qué me ha dicho eso ni de cómo ha sido capaz de leer mi mente y saber que me disponía a intentar huir. Además, ha provocado que aún esté sentada en mi sitio cuando ya debería estar fuera, corriendo por el arcén.

Comienzo a hacer el movimiento para darme la vuelta y mirarlo, pero, cuando estoy a punto de girarme, vuelve a hablarme.

—No te des la vuelta. No te muevas. Tranquila. Mantén la cabeza baja. Llevas una gorra de béisbol. Eso está bien.

El hombre misterioso que está detrás de mí parece conocer la razón por la que es imprescindible que los policías que continúan acercándose al autobús no sepan que voy viajando en él. Por desconcertante que eso me resulte, porque nadie debería conocer mi secreto, el hombre parece estar intentando ayudarme a evitar que me descubran.

¿Funcionarán sus consejos?

Cuando el conductor abre la puerta delantera del autobús y abandona su asiento para ir a hablar con los agentes, hago exactamente lo que el hombre me ha dicho y mantengo la mirada fija en el suelo. La visera de mi gorra y la oscuridad de la noche impiden que se me vea la cara. Pero la cosa se complicará mucho si se encienden las luces del interior del autobús y los agentes empiezan a recorrer el pasillo, examinando asiento por asiento a todos los pasajeros.

¿Llegaremos a ese punto?

De ser así, ¿tendría alguna posibilidad de evitarlos?

Comienzo a arrepentirme de haber seguido las instrucciones de ese hombre. Desearía haber huido mientras tenía la oportunidad de hacerlo, pero ahora ya es demasiado tarde. Supongo que voy a darle a la policía, y de paso a todos los medios de comunicación, justo lo que tanto anhelan.

La enfermera asesina va a ser detenida y tendrá que enfrentarse a su inevitable destino.

El corazón me late con fuerza en el pecho cuando levanto con mucha indecisión la cabeza y me asomo para echar un vistazo a través de la ventana, con la intención de enterarme de lo que está ocurriendo fuera. Es arriesgado hacerlo. ¿Cómo puedo estar segura de que uno de los agentes no esté a punto de encender una linterna con la que apunte hacia la ventana y me mire a la vez que yo lo miro a él? En cualquier caso, tomo la decisión de hacerlo porque la incertidumbre me está matando. Veo que los dos agentes están charlando con el conductor. El encargado de llevar este autobús desde el sur hasta el norte del país, en un viaje de casi veinticuatro horas en total, es un hombre calvo y con sobrepeso, de cincuenta y tantos años. La forma de su cintura revela que se ha tirado demasiados años sentado al volante de vehículos como este o comiendo cosas grasientas en restaurantes de carretera. Sin embargo, en este momento, su mayor preocupación no son las enfermedades coronarias. Lo que más parece preocuparle es por qué lo han frenado en mitad de su actividad. Lo veo enarcar las cejas, y me pregunto si ese gesto se debe a que acaban de contarle lo que sucede.

”Señor, una de las personas que lleva en su autobús es una presunta asesina en serie».

Rezo para que mi nombre no haya salido en la conversación. No es que el conductor fuera a saber de inmediato que yo me encuentro en el autobús, pues dudo mucho que conociera mi identidad cuando subí a bordo. Pero, si los agentes han hablado de mí, lo más probable es que enseguida le pidan al conductor que les deje subir para inspeccionar el vehículo. Si eso ocurre, estoy jodida. Ya no hay tiempo para llegar a la puerta de atrás y comenzar a huir. Sería tentador culpar al tipo que tengo detrás por decirme que me quedara en mi asiento, pero la realidad es diferente.

La única culpable soy yo.

Porque la realidad es que soy responsable de los delitos por los que se me busca.

En el exterior continúa desarrollándose una conversación tensa, así que vuelvo a bajar la cabeza, aunque no lo hago con la única intención de no ser vista. Mi propósito es también echarle un vistazo al cuaderno que tengo en las manos, al que llevo aferrada desde que el autobús salió de Florida porque es prácticamente mi única posesión en la actualidad. El uniforme de enfermera que llevo puesto lo robé en un hospital, al igual que el abrigo con el que lo cubro. Lo único que de verdad me pertenece es este cuaderno, y hay una razón de peso para que no lo suelte por nada del mundo.

Es la clave para recordar mi verdadera identidad.

En las páginas que tengo ante mí están escritos los nombres de mis familiares más cercanos y la dirección en la que viven. Están mi madre, Scarlett; mi padre, Adrian; y mi hermana, Pippa. La dirección de la casa familiar pertenece a una calle de Winnetka, en Chicago. Hacia allí me dirijo, o al menos lo hacía hasta que el autobús se ha detenido. Ahora ya no tengo la certeza de que vaya a poder llegar hasta allí. Por otra parte, incluso si lo consiguiera, no tengo ni idea de si mi familia estaría esperándome en esa casa para recibirme. Puede que ya estén en manos de la policía. Rezo por que sigan libres, pero no existen muchas probabilidades de que sea así, porque vi sus nombres y sus fotos en las noticias mientras estaba esperando en la estación de autobuses de Florida. El informativo me dejó claro, al igual que al resto de los pasajeros que estuvieran viendo la tele, que la policía los está buscando. Como a mí.

De momento, yo he sido capaz de evitar que me detengan. ¿Lo habrán conseguido también ellos? ¿O estarán ya languideciendo en una celda con miedo a lo que les depare el futuro, posiblemente culpándome a mí de su situación? Ojalá lo supiera, pero no estoy con ellos. Yo estoy aislada, pues soy la única de la familia que se ha perdido del rebaño. Para poder volver a reunirme con ellos, necesito que mi plan funcione.

Pretendo bajarme de este autobús en la estación del centro de Chicago y dirigirme hasta la casa de Winnetka para tratar de encontrar alguna pista que me indique dónde podría estar escondida mi familia. Espero que se hayan dado a la fuga, igual que yo. Si es así, espero que me hayan dejado alguna señal para que pueda saber a dónde se han dirigido y, de esa forma, unirme a ellos en su huida. Puede que tengamos que empezar de cero una nueva vida fuera de Estados Unidos, pero prefiero empezar esa vida con ellos antes que hacerlo sola. Ese era el plan antes de que el autobús se detuviera. Cuando cierro mi cuaderno y vuelvo a mirar hacia el exterior, veo algo que hace que mi corazón dé un vuelco tras otro.

Un agente de policía se dispone a subirse al autobús.

Ahora ya tengo la certeza absoluta de que la mejor idea era haber huido. Empiezo a entrar en pánico, pero, antes de que haga nada, siento cómo una mano fuerte se posa sobre mi hombro, haciendo que no me mueva de mi asiento. Otra vez ese hombre que está sentado detrás de mí. Creí que me estaba ayudando, pero ¿y si en realidad está haciendo lo contrario? ¿Y si se trata de un agente encubierto que me ha estado vigilando todo este tiempo y se ha puesto en contacto con sus compañeros para que vengan a arrestarme?

Qué estúpida soy.

Creía que lo estaba haciendo bien.

Pero hasta aquí he llegado.

—Disculpen, señoras y señores —dice el agente desde la parte delantera del autobús.

Mientras el resto de los pasajeros seguramente están mirándolo a él a la espera de explicaciones, yo tengo la cabeza gacha y los ojos cerrados, y solo aguardo una cosa.

Las esposas.

—Disculpen el pequeño retraso que se va a producir en su viaje, pero voy a ser muy rápido —dice el agente.

Pienso que probablemente tenga razón. Solo le va a tomar unos pocos segundos levantarme del asiento y esposarme con el acero plateado. Luego, me hará pasar entre el resto de los pasajeros, me empujará por la carretera y me meterá en la parte de atrás de ese coche patrulla. Podría resistirme e intentar armar un buen jaleo para tratar de retrasar lo inevitable, pero ¿serviría de algo? Mejor acabar con esto de la forma menos dolorosa posible. Puede que incluso levante ya las manos para que el agente sepa en qué asiento estoy.

—Como acabamos de informar a su conductor, un árbol se ha caído un poco más adelante en medio de la carretera y ahora no se puede transitar por ahí.

¿Cómo?

—El autobús tendrá que dar la vuelta, lo cual hará que se retrasen un poco, pero no hay alternativas. Les vuelvo a pedir disculpas y les deseo un buen viaje.

Escucho lo que parece ser el policía saliendo del autobús y, cuando levanto la vista, veo que el conductor vuelve a ponerse al volante.

¿Será una broma? ¿Un árbol se ha caído en la carretera? ¿Eso es todo?

Mientras algunos de los pasajeros que tengo a mi alrededor resoplan y protestan por la situación, yo me siento la persona más feliz del mundo. Nunca un retraso en un viaje me había alegrado tanto. Al final, ha resultado que yo no era la razón por la que esos policías han detenido el autobús. No estoy a punto de ser arrestada.

Estoy bien.

El motor del autobús vuelve a sonar y el conductor inicia la complicada maniobra de dar la vuelta. Observo cómo los agentes de policía vuelven a subirse al coche patrulla, probablemente esperando de nuevo a que llegue otro conductor al que darle la mala noticia. Pero para mí es muy buena. Cuando el vehículo comienza a avanzar en dirección contraria buscando un desvío, me reclino en mi asiento y suelto un suspiro de alivio. Pero muy breve, porque enseguida recuerdo al hombre que viaja detrás de mí, que parece ser consciente de que la policía me anda buscando.

Supongo que en algún momento debería darme la vuelta para mirarlo a los ojos y preguntarle por qué ha decidido ayudarme. Aunque, de momento, no lo voy a hacer.

Por ahora, mis pensamientos vuelven a centrarse en mi familia.

Esa familia a la que quizá aún tenga la oportunidad de volver a ver.

Capítulo 2

PIPPA

—Mami, tengo miedo.

Esas palabras pronunciadas por un hijo que está asustado son las últimas que cualquier padre querría oír, pero eso es justo lo que me acaba de decir Campbell, mi hijo de cuatro años, acurrucándose cada vez más contra mí en la parte de atrás del coche. Hago todo lo que puedo para tranquilizarlo. Lo rodeo con un brazo y le beso la parte superior de la cabeza, deslizando mis labios sobre su pelo suave. Puedo percibir lo tenso que está y me rompe el corazón no ser capaz de ofrecerle el consuelo que necesita en estos momentos. No puedo culpar a mi hijo por sentirse así. Para ser sincera, yo también tengo miedo. Al margen de que estemos avanzando a través de una pista forestal desierta en plena noche, andamos a la fuga. Si nos llegaran a coger, no sé si alguna vez volveré a estar tan cerca como ahora de mi hijo.

—No hay nada que temer —le digo, intentando comportarme de forma valiente para tratar de infundirle seguridad—. Tranquilo, yo estoy aquí contigo.

No estoy segura de si servirá de algo, pero al menos ya casi hemos llegado a nuestro destino.

—Según el GPS, nos quedan dos minutos para llegar —dice mi padre, Adrian, que va conduciendo el coche lentamente. La visibilidad es escasa aunque los faros del coche brillen bastante en medio de la oscuridad. Sin el sistema de navegación, sería imposible encontrar el lugar al que nos dirigimos. Y no solo porque sea la primera vez que venimos, sino porque está en medio de la nada, completamente aislado de todo. Esa es la razón por la que decidimos venir aquí. Con suerte, en este lugar nadie nos va a encontrar, pues está tan aislado que sería extraño que no consiguiéramos ese objetivo.

Pretendemos encontrar un conjunto de cabañas turísticas que fueron construidas en este parque nacional del sur de Minnesota, a cinco horas en coche de las casas que hemos dejado atrás en Chicago. Mi padre supo de la existencia de estas cabañas a través de un antiguo compañero de trabajo que pasó sus vacaciones en ellas hace muchos años, y recordó que ese hombre le había contado que las cabañas dejaron de usarse y terminaron quedando abandonadas. Recemos por que, cuando demos con ellas, estén todavía en un estado que nos permita instalarnos en alguna con las provisiones con las que nos hemos ido haciendo por el camino. Tendremos, además, todo un parque nacional a nuestra disposición para buscar comida, así que podremos ocultarnos aquí por un tiempo aún indeterminado.

Pero primero tenemos que encontrarlas.

—Ve un poco más despacio, Adrian. Este terreno es bastante inestable —dice Karl, mi marido, que viaja junto a mi padre en el asiento del copiloto y lo ayuda a orientarse por el lugar. No es que mi padre esté conduciendo muy rápido; es que el camino lleva mucho tiempo sin ser transitado y está lleno de baches y cubierto de vegetación proveniente del bosque que se extiende a ambos lados.

No me extraña que mi hijo tenga miedo. La oscuridad es total ahí fuera y detrás de los árboles que nos rodean podría esconderse cualquier cosa, pero con tan escasa visibilidad sería imposible saberlo. Campbell sigue con la cabeza apoyada en mi pecho, pues parece haber decidido que está más cómodo ahí refugiado que mirando a su alrededor. Normal. En un momento así, necesita el consuelo de su madre. Yo miro a la mía, que está sentada al otro lado de mi hijo en la parte trasera del coche; ella me lanza una mirada tranquilizadora que me reconforta.

—Todo va a salir bien —dice mi madre, Scarlett, sin sonar del todo convincente. Ahora bien, ¿qué otra cosa podría decir? ¿Que dentro de nada los secretos y pecados que cometimos en el pasado nos van a hacer pedazos? Yo no soy ninguna experta en psicología, pero estoy bastante segura de que eso sería lo peor que una persona podría decir en estos instantes mientras seguimos aventurándonos hacia lo desconocido.

—¿Qué hay ahí delante? ¡Veo algo! —grita de repente mi marido, señalando a través del parabrisas hacia una forma que no consigo distinguir en la distancia. Pero, poco después, mi padre confirma la buena noticia.

—A mí me parece que es una cabaña —asegura.

Campbell levanta la cabeza y echa un vistazo también, y yo consigo por fin ver lo mismo que han visto los que marchan delante. Podemos divisar una cabaña y, además, según nos vamos acercando a ella, comprobamos que no hay tan solo una. Yo soy capaz de contar al menos cuatro, aunque tiene que haber más un poco más allá, esparcidas en medio de la oscuridad, solo que la luz es tan escasa que es imposible verlas. Tendremos que esperar hasta la mañana para poder ubicarnos por completo. De momento, lo único que necesitamos es un lugar donde descansar un poco durante la noche. Ahora mismo da la sensación de que podemos encontrarlo, lo cual es un gran alivio, porque estoy exhausta.

Cuando mi padre detiene el coche y apaga el motor, el silencio fantasmal resulta casi ensordecedor. Me dan ganas de pedirle que vuelva a arrancar para no correr el riesgo de oír algo espeluznante. Debe haber animales por aquí, posiblemente algunos osos, aunque no es la fauna lo que más me preocupa. Tengo miedo de que no seamos los únicos seres humanos que estén en este lugar porque, de ser así, nuestras posibilidades de permanecer ocultos en este entorno se van a reducir drásticamente, sobre todo si las personas que pueda haber nos llegan a reconocer por culpa de las noticias.

Por ahora, no veo nada que indique que podría haber alguien en estas cabañas o en sus alrededores. No hay luces encendidas en el interior de ninguna de ellas, ni tampoco hay otros vehículos aparcados fuera. Todo indica que somos las únicas personas en este lugar. Siendo ese el caso, imagino que ahora solo nos queda salir de este coche y elegir una cabaña para acomodarnos en ella.

Entonces, ¿por qué ninguno de nosotros se mueve lo más mínimo?

Pronto queda claro que a todos nos pone nerviosos la idea de salir del vehículo con la oscuridad que reina en el lugar. Tampoco nos tranquiliza saber que hemos de acercarnos hasta una de las cabañas y mirar dentro de ella para ver si hay alguien. Pero uno de nosotros va a tener que demostrar un poco de valentía. Teniendo en cuenta que mi madre y yo estamos intentando tranquilizar a Campbell, me parece a mí que la tarea va a recaer en los dos hombres que están en la parte delantera del coche.

—Nosotros vamos a echar un vistazo. Vosotras quedaos aquí —dice mi padre, con la convicción que siente un hombre que sabe que no tiene otra alternativa.

—Tened cuidado —responde de inmediato mi madre.

Karl se gira para mirarnos a Campbell y a mí.

—Echa el seguro de las puertas mientras estemos fuera —dice en voz baja—. Por si acaso.

—¿Por si acaso qué? —pregunta Campbell. El terror se refleja en el rostro de mi hijo. Estoy muy enfadada porque mi marido haya dicho algo que ha preocupado de esta forma a Campbell. Sobre todo porque mi madre y yo ya somos lo bastante mayorcitas como para saber que teníamos que echar el seguro sin que nadie nos tuviera que decir que lo hiciéramos.

—No te preocupes, no pasa nada. Todo va a ir bien —dice Karl, mirando a Campbell a los ojos y sonriendo—. Te lo prometo.

Otra vez no me gusta escuchar lo que le dice. Es imposible que tenga la certeza de que todo vaya a salir bien. ¿Qué sentido tiene prometérselo? De todas formas, soy muy consciente de que está intentando hacerlo lo mejor que puede. Por eso, cuando abre la puerta para bajarse del coche junto a mi padre, me apetece decirle una cosa.

—Te quiero —le aseguro. Espero por otra parte que quede claro que el sentimiento que acabo de expresarle se extiende también a mi padre. Ambos se bajan del coche y, nada más cerrar las puertas, mi madre, con un movimiento veloz, extiende la mano y pulsa el botón que activa al instante los seguros del vehículo.

Los tres que quedamos en el interior observamos a los dos que ya caminan hacia la cabaña más cercana; se respira una tensión evidente ante lo que pueda suceder. Veo cómo titubean mientras se desplazan, lo cual es completamente lógico, hasta que llegan a la puerta principal y prueban a intentar a abrirla. Parece estar cerrada con llave, como cabía esperar, pero eso no va a ser un problema.

No les costará demasiado forzar la entrada.

El problema sería que hubiera alguien dentro.

Observo cómo mi padre y mi marido se desplazan por la parte delantera de la cabaña, asomándose por las ventanas que se van encontrando. Como aún no han vuelto corriendo hacia el coche, supongo que no están viendo nada en el interior que les pueda provocar una reacción de pánico. Pero tienen que asegurarse, han de mirar por todas partes. Cuando comienzan a recorrer el lateral de la cabaña dirigiéndose hacia la parte trasera, acepto que tendremos que perderlos de vista temporalmente. Sin embargo, no me gusta un pelo no saber con exactitud qué está pasando. Cuanto más tiempo transcurre sin que veamos a ninguno de los dos, más me tortura mi propia imaginación.

¿Y si hubiera alguien por aquí, escondido tras la cabaña?

¿Y si atacan por sorpresa a mi padre y a Karl? ¿Y si les hacen daño? ¿Y si los matan?

¿Y si los siguientes somos los que estamos en el coche?

—Tengo que ir a ver cómo están —le digo a madre. Ni a ella ni a Campbell les gusta cómo suena eso.

—¿Qué? No, no, tú espérate aquí. Volverán enseguida —me dice mi madre.

¿Cómo puede estar segura? ¿Y si no lo hacen?

—Ya ha pasado demasiado tiempo —le respondo con ansiedad.

Pero, para asegurarme de que en efecto ha transcurrido bastante tiempo, espero unos minutos más, observando cómo el reloj digital del salpicadero avanza progresivamente hasta que ya no aguanto más.

—Quedaos aquí. Vuelvo en un segundo —les digo a mi madre y a Campbell. Atraigo a mi hijo hacia mí para abrazarlo y tiro de la manilla de la puerta del coche, lo cual desactiva al instante el seguro desde dentro.

—Mamá... —dice Campbell, temeroso. Su abuela intenta decirme que será ella la que vaya a echar un vistazo, pero yo ya me he puesto en marcha. Salgo del coche y cierro la puerta de inmediato, antes de que me acobarde y terminemos tirándonos toda la noche sentados en el coche.

Aquí fuera reina un silencio insoportable. Miro hacia todas partes y me fijo en la cabaña que hace un rato han rodeado Karl y mi padre. También veo otra a unos veinticinco metros, y una tercera más allá. Estas cabañas son estructuras de madera impresionantes. No hay duda de que en su día costaría una fortuna alquilarlas para unas vacaciones, pero ahora están totalmente desaprovechadas, o al menos lo estaban hasta que hemos llegado nosotros esta noche. Al margen de ellas, lo único que alcanzo a ver son las copas de los altos árboles cada vez que las nubes se abren y se filtra un poco de la luz de la luna a través de ellas, lo que no sucede demasiado a menudo.

Decido comenzar a moverme antes de que el miedo me paralice.

Me acerco a la cabaña y me asomo por la primera ventana, pero no veo nada. Lo mismo ocurre con la segunda. Luego me desplazo por el lateral, siguiendo el mismo recorrido que han hecho los hombres y rezando para no llevarme una sorpresa desagradable al llegar a la parte de atrás. Pero sí que me llevo una sorpresa, aunque no es tan horrible como me temía. Lo que me sorprende es que ni mi padre ni Karl están aquí atrás.

¿Dónde se han metido?

Estoy a punto de gritarles, pero al final decido no hacerlo porque aún no estoy segura de que no haya más personas por este lugar que puedan oírme. Miro a mi alrededor en todas direcciones y empiezo a sentirme aún más desconcertada que en el interior del coche. Tardo unos segundos en comprender la razón.

No es solo que me preocupen mis seres queridos.

Es también que percibo con sorprendente claridad que alguien me está observando.

Me recorre un escalofrío que me eriza el vello de los brazos. Y no es por culpa del viento fresco. Cuando miro la cabaña que tengo a veinticinco metros, tengo la sensación de que no está tan vacía como parece. Antes de que mi preocupación ante ese hecho vaya a más, escucho un ruido detrás de mí y me giro para encontrarme a Karl saliendo por la puerta trasera de la cabaña. Mi padre lo sigue de cerca.

—Está vacía —dice Karl triunfalmente.

A continuación, mi padre me explica cómo han podido entrar para comprobarlo.

—La puerta trasera no estaba cerrada con llave —me detalla—. Parece que la manilla se ha oxidado, y eso ha debilitado la cerradura. Así que nada, hemos entrado, y hay camas, así que vamos a deshacer las maletas y a dormir un poco.

Son buenas noticias y salgo corriendo hacia el coche para decírselo a Campbell y a mi madre, y también para asegurarme de que siguen bien. Están perfectamente, y se alegran mucho al saber que podemos entrar en la cabaña. Cogemos nuestras cosas y nos dirigimos hacia el interior. Por un instante, casi me olvido del hecho de que la cabaña que tenemos más cerca me estaba dando muy mala espina hace solo unos minutos.

Casi.

Vuelvo a mirar hacia allá una vez más; cuando lo hago, tengo la misma sensación de estar siendo observada que antes. ¿Será así? ¿O tal vez sea solo mi imaginación?

Siendo una fugitiva, tal vez esto sea lo que me espera de ahora en adelante.

Debe ser exactamente igual para mi hermana Darcy. Espero que esté sana y salva.

Capítulo 3

DARCY

Cuando abro los ojos, lo primero que trato de averiguar es si lo que acabo de recordar —una imagen de mí misma quemando un uniforme— ha sido una pesadilla o tal vez un flashback. Espero que sea lo primero, pero, teniendo en cuenta que últimamente cada vez se me vienen a la cabeza más recuerdos del pasado, me temo que lo más probable es que se trate de lo segundo. Dudo que me haya dormido, por la sencilla razón de que estoy demasiado nerviosa como para haber sido capaz de relajarme lo suficiente para poder hacerlo. Así que me imagino que ha tenido que ser otro flashback. Me he llevado un montón de tiempo tratando de recordar mi pasado, y parece que lo estoy consiguiendo a través de estas escenas retrospectivas cada vez más frecuentes.

Es posible que, según me vaya acercando a mi hogar en Chicago, vaya teniendo más recuerdos.

Está demasiado oscuro en este autobús como para volver a ponerme a leer mi cuaderno, en el que están escritos los nombres de mis seres queridos y dos advertencias: no ver las noticias y no volver jamás a mi casa. Ya ignoré la primera estando todavía en Florida. En cuanto llegue a mi destino, habré hecho también caso omiso de la segunda. No me queda más remedio.

Acabo de matar a un hombre llamado Parker en un hospital. Era mi vida o la suya, así que lo ataqué antes de que él tuviera la oportunidad de hacerme daño a mí. Lo asfixié con una almohada mientras estaba ingresado recuperándose de las consecuencias del incidente que me permitió escapar de su sótano. El uniforme de enfermera que llevaba puesto me ayudó a moverme por el hospital pasando desapercibida hasta que fue demasiado tarde para que alguien me detuviera. Tenía una buena razón para hacerlo: después de que Parker me hubiera encerrado en su sótano y yo consiguiera salir de allí, era absolutamente consciente de que la cosa no terminaría hasta que uno de los dos estuviera muerto. Con anterioridad, había asumido la tarea de cuidar de su padre enfermo, pero poco después descubrí que tenía que andarme con mucho ojo con Parker. No era la primera vez que haber elegido la enfermería como profesión me había conducido hasta una encrucijada siniestra, en la que al final tuve que tomar una decisión horrible.

Me viene otro flashback, que me hace pensar otra vez que por fin podría estar recuperando la memoria. Vuelvo a ver a esa pareja. Laurence y Melissa. Él, ese hombre apuesto y encantador por el que llegué a sentirme atraída, y ella, su esposa moribunda, de cuyos cuidados me estaba encargando hasta que Laurence intentó convencerme de que acelerara la llegada del cruel destino que dictaba su enfermedad. Como las visiones del pasado son cada vez más frecuentes, parece ya claro que yo no la maté, que fue él. Pero sí que recuerdo que fui yo quien mató a Laurence después de aquello, cuando se disponía a acabar con mi vida para que su secreto jamás se revelara.

Luego está Eden, mi compañera de trabajo, también enfermera y antigua mejor amiga, con la que resultó que Laurence también mantenía una relación. Una mujer que me traicionó. Hace poco he visto en las noticias que también ha muerto. No sé qué es lo que le habrá pasado, pero tengo la terrible sensación de que mi hermana ha tenido algo que ver con eso. Pippa es mejor que yo en todos los sentidos, no solo como enfermera, sino también como ser humano, o al menos eso es lo que parece insinuar mi memoria, que está hecha trizas. Pero la he metido sin pretenderlo en este lío y puede que ahora también sea culpable de algunas cosas terribles. Pippa escribió esas advertencias en mi cuaderno, y eso me indica que aún le importo mucho, como supongo que también les importo a mis padres. Es probable que sean las únicas personas en el mundo que se preocupen por lo que me pasa, así que no voy a perderlos sin luchar.

Sin embargo, sé que es más fácil decirlo que hacerlo, por muchas razones. Una de ellas no deja de resonar en mi interior. Cuando maté a Parker poniéndole la almohada sobre la cara y convenciéndome a mí misma de que él me habría matado a mí si no hubiera logrado escapar de sus garras, tuve un flashback en el que me vi haciéndole eso mismo a otra persona en el pasado. No sé quién es esa persona, o quien era, pero daba la impresión de que estábamos en un despacho. Había libros de medicina en las estanterías y un escritorio lleno de papeles. ¿Estábamos en un hospital? ¿O tal vez en la universidad? Ahora no lo recuerdo bien. Y quizá sea mejor así...

Siempre que divago y me pongo a pensar en el pasado me siento realmente mal, así que me obligo a reaccionar y me pongo a mirar a lo largo y ancho de este autobús oscuro y silencioso. Continúa avanzando con estruendo por la noche, en una ruta alternativa por culpa del árbol caído en medio de la carretera del que supimos por la intervención de la policía. Sigo con los nervios a flor de piel por culpa de aquella parada inesperada, al igual que me pone nerviosa pensar en el hombre que viaja detrás de mí y en lo que pueda saber acerca de la razón por la que temo tanto que me detengan.

La mayoría de los pasajeros del autobús están dormidos y el conductor permanece concentrado en la carretera que tiene por delante, así que creo que este es un buen momento para darme la vuelta y hablar con el pasajero que tengo justo detrás.

Me deslizo ligeramente en mi sitio hasta que tengo una visión de los asientos de atrás a través del hueco que queda entre mi asiento y el contiguo. Me fijo en los ojos del hombre sentado detrás y veo que está igual de despierto que yo. Parece que también ha estado esperando una oportunidad para hablar.

—¿Por qué me dijiste antes que no me moviera? —le pregunto en voz baja. No podría decirse que se lo haya susurrado, porque no podría oírme por culpa del ruido que hacen los neumáticos del coche al rodar sobre el asfalto, pero mi tono de voz tampoco es tan alto como para despertar a ninguno de los pasajeros que viajan dormidos—. Me refiero a cuando nos paró la policía.

—Tú sabes perfectamente por qué —me responde el hombre con calma.

Sí que lo sé, o al menos eso creo. Este hombre sabe que la policía me está buscando. ¿Cómo gestiono esta situación?

—No iba a salir corriendo —le digo sin convicción ninguna.

El hombre detecta la mentira al instante.

—No, qué va. Pero vamos, que no te habría culpado por ello. Aunque está claro que te habrían pillado y ya estarías en una celda.

¿Qué es lo que quiere? ¿Que le dé las gracias?

—No te preocupes —añade, respondiendo de alguna forma a mis incógnitas. Da la sensación de que solo trató de echarme un cable. Pero ¿por qué?

—¿Cómo te llamas? —le pregunto, pero él se limita a sonreír.

—No hace falta que lo sepas. Tampoco me hacía ninguna falta a mí estar sentado esta noche en este autobús justo detrás de la mujer más buscada de América. Pero mira por dónde.

Ahí está. Esa es la confirmación. Está claro que sabe quién soy.

—Bueno, me imagino entonces que es cierto lo que dicen en las noticias sobre ti —prosigue el hombre misterioso—. La enfermera asesina, responsable de varios delitos, desde asesinato hasta hacerse pasar por una enfermera un hospital. Eres tú, ¿verdad?

Elijo no decir nada al respecto, porque poco puedo añadir.

—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo —me dice el hombre—. No quiero tener problemas. Lo único que quiero es llegar a casa, en Chicago. Supongo que tú tienes la misma intención. Eso sí, no entiendo por qué. ¿Para qué volver a la ciudad en la que más te están buscando? ¿No deberías dirigirte hacia el sur, tal vez a México?

No quiero compartir ningún detalle de mi vida con este hombre. Podría dar media vuelta e intentar continuar mi viaje en paz. Pero me siento sola sin mi familia, así que estaría bien tratar de aliviar un poco esa sensación hablando con la única persona con la que puedo ser sincera. También se me pasa por la cabeza la idea de que, con los problemas de memoria que tengo, puede que él sepa más que yo sobre mí en estos momentos, si es que ha estado viendo las noticias.

—Tengo que ir a mi casa —le digo—. Necesito encontrar a mi familia.

—Estás corriendo un gran riesgo. Se te va a acabar la suerte tarde o temprano.

—No soy tan mala como dicen por ahí —le intento explicar—. Me han obligado a hacer cosas terribles, pero en realidad yo no soy así.

—¿Quién eres entonces?

—Una hija. Una hermana. Nada más que eso.

—¿Una enfermera?

Asiento, porque tengo claro que también lo soy.

—¿Cómo puede una persona que se supone que ayuda a la gente ser acusada de haber hecho tantas cosas horribles? —me pregunta.

—La verdad es que no soy capaz de acordarme de todo. Los recuerdos se mezclan en mi cabeza. Pero de una cosa sí que estoy segura: voy a arreglar este lío.

Nuestra conversación tranquila se ve interrumpida cuando percibimos que el autobús empieza a aminorar la marcha. De inmediato miro hacia delante, aterrorizada ante la idea de volver a ver a la policía y que, esta vez sí, vengan directos a por mí. Pero, en lugar de eso, veo una estación de autobuses. Es una parada más de este viaje largo y agotador. Cuando el autobús aparca, observo cómo un par de viajeros con aspecto cansado recogen sus maletas y se disponen a subir al vehículo.

Las luces del interior se encienden temporalmente y algunos pasajeros dormidos se revuelven en sus asientos, pero la mayoría mantienen los ojos cerrados y la cabeza gacha. Tomo la decisión de bajar también la cabeza, pues esa será la mejor estrategia para que ninguno de los pasajeros nuevos me reconozca. Cuando empiezan a subir, me bajo aún más la visera de la gorra. Soy consciente de que hay muchos asientos libres en el autobús. Como solo suben un par de personas, me sorprende mucho ver que una de ellas se sienta a mi lado.

—Buenas noches —dice una voz masculina. Comienzo a ver mi espacio personal todavía más invadido al percibir que el hombre roza ligeramente su pierna contra la mía y apoya una mano a escasos centímetros de mi muslo—. ¿Vas hasta Chicago, preciosa? Si es así, esta es mi noche de suerte.

¡No, joder! Lo último que quiero ver ahora mismo es a un agente de policía, pero probablemente lo siguiente sea un pasajero perturbado intentando ligar conmigo. Pues parece que eso es lo que me ha tocado. ¿Qué puedo hacer?

Cuando me pone una mano sobre el muslo, imagino que este pasajero pervertido piensa que, o bien estoy dispuesta a divertirme un poco en la oscuridad que ofrece el autobús, o bien tengo demasiado miedo como para privarlo a él de esa diversión. Cuando levanto la cabeza y lo miro a la cara, el hombre ve mi rostro por primera vez. Puede que al principio fuera mi cuerpo lo que le interesara, pero, nada más verme bien, su sonrisa insinuante se borra de inmediato. Da la impresión de que estuviera compartiendo asiento con un fantasma. Sería la segunda persona de este autobús en reconocerme, lo cual aumentaría las probabilidades de que la policía sea advertida de mi presencia aquí o de que se suba algo a las redes sociales mencionando mi nombre. En última instancia, eso reduciría mis posibilidades de entrar en Chicago sin ser vista.

Pero, sin decir una sola palabra más, el hombre se levanta de inmediato y se marcha hasta la parte trasera del autobús. Se sienta allí y me deja sola, como debía haber hecho desde el principio.

¿Qué acaba de ocurrir?

Creo comprenderlo cuando el autobús ya se ha puesto otra vez en marcha. El pasajero nuevo me ha reconocido, pero no solo eso.

Me tenía miedo.

Quizá que se fijen en mí no sea tan grave como pensaba.

Está claro que a algunas personas les doy miedo. Mi reputación como enfermera asesina los asusta.

Así que supongo que tendré que usar eso a mi favor.

Capítulo 4

PIPPA

No es fácil acostar a un niño de cuatro años incluso cuando tiene uno de sus mejores días, así que ya no hablemos de hacerlo aquí, en una cabaña desconocida en medio de un bosque oscuro, después de habernos ido de casa a toda prisa dejándolo todo atrás. Diría que va a ser imposible conseguir que mi hijo se duerma esta noche. Pero bueno, he de intentarlo como haría cualquier madre, así que en ello estoy, acariciándole el pelo y tratando de calmarlo diciéndole que todo va a ir bien.

—Cierra los ojos. Yo me quedo aquí contigo —le digo. Sé que no quiere dormirse porque se siente nervioso en un entorno tan extraño como este, y no puedo culparlo por ello.

Echo un vistazo a lo que ahora es el dormitorio de Campbell. Aunque en su día pudo parecer atractivo para los turistas que pagaban su buen dinero por venir aquí y escapar durante unos días de la vida de la ciudad, se ven signos evidentes de su falta de uso. Según mi padre, hace al menos un par de años que estas cabañas dejaron de estar disponibles para ser alquiladas, lo que explica el aspecto descuidado que tiene ahora esta habitación. En cada esquina del techo cuelgan telarañas, hay una gruesa capa de polvo cubriendo el tocador y la estructura de madera de esta habitación, que antaño probablemente lucía barnizada y pulida, parece ahora desgastada y envejecida.

Como yo.

La cabaña en su conjunto es muy espaciosa, con sitio de sobra para toda mi familia. Cuenta con tres dormitorios y un salón comedor grande en el que hay sofás, mesas y sillas. Todas esas estancias están también cubiertas de polvo. Sé que mi madre está limpiando todo lo que puede, sobre todo en la cocina, donde pretendemos cocinar algo de lo que hemos comprado de camino. Pero la tarea es ardua, y va a necesitar ayuda. En estos momentos, mi padre y mi marido están ocupados tratando de encender un fuego para calentar este lugar, que está bien frío. Mientras, yo continúo intentando que mi hijo se duerma para que pueda olvidar su preocupación y descansar un poco.

Pensando en si habrán prendido ya el fuego en la chimenea, me acuerdo de cómo me opuse inicialmente a la propuesta de mi padre de hacer tal cosa.

—¿Y si alguien viera la luz? ¿O el humo? —le pregunté, preocupada ante la posibilidad de que alguien nos viera a kilómetros de distancia y alertara a la policía de la presencia de intrusos en la zona.

—¿Y si nos morimos de frío durante la noche? —me respondió mi marido de forma brusca.

No pude decir nada ante eso, porque la realidad es que hacía mucho frío aquí dentro. Así que me pareció bien que se pusieran a ello. Ya siento algo más calor que cuando llegamos, por lo que me imagino que el fuego debe estar ya encendido, aunque de momento no puedo ir a comprobarlo porque sigo teniendo que reconfortar a mi hijo, que sigue alterado.

—Quiero irme a casa —me dice Campbell en voz baja. Esa vocecita suya es un reflejo del miedo que parece tener aquí, acurrucado en esta cama, bajo una de las mantas grandes que cogí de casa antes de salir de allí.

—Estamos de vacaciones —le digo, intentando que esto parezca una aventura divertida, aunque en realidad sea cualquier cosa menos eso.

—Hace frío —me contesta Campbell.

Le subo la manta hasta la barbilla y deslizo las manos por encima, intentando transmitirle al menos un poco de mi calor corporal.

—Duerme un poco y mañana podremos ir a explorar la zona —le digo, con la esperanza de que eso le atraiga lo suficiente como para cerrar los ojos con el fin de que la mañana no tarde en llegar.

—¿A explorar?

—Sí, podemos dar un paseo por el bosque a ver qué encontramos —respondo, aunque interiormente preferiría no encontrar nada por la zona, pues se supone que somos los únicos que deberíamos andar por aquí.