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Charles Tart reconcilia el mundo científico con lo espiritual, basándose en la evidencia del fenómeno paranormal, que demuestra nuestra naturaleza espiritual. Para la ciencia, el ser humano es un producto guiado por fuerzas biológicas y químicas, sin un sentido más profundo. Sin embargo, la existencia de la telepatía, la clarividencia, las premoniciones y otros fenómenos nos vinculan con lo espiritual, aunque muchos científicos sean escépticos al respecto. En este libro, tras décadas de investigación en universidades de primel nivel, Charles Tart prueba que el ser humano tiene impulsos y habilidades espirituales naturales.
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Veröffentlichungsjahr: 2013
Charles T. Tart
EL FIN DEL MATERIALISMO
Parapsicología, ciencia y espiritualidad
Traducción del inglés de David González y Fernando Mora
Título original:THE END OF MATERIALISM
© Charles Tart
© de la edición en castellano:
2013 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
© de la traducción del inglés: David González y Fernando Mora
Revisión: Amelia Padilla
Primera edición en papel: Marzo 2013
Primera edición digital: Julio 2013
ISBN en papel: 978-84-9988-234-5
ISBN epub: 978-84-9988-327-4
ISBN kindle: 978-84-9988-328-1
ISBN Google: 978-84-9988-329-8
Depósito legal: B 18.139-2013
Composición: Pablo Barrio
Todos los derechos reservados.
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Figuras y tablas
Prólogo
Agradecimientos
Introducción
1. La búsqueda espiritual en un mundo que cree que todo carece de sentido
2. ¿Cómo sabemos que lo espiritual es real?
3. Las formas del no conocimiento: las distorsiones de la ciencia y de la inteligencia
4. Partiendo del mundo natural, ¿un golpe psíquico de Estado?
5. Los aspectos extendidos de la mente: “los cinco grandes”
6. Telepatía
7. Clarividencia o visión remota
8. Precognición
9. Psicoquinesis
10. Curación psíquica: ¿PQ en los sistemas biológicos?
11. Postcognición y aspectos extendidos de la mente: “los muchos quizás”
12. Experiencias extracorporales
13. Experiencias cercanas a la muerte
14. Supervivencia post mortem: Comunicaciones desde el más allá
15. Mediumnidad: Aproximación experimental a la supervivencia post mortem
16. Reencarnación
17. ¿Qué hemos aprendido?
18. Si creyera en el Credo Occidental
19. Volver a empezar: reflexiones personales
20. Volviendo a la experiencia mística
Apéndice 1. Lecturas recomendadas de parapsicología
Apéndice 2. Fuentes en línea de información científica sobre parapsicología
Apéndice 3. Los archivos de las experiencias trascendentes de los científicos (Taste)
Apéndice 4. Psicología transpersonal
Bibliografía
Sobre el Instituto de Ciencias Noéticas (IONS)
Notas
Charles Tart dedica gran parte de este interesante y absorbente libro a tratar de demostrar su título –es decir, que el materialismo ha tocado a su fin y ha llegado ya, en consecuencia, el momento de dejarlo atrás–, de modo que creo que este prólogo servirá más adecuadamente al lector si, invirtiendo el orden habitual, dejamos que sea el libro mismo el que cuente las intenciones de su autor.
Frente a la idea de que el libre albedrío es una falacia y de que nuestros pensamientos más nobles no son sino el fruto de eventos eléctricos y químicos que se producen en el tejido cerebral, Tart aspira a restablecer la dignidad y libertad de la mente humana. El cuerpo y la mente, desde su punto de vista, se hallan conectados por una vía de doble sentido. El materialismo (llamado también reduccionismo) y el cientificismo se aferran a la idea de que, en última instancia, todo puede ser explicado en términos de corrientes eléctricas, reacciones químicas o leyes físicas que todavía están por descubrir. La mente y el espíritu no son, desde esa perspectiva, más que meros epifenómenos.
La ciencia empieza en aquellos puntos en que nuestra experiencia no concuerda con lo que sabemos o creemos saber. Desde ahí, esboza una teoría explicativa partiendo de hipótesis que, bajo condiciones controladas, pueden ser verificadas. Aunque el materialismo ha demostrado ser muy fecundo en el campo de las ciencias físicas, su éxito en ese dominio ha acabado cristalizando en una creencia dogmática que domina gran parte de nuestra cultura. Pero no se trata de una teoría que explique la totalidad de la experiencia humana, ya que nada dice, por ejemplo, acerca del efecto curativo de las relaciones amorosas y compasivas. Es precisamente en este tipo de relaciones donde se dan los fenómenos psi espontáneos. Aunque las pruebas científicas de los fenómenos psi no deben limitarse a la mera narración personal, sino que requieren rigurosos controles de laboratorio.
Para acallar a quienes insisten en que debe haberse soslayado alguna variable física, Tart describe con mucho detenimiento los experimentos realizados tratando de determinar la realidad del fenómeno psi. Y se toma muy en serio, en este sentido, los comentarios de los escépticos bien informados. Cuando alguien sugirió, por ejemplo, que las ondas electromagnéticas podían actuar como portadoras de la información de un determinado experimento de telepatía o clarividencia, por ejemplo, los colegas de Tart consultaron a físicos y, al enterarse de la imposibilidad, a 150 metros bajo la superficie del mar, de tal eventualidad, no dudaron en replicar el experimento en el interior de un submarino ¡obteniendo por cierto, a pesar de ello, el mismo resultado!
Aunque la ciencia no sea una respuesta, sino una empresa abierta, en nuestra naturaleza está buscar explicaciones. El materialismo no posee todas las respuestas, algunas de las cuales pueden ser encontradas en las grandes tradiciones religiosas que, aunque utilicen terminologías diferentes, afirman que el “ser”, la “mente” o el “espíritu”, es mayor que la mente humana –mayor, en suma, que lo que podemos someter a una investigación de laboratorio–. A pesar de ello, sin embargo, Tart está dispuesto a poner a prueba sus reflexiones sobre las grandes enseñanzas espirituales y su propia práctica espiritual.
No es extraño que me acuerde [Huston] de algunos de mis alumnos del MIT [Massachusetts Institute of Technology], entre ellos Tart, que posee un sólido conocimiento científico y tecnológico. Recuerdo haberme enterado, un buen día, de que algunos alumnos interesados en la rabdomancia estaban tratando de ver si podían determinar, empleando una varilla de zahorí, el lugar por el que pasaban, por debajo de la biblioteca de la universidad, las cañerías de agua. También experimentaron con la psicoquinesis utilizando, para ello, agujas untadas en mantequilla que dejaban flotar sobre el agua y sobre las que trataban de influir a través de la concentración mental. Se trataba, para ellos, de un sencillo juego y no tenían el menor empacho en admitir la pobreza de sus diseños experimentales. Cuando expresé mi sorpresa por el hecho de que los estudiantes de ciencias duras se divirtieran con ese tipo de juegos, uno de ellos respondió: «¡Yo conozco la ciencia! A los cinco años tuve mi primer laboratorio. Me dedico a la ciencia. Solo quiero saber si ahí fuera hay algo más». Esos muchachos eran como Aldous Huxley que, en cierta ocasión, dijo estar interesado en los intersticios que separan las diferentes casillas del conocimiento, esas grandes cuestiones para las que todavía no tenemos ecuaciones ni, mucho menos todavía, teorías. Este es un libro, en suma, con cuya lectura disfrutará cualquier persona curiosa y con la mente abierta y a la que le gusten los desafíos intelectuales.
El fin del materialismo es la obra de un ser humano completo dispuesto a compartir la amplitud de sus intereses, especulaciones y experiencias como científico. El autor contempla, con una seriedad despojada de toda rigidez, una disciplina tan controvertida como pobremente financiada. Aunque hoy en día nadie es quemado en la hoguera por cuestionar la “verdad” convencional, las publicaciones profesionales son muy cautelosas a la hora de publicar artículos de investigación que sostengan la existencia de los fenómenos psi o los consideren tema legítimo de investigación científica. Pero Charles Tart sigue con las mismas ganas de descubrir «si ahí fuera hay algo más», y con la misma capacidad de amar y reír que siempre.
HUSTON SMITH y KENDRA SMITH
Este libro es la culminación de una carrera de más de cincuenta años de trabajo sobre la naturaleza de la consciencia, especialmente en los campos de los estados alterados de consciencia, la parapsicología y la psicología transpersonal. ¡Son muchas, pues, las personas a las que debo agradecer su apoyo y guía! Por ello, solo mencionaré aquí a las más evidentes: mi esposa Judy que, durante tantos años, me ha brindado su amoroso apoyo y estímulo; Palyne Gaenir, mi webmaster y guía en el mundo de la informática; la difunta Irene Segrest, mi devota secretaria durante una década, y los alumnos del curso de Introducción a la Parapsicología del Institute of Transpersonal Psychology del invierno de 2007, Jamal Granick, Maureen Harrahy, Josh Maddox, Daniela Mafia, Laurel McCormick, Matthew Metzger, Sean Saiter, Heather Schwenn, Goolrukh Vakil, Alison Wattles y David Wilson, que tan generoso feedback me proporcionaron durante la elaboración del primer borrador de este libro.
Son muchas las instituciones que, a lo largo de los años, han apoyado mi trabajo, entre las cuales quiero destacar, por orden alfabético, a la Fetzer Family Foundation, el Institute of Noetic Sciences, el Institute of Transpersonal Psychology, el National Institute of Mental Health, la Parapsychology Foundation, Inc y la Universidad de California, Davis.
También son muchos los maestros psicológicos y espirituales que, a lo largo de los años, me han ayudado a convertirme en una persona más comprensiva y madura. Quiero agradecer, en este sentido, también en orden alfabético, a los más importantes y con los que he mantenido un contacto personal: Ernest Hilgard, Henry Korman, Claudio Naranjo, Jacob Needleman, Sogyal Rinpoche, Tsoknyi Rinpoche, Kathleen Riordan Speeth, Tarthang Tulku y Shinzen Young.
La conocida escritora científica Sharon Begley afirma, en su último libro Entrena tu mente, cambia tu cerebro (2007, 131-32) que, mientras estaba de visita en una facultad de medicina de los Estados Unidos, Su Santidad el Dalái Lama, el lama de mayor rango del budismo tibetano y ganador del premio Nobel de la Paz, fue testigo presencial de una operación de cerebro. A Su Santidad siempre le ha interesado mucho la ciencia y son muchas las horas que, a lo largo de los años, ha pasado conversando con neurocientíficos y también está fascinado por el modo en que explican que todas nuestras percepciones, sensaciones y otras experiencias subjetivas reflejan los cambios químicos y eléctricos que suceden en el cerebro. Si los impulsos electroquímicos llegan a la corteza visual de nuestro cerebro, por ejemplo, vemos, mientras que, si afectan al sistema límbico, experimentamos emociones. Estas oleadas de impulsos electroquímicos pueden ser la respuesta a estímulos procedentes del mundo externo o el resultado de pensamientos que se producen dentro de nuestra mente. Sea como fuere, sin embargo, la consciencia –como resumieron, totalmente convencidos, a Su Santidad, varios científicos– no es más que una manifestación de la actividad cerebral. Por eso, cuando, debido a una lesión o a la muerte, el cerebro deja de funcionar, la mente sencillamente desaparece. Fin de la historia. Eso es todo.
Pero al Dalái Lama, según Begley, siempre le ha incomodado la osadía con la que se apela a este tipo de “explicaciones” de la consciencia. ¿Es eso, por más que aceptemos la teoría de que nuestra mente es lo que nuestro cerebro hace y de que nuestras emociones y pensamientos sean expresiones de la actividad cerebral, realmente todo? ¿No podría haber acaso causaciones de doble sentido? ¿No es posible que algunos aspectos de nuestra mente influyan sobre el cerebro físico hasta el punto de modificar incluso su actividad? ¿No podría ser la mente, como indica el sentido común, algo más que un subproducto de la actividad cerebral y poseer una realidad activa? Esas fueron las preguntas que, en esa ocasión, Su Santidad formuló al cirujano jefe.
Según Begley, sin embargo, el cirujano respondió a todas ellas, sin pensárselo dos veces siquiera, con un rotundo: «¡No! ¡Lo que llamamos consciencia no es más que el subproducto de la actividad física del cerebro!».
Siendo, como es, una persona muy educada, el Dalái Lama dio sencillamente por zanjado el tema. Está muy acostumbrado a escuchar afirmaciones tan categóricas de supuestos científicos.
Pero, como Begley señala, Su Santidad escribió en su libro de 2005 El universo en un solo átomo: «Creía –y sigo creyendo– que no existe fundamento científico para afirmaciones tan perentorias. La idea de que todos los procesos mentales son necesariamente físicos no es un hecho científico, sino una creencia metafísica» (Dalái Lama 2005, citado en Begley, 2007,132).
Este libro es una respuesta científica –que no cientificista– a las preguntas formuladas por el Dalái Lama. Y la diferencia entre ambos calificativos –y sus correspondientes consecuencias– quedará clara en la medida en que avancemos. Convendrá, antes de seguir con una introducción más formal a este libro, leer y considerar con detenimiento la siguiente experiencia que, en 1872, tuvo el médico y psiquiatra canadiense Richard Maurice Bucke. Y, como se consideraba un hombre de ciencia, entregado a la objetividad y la exactitud, describió su experiencia, en un intento de ser lo más objetivo posible, en tercera persona. Fue él quien, para referirse a una experiencia que, como a tantos otros, le había sucedido, acuñó la expresión “consciencia cósmica”. Este es el relato en cuestión (Bucke, 1961,7-8):
Ocurrió a comienzos de la primavera, recién cumplidos sus treinta y seis años, mientras estaba de viaje en Inglaterra. Había pasado la velada con dos amigos leyendo a Wordsworth, Shelly, Keats, Browning y, muy especialmente, a Whitman. Se separaron a medianoche y todavía le quedaba un largo viaje en coche de caballos (estaba en una ciudad inglesa). Su mente, bajo la poderosa influencia de las ideas, imágenes y emociones evocadas por la lectura y conversación de esa tarde, estaba tranquila y calma. Se hallaba en un estado de goce tranquilo y casi pasivo. Súbitamente y sin advertencia alguna, se vio envuelto por una nube del color de las llamas. Por un instante pensó que, en algún lugar cercano, se habría declarado un fuego o habría tenido lugar una súbita deflagración y luego pensó que quizás el fuego proviniese de su interior. De inmediato le sobrevino un estado de exaltación e inmensa felicidad, acompañada o inmediatamente seguida de una iluminación intelectual imposible de describir. En su cerebro destelló entonces el fogonazo instantáneo del Esplendor Bráhmico que, desde ese momento, ha seguido iluminando su vida, y en su corazón cayó una gota de la Beatitud Bráhmica dejándole, para siempre, el sabor del cielo. Entre otras cosas, no llegó sencillamente a creer, sino que vio y tuvo la absoluta certeza de que el Cosmos no está compuesto de materia muerta, sino que constituye una Presencia viva, que el alma del hombre es inmortal, que el universo no está construido y ordenado al azar, que todas las cosas funcionan juntas por el bien de todas y cada una de ellas, que el principio básico del mundo es lo que llamamos amor y que todos estamos, a largo plazo, abocados a la felicidad. Desde entonces afirma que, por más que la visión durase unos pocos instantes, le ha enseñado más que lo que podría haber aprendido después de meses e incluso años de estudio.
Aunque la iluminación solo duró unos instantes, sus efectos han sido indelebles. Jamás ha podido olvidar lo que entonces vio y supo y nunca ha dudado de la verdad de lo que, en esa ocasión, se presentó a su mente.
Este es el tipo de cuestiones que este libro se formula y se empeña, lo consiga o no, en responder:
¿Cómo se sentiría si tuviese esa experiencia?¿Le gustaría tener esa experiencia? ¡A mí realmente me gustaría!¿Y si…… la experiencia de Bucke fuese literalmente cierta?
… el cosmos no fuese, en realidad, materia muerta, sino una presencia viva?
… tuviésemos un alma inmortal?
… el universo estuviese construido y ordenado de un modo tal que, más allá de toda duda y, a pesar del aparente mal del mundo, todo funcionase por el bien de todas y cada una de las cosas?
… el principio que mueve el mundo fuese lo que llamamos “amor”?
… la felicidad de todos nosotros estuviese, a largo plazo, completamente garantizada?
¿Pero qué sucedería por el contrario si, como la ciencia contemporánea se empeña en convencernos…… la experiencia de Bucke fuese el resultado de un trastorno del funcionamiento cerebral?
… el cosmos estuviese básicamente compuesto por materia muerta y la vida no fuese más que una mera configuración accidental, azarosa y sumamente compleja de la materia muerta?
… no fuésemos almas ni espíritus, sino simples criaturas materiales abocadas a la muerte?
… no hubiese, en el universo, más orden, propósito o funcionamiento unificado que el impuesto por las leyes físicas y ninguna coordinación ni coordinador de estas fuerzas físicas ciegas a las que el bienestar de todo y de todos les importa un comino?
… el principio fundamental del mundo se atuviese a leyes y propiedades físicas absurdas?
… la felicidad de cada uno de nosotros no fuese más que el efecto de hechos azarosos y de las diferentes substancias bioquímicas que circulan por nuestro cuerpo?
¿No le gustaría creer en alguna versión de la experiencia de Bucke? ¡A mí realmente me gustaría! ¿No le molesta, por otra parte, que lo engañen o sentirse engañado? ¡A mí sí que me molesta! Al final del libro volveremos a una versión moderna de la experiencia de consciencia cósmica de Bucke y a nuestra pregunta «¿Y si…?».
Pero sigamos, por el momento, con una introducción más convencional.
El término “búsqueda” suele asociarse a la búsqueda espiritual, mientras que las expresiones “ciencia” y “científico” están ligadas a una visión materialista del universo que no atribuye realidad alguna a lo “espiritual”. ¿Cómo puede, pues, un científico, buscar lo espiritual? ¿No generaría tal búsqueda conflictos entre el intelecto y la emoción que nos confundirían y no acabaría revelándose, en suma, como una completa pérdida de tiempo?
Esto es, de hecho, lo que actualmente sucede en el caso de muchas personas. Hay, en su interior, una búsqueda, a menudo desesperada, de algo “espiritual” (y debo decir que, hasta el momento, estoy manteniendo, en lo que respecta al significado de lo “espiritual”, una actitud deliberadamente vaga) que dé sentido a su vida y la haga más auténtica. Pero ninguna persona inteligente puede desentenderse de la ciencia moderna y sus comprensiones sin incurrir en una especie de suicidio. Lamentablemente, para la ciencia moderna, que tantos beneficios materiales nos ha proporcionado, los “buscadores espirituales” son bobos incapaces, en el mejor de los casos, de ser científicos, o bien personas supersticiosas que, en el peor de ellos, quizás padezcan una psicopatología seria que les induzca a buscar lo “espiritual”.
Esta situación harto común desemboca, con demasiada frecuencia, en una modalidad balbuciente e ineficaz de búsqueda espiritual que a veces va dos o tres pasos por delante (¡considerando la idea o la experiencia espiritual como algo esencialmente verdadero!) y otras va dos o tres pasos por detrás (¡considerándola entonces como algo científicamente tan ridículo que, quien lo sustente, debe ser estúpido o estar loco!). Un buen día, la cabeza y el corazón de estas personas están abiertos a lo espiritual mientras que, al día siguiente, su mente (supuestamente científica) considera que se trata de una ilusión y un engaño.
Tiempo atrás, las cosas eran probablemente más sencillas. Bastaba entonces con creer o no creer en la religión de tu pueblo. Y eso era todo. No había más alternativas. ¡Hoy en día, sin embargo, disponemos de mucha más información! Yo, por ejemplo, soy una extraña combinación continuamente fluctuante de científico, padre, marido, psicólogo, parapsicólogo, profesor, escritor, carpintero, conductor ocasional de bulldozer, liberal, conservador, escéptico y, ocasionalmente, estudioso serio del budismo, del cristianismo, del sufismo, del yoga, del Cuarto Camino y del aikido que cree que, aunque a veces tengamos la capacidad potencial de ser dioses, habitualmente no somos más que robots despojados de mente. ¡Es mucha la información y muchas también las cosas que hoy en día debemos tener en cuenta! Y muchos de esos caminos espirituales afirman además que no basta con pensar y creer o no creer en sus ideas, sino que, quien quiera tener una experiencia personal al respecto, deberá vivirla directamente.
He escrito este libro con la intención de ayudar a quienes experimentan conflictos entre sus facetas espiritual y científica o estén sencillamente interesados en los aspectos puntuales de la ciencia o de la espiritualidad. Porque el lector debe saber que, en mi propia vida, no solo he llegado a sentirme cómodo (¡y hasta orgulloso!) de ser un científico y un buscador espiritual, sino que también creo que, algún día, esas dos facetas de la vida humana dejarán de oponerse y empezarán a colaborar.
Este no es, como la mayoría de mis libros y artículos anteriores, un texto científico. No está cargado de referencias eruditas y científicas que respalden cada una de sus afirmaciones, de advertencias sofisticadas o de las últimas novedades que, al respecto, pudieran ser relevantes. Pero tampoco es, en sí mismo, un libro espiritual, porque no soy un místico natural inspirado por las experiencias profundas. Este libro resume setenta años de humanidad y complejidad (e incluye, en consecuencia, aspectos tanto científicos, como humanísticos, espirituales y escépticos… aunque de un escepticismo abierto), y es muy personal, cuando considero que tal actitud sirve para ilustrar algún punto. Aunque no creo que el que yo haya seguido sea “el camino”, me parece que las comprensiones a las que he llegado y el modo en que he superado determinados obstáculos pueden resultar de alguna utilidad a muchas personas. Por ello he decidido compartirlos.
En los siguientes capítulos me he centrado en el conflicto continuo entre ciencia y espiritualidad (aunque, en realidad, debería hablar de conflicto entre una ciencia de segunda clase y una espiritualidad de segunda clase) y he subrayado que las conclusiones de las investigaciones más rigurosas realizadas en el campo de la parapsicología científica ponen de relieve la dimensión espiritual del ser humano. Por ello me considero tan científico como espiritual y no tengo la necesidad de separar artificialmente esas dos facetas de la existencia. Examinaremos los descubrimientos realizados por la investigación de los principales fenómenos parapsicológicos y de otros menos investigados aunque no, por ello, de menor alcance, y consideraremos sus implicaciones para el establecimiento de una espiritualidad asentada en los hechos científicos. Aunque todavía nos hallemos en los inicios de la aplicación de la ciencia al ámbito de lo espiritual y nos quede un largo camino por recorrer para hacer recomendaciones del tipo «Ser baptista es más interesante, para el desarrollo espiritual de tal persona, que ser budista», sabemos lo suficiente como para afirmar la necesidad de tomarnos en serio el desarrollo espiritual. Y, aunque ello no facilite nuestro avance, no vacilaremos ni nos quedaremos atrapados en conflictos estériles sobre si estamos o no completamente engañados.
Espero que el lector pueda, como yo, sentirse cómodo (y hasta orgulloso) siendo un buscador espiritual científicamente orientado. Esta es una combinación que convierte la vida en algo muy interesante.
También espero que este libro sirva de fundamento para otro en el que podamos compartir lo que hoy en día supone la práctica de la espiritualidad.
Conviene señalar, antes de volver a nuestro tema central, que este no es un libro sobre ciencia y religión, sino sobre ciencia y espiritualidad. Y veremos, para aclarar este punto, dos niveles diferentes en los que, al respecto, podemos pensar (o, lo que es tan importante, sentir). Comenzaremos partiendo del nivel erudito y racional y consideraremos luego el más difícil nivel emocional.
Aunque no podamos desgajarlas, porque ello supondría simplificar excesivamente la complejidad humana, son muchas las personas que, como yo, creen que la espiritualidad gira fundamentalmente en torno a experiencias, como la “consciencia cósmica” de Bucke, que transforman profundamente la vida de los individuos que las viven, mientras que la religión, por el contrario, tiene que ver con creencias y organizaciones sociales que se crean y acaban, hasta cierto punto, asentándose e institucionalizándose. Esas organizaciones y sistemas de creencias, originalmente instaurados a partir de las experiencias espirituales del fundador de la religión, incluyen dichas experiencias y las desarrollan (con mejor o peor fortuna) en forma de estructuras sociales, relaciones, creencias, necesidades y costumbres.
Supongamos que una persona (a la que llamaremos, por ejemplo, Juan Nadie) atraviesa una experiencia de aproximación a la muerte y, mientras está aparentemente muerto, tiene una visión numinosa en la que se encuentra con un ser no físico (al que llamaremos Ángel), que le revela telepáticamente el sentido profundo de la existencia y los cambios que deberá llevar a cabo cuando regrese a la vida. Esa revelación “más real que la realidad” acabará convirtiéndose, para Juan, con el paso del tiempo, en la experiencia más importante de toda su vida.
Después de la experiencia, Juan vuelve a su vida convertido en una persona completamente diferente. Entonces cuenta a los demás su visión y el modo en que deben vivir. Y, si Juan posee el encanto, el carisma o lo que sea necesario para influir en los demás, va creándose, en torno a las leyes del Ángel y de su profeta Juan Nadie, un pequeño núcleo religioso, lo que técnicamente se conoce como una secta.
Pero, como cada cambio en el estatus social amenaza a quienes están el poder, al tiempo que atrae a quienes aspiran a mejorar su estatus, las tensiones generadas por su adaptación a la sociedad que pretende cambiar van modificando gradualmente su acción y su doctrina. Varias generaciones después de la muerte de Juan Nadie, sus enseñanzas originales y las de sus más cercanos seguidores se han visto transformadas (tras muchas reuniones y mucha más política) en grados muy diversos, y el “angelismo” ha acabado convirtiéndose en una religión, con su teología, sus ritos, sus costumbres, su filiación política y su agenda social. No es de extrañar, pues, que las interpretaciones no autorizadas de las visiones de Juan Nadie sean entonces tildadas de herejías. Y tampoco debería sorprendernos que, en el caso de lograr el suficiente peso político, la condena y el castigo de las interpretaciones heterodoxas acaben asumiendo rasgos violentos.
Llegados a este punto cabe preguntarse si, en el caso de regresar, Juan Nadie reconocería, en la nueva religión, su visión espiritual original.
Este libro se centra en el modo de permanecer científicamente orientados sin dejar, por ello, de valorar y estar interesados en la experiencia y el desarrollo espiritual personal y sin las dudas y conflictos que genera verse descalificado como “irracional”, “acientífico” o “loco”. No quiero subrayar aquí todos los factores psicológicos y sociales que convierten a la espiritualidad en una religión, sino advertir únicamente que esa distinción no es tan clara como parece. Los seres humanos somos criaturas sociales, lo que puede afectar, en primer lugar, a nuestras experiencias espirituales y al modo, en segundo lugar, en que posteriormente las interpretamos y entendemos. La mayoría de los seres humanos (incluido yo) necesitamos, en nuestra vida espiritual, de algún apoyo social continuo, de modo que dudo que podamos tener una espiritualidad “pura” despojada de religión. También podría darse el caso de que religiones que, desde las experiencias espirituales que les dieron origen, hayan experimentado profundos cambios, sigan saciando el anhelo espiritual de algunas personas.
Lo dicho hasta ahora tiene que ver con el aspecto racional de la distinción entre religión y espiritualidad. Pasemos ahora al nivel emocional, que resulta bastante más difícil. Y aunque me refiera, para ilustrar este punto, a mis propios sentimientos, sé que son muchas las personas que albergan sentimientos parecidos. Probablemente quienes no los tengan sean más afortunados.
La palabra “religión” está cargada, en mi caso, de connotaciones ligadas a la Iglesia concreta en que me vi educado (luterana) y sus doctrinas. Y también son muchos los efectos que, desde una perspectiva más sabia (eso es, al menos, lo que espero), ha tenido en mi personalidad y en mi yo. Son muchos, por una parte, sus efectos positivos como, por ejemplo, la preocupación por el bienestar de los demás; la creencia básica de que, en el universo, existe algún tipo de inteligencia sabia, amorosa y cuidadosa, y las muy numerosas experiencias amables y compasivas de los adultos pertenecientes a la congregación que contribuyeron a mi formación. Pero también son muchas, por otra parte, las complicaciones neuróticas generadas o reforzadas por las doctrinas de la Iglesia como, por ejemplo, la sensación de ser esencialmente un pecador; la acuciante sensación de que, independientemente de lo que haga, nunca será suficiente, y una profunda vergüenza de mi cuerpo y de mi sexualidad de la que me costó mucho desprenderme. También hubo muchos aspectos en los que sentí que, cuando era demasiado joven para entenderla y discriminar adecuadamente, la religión me había lavado el cerebro. No es de extrañar que la palabra “religión” haya acabado convirtiéndose, para mí, en una categoría compleja compuesta de intensos sentimientos conscientes, semiconscientes e indudablemente inconscientes, tanto positivos como negativos, que pueden generar todo tipo de tensiones y conflictos. ¿Reconoce el lector algo en esta descripción?
La “espiritualidad” ha sido, por otra parte, una decisión adulta relativamente consciente, y los aspectos de ella que he decidido incluir en mi vida le han proporcionado un objetivo y un sentido del que, de otro modo, carecería.
La distinción racional entre espiritualidad y religión –es decir, entre experiencias primarias espirituales transformadoras de la vida versus doctrinas y prácticas socializadas e institucionalizadas– es muy importante. Acechando entre bambalinas se hallan los factores emocionales que tienden a convertir, para muchos de nosotros, la religión y la espiritualidad en una “mala” y en una “buena” palabra, respectivamente. Por eso, cuando oigo la palabra “religión”, suelo ponerme, tanto corporal como emocionalmente, tenso y a la defensiva mientras que, cuando oigo hablar de “espiritualidad” tiendo, por el contrario, a relajarme y abrirme. El reconocimiento de todas estas complejidades y el esfuerzo por sanar la dimensión emocional pueden aumentar la racionalidad y eficacia tanto de mis palabras como de mis acciones.
No generalizaremos más aquí, porque son muchas las formas que la religión puede asumir y, junto a sus creencias y estructuras formales, hay muchas diferencias en el modo en que los individuos absorben y reaccionan a una determinada religión. En la época en la que algunos de nosotros alcanzamos la madurez, la religión de nuestra infancia quizás sea el vehículo más adecuado y útil para alentar e integrar las experiencias espirituales individuales… lo que, a su vez, revitaliza la religión. Para otros, sin embargo, las religiones infantiles son el principal enemigo del desarrollo espiritual. Esto es algo que cada cual deberá descubrir y trabajar a su modo. Pero en este libro, como ya hemos dicho, no nos centraremos tanto en la relación entre ciencia y religión como en la relación entre ciencia y espiritualidad.
Son muchas las cuestiones que, para estudiar adecuadamente sus temas fundamentales (la ciencia, el espíritu y la realidad), nos veremos obligados a abordar en este libro. Y como suelo decir a mis alumnos, uno debe ser muy escrupuloso, en los escritos extensos, para que su empeño en señalar al lector los árboles no acabe impidiéndole ver el bosque. Ofreceremos ahora una visión global de todos los temas que vamos a tocar para que, si la fascinación del lector por los “árboles” presentes en este libro –es decir, los hechos y las ideas interesantes– le impide ver el “bosque”, pueda encontrar, en esta breve guía, la orientación que necesita.
Hemos empezado considerando la poderosa experiencia de consciencia cósmica del psiquiatra canadiense Richard Maurice Bucke, una experiencia que, pese a verse descartada por la ciencia moderna, a mucha gente le gustaría tener. Pero, como independientemente de lo inspiradora o consoladora que sea su visión, la realidad no es, desde la perspectiva científica, tan amorosa e inteligente como Bucke la percibe, no es de extrañar que nos invite a olvidarnos, como algo absurdo, de lo espiritual. La ciencia y la espiritualidad –o su forma socializada, la religión– no van, ni intelectual ni emocionalmente, de la mano.
En el primer capítulo ilustraremos más detenidamente este rechazo del espíritu apelando a una cita de Bertrand Russell y explicaremos que el hecho de que autoridades tan eminentes sostengan esa opinión sesga nuestra percepción, al tiempo que reduce la probabilidad de tener experiencias espirituales. Esto es algo que, en cuanto ciudadanos del mundo moderno, nos afecta, en mi opinión mucho, por más espirituales que creamos ser. Tan importante me parece que no nos limitaremos a considerar intelectualmente el ejercicio del Credo Occidental, sino que invitaremos al lector a participar activamente en el vídeo en línea (véase capítulo 1), un ejercicio que nos permitirá aprender de nuestros errores.
¿Cómo podemos, si la ciencia descalifica de un modo tan categórica lo espiritual –un rechazo que encuentra cierta justificación en las erróneas creencias religiosas sustentadas por algunas tradiciones religiosas– encontrar pruebas que corroboren la realidad de lo espiritual? El capítulo 2 se centra en la naturaleza esencial del proceso científico que consiste, en realidad, en una forma depurada de sentido común. Las modalidades de conocimiento a las que denomino camino de la experiencia, camino de la autoridad, camino de la razón y camino de la revelación pueden combinarse y ayudarnos a perfeccionar nuestra comprensión de todo, incluido lo espiritual. Para ello, proporcionaré un ejemplo del modo en que podríamos investigar si la plegaria o la curación psíquica tienen efectos diferentes a los abordajes materiales y psicológicos. La ciencia esencial y el sentido común se basan en los datos, los hechos y la observación. La experiencia directa es el mejor árbitro de la verdad. Yo sostengo que, utilizando la ciencia esencial, los seres humanos ocasionalmente tienen experiencias y muestran ciertas conductas que no pueden reducirse a explicaciones materialistas y parecen poner de relieve aspectos fundamentales de nuestra dimensión espiritual.
Entiendo que haya personas que, en lugar de observar el modo en que la ciencia funciona, prefieran dirigirse directamente a los descubrimientos realizados por la ciencia esencial que corroboran la existencia, en los seres humanos, de una dimensión espiritual. Cuanto menos, sin embargo, comprendemos, más víctimas somos del uso inadecuado del camino de la autoridad y más dependeremos de que los científicos nos digan si estamos o no en lo cierto.
Pero, como los científicos son tan falibles como el resto de los seres humanos, dedicamos el capítulo 3 a las modalidades de no conocimiento, es decir, a las formas en que la ciencia esencial se anquilosa en el sistema rígido de creencias conocido como cientificismo, lo que acaba convirtiendo al verdadero escepticismo –o la búsqueda honesta de la verdad– en pseudoescepticismo o mera desmitificación. En varias ocasiones he afirmado, a lo largo de toda mi carrera, algo con lo que estoy seguro que el psicólogo Abraham Maslow coincidiría plenamente: es posible emplear la ciencia como un sistema abierto que contribuya al crecimiento personal del practicante, o de un modo que la convierta, por el contrario, en uno de los mecanismos neuróticos de defensa más eficaces y prestigiosos con que contamos.
Después de revisar los distintos modos en que perfeccionamos nuestro conocimiento o evitamos aprender, analizaremos los fenómenos psíquicos que socavan el rechazo materialista de las dimensiones espirituales. Como este libro es una historia personal del modo en que yo y posiblemente usted podemos convertirnos en buscadores espirituales científicamente orientados, empezaré relatando una experiencia psíquica propia, a la que he denominado “el caso coup d’état”, que ilustra el tipo de fenómeno psíquico que puede presentarse en la vida cotidiana. Por dar una pequeña idea de la influencia que nuestras características psicológicas pueden tener en tales fenómenos, esbozaré algunos análisis y especulaciones sobre el modo en que mis propias expectativas, miedos y procesos conceptuales, conscientes e inconscientes, pueden haber influido en mis reacciones e interpretaciones.
Después de considerar, a distintos niveles, el conflicto que enfrenta a la ciencia y la espiritualidad, de ver el modo de utilizar la ciencia y el sentido común para perfeccionar nuestro conocimiento y de recordar algunos de los fenómenos psíquicos que ha experimentado mucha gente, estaremos en condiciones de revisar los resultados de la experimentación científica actual sobre los fenómenos psíquicos. En el capítulo 5 veremos la forma en que habitualmente se llevan a cabo estos experimentos, especialmente el modo en que, en nuestra explicación de los efectos obtenidos, descartamos explicaciones alternativas y subrayamos también la importancia de la valoración objetiva de los resultados. Luego revisaremos los cinco fenómenos psíquicos más importantes, a los que llamo “los cinco grandes” (telepatía, clarividencia, precognición, psicoquinesia y curación psíquica), de los que tenemos tanta evidencia experimental que bien podríamos considerar capacidades básicas del ser humano. Y, finalmente, nos ocuparemos de algunos fenómenos psi posibles, a los que agrupo bajo la expresión de “los muchos quizás” que no se hallan, pese a contar con numerosas evidencias, tan bien establecidos.
El capítulo 6 versa sobre el primero de “los cinco grandes”, la telepatía, es decir, la transmisión de información de una mente a otra en ausencia de todo canal ordinario de comunicación. Luego veremos la forma en que suele efectuarse este tipo de investigación y revisaremos los descubrimientos realizados al respecto. Y, desde un punto de vista más específico, describiré uno de mis propios experimentos sobre telepatía, diseñado del modo más fiable posible, para ilustrar el proceso de descubrimiento en la ciencia y señalar también el modo –a veces inconsciente– en que parecen moverse, en mis experimentos, las capacidades psi. ¡Y debo añadir que hay ocasiones en las que, a mis colegas y a mí, nos resulta evidente que, pese a conocer la respuesta correcta, respondan otra cosa! Asimismo veremos por qué la telepatía (y esto es algo que también se aplica a los fenómenos presentados en los últimos capítulos) es “no física” lo que, desde la perspectiva materialista ordinaria del mundo, carece de todo sentido y nos obliga a considerar la dimensión espiritual de la realidad, confiando en que, un buen día, esos fenómenos se verán finalmente explicados por aquello que los filósofos han denominado materialismo promisorio.
Los siguientes cuatro capítulos, relativos a “los cinco grandes”, ponen de relieve los descubrimientos realizados en los campos de la clarividencia, la precognición, la psicoquinesia y la curación psíquica. En cada uno de estos capítulos reviso los descubrimientos realizados al respecto por la investigación y proporciono ejemplos al respecto. Esos capítulos incluyen casos en los que he tenido que luchar con la regla básica de la ciencia de dar siempre a los datos más importancia que a las propias creencias, como cuando la precognición se introduce subrepticiamente en mi laboratorio y no me queda más remedio que admitir que, hasta entonces, he estado soslayando, debido a una fuerte y profunda resistencia irracional, un claro caso de efecto psicoquinético de la mente sobre la materia. ¡La ciencia esencial no es fácil y nuestras percepciones y pensamientos se hallan distorsionados, en muchas ocasiones, por una fuerte identificación con creencias que ni siquiera imaginábamos poseer! El rechazo con el que el materialismo cientificista descarta las cuestiones espirituales no desaparecerá por una mera evaluación intelectual de las evidencias disponibles, que ponga de relieve sus defectos.
Esta revisión de “los cinco grandes” me ha llevado a concluir que la ciencia esencial rigurosa ha recopilado centenares de descubrimientos experimentales que evidencian que, en ocasiones, los seres humanos se comunican de mente a mente, tienen acceso a información procedente de lugares remotos, conocen anticipadamente el futuro y pueden influir, mediante el simple poder de su voluntad, tanto en seres vivos como en objetos. Bien podríamos decir, desde esta perspectiva, que el ser humano posee cualidades de naturaleza espiritual.
A partir del capítulo 11 empezamos a ver algunos de “los muchos quizás”, experiencias psi de las que existen tantas pruebas que no convendría descartarlas de un plumazo, amén de que son muchas las personas que las consideran tan definitivamente reales como “los cinco grandes”. Este capítulo comienza con un caso fascinante de aparente postcognición, es decir, la percepción psi de información procedente del pasado, y se centra luego en el uso potencial de las habilidades psi en el campo de la arqueología.
El capítulo 12 se ocupa de las experiencias extracorporales (EEC), una de las experiencias más poderosas que podrían convencernos de que no somos un mero cuerpo, sino que también poseemos una dimensión espiritual. Empezaremos, en este sentido, con un ejemplo típico de EEC procedente de mi archivo personal y luego veremos seis estudios de EEC que hemos llevado a cabo a lo largo de los años. Hay quienes señalan que algunas EEC solo simulan estar fuera del cuerpo y que no hay nada que realmente abandone el cuerpo, mientras que otros, por el contrario, sugieren que, en ocasiones, la mente puede percibir realmente el mundo desde una ubicación externa.
Más poderosas todavía que las EEC, para cambiar la visión de las personas, son las experiencias cercanas a la muerte (ECM) que, debido a los recientes avances de la tecnología de resucitación médica, han experimentado en los últimos tiempos millones de personas. Las ECM implican un estado alterado de consciencia, es decir, una modalidad diferente de percepción y conocimiento y también una EEC. Uno de los casos más sorprendentes en este sentido es el de Pam Reynolds, que experimentó una ECM mientras estaba siendo sometida a una operación en la que le extrajeron toda la sangre del cuerpo. Y es que por más que, en ese momento, se hallara clínicamente muerta, tuvo un recuerdo muy exacto de algunas de las cosas que ocurrieron mientras se hallaba en el quirófano. Quizás podamos teorizar afirmando que, por más que habitualmente la mente se halle inmersa en el funcionamiento del cerebro y el cuerpo, posee una dimensión espiritual y transpersonal que trasciende lo estrictamente físico.
El capítulo 14 incide en el tema de la supervivencia post mortem, uno de “los muchos quizás”, de importancia extraordinaria para todos nosotros. Aunque hay muchas personas que encuentran consuelo en los sistemas de creencias religiosos tradicionales, son muchas también las que, en nuestro mundo moderno, no se sienten satisfechas ya con ese tipo de respuestas. Hoy ya no nos basta con la fe, hoy queremos pruebas. Aunque “los cinco grandes” nos proporcionen una imagen según la cual la mente no se limita al cerebro, esa solo es una demostración indirecta de la supervivencia. ¿Existen acaso pruebas más directas? En este capítulo revisaremos las CDM, las comunicaciones después de la muerte [conocidas, en inglés, como ADC, de After-Death Communication], en donde el espíritu del difunto supuestamente se aparece a los vivos. Aunque las CDM sean muchísimo más frecuentes de lo que habitualmente creemos, todavía carecemos de evidencia directa de la supervivencia. Y, por más intensas que sean para quienes las experimenten, algunas de ellas –por no decir muchas– quizás no sean más que meras alucinaciones.
En el capítulo 15 analizaremos las pruebas más directas de que algunos aspectos de nuestra mente y de nuestra personalidad sobreviven a la muerte: las afirmaciones realizadas por los médiums espiritistas de que pueden comunicarse con los muertos. En este sentido, describo un caso –el accidente del dirigible británico R-101– que implica a la difunta Eileen Garrett, una de las más importantes médiums de todos los tiempos que, aunque actualmente haya sido olvidado, conmovió, en su momento, al mundo, como no hace tanto lo hizo el desastre de la lanzadera espacial Challenger. Pero, como pone de relieve el caso del diplomático alemán que presentamos después, la evidencia de la mediumnidad es ciertamente muy compleja, sobre todo cuando nuestra mente puede utilizar de manera inconsciente los fenómenos psi para sustentar creencias que no son ciertas.
La reencarnación es otra forma de concebir la posible supervivencia del yo. El capítulo 16 se abre con la historia de La búsqueda de Bridey Murphy (Bernstein, 1956), un superventas que, en los años cincuenta, despertó una gran controversia. Luego describo el caso, extraído de una recopilación llevada a cabo mucho más recientemente por la Universidad de Virginia, de un niño pequeño que empezó a referirse a eventos relativos a una supuesta vida anterior.
¿Está demostrada acaso la reencarnación? Yo no lo creo, pero me parece un ejemplo fascinante de uno de “los muchos quizás” que tiene, de nuevo, grandes implicaciones para el modo en que vivimos. Una cosa es tener un feo hábito que pueda ponerte en problemas unas cuantas veces y otra, muy distinta, tropezar, vida tras vida, con el mismo problema.
Después de haber abarcado tantas cosas, llegará el momento de unirlas. ¡Y aunque me gustaría poder decir que he esbozado un cuadro elegante, hermoso y verdadero, la realidad resulta, sin embargo, bastante más compleja! Por eso concluiré el libro con varios capítulos destinados a subrayar aspectos diferentes de nuestras exploraciones.
El capítulo 17, titulado «¿Qué hemos aprendido?», nos proporciona en este sentido un resumen muy directo. La revisión del modo en que recopilamos y perfeccionamos el conocimiento, la diferenciación entre ciencia esencial y cientificismo, la aplicación de la ciencia esencial y el descubrimiento de “los cinco grandes” y “los muchos quizás”, nos ha permitido acumular mucha información que esboza una imagen del ser humano que presenta muchas de las cualidades parcialmente constitutivas de lo que entendemos como espiritual. (Aunque son muchos los aspectos vitales de la espiritualidad que este libro deja intactos, nuestro objetivo principal aquí consiste en determinar si “espiritual” significa algo más que “imaginario”.)
El capítulo 18, titulado «Si creyera en el Credo Occidental», cuestiona la verdad del materialismo científico y se pregunta si ese accidente químico y básicamente absurdo al que llamamos “yo” es todo lo que existe. ¿Cómo viviríamos de no ser así? Esa no es tan solo una cuestión filosófica y abstracta, sino que atañe muy directamente al modo en que vivimos. Y, aunque me centre en las implicaciones que ello tendría para mí y no afecten a todo el mundo por igual, estoy seguro de que muchas de ellas resultarán también aplicables al lector de este libro.
En el capítulo 19 sigo reflexionando en lo que eso significa para mí, pero no –¡nada más lejos de la realidad!– porque yo sea un modelo que hay que seguir. Seguidamente ilustro el modo en que todo lo dicho no se limita a una consideración abstracta, filosófica y científica, sino que afecta muy directamente al modo en que vivimos. Tengo, por ejemplo, que respetar la religión de mi infancia, pero también crecer más allá, poner de relieve los usos psicológicos negativos que hacemos de ella, las proyecciones que distorsionan mi percepción del mundo y me impiden convertirme en un ser humano completamente funcional. Por más bien que estuviese, cuando era pequeño, ser un “hijo de Dios”, ha llegado ya el momento de convertirme en un “adulto de Dios”. Daré un ejemplo de mi acercamiento a la muerte y de mi descubrimiento de que los datos científicos sobre la supervivencia post mortem discutidos en este libro me ayudaron a enfrentarme al estrés. También ilustraré, atisbando en el futuro, cómo una ciencia más iluminada podría contribuir a hacer más eficaz la auténtica espiritualidad.
En el capítulo 20, por último, volveremos a la fantástica experiencia de consciencia cósmica con la que iniciábamos este libro. ¿Podría ser literalmente cierto, por ejemplo, «… que la felicidad de todos es, a largo plazo, absolutamente cierta» (Bucke 1961, 8)? Aunque esta sea una pregunta demasiado amplia para atreverme a responderla, presentaré un caso moderno de consciencia cósmica experimentado por un médico agnóstico, Allan Smith, cuyo estrecho paralelismo con la experiencia de Bucke sorprenderá, con toda seguridad, al lector.
Ya he dicho que, si bien no he escrito este libro solo como científico, sino como una persona total y compleja, el científico y el profesor que hay en mí quieren contribuir también a que el lector interesado pueda, si lo desea, encontrar la información más fiable. Esa es, precisamente, la razón que justifica la inclusión de los cuatro apéndices presentados al final de este libro.
El primero de ellos enumera algunos libros recientes y autorizados sobre los descubrimientos parapsicológicos, y el segundo se centra en algunos sitios web de interés. El tercero apunta a TASTE, mi propio sitio web, donde el lector podrá informarse de las experiencias trascendentes y psíquicas de los científicos. Y el cuarto apéndice, por último, constituye una breve introducción al campo de la psicología transpersonal y su centro más destacado, el Institute of Transpersonal Psychology. En él se muestran algunas de las direcciones que, para explorar y desarrollar la espiritualidad, podría tomar una ciencia bien orientada.
Nunca subrayaré lo suficiente, en la búsqueda de información, la importancia de la discriminación. Aunque son muchas las opiniones en pro y en contra que, con respecto al material presentado en este libro, pueden esgrimirse, jamás debemos olvidar el fundamento de la ciencia esencial y del sentido común, que no es sino hacer a un lado teorías y creencias y mantenerse cerca de los datos, cerca de lo que realmente ocurre. No hay mejor punto de partida. Solo así, nuestra ciencia y nuestra espiritualidad se asentarán en la realidad.
CHARLES T. TART
Berkeley (California) 2008
ESPIRITUAL (Inglés medio [origen: del francés antiguo y moderno spirituel derivado, a su vez, del latín spiritualis, de spiritus; véase sustantivo espíritu «-al»): (1) Perteneciente o relativo al espíritu o al alma, especialmente desde una perspectiva religiosa. (2) Mantener una relación con alguien basándose en las cuestiones del alma. (3) Dícese de la persona devota, pía o moralmente buena.
(Shorter Oxford English Dictionary, 6ª ed., s.v. “espiritual”)
En la «Introducción» hemos dicho que, para la ciencia moderna –a la que tanto debemos–, las personas inspiradas en la espiritualidad son, en el mejor de los casos, bobos cuya incapacidad para entender la visión científica les lleva a perder el tiempo con cosas irreales, o personas supersticiosas, en el peor de ellos, cuya estupidez o psicopatología les inclina hacia lo espiritual. (Pero la que afirma tales cosas no es, en realidad, la ciencia esencial, sino el cientificismo, una versión dogmática y degradada de la ciencia de la que tenemos muchas cosas que decir.)
Veamos, para ilustrar este rechazo cientificista hacia lo religioso y lo espiritual, lo que al respecto decía Bertrand Russell (1872-1970), un gigante de las matemáticas, la filosofía y la lógica y una persona muy influyente dentro del campo de la ciencia moderna (1923, 6-7):
Que el hombre es el producto de causas a las que se les escapaba el fin hacia el que se dirigían; que su origen y su desarrollo, sus expectativas y sus temores, sus amores y sus creencias no son sino el resultado de una disposición accidental de átomos; que la pasión, el heroísmo, el pensamiento o el sentimiento no pueden garantizar una vida individual más allá de la muerte; que todo esfuerzo, devoción, inspiración y esplendor del genio humano están destinados a la extinción final en la vasta muerte del sistema solar y que el templo que alberga los logros del Hombre está inevitablemente condenado a quedar sepultado bajo los escombros de un universo en ruinas. Todo esto, si no completamente fuera de discusión, es casi tan seguro que ninguna filosofía que lo niegue puede esperar perdurar. Solo dentro del marco de referencia establecido por estas verdades puede el alma, asentada en los sólidos cimientos de una desesperación inquebrantable, encontrar morada segura.
¿Para qué esforzarse, pues, en la práctica de disciplinas tan arduas como la meditación y la oración o en el estudio serio incluso de las cuestiones espirituales, si una persona tan brillante como Russell sustentaba una filosofía materialista? ¿Son absurdos también nuestros valores más elevados, la mayoría de los cuales se derivan igualmente de la espiritualidad y de la religión? ¿Debe nuestra vida someterse al imperio de criterios éticos? ¿No es acaso la reacción más natural, si el materialismo está en lo cierto, la de comer, beber y divertirnos (sin dejarnos engañar por quienes desaprueban tales placeres), porque mañana moriremos… y nuestra vida no significará absolutamente nada?
Si esas no fuesen más que teorías filosóficas y científicas formales, lo que creamos, dejemos de creer o argumentemos consciente y lógicamente al respecto no tendría, en nuestra vida, un gran efecto patológico. Pero, cuando las operaciones de cualquier filosofía o sistema de creencias, independientemente de que sea materialista o espiritual, se mueven por debajo del umbral de la consciencia y configuran, sin que nos demos cuenta de ello, nuestras percepciones y pensamientos, acabamos convirtiéndonos en sus esclavos. Y esto es especialmente cierto porque la psicología moderna ha demostrado reiteradamente que gran parte de lo que llamamos “percepción” no es una asimilación directa de una realidad que se encuentre en el mundo que nos rodea, sino una forma automática y muy rápida de “pensamiento”, una modalidad de procesamiento que depende profundamente de nuestras creencias y condicionamientos o, dicho de otro modo, que nuestra percepción está sesgada y tiende a corroborar nuestras creencias. No estaría mal, pues, compensar el viejo refrán que dice «ver para creer» con otro que afirmase «creer para ver». Pero, como la “realidad” que “vemos” es, además, un determinante fundamental de lo que sentimos, el sesgo de nuestra percepción puede afectar profundamente a nuestras emociones.
Si, en lo más profundo de su inconsciente uno cree, por ejemplo, que el ser humano es malo y cruel y que, en última instancia, no es más que un chimpancé, acabará “viendo” de ello un ejemplo tras otro. Pero no se trata de que veamos algo y luego pensemos conscientemente que tal cosa puede ser interpretada como una corroboración de nuestra creencia de que la gente es mala y cruel, sino que automáticamente vemos, a nuestro alrededor, actos malvados y crueles que no hacen sino corroborar nuestra creencia básica de partida. Pero si, por el contrario, tenemos la creencia profunda e inconsciente de que la gente es básicamente buena (por más que esa bondad se vea empañada, en ocasiones, por las dificultades del mundo), tenderemos a “ver” un ejemplo tras otro de personas que, pese a las problemas con que tropiezan, tratan de hacer las cosas bien, lo que no hace sino reforzar, una vez más, nuestras creencias básicas.
Yo soy, en este sentido, optimista y me doy cuenta de que mi sistema de creencias me lleva a ver por doquier pruebas que lo corroboran. También creo con firmeza en la necesidad, independientemente de nuestra inclinación optimista o pesimista, de ver el mundo sin tanta intermediación. Por ello el autoconocimiento, es decir, la comprensión del modo en que funciona nuestra mente, me parece tan importante –y a veces hasta más importante– como el conocimiento del mundo externo. Una de las cosas que más me gustan de la ciencia esencial es que, contemplada a largo plazo (¡un plazo, a veces, demasiado largo!), la buena ciencia cuenta, como veremos a lo largo de este libro, con procesos integrados de autocorrección que eliminan nuestras visiones erróneas al tiempo que refuerzan las útiles. Pero entretanto necesitamos, para vivir más adecuadamente, conocernos mejor a nosotros y a nuestro mundo.
Hace ya mucho tiempo que advertí que, en su fuero interno, muchas personas tienen, a un nivel tanto inconsciente como semiconsciente, contradicciones que interfieren con sus vidas. Son muchas las personas con las que he hablado que, pese a considerarse buscadores espirituales y tener muchos conocimientos al respecto, albergaban, a propósito de nuestro tema de interés concreto y de las posibilidades espirituales, algo que alentaba sus dudas y las echaba hacia atrás, saboteando e invalidando sus experiencias y su conocimiento espiritual.
Para ayudar a que la gente aumentase su autoconocimiento al respecto diseñé un experimento sobre las creencias, al que llamé ejercicio del Credo Occidental, que utilizo en los talleres que, en ocasiones, dirijo. Un experimento sobre creencias consiste básicamente en creer, de manera consciente y durante un determinado tiempo, algo lo mejor que uno pueda, observando simultáneamente las reacciones emocionales y corporales que acompañan a esa creencia.
Para ello, he tomado ideas materialistas muy difundidas y populares (que a menudo se consideran erróneamente “hechos”) que son muy poderosas en la cultura moderna y las he organizado de un modo que suena a credo religioso. [1]
El mejor modo de llevar a cabo el ejercicio del Credo Occidental es hacerlo junto a mis alumnos en un vídeo en línea que el lector interesado puede encontrar alojado en el sitio web del Institute of Transpersonal Psychology (ITP) (véase http://bit.ly/1bIqHk4).
Le recomiendo, si es que ahora puede hacerlo, que aparque provisionalmente la lectura de este capítulo y visite la dirección indicada. Y, de no ser posible, le invito a que lleve a cabo la versión escrita a la que dedicamos el resto de este capítulo, aunque insisto en que las cosas le resultarán más claras e intensas si puede llevar a cabo la versión del vídeo en línea.
Esta es, si lo decide, la versión escrita, que emplea el mismo texto que utilizamos en el sitio web.
Descargo de responsabilidad: Tenga en cuenta que el siguiente ejercicio no refleja necesariamente mis creencias y valores reales ni los del ITP, ni pretende criticar tampoco un determinado sistema religioso o espiritual.
Advertencia: Este ejercicio práctico fue diseñado para buscadores espirituales maduros que valoren profundamente la verdad y el autoconocimiento y estén dispuestos a asumir las consecuencias provisionales o definitivas que, para su sistema de creencias, implique su búsqueda de una mayor verdad. Es muy probable que no sea adecuado para niños ni para quienes se hallen excesivamente identificados emocional e intelectualmente con un determinado sistema de creencias. Tampoco es esencial que uno lleve a cabo este ejercicio.
La psicología transpersonal es una rama todavía muy joven e incompleta del conocimiento que intenta, por una parte, hacerse cargo de la herencia espiritual de la humanidad como algo real y extraordinariamente importante sin soslayar, al mismo tiempo, por la otra, todo lo que sabemos sobre la psicología humana, es decir, sobre nuestros aspectos tanto positivos como negativos. Sus objetivos a largo plazo aspiran a separar, en el dominio de lo espiritual, lo real de lo irreal, y a descubrir el modo en que los factores psicológicos pueden favorecer u obstaculizar la realización de lo espiritual en la vida real.