El marido de mi hija - Daniel Hurst - E-Book

El marido de mi hija E-Book

Daniel Hurst

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Beschreibung

Se va a casar con el hombre de sus sueños. Pero ¿pagará el precio con su vida? Mi hija, Ellie, avanza por el pasillo, preciosa con su vestido de encaje hasta los pies y radiante de felicidad. Mientras intercambia sus votos con Kyle, deslumbrante con su elegante traje negro, solo puedo esperar que esta vez todo sea distinto… Mientras la lluvia de confeti cae sobre los hombros de la feliz pareja, intento convencerme de que Kyle Beaumont es un hombre bueno, nada que ver con el exnovio de Ellie, que quiso matarla. Sin embargo, apenas unos días después de la ceremonia, descubro una carta, y mi mundo se viene abajo al darme cuenta de lo que esconde mi yerno. Ellie corre peligro, y su pasado está a punto de alcanzarla. Pero soy su madre y no me detendré ante nada para protegerla… --- «Totalmente adictivo, lo leí de una sentada. Me encantó el giro explosivo e inesperado del final… Me tuvo en vilo, mordiéndome las uñas con el corazón a mil por hora… Un thriller trepidante, imposible de soltar y lleno de giros sorprendentes». Bookworm86 ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡Dios mío… lo devoré! ¡Esos giros tan inesperados me dejaron completamente descolocada!… Merece mucho más que cinco estrellas, es una lectura imprescindible». Heidi Lynn's Book Reviews ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡Me encantó!… Te garantizo que no podrás dejarlo hasta que llegues al final… Fantástico». Blue Moon Blogger ⭐⭐⭐⭐⭐ «Es una lectura trepidante y llena de suspense». Robin Loves Reading ⭐⭐⭐⭐⭐ «Una historia adictiva que engancha desde el principio… Pura diversión… Ameno, con ritmo ágil, intriga y drama». Openbook Posts ⭐⭐⭐⭐⭐

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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El marido de mi hija

Daniel Hurst

El marido de mi hija

Título original: My Daughter’s Husband

Copyright © Daniel Hurst, 2023. Reservados todos los derechos.

© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción: Daniel Conde Bravo, © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1408-6

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.

First published in the English language in 2023 by Storyfire Ltd, trading as Bookouture.

PRÓLOGO

¿Qué será lo que tiene mi hija Ellie? ¿Por qué parece sentirse atraída por hombres tan peligrosos?

¿O quizá sea al revés, que sean esos tipos de hombres los que se sientan atraídos por ella?

La primera vez lo achaqué a la mala suerte. Daryl, el antiguo novio de mi hija, un californiano encantador, resultó ser letal, pero fui capaz de detenerlo justo a tiempo. Después de aquello, supuse que la vida amorosa de mi hija no sufriría más dramas, exceptuando ese tipo de situaciones habituales, como que se cabreara porque algún chico que le gustase no le contestara un mensaje o que una pareja nueva dejase la tapa del váter levantada y la hiciera enfadarse por esa clase de conflictos domésticos de poca importancia.

La verdad, esperaba que las relaciones de mi hija en el futuro fueran mucho más sencillas de lo que lo fueron en el pasado.

Un rayo no puede caer dos veces en el mismo sitio, ¿verdad?

Me imaginaba que la historia no podría repetirse. Cuando Ellie me contó que había conocido a un hombre nuevo, si bien sentí un poco de ansiedad, me dije a mí misma que esta vez sería diferente, razón por la cual me aseguré de dar una calurosa bienvenida a mi hogar a aquel joven apuesto y encantador. Fue por esa misma razón por la que, tras apenas seis meses de noviazgo, di mi visto bueno para que mi hija se casara con su nuevo amor.

En el momento en el que le pidió matrimonio a Ellie, habían pasado cinco años desde su aventura tórrida con su peligroso amante americano. Mi hija había madurado y adquirido experiencia en todos los ámbitos de la vida, y por eso yo estaba segura de que casarse y sentar la cabeza no solo era lo correcto para ella, sino también lo mejor que le podía pasar.

Una boda de ensueño. Una luna de miel perfecta. La estabilidad de un hogar juntos. Y luego, con el tiempo, un nuevo miembro en la familia, un niño o una niña que alegrara la vida de mi hija y, para mí, un nieto al que querer, alguien que me mantuviera viva, igual que mi hija lo hizo conmigo, mientras yo iba envejeciendo.

Al menos, esa era la idea que yo tenía en la cabeza. Pero bueno, es que en la cabeza, las cosas siempre son perfectas, ¿verdad? En nuestros sueños solo elaboramos planes donde todo sale bien al final y no hay lugar para las imperfecciones. Por desgracia, eso no es la vida real, y los sueños no siempre se convierten en realidad. Es más, como he descubierto hace poco, para mi desgracia, un rayo sí que puede caer dos veces en el mismo sitio.

El novio americano de mi hija resultó ser una pesadilla. Pero su marido inglés no es diferente. Dos hombres, los dos mentirosos y con intenciones ocultas de hacerle daño a mi hija.

¿Por qué siempre tengo que descubrirlo tan tarde?

Quizá la primera vez, a pesar de todo, tuve suerte. Lo averigüé justo a tiempo y, gracias a ello, pude detenerlo antes de que le hiciera nada a Ellie. Pero ¿y esta vez?

Tengo la sensación de que he llegado demasiado tarde.

Esto es diferente. La última vez, el cadáver del novio de mi hija significaba ponerle un fin a todo.

En esta ocasión, el cadáver del marido de mi hija significa que las cosas no han hecho más que empezar.

¿Por qué lo sé? Porque ahora mismo no tengo la menor idea de dónde está mi hija. Lo que sí que sé es que en estos momentos, mientras se llevan el cuerpo de su marido, la policía considera a Ellie una posible sospechosa de su muerte.

Pero también me consideran a mí.

¿Qué está pasando?

¿Dónde está mi hija?

¿Sigue viva?

¿Por qué, después de lo que sucedió con su novio, su marido ha resultado ser igual de peligroso?

ANTES

Capítulo 1

DAWN

Todo lo que cualquier persona querría tener el día de su boda es un poco de sol. Sé que mi hija no es una excepción, y por eso, junto a su futuro marido, han optado por pronunciar sus votos en un lugar que prácticamente garantiza cielos azules y temperaturas cálidas.

En lugar de arriesgarse con el clima británico, impredecible y a menudo decepcionante, la pareja que está a punto de casarse ha pedido a todos sus invitados que se unan a ellos en la soleada Turquía, en un caluroso día de julio. Se trata de un lugar con un clima que se ríe del verano inglés, húmedo y ventoso.

Contemplando las aguas tranquilas y azules del Mediterráneo desde el balcón de este hotel de Antalya, reflexiono sobre lo sorprendentemente distinto que fue el día de mi boda, hace ya muchos años. Cuando me puse mi vestido blanco y caminé hacia el altar para casarme con el hombre de mis sueños, era un gélido día de invierno en Suffolk, el condado inglés en el que nací y el lugar donde decidí casarme tan solo porque era la opción más barata. El concepto de casarse en el extranjero y pedir a familiares y amigos que se suban a un avión y vuelen hasta otro país no existía entonces, o al menos no para la gente que iba sobrada de amor pero justa de dinero. Aunque nada me habría gustado más que casarme con el sol calentándome la espalda y viendo yates meciéndose al ritmo de las olas del mar frente a mí, la realidad era que Sean y yo quisimos darnos el sí quiero de la forma más sencilla y económica posible. Y así lo hicimos. Pronunciamos nuestros votos en la iglesia donde mis padres lo habían hecho años atrás, y luego fuimos a la sala multiusos del centro recreativo del barrio, donde nos hartamos de champán barato y canapés más baratos todavía, y eso fue todo. Ni siquiera nos fuimos de luna de miel, porque Sean debía volver a su trabajo en una obra y yo tenía que hacer un turno en el mío. Pero nos daba igual, porque teníamos clarísimo lo que queríamos construir.

Ya teníamos nuestro propio hogar, un adosado modesto, sin lujos pero acogedor.

Lo que queríamos era formar una familia que terminara de llenarlo.

En vez de fundirnos todo lo que teníamos en nuestra boda, nos guardamos un poco de dinero para el bebé que deseábamos tener.

Nueve meses después de nuestra noche de bodas, nació Ellie.

Nunca olvidaré la imagen de mi hija cuando una matrona me la entregó en aquella habitación de hospital tras un parto extenuante, durante el que Sean estuvo en todo momento a mi lado. Pero tengo la sensación de que tampoco voy a olvidar su aspecto cuando la vea dentro de un momento; estoy como loca por verla con su vestido blanco.

Miro hacia las puertas de cristal que hay detrás de mí, pero Ellie aún no ha salido, lo que significa que debe andar liada con los últimos preparativos, quizá dejando que la maquilladora le dé los últimos retoques. Echo un vistazo al reloj y compruebo que aún faltan diez minutos para la hora programada para que empiece la ceremonia, así que vamos bien de tiempo.

Asomada al balcón, puedo observar desde aquí la terraza que queda por debajo del mismo, en la que se va a celebrar la boda, y eso me permite comprobar que todo el mundo está en posición. Veo la parte superior de las cabezas de todos los invitados, los hombres con trajes elegantes y las mujeres con vestidos coloridos, y apuesto a que muchos de ellos se alegran de que esta ceremonia se celebre por la mañana y no unas horas más tarde, cuando el sol esté más alto y el mercurio del termómetro se dispare. Para cuando las temperaturas empiecen a ser incómodas, sin embargo, todos nos habremos retirado al interior, a la sala climatizada, donde comeremos y beberemos y donde se pronunciarán los discursos y se bailará sin parar mientras el sol empieza a ponerse en el exterior.

Mirando desde el balcón hacia los invitados reunidos en la terraza, no me dedico a contar a todos los asistentes, pero soy muy consciente de que no me costaría demasiado hacerlo si quisiera. Se trata de una ceremonia bastante pequeña, y existen varios motivos que explican el número reducido de personas aquí reunidas. Ellie y yo formamos parte de una familia pequeña, así que no teníamos muchos primos, tías o tíos a los que invitar. El grupo de amigas de Ellie también es bastante escaso: dos amigas íntimas que, como mi hija, también se están preparando en estos instantes en sus habitaciones, con sus vestidos de damas de honor a juego. Ellie es parecida a mí en ese sentido, prefiere un círculo reducido de amigas antes que una red más amplia de conocidos varios. Al mirar hacia abajo, veo a dos de mis amigas en sus asientos. Ellie invitó muy amablemente a mis queridas Maggie y Tanya para que yo tuviera algo de compañía durante el día mientras ella estuviera ocupada con todas las obligaciones típicas de una novia en el día de su boda, y me siento muy agradecida porque ambas mujeres aceptaran las invitaciones y hayan volado hasta este lugar para disfrutar de unas pequeñas vacaciones. Pero no están aquí solo para hacer bulto porque, como son mis amigas más antiguas, conocen a Ellie desde que nació y, de alguna forma, es como si fueran tías para mi hija, aunque no en el sentido convencional de familia por consanguineidad.

Aunque es estupendo tener hoy conmigo a mis dos mejores amigas, hay otra mujer que podría haber estado sentada junto a ellas si hubiera elegido hacer las cosas de otra manera. Esa sería Kirsty, mi tercera mejor amiga. Al menos, así la consideraba yo hasta que decidió vender una historia a la prensa cuando ocurrió todo lo del novio americano de Ellie hace cinco años.

Jamás en la vida seré capaz de olvidar aquellos reportajes en las portadas de los periódicos en los que divulgaba detalles íntimos sobre Ellie y sobre mí, ofreciendo datos personales que añadían color a la historia de cómo ambas podíamos haber muerto en Los Ángeles a manos de Daryl, la peligrosa pareja de mi hija. Mi amiga se aprovechó del vínculo tan estrecho que tenía con nosotras, anteponiendo el dinero a la amistad, y desde entonces no he vuelto a hablar con ella. Nunca podré perdonarle que nos hiciera algo así, y esa es la razón por la que no está aquí ahora, disfrutando de este sol tan agradable. Está en el Reino Unido en estos instantes, y la última vez que miré la aplicación del tiempo, allí estaba lloviendo.

¡Ja!

Dejo de mirar a mis dos amigas para echar un vistazo al resto de los invitados, aunque no son muchos porque, al igual que la novia, el novio también tiene un círculo reducido de seres queridos. De hecho, decir eso es quedarse corto, porque ha traído incluso a menos gente que Ellie. Hay un hombre mayor, que es su padre, y luego está un chico de unos treinta años, que es el padrino. Eso es todo.

El novio está de pie en el lugar que le corresponde, el altar, junto al funcionario del registro, el oficiante. Está guapísimo con su elegante traje negro. Parece un poco nervioso, pero eso es algo totalmente comprensible. Una persona no se casa todos los días, y yo sé que estará inquieto, deseando que todo vaya sobre ruedas. Estoy segura de que así va a ser, igual que también sé que Ellie se va a casar hoy aquí con un buen hombre.

Todos siguen esperando a que mi hija haga acto de presencia, y mientras tanto medito sobre lo feliz que la ha hecho el hombre con el que está a punto de contraer matrimonio en el poco tiempo que han compartido juntos, pues no hace demasiado que se conocen. Solo hace seis meses que Ellie me contó que había empezado a salir con un chico, y solo han transcurrido cuatro desde que lo conocí. Pero, al igual que cualquier persona que conoce a Kyle Beaumont, me causó una gran impresión desde el minuto uno.

Es alto, moreno y tiene una belleza arrolladora, pero también cuenta con la cortesía, amabilidad y humor necesarios para equilibrar su atractivo y evitar que se le pueda tildar de arrogante. Kyle es un hombre que derrocha confianza en sí mismo, exitoso, pero humilde. Tiene treinta y dos años, por lo que tiene tres años más que Ellie. El hecho de que mi hija vaya a entrar en la treintena en el próximo año me hace sentir muy mayor.

Bueno, eso por un lado, pero también está la circunstancia de que yo voy a cumplir cincuenta.

No quiero que pensar en los años que tengo me impida disfrutar de este momento, así que trato de quitarme de la cabeza la idea de que la vida pasa muy rápido. Estoy a punto de darme la vuelta para echar un vistazo hacia las puertas de dos hojas que tengo detrás de mí, con la esperanza de que Ellie esté ya lista, pero, justo en ese momento, oigo una voz que proviene precisamente de ahí.

—¿Qué te parece, mamá?

La voz de Ellie sugiere que ya está preparada para su gran día, y cuando me doy la vuelta y la miro, tengo la confirmación de que así es. Y es que veo a mi niña radiante con un vestido blanco que cae con suavidad y elegancia. Basta con verla como una de aquellas princesas de los cuentos que le solía leer cuando era pequeña para que se me llenen los ojos de lágrimas.

—¡Dios de mi vida, estás preciosa! —grito mientras me acerco a la novia, que se ruboriza. Solo las lágrimas que intento contener empañan la imagen impresionante de mi preciosa hija.

—¿Tú crees? —pregunta Ellie, que obviamente no está tan convencida como yo, aunque no hay razón para que dude de su aspecto, porque luce increíble, algo de lo que por otro lado yo estaba segurísima.

—¡Pues claro, estás espectacular! —le aseguro, mientras me limpio los ojos con delicadeza y rezo para que no se me corra el rímel, aunque he optado por uno resistente al agua porque estoy segura de que voy a llorar mucho durante el día de hoy.

—¿Está todo el mundo listo? —me pregunta Ellie a continuación.

Pero, antes de que pueda responderle, uno de los organizadores del evento viene a decirnos que todo el mundo está ya en sus asientos, preparados para que comience la ceremonia. Sé que podría decirle a Ellie que echara un vistazo rápido por el balcón para ver a los invitados por sí misma, pero no lo hago para evitar que vea también a Kyle. Creo que será más mágico que la primera vez que lo vea sea cuando camine hacia él por el pasillo.

—¿Lista para casarte? —le pregunto a mi hija. Las lágrimas vuelven a obstaculizar mi visión, y Ellie parece nerviosa mientras asiente con la cabeza; acto seguido, nos dirigimos hacia el interior del hotel y bajamos las escaleras hasta el lugar donde nos están esperando las damas de honor. Las dos amigas, que rebosan glamour vestidas de rosa, se emocionan igual que yo al ver a Ellie vestida de novia. Después, todas tomamos nuestras posiciones para que empiece la ceremonia. Y eso quiere decir que es el momento de que mi hija tome mi brazo y que el evento comience.

En cuanto mi brazo derecho se entrelaza con el izquierdo de Ellie, pienso en lo que daría por que fuera su padre el que estuviera en mi lugar. Sean, mi difunto marido, debería ser la persona que estuviera haciendo esto, porque ese es el sueño de todo padre. Por desgracia, el destino nos jugó a todos una mala pasada con respecto a eso. Hace ya nueve años que sucumbió a un tumor, que nos lo arrebató cruelmente cuando estaba en la flor de la vida, pero, cada día desde su fallecimiento, madre e hija hemos estado siempre la una al lado de la otra, afrontando con valentía cualquier otra cosa que el destino nos pudiera deparar. La tragedia de perder a su padre cuando apenas tenía veinte años hizo que Ellie se distanciara de mí, y nuestra relación fue muy tensa durante un tiempo. Pero volvimos a estar muy unidas tras lo que ocurrió en Estados Unidos con su novio y el padre de este hace cinco años, y aunque fuera un poco lamentable que hiciera falta que yo salvara la vida de mi hija para restablecer nuestro vínculo, este vuelve a ser ahora inquebrantable.

Cuando empieza a sonar la música y después de que las damas de honor se nos adelanten, Ellie y yo salimos a la luz del sol y nos preparamos para ver a todo el público aquí congregado. Mientras lo hacemos, me aseguro de ser muy consciente del momento que estoy viviendo para poder saborear cada segundo de este día tan feliz, no solo porque va a pasar muy rápido, sino porque hubo un momento en el que temí que no llegaría a vivirlo.

Daryl, el infame novio americano de Ellie, intentó matar a mi hija y casi lo consigue. No lo hizo porque yo intervine, matándolo para salvarla. Estuvo a punto de lograrlo porque su padre, Harvey, encubrió los delitos anteriores de su hijo y, al final, terminó en la cárcel por él.

Era un padre que haría cualquier cosa por su hijo, y esa es una historia muy conocida, algo que siempre ha existido.

Mientras ese hombre perdió a su hijo y pagó por sus crímenes, mi hija sigue viva y se merece toda la felicidad que está viviendo en los últimos tiempos.

En cuanto a Harvey, aquel estadounidense apuesto que una vez me acogió en su casa de Los Ángeles, él es el único responsable de la situación que vive en la actualidad.

Que yo sepa, sigue en una prisión de California cumpliendo condena por pervertir el curso de la justicia.

Que siga siendo así por mucho tiempo.

Capítulo 2

HARVEY

—Prisionero 6723588-A, dé un paso adelante, por favor.

Reconozco la combinación de letras y números que componen mi identificación de prisionero, así que obedezco la orden y avanzo un paso para acercarme al guarda, que se encuentra frente a mí. Al llegar a su altura, se me acerca otro guarda por detrás y, cuando se pone a trastear con las esposas que rodean mis muñecas, comprendo que estoy a segundos de que me libere de ellas. Cuando lo hace, me conduce junto a su compañero a lo largo de un pasillo hasta llegar a una habitación, donde hay una mesa, sobre la cual se encuentra especie de documento y un recipiente de plástico lleno de cosas que reconozco, pues pertenecen a mi vida anterior a ser residente en este lugar.

Contemplo la ropa y los zapatos que vestía cuando me detuvieron, así como mi cartera, las llaves de casa y el reloj, junto con un boleto de lotería nacional que compré en una administración justo antes de que me encarcelaran. No recuerdo los números que elegí, pero ya da lo mismo porque, cinco años después, será demasiado tarde para reclamar cualquier premio que pudiera haber ganado.

Vamos, sería ya el colmo, lo que me faltaba: haber ganado una millonada y no estar a tiempo para cobrarla. Pero hay cosas en la vida mucho más importantes que el dinero. Eso lo tengo claro, no soy estúpido. Y también soy muy consciente de que hoy tengo la suerte de mi lado, lo cual confirmo cuando el hombre que se encuentra al otro lado de la mesa me dice que solo me queda firmar el documento que hay junto a mis pertenencias para poder marcharme de aquí.

Como no quiero perder ni un segundo más de mi tiempo, teniendo en cuenta todo lo que ya he perdido en los últimos años, cojo sin decir palabra el bolígrafo, garabateo mi firma y me giro para coger los objetos que se encuentran en el recipiente. Echo mano a mi cartera, la abro y le doy un repaso rápido para poder familiarizarme con su contenido. Veo mis dos tarjetas de crédito, aunque ambas están caducadas, y también mi carné de conducir y mi tarjeta de la seguridad social. Aparte de eso, solo hay un par de billetes de veinte dólares. Eso es todo, aunque, por suerte, tengo más dinero en mi antigua cuenta bancaria, a la que pronto podré acceder después de tanto tiempo sin sacar dinero de ella.

—Puedes coger tus cosas y cambiarte ahí dentro —me dice un guarda, así que cojo el recipiente y entro en una habitación pequeña, que cuenta con un banco de madera junto a una de sus paredes. Me siento en él y me cambio, deshaciéndome por fin con mucho gusto del mono naranja, que ha sido lo único que he podido llevar puesto desde que me convertí en un recluso de esta cárcel. Me siento mucho más cómodo en cuanto vuelvo a ponerme la camisa, los vaqueros y las zapatillas blancas. Una vez con el reloj en la muñeca, lo único que me queda por recoger es el boleto de lotería.

Echo un breve vistazo a los números antes de guardármelo en el bolsillo trasero. Aunque sé que lo lógico sería tirarlo, me apetece conservarlo, como recuerdo de la vida en libertad de la que disfrutaba antes de que todo cambiara de repente y acabara esposado, pasando cada día de mi vida rodeado de asesinos, violadores y ladrones y preguntándome si sobreviviría lo suficiente como para volver a ser un hombre libre. Pero sí, he logrado sobrevivir a mi estancia en prisión, y mientras me conducen hacia una puerta que está a punto de devolverme al mundo exterior, echo un breve vistazo por encima del hombro para contemplar este lugar por última vez. Me fijo en los barrotes de las ventanas y en las puertas de hierro que conducen a las celdas, abarrotadas de presos, y eso es ya más que suficiente para ser consciente de que no quiero volver a este sitio jamás. Cuando la puerta se abre, aspiro el aire fresco del aparcamiento de la prisión.

Estando en Los Ángeles, no era muy descabellado por mi parte que, al salir, esperara encontrarme con un día bonito y soleado en el sur de California. Pero no es el caso, porque el cielo está cargado de nubes oscuras y está lloviendo un poco, mojando ligeramente el asfalto que tengo a mi alrededor. Sin embargo, el tiempo no me va a fastidiar el ánimo, no ahora que por fin soy libre, y mientras camino hacia el coche rojo que está estacionado con el motor en marcha, me alegra mucho ver a la persona que me está esperando para recogerme y alejarme de este lugar.

La conductora del vehículo no es un miembro de mi familia ni una amiga, porque todos ellos cortaron lazos conmigo cuando me condenaron por mis delitos, y por mí que les den a todos, como si desaparecen. No, la conductora que hoy me espera para acompañarme es la única persona que ha estado a mi lado durante mi condena, escribiéndome y visitándome durante los cinco largos años que he pasado entre rejas.

—Hola, Harvey. ¡Madre mía, estás guapísimo hoy! Qué bueno verte con tu propia ropa, aunque debo admitir que echo un poco de menos el uniforme naranja.

Me siento en el asiento del copiloto junto a Clara, una mujer que empezó a escribirme poco después de que me condenaran. Nuestra historia, la mía y la de mi hijo, acaparó titulares importantes en Estados Unidos durante un tiempo. Aunque la mayoría de los que siguieron el caso condenaron mis acciones, varias personas fueron capaces de ponerse en mi lugar y ver las cosas desde mi punto de vista, y se pusieron en contacto conmigo para hacérmelo saber. Me aseguraban que había sido un buen padre y que solo había tratado de proteger a mi hijo. La mayoría de esas personas resultaron ser bastante excéntricas, y a mí me hacían gracia sobre todo las mujeres desesperadas, especialmente una de Seattle que me propuso matrimonio. Pero, entre disparate y disparate, hubo una carta que me encantó leer. Era de Clara.

Me escribió para expresarme que me consideraba un valiente por hacer lo que había hecho y que mis acciones demostraban lo buen padre que había intentado ser. Eso era justo lo que yo creía, por eso le contesté, y la comunicación pronto fue más allá de una simple correspondencia, hasta el punto de que Clara venía a verme todas las semanas durante el horario de visitas. Me declaró su amor justo cuando cumplí un año de mi condena, y yo le reconocí que también sentía algo por ella. Desde entonces no se ha separado de mí, levantándome el ánimo durante todo el tiempo que he pasado en la cárcel hasta hoy, el día en el que por fin puedo volver a la civilización.

—Gracias por recogerme —le digo, antes de volver a mirar los muros de la prisión—. Vámonos de aquí.

Clara pisa encantada el acelerador. Mientras contemplo la cárcel por el retrovisor y veo cómo se va encogiendo paulatinamente, me pregunta a dónde quiero ir.

—¿A mi casa o a la tuya? —me especifica, y tengo la impresión de que, después de tantos años de limitarnos a expresar el interés que tenemos el uno por el otro mediante la conversación o la escritura, ahora a ella le gustaría expresarlo de otra manera. Y por mí genial; vamos, faltaría más. Después de todo, han sido cinco años eternos y solitarios, sin más compañía que la de otros hombres. Sin embargo, hay algo que me gustaría hacer primero.

—Llévame al cementerio —respondo, intentando no sentirme demasiado abrumado al observar todos los edificios, coches y peatones que componen este rincón bullicioso de Los Ángeles—. Quiero visitar a mi hijo.

Clara lo entiende y conduce hacia el destino que le acabo de pedir, disimulando la decepción que pudiera sentir porque no vayamos a intimar de inmediato y comprendiendo que algunas cosas son más importantes que irnos juntos a la cama.

Cosas como la familia.

Cuando Clara me cuenta que ha tenido la amabilidad de llevar flores a la tumba de mi hijo todas las semanas desde que comenzamos nuestra relación, le doy las gracias, al tiempo que pienso en lo mucho que me habría gustado hacerlo por mí mismo. La verdad es que solo he estado una vez en la tumba de mi hijo, en el día de su entierro, y entonces iba esposado y flanqueado por varios policías.

Las gotas de lluvia golpean con más fuerza el parabrisas y se aproxima una tormenta, provocando que Los Ángeles no parezca tanto un destino turístico y sí más bien un lugar del que la gente querría escapar. Voy reflexionando sobre la sucesión de hechos que me condujeron a mi situación actual.

Todo comenzó cuando Daryl conoció a su novia británica por Internet. Después de hablarme de una chica inglesa llamada Ellie, de la que se había encariñado mucho a través de Internet, me preguntó si ella y su madre podían venir a visitarnos. Como no quería interponerme y fastidiar la felicidad de mi hijo, le contesté que sí, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba recogiendo a Ellie y a su madre, Dawn, en el aeropuerto de Los Ángeles. Las cosas empezaron bien entre los cuatro. A medida que nuestros hijos iban estrechando su relación, Dawn y yo nos fuimos entendiendo bien y conectando por el hecho de ser ambos padres solteros, pues tanto ella como yo habíamos perdido a nuestras respectivas parejas unos años antes. Pero luego las cosas dieron un giro inesperado cuando, poco después de que las dos inglesas se fueran bruscamente de mi casa y regresaran a su país, alguien le diera un chivatazo anónimo a la policía de Los Ángeles, contándoles que Daryl podría haber tenido algo que ver con la desaparición de Aubree Parker, una joven estadounidense que llevaba un tiempo desaparecida en esta ciudad. Cuando la policía llegó a la puerta de mi casa, mi hijo entró en pánico y me lo confesó todo. Había matado a Aubree, una chica con la que había ido al instituto, y luego la enterró en un rincón apartado de todo en medio del desierto, el mismo sitio en el que yo le había propuesto matrimonio a su madre unos años antes. Daryl supuso que Dawn habría encontrado la foto que se hizo con Aubree en nuestra casa pocas horas antes de que desapareciera, y que por eso llamó a la policía y nos la mandó a casa. Nadie sabía que esa chica había estado con nosotros aquel día, pero, tras el chivatazo, la policía lo descubrió.

Después de confesarme que la había matado, mi hijo solo me dejó dos opciones.

Podía entregarlo a los policías que estaban llamando a la puerta de mi casa.

O podía comportarme como un padre debe comportarse y ayudarlo.

Opté por lo segundo, sobre todo porque en aquel momento entendí que mi hijo había heredado de mí sus tendencias violentas hacia las mujeres. Aunque ni él lo sabía entonces ni ninguna otra persona lo sabe hasta el día de hoy, hace unos años yo maté a Jodie, mi mujer y madre de Daryl, envenenándola y logrando salir indemne de ello. Por eso tuve claro que mi hijo debió heredar ese comportamiento violento hacia el sexo femenino. El único problema fue que él no pudo ocultar sus huellas con tanta eficacia como yo lo hice con su madre, así que, para desviar la atención que la policía había centrado inicialmente en mi hijo, les conté que había sido yo el que mató a Aubree y, para demostrarlo, los llevé hasta el lugar donde estaba enterrada en el desierto.

Sí, yo iba a terminar en la cárcel, pero Daryl seguiría siendo un hombre libre. Le aconsejé que fuera más cuidadoso en el futuro, y él me aseguró que lo sería, pero en cuestión de días demostró que sus palabras no tenían mucho valor, porque viajó a Inglaterra para volver a ver a Ellie. Como yo había fingido ser la persona verdaderamente peligrosa para las mujeres, Dawn y Ellie sintieron que Daryl ya no suponía una amenaza, y lo acogieron en su casa. Pronto mi hijo reveló su personalidad real y, una noche, intentó matar a Ellie en un parque. Por desgracia para él, y también para mí, Dawn pudo salvar a su hija en el último segundo y mató a Daryl antes de que él pudiera acabar con Ellie.

En aquel momento, la gente comenzó a cuestionar la veracidad de mi confesión anterior, así que terminé admitiendo la verdad: que había encubierto a mi hijo en relación con la desaparición y el asesinato de Aubree, y que no fui yo quien acabó con su vida. Aceptaron mi versión, aunque aún no quedé en libertad porque me impusieron una nueva condena, esta vez por obstrucción a la justicia y porque, con mis acciones, había provocado que la familia de Aubree tardara más tiempo en conocer la verdad. Pero es evidente que es preferible una condena de cinco años a una cadena perpetua, y, ahora que ya la he cumplido, puedo empezar a mirar hacia delante en lugar de hacia atrás.

Ahora soy libre, y lo primero que quiero hacer es visitar la tumba de mi hijo.

Lo segundo, vengarme de las dos mujeres que ayudaron a que terminara ahí.

Dawn y Ellie podrían pensar que, tras cinco años, lo que ocurrió queda en el pasado.

Pero se equivocan.

Esto no ha terminado, ni mucho menos.

Esto no ha hecho más que empezar.

Capítulo 3

DAWN

Nunca he sentido que sea una persona especialmente tímida o cohibida, pero tengo la impresión de que, en estos momentos en los que todas las personas congregadas en la terraza están mirando en mi dirección, ese hecho ha cambiado. Sin embargo, aunque parezca que todos los ojos están puestos en mí, en realidad están posados sobre la mujer que camina a mi lado.

Miro a mi derecha y veo a Ellie resplandeciente con su vestido mientras avanzamos en dirección al altar. Como yo, parece un poco nerviosa, y por eso le susurro para recordarle que está guapísima: su sonrisa se hace un poco más grande al escucharme mientras se va acercando al hombre con el que está a punto de casarse. En cuanto a Kyle, su sonrisa es tan grande que parece que se le va a salir de la cara. Cuando llegamos su altura en al altar, tiene la mirada de un tipo que no puede creerse la suerte que tiene. En cualquier caso, por si le quedaba alguna duda acerca de lo privilegiada que es su posición, le susurro algo a él también, antes de separarme de la feliz pareja.

—Cuídala bien —le digo, en parte a modo de broma, fingiendo ser esa suegra temible que va a pasarse la vida vigilando todos sus movimientos. No lo soy, así que, bueno, lo digo solo por reírnos un poco. Aunque, en realidad, supongo que una parte de mí quería decirlo para expresar la naturaleza simbólica de lo que acabo de hacer.

Básicamente, le acabo de entregar a mi hija. Ya no soy la persona más importante del mundo para ella. Desde ahora lo será él, y aunque no puedo decir que mis obligaciones como madre hayan terminado oficialmente —porque eso jamás llegará a ocurrir del todo—, este es otro gran paso para que Ellie me necesite menos en su vida, a medida que empieza a formar su propia familia. Esa constatación, junto con la ausencia de su padre y el hecho de que no pueda ver lo preciosa que está nuestra hija en estos instantes, es la razón por la que las lágrimas se me vuelven a acumular en los ojos. Esta vez no hay forma de detenerlas, y comienzo a llorar.

Por fortuna, Maggie y Tanya, mis dos amigas con las que siempre puedo contar, me dan rápidamente unos pañuelos de papel, y me seco los ojos con ellos y busco mi lugar para sentarme. Los pocos invitados aquí reunidos empatizan con mis lágrimas; enseguida, el funcionario del registro da comienzo a la celebración. El escenario en el que tiene lugar no podría ser más perfecto.

La vista de la que disfrutan Ellie y Kyle cuando intercambian sus votos es impresionante: el mar se extiende infinito ante ellos, tan infinito como el amor que se profesan. Y, además, es que es increíble pensar que esta boda ha costado muchísimo menos de lo que lo habría hecho de haber sido celebrada en Inglaterra. Los precios de las bodas en nuestro país son astronómicos, ¿y qué obtienen a cambio las personas que los pagan? Desde luego, no disfrutan de unas vistas como estas, eso por descontado, y tampoco es muy probable que tengan la suerte de sentir una brisa marina fresca en sus caras. Ahora comprendo por qué Ellie tenía tanto interés en celebrar su boda aquí. En realidad, fue Kyle quien sugirió Turquía, y al principio yo tenía mis reservas, aunque era consciente de que yo no tendría la última palabra si llegaba el caso. Pero sí que le comenté a mi hija que ya suponía bastante estrés celebrar una boda en tu ciudad, así que no me podía imaginar lo que conllevaría hacerlo a cientos de kilómetros de distancia. Pero a Ellie enseguida empezó a gustarle la idea de que la ceremonia tuviera lugar en un sitio soleado. Cuando tuvieron eso claro, solo les quedó elegir la fecha.

Puede que me haya parecido un poco engorroso tener que subirme a un avión y volar durante cuatro horas para llegar hasta aquí, cargando con mi traje para la boda y tratando de calmar por el camino a la futura esposa, que estaba hecha un manojo de nervios. Pero ahora, contemplando este lugar, veo que ha merecido la pena. Además, un vuelo de cuatro horas es mucho más corto que el de once que tomé hasta Los Ángeles la última vez que Ellie dejó que su corazón se aventurara más allá de las fronteras inglesas.

Cuando comenzó su relación con Daryl, antes de que se descubriera que aquel chico era un psicópata, estaba convencida de que mi hija acabaría mudándose a Estados Unidos y de que yo solo podría verla una o dos veces al año, y eso en el mejor de los casos. Por supuesto ahora, en retrospectiva, habría aceptado que ocurriera eso mucho antes que lo que realmente sucedió. Pero como aquello queda ya en el pasado y Ellie ha conocido a su nuevo amor, no puedo decir que no me resulte ilusionante que planeen quedarse en Inglaterra y, lo que es aún mejor, que vayan a vivir muy cerca de mí.

Kyle ya tiene su propia casa, una vivienda de un tamaño considerable que está situada en la parte bonita de nuestra localidad, y en la actualidad, Ellie vive allí con él. Creo que su idea es quedarse en esa casa, y a mí me parece genial, porque está a solo quince minutos en coche de la mía y, además, tampoco está lejos del supermercado en el que trabajo, por lo que puedo tomarme un té con mi hija siempre que tenga tiempo para hacerlo. También será muy conveniente cuando llegue el momento en el que me pidan cuidar de algún nieto en el futuro. Pero, en fin, cada cosa a su tiempo.