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Creía que había escapado, pero ahora su hija quiere vengarse… «Siempre te protegeré», me susurraba mamá al oído cada noche. Y cada vez que salíamos de nuestro pueblo costero, me agarraba la mano con tanta fuerza que sus nudillos se ponían blancos, mientras que su rostro estaba tenso y pálido. Nunca entendí por qué. Pero ahora lo sé. Crecí rodeada de murmullos y rumores. Mi madre intentó ocultarme la verdad, pero fracasó. Sé exactamente lo que ocurrió hace dieciocho años. Sé que soy la hija del médico asesinado. Todo podría haber sido distinto si la mujer del médico no hubiera arruinado la vida de mi madre… y, en consecuencia, la mía también. Podríamos haber sido una familia de verdad, viviendo en una gran casa con vistas al mar. En cambio, nunca llegué a conocer a mi padre, y mi madre es solo la sombra de lo que fue, siempre mirando por encima del hombro… Ahora me toca a mí corregir los errores del pasado. Dicen que la mujer del médico es astuta y calculadora. Que siempre se sale con la suya. Pero nunca se ha enfrentado a mí… --- «Puro suspense… ¡Una serie increíble! Sin duda, es mi serie favorita de todos los tiempos. ¡Fantástica! Le daría 100 estrellas si pudiera». @bookscoffeemorebooks ⭐⭐⭐⭐⭐ «Impactante, adictiva, entretenida, dramática y llena de giros inesperados. Daniel Hurst lo ha vuelto a hacer con este libro… Al igual que los otros de la serie, fue una lectura rápida y absorbente. ¡Qué serie tan impresionante y entretenida!». Open Book Posts ⭐⭐⭐⭐⭐ «Daniel Hurst crea historias capaces de acelerar el corazón de los lectores. Este es el impactante desenlace de lo que ha sido una serie brillante. He sentido cada emoción y vivido cada giro a medida que la historia se desarrollaba y se intensificaba». KKEC Reads ⭐⭐⭐⭐⭐ «Enganchada desde la primera página. Un acierto total… Me dejó sin palabras… Espectacular… ¡El final fue increíble!». Blue Moon Blogger ⭐⭐⭐⭐⭐
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Veröffentlichungsjahr: 2025
Daniel Hurst
La hija del médico
Título original: The Doctor’s Child
Copyright © Daniel Hurst, 2024. Reservados todos los derechos.
© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
Traducción: Ana Fernández, © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
ePub: Jentas A/S
ISBN 978-87-428-1392-8
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
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First published in Great Britain in 2024 by Storyfire Ltd trading as Bookouture
De una aventura pueden salir muchas cosas.
Un corazón roto. Un escándalo. Un divorcio. El perdón.
Un hijo.
Yo fui una de las consecuencias del romance entre el doctor Drew Devlin y su amante, Alice Richardson, un romance que se hizo tan famoso que dio lugar a sus propios documentales sobre crímenes reales y a innumerables artículos periodísticos. Yo fui el resultado involuntario de que dos personas estuvieran juntas, dos personas que nunca deberían haberse conocido, dos personas cuya relación causó la pérdida de varias vidas. Un hijo suele ser motivo de alegría, pero, en mi caso, estoy conectada a una historia oscura y estaré vinculada para siempre a una de las mujeres más tristemente célebres de Inglaterra, una mujer a la que la policía sigue buscando.
La mujer del médico.
Ser la niña que nació de aquella fatídica aventura significa que he crecido escuchando todos los rumores y noticias que rodeaban a la mujer de mi padre —Fern Devlin—, así como a mi difunto padre —Drew—, a mi madre —Alice—, a un detective y a todos los demás cuyas vidas se entrelazaron en las investigaciones y casos judiciales resultantes. El impacto en una niña inocente como yo, que no pidió nada de eso, ha sido enorme. ¿Cuánto me marcará ahora que soy adulta? Solo el tiempo lo dirá, pero, como todo lo relacionado con Fern Devlin, la infame mujer del médico que sigue huida, las consecuencias prometen ser dos cosas.
Explosivas.
Impredecibles.
Por otra parte, había algo con lo que se podía contar cuando Fern Devlin estaba involucrada, y era que la muerte la seguía allá donde fuera. Me advirtieron de lo que ocurriría si intentaba encontrarla, y esas advertencias venían de gente que sabía lo peligrosa y mortal que podía ser la mujer del médico.
Pero, como muchos jóvenes, ignoré las advertencias de mis mayores y creí que sabía lo que hacía.
La venganza es un motivador poderoso.
Por desgracia, me he dado cuenta demasiado tarde de que esto me supera. Tan solo quiero volver a casa, pero, después de los últimos y terribles acontecimientos, eso sería difícil, ya que ahora estoy metida en tantos problemas como Alice y Fern.
Pensaba que era mejor que las dos mujeres que me precedieron, pero me he dado cuenta de que no es así.
He cometido errores. No soy perfecta. Mi futuro está ahora tan nublado como mi pasado.
Soy yo.
Evelyn.
La hija del médico.
FERN
En la actualidad
¿Puede un niño heredar tanto lo malo como lo bueno de su madre? Tengo que suponer que sí, aunque no me agrada pensarlo. Tal vez mi hija tenga algunas de mis características físicas más atractivas, como el color del pelo, la altura y un metabolismo rápido que da lugar a una apariencia esbelta, pero ¿qué tiene por dentro? ¿Tiene mi oscuridad, mi inclinación por los actos perversos, la parte de mi alma que no solo es capaz de idear crímenes, sino también de llevarlos a cabo?
Supongo que lo que en realidad quiero saber es lo siguiente: ¿podría mi hija quitarle la vida a otra persona como hice yo?
En dieciocho años de maternidad, aún no he tenido ningún motivo para creer esto, y espero no tenerlo nunca.
Rezo para seguir siendo la única asesina de la familia.
La luz del sol que se filtra por la ventana de mi habitación en este château de la campiña francesa me ayuda a alejar mis pensamientos intrusivos. La vitamina D es bienvenida, pero no inesperada. El tiempo suele ser bueno en esta parte del mundo, una de las muchas cosas que me gustan de vivir aquí. También aprecio el paisaje, sobre todo las ondulantes colinas verdes que veo si miro por la ventana. Son las colinas que rodean este pueblo al que llamo hogar, las que están pobladas de viñedos donde se produce vino, que se embotella y se vende a entendidos de todo el planeta. También me encanta el crisol de personas que viven en este pueblo; hay algunos franceses, pero muchos otros son extranjeros, de países como España, Portugal o Suiza, que vinieron una vez de vacaciones y disfrutaron tanto que regresaron para comprar una propiedad. Mi razón para venir a este pueblo fue muy diferente, pero me he integrado con tanta facilidad como ellos y yo también espero vivir el resto de mis días en este tranquilo refugio rural.
Adoro la casa en la que vivo, una propiedad de piedra de dos plantas que data del siglo XVI y que fue el hogar de un aristócrata francés y su alegre grupo de criadas, al menos si los libros de historia están en lo cierto. Al principio me mostré escéptica y pensé que no era más que una invención de nuestro agente inmobiliario para que la casa pareciera aún más atractiva, pero resultó ser cierto. Esta casa fue habitada por la realeza francesa, aunque ahora es el hogar de una familia de tres personas que tienen trabajos muy normales y pasan su tiempo libre haciendo cosas muy normales.
La casa es grande, pero no tanto como para sentirme sola mientras la recorro cuando no hay nadie más aquí. Todos los suelos son de piedra, lo que da a este lugar un aire rústico y también ayuda a mantenerlo más fresco durante las olas de calor que son frecuentes entre mayo y agosto. Al principio echaba de menos la sensación de la moqueta en los pies descalzos, pero ahora me tranquiliza el frescor de la piedra cada vez que voy sin zapatos. La cocina es mi habitación favorita; la larga mesa de madera que hay en ella ha sido escenario de muchas comidas familiares felices en los últimos años, aunque el estudio le sigue de cerca: la habitación con dos grandes estanterías llenas de todo tipo de historias apasionantes, en las que me gusta perderme durante los meses más fríos del año. En el exterior, el jardín es grande: un extenso manto de césped rodeado de altos árboles que ofrecen sombra del sol veraniego y privacidad frente a las casas de mis vecinos. Me encanta pasar los meses centrales del año en el jardín, cuidando las flores y dejando que mi piel adquiera un brillo saludable que conservo hasta los meses más duros, cuando los árboles pierden sus hojas y el suelo está tan fresco como la piedra de su interior. Pero lo que más me gusta de este lugar —y que nunca superaré porque es, sin duda, lo más importante de todo lo anterior— es que he podido vivir aquí durante casi dieciocho años sin que nadie sepa quién soy en realidad.
Mi marido, mi hija y las aproximadamente doscientas personas de este pueblo me conocen como Teresa Brown, una expatriada que dejó Inglaterra y se trasladó a un pequeño pueblo francés, integrándose a la perfección en la vida de su nuevo país.
Ninguno de ellos conoce mi verdadero yo.
Ninguno de ellos sabe que soy Fern Devlin, la viuda del médico y la mujer a la que todos los policías del Reino Unido siguen buscando.
Estoy sentada en el tocador frente al espejo y, mientras la luz del sol sigue entrando a raudales en la habitación, me siento reconfortada tanto por el calor añadido como por el hecho de que, a pesar de mi avanzada edad, sigo teniendo muy buen aspecto. Cada vez estoy más cerca de los sesenta, y las arrugas —que han aumentado en número y fuerza en los últimos años— dan fe de ello, pero, inesperadamente, me siento bien al respecto. No fui consciente de ello hasta que llegué a los cincuenta, pero enseguida me di cuenta de que hay una calma que llega con el envejecimiento, una calma que la locura de la juventud no aprecia. Ahora casi me avergüenzo cuando pienso en otros grandes acontecimientos de mi vida, como cuando cumplí veintiuno o treinta años, y cómo en aquel entonces me sentía como si ya fuera mayor y mi mejor época hubiera quedado atrás. Por aquel entonces, los cumpleaños eran algo que casi había que temer en lugar de celebrar, como si envejecer fuera un obstáculo en lugar de una ayuda. Pero ahora veo que hay una belleza que viene con la edad, así como una sabiduría, y cuanto mayor me hago, más tranquila y segura de mí misma me siento. Puede que nunca me haya faltado confianza en mi vida, pero desde luego aprecio esa calma, sobre todo porque sigo huyendo de la ley y seguiré haciéndolo hasta el día que muera.
Mientras peino mi cabello oscuro, que me tiño una vez al mes para disimular las canas, pienso en un acontecimiento en particular, uno que destaca más que cualquier otro por lo que ocurrió aquella noche y lo que vino después. Mi cuadragésimo cumpleaños es uno que nunca olvidaré, pero, sobre todo, por las razones equivocadas. Fue el cumpleaños en el que mi novio de entonces me organizó una fiesta sorpresa, pero la verdadera sorpresa fue cuando, al final de aquella noche, descubrí que me había estado mintiendo y que no era el hombre que decía ser. En lugar de ser Roger, un tipo al que había conocido en un bar y con el que buscaba construir una vida tras la muerte del doctor Drew, mi difunto marido —al que ayudé a enterrar prematuramente—, resultó que mi novio era en realidad Greg, un viejo amigo de Drew. Y el tipo que intentaba sacar a la luz mi secreto. Aquella noche maté a Greg, conmemorando mis cuarenta años con un cadáver, lo cual era muy acertado, pues ya había organizado el asesinato de mi infiel marido Drew. Pero las consecuencias de aquella noche son las que me han llevado a estar aquí, a muchos kilómetros de distancia de toda mi familia y amigos, en la Francia rural, viviendo una existencia tranquila, porque es la única que me atrevo a vivir ahora.
Esa noche también fue la noche en que concebí a mi pequeña.
Mi hija, Cecilia, nació fruto de mi relación con Greg, y si su llegada parece que fue hace mucho tiempo, el hecho de que ahora tenga casi dieciocho años no hace más que recordármelo. No puedo creer que la pequeña bebé que di a luz en Cornualles —y con la que hui al extranjero— vaya a ser oficialmente adulta dentro de poco.
Tampoco puedo creer que haya tenido que ocultarle tantos secretos a mi propia hija.
A lo largo de los años, a medida que Cecilia crecía, solo supe dos cosas con certeza. Una, que la amaría y cuidaría mientras viviera. Y dos, que ella nunca podría saber quién era yo en realidad, quién era su padre y la verdadera razón por la que vivíamos en Francia. Lo he conseguido, aunque no ha sido fácil. Mentir nunca lo es. Por lo que mi hija sabe, dejamos Inglaterra y nos mudamos aquí para huir de su peligroso padre, mi exnovio maltratador, que era conocido por beber mucho y, aún más, por pegar a las mujeres. Esa historia ficticia es la que ha facilitado que Cecilia no sienta ningún amor por su padre ausente ni le den ganas de ir a buscarlo, pero, sobre todo, también es la que le impide que lo haga. Eso es porque le he dicho que mi ex es tan peligroso que, si alguna vez nos encontrara, lo más probable es que me hiciera daño a mí y quizá incluso a su propia hija por haberlo dejado, así que no podemos arriesgarnos a que sepa dónde estamos.
Eso significa que nunca podremos volver a Inglaterra.
Por supuesto, la verdadera razón por la que no podemos regresar es porque me detendrían, pero necesitaba una forma de asegurarme de que mi hija nunca quisiera visitar el país en el que nació. Así que mi ex ficticio fue mi solución. Es una mentira terrible, pero es mucho mejor que la verdad. Imagínate que Cecilia supiera que en realidad yo maté a su padre después de que él desenmascarara mis propias mentiras. Y no solo eso, sino que también descubriera que estoy implicada en otras dos muertes además de la de su padre: la de Drew, mi primer marido, y la de Rory, mi cómplice en el asesinato de Drew en Arberness. Mi hija me odiaría, y con razón, y dudo que volviera a verla. Por eso no puede conocerme de verdad. No puedo arriesgarme a perder el amor de mi bebé.
Pero no solo soy egoísta. Como cualquier buena madre, también tengo en cuenta los intereses de mi hija. Soy consciente de que ocultarle la verdad es la mejor manera de proteger su salud mental y evitar que se ahogue en un mar de vergüenza. Si conociera el caos del que desciende en realidad, ¿qué tipo de vida tendría? Desde luego, no sería una normal ni una sana y próspera en la que alcanzara su potencial y encontrase la verdadera felicidad junto a las personas que la rodean. El pasado afectaría a todo, desde su vida personal hasta la profesional, y eso sin contar con los periodistas que intentarían acercarse a ella para contar «su historia» en los medios nacionales. Nada de ello sería culpa suya, pero eso no sería mucho consuelo mientras intentaba abrirse camino por la vida con un padre fallecido y una madre en la cárcel por su asesinato.
Cecilia no puede conocer mi verdadera identidad.
Y tampoco el nuevo médico de mi vida.
Termino de peinarme justo a tiempo para ver entrar por detrás de mí al hombre con el que comparto dormitorio, con su elegante traje y el pelo perfectamente peinado, a tiempo para salir de casa esta mañana.
—Bonjour ma belle —me dice mi sexi francés mientras se inclina para besarme la coronilla, y yo sonrío como siempre que Pierre me saluda por la mañana llamándome guapa.
—Bonjour mon bel homme —le respondo, como de costumbre, para decirle a mi marido lo guapo que me parece, antes de que salga de casa para empezar otro día de trabajo. Pero no lo digo solo para ser amable con él. También lo digo porque, incluso después de todos estos años viviendo aquí, me sigue divirtiendo el hecho de poder hablar un idioma distinto de mi lengua materna.
Mientras Pierre coge su maletín y sale de la habitación, le llamo para desearle un buen día, aunque sé que lo será porque siempre lo es. Como mi primer marido, Pierre es médico, pero, a diferencia de él, es un hombre honesto y decente. Eso significa que irá a su consulta, tratará a los pacientes con cariño y dedicación, y luego volverá a casa conmigo y me tratará de la misma manera. No como Drew, con su aventura, sus mentiras y su capacidad para utilizar su profesión para sentirse superior a los demás. Antes me preocupaba dónde estaba Drew y qué tramaba cuando no estaba conmigo, pero con Pierre no tengo ese problema. Confío en él.
Empecé a salir con Pierre cuando mi hija tenía cinco años, y nuestro amor ha seguido creciendo con el tiempo por muchas razones. Quiero a Pierre no solo porque me quiere a mí, sino también porque quiere a Cecilia. Puede que no sea su hija, pero me ha ayudado a criarla como si lo fuera, dándole una presencia masculina fuerte y fiable en su vida, cuando mis acciones en el pasado podrían haber significado que nunca tuviera una figura paterna a la que admirar mientras crecía. Es un buen hombre, mejor de lo que merezco, aunque, por supuesto, al igual que mi hija, nunca debe saber quién soy en realidad.
Mi tapadera de un ex maltratador esperando a que vuelva a Inglaterra es la razón por la que he conseguido que Pierre deje de sugerirme que volvamos a casa, al lugar donde crecí, y por la que me cree cuando le digo que, si no salimos de este pueblo en toda nuestra vida, seré feliz. Aunque hay un problema. Pierre y yo no tenemos planes de irnos, pero alguien de nuestra familia sí. Cecilia quiere mudarse a París cuando cumpla dieciocho años, en busca de aventuras en una gran ciudad, junto a su mejor amiga, Antoinette, a quien conoce desde su primer día de colegio en este pueblo.
No puedo detener a mi hija. Es casi adulta y libre de tomar sus propias decisiones. Pero tengo miedo. Su salida al mundo significa que ya no puedo controlar tanto la narración, si es que puedo. Es libre de explorar, de forjarse su propio camino y, posiblemente, de encontrar su propia verdad. Es un día que he estado temiendo desde que nació. Podía mantener mi secreto a salvo cuando Cecilia era pequeña, pero, ahora que es mayor, ¿qué le impide descubrirlo por sí misma, sobre todo con la información de Internet al alcance de la mano? En algún momento me planteé convertir esta casa en un lugar sin wifi, pero cualquiera que tenga un hijo adolescente sabrá que eso no es realista.
A medida que crece, quizá solo sea cuestión de tiempo que descubra la verdad sobre su infancia. Es un problema enorme, aunque sé que no soy la única que ve cómo su niña se convierte en adulta. Alice también pasará por lo mismo. La mujer con la que Drew me fue infiel también tuvo un bebé, y es el bebé al que salvé la vida antes de huir a Francia. Si no lo hubiera hecho, ahora estaría en la cárcel, aunque en aquel momento solo intentaba salvar una vida inocente en lugar de hacer que todo girara en torno a mí.
La hija de Alice, Evelyn, debe tener ya dieciocho años, pues es un poco más mayor que Cecilia.
Me pregunto cómo estará afrontando la amante del doctor el hecho de que su propia hija se convierta en adulta.
Si es que lo está afrontando.
La última vez que la vi, acababa de salvar la vida de la pequeña Evelyn en un acantilado de Cornualles y, eternamente agradecida, Alice me permitió escapar de nuevo, a pesar de haber pasado mucho tiempo intentando atraparme antes de eso. Es extraño pensar que la mujer a la que tengo que agradecer la vida que llevo ahora es la misma a la que una vez odié con todas mis fuerzas e inculpé de asesinato. La vida tiene una forma curiosa de resolver las cosas… aunque, a veces, me despierto en mitad de la noche y me pregunto si Alice habrá cambiado de opinión.
¿De verdad me perdonó por lo que hice y ahora vive en paz?
¿O piensa en mí tan a menudo como yo pienso en ella? Si es así, ¿qué pasa por su cabeza?
ALICE
Es un día típicamente húmedo y ventoso en Arberness, el pueblo del extremo norte de Inglaterra donde la playa tiene vistas del extremo sur de Escocia y donde a los turistas les gusta hacer una parada para sacar unas cuantas fotos y probar la comida de los pubs locales antes de seguir su camino. Pero yo no me he ido de Arberness y, después de tanto tiempo viviendo aquí, no creo que lo haga nunca.
Este pueblo es más que mi hogar: es el lugar donde he pasado algunos de los mejores y peores días de mi vida. A otras personas podría pesarles esa historia y huirían de los recuerdos a otro lugar en busca de paz, pero yo me he quedado. Decidí que este no solo era el mejor lugar para mí, sino también para mi hija, Evelyn, y por eso la he criado aquí durante los últimos dieciocho años. A pesar de algunos momentos difíciles, creo que he hecho un buen trabajo. Pero, como era de esperar, ahora que es adulta, Evelyn ha decidido que quiere ver mundo.
—¿Qué tal? —le pregunto a mi hija después de bajar las escaleras y encontrarla donde suele estar estos días, que es sentada a la mesa del comedor, rodeada de guías de viaje de todo tipo de destinos interesantes de Europa.
—Bien —es la cortante respuesta de Evelyn. Tiene la cabeza gacha y el bolígrafo de su mano derecha se mueve en el trozo de papel que tiene delante, lo que me indica que está tomando notas basadas en lo que acaba de leer en una de las guías.
No esperaba un monólogo por parte de mi hija, pero habría estado bien algo un poco más sustancioso que una respuesta de una sola palabra. Así son las cosas entre nosotras la mayor parte del tiempo. Ha sido así desde que se convirtió en adolescente, si soy sincera, aunque no puedo culpar a sus hormonas de que no me hable tanto como cuando era más pequeña. A lo que sí puedo culpar es al hecho de que creció y llegó a la edad en la que podía enterarse de mi pasado leyendo todo tipo de artículos sensacionalistas en Internet, así como aquellos en los que se referían a ella con una contundente frase.
Mientras que yo siempre seré conocida como «la amante del médico», Evelyn siempre será «la hija del médico».
—¿Sobre qué estás leyendo ahora? —Lo intento de nuevo con la esperanza de que se entable una conversación conmigo.
—Sobre algún lugar lejos de aquí —responde Evelyn, de nuevo sin levantar la vista mientras habla.
—No seas así.
—¿Así cómo?
—Sabes a lo que me refiero. Como si estuvieras deseando dejarme atrás.
—Es que lo estoy deseando.
—Evelyn…
—Cállate. Estoy tratando de trabajar.
—¡No me voy a callar! ¡Cómo te atreves a hablarme así en mi propia casa!
—Grrrr… —gruñe Evelyn, y empieza a recoger algunos de sus libros, lo que sugiere que va a seguir trabajando en su habitación. Pero no quiero que lo haga porque, por mucho que pueda causar conflictos, prefiero tenerla abajo conmigo que arriba, donde no puedo verla.
—No pasa nada. Quédate ahí. No volveré a interrumpirte —le digo antes de que se levante y se vaya, pasando por alto la forma en que me ha hablado. Pero cualquier cosa con tal de mantener la paz.
Dejo a Evelyn con sus planes de viaje y voy a la cocina a prepararme una taza de té. Mientras espero, miro por la ventana el campo azotado por la lluvia y el viento que hay detrás de mi casa, y siento un poco de lástima por la oveja que veo fuera, soportando toda la furia de los elementos. No sé dónde está el resto de su rebaño, pero está sola y me da pena. Y, mientras hierve la tetera, sé que muy pronto yo también voy a estar como esa oveja: sola y sin compañía que alegre mis largos, lentos y repetitivos días. Porque Evelyn planea irse de mochilera a Europa, de ahí todas las guías de viaje que hay por mi casa, y una vez que se haya ido, aquí no vivirá nadie más que yo.
Mientras saco las bolsitas de té del armario, me siento culpable y más que un poco egoísta por no querer que mi hija se vaya de casa. Debería estar contenta e ilusionada por ella y por las aventuras que la esperan más allá de los límites de este pequeño pueblo, y a veces lo estoy, pero también estoy muy triste. Estoy triste no solo porque mi hija extienda sus alas y vuele del nido, sino porque no nos llevamos muy bien. No puedo evitar la sensación de que, una vez que Evelyn se haya ido, nunca más volverá por aquí.
No es raro que los hijos abandonen el hogar familiar al llegar a la edad adulta. Puede que consigan un trabajo y una casa propia, que vayan a la universidad o que viajen. Con el paso de las décadas, los jóvenes tienen cada vez más opciones que las generaciones anteriores no tenían. Y eso es bueno, no solo para ellos, sino también para sus padres, que lo único que quieren es que sus hijos prosperen y persigan sus sueños. Eso significa que, mientras Evelyn esté fuera haciendo precisamente eso, a mí solo me quedarán los recuerdos de los últimos dieciocho años y la esperanza de tener la oportunidad de crear nuevos recuerdos con ella en el futuro. Pero eso no está garantizado, porque todas las respuestas de una sola palabra que me da, así como los portazos y los bufidos cada vez que intento acercarme a ella, son la prueba de que mi hija no me soporta y está deseando marcharse de aquí.
Y, si soy sincera, no es culpa suya.
Probablemente yo también me odiaría si fuera ella.
Mientras me entretengo en la cocina tomando un sorbo de té, sin atreverme a entrar en la otra habitación, donde Evelyn podría volver a ser despectiva conmigo o, peor aún, ignorarme por completo, pienso en el camino que hemos recorrido las dos para llegar a este punto. Todo empezó cuando tuve aquella estúpida aventura y caí rendida ante los encantos del doctor Devlin. En el proceso, sufrí la ira de su vengativa e ingeniosa mujer, Fern. Drew murió, aunque no antes de dejarme embarazada, y poco después me inculparon de su asesinato. Entonces empezó la verdadera locura. Una locura que culminó con el nacimiento de mi hija, antes de acabar localizando a Fern en un pueblo de Cornualles con la ayuda de mi exnovio, el detective Tomlin. Si no hubiera sido porque Evelyn fue raptada y llevada a un acantilado por la perturbada vecina de Fern, ahora ella estaría entre rejas. La atrapé y estaba lista para que por fin se enfrentara a la justicia. Pero ese día Fern salvó la vida de mi hija, y le estaba tan agradecida que tuve que dejarla marchar.
No sé dónde está Fern ahora ni qué fue de ella y del bebé que tuvo.
Solo sé que Evelyn me odia por dejar escapar a la mujer que mató a su padre.
¿Cómo sabe mi hija lo que ocurrió en aquel acantilado de Cornualles hace dieciocho años? Yo se lo conté. En aquel momento pensé que estaba haciendo lo correcto al ser lo más abierta y sincera posible con mi hija, aunque, en retrospectiva, fue muy ingenuo por mi parte. Pero tan solo quería contarle a Evelyn la historia completa de lo que había ocurrido con Fern y Drew, no parte de ella o, peor aún, la versión sobre la que escribían los periodistas en aquel momento, porque ellos no conocían todos los hechos, solo yo los conocía.
Evelyn tenía cuatro años cuando empezó a preguntar por su papá, sin duda porque había visto que a otros niños de su guardería los recogían hombres, además de sus madres. Entonces le decía que su papá estaba en el cielo con los ángeles y, aunque estaba triste, lo dejaba allí. Fue en el colegio cuando empezaron las burlas, y unos cuantos niños desagradables de su clase se metieron con ella porque sabían que era diferente. Era la única que no tenía padre, aunque por suerte, a esa edad, los matones no sabían muy bien por qué.
Fue durante el instituto cuando eso cambió.
Siempre temí el día en que Evelyn —y sus compañeros— descubriera que su padre era el infame médico que murió en la playa y cuya muerte salió en las noticias nacionales. Intenté anticiparme sacando yo el tema con Evelyn. Cuando tenía diez años, la senté y le dije que su padre había sido asesinado, pero que no había sufrido y que había ocurrido hacía mucho tiempo. Evelyn se sintió triste y muy confusa. Intenté responder a sus preguntas lo mejor que pude, aunque hubo una que, sin duda, fue la más difícil de responder.
—¿La persona que le hizo daño fue a la cárcel?
Quise decir que sí, porque esa debería haber sido mi respuesta y habría sido la única que podría haberle dado a Evelyn algo de consuelo, pero no pude. Tenía que decirle la verdad: que la persona que planeó el asesinato se salió con la suya. Tenía que decírselo porque, tarde o temprano, se enteraría leyendo artículos en Internet cuando fuera mayor. Le dije a Evelyn que Fern seguía libre —que era la verdad— y que esa era la razón por la que todos los departamentos de policía del Reino Unido tenían su foto en los registros. Como era de esperar, mi hija no reaccionó bien. Pero, en lugar de dejar que se pasara toda la vida consumida por el odio y la sed de venganza hacia la mujer que se había escapado, intenté aliviar parte de su ira diciéndole que Fern le había salvado la vida.
Esperaba que esa revelación hiciera que Evelyn sintiera un poco menos de odio y, a su vez, le facilitara un poco más la vida a medida que crecía. Y, durante un tiempo, funcionó. Pero el acoso que sufrió Evelyn en el instituto fue brutal. Cuando tuvo edad suficiente para leer noticias en Internet y obtener información de otras fuentes aparte de su madre, no podía creer que yo hubiera dejado escapar a Fern.
—¡Ella mató a papá!
—¡Ella te inculpó de su asesinato!
—¡Era malvada!
He perdido la cuenta de las veces que escuché a Evelyn decir esas frases cuando era adolescente, y así siguió hasta los quince años. Para entonces, se había vuelto mucho más reservada, una sombra de lo que había sido de niña. No solo por el acoso que sufrió, sino porque había tomado una decisión.
Había decidido que me odiaba y que yo tenía la culpa de la vida que le había tocado vivir.
Lo único que deseo es tener una relación normal con mi hija. Me encantaría entrar ahora en el comedor, sentarme a su lado y preguntarle sobre los viajes que está planeando. Quiero relacionarme con ella como es debido, mantener una larga conversación, ver la emoción en sus ojos cuando cuente sus planes, y también ver el amor en su mirada al compartirlos conmigo, su madre. Pero eso no ocurrirá. Si me sentara al lado de Evelyn ahora, se levantaría y se marcharía a su habitación. Y, si la siguiera hasta allí, se iría de casa. Al menos, si me alejo de ella, puedo fingir que tenemos una relación normal entre madre e hija.
Evelyn siente que no se ha hecho justicia con su padre, lo cual es comprensible, pero lo que más le duele es lo que siente por mí. Gracias a los periodistas que inventaron sus historias sobre mí, la amante que provocó que la mujer del médico iniciara su espiral de crímenes, Evelyn me tiene por una especie de devoradora de hombres que se lio con el marido de otra mujer y desencadenó todos estos acontecimientos. A lo largo de los años, me ha llamado cosas horribles, aunque lo más probable es que solo repitiera lo que había oído decir de mí en el colegio. Ha sido duro. La tensión ha disminuido últimamente, aunque solo porque Evelyn está a punto de irse de casa, lo cual dista mucho de ser una solución a nuestros problemas. Pero ¿qué puedo hacer?
La verdad es que no quiero que Evelyn se vaya por un tiempo indefinido, sobre todo cuando la relación entre nosotras está tan rota, aunque al menos si me da su itinerario de viaje sabré dónde está.
Eso es mejor que no saberlo, como ya ha ocurrido otras veces.
A pesar de todo lo que he pasado, el día que Evelyn desapareció sigue siendo el peor de mi vida…
ALICE
Diez años antes
Dicen que ser padre es el trabajo más duro del mundo, y puedo dar fe de ello, pero también he descubierto otra cosa que también puede ser dura.
Ser tu propia jefa.
Cuando decidí montar mi propio negocio, pensé que sería pan comido. Marcarme mi horario. Trabajar a mi ritmo. Tomarme un día más de vacaciones de vez en cuando. Sin embargo, ahora trabajo más que nunca. Pero no tenía otra opción si quería seguir manteniéndome como madre soltera.
Tras mi ruptura con Tomlin —el detective que me ayudó a sobrellevar los primeros y estresantes meses de la vida de Evelyn prestándome apoyo no solo moral, sino también económico—, tuve que sobrevivir con el subsidio familiar. Nunca vi nada del dinero de Drew, porque no había ningún testamento que dijera que yo o cualquier hijo que pudiera tener en el futuro tendríamos derecho a él en caso de fallecimiento. No me avergonzaba depender de las ayudas, sobre todo porque era una cuestión de supervivencia, y aproveché unas preciosas horas gratuitas de guardería que el Gobierno ofrecía a los padres primerizos hasta que Evelyn tuvo edad suficiente para ir al colegio público del pueblo. Sin embargo, a pesar de esos pequeños respiros, pasé largos años encerrada en casa con mi hija, sin poder disfrutar de un verdadero descanso ni salir a ganar el dinero que habría marcado una diferencia en nuestras vidas. Cuando Evelyn cumplió cinco años, empecé a trabajar en la carnicería local, un trabajo pesado, por no decir otra cosa, pero que me proporcionaba un sueldo estable. Sin embargo, una mujer como yo no puede volver a casa cubierta de sangre de animal. Decidí dedicarme a algo más acorde con mi personalidad, y así fue como se me ocurrió la idea de hacer mis propias tarjetas de felicitación. Me gustaba la idea de ser creativa y hacer cosas que la gente pudiera regalarse en ocasiones como cumpleaños y aniversarios, así que vi algunos vídeos en Internet y me puse manos a la obra. Desde entonces me dedico a ello y, poco a poco, he ido creando una cartera de clientes en Internet que me permite seguir haciéndolo todo el tiempo que quiera.
Es mucho mejor que trabajar en la carnicería, eso seguro.
La única vez que me mancho de sangre es por un corte accidental con el papel.
La casa está tranquila, lo que me permite trabajar con facilidad en mi próxima tarjeta, y así seguirá hasta que recoja a Evelyn del colegio y la traiga de vuelta. La recojo todos los días a las tres y media, y tardo diez minutos en llegar caminando desde aquí hasta la puerta del colegio, donde me uno al resto de las madres del pueblo, aunque por «unirme» me refiero a quedarme cerca de ellas mientras me miran y cotillean sobre mí.
Esperaba hacer nuevas amigas durante los trayectos escolares, encontrar algo en común con las otras madres, pero, aunque todas tenemos hijos, parece que es la única forma de relacionarnos. Las otras madres nunca se han esforzado mucho por hablar conmigo, y sé por qué. A muchas les caigo mal por el papel que desempeñé en el escandaloso drama que sacudió este pueblo durante varios meses, cuando Fern Devlin era el centro de atención en todo el país. O tal vez les caigo mal por otra razón.
Creen que podría acostarme con sus maridos.
Solo he tenido una aventura, una a la que intenté poner fin en varias ocasiones, debo añadir, y, sin embargo, todas las mujeres menores de cincuenta años de este pueblo me ven como una amenaza, como si, a la más mínima oportunidad, fuera a lanzarme sobre cualquier hombre que se cruce en mi camino. Eso es ridículo por varias razones, sobre todo porque hace años que no estoy con nadie, no desde que terminé mi relación con el detective Tomlin después de descubrirlo besando a otra mujer justo antes de ir a Cornualles y enfrentarme a Fern. Lo último que quiero en mi vida es otro hombre, pero eso no ha impedido que las madres se mantengan a distancia en las puertas del colegio, como si hacerme su amiga significase que un día volverían a casa y se encontrarían a su marido en la cama conmigo. A veces, cuando me siento especialmente sola o dolida por su actitud distante, me dan ganas de intentar seducir a uno de sus maridos solo para demostrarles que tenían razón, pero sería una estupidez.
Jamás me atrevería a involucrarme con el marido de otra mujer otra vez.
Lo último que necesito es otra Fern Devlin en mi vida.
Pero, mientras que yo puedo sobrellevar mis problemas con las otras madres, no estoy segura de cómo está manejando mi hija los suyos con los demás niños. Varios se han burlado de ella por el pasado y, en particular, por su padre, con esa forma tan cruel que tiene los niños de decir las cosas, y sé que le está afectando. Ha vuelto a casa llorando varias veces y, aunque he hablado con la directora, el problema no se ha resuelto. Espero que hoy haya sido un buen día para Evelyn, por el bien de las dos, pero justo después de comer recibo una llamada que me dice que las cosas no van nada bien.
—Hola, señora Richardson —me saluda la directora del colegio de mi hija, con nerviosismo en la voz—. Siento llamarla, pero nos preguntábamos si Evelyn está con usted.
—¿Conmigo? ¿Por qué iba a estar conmigo? Estamos en horario escolar. Debería estar en clase.
Al otro lado de la línea se produce una breve pausa, otra mala señal.
—¿Qué está pasando? —exijo saber—. ¿Dónde demonios está mi hija?
—Parece que se escapó del colegio durante la hora del almuerzo y aún no ha regresado a clase.
—¿Que se escapó? ¿Cómo pudo escaparse? ¿Es que no la estaban vigilando?
Siento una opresión en el pecho al pensar en mi hija de ocho años deambulando sola por el pueblo, cruzando carreteras muy transitadas, entrando y saliendo de sitios que no debería. Y entonces un pensamiento aún peor me golpea.
—¿Y si alguien se la ha llevado? —grito, mientras mi ritmo cardíaco aumenta por segundos.
—Oh, estoy segura de que eso no ha ocurrido. El colegio es muy seguro —me dice la directora.
Y, aun así, Evelyn ha logrado salir.
—¿Muy seguro? Tienen a una niña desaparecida —grito al teléfono mientras empiezo a entrar en pánico—. ¿Han llamado a la policía?
—Bueno, no… Primero queríamos comprobar si estaba allí. Si un niño se escapa, suele ser para volver a su casa.
—¡Le acabo de decir que no está aquí!
Esto no puede estar pasando. ¿Dónde está mi hija?
Después de decirle a la directora que siga buscando, cuelgo y marco al instante el número de la comisaría del pueblo. Es muy pequeña porque aquí nunca hay delitos, al menos no desde lo que hizo Fern Devlin, pero es un punto de partida y pueden pedir refuerzos a Carlisle, la ciudad más cercana, si es necesario. Sin embargo, rezo para que no haga falta. Corro hacia la ventana, con la esperanza de ver a Evelyn caminando hacia la puerta principal con su mochila. Ni siquiera me enfadaría con ella por haberse ido del colegio, solo me alegraría de que estuviera bien. Pero no la veo fuera, así que tengo que avisar al agente que responde a mi llamada de que hay una niña desaparecida en el pueblo.
Si se tratara de un adulto, la preocupación sería mucho menor, pero, dada la edad de Evelyn, se toman medidas de inmediato y me aseguran que todos los que puedan ayudar estarán buscándola por el pueblo. Mientras me pongo el abrigo y salgo corriendo de casa, desesperada por unirme a la búsqueda, siento que tengo que hacer algo más. Mi red de apoyo es limitada, se reduce prácticamente a la gente de este pueblo, y la mayoría solo sienten lástima por mí. No cuento con mis antiguos amigos, que poco a poco dejaron de responder a mis mensajes, sin duda porque mi presencia les incomodaba y yo era el tema tabú del grupo. Con mi familia también ha ocurrido algo parecido, aunque tengo que asumir parte de la culpa. La vergüenza que siento no solo por haber tenido una aventura, sino por haber ido a la cárcel, aunque luego fuera exculpada, hace que me resulte más fácil evitar a las personas de mi pasado y sumirme en mi propia autocompasión que enfrentarme a las opiniones que puedan tener sobre mí. Sin embargo, hay alguien que podría ayudarme, así que llamo a una persona que ya ha acudido en mi rescate antes. Será la primera vez que hablemos en años, y puede resultar incómodo, pero en un momento como este hay cosas mucho más importantes de las que preocuparse.
—¿Hola? —contesta una voz ronca al otro lado, y su voz suena peor de lo que recordaba.
