2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
Una mujer inocente en la cueva del lobo… Aquella noche, en las mesas de juego del selecto club Q Virtus, el despiadado multimillonario Narciso Valentino iba a aniquilar, por fin, a su enemigo. Pero una sola mirada a la azafata que el club le había asignado para satisfacer sus necesidades le bastó para posponer la venganza en favor de otra emoción totalmente distinta. Ruby Trevelli, una cocinera de gran talento, estaba allí para obligar a Narciso a salvar su futuro restaurante, no para entregarle la virginidad. Sin embargo, por debajo de la sexy fachada se ocultaba un hombre torturado que no creía en la posibilidad de redimirse, por lo que Ruby pronto tuvo que enfrentarse a la atracción que despertaba en ella aquel playboy.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 180
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Maya Blake
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
El festín del amor, n.º 2343 - octubre 2014
Título original: The Ultimate Playboy
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4854-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Publicidad
Nueva York
Narciso Valentino contempló la caja que le habían traído. Era grande, de excelente cuero, ribeteada de terciopelo y con un cierre en forma de herradura de oro de veinticuatro quilates.
En condiciones normales se habría puesto contento y hubiera tratado de adivinar su contenido.
Pero el aburrimiento del que era presa desde que había cumplido los treinta le había arrebatado la capacidad de emocionarse.
Dos semanas antes, Lucía, antes de salir de su vida, lo había acusado de haberse convertido en un viejo aburrido.
Narciso sonrió con cierto alivio. Había celebrado su partida marchándose a esquiar con sus amigos a Aspen, donde se había quitado el mal sabor de boca con una entusiasta instructora de esquí noruega.
Pero el hastío había vuelto con rapidez.
Se levantó del escritorio y se acercó a la ventana de su despacho en el piso décimo séptimo de un edificio de Wall Street. Se sintió satisfecho ante la vista al pensar que era dueño de buena parte de la ciudad.
El dinero era sexy. Tener dinero era tener poder. Y él nunca se había privado del sexo ni del poder.
La posibilidad de experimentar ambos se hallaba en la caja que había sobre el escritorio.
Y, sin embargo, llevaba una hora sin abrirla. Volvió al escritorio y abrió el cierre.
La máscara que había en su interior era exquisita: de plata con ribetes de ónice y cristal de Swarovski. La ausencia de defectos indicaba el cuidado y la atención con que se había realizado. Y Narciso valoraba las dos cosas, ya que lo habían convertido en millonario a los dieciocho años y en multimillonario a los veinticinco.
Su inmensa fortuna había hecho que lo admitieran en el Q Virtus, el club masculino más exclusivo del mundo, cuya reunión cuatrimestral era el motivo del envío de la máscara. La sacó de la caja y la examinó. En la parte inferior llevaba un microchip de seguridad con su nombre y el sitio de la reunión: Macao.
La volvió a dejar en la caja y contempló el segundo objeto que había en ella: la Lista.
Zeus, el director anónimo de Q Virtus siempre entregaba a los miembros una lista de los hombres de negocios invitados a cada reunión para que aquellos planearan la posibilidad de llegar a acuerdos económicos con estos.
Narciso la leyó por encima y se detuvo en el cuarto nombre: Giacomo Valentino, su querido padre. Leyó el resto de los nombres para ver si había alguno más por el que mereciera la pena acudir a la reunión. Había otros dos interesantes, pero era con Giacomo con quien quería tratar.
Dejó la lista y buscó en el ordenador el archivo que tenía sobre su padre.
El informe, que un detective privado ponía al día regularmente, indicaba que el anciano se había recuperado un poco del golpe que Narciso le había asestado tres meses antes. En cuestión de minutos, este leyó la información sobre los últimos acuerdos de negocios de su padre.
Sabía que eso no le proporcionaba ventaja alguna, porque su padre tenía un archivo similar sobre él. De todos modos, lo llenó de satisfacción comprobar que había ganado tres de las cuatro últimas refriegas.
En ese momento sonó su teléfono móvil. Narciso leyó el mensaje de Nicandro Carvalho, que era lo más aproximado a un amigo que tenía:
¿Sigues inmerso en tu prematura crisis de la mediana edad o estás dispuesto a deshacerte de la imagen de viejo aburrido?
Lleno de repentina energía, tecleó la respuesta.
El viejo aburrido se ha marchado. ¿Estás dispuesto a que te dé una paliza al póquer?
Qué más quisieras. Te espero. La contestación de Nicandro lo hizo reír por primera vez desde hacía semanas.
Apagó el ordenador y su mirada recayó en la máscara. La tomó, la metió en la caja fuerte y se puso la chaqueta.
Zeus recibiría su respuesta a la mañana siguiente, cuando hubiera planeado cómo iba a acabar con su padre de una vez por todas.
Internet era una herramienta inestimable a la hora de dar caza a un canalla.
Ruby Trevelli estaba sentada en el sofá y miraba el cursor que parpadeaba esperando que le diera una orden. El hecho de haber tenido que recurrir a Internet para buscar una solución a su problema la irritaba y la frustraba a la vez.
Aunque había decidido no utilizar nunca las redes sociales desde que había escrito su nombre en un buscador y había aparecido un montón de información falsa sobre ella, aquella noche no tenía otro remedio.
A pesar de las cientos de páginas dedicadas a la Narciso Media Corporation, sus esfuerzos por hablar con alguien que pudiera ayudarla habían sido inútiles. Había desperdiciado una hora en enterarse de que Narciso Valentino, un multimillonario de treinta años, era el dueño de NMC.
Lanzó un bufido. ¿A quién se le ocurriría poner Narciso a su hijo? Era una invitación a que lo acosaran en la escuela. Por otro lado, un nombre tan poco habitual le había facilitado la tarea.
Buscó los lugares frecuentados por Narciso en Nueva York y aparecieron más de dos millones de entradas. ¡Impresionante! O había millones de hombres que se llamaban así o el hombre que buscaba era increíblemente popular.
Respiró hondo y tecleó: ¿Dónde está Narciso Valentino esta noche?
Contuvo la respiración esperando la respuesta.
La primera era un enlace con el dominio de un popular periódico sensacionalista que ella había conocido a los diez años, cuando le regalaron su primer ordenador portátil y vio a sus padres en primera página. En los catorce años transcurridos desde entonces había evitado leer ese periódico, del mismo modo que había dejado de ver a sus padres desde que era adulta.
La segunda respuesta era un larga lista de personas famosas que anunciaban donde estarían esa noche. Narciso Valentino estaría en Riga, un club cubano-mexicano de Manhattan.
Si se daba prisa, podría estar allí en menos de una hora. Odiaba el enfrentamiento, pero, tras semanas intentando hallar una solución, ya no podía más.
Había ganado el concurso televisivo de la NMC y ahorrado hasta el último centavo para reunir la mitad de los cien mil dólares necesarios para abrir su restaurante.
La ayuda que esperaba de Simon Whitaker, su exsocio y exdueño del veinticinco por ciento del restaurante, era cosa del pasado.
Cerró los puños al recordar su último enfrentamiento.
Ya había sido un shock enterarse de que el hombre al que quería estaba casado y esperaba un hijo. Que Simon intentara convencerla de que se acostaran a pesar de ello había matado sus sentimientos hacia él.
Simon se había burlado de ella por sentirse herida, pero Ruby sabía muy bien las consecuencias de la infidelidad matrimonial por haber sido testigo de ella con sus padres.
Apartar a Simon de su vida había sido una decisión dolorosa pero necesaria.
Pero, sin su ayuda económica, tenía que hacerse cargo de toda la financiación del restaurante. Por eso buscaba a Narciso Valentino, para que cumpliera la promesa de su empresa. Un contrato era un contrato.
Una limusina se detuvo cuando Ruby dobló la esquina de la calle donde se hallaba el club. Se apresuró hacia la entrada tratando de no pisar los charcos que había dejado la lluvia reciente. Una risa masculina atrajo su atención.
Un fornido portero sostuvo el cordón de terciopelo para que salieran dos hombres altos en compañía de dos hermosas mujeres. El primero era muy atractivo, pero Ruby se fijó en el segundo.
Llevaba el cabello, negro como el azabache, peinado hacia la derecha y le caía formando una onda sobre el cuello.
A Ruby le temblaron las piernas ante el poder de su presencia. Aturdida, contempló su perfil: pómulos bellamente esculpidos, nariz recta y una boca que prometía un placer decadente, o al menos lo que ella se imaginaba que era eso.
–Oiga, señorita. ¿Entra usted o no?
La voz del portero la distrajo. Cuando volvió a mirar, el hombre y sus acompañantes se alejaban.
Una de las mujeres le sonreía. La mano de él se deslizó desde su cintura hasta las nalgas y le apretó una de ellas antes de ayudarla a subir al coche.
Incluso después de que la limusina se perdiera en el tráfico, Ruby continuó inmóvil sospechando que había llegado demasiado tarde.
El portero carraspeó. Ella se volvió hacia él.
–¿Puede decirme quién era el segundo tipo, el último que se ha subido a la limusina?
El portero enarcó una ceja como preguntándole si hablaba en serio.
Ruby le sonrió.
–Claro que no puede. Es confidencial, ¿no?
–Eso es –respondió el hombre sonriendo a su vez–. ¿Va a entrar?
–Sí –respondió ella, a pesar de que estaba prácticamente convencida de que Narciso Valentino se había marchado.
El portero le puso un sello en la muñeca, la miró y añadió otro.
–Enséñelo en la barra y la invitarán a la primera copa.
Ella sonrió, aliviada, porque, si sus sospechas no eran ciertas y Narciso Valentino no acababa de marcharse, podría tomarse una bebida cara mientras lo buscaba.
Una hora después tuvo que reconocer que era el hombre que había visto al llegar. Apuró el resto de la copa y estaba buscando un sitio donde dejarla cuando unas voces atrajeron su atención.
–¿Estás segura?
–Claro que sí. Narciso estará allí.
Ruby se quedó inmóvil y buscó su procedencia.
Dos mujeres enjoyadas y con vestidos de diseño que equivaldrían a su salario completo de un año estaban sentadas tomando champán.
–¿Cómo lo sabes? Las dos últimas veces no estuvo –dijo la rubia.
–Ya te lo he dicho. Se lo he oído decir al tipo que estaba con él. Esta vez van a ir los dos. Si puedo conseguir un puesto de azafata, sería mi oportunidad –contestó su amiga pelirroja.
–¿Qué? ¿Te vas a disfrazar de payasa con la esperanza de que te mire?
–Cosas más raras se han visto.
–Pues yo jamás haría eso para cazar a un hombre.
–Nunca digas de esta agua no beberé. Y si Narciso Valentino cae a mis pies, será una oportunidad que me cambiará la vida y que no voy a dejar pasar.
–Muy bien. Dame la dirección de la página web. ¿Y dónde demonios está Macao?
–Creo que en Europa.
Ruby ahogó una carcajada, sacó el móvil y apuntó la dirección de la web.
Hora y media después, envió una solicitud de empleo online.
Probablemente sería inútil, ya que podía suspender cualquier prueba o entrevista que tuviera que realizar para conseguir el trabajo. Después de haber averiguado que había solicitado el puesto de azafata en Q Virtus, uno de los clubs masculinos más selectos del mundo, se preguntó si se habría vuelto loca. Pero tenía que intentarlo.
La alternativa era impensable: ceder a las presiones de Paloma, su madre, para que entrara a formar parte del negocio familiar. En el mejor de los casos, volvería a convertirse en un peón en manos de sus padres a la hora de discutir; en el peor, tratarían de arrastrarla a compartir su estilo de vida de personas famosas.
Su infancia había sido un infierno. Y le bastaba pasar por delante de una valla publicitaria en Nueva York para comprobar que sus padres seguían destrozándose mutuamente la vida y que les encantaba contárselo al mundo entero.
El show de Ricardo & Paloma Trevelli era un programa televisivo de máxima audiencia y lo había sido desde que Ruby tuvo uso de razón. Durante su infancia y adolescencia, sus movimientos, y los de sus padres, eran seguidos diariamente por dos cámaras.
Los equipos de televisión se convirtieron en miembros de la familia. Durante un tiempo, cuando se volvió la chica más popular de la escuela, Ruby se dijo que estaba bien, pero eso fue hasta que comenzaron las aventuras amorosas de su padre. Cuando lo reconoció en público, ella tenía nueve años, y los índices de audiencia se dispararon. Que su madre reconociera que estaba destrozada tuvo repercusión mundial.
La reconciliación posterior y la renovación de los votos matrimoniales emocionaron a la audiencia de medio mundo. Cuando su padre volvió a reconocer su infidelidad, millones de televidentes tuvieron la oportunidad de influir en la vida de Ruby. La abordaban en la calle personas completamente desconocidas para compadecerla o reprocharle que fuera un miembro de la familia Trevelli.
Huir al otro extremo del país para ir a la universidad había sido un alivio, aunque pronto se dio cuenta de que no podía huir de sus raíces porque descubrió que solo tenía talento para cocinar.
En ese momento decidió que no dejaría que sus padres influyeran en su vida. Por eso necesitaba hablar diez minutos con Narciso Valentino. Sintió una punzada de deseo al recordarlo saliendo del Riga, sus dedos deslizándose con seguridad sobre las nalgas de la mujer rubia.
¡Por Dios! ¿Qué hacía en la cama pensando en la mano de un desconocido sobre las nalgas de su amiga?
Apagó la lamparita. Estaba a punto de dormirse cuando el teléfono le indicó que acababa de llegarle un mensaje. Lo agarró, irritada.
La luminosidad de la pantalla le hizo daño en los ojos, pero leyó las palabras con claridad.
Su currículo había causado buena impresión y la convocaban a una entrevista para el puesto de azafata.
Macao, China, una semana después
El vestido rojo hasta los pies se ajustaba demasiado al cuerpo de Ruby. Tenía un generoso escote y, en general, dejaba al descubierto más de lo que a ella le gustaría. Pero, después de dos agotadoras entrevistas, no iba a quejarse de la cara prenda de diseño que indicaba que era una azafata.
Trató de que el vestido no se le enredara en los tacones al dirigirse al punto de encuentro del hotel, desde donde la conducirían a su destino. Llevaba una maleta pequeña con otras dos prendas igualmente caras que le habían proporcionado.
Ya había llamado la atención de una vieja estrella del rock cuando bajaban en el ascensor al vestíbulo del hotel. Atraer la atención, aunque fuera la de un tipo medio ciego, le producía mucha ansiedad.
Había bajado la guardia con Simon y había creído que tenía buenas intenciones. Pensar que él hubiera supuesto que aceptaría su indecente propuesta por ser una Trevelli le había destrozado la autoestima que tanto le había costado conseguir cuando se alejó de sus padres.
No era cobarde, pero temía que nunca sería capaz de juzgar el verdadero carácter de un hombre.
Rechazó ese pensamiento, pero inmediatamente se le ocurrió otro igual de inquietante.
¿Y si se había equivocado al ir a Macao?
¿Y si Narciso no aparecía, o lo hacía y no podía hablar con él?
Tenía que encontrarlo, sobre todo después de la llamada que había recibido la mañana en que firmó el contrato. Simón había vendido su veinticinco por ciento del restaurante a un tercero. La voz era clara, pero amenazadora.
–Pronto nos pondremos en contacto con usted para hablar de los intereses y los términos de pago.
–No podré hablar de nada hasta que el negocio esté funcionando.
–Entonces, señorita Trevelli, será mejor que, por su propio interés, lo haga lo antes posible.
Colgaron antes de que pudiera contestar. Simón había vendido su parte a un usurero.
Asustada y enfadada con él, no leyó las instrucciones sobre su futuro empleo hasta haber atravesado la mitad del océano Índico. Y se sobresaltó. Para proteger la leyenda que lo envolvía, el Q Virtus celebraría la reunión de Macao en un lugar secreto.
Pero había llegado hasta allí y no iba a darse por vencida ante la posibilidad de no encontrar a Narciso.
La pelirroja del Riga se volvió hacia ella, pero apenas la miró.
Cuando entraron en la limusina que las conduciría a su destino, Ruby pensó que era mejor abandonar la búsqueda y proseguirla desde Nueva York, hablar con él cuando regresara.
Pero ¿y si era su última oportunidad? Alguien que viajaba miles de kilómetros para acudir a una reunión secreta podía desaparecer fácilmente. El destino le había dado una oportunidad, y no iba a desperdiciarla.
Un bache en la calzada la devolvió a la realidad.
A pesar de un estilo como el de Las Vegas, la minúscula isla de Macao poseía carisma e historia. Ruby contuvo la respiración cuando cruzaron el Lotus Bridge para entrar en Cotai, su destino final.
Cuando se detuvieron, Ruby bajó del coche. El aparcamiento subterráneo estaba lleno de coches deportivos de lujo y limusinas, cuyo precio conjunto equivaldría al producto nacional bruto de una país pequeño.
Se dirigió a los ascensores con un grupo de diecinueve mujeres, vestidas como ella, y diez hombres, vestidos con chaquetas rojas.
Seis guardaespaldas entraron con ellos en los ascensores. Cuando las puertas se abrieron, apareció ante ellos un vestíbulo con suelo de parqué y una alfombra roja y dorada que les daba la bienvenida.
En las paredes colgaban exquisitos tapices de dragones flirteando con doncellas. Telas de seda caían del techo al suelo para hacer desaparecer el mundo exterior. Dos escaleras conducían al piso inferior, donde había doce mesas de juego, cada una con su bar propio y una zona para sentarse.
Alrededor de Ruby había hombres enmascarados de esmoquin y mujeres con vestidos y joyas exquisitos que complementaban las preciosas máscaras. Había menos mujeres que hombres, pero, por su actitud, ella pensó que serían tan poderosas como ellos.
Una mujer alta, de pelo negro y enmascarada, se presentó como la jefa de las azafatas y les hizo un resumen de su cometido.
Ruby se dirigió al bar de la cuarta mesa. Un primer grupo de hombres, todos enmascarados, se sentó a ella. Mientras preparaba los cócteles y los llevaba a la mesa, trató de adivinar si alguno de ellos era su objetivo. Ninguno lo era. Al final se marcharon y vino otro grupo.
Un hombre de pelo cano, el más anciano del grupo, llamó la atención de Ruby. Chasqueó los dedos y le pidió una copa de vino tinto de Sicilia. Ella frunció los labios y se esforzó en no reaccionar ante la forma grosera de llamarla. Otros cinco hombres se sentaron a la mesa. Solo quedaba una silla libre.
Desde detrás de la barra, vio cómo jugaban y subían las apuestas. Comenzó a sentir asco y miedo al comprobar que el ambiente se cargaba a medida que los invitados perdían las inhibiciones.
Las luces del techo disminuyeron de intensidad. Se abrió una puerta que había al lado del ascensor y entraron dos hombres.
Uno llevaba una máscara de oro que le cubría de la frente a la nariz. Irradiaba poder.
Pero cuando Ruby vio al segundo se le contrajo el estómago.
La jefa de las azafatas se dirigió hacia él, pero el hombre la apartó con un gesto de la mano. Al ver aquellos dedos, Ruby los reconoció. Con la boca seca, lo contempló mientras bajaba por la escalera y se dirigía a la zona de la sala en la que estaba ella.
Se detuvo frente a la barra. Unos ojos grises se clavaron en los suyos. La máscara que llevaba el hombre le dejaba al descubierto la frente y la parte inferior del rostro, cuya piel aceitunada hacía resaltar el brillo del metal. Ella sintió el deseo de acariciarle la mandíbula.
Él la examinó despacio y se detuvo unos segundos en los senos. Ella contuvo la respiración mientras su cuerpo reaccionaba ante su mirada escrutadora. Se quedó en blanco.
Hubiera apostado lo que fuera a que se trataba de Narciso Valentino.
–Sírvame. Me muero de sed –su voz destilaba sex- appeal.
Al menos era lo que Ruby pensó, ya que le había transmitido un cosquilleo a zonas de su cuerpo en las que no sabía que pudiera sentir cosquillas simplemente por oír una voz masculina. ¿Y por qué tenía las manos húmedas?
Como ella no respondía, él enarcó una ceja.
–¿Qué… qué desea tomar?
–Sorpréndame.
Se dio la vuelta bruscamente y toda la alegría se evaporó de su rostro.
Lanzó al hombre de pelo cano una mirada implacable. El anciano se la devolvió.
El ambiente se tensó. A Ruby se le aceleró el pulso. Volvió a mirar al hombre joven como si la atrajera con un imán. Se dijo que era para intentar adivinar qué bebida servirle, pero al ver sus anchas espaldas su mente se perdió en terrenos impuros.
«¡Concéntrate!», se dijo.
El anciano le había pedido vino tinto siciliano, pero Ruby no creyó que Narciso quisiera lo mismo. Le preparó un cóctel y lo puso en una bandeja.
Se acercó a la mesa tratando de que no le temblaran las manos y dejó la copa al lado del codo del joven.
–¿Qué es esto? –preguntó él apartando durante unos segundos la mirada del rostro del anciano.