La mentira de la enfermera - Daniel Hurst - E-Book

La mentira de la enfermera E-Book

Daniel Hurst

0,0

Beschreibung

LA ESPERADA CONTINUACIÓN DE LA ENFERMERA, DEL AUTOR SUPERVENTAS DE LA MUJER DEL MÉDICO. No me detendré ante nada para proteger a quienes amo… Hace apenas unos meses, mi vida era sencilla. Pasaba la mayor parte de mi tiempo cuidando de pacientes bajo las luces estériles del hospital. Al salir del trabajo, recogía a mi hijo de la guardería, preparaba la cena para mi marido y disfrutaba de una tranquila vida en familia. Ahora, todo ha cambiado. Ya no me reconozco. Soy una mentirosa. Las enfermeras están para salvar vidas, pero yo ayudé a arrebatar una. Tenía que proteger a mi familia, pero nadie puede enterarse jamás de lo que hice. Porque si la verdad sale a la luz, lo perdería todo: a mi hijo, mi matrimonio… incluso mi propia vida. Pero un día, al entrar por la puerta de casa, me encuentro con una mujer de melena rubia y dientes perfectos en el salón. El corazón me retumba en el pecho. La conozco. Es la única que sabe mi secreto, y estoy segura de que ha venido a vengarse. Sin embargo, me ha subestimado. Haré lo que sea necesario para proteger a quienes amo. Tengo que terminar lo que empecé. Es mi vida… o la suya. --- «Daniel sabe cómo enganchar al lector. En esta serie de suspense cargada de humor negro, el autor lleva el drama al máximo… Entretenida, perversa y tremendamente adictiva». Judith D Collins ⭐⭐⭐⭐⭐ «No podía dejar de leer. Un libro fantástico. 5 estrellas». B for Bookreview ⭐⭐⭐⭐⭐ «Un libro que te engancha desde la primera página». Tropical Girl Reads Books ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡Una auténtica montaña rusa! Hurst me ha dejado alucinada… Estuve completamente enganchada… Un thriller trepidante que no te puedes perder». Reseña en Goodreads ⭐⭐⭐⭐⭐

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 406

Veröffentlichungsjahr: 2025

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



La mentira de la enfermera

Daniel Hurst

La mentira de la enfermera

Título original: The Nurse’s Lie

Copyright © Daniel Hurst, 2024. Reservados todos los derechos.

© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción: Daniel Conde Bravo, © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1428-4

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.

First published in the English language in 2024 by Storyfire Ltd, trading as Bookouture.

PRÓLOGO

Este uniforme de enfermera no me queda demasiado bien, pero tengo la necesidad imperiosa de que no se note demasiado. No debería llevarlo puesto, igual que tampoco debería estar aquí, en este hospital, rodeada de un montón de enfermeras. Pero tiene que parecer que trabajo en este sitio, porque, de lo contrario, las cosas se van a poner muy feas para mí.

Me cogerán. Llamarán a la policía. Me detendrán.

Terminaré en la cárcel, y allí pasaré mucho mucho tiempo.

De momento, nadie se ha fijado en mí más de la cuenta, pero seguro que es solo cuestión de tiempo. Los hospitales son sitios seguros, ¿no? Están diseñados para evitar que gente como yo haga cosas como esta.

Entonces, ¿por qué nadie me ha detenido todavía?

No es que este hospital sea un lugar tranquilo. Al contrario, hay un ritmo frenético en este edificio. ¿Cuándo no es así? ¿Existe un hospital en el que no haya un ambiente ruidoso y caótico y que no esté repleto de gente agotada que está ya al límite? Siempre hay emergencias médicas en los sitios como este. Siempre hay pacientes que necesitan atención de forma urgente y siempre existen enfermeras y médicos que, aunque necesiten un descanso, no pueden permitirse aflojar el ritmo hasta el final de su jornada de trabajo. En estos pasillos claustrofóbicos existe un caos organizado. Hay camas sobre ruedas pegadas contra las paredes y todas las salas están llenas de gente. No hay sitio para más pacientes, pero siguen llegando. Las luces parpadeantes de emergencias de las ambulancias se suceden; cada una trae a un pobre paciente que necesita ayuda. Mientras, la sala de espera está llena de personas a las que les están curando alguna herida o que tosen profusamente mientras suplican ser las próximas en ser atendidas, porque creen que tienen un problema de salud más urgente que la persona que tienen al lado.

Este lugar puede llegar a convertirse en un infierno, lo cual me hace sentirme aún peor. Debería quitarme este uniforme de inmediato, salir pitando de aquí para que me dé un poco el aire fresco y no pasar ni un segundo más en el interior, donde la sala de espera, cargada y llena de gérmenes, tiene una la luz fluorescente que castiga más el ánimo de lo que lo haría el sol más ardiente. Debería volver a atravesar esas puertas correderas, dejar atrás a los sanitarios y las ambulancias que hay justo tras ellas y alejarme corriendo.

Eso sería lo mejor.

Sin lugar a dudas, sería la opción más segura.

No solo para mí, sino también para otra persona que se encuentra en esta instalación.

El paciente que he venido a ver.

Sé que se encuentra en algún lugar de este laberinto de la medicina, tumbado en alguna de estas camas, vulnerable y dependiente de personas que llevan puesto un uniforme como el mío. Pero, a diferencia de las demás enfermeras —con algunas de las cuales me cruzo en el camino, y no se fijan en mí porque agacho todo lo que puedo la cabeza para evitar el contacto visual—, mi intención no es ayudarlo. En estos momentos, la mayor amenaza en este hospital no es una enfermedad mortal ni un diagnóstico desolador. Tampoco la paranoia típica del paciente, la mala praxis médica ni ninguna de las otras cosas que suelen ocurrir en los hospitales a diario.

La mayor amenaza que hay en este hospital ahora mismo soy yo.

Sigo caminando por otro pasillo, sintiéndome una impostora con este uniforme al encontrarme entre tantos expertos médicos. Continúo hasta que veo el letrero que indica la unidad en la que está el paciente. Si supiera que estoy aquí, entraría en pánico, gritaría pidiendo ayuda y alertaría a alguien de que está sucediendo algo muy grave. Pero no sabe que estoy aquí. Todavía no.

Cuando lo sepa, será ya demasiado tarde.

Al doblar una esquina, me topo de golpe con otra enfermera. Se queda mirándome fijamente a los ojos, y cada fibra de mi ser me dice que hasta aquí he llegado. Se acabó. Aquí es donde voy a pagar por estar en este hospital y fingir que soy una enfermera de verdad.

Pero no sucede nada. La enfermera se limita a sonreírme y pasa de largo, como si no hubiera visto un fantasma. Vale, no estoy muerta, así que no soy ningún fantasma, pero así es exactamente como me siento mientras deambulo por este hospital, condenada al desastre. Porque soy muy consciente de que, cuanto más tiempo pase aquí, de menos tiempo dispongo para echarme atrás. Aunque no estoy considerando la opción de echarme atrás. Cuando veo a lo lejos a un agente de policía hablando con un médico, sé que estoy cerca del lugar que busco.

Ese agente ha venido para ver al mismo paciente que yo.

Pero necesito estar segura de que voy a verlo antes que él.

Paso junto al policía y el médico. Cualquiera de ellos podría hacerme una pregunta de repente que me provocaría un ataque de pánico. Bastaría una tan simple como «¿A dónde vas?» para desencadenarlo. Entonces, cuando me vieran desmoronarme, se darían cuenta de que soy una impostora, y el médico daría la voz de alarma, mientras que el agente echaría mano de alguna de sus herramientas de trabajo.

Sus esposas.

O su pistola.

No me puedo creer que vaya a hacer esto. No puedo creer que pensara que esta era la mejor opción. No doy crédito a que yo pueda llegar a ser responsable de dar tan mala fama a las enfermeras de todo el mundo. No se lo merecen.

Este uniforme y este trabajo deberían ser respetados.

Pero estoy a punto de provocar que la gente les tenga miedo.

No tenía por qué ser así. Las cosas podrían haber sido bien diferentes. Pero, siendo como son, voy a hacer lo único que una persona que lleva un uniforme como este nunca debería llegar a hacer. Qué coño, voy a hacer lo único que ninguna persona debería llegar a hacer, independientemente de la profesión que tenga.

Voy a arrebatar una vida.

Y lo peor de todo es que no me voy a arrepentir de ello ni por un segundo.

ANTES

Capítulo 1

DARCY

Compruebo la dirección que está garabateada en la servilleta que llevo en la mano, levanto la vista y confirmo que me encuentro en el lugar correcto. Creo que este es el sitio en el que me están esperando, el número 31 de Oceanview Parade. De hecho, es un ejemplo bastante representativo del entorno que me rodea. Algunas calles tienen nombres elegantes y llamativos que decepcionan cuando llegas, pero esta sí cumple lo que promete. Desde la propiedad que tengo ante mí, se puede ver el océano. Saboreo unos segundos contemplando el mar tranquilo que queda a mis espaldas. Luego, me guardo de nuevo la servilleta en el bolsillo y me dirijo hacia la entrada.

La servilleta procede de una cafetería en la que estuve trabajando un día a prueba. Me la dio un cliente muy guapo que, sin duda, se apiadó de mí y de mis escasas habilidades para hacer un café. Me había pasado toda la mañana dejando caer cosas y ganándome miradas indeseadas por parte de mi jefe, por lo que lo más probable es que el cliente detectara que me encontraba en apuros. O fue eso, o tal vez percibió que estaba loca por encontrar un trabajo diferente, uno que se me diera mejor, algo más trascendente que ponerle cafés a la gente frustrada de Florida. El cliente, empático, conversó un poco conmigo y se mostró muy amable en un momento en el que lo necesitaba más que nunca. Por ello, cuando me dijo que quizá podría ayudarlo en algo, yo ya estaba predispuesta a hacerlo. Bueno, sea como fuere, me terminó dando esta dirección y me dijo que le vendría bien que le echara un cable. Ayudarlo a él iba a estar mejor pagado que la «ayuda» que le estaba prestando a la cafetería. Así que nada, aquí estoy, en el lugar que me indicó, dispuesta a ofrecérsela.

Este inmueble es uno de los muchos condominios que hay en este estado. Se trata de edificios residenciales lujosos de gran altura, habitados principalmente por jubilados que se sienten atraídos por el clima cálido de Florida y sus precios más baratos que los del resto del país y que terminan viviendo aquí porque pretenden disfrutar de los años que les quedan en un entorno agradable. Desde luego, este es un lugar estupendo para hacerlo. Aunque, por mucho que sea más barato que otros sitios, debe seguir siendo caro, o al menos eso es lo que aparenta el edificio. Miro hacia la parte más alta del mismo y observo balcones que deben ofrecer vistas todavía mejores del mar. También pueden verse varios coches deportivos aparcados en las inmediaciones y un montón de palmeras en los jardines circundantes. Me encantaría vivir aquí cuando me jubile, pero, en fin, aún no he cumplido ni siquiera los cuarenta. Y, aunque fuera mayor, tampoco creo que vaya a disponer del dinero necesario para disfrutar de una jubilación llena de lujos.

Cuando llego a la puerta, sigo indecisa sobre si esto es o no una buena idea. No sé si debería estar aquí o si voy a ser capaz de hacer lo que se supone que debo hacer cuando entre en la propiedad. Pero es esto o volver a esa cafetería y rogarle al dueño que me dé otra oportunidad. Al menos aquí voy a ganar un buen dinero, y todo en efectivo, lo cual es maravilloso. Además, es probable que mi nuevo jefe sea mucho mejor que el anterior.

El hombre guapo que escribió la dirección en la servilleta se llama Parker, y he venido aquí para verlo a él y a su padre, Joe. Parker me ha pedido ayuda, aunque no es él, sino su querido padre, el que la necesita de verdad. Estoy a punto de descubrir hasta qué punto; lo haré en cuanto se abra esta puerta.

Respiro hondo, pulso el timbre y espero a que alguien me abra. Supongo que será Parker. Espero que así sea, para que pueda explicarme exactamente en qué consiste el trabajo. Estoy bastante emocionada por volver a verlo, aunque debería rebajar un poco la atracción que quizá esté sintiendo por él si quiero mostrarme como una buena profesional.

—¿Hola?

Escucho la voz grave de Parker a través del interfono, y sonrío antes de contestar.

—Hola, soy Darcy —digo con el tono de voz más alegre que puedo.

—¡Estupendo! ¡Pasa! —responde Parker con entusiasmo. Escucho el clic del mecanismo de la puerta, que se abre de inmediato.

Entro en la recepción y, a pesar de andar con mucha ligereza, mis pasos resuenan en el suelo de mármol de este vestíbulo descomunal. A saber cuántas personas vivirán aquí. Cuando llego a los ascensores, veo salir a algunas de ellas. Dos parejas de unos setenta años con la piel bien bronceada. Los hombres visten camisas de flores que no desentonarían en Hawái, mientras que sus compañeras llevan gafas de sol de diseño y sobre los hombros de sus vestidos de verano cuelgan las correas de bolsos carísimos. Sea cual sea el trabajo que tuvieran estas personas cuando formaban parte de la población activa, parece que ahora saben cómo disfrutar de la jubilación. Mientras los veo salir del edificio, muy probablemente en dirección a la playa, pienso en que me gustaría tener al menos una mínima parte de la tranquilidad y la satisfacción que los cuatro aparentan. Sin embargo, la realidad es que estoy hecha un manojo de nervios, y eso no se debe solo a que sea mi primer día en un trabajo nuevo. Ese es mi estado natural, siempre con ansiedad, y nada parece mejorarlo. Ni el clima soleado de este rincón del mundo ni la perspectiva de un trabajo bien pagado, ni siquiera mi juventud si me comparo con los residentes de este edificio. No sé muy bien cuál es la razón por la que estoy así cada día cuando me levanto, pero a veces me siento tan paranoica que me da la impresión de que es mejor no descubrirla.

Parker me dijo, a través de un boli y de una servilleta, que su padre vive en el quinto piso, así que pulso el botón que muestra un cinco grande y el ascensor empieza a subir. O al menos eso intuyo, porque se mueve con tanta suavidad que es difícil darse cuenta de que se está desplazando. Unos segundos después, las puertas se abren silenciosamente y compruebo que, en efecto, he ganado altura cuando observo el gran ventanal de cristal que hay al final de un pasillo con varias puertas, que ofrece una vista del mar aún mejor que la que tenía hace unos minutos.

Tras consultar de nuevo la dirección en la servilleta, encuentro la puerta con el número treinta y uno. Respiro hondo y me dispongo a llamar, pero, antes de que me dé tiempo a hacerlo, la puerta se abre de golpe y veo una sonrisa diabólica que me mira fijamente. Es Parker, y resulta evidente que se alegra mucho de verme, lo que hace que se intensifique aún más mi sensación de tener mariposas en el estómago.

—¡Nos has encontrado! —dice, todavía sonriendo. Solo aparto mi mirada de la suya durante un segundo, y es para contemplar un instante los bíceps morenos que asoman de su camiseta azul. Ya me daba por afortunada por haber encontrado un trabajo bien remunerado, pero que encima vaya a trabajar para un hombre así…

—Sí, no me ha costado mucho —respondo. Tengo la esperanza de que se haya alegrado tanto de verme a mí como yo de verlo a él; me da la sensación de que es así. O tal vez simplemente esté contento de contar con algo de ayuda extra, que necesita de forma tan desesperada. Cuando me invita a entrar, me recuerdo a mí misma que estoy aquí porque me contó que le estaba costando mucho apañarse él solo. Es en este momento cuando veo el motivo de sus dificultades.

El padre de Parker está sentado en un sillón frente a la televisión, de espaldas a nosotros, aunque dudo que sea por mala educación. Probablemente esté demasiado cansado como para darse la vuelta, o demasiado ocupado con el partido de béisbol que están echando en la tele, o tal vez puede que esté dormido y ni se haya dado cuenta de mi presencia. Pero supongo que más pronto que tarde nos va a presentar oficialmente; estoy deseando causarle una buena primera impresión. Porque si quiero que esto funcione, tengo que caerle bien. De lo contrario, dudo mucho que me vuelvan a llamar para trabajar aquí, lo que también implicará despedirme del dinero que tanta falta me hace. Y, por supuesto, también me tendría que olvidar de conocer mejor a Parker.

—Ahora te ofrezco algo de beber, pero antes, ¿te gustaría conocer a mi padre? —me pregunta Parker en voz baja. Yo asiento con cierto nerviosismo, que seguro que él capta teniendo en cuenta lo que me dice a continuación—. No te preocupes. Sabe que vienes y que tiene que portarse bien —me dice Parker, antes de acercarse al sillón. Yo lo sigo lentamente.

—¿Papá? Ha venido Darcy. Acuérdate, te dije que iba a venir. Salúdala.

El hombre de setenta y tres años que está sentado en el sillón, calvo y con las mejillas llenas de pecas, desvía de mala gana su atención del partido que está viendo en la televisión y se gira para mirarme. Cuando me ve, le sonrío.

—Hola, Joe. Soy Darcy. Encantada de conocerte —le digo, tendiéndole la mano para que la coja y me salude. Pero no lo hace. Me mira de arriba abajo antes de mover la cabeza de lado a lado en señal de negación.

—¿Quién eres tú?

Parker hace el amago de hablar, pero le hago un gesto para que entienda que yo controlo la situación. Me arrodillo junto al sillón para estar más a la altura del paciente.

—Soy tu nueva enfermera —le digo con delicadeza—. He venido para ayudarte.

—No pareces enfermera —me responde Joe bruscamente—. ¿Dónde está tu uniforme?

Joe tiene razón. No llevo puesto el uniforme, algo que se explica porque en la actualidad no tengo ninguno. Podría inventarme una excusa, o simplemente tratar de justificar mi trabajo en esta casa. Tal vez podría decirle cualquier cosa que le pudiera hacer comprender que yo soy la persona más adecuada para cuidar de él mientras su hijo está en el trabajo. Pero no hago nada de eso, porque no quiero empezar mintiéndole a este hombre. La verdad es que, en estos momentos, ni siquiera estoy segura de poder cuidar de mí misma.

La realidad es que Joe puede tener mucha razón. No parezco una enfermera. Ni siquiera me siento como tal. Sin embargo, estoy aquí, tratando de comportarme como si lo fuera.

Pero ¿debería estar haciéndolo?

¿O tal vez esté cometiendo un grave error?

Capítulo 2

No me va a quedar más remedio que tratar de superar el comienzo un tanto incómodo que he tenido con Joe y apaciguar las dudas que pueda tener, así como las que pueda albergar Parker por el mero hecho de haberme contratado. Para ello, me voy a sentar con Joe para ver juntos el partido de béisbol, de modo que pueda charlar con él sobre lo que ocurre en la pantalla y también sobre algunos aspectos de su vida personal. No voy a preguntarle solo por quedar bien. Es absolutamente fundamental que consiga conocerlo un poco, porque cuanto más sepa sobre él y mejor lo entienda, más calidad tendrá la atención que pueda ofrecerle cuando su hijo no esté en casa.

Parker nos ha dejado solos poco después de presentarnos y se ha puesto a atender otros asuntos en este apartamento tan espacioso, así que tengo completa libertad para entablar una conversación con Joe, lo cual es importante para establecer un buen vínculo con este hombre. Espero también interactuar con frecuencia con Parker cuando venga a esta casa, pero, de momento, su padre es la prioridad. Lo único que Parker me contó antes de que me decidiera a acudir a su casa es que su padre está en las primeras fases de la demencia y que, por tanto, necesita que alguien le eche un ojo, antes de que inevitablemente le haga falta atención las veinticuatro horas del día y se vea obligado a dejar su casa y trasladarse a un centro donde residan otros pacientes como él. Puedo comprender a la perfección por qué tanto el padre como el hijo parecen querer retrasar el mayor tiempo posible esa certeza tan desoladora, porque Joe tiene en este lugar una residencia maravillosa.

El apartamento es muy moderno. Sin duda, ha sido construido recientemente y, por ello, está equipado con un montón de dispositivos de última generación que hacen más fácil la vida para todos los que residen en él. Un potente aparato de aire acondicionado mantiene el lugar fresco, y las persianas de las ventanas se accionan electrónicamente, lo cual es perfecto para cuando el sol resplandece con fuerza y los habitantes de la casa necesitan descansar de tanta luminosidad. Hay un frigorífico grande en la cocina, una ducha espaciosa con barras laterales para agarrarse en el cuarto de baño y una televisión lo bastante grande como para mantener la atención de Joe incluso cuando el partido se detiene y ponen anuncios. Pero lo mejor de todo es el balcón, que ofrece unas vistas impresionantes de la playa. Desde él se puede contemplar a todos los turistas tomando el sol en la arena y también se ve el mar, donde hay motos acuáticas rebotando sobre las olas conducidas por aventureros con sus chalecos salvavidas que se lo están pasando en grande. Sea cual sea el sitio en el que termine Joe cuando se tenga que ir de aquí, es poco probable que ofrezca acceso a todas estas comodidades, o una vista tan buena como esta. Supongo que está en mi mano ayudarlo tanto como sea posible para retrasar al máximo la llegada de ese momento. Su casa es mucho mejor que la mía —un apartamento destartalado con vecinos que hacen un montón de ruido—, pero ese es mi problema. El suyo es aferrarse a este lugar tan bonito en el que, de momento, continúa viviendo.

—¡Qué buena captura! —le digo a Joe cuando veo cómo el jugador de campo exterior atrapa la pelota con su guante. Pero él permanece en silencio, lo que significa que aún me queda mucho trabajo por hacer para ganarme su confianza—. Vives en un sitio precioso —le digo a continuación, mirando de nuevo a mi alrededor—. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?

—No tienes por qué fingir que te interesa —responde Joe con desgana.

—Pero es que me interesa de verdad —le respondo.

—¿Te intereso yo o te interesa cobrar tu sueldo?

—Estoy aquí para ayudarte.

—Estás aquí porque es tu trabajo.

Puede que este no sea el mejor tema de conversación, así que trato de cambiarlo.

—Vale, entonces, voy a hablarte de mi casa —le digo—. Yo también vivo en un apartamento, pero es mucho más pequeño que este. No es ni de lejos tan bonito. No tengo una vista como la tuya, ojalá la tuviera. Me das mucha envidia.

Joe se ríe en tono burlón, algo que yo no me esperaba.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Yo no te doy ninguna envidia —dice en voz baja—. ¿Acaso sería eso posible? Eres joven, estás sana. Yo, ni lo uno ni lo otro.

Joe probablemente piense que no puedo llevarle la contraria en eso. Sin embargo, aunque no pueda discutir lo primero porque es evidente que soy mucho más joven que él, no diría yo que mi salud esté precisamente bien, teniendo en cuenta lo que me cuesta recordar las cosas. Pero, además de eso, hay otro ámbito en el que su situación es mejor que la mía.

—Tienes razón en que soy más joven que tú, pero tú tienes algo que yo no tengo.

—¿El qué? —murmura Joe. Debo estar haciendo algún progreso, porque se gira para centrar su mirada en mí en vez de en el béisbol por primera vez desde que me he sentado a su lado.

—Tienes una relación estrecha con tu familia —le respondo—. Tu hijo está aquí contigo y puedes verlo siempre que quieras. Yo no puedo ver a mi familia siempre que quiero.

—¿Por qué no?

Aunque puede que esté haciendo progresos con Joe hablando sobre este tema, enseguida me arrepiento: es algo de lo que no debería estar conversando con él, de ningún modo.

—Es complicado —digo con resignación.

—Inténtalo.

Joe parece muy intrigado, probablemente porque tiene la impresión de que mi vida personal es más interesante que la suya, o al menos más que el partido de béisbol. Pero ya he dicho demasiado al respecto, así que intento cambiar de tema.

—Parker me ha dicho que te gusta salir a pasear, así que he pensado que podríamos hacerlo de vez en cuando. Quizá un día te invite a un helado en la playa, si quieres.

Espero que a Joe le guste esa idea o simplemente que se ponga a ver el partido otra vez, pero no me permite escaparme con tanta facilidad.

—¿Qué es lo que pasa con tu familia? ¿Por qué no me lo cuentas?

—No es nada importante —intento convencerlo. Es primordial que lo mantenga en secreto. Pero Joe aún tiene suficientes facultades mentales como para percibir que hay algo raro.

—Tienes un secreto, ¿verdad? —pregunta con confianza.

No tengo demasiado claro si ha sido una pregunta o una afirmación.

—¿Perdón?

—A mí no me engañas. Puede que esté perdiendo la chaveta, pero todavía me quedan unas cuantas piezas aquí que funcionan bien —dice dándose golpecitos en un lado de la cabeza—. Me intriga mucho conocer tu secreto, así que supongo que puedes quedarte en esta casa. Pero no te creas que eres la única que oculta algo aquí.

Joe se pone por fin a ver el partido de nuevo, pero yo estoy algo confundida.

—¿Cómo que no soy la única?

—Hay otras personas que también tienen secretos —responde Joe con indiferencia.

—¿Te refieres a ti mismo? —pregunto, pero Joe niega con la cabeza.

—No, yo no. Otra persona que está en este apartamento, alguien que crees que está siendo agradable contigo. Pero te lo advierto, ten cuidado con él. Harías muy bien en tomarte en serio lo que te digo.

—¿Te refieres a Parker? —pregunto, aunque la respuesta es obvia, porque es la única otra persona presente en esta casa. Lo busco con la mirada, pero no lo encuentro, así que me imagino que estará en el dormitorio o en el baño. Estoy confundida. Por lo que he visto hasta ahora, Parker parece un tipo honesto y auténtico.

—¿Sabes por qué estás aquí? —me pregunta Joe. Me parece una pregunta de lo más extraña—. ¿Sabes por qué estás en esta casa?

—Para ayudarte —respondo, pero Joe vuelve a reírse en tono burlón.

—Ya no queda esperanza para mí. No, has venido porque eso ayuda a mi hijo.

—Supongo que sí, que le sirve para descansar un poco —sugiero, pero Joe vuelve a reírse de nuevo.

—Mi chico no necesita descansar—dice, poniéndose serio de repente otra vez—. Me deja aquí solo la mayor parte del tiempo. Así ha sido desde que murió mi mujer.

Tenía la duda de si me atrevería a abordar el tema incómodo de su difunta esposa y de cómo lo haría. Parker lo mencionó así un poco por encima cuando nos conocimos, pero Joe se ha adelantado y lo ha hecho en mi lugar, aunque de una forma que hace quedar mal a Parker.

—Seguro que tu hijo no te deja aquí solo todo el día —le digo—. Es que estará liado. Tiene un trabajo que atender.

—Ah, sí, sí que está muy liado. Pero hace muchas más cosas al margen de trabajar.

—¿Qué quieres decir?

—No importa. Olvídalo —dice Joe, que levanta la mano a continuación para dejar claro que ya no piensa seguir hablando de esto.

Pero yo quiero seguir haciéndolo. ¿Debería insistirle más?

—¿Quieres hablar sobre tu mujer? —le pregunto, tratando de abordar el tema desde otro ángulo, pero Joe niega con la cabeza.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque los recuerdos personales y valiosos que soy capaz de recordar son para mí y solo para mí. No los quiero compartir contigo, seas quien seas, joder.

Esto no está yendo nada bien. Me entran algunas dudas sobre si me merecerá la pena volver otro día a esta casa. Ni siquiera sé si Joe o Parker querrán que vuelva. Tal vez Parker se equivocara conmigo cuando, al conocerme, supuso que esto se me daría bien. Tal vez la faceta cariñosa y protectora que vio en mí no era real y yo no sea la persona adecuada para este trabajo, aunque me haga tanta falta el dinero y no tenga otras opciones para conseguirlo en estos momentos. Quizá, además, lo mejor sea que lo deje porque, por lo que parece, puede que Parker tampoco sea una persona de fiar. Pero ¿en quién debo confiar más, en el desconocido amable que me ha ofrecido este trabajo o en el desgraciado paciente que tiene problemas de memoria? Me siento mal, pero opto por confiar en el hombre más joven, aunque puede que no sea solo una decisión práctica. No es solo una cuestión de dinero; también necesito un amigo. Necesito compañía. Necesito que la vida me ofrezca más cosas de las que me está ofreciendo en la actualidad, y quizá Parker sea la solución a todo eso. Ha sido muy bueno conmigo, así que sería irrespetuoso por mi parte no confiar en él.

Puede que esté pensando más con el corazón que con la cabeza, pero, para bien o para mal, voy a quedarme.

Al menos de momento.

Aunque solo sea para averiguar si Parker tiene un secreto que valga la pena ocultar.

Capítulo 3

—¿Qué tal va todo por aquí? —nos pregunta Parker a los dos cuando vuelve a entrar en el salón apenas cinco minutos después. Tiene un aspecto relajado que no parece indicar que sea un hombre que oculte un secreto, tal y como me ha dejado caer su padre hace un rato.

—Sí, todo bien, o eso creo —le respondo, aunque supongo que lo que más le importa a su hijo es la opinión de Joe, así que espero nerviosa su veredicto.

—Me vale —dice el padre, encogiéndose de hombros. Su tono de voz muestra agradecimiento, aunque también un poco de condescendencia.

—¡Menos mal! —dice Parker, con una expresión de alivio en su rostro. Me alegro de que esté satisfecho, aunque sigo un poco intranquila por lo que su padre acaba de contarme sobre él. Sin embargo, no tengo tiempo para pensar en ello porque Parker vuelve a hablar enseguida.

—Tengo que salir a hacer unos recados, ¿os parece bien que os deje solos?

—Eh… Claro, claro —respondo, y miro de inmediato a Joe para comprobar si a él también le parece bien.

—Nos vemos luego, hijo —dice en voz baja, sin apartar los ojos de la televisión.

Parker me da las gracias haciendo un gesto con la cabeza y se dirige hacia la puerta. Estoy a punto de decirle algo para que se espere un momento, porque tengo la sensación de que deberíamos hablar sobre algunas cosas, pero se marcha muy rápido y me quedo sola con Joe. No esperaba que nos quedáramos a solas tan pronto. La situación me parece un poco brusca, pero bueno, tal vez sea positivo.

—¿A qué te referías antes? —le pregunto a Joe con la intención de indagar un poco, una vez que Parker se ha ido definitivamente. Estoy intrigada, aunque lo más probable es que se trate de alguna tontería, de algún asunto inocente—. Me has insinuado que tu hijo tiene un secreto.

—Olvídalo —dice Joe. Acto seguido, hace una broma de lo más triste—. Ah, no, espera, que aquí el que se olvida de las cosas soy yo.

Se ríe de forma contenida, pero entiendo que en esa afirmación puede observarse que su sentido del humor no es más que un mecanismo para sobrellevar el deterioro de su mente. Aunque ¿de verdad estaba de broma o ha tratado de insinuar que sabe más de mí de lo que yo creo? Después de todo, yo soy muy consciente de que él no es la única persona en este salón que tiene problemas de memoria, aunque no se lo voy a reconocer abiertamente ni a él ni a su hijo si puedo evitarlo. Yo también tengo mis problemas, pero mejor me los guardo para mí.

Es imposible que Parker o Joe sepan mucho de mí o de mi pasado. Ni siquiera yo soy capaz de recordar la mayor parte del mismo, cosa que en realidad me ayuda bastante. Nadie de mi entorno en esta ciudad sabe nada tampoco. Por eso estoy aquí. Porque soy una completa desconocida en este lugar.

Eso es lo más seguro para mí.

Aunque no es que sea precisamente una persona a la que le encanten los deportes, me siento con Joe hasta que termina el partido de béisbol, que parece durar una eternidad. Hay un momento en el que los problemas de Joe se hacen patentes. Ocurre cuando, durante la octava entrada del partido, coge su teléfono e intenta subir el volumen de la televisión con él, en vez de usar el mando a distancia, que está sobre la mesa. Le tiendo el mando con cierta incomodidad y se me queda mirando durante unos instantes antes de usarlo, pero no digo nada porque no quiero aprobar o alimentar su error ni tampoco hacerlo sentir mal.

—¿Te apetece un sándwich? —le sugiero cuando por fin termina el partido—. Yo te lo preparo.

—No soy un completo inútil —me responde Joe con severidad, lo que me hace sentir un poco estúpida.

Nos vamos pues a preparar un sándwich juntos. Pero me siento como si estuviera caminando sobre trozos de cristal mientras estamos en la cocina, yendo con todo el cuidado del mundo para intentar calibrar exactamente cuánta ayuda necesita este hombre. ¿Debería dejarlo usar el cuchillo afilado a riesgo de que se corte o estaré exagerando al preocuparme por una cosa así? ¿Debería llevar un vaso de cristal? ¿Se le podría caer y provocar que se haga un corte en un pie?

Me doy cuenta de que tengo que respirar hondo y relajarme. Estar en esta casa va a seguir siendo raro durante algún tiempo, pero me recuerdo a mí misma cada vez que me noto algo incómoda que tengo un título de enfermera que me capacita para desarrollar este trabajo de enfermera a domicilio. Parker me ha dicho que me iba a contratar tanto para su tranquilidad como para ayudar a su padre, así que cuantas más cosas haga para cumplir con eso, mejor.

Mientras Joe y yo preparamos juntos un sándwich de salami, pienso en cómo conocí a Parker. Fue un encuentro que cambió mi destino. Estaba trabajando duro tras el mostrador de una cafetería situada frente al mar, pasando por varias dificultades durante mi segundo día de prueba, sirviendo bebidas calientes a turistas y lugareños sedientos. Fue entonces cuando, por accidente, le serví a Parker, mi cliente, algo que él no había pedido. Él quería un café con leche, pero yo le puse un manchado. Aunque me advirtió del error muy educadamente, yo me fui poniendo cada vez más nerviosa y acabé derramando por el suelo el siguiente café que preparé.

Dado que provoqué la ira del jefe, que me había dado la oportunidad de trabajar a tiempo completo, y consciente de que estaba completamente fuera de mi zona de confort, me rendí y renuncié al empleo antes de que me despidieran. En aquel momento parecería una tontería impulsiva hacer algo así, porque me hacía falta el dinero y la seguridad que te da tener un trabajo, pero es que no era capaz de hacerlo. Hui de la cafetería y me fui a la playa, donde me senté con la cabeza entre las manos a reflexionar un poco sobre la dirección que estaba tomando mi vida. Era una tarea ingrata, pues no vislumbraba soluciones a los problemas que se me planteaban, así que fue una suerte que mis pensamientos se vieran interrumpidos por el hombre que se sentó a mi lado sobre la arena.

Levanté la vista y vi a Parker, que esta vez sí tenía en sus manos el café que había pedido, además de otro que, amablemente, me ofreció.

—¿Un día duro? —me preguntó después de que aceptara agradecida su invitación.

Asentí.

—De todas formas, creo que estás destinada a trabajar en un lugar mejor que ese —me dijo entonces. Eso me hizo reír, porque aunque no estaba nada segura de eso, era agradable que me lo dijeran—. A ver, ¿a qué te gustaría dedicarte realmente?

—No lo sé —es todo lo que fui capaz de responderle.

Pero Parker no estaba dispuesto a dejarlo ahí.

—No suelo tener compasión con la gente que se equivoca y me sirve un café diferente al que he pedido, pero puedo hacer una excepción contigo —me dijo—. Quizá pueda ayudarte. O mejor dicho: quizá puedas ayudarme tú a mí.

—¿A qué te refieres?

—Tengo un pequeño problema. Es mi padre. Ya tiene setenta y tantos años y, por desgracia, sufre demencia.

—Lo siento mucho —le respondí. Parker se limitó a encogerse de hombros, demostrando que, de algún modo, ya había aceptado ese diagnóstico.

—Estoy intentando ahorrar un poco para ingresarlo en algún lugar donde pueda recibir los cuidados que necesita, preferiblemente antes de que la enfermedad empeore —continuó—. Pero no es fácil. Las residencias geriátricas son carísimas, así que puede que necesite bastante tiempo para reunir el dinero necesario.

—¿Tu madre sigue viva? —le pregunté entonces, pero Parker negó con la cabeza.

—No, murió el año pasado.

—Lo siento —volví a decir. Daba la sensación de que había encontrado a alguien que estaba pasando por un momento incluso peor que el mío.

—Mira, así es como veo yo la situación —dijo Parker, tras darle un sorbo a su café—. Tú necesitas un trabajo nuevo y yo necesito a una persona que me ayude a cuidar de mi padre. ¿Qué te parece, quieres echarme una mano? Te pagaría por ello, por descontado. Puedo hacerlo en efectivo, si te viene mejor.

Lo del dinero sobaba muy bien, pero ¿y el trabajo?

—¿Que te eche una mano cómo? ¿Como cuidadora?

—Puedes llamarlo así. O enfermera. Sería algo informal, claro, pero más o menos es lo mismo.

—¿Enfermera?

—Claro, ¿por qué no? Veo que tienes una faceta protectora, y eso es lo único que hace falta para este trabajo. Quién sabe, quizá fuiste enfermera en otra vida, y esa es tu verdadera vocación.

Pensé unos instantes cuando me dijo eso. Me sonó un tanto extraño, pero por alguna razón pareció tocarme alguna fibra sensible. Parker debió darse cuenta, porque insistió con más fuerza en su propuesta. Cuando me dijo que podía empezar en cuanto quisiera, me resultó imposible negarme. Tal vez el motivo real por el que acepté fue contemplarlo sentado a mi lado en la playa, bronceado, tonificado y guapísimo y, además, mostrándome atención y ayudándome en un momento en el que no parecía importarle a ninguna otra persona en el mundo.

Así que le dije que sí, y así es como acabé en esta casa.

—Estás pensando en él, ¿verdad? —me dice Joe de repente, sacándome de mi ensoñación.

—¿Perdón? —exclamo, volviendo a centrarme en terminar el sándwich que se supone que le estoy preparando.

—No pierdas el tiempo. Ya está pillado.

Joe coge el plato con su sándwich y se lo lleva al sillón del salón; yo termino rápidamente de hacerme el mío y lo sigo.

—¿A qué te refieres? —pregunto cuando vuelvo a sentarme.

—A mi chico. Tiene novia, así que no te hagas ilusiones con él, porque no va a pasar nada entre vosotros. No debería.

—Yo no estaba…

—Puede que mi cabeza no funcione demasiado bien, pero a mis ojos no les pasa nada —dice Joe, sacudiendo la cabeza—. Pareces una adolescente embobada cuando está cerca de ti, pero te estoy diciendo que te tienes que olvidar.

Me sorprende que Joe haya sido capaz de calarme con tanta facilidad, e inmediatamente tengo miedo de que su hijo también lo haya hecho. Pero, si Parker se ha dado cuenta de que me gusta, lo que está claro es que no me ha dicho nada al respecto. Desde luego, no es una persona tan directa como su padre, aunque es difícil saber si la franqueza de Joe es un rasgo de su personalidad o un síntoma de su enfermedad. Pero no es solo que me haya descifrado así de bien lo que me ha alterado un poco; es el hecho de que Joe me haya dicho que su hijo tiene pareja. Yo no lo sabía, porque tampoco es que sea asunto mío. Pero ¿me habrá ocultado Parker deliberadamente ese hecho sobre su vida personal o tan solo no ha surgido todavía en ninguna conversación? ¿Lo estará ocultando por pura conveniencia, porque piensa que no le conviene revelarlo? Quizá era consciente de que tenía más posibilidades de convencerme de que aceptara su propuesta si yo creía que era un desconocido apuesto y soltero en vez de un hombre con pareja. Si tiene novia, supongo que eso significa que no puedo aspirar a nada con él más allá de una relación de amistad, porque yo no quiero robárselo a nadie. Ni siquiera debería molestarme que tenga novia. Por eso me fastidia que lo haga.

Otra vez estoy dando demasiadas vueltas a las cosas. Y, por desgracia, no soy la única a la que le cuesta pensar. Poco después de terminarse el bocadillo, Joe se levanta para ir a la cocina y, cuando le pregunto qué quiere, me dice que es la hora de comer y que quiere un sándwich. Es evidente que ha olvidado que ya ha comido. Aunque podría ser peor y, por ejemplo, olvidarse de comer, esta no es más que otra señal de que sus facultades mentales están en declive. Teniendo esto en cuenta, trato de olvidarme de Parker y de lo que su padre me ha ido contando sobre él desde que he llegado a su casa y me centro en ayudar todo lo que pueda a Joe. Le preparo otro sándwich, que al final apenas toca porque es evidente que todavía está lleno por el que se ha comido antes. Después intento hacer con él unos cuantos ejercicios de memoria, aunque se aburre enseguida y acaba quedándose dormido en la silla.

Me siento a su lado durante el resto del día. Se pasa la mayor parte del mismo dando cabezadas. Al menos estoy aquí con él, cuidándole y haciendo lo que su hijo me pidió. Muy pronto, Parker volverá; estoy impaciente porque eso suceda, aunque no es porque quiera terminar e irme a casa. ¿Por qué querría regresar a mi pequeño apartamento, donde volveré a estar sola?

La razón por la que quiero que vuelva ya es que tengo algunas preguntas que hacerle.

Las respuestas a esas preguntas me ayudarán a saber si puedo confiar en él o no. Y a decidir si volveré o no a esta casa.

Capítulo 4

No es que haya sido lo más profesional que haya hecho nunca durante un turno de trabajo, pero, mientras Joe dormía, yo también me he quedado dormida durante un rato. Quizá haya sido por el calor que irradiaba el sol que entraba por la ventana del balcón, o tal vez se haya debido justo a lo contrario y el frescor proveniente del aire acondicionado ha provocado que la temperatura fuera perfecta para inducir el sueño. Fuera por el motivo que fuera, se me han cerrado los ojos mientras Joe dormía. Cuando me despierto, tengo la esperanza de que el hombre que está sentado en el sillón que tengo al lado haya logrado descansar algo más de lo que he podido hacerlo yo. Y es que he vuelto a tener otra de mis típicas pesadillas, las que parecen atormentarme sin remisión y a las que achaco el nivel de cansancio y de obsesión que tengo en la actualidad.

Esta pesadilla en concreto se parecía a las demás por el hecho de que vestía un uniforme de enfermera. En mis pesadillas siempre hay algo relacionado con la medicina, y eso por no hablar de los flashbacks completamente aleatorios que a veces tengo también, sin saber la razón por la que me vienen. De lo único que estoy segura es de que, cuando acaban, me siento muy muy desconcertada. Tal vez sea por la sensación de que el uniforme no me pertenece, o por la impresión que va a pasar algo terrible cuanto más tiempo pase con un paciente o rodeada de otros profesionales de la medicina. O quizá se deba a algo mucho más simple que todo eso. Puede que lo que me desconcierte tanto sea la imagen con la que siempre terminan mis pesadillas. Es la de una mujer muerta, yaciendo en una cama junto a la que me encuentro y mirándome con los ojos vacíos. Tiene un brazo extendido, que cuelga del borde de la cama hacia mí, como si necesitara que la ayudara, pero ya fuera demasiado tarde.

No pude ayudarla.

O elegí no hacerlo.

O, posiblemente, yo misma la maté.

Me froto los ojos y hago todo lo posible para que no parezca que me he dormido, de modo que Joe no lo aprecie cuando se despierte y no se lo cuente a su hijo. Pero, por suerte, Joe sigue durmiendo cuando abro los ojos, así que no me ha pillado. Miro la hora, veo que son casi las cinco y me pregunto cuándo volverá Parker. Como por arte de magia, apenas un momento después oigo una llave girando en la cerradura y la puerta del apartamento se abre.

¿He estado encerrada con llave en esta casa todo este tiempo? Pensaba que la puerta estaba abierta, pero parece que no. Supongo que puedo añadir eso a la lista de cosas de las que tengo que hablar con mi nuevo jefe.

Me levanto del sofá y dejo a Joe durmiendo en el salón. Voy al encuentro de su hijo y, cuando lo veo, está entrando en la casa con una bolsa de la compra. Me llevo el dedo a los labios.

—Está dormido —le susurro a Parker para que no haga ruido y no despierte a su padre. Aunque él no parece muy preocupado por eso.

—Ah, sí, tendría que habértelo dicho. Duerme bastante. Este trabajo es fácil, ¿eh?

Parker me sonríe, deja la bolsa de la compra sobre la encimera de la cocina y empieza a sacar las cosas, desde varios zumos de frutas hasta un cartón de cereales. No se esfuerza mucho por no hacer ruido.

—¿Cómo ha ido? —me pregunta mientras termina de sacarlo todo.

—Creo que bien —le respondo mientras miro a Joe. Casi puedo verle la coronilla desde aquí y aún sigue sin moverse, así que supongo que el ruido no le ha molestado en absoluto. Esta es mi oportunidad de hablar con Parker en privado.

—Pero no estoy segura de ser la persona adecuada para este trabajo —añado, y Parker deja de moverse por la cocina.

—¿Perdona?

—Creo que esto no va a funcionar, así que quizá lo mejor sea que busques a otra persona.

—Pero no quiero a otra persona. Eres perfecta para este trabajo, estoy segurísimo.

Parker se acerca a mí, me mira a los ojos y sonríe. Ahí está de nuevo esa voz interior que me dice que me siento atraída por este hombre y por la idea de que algún día pueda pasar algo entre nosotros. Pero recuerdo lo que me ha dicho Joe: Parker tiene novia, así que, por mucho que esté intentando provocarme y hacerme sentir algo en estos momentos, sé que no es algo real. Yo no le gusto de la misma manera que él me gusta a mí; tal vez me esté manipulando para que trabaje en su casa y que así la vida con su padre le resulte un poco más llevadera.

¿Me estará utilizando? Me está pagando, sí, pero eso no significa que no me pueda estar utilizando al mismo tiempo.

—¿Qué te ha dicho mi padre? —me pregunta Parker, haciendo un gesto de exasperación con los ojos.

—¿Cómo?

—Tiene que haberte dicho algo para hacer que te lo replantees. ¿Qué ha sido?

Sé que no quedaría demasiado bien que le contase nada de lo de su novia, así que me olvido de eso. Pero está el otro asunto, lo que me ha dicho Joe de que su hijo tiene un secreto. ¿Debería abordar ese tema ahora?

—Nada —respondo sin convicción, porque eso es mucho más fácil que decir algo que pueda resultar incómodo.

—¿Estás segura? Sé cómo es mi padre. Toda la vida ha dicho lo que piensa y no se ha guardado nada para sí mismo, pero eso ahora ya no es algo positivo, porque su cabeza no es la que era. Me ha dicho algunas cosas muy disparatadas en los últimos meses. Una vez incluso me acusó de haber matado a mi madre, lo cual es ridículo, pero los médicos ya me advirtieron de que los pacientes como él pueden soltar todo tipo de barbaridades a medida que se van desorientando cada vez más.

Por supuesto que ha debido ser eso lo que ha sucedido. La enfermedad de Joe le hace decir cosas raras, cosas que muy probablemente no sean ciertas. Tengo que recordar ese hecho. Podría haber exagerado con eso de que Parker tiene un secreto, o quizá se lo haya inventado. Quién sabe, puede que también me haya mentido acerca de lo de la novia de Parker.