El evangelio según Ezequiel - Margarita Burt - E-Book

El evangelio según Ezequiel E-Book

Margarita Burt

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Beschreibung

La salvación es iniciativa y obra de Dios realizada por amor a Su Nombre. ¡Esto es un pozo sin fondo de ESPERANZA! ¡Es un milagro! El Señor Dios Todopoderoso dice: "Yo buscaré al perdido". ¡Y lo encuentra! Envía su Palabra a huesos secos, y Su Espíritu a cadáveres muertos, y cobran vida, ¡y vida eterna! (Ez. 37). Lo he visto de cerca en mi propia familia y estoy maravillada. Convence de pecado al injusto; lo limpia, le da un nuevo corazón y pone su Espíritu en él para que obedezca su Palabra, y lleve una vida de plenitud y abundancia (Ez. 36). Lo convierte en templo suyo y le llena a rebosar de su Espíritu (Ez. 40-43). Fluyen ríos de agua viva por su vida bendiciendo su entorno (Ez. 47). Esta nueva vida desemboca en la Nueva Jerusalén (Ez.45-48) donde no estará sentado en una nube tocando una arpa, sino en una magnífica ciudad de justicia y productividad, donde las relaciones humanas serán hermosas y la relación con Dios, íntima y sublime, porque el nombre de aquella ciudad será: "Dios está allí", conviviendo con su pueblo (Ez. 48). ¡Y todo esto es para la gloria de su Nombre! ¡Tienes que descubrir este maravilloso libro! Te espera una aventura fascinante.

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“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado? Porque de Él, y por Él, y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén”

Romanos 11:33-36

Reconocimientos

En primer lugar, quiero darle las gracias a mi querido esposo que ha pasado horas corrigiendo estos escritos como devocionales, y ahora en forma de libro. Sin su ayuda, tanto con el texto como con el ordenador, habría sido del todo imposible.

Muchísimas gracias también a Juan Romero por su trabajo excelente y exacto como corrector. Su atención al detalle es fuera de serie. Que el Señor siga guardando su salud para que él pueda continuar sirviendo a su pueblo con los dones que Dios le ha dado.

Y agradezco el apoyo y el ánimo que he recibido de mis lectores de estos devocionales que han salido cada día como meditaciones diarias por medio del correo electrónico y también en Facebook y por WhatsApp.

El Comentario de Andamio, Comentario Antiguo Testamento, Ezequiel, por Christopher Wright, ha sido una ayuda tremenda y aclaratoria con muchos textos difíciles de entender; sobre todo, con su comprensión del Templo. Él ha suplido la llave para abrir el libro.

Y, finalmente, quiero dar muchas gracias al Señor por las hermanas del grupo de oración, que han sido un estímulo y respaldo para mí durante muchos años de mi vida cristiana. Sus oraciones han traído bendición a mi vida que se ve reflejada en las páginas de este libro.

Si quieres recibir un devocional diario de Margarita Burt

por email, puedes solicitarlo enviando un correo a:

[email protected]

Publicaciones Timoteo 

Alts Forns nº 68, Sót. 1º

08038 Barcelona

[email protected]

El evangelio según Ezequiel

© 2017Margarita Burt

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización por escrito del editor.

Diseñado por: Sr. y Sra. Wilson

Depósito Legal: B. 15729-2017

ISBN: 978-84-947215-4-0

Maquetación ebook: Sonia Martínez

© Publicaciones Timoteo 2017

1ª Edición Junio 2017

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

Para situarnos

PRIMERA PARTE: LA LLAMADA DE EZEQUIEL (EZEQUIEL 1:1-3:27)

1. Ezequiel

2. La preparación de un siervo de Dios

3 Visión y llamado

4. La visión, el llamado y la palabra

5. La visión, el llamado, la palabra y la obediencia

6. El contenido del mensaje

7. Dios prepara a Ezequiel

8. ¡Tenemos que dar cuentas!

9. ¡Tenemos que perseverar!

10. Su libertad y la nuestra

SEGUNDA PARTE: EL PECADO DE JERUSALÉN Y SU DESTRUCCIÓN (EZEQUIEL 4:1-24:27)

11. Dios habla a través del mimo

12. Profetizando a través del mimo

13. Rapado y avergonzado

14. La idolatría

15. ¡Se acabó!

16. La relación del profeta con Dios

17. ¡Judaísmo convertido en paganismo!

18. Cosas aún más detestables

19. Paganismo mezclado con el culto a Dios

20. Castigo y abandono

21. Dios abandona su templo

22. Acerquémonos

23. Juicio sobre funcionarios del estado

24. Pertenecer al remanente

25. Un corazón de carne

26. Un nuevo corazón

27. Dios, nuestro santuario

28. Casa rebelde

29. El empeño de Dios

30. Profecía cumplida pronto

31. Falsos profetas

32. Para consultar a Dios

33. Ser útil

34. La parábola de la relación de amor entre Dios e Israel

35. La parábola del águila y la vid

36. Conversión y elección

37. Elección hasta el último momento

38. Cómo volver a Dios

39. Conversión significa cambio

40. La conversión y el pasado

41. Salvación por gracia

42. El deseo más profundo de Dios

43. Endecha fúnebre

44. Repaso histórico

45. Tu repaso histórico

46. Dios purga a Israel

47. La gran sorpresa: ¡Restauración!

48. La fidelidad de Dios a su nombre

49. El siguiente rey

50. Los pecados de Jerusalén

51. La fealdad del pecado

52. Lo que el profeta tiene que vivir

TERCERA PARTE: EL JUICIO DE DIOS SOBRE NACIONES EXTRANJERAS (EZEQUIEL 25:1-32:32)

53. El testimonio de Dios en el mundo

54. El propósito del castigo de Dios

55. El juicio de Dios contra Tiro

56. Lamento por la caída de Tiro

57. Contra el príncipe de Tiro

58. Detrás del rey de Tiro

59. El juicio de dios contra Egipto

60. Derrota, muerte y después

61. La soberanía de Dios entre las naciones

CUARTA PARTE: ESPERANZA Y RESTAURACIÓN (EZEQUIEL 33:1-39:29)

62. El atalaya

63. Gracia para el arrepentido

64. Discutir con Dios

65. Fe falsa

66. Los pastores

67. Los pastores

68. Dios mismo como pastor

69. Dios juzga entre oveja y oveja

70. El príncipe de los pastores

71. El pacto de paz

72. Bien cuidadas

73. ¡El rey viene!

74. “Mía es la venganza”

75. Dios vindica a su pueblo

76. Dios defiende su santo nombre

76. Por amor a su nombre

77. El valle de los huesos secos

79. La palabra y el Espíritu

80. Nacer del Espíritu

81. Un pueblo, un rey

82. Jesús, el profetizado

83. El evangelio según Ezequiel (1)

84. El evangelio según Ezequiel (2)

85. El evangelio según ezequiel (3)

86. Gog, príncipe soberano de Mesec y Tubal

87. Gog y Magog

88. El futuro inmediato

QUINTA PARTE: ISRAEL RESTAURADA A LA TIERRA PROMETIDA (EZEQUIEL 40:1-48:35)

89. El cumplimiento de la profecía

90. La vida del profeta

91. La visión del templo

92. El recorrido de Ezequiel por el templo

93. El regreso de la presencia de Dios

94. El templo que la gloria de Dios llenó

95. El templo y la santidad

96. El centro de la gloria de Dios

97. El altar en tu templo

98. Limpieza continua

99. El templo (1)

100. El templo (2)

101. Dos clases de servicio

102. La heredad de los sacerdotes

103. Resumiendo: Los resultados del regreso de Dios

104. El río, la tierra y la ciudad

105. El río

106. La organización y el gobierno de la tierra

107. La tierra (1)

108. La tierra (2)

109. La ciudad (1)

110. La ciudad (2)

11.1 La ciudad (3)

112. Nuestra herencia

113. Lo que nos espera

114. Jerusalén, la esposa

115. Jerusalén, el lugar de consuelo

116. Jerusalén, hogar gozoso

CONCLUSIONES Y REFLEXIONES: ISRAEL RESTAURADA A LA TIERRA PROMETIDA (EZEQUIEL 40:1-48:35)

117. Resumen de la vida de Ezequiel

118. Desorden

119. Orden perfecto

120. Resumen de Ezequiel (1)

121. Resumen de Ezequiel (2)

122. Resumen de Ezequiel (3)

123. Aplicando el libro de Ezequiel a nuestras vidas (1)

124. Aplicando el libro de Ezequiel a nuestras vidas (2)

125. Preguntas de aplicación (1)

126. Preguntas de aplicación (2)

127. Versículos favoritos de Ezequiel (1)

128. Versículos favoritos de Ezequiel (2)

129. Lo que fue revelado a Ezequiel en forma de semilla

130. Los profetas (1)

131. Los profetas (2)

132. La paciencia y la oración

133. Nota para los que tienen una teología diferente

PRÓLOGO

POR DAVID BURT

Unos pocos días antes de su pasión y muerte, Jesús se encontró en el templo de Jerusalem, enzarzado en fuertes debates con los escribas y fariseos. Después de denunciar la hipocresía de ellos (Mateo 23:1-36), pronunció un desgarrador lamento sobre la ciudad: “¡Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas, y apedreas a los que te han sido enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos bajo las alas, y no quisisteis! He aquí vuestra casa os es dejada desolada”. (Mateo 23:37-38). Esta última frase admite dos acepciones: por un lado, sugiere y anticipa la profecía de la destrucción del templo, que Jesús está a punto de comunicar a sus discípulos (Mateo 24:1-2); por otro, indica que el “Dueño de la casa” ha salido de ella, abandonándola, o está a punto de hacerlo. El doble significado de la frase es que la casa, el templo, ya no tiene inquilino y, de aquí a poco, será destruida.

Acto seguido, Jesús mismo sale del templo. Notemos cómo Mateo describe su salida: “Y saliendo Jesús, se iba del templo” (24:1). El uso de dos verbos (“saliendo”, “se iba”) es, en realidad, una redundancia. Habría bastado con decir: “saliendo Jesús del templo”, o “cuando Jesús se iba del templo”. Pero, con esta repetición, el evangelista enfatiza el hecho, como si dijera: “Se va, se va, míralo, se va”.

Seis siglos antes, el profeta Ezequiel había tenido una visión. En ella, vio cómo la gloria shekinah de Dios se iba ausentando del templo antes de la invasión babilónica de Jerusalem. No salió de golpe, sino poco a poco: primero, se levanta por encima de los querubines en el arco del pacto y se dirige al umbral de la puerta (Ezequiel 10:4); luego, montada sobre los querubines vivientes, deja el umbral del templo y se va a la puerta oriental que daba entrada al recinto del templo (10:18-19); y, finalmente, abandona no solamente el templo, sino también la misma ciudad de Jerusalem, y se posa “sobre el monte que está al oriente de la ciudad” (11:23). La gloria de Dios “¡se va, se va, mírala, se va!”.

Ahora, la historia se repite. Antes que los babilonios llegaran a destruir el templo en el año 586 a. C., la gloria de Dios lo abandonó; y, antes que los romanos llegaran a destruir el templo en el año 70 d. C., la gloria de Dios volvió a abandonarlo. Pero ya no lo abandona en forma de una luz resplandeciente, sino en forma del Hijo de Dios, quien es “el resplandor de su gloria y la imagen misma de su ser” (Hebreos 1:3). Y, por si acaso no hubiéramos captado el paralelismo entre los dos pasajes, Mateo nos informa que Jesús, al salir del recinto del templo, se dirigió enseguida con sus discípulos al monte de los Olivos (24:3), que es precisamente “el monte que está al oriente de la ciudad”.

En otras palabras, Jesús está siguiendo la misma ruta que siguió la gloria shekinah en la visión de Ezequiel, y Mateo nos lo señala por medio de los énfasis de su narración. Jesús está repitiendo deliberadamente el patrón establecido en el siglo VI a. C., o, como lo diría el propio Mateo, lo está “cumpliendo”. Lo cual quiere decir que Jesús vislumbraba que el tema esencial del libro de Ezequiel, como el de todas las demás Escrituras, era él mismo (cf. Lucas 24:27).

Sirva este ejemplo como botón de muestra de lo que el lector hallará ampliamente demostrado en este libro de mi esposa: que el libro de Ezequiel, que parece tratar asuntos lejanos que poco tienen que ver con nosotros, en realidad está repleto de revelaciones acerca del evangelio cristiano y acerca de la persona de nuestro Mesías y Salvador.

Yo he tenido el privilegio de ser testigo de cómo este libro se le fue abriendo a Margarita. Una y otra vez venía emocionada para enseñarme un nuevo descubrimiento de cómo “todo encajaba” y cómo el texto de Ezequiel, anclado en duras circunstancias del pasado, es absolutamente relevante para el día de hoy, además de abrir ventanas de gloria y esperanza para el día de mañana. Es nuestro profundo deseo que esta misma sensación de descubrimiento emocionante y revelación asombrosa sea la experiencia de cada lector y cada lectora de este libro.

David F. Burt.

INTRODUCCIÓN

Para aquellos de nosotros que llevamos años estudiando la Biblia es una gozada cuando descubrimos todo un libro que antes no valorábamos. Claro, sabíamos que existía, lo habíamos leído, conocíamos sus versículos y capítulos más destacados, pero no conocíamos el libro como tal. Luego lo empezamos a estudiar en serio y, poco a poco, vemos el Cielo abriéndose, y un buen día decimos: “¡Pero esto es un tesoro! ¿Dónde ha estado toda mi vida? ¿Cómo es que nadie me ha alertado de la riqueza que hay aquí? ¡Esto es una mina!” Y redoblamos nuestros esfuerzos en estudiarlo. Nos hace ilusión. Nos levantamos por la mañana anticipando encontrarnos con Dios en sus páginas en un ámbito de santidad y gloria, y de humildad por nuestra parte ante la grandeza de la revelación que Dios dio a su profeta, y por medio de él, al mundo entero.

El tema de la escatología no nos interesa tanto (¡hablo por mí misma!). Esta la dejamos para los expertos y para los comentaristas preparados; lo que más nos interesa es conocer a Dios, cómo se mueve, cómo piensa, cómo actúa en medio del desastre humano, y lo que hace y hará para poner todo en orden; pero aún más que esto, nos interesa su glorioso Ser.

El libro de Ezequiel empieza con una visión de Dios, de su glorioso trono rodeado por seres espirituales, siempre en movimiento, en todos lugares a la vez, fuego, luz y resplandor, el resplandor de todos los colores del arco iris el día que llueve; y, en el centro de la luminosa gloria, “sobre la figura del trono se percibía la semejanza que parecía de Hombre sentado sobre él” (Ez. 1: 26). Esto ya ha captado nuestra atención, nos ha despertado a la verdadera realidad, ha llenado nuestra visión y movido nuestro corazón; en una palabra, nos ha cautivado. Este es el Dios al que adoramos, el que ocupa el Trono universal, el que descendió para andar en medio del horno de fuego ardiendo, cuya gloria brillaba por encima de la luz de las llamas, el mismo que se reveló siglos más tarde en un monte alto, “cuyo rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se hicieron blancas como la luz”. Este es el glorioso Ser que creó el universo y gobierna todos los países del mundo, el que ha determinado la historia de cada uno y el desenlace del conjunto, ¡y Él reina!

Estamos a punto de ver su intervención en Israel, y en Egipto, la potencia del mundo, y en el imperio babilónico, que subió para ocupar el lugar de prominencia por un breve periodo de tiempo. Veremos Su actuación en los países de alrededor, la justicia de sus juicios, y la gracia de su misericordia.

Veremos un poco de la vida de su profeta, de lo que cuesta tener tan alto honor para servir a este Dios. Y terminaremos con una revelación del carácter de la eternidad, de la “civilización” que nos espera y de su organización y orden, nuestra esperanza eterna. Y el libro termina con la frase que conmueve el corazón de Dios, con la realización de Su deseo más profundo, el de habitar Él en medio de su pueblo, rodeado de sus hijos, presente, eminente, cercano: “Dios con nosotros”. La última frase del libro es: “Y el nombre de la ciudad (donde vamos a vivir) desde aquel día será Yahweh-Sama, El Señor está allí”. Como dijo el Señor Jesús cuando llegó a sus amados discípulos en apuros e introdujo la calma: “No temáis, Yo Soy”. El que es, estará allí. Y así termina la historia del mundo y empieza la eternidad, con “El que Es”, y que está no en las nubes, sino en la Ciudad Amada.

PARA SITUARNOS

UN BREVE RESUMEN DE LA HISTORIA DE ISRAEL

Los patriarcas: La llamada de Abraham, el nacimiento de Isaac, la historia de Jacob y de sus 12 hijos y su traslado a Egipto (Génesis 12-50).

Moisés: Su nacimiento, la liberación de Egipto, el periodo de Israel en el desierto, la ley es dada, el Tabernáculo es construido (Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio).

Josué: la conquista de Canaán y la división de la tierra (Josué).

El periodo de los jueces (Jueces).

El reino unido: Saúl, David, Salomón (1, 2 Samuel; 1, 2 Reyes; 1, 2 Crónicas).

El reino dividido: Israel fue dividido en dos reinos bajo Roboam, el hijo de Salomón: el reino del norte, con su capital en Samaria, y el reino del sur, la casa de David, con su capital en Jerusalén. El reino del norte cayó ante Asiria en el año 722 a. C.; el reino del sur cayó ante Babilonia en el año 586 a. C. Durante el reinado de Salomón, el Templo fue construido; y fue destruido por los babilonios (Isaías, Jeremías, Lamentaciones).

Israel en el exilio: (Ezequiel, Daniel, Ester). Murieron casi todos los judíos que se quedaron en Jerusalén, los que no fueron al exilio. Los pocos que sobrevivieron se mezclaron en matrimonio con gentes de otras naciones, introducidas en Israel por los babilonios, que empleaban esta estrategia para evitar insurrecciones. Los descendientes de estos matrimonios mixtos posteriormente se llamaron los samaritanos. Dios preservó la nación de Israel en Babilonia. Los que regresaron fueron los judíos auténticos.

El regreso del exilio: la reconstrucción del Templo y de la ciudad, y la restauración de la vida en Israel bajo la ley de Dios. El Antiguo Testamento termina con Israel otra vez en su tierra bajo el gobierno de Ciro, emperador de Media-Persia (Esdras, Nehemías, Hageo, Zacarías, Malaquías).

El periodo entre el Antiguo Testamento y el Nuevo: Cubre unos 500 años en los que Israel fue dominado por poderes extranjeros. Fueron años muy oscuros en la historia de Israel. Los judíos se encontraron bajo el gobierno de Alejandro Magno de Grecia, de sus sucesores, y después bajo el dominio de Roma cuando nació el siguiente y último Rey de Israel. No hubo voz profética autorizada durante todo este largo tiempo hasta que Juan el Bautista rompió el silencio: “Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor”.

PRIMERA PARTE: LA LLAMADA DE EZEQUIEL (Ezequiel 1:1-3:27)

1EZEQUIEL 1

“El año treinta (de la vida del profeta), el cuarto mes, a cinco días del mes, aconteció que estando yo en medio de los cautivos, junto al río Quebar (en Babilonia), los cielos fueron abiertos y vi visiones de Dios”

Ezequiel 1:1

Según las notas de la NVI, los mensajes de Ezequiel datan entre los años 593-571 a. C. Fueron dados a los cautivos en el exilio en Babilonia. Ezequiel creció en una familia de sacerdotes que vivía cerca del templo de Jerusalén. En el año 597 a. C., con unos veinticinco años de edad, fue llevado cautivo a Babilonia, y en el año 593 a. C. fue llamado por Dios para ser profeta a su pueblo. Durante la primera parte de su ministerio proclamó básicamente el mismo mensaje que Jeremías: que el Templo y la ciudad de Jerusalén iban a ser destruidos debido al pecado y la idolatría del pueblo. Cuando llegó la noticia a Babilonia que el Templo, efectivamente, había sido destruido (586 a. C.), Ezequiel empezó a proclamar un nuevo mensaje de esperanza y restauración: Dios recogería a los israelitas de los confines de la tierra y los establecería en su tierra de nuevo. Las naciones que lo impedían serían juzgadas.

“A los cinco días del mes, el año quinto de la deportación del rey Joaquín, el sacerdote Ezequiel ben Buzi tuvo revelación expresa de Jehová en la tierra de los caldeos” (1:2,3). Los exiliados estuvieron muy lejos del Templo en Jerusalén, donde antes se encontraban con Dios. Creían que ya estaban separados de Él para siempre cuando, ¡maravilla de maravillas!, Dios se apareció a ellos allí en Babilonia por medio de la visión que dio al profeta Ezequiel. No podían acceder al Templo de Jerusalén, pero el Templo en el cielo seguía como siempre, Dios seguía reinando desde su trono celestial, gobernando al mundo, y esto es lo que reveló a su pueblo al abrir los cielos. A pesar de su cautividad, la realidad espiritual quedó sin cambiar: Dios seguía reinando aún, pese a las cosas horribles que estaban pasando en Jerusalén, que daban la impresión de que no. ¡Dios no se había olvidado de su pueblo! Les iba a seguir hablando por medio de su profeta.

Los cielos están cerrados para nosotros ahora. No podemos ver la realidad del trono de Dios, pero, si lo pudiésemos discernir en medio de los relámpagos, la luz deslumbrante, el fuego, las cuatro criaturas vivientes, las ruedas, y el esplendor, veríamos un trono de zafiro y una Figura, “una semejanza como la apariencia de un Hombre por encima de él” (1:26). Veríamos “a semejanza del arco que suele aparecer en la nube en día de lluvia, así era la apariencia de la refulgencia alrededor de él” (1:28). El profeta concluye: “Tal fue la visión de la apariencia de la gloria de Jehová. Cuando la vi, caí rostro en tierra”. Y si lo viésemos nosotros, haríamos lo mismo, caeríamos rostro en tierra delante de la apariencia de la gloria del Señor.

A pesar de nuestra condición física o las dificultades que enfrentamos, a pesar del estado de lo que nos rodea, la realidad espiritual permanece sin cambiar, el glorioso eterno Hijo de Dios está sentado sobre el Trono que gobierna el universo. A Él sea la gloria, la majestad, el dominio, y el poder, ahora y por todos los siglos, amén.

2 LA PREPARACIÓN DE UN SIERVO DE DIOS

“…y sobre la semejanza del trono, una semejanza como la apariencia de un hombre por encima de él. Entonces vi como una refulgencia de bronce acrisolado, y una apariencia de fuego lo enmarcaba de lo que parecía ser la apariencia de sus lomos hacia arriba; y de lo que parecía ser la apariencia de sus lomos hacia abajo, vi como una apariencia de fuego que tenía un resplandor todo en torno […] Tal fue la visión de la apariencia de la gloria de Yahvé. Cuando la vi, caí rostro en tierra…”

Ezequiel 1:26-28

El Dios eterno, omnipotente e inexpresablemente glorioso se reveló a un hombre. ¿Por qué a él? ¿Con qué finalidad? ¿Cómo le preparó para aquel momento transcendente, y qué haría luego con su siervo? La experiencia de recibir esta visión fue culminante en la vida de Ezequiel, y a la vez marcó un nuevo comienzo. Formó una parte de su llamada al ministerio de profeta. Dios ya había empezado generaciones atrás, para preparar a su siervo, pues venía de una larga línea de sacerdotes. A juzgar por la calidad de su vida, tuvo una herencia piadosa de padres, abuelos y bisabuelos que temían a Dios y le servían en el Templo, realizando fielmente sus tareas sacerdotales. Ezequiel habría pasado horas en el estudio de las Sagradas Escrituras, en preparación para ser sacerdote como ellos.

Creció en un Israel apóstata. Alrededor de él se observaba la práctica de una idolatría descarada; hasta los mismos sacerdotes adoraban el sol dentro del Templo de Dios. La injusticia social y la decadencia del país eran notables y habrían sido causa de dolor y desconcierto para el joven que temía a Dios. Todo esto constituyó una necesaria parte de su preparación, pues tendría que declarar a su pueblo sus pecados y hablarles del consecuente, inevitable e inminente juicio que caería sobre ellos. En el año 627 a. C. Jeremías empezó su ministerio. En el 622 a. C. nació Ezequiel. Durante su niñez y juventud habría escuchado los mensajes de Jeremías y los de los falsos profetas que decían que Dios salvaría a Jerusalén de la destrucción, y habría escuchado la controversia que resultaba de los dos mensajes opuestos. Habría visto el maltrato que recibió el verdadero profeta de Dios. Sin duda todo esto le habría marcado.

El año 597 marcó la primera fase del cautiverio. Jeconías (Joaquín), los hombres más hábiles y los tesoros del templo fueron deportados a Babilonia. Ezequiel se contaba entre ellos. Era un joven de 25 años preparándose para el sacerdocio cuando todas sus esperanzas fueron cruelmente truncadas, su vida traumáticamente alterada, y se encontraba cautivo del ejército babilónico, prisionero, andando por el desierto que le llevaría a la capital del imperio que dominaba el mundo. El Salmo 42 refleja los sentimientos de los cautivos: “Mis lágrimas fueron mi pan de día y de noche, mientras todo el día me dicen: ¿Dónde está tu Dios? Mi alma está abatida dentro de mí, por tanto me acordaré de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, del monte Mitsar (camino a la cautividad). Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí”. Y el Salmo 137 plasma su sentir una vez llegada a Babilonia: “Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sion. Los que nos habían llevado cautivos allí, nos invitaban a cantar; Los que nos habían hecho llorar nos pedían alegría diciendo: ¡Cantadnos algún cántico de Sion!”. Entre ellos estaba el joven profeta. Tuvo que vivir lo que ellos vivían para poder ministrarles. Conocía su dolor, la separación de la familia, su ansiedad por los familiares todavía en Israel, su añoranza y la sensación de ser extranjero en el país que amenazaba destruir el suyo. Todo esto entraba en la preparación del hombre que Dios usaría para impactar al mundo entero con su mensaje.

3 VISIÓN Y LLAMADO

“El espíritu entró en mí y me afirmó sobre mis pies. Y escuché al que me hablaba, que me decía: Hijo de hombre, yo te envío...”

Ezequiel 2:2, 3

Ezequiel se postró cara al suelo al ver la indescriptible visión de la gloria del Señor Jesús en su Trono (1:26): “Cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba” (1:28). No quedó fuerza alguna en él. Cuando vino la voz mandándole a ponerse en pie, fue incapaz de obedecer, pero con la palabra vino la fuerza para obedecerla: “Y después que me habló, el espíritu entró en mí y me afirmó sobre mis pies” (2:2). El Espíritu que acompaña la Palabra le levantó. Cuando Dios manda, Dios capacita, no solo para estar de pie, sino también para el ministerio al que llama.

El capítulo 1 de Ezequiel es la visión que tuvo el profeta del Trono de Dios. El capítulo 2 es su llamada. La visión de Dios, de su gloria, poder, autoridad y majestad antecede la llamada a servirle. Lo mismo había pasado con Isaías. Tuvo la gloriosa visión de la gloria de Dios (Is. 6:1-3; Jn. 12:41, 42), y, acto seguido, la llamada a servir a este glorioso Ser, quien es Dios y Rey universal (Is. 6:7-9). ¿Qué es lo que le iba a mantener fiel a su vocación a pesar de la incredulidad de la gente a la cual había sido llamado? La visión de que “toda potestad (le) ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues,…” (Mt. 28:18, 19).

Con la visión no viene un éxtasis, sino temor. Isaías dijo: “Ay de mí”, porque la visión le hizo consciente de su pecaminosidad delante de la santidad de Dios. En el libro de Ezequiel el contraste es entre la santidad de Dios y la pecaminosidad de Israel: “Hijo de hombre, Yo te envío a los hijos de Israel, a esos paganos rebeldes que se rebelaron contra Mí. Tanto ellos como sus padres se han rebelado contra Mí hasta este mismo día” (2:3). Dios lo repite una y otra vez: son rebeldes, como si le costara digerir tanta rebeldía: “son casa rebelde” (2:5); “son casa rebelde” (2:6); “son muy rebeldes” (2:7); “la casa rebelde” (2:8). Podría ser muy desalentador ser enviado a gente tan rebelde. El profeta tendría la tentación de abandonar su llamado. La rebeldía de su pueblo podría provocarle a pecar. Por eso, Dios le dice: “No seas rebelde como la casa rebelde” (2:8). Lo que le ayudará a mantenerse fiel a la visión es este santo temor a Dios.

La visión del Trono representaba el gobierno de Dios. Israel estaba bajo el poder de Babilonia, pero no reinaba el emperador, sino el Dios de Israel, y no desde su Templo en Jerusalén, sino desde su Trono en el cielo. Dios gobierna el mundo, no el gobierno de nuestro país, y gobierna también a sus siervos. Sométete a su gobierno. A nosotros nos dice: “No seas rebelde”, como la gente que nos rodea que no conoce a Dios, o como otros que dicen que le conocen, pero no viven de acuerdo con su gobierno, sino que seamos santos como Él es santo, y obedientes, como el que está sentado en el Trono fue obediente hasta la muerte. ¿Tú has sido llamado a una gente rebelde? ¿Lo son los de tu familia, tu iglesia, tu país? El Señor te dice: “Y tú, hijo de hombre, no temas a ellos ni a sus palabras, aunque te hallas entre cardos y espinas, y moras con escorpiones, no tengas temor de sus palabras ni te espantes ante ellos, porque son casa rebelde” (2:6). No vaciles delante de su rebeldía. No abandones tu puesto. Es Dios quien te haya llamado, no ellos. No dejes que su rebeldía te haga rebelarte contra tu llamado, sé fiel hasta la muerte, y aquel que también lo fue, te dará la corona de la vida.

4 LA VISIÓN, EL LLAMADO Y LA PALABRA

“¡Abre tu boca y come lo que te doy!Y miré, y he aquí una mano que se extendía hacia mí, y en ella había un rollo escrito”

Ezequiel 2:9

Tenemos la visión, el llamado, y luego viene el mandato a comer la Palabra: “Me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete ese rollo, y ve y habla a la casa de Israel” (3:1). Si has visto la gloria de Dios, si has oído su llamada al pueblo rebelde que te rodea, el próximo paso es el de comer el rollo, de llenarte de la Palabra de Dios para luego abrir tu boca y comunicarla a su pueblo rebelde. ¡Que el Espíritu Santo te fortalezca para obedecer este mandato!

Los judíos en Babilonia habían sido castigados, habían visto la certeza de la profecía de Jeremías y la mentira de la profecía de los falsos profetas, ¡y todavía eran rebeldes!: “Se han rebelado contra Mí hasta este mismo día” (2:3). Ya se sabía desde el principio que iba a haber poca respuesta a la predicación del profeta, pero lo importante es su obediencia a Dios, no los resultados: “Así dice Adonay Jehová, te escuchen o no te escuchen, pues son casa rebelde, y tienen que reconocer que un profeta ha estado en medio de ellos” (2:4, 5). El ministerio de Ezequiel era importante porque hacía constar que no tendrían excusa en el día de juicio, porque Dios les había enviado su profeta. No podrían faltar a Dios y decir que no fueron avisados.

Nosotros también podríamos desanimarnos si vemos poco fruto de nuestro ministerio. Nadie nos hace caso. Solo responden unos pocos. Pero esto está fuera de nuestro control. Nuestra responsabilidad es la de predicar la palabra que Dios nos ha dado para transmitir: “Pero tú, hijo de hombre, escucha lo que Yo te hablo. No seas rebelde como la casa rebelde” (2:8). Es tan fácil rebelarnos contra Dios cuando nos pone en una iglesia que no quiere escuchar, o en una familia que ha cerrado su corazón a Dios, y cuando los hijos son rebeldes en cuanto a las cosas espirituales y rehúsan obedecer la Palabra de Dios, o cuando sales a la calle para evangelizar y nadie muestra interés. Dices: “Señor, ¿por qué me has puesto aquí?”, o “¿por qué debo continuar hablando si no escuchan?”. O te culpas a ti mismo y te hundes. No te rebeles en contra del lugar donde Dios te ha puesto. Sigue hablando siempre que te mande hablar. Las palabras que te ha dado son Espíritu y Vida (Juan 6:63). Llevarán a cabo el propósito por el cual Dios las ha enviado. O bien conducirán a la gente a Cristo, o bien la confirmará en su incredulidad, pero sabrán en el día final que un profeta ha estado entre ellos, y no tendrán excusa cuando se presenten delante de Dios en aquel Día.

La palabra de Dios para ti es muy fuerte: no te rebeles en contra de tu ministerio. Sé fiel. Los resultados que Dios ha determinado de antemano seguirán. Están fuera de tu control. Pero la fidelidad depende de ti. No te rebeles contra Dios debido a donde Él te ha puesto. Has visto la visión. Obedécela. Come la palabra. Y habla lo que Dios ha puesto en tu boca para compartirlo con otros.

5 LA VISIÓN, EL LLAMADO, LA PALABRA Y LA OBEDIENCIA

“Me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete ese rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Abrí pues mi boca, y me hizo comer ese rollo, y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas de este rollo que Yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel”

Ezequiel 3:1-3

Hay una progresión lógica en el trato de Dios con su profeta. Primero le da una revelación de Sí mismo, una visión. Esta visión es importante porque nos muestra quién nos ha llamado. Nos cautiva, nos motiva, y nos anima cuando nos damos cuenta de que nuestro ministerio no está llevando a cabo ningún propósito meramente humano. Tiene su origen en Dios. Dios es soberano para usarnos como Él quiere con los resultados que Él ordene. No hemos ido porque nos ha parecido bueno, sino porque Dios nos ha llamado. Estamos respaldados por su autoridad. Es su Palabra la que compartimos, no la nuestra. No podemos tomar la libertad de hacerla más atractiva para encajar con las modas de nuestra generación. Nuestra responsabilidad es la de llenarnos de esta palabra y comunicarla tal cual a las personas que Dios nos ha dado para ministrarles.

¿Tú has visto a Dios? ¿Tienes una visión clara de la hermosura y gloria del Señor Jesús? ¿Eres consciente de su poderío? ¿Le has visto como alto y sublime, que su gloria llena los cielos? ¿O simplemente vas a la iglesia?

Después de la visión viene la llamada: “Te envío a los españoles, una nación rebelde que se ha rebelado contra Mí, ellos y sus padres, han estado en rebeldía contra Mí hasta el día de hoy”. ¡Dios conoce muy bien cómo es la gente a la cual te está enviando! No te da falsas esperanzas de un ministerio exitoso, como entiende la gente por éxito. Sabe lo que te va a costar.

¿Has comido la Palabra? ¿Te llenas de ella? (2:8 y 3:1). Estudia la Palabra en tu casa y aprende a vivir de cada palabra que sale de la boca de Dios (Deut. 8:3). Ahora, sal y háblala. ¿Eres obediente? ¿Abres tu boca cuando Dios te manda hacerlo? ¿O eres rebelde? ¿Estás desanimado porque la gente es muy dura? ¿Estás molesto con Dios por ponerte dónde estás? Pide perdón y ten ánimo: Su Palabra siempre produce fruto. Nunca es estéril: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is. 55:10, 11). Sus palabras en tu boca serán espíritu y vida a los que Dios ha preparado para que las reciban. Y tu ministerio llevará fruto. El ministerio de Ezequiel fue fructífero. ¡Él mantuvo con vida espiritual al remanente!

6 EL CONTENIDO DEL MENSAJE

“No eres enviado a un pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel […] Pero la casa de Israel no te querrá oír, porque no quiere escucharme a Mí, pues toda la casa de Israel es de dura cerviz y obstinado corazón”

Ezequiel 3:5,7

Dios no engaña a su amado profeta prometiéndole que será popular con la gente, ni que sus mensajes van a ser recibidos como palabra de Dios y obedecidos. Más bien le indica que su ministerio será muy difícil. Le explica el coste desde el principio. Va a ser un ministerio bien duro. El profeta lo va a pasar mal, porque Israel es un pueblo de dura cerviz y obstinado corazón. Dios le da una protección contra la dureza de los corazones de su pueblo: “He aquí Yo endurezco tu rostro contra los rostros de ellos, y endurezco tu frente contra sus frentes. He hecho tu frente como diamante, más fuerte que el pedernal. No los temas ni te acobardes ante ellos, porque son casa rebelde” (3:8, 9). Si son de dura cerviz, obstinado corazón y rebeldes, ¿por qué no los deja por imposibles? Esta es la maravilla de nuestro Dios. ¡Nunca se da por vencido!Todo el día abre sus brazos a un pueblo que persiste en la obstinación de sus corazones perversos; ¡y no los deja! Ha enviado a su profeta para que algunos sean salvos y le ha preparado para soportar el coste de tal ministerio, a fin de que no se hunda con este ministerio tan difícil.

“Acércate a los cautivos, a los hijos de tu pueblo, y háblales diciendo, así dice Adonay Jehová, te escuchen o no te escuchen” (3:11). Fue lo último que Dios le iba a decir estando el profeta en la presencia de la visión, para saber el mandato de ir a su pueblo y predicar la palabra que Dios le daría, ya sea que escucharan o no escucharan.

Lo que nos llama la atención es la falta de simpatía de Dios hacia Ezequiel. En lugar de decirle: “Pobrecito, lo siento por ti”, le dice que no sea rebelde como ellos, y que, si no los avisa, morirán en su pecado, pero que demandará su sangre de su mano. “Cuando Yo diga al impío: De cierto morirás; y tú no se lo anticipes ni lo amonestes, para que el impío se aperciba de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero Yo demandaré su sangre de tu mano” (3:18). Parece que Dios es muy exigente, duro, inconsciente de lo que le está pidiendo. Le pone con gente muy difícil y exige que sea obediente a pesar de los que le rodean. Este es el Dios que hay. No es un Dios blandengue, fofo, permisivo. El que pidió a su Hijo que subiese al Calvario no va a pedir poca cosa de ti. Pide rendición total, cueste lo que cueste. No muestra simpatía con el pecado de la gente, ni con la resistencia en ti. Pide que seas fiel hasta la muerte si esperas recibir la corona de la vida.

¿No se da cuenta Dios de lo difícil que es? Por supuesto. ¿Comprende lo que cuesta ser fiel? ¡Cómo no va a comprender! Es estricto para que no fallemos. Sentir pena por lo que pide no nos ayuda a obedecer. Es el temor a no obedecer lo que nos ayuda, porque nos estimula, nos impulsa, a pesar nuestro. Lo hace para nuestro bien, para que no fracasemos en nuestro cometido. ¿Estás con gente rebelde? No te rebeles como ellos; avísales. Sé fiel a Dios, o Dios te considerará responsable de su perdición. ¡Esto, sí, nos mueve a actuar! Dios fue exigente con su Hijo y lo es con todos sus hijos. Estos son los requisitos. El Cielo es para vencedores, no para cobardes. Dios no está para hacerte feliz y popular, sino para hacerte como su Hijo. Si obedeces su llamado, en Aquel Día te dirá: “Bien, buen siervo y fiel. Entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21).

7 DIOS PREPARA A EZEQUIEL

“Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y háblales con mis palabras”

Ezequiel 3:4

Si Dios no hubiese preparado a Ezequiel, el chasco que recibió le habría sido demasiado fuerte para soportarlo. Ezequiel tuvo una llamada muy poderosa. Dios se reveló al profeta y le dijo que tenía que hablar a una nación que no quería escuchar: “Pero la casa de Israel no te querrá oír, porque no quiere escucharme a Mí, pues toda la casa de Israel es de dura cerviz y obstinado corazón” (3:7). Dios le preparó haciéndole más fuerte que ellos: “He aquí Yo endurezco tu rostro contra los rostros de ellos, y endurezco tu frente contra sus frentes” (3:8). El Señor le mandó a Ezequiel recibir su palabra, no ser como ellos: “Hijo de hombre, recibe en tu corazón todas las palabras que te digo, y escúchalas con tus oídos” (3:10). Él tenía que hacer lo que Israel no quiso hacer. El profeta tiene que recibir la palabra de Dios en su corazón antes de transmitirla. Tiene que hablar, escuchen o no los israelitas. De la misma manera, Dios nos tiene que hacer fuertes si nos manda a gente muy endurecida, para que su rechazo de la Palabra no nos derrumbe. Hemos de hablar, ya sea que escuchen o no.

Este fue el mensaje de Dios que concluyó la experiencia abrumadora del profeta con Él. Entonces la presencia de Dios se fue tan dramáticamente como había venido (1:4), con el revuelo de las alas de los seres vivientes y el sonido de un estruendo tumultuoso, cuando la gloria de Jehová se levantó. La experiencia le dejó atónito, sin poder moverse durante siete días. Al final de este tiempo, el Señor tuvo otro mensaje para el profeta, para infundirle aún más temor a Dios, para que hablase aunque no tuviese ganas de hacerlo. Le dijo que, si no avisaba, ¡le haría responsable por la persona que pereciera! Le llamó para ser su atalaya. Dios le hizo fuerte para la tarea y le infundió un santo temor a su Nombre para que fuese fiel a su cometido. Estas palabras estarían con él toda la vida para motivarle en su ministerio: “Cuando Yo diga al impío: De cierto morirás; y tú no se lo anticipes ni lo amonestes, para que el impío se perciba de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero Yo demandaré su sangre de tu mano” (3:18).

La que escribe llegó a conocer al Señor por un hombre que tuvo una llamada parecida a la del profeta. Dios le habló por este mismo pasaje. Este temor de no advertir a las personas de su próxima condenación quedó con él toda la vida. Le conocí durante treinta cinco años, y de muy mayor todavía predicaba a todo el mundo: al cajero del banco, al cartero, a la gente de su iglesia, a los niños del barrio, en los comercios, en las casas, a los amigos de los amigos, ¡incluso a los gánsteres en el bar! Vivía en Chicago en los años cincuenta. Era alto y fuerte, con un vozarrón, y no tenía temor a nadie, porque tenía mucho temor a Dios. Si tenía que confrontar o corregir, lo hacía. Pero amaba más que nadie. El amor por la gente salía de su enorme sonrisa y los niños respondían. Me acuerdo del día cuando confrontó a mi abuelo, un hombre erudito que apenas creía que Dios existía. Arturo le dijo: “Yo le he escuchado a usted durante mucho rato, y ahora tengo algo que le quiero decir”, y le predicó el evangelio. Mi abuelo era casi sordo del todo, pero escuchó bien aquella potente voz. Dios hablaba por medio de él.

El Señor tuvo mucho interés en que su pueblo fuese advertido. Eran tozudos, duros de oído, obstinados y estaban determinados a pecar todo lo que querían y más, pero Dios no quiso dejarles en su error. En su amor y compasión mandó a su profeta para avisarles. Le dijo: “Pero si tú amonestas al impío, y él no se convierte de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma” (3:19). Con esta motivación, ¿quién no va a predicar el evangelio? ¡Pues muchos de nosotros!, porque tenemos más temor al hombre que a Dios. Pensamos en el “¿qué dirán?”. Nos da mucho corte. No queremos ofender a nadie. Pero si vamos y responden favorablemente, tenemos mucho gozo. Dios todavía está salvando almas y nos quiere usar.

8 ¡TENEMOS QUE DAR CUENTAS!

“Si algún justo se aparta de su justicia y hace maldad, pondré un tropiezo delante de él y morirá, porque tú no lo amonestaste. Por su pecado morirá, y las obras de justicia que hizo no serán recordadas, pero Yo demandaré su sangre de tu mano. Pero si amonestas al justo para que no peque, y él no peca, de cierto vivirá porque fue amonestado, y tú habrás librado tu alma”

Ezequiel 3:20, 21

Estas son palabras muy serias. Amonestar cuesta mucho. A veces el que lo hace recibe una contestación muy desagradable. Un hombre habló con los ancianos de su iglesia acerca de algo irregular que estaba ocurriendo en la iglesia: una pareja estaba viviendo en un pecado que la Biblia condena fuertemente. La respuesta de los ancianos fue: “¡Que el que esté sin pecado tire la primera piedra!”. Con esta actitud ni ayudamos a la gente a rectificar, ni gobernamos la iglesia. Enseñamos que el pecado está permitido, “porque no hay nadie perfecto”. La Biblia enseña todo lo contrario: “Hermanos, aun cuando una persona sea sorprendida en alguna falta, vosotros, los espirituales, restaurad al tal con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gal.6:1). El propósito de corregir no es enjuiciar, sino restaurar. No corregimos porque seamos perfectos, sino porque el Señor nos manda a hacerlo. Sí que somos guardianes de nuestro hermano. El texto deja bien claro que el que corrige también puede caer en pecado. Hemos de corregir con humildad estando dispuestos a ser corregidos nosotros mismos cuando haga falta.

El Señor va a pedir cuentas a todos los ancianos de iglesia y a cada pastor que no ha corregido o advertido a los miembros de su congregación por las cosas incorrectas que han visto en sus vidas, por cosas muy gordas e importantes que pueden conducirlos a la ruina espiritual. Algunos pastores lo van a tener muy mal en el día final cuando el Señor les pregunte por la gente de sus iglesias que han estado bajo sus ministerios y se han ido al mundo sin ser avisados: “Has visto cómo iba fulano. ¿Por qué no le dijiste nada?” Si ha visto a gente a punto de apartarse y no les ha amonestado, ellos se condenarán, pero su sangre estará sobre la cabeza de su pastor.

La espiritualidad no es una cosa particular y privada. No solo soy responsable por mi vida, sino también por la de los demás y, si soy maduro espiritualmente, tengo que corregir a otros, y también recibir corrección. En el grupo de jóvenes, se ven algunas conductas malas. ¿Qué va a hacer el responsable? ¿Hacer ver que no ha visto nada, o va a reprender al que está portándose mal? En los campamentos de verano hay mucha convivencia. Vemos las vidas de los demás muy de cerca. Cuando vemos a una persona que va a estrellarse, ¿qué hacemos? Si no hacemos nada, la persona seguirá por su mal camino; puede terminar apartándose del Señor. Él se perderá, pero el Señor nos hará responsables si no le avisamos. No estamos hablando de corregir cada pequeña cosita, sino de lo que el texto llama “maldad”: “Si algún justo se aparta de su justicia y hace maldad”. La persona en cuestión es, o era, justa. Pretende ser creyente, pero tiene maldad en su vida que puede conducirle a la ruina, que puede apartarle de Dios, algo capaz de destruir su vida. En tal caso, tenemos una clara obligación de tener una conversación con esta persona para abrir sus ojos al peligro en el que se encuentra.

Un caso dramático me viene a la mente. Una mujer joven y guapa, “creyente”, casada, con dos hijos, estaba a punto de dejar a su marido y volver al mundo. El mundo le llamaba. Quería estar libre para salir con hombres. Tuvimos una larga conversación, las dos llorando. Ella sabía lo que hacía. Conocía la Biblia. Tenía todas las respuestas. No había nada que nadie pudiera hacer para detenerla en su locura. Finalmente, abandonó su hogar, sus hijos y a su marido para vivir una vida de aventuras. En casos así, si no advertimos, se pierde. Si advertimos, se puede perder igualmente, pero hemos librado nuestra alma.

9 ¡TENEMOS QUE PERSEVERAR!

“Si algún justo se aparta de su justicia y hace maldad, pondré un tropiezo delante de él y morirá, porque tú no lo amonestaste. Por su pecado morirá, y las obras de justicia que hizo no serán recordadas, pero Yo demandaré su sangre de tu mano. Pero si amonestas al justo para que no peque, y él no peca, de cierto vivirá porque fue amonestado, y tú habrás librado tu alma”

Ezequiel 3:20, 21

Lo que nos llama la atención de este pasaje es que lo que cuenta no es cómo la persona empezó “la vida cristiana”, sino cómo la finalizó. Puede ser que hiciera profesión de fe, que fuera bautizada, que participase en la vida de la iglesia, pero si finaliza su vida lejos de Dios, “por su pecado morirá, y las obras de justicia que hizo no serán recordadas”.